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Reflexiones

Stanislavski ha muerto

por Ricardo Ruiz Lezama 5 enero, 2017

I. Algunos pensamientos previos

 

Este mes en que se conmemora el nacimiento de Stanislavski me puse a pensar en mi relación con él, sus enseñanzas, sus reflexiones… Haciendo memoria, busqué y  di con este texto que escribí hace algunos años, cuando todavía era estudiante de la licenciatura en actuación. Viendo la fecha de publicación descubro con sorpresa que no pasó tanto tiempo, siento como si hubiera sido mucho más.

Surgió como propuesta de un maestro con el que tenía unas pláticas muy  enriquecedoras cada que nos encontrábamos en la cafetería de la escuela. -“Escribe algo, lo que quieras, en relación con tu experiencia como estudiante u otra cosa. Algo como nuestras pláticas” -fue su propuesta. El resultado: esta reflexión. Siempre le estaré agradecido a aquel maestro por esas inolvidables charlas y por la oportunidad y el espacio para decir lo que sentía en aquel momento. Quedé en escribirle algo más, aún sigo buscando las palabras.

No sé si hoy en día sigo tan de acuerdo con esto que escribí, es ajeno y cercano, me reconozco y no. Mucho lo discutiría, ¿o acaso justificaría? Tal vez simplemente me he vuelto menos vehemente, más correcto. Aunque ya no sé qué tanto soy el mismo, hoy le pongo mi nombre a estas palabras que en su momento se publicaron como anónimo.

II Stanislavski ha muerto[1]

 

A quién lo lea:

 

Te comparto, desconocido lector, un recuerdo. Un joven estudiante sentado en la cafetería de una escuela de teatro escuchando algo que no debería oír. Profesores y alumnos hablando mal de otros colegas y compañeros. Ese joven escucha cómo aquellos profesores y alumnos hablan mal de una obra de la escuela y dicen, además, que los estudiantes que participan en ella son lo peor que le pudo pasar al teatro. El joven no puede evitar preguntarse si sus maestros hablarán de él de esa misma manera. -Si los estudiantes somos tan malos, por qué no desaparecemos las escuelas de arte- se pregunta aquel joven estudiante.

¿Nadie se ha preguntado si las escuelas y los maestros son los que realmente no sirven para formar artistas? Mamet dice al respecto: “La educación formal para el actor no sólo es inútil, sino que es perjudicial. Acentúa el modelo académico y niega la primacía del intercambio con el público… La escuela nos enseña a obedecer y la obediencia en el teatro no os llevará a ningún sitio…”[2] ¿Por qué la culpa, entonces, se le adjudica siempre al estudiante? ¿Acaso él no va con total disposición siguiendo una promesa que no se cumplirá? No salimos artistas de la escuela de arte. Pero todos lo sabemos, maestros y alumnos (alumnos que no se auto engañan, claro), sin embargo pasamos de primero a segundo, de segundo a tercero y egresamos. Escuchamos a los maestros, no todos, hablar mal de tal o cual alumno y colega. Y no se hace nada. No se es riguroso con la verdad. Las escuelas necesitan un mínimo de estudiantes para poder funcionar (encima de para poder validarse ante el Estado). Ya lo dijo Stanislavski en su autobiografía: “Sin dotes y sin talento no se debe ir al drama. En la escuela de arte dramático no es así. Allí se hace indispensable tener un mínimo de estudiantes que pagan por sus estudios. Y no todo el mundo que paga tiene talento ni se puede convertir en actor… Pagan los que tienen menos aptitudes o los que carecen de ellas. Ellos sostienen materialmente a la escuela, mantienen a los profesores y proporcionan calefacción al piso. Y este es el resultado: para dar formación a un dotado es necesario engañar a cientos de incapaces.”[3] Pero cómo sabemos si somos un dotado en formación o un incapaz engañado. En quién confiar si los maestros no terminan de ponerse de acuerdo y para unos somos maravillosos y para otros no tenemos esperanzas, o peor aún, nos aprueban, pero luego nos enteramos que lo hacen sólo para no cargar con la responsabilidad de reprobarnos. Cómo confiar en ellos si sus juicios muchas veces se ven afectados por la empatía o antipatía que tengan hacia nosotros. En qué confiar entonces si este es, asimismo, un país en el que se aplauden nombres y no propuestas, sin olvidar que aquí la cortesía es más valiosa que la exigencia por la honestidad artística.

Egreso de la licenciatura en actuación viendo con tristeza que Stanislavski ha muerto. Salimos de la carrera sin haber logrado a veces ni un momento de verdad. Diciendo te amo en escena y apenas mostrando el más insignificante aprecio y viendo cómo todos jugamos otro juego que no es el del verdadero teatro (el juego de la verdad), sino el juego de hacer como que hacemos y sonreír complacientes aceptando nuestra mentira. A final de cuentas el público va a nuestros exámenes, se sienta y aunque se duerma se despierta para aplaudir. Nosotros hacemos como que actuamos y el público hace como que es espectador. Ese es el nuevo juego del teatro aprendido en las academias: el sinsentido y el vacío. Lo desolador de esta situación es que estas dinámicas nacidas de las escuelas se extienden al teatro profesional.  No hablo de todas las producciones del país, pero como le oí una vez a alguien: “Sí, México tiene una de las carteleras más grandes del mundo, ¿pero cuánto de ese teatro vale la pena?” ¿Desde hace cuánto que el teatro podría haber dejado de existir en nuestro país y su pérdida sólo la lloraríamos los creadores? O tal vez ni nosotros.

Stanislavski ha muerto. Las escuelas de teatro se erigen sobre su cadáver.

 

ricardo

 

 

[1] Texto publicado en la revista mensual Santo y Seña. No 22 Agosto 2014. Año 2. Pp 10-11

[2] MAMET, David. Verdadero y falso. Herejía y sentido común para el actor. Traducción: Josep Costa, Alba Editorial, colección Artes Escénicas, España, 2011, p.24.

[3] STANISLAVSKI, Konstantín. Mi vida en el arte. Traducción: Jorge Saura y Bibicharifa Jakimziánova, Alba Editorial, colección Artes Escénicas, España, 2013, p.99.

Reseñas

«Stop Kiss» La fuerza incontrolable de un beso bien mojado

por Zavel Castro 15 diciembre, 2016

¿Por qué nos preocupa tanto la vida personal de los otros? Es como si nuestra propia vida no nos bastara para entretenernos y tuviéramos que asomarnos constantemente a espiar a los vecinos para darnos de qué hablar. Estoy consciente de que ninguna vida es lo suficientemente extraordinaria como para satisfacer nuestras curiosidades y esta sed de compararnos con los otros. Estamos llenos de vacío. Sin embargo, podríamos procurar hacer algo interesante para matar el tiempo, algo, que por lo menos no se emparentara directamente con los vicios de la ociosidad y el prejuicio que nos impulsa a ver a los demás. Peor aún, a ver y a juzgarlos.

Señalamos a los otros para diferenciarnos de ellos. Somos además poco humildes y punto menos que seres despreciables. Nos valemos de cualquier excusa, cualquier postura y cualquier discurso para descalificar a los que consideramos inferiores por apartarse de lo que nosotros creemos que es “el camino correcto” (porque así nos lo han hecho creer, porque respondemos con obediencia al dogma). Nos regodeamos dejando al descubierto todo aquello que hemos determinado “sucio” (desde el discurso higienista), “pecaminoso” (desde el religioso), “monstruoso” y “anormal” (desde la cultura popular).

Este juicio recae las más de las veces en las conductas sexuales porque somos aún una sociedad altamente conservadora aunque pregonemos lo contrario. De poco ha servido la supuesta “Revolución Sexual”. No hemos sabido romper con el legado negativo del patriarcado. Somos terriblemente machistas a veces sin darnos cuenta. Aún el “primer mundo” como creemos que es Estados Unidos y una de las ciudades más importantes para Occidente Moderno: Nueva York.

Foto: Darío Castro

Foto: Darío Castro

Las últimas elecciones han demostrado que el auge económico y los avances tecnológicos poco tienen que ver con la racionalidad, que ser potencia no significa que los ciudadanos que se benefician de esta posición sean culturalmente superiores, algunos son tan puritanos como desde sus orígenes, su comprensión del mundo va guiada de una cerrazón de mente impresionante. Son inflexibles, intolerantes y poderosos. Todo esto se traduce en agresiones hacia el grupo que ellos consideran ofensivo, sin más explicación que esta.

Este panorama es retratado en “Stop Kiss”, obra escrita por Diana Son, montada en su versión original para el circuito off de Broadway, y dirigida en su versión mexicana por Sebastián Sánchez Amunátegui. La historia contada a partir de la intercalación de tiempos que la dividen a manera de episodios entre tragedia y comedia ligera, narra la historia de Callie (Claudia Nin) y Sara (Alondra Pavón), dos mujeres que coinciden por casualidad en la “Gran Manzana” cuya continua convivencia deviene con el paso de los días en complicidad e intimidad. Y es que toda amistad es potencialmente una relación romántica. Se quieren, se importan, pasan tiempo juntas, se quieren, se extrañan. Son compatibles. Se atraen. La conjunción de estos factores origina –naturalmente- un beso que será interrumpido precisamente por un personaje que materializa todas las características de las sociedades retrógradas de las que hablé en un principio.[1]

Evidentemente, la relevancia del montaje, la pertinencia de contar esta historia, radica en su mensaje a favor de la tolerancia, en la aspiración (que comparto absolutamente) de que algún día “lesbiana”, en Nueva York, en la Ciudad de México y en cualquier parte, deje de ser considerado un insulto, la reivindicación de que la fuerza de un beso apunte únicamente al deseo y con suerte al amor en lugar de seguir siendo un manifiesto político. La obra reniega de los usos culposos de la carne, de tener que explicar qué hacemos, con cuántos y por qué. Es una protesta y una proclama a favor de la libertad. Que nada nos impida besar a quien quiera besarnos. En público y en privado. Que nada nos avergüence. Teatro que desinhibe, expone y reclama.

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[1] Resulta importantísimo reparar en la importancia de la coincidencia de que esta obra, al igual que “Un Corazón Normal” de la que hablé  en: http://aplaudirdepie.com/un-corazon-normal-una-obra-para-arrancar-prejuicios-desde-la-raiz/ proviene del circuito de Broadway y sin embargo incide perfectamente en las preocupaciones de los espectadores teatrales de la Ciudad de México. La relevancia y pertinencia son incuestionables, pero habría que preguntarnos el por qué ésta acusada preocupación por los derechos sexuales no resulta en dramaturgias propias y nacionales en lugar de recurrir a la exportación…

Críticas

Asatia. Concierto de cuerdas en honor a la desesperanza

por Zavel Castro 6 diciembre, 2016

No cabe duda de que el mundo está pasando por una época sombría. El fallecimiento de Fidel Castro y la pérdida absoluta de los ideales revolucionarios que representaba, la victoria del Brexit en Inglaterra, la elección de Donald Trump como nuevo presidente norteamericano, y por puesto la conciencia de las incontables muertes y desapariciones, la desigualdad, la impunidad, la corrupción y la violencia descarnada que se sabe y se siente en nuestro país, impactan y justifican a las creaciones artísticas de las que no escapa el teatro. Es así que nos enfrentamos a una generación de teatristas mexicanos con poéticas sostenidas en una visión pesimista del estado de las cosas. No podía ser de otra manera.

Las propuestas de esta juventud que ha abandonado toda esperanza, devienen en dramaturgias que dan cuenta de

Foto: Darío Castro

Foto: Darío Castro

su desolación. Tal es el caso de “Asatia”, una obra del Colectivo Berenjena, dirigida por Eduardo Orozco e interpretada por él mismo en compañía de Verónica Bravo. Por cierto, este montaje está cobijado, avalado, asesorado y producido como primer proyecto de la beca de «la vaquita», apoyo económico y artístico que brinda la compañía de Teatro Independiente Vaca 35, encabezado por Damián Cervantes.  

La trama se desenvuelve de acuerdo a los cánones de las comedias románticas. En realidad se trata de una historia de amor bastante simple. Una chica con aspiraciones artísticas, dedicada más por inercia que por pasión a la música clásica, que es toda ella un cliché de lo que es ser supuestamente distinto al resto de los mortales y que se revela muy pronto como una mujer ordinaria que por creerse más sensible que quienes le rodean nunca acabó por integrarse a  ellos, de pronto conoce a un chico dedicado a disfrutar la vida, esto es, sin planes a futuro concretos, con una inclinación al mundo el arte -del que ella se siente dueña-, mucho menos acusada pero más honesta. La diferencia fundamental entre ambos personajes es la alegría de vivir que ella nunca consigue y que el conquista sin proponérselo, porque una no es lo que dice ser y el otro es auténtico.

El torpe enamoramiento ente los personajes es bastante breve pero lo suficientemente trascendente para ellos, como para sembrar una duda sobre sus respectivos caminos ¿Qué pasaría si decidieran intentar construir una historia de amor? Ella tendría que abandonar sus planes demasiado rígidos y él tendría que abandonar la contemplación y el disfrute, sumarse a las obligaciones de ella, para estar a su ritmo ¿Estarán dispuestos a arriesgarse el uno por el otro? Naturalmente, eligen tomar distancia.

 

foto: darío castro

foto: darío castro

 

La historia funciona en buena medida gracias a la escenografía, iluminación y vestuario a cargo de Natalia Sedano y Salmah Beydoun, así como a la musicalización de Chris Mckenzie. Estos elementos otorgan densidad, nutren y complejizan las escenas, nos hacen pensar que quizá entre los personajes si bien no hubo amor, por lo menos hay atisbos de romance. No hubo intimidad a pesar del sexo, pero pudieron haber sido mucho más. Porque uno no deja de pensar en el otro, no se extrañan pero se recuerdan de vez en cuando. Y esto es importante, porque el olvido en estos tiempos de sustitución inmediata, de zapping emocional, de pasar de una persona a otra es tan fácil, que es preciso querer en quien piensa en nosotros.

Los personajes, que no son más que seres llenos de vacío descubren que acaso el amor no es tan importante como para vivir por él. Al final se descubre que tan en serio van con su pesimismo que no es otra cosa que el reflejo del pensamiento de la generación de teatristas que mencionaba al inicio. Estamos frente a una comunidad artística adicta y adepta a hablar de fracaso y desamor, de todo lo que no pudo ser, de todo lo que no pudo decirse, de promesas rotas. Llevan el “no se puede” en la punta de la lengua, con coraje se lamentan, estamos a un año de conmemorar el centenario de la revolución mexicana con artistas todo menos revolucionarios, simplemente porque no hay esperanza.

“Asatia” da cuenta de nuestro teatro triste a través de la historia de la vida de una mujer que se enamora para descubrir que nada vale la pena. Frente al estado de las cosas ¿nos esperan más obras que aconsejen abandonar la vida? ¿Iremos a llorar a la butaca? ¿Estamos dispuestos a regodearnos en nuestros dolores? ¿El teatro ha dejado de ser un alivio, un descanso, un entretenimiento? ¿Qué está pasando con esta generación de teatristas desencantados de la vida? ¿No pensamos confrontar al mundo? ¿No nadaremos contra corriente? ¿Somos ahora oscuros y conformistas?  Retractamos la realidad.

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Reseñas

UMBRA: Una cartografía para la ausencia

por Zavel Castro 23 noviembre, 2016

Extrañar es acaso el verbo más difícil del conjugar. Quiero decir que el sentimiento que implica es una herida abierta que no se piensa nunca en pasado porque nunca ha de cicatrizar; “te extrañé” no existe porque aún conservo el recuerdo del vacío de tu ausencia, “te extrañaré” es una promesa que ya contiene el dolor de la pérdida. Sé que algún día no estarás más conmigo… “Te extraño” es siempre en presente.

Regresa.

Y es que todos padecemos las ausencias, si existe algo peor que esto debe ser la incertidumbre, si sé que te fuiste pero no puedo ni imaginar dónde estás o qué ha sido de ti, me angustio y me pierdo contigo. No soy más. No me habito. Sin ti, sin la idea de ti, el mundo ha perdido sentido, ya no me significa. No vivo en él. Estoy en él. Pero no soy más parte suya. No estás y el llanto no me purifica. No me consuela. Sé que no regresarás. Ha pasado mucho tiempo desde que te fuiste ¿Me abandonaste o simplemente olvidaste cómo regresar a casa? ¿Estás bien? ¿Te ha pasado algo? ¿Me necesitas? ¿Puedo ayudarte?

Vuelve. Te lo ruego.

Esta sensación que acompaña una ausencia como la que dejó ese alguien en quien pienso al escribir los primeros párrafos, es el motor principal de “UMBRA. Una cartografía para la ausencia”, obra escrita y dirigida por Gabriela Román, interpretada por ella misma, Cecilia de los Santos, Stefanie Izquierdo y Delfino Vergara. El montaje inspirado en las reacciones emotivas que provoca el fenómeno de las desapariciones forzadas en las dictaduras latinoamericanas –aunque sitúa su antecedente directo en la Alemania Nazi-. Román, ha traducido el dolor de los familiares, amigos, amores y todos aquellos que esperan que alguien vuelva, especialmente porque se le ha arrebatado la posibilidad de hacerlo y eso es indignante, en una obra que no escatima en recursos para enfatizar la magnitud del problema.

Es así que tenemos una propuesta documental lúdica interactiva que apuesta por el convivio y la generación de una comunidad empática y solidaria.

Pensada para un público joven, no hay forma en que el espectador no se integre a las dinámicas que suceden frente a sus ojos o cuente con su participación directa. Como dije, los recursos no son pocos: material audiovisual punto menos que permanente, fragmentos de entrevistas con ex presidentes mexicanos, documentales históricos, testimonios, “The Big Bang Theory”, videos musicales, partidos de fútbol, etcétera. Las escenas se resuelven a manera de: subasta cuya puja depende de los “precios” de desaparecidos por país,  bailes populares de los países de los que hablan mientras refieren cronológicamente los sucesos, juegos de mesa basados en la repartición del mundo (una especie de “Monopoly”), un programa de concursos, una declaración en el MP, una fiesta de cumpleaños en la que se invita a los espectadores a comer pastel, la simulación de un round de lucha libre y un karaoke.

Evidentemente sostenida en una investigación de poco más de un año, UMBRA es el resultado de un proceso de búsqueda, un esfuerzo que vale la pena celebrar. Y es que para los integrantes de Teatro Ariles, era importante hacer notar que las desapariciones forzadas no sólo ocurrieron con el caso Ayotzinapa, sino que es una práctica política perpetua de la que siempre valdrá la pena hablar desde el teatro, plataforma de conciencia y denuncia por antonomasia. UMBRA, efectivamente traza un mapa para encontrarnos con nosotros mismos y aquellos a los que extrañamos. Una propuesta fresca llevada a escena con toda honestidad.  Una obra pertinente en todo caso. A todos nos hace falta alguien ¿Cómo llenar ese vacío?

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Reflexiones

¿Qué fue de «Cervantes Off»?

por Zavel Castro 11 noviembre, 2016

Se sabe y se dice que la reflexión es incompatible con la prisa. Para hablar de cualquier cosa es necesario dejar  pasar la emoción del  momento. Es por esta convicción que he dejado pasar tantos días para hablar del “Cervantes Off”, hasta ahora uno de los proyectos teatrales que más han merecido mis desvelos y en el cual tuve la suerte de estar profundamente involucrada. Como sea, en tanto que como decía Monsiváis, “un halago en boca propia es apenas canapé”, me avocaré a referir a grandes rasgos el propósito de hacer posibles los montajes dejando a un lado el anecdotario curatorial.

“Cervantes off” fue una invitación a compañías teatrales independientes dirigidas por teatristas con poéticas o búsquedas escénicas fascinantes y alternativas en la medida de lo posible dentro del panorama artístico mexicano. Busqué creadores capaces de hacer teatro bajo cualquier condición y circunstancia, en cualquier espacio, sin quejas ni reparos, creadores que supieran encontrar la resolución poética ante los problemas técnicos, que supieran hacer uso de la mínima producción y con la mayor fuerza estética. Invité pues, a un grupo de provocadores para que me enloquecieran. Aquellos que contradiciendo la tradición concentrada en el efecto sin prestar atención al contenido, apostaran en cambio por el teatro vivo, al que solo le basta la encarnación de un texto en un cuerpo poético para estallar.

En tanto que la XLIV edición del Festival Internacional Cervantino se trató de la mayor celebración mundial a Miguel de Cervantes Saavedra, queríamos conseguir acaso por primera vez en la historia nos apasionaran los entremeses y comedias de esta figura emblemática de la literatura occidental. Un poco a la manera del festival de off  que se realiza año con año (http://www.avignonleoff.com) y del enorme esfuerzo que representó la edición de los Teatros Ejemplares en la Argentina (https://teatrosejemplares.es/), quisimos actualizar a este fallido dramaturgo como nunca antes, queríamos darle la gloria que en vida jamás recibió.

Foto: DaríoCastro

Foto: DaríoCastro

La invitación fue aceptada por Tito Vasconcelos (La Nave de las Locas), Ana Francis Mor (La Mafia Cabaret), Martín López Brie (Teatro de Quimeras), Abril Mayett (Shake / Falstaff), Diego Álvarez Robledo (PRINCIPIO), Mauricio Durán y Miguel Estrada (Coproducción Ensamblerías-Tres Son Pocos), Ulises Cancino (Asociación Teatral Juana de Asbaje), Gemma Quiroz (Teatro Alteante de León), Ismael Hernández-Medina (Bisontes) y Sixto Castro Santillán. Personajes que durante este proceso revelaron sus egos sui generis  y reafirmaron su reputación en cuanto al impresionante talento.

La consigna para reinventar los textos Cervantinos era punto menos que desconocerlos, tomar algún aspecto inspirador (la trama, un personaje, un nombre, una escena, una imagen, incluso la negación de los mismos, la nada misma)  y hacer con ellos lo que les viniera en gana. Tenían en sus manos como pocas veces absoluta libertad creativa. Hubo quienes la abrazaron y otros que se acercaron a ella con mayor delicadeza, casi con temor; como sea, el resultado de este juego fueron versiones inimaginables que destrozaron por suerte los cánones clásicos que ya no tienen cabida en el presente. Simplemente porque somos otra época  y necesitamos cosas distintas. Tuvimos entonces dos cervantes cabaret (al estilo de carpa mexicana de los años treinta y europeizado y feminista), un cervantes sindicalizado luchando por los derechos de los trabajadores de la ficción, cercano a un cervantes social, un cervantes ópera-rock, un cervantes clown, un cervantes del México revolucionario, un cervantes para niños, un cervantes brechtiano y un cervantes posmodernísimo. Cabría mencionar en este punto que los espacios para la representación, la Mina del Nopal y la plaza San Roque (sitio del origen mismo del Festival)  sin duda alguna favorecieron los montajes. La importancia del encargo radicó en la necesaria innovación de los textos cervantinos escritos hacia 1580-1585, época de la profesionalización del teatro en España.[1] Los directores de Cervantes Off se dieron a la tarea de confrontar y cuestionar las obras  y se vieron forzados a descubrir su vigencia, a revitalizarlo, a darle, ya lo he dicho, la oportunidad de la gloria y el aplauso que no tuvo en su momento.

Así mismo “Cervantes Off” pretendió servir de plataforma exponencial para los directores con mayor atractivo escénico en la actualidad, tanto así como para dramaturgos y actores. Entre los mejores descubrimientos se encuentran la pluma de Ricardo Ruiz Lezama, quien creó «Said el monstruo» una obra infantil a partir de la intolerancia reflejada en “La Gran Sultana” y Juan Carlos Franco quien a partir e “Laberinto de Amor”, por fortuna se atrevió a hablar sobre el fracaso dramatúrgico de Cervantes en su obra»Laberinto deseo naufragio» y así obligar a la propia introspección de aquello que llamamos “éxito”, todo esto bajo un humor negro que consigue una angustia placentera. Por parte de los actores es imposible dejar de reconocer a Nick Angiuly, Mafer Vergara, Alex Gesso, Luis Esteban Galicia, Sergio Rüed, Mario Conde, Ramiro Piñón y por supuesto, Miguel Estrada.

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Foto: Darío Castro

Aparentemente, los propósitos del proyecto fueron cumplidos, Cervantes sirvió como potente inspirador de creaciones auténticas y autónomas, como expositor del talento nacional, volteó la mirada de los espectadores hacia aquello que vale la pena  ver, creadores que valen muchísmo la pena. Cervantes, creador y musa, promotor de grandes cosas. Así le hemos rendido homenaje.

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[1] Durante estos años se consolidaron las compañías profesionales de actores, surgieron las corralas de comedias como espacios fijos para la representación y el público que pagaba su entrada, exigía constantemente novedades. En este momento, Cervantes, según Carlos Mata Indurián, al contrario de Lope de Vega optó por seguir los cánones impuestos en el renacimiento, fórmula que se revelaría obsoleta.

Reflexiones

Mi experiencia en el Cervantes Off

por Aplaudir de Pie 20 octubre, 2016

Primera vez que escribo.

En esta ocasión me toco cubrir gran parte de la cartelera llamada “Cervantes off”, ofrecida por el Festival Internacional Cervantino, lo primero que pensé fue: “ un fin de semana lleno de teatro ¡Qué hermoso!” Por fin podría ver las adaptaciones de las obras de Cervantes, y lo mejor de todo, sin salir del DF (o CDMX, como se llama ahora). Este programa se presentó del 7 al 9 de octubre en el Centro Nacional de las Artes.

Es preciso comentarles que cuando voy al teatro normalmente disfruto las puestas en escena, creo que carezco de ese ojo crítico de mis colegas y generalmente cada función a la que asisto me deja encantado o quizás refleje mi actitud ante la vida, siempre busco las cosas buenas de todo.

Llegué a presenciar “La Casa de los celos, o quién la tiene más grande (la casa)» dirigida por Ana Francis Mor,  un montaje que con buena producción audiovisual, ingeniosa vestimenta y carismáticos personajes nos hizo reír bastante. Grata fue mi sorpresa al ver que los foros se llenaban casi en su totalidad, de gente de todas las edades, abuelos, padres de familia que llevaban a sus hijos para inculcarles el gusto por el teatro, parejas que buscaban una actividad diferente y por supuesto, gente apasionada por este arte tan efímero.

Al día siguiente la función era a medio día, con un calor intenso que no detuvo a los asistentes a presenciar “El vizcaino fingido”, obra de Ismael Hernández-Medina, adaptación del entremés del mismo título, que fue montada al en la plaza de la Danza; un espacio al aire libre pero afortunadamente techado. Lo mismo que el dia anterior:el espacio estaba lleno. Me llenó de alegría verlo porque siendo realista, fuera de las producciones más comerciales y publicitadas difícilmente veo llenos totales y además, se demuestra que el Festival no es solo un pretexto para que los jóvenes (y los no tan jóvenes) vayan a enfiestarse a Guanajuato.

Un poco más tarde tocó el turno de «Una  comedia entretenida», codirección de Miguel Estrada y Mauricio Durán, versión libre de «La Entretenida» y no me decepcionó. Bromas ingeniosas y actores talentosos que a su vez tocaban algún instrumento musical para acompañar la puesta en escena. Al terminar no sabia que hacer con ese tiempo libre entre obras; así que me puse a revisar el programa y a caminar por el CENART; y vi que justo estaba Urbaphonix, cinco músicos que crean melodías con objetos de su entorno, maravillando asi a los espectadores. Era un espectáculo ver como la gente los seguía por todo el lugar cual caravana para seguir viendo con qué más podían hacer música.Ya en la noche comenzó “De picaros, truhanes y actores” de Tito Vasconcelos, obra quizás mas enfocada al publico adulto por su mensaje y su vocabulario a veces subido de tono, con chistes que si bien no todos comprendíamos no dejaron de entretener al publico. Así concluía mi día.

A la mañana siguiente, mi niño interior (al cual siempre escucho y no dejo de interactuar con él se  maravilló con “Said el monstruo»dirigida por Gemma Quiroz, inspirada en la intolerancia ideológica manifiesta en «La Gran Sultana», puesta que con un bonito mensaje, canciones estupendas y una producción excelente logró captar la atención de los muchos niños que asistieron a la plaza de la Danza. Logré ver como en tres días la gente no dejó de asistir y algunos, como yo, entraban a dos o tres funciones en ese fin de semana. Yo quedé encantado, como ya he dicho, de todas las actividades ofrecidas… no me quiero imaginar la cantidad de cosas por ver en Guanajuato, no me aguanto las ganas de ya estar allá.

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Reflexiones

Cabudanne de Sos Poetas. ¿Y los festivales en México?

por Aplaudir de Pie 1 octubre, 2016

Hace unos días tuve la oportunidad de asistir al festival Cabudanne de Sos Poetas, que traducido de la lengua sarda sería “Septiembre de Poetas”. Durante los primeros 4 días de septiembre, desde hace 12 años, Seneghe pequeño pueblo de aproximadamente 1300 habitantes, organiza este festival entre su gente y para su gente. De la mañana a la noche e incluso hasta la madrugada, el pueblito al sur de Cerdeña, se convierte en anfitrion de escritores, poetas, músicos y actores. Se lee en voz alta, hay conciertos y laboratorios de teatro, música y fotografía; todo sin ningún costo. Año con año, Seneghe, hace una invitación a artistas de talla internacional, a participar con un espectáculo o bien a dar una clase magistral o conferencia. Son 4 días en el que Seneghe, localidad principalmente de pastores y campesinos que basa su economía en la producción de aceite de oliva, el agriturismo y el ganado; deja el arado, estaciona el tractor, mete al establo a ovejas y vacas y sale a ver teatro y a comprar libros.

Ante un evento de esta magnitud, como una actriz mexicana emigrada en Italia hace pocos meses, me pregunto cuál sería la experiencia artística equivalente en México. ¿Quién organiza los festivales de arte y cultura en nuestro país? Y lo más importante, ¿a quiénes va dirigido?. Tenemos el ejemplo del Festival Cervantino, de carácter internacional, conocido por todos en nuestro país como uno de los festivales que trae lo mejor del teatro, música y letras a México. Sin embargo, la queja principal al histórico festival que se celebra año con año en Guanajuato, es lo caro de sus precios, la incapacidad que tiene para acoger a todos los que quieran asistir y me surge la pregunta, ¿es un festival pensado para la gente de Guanajuato?.

No es novedad que el gremio teatral reciba la ya constante queja de que sólo se hace teatro para los teatreros, situando al arte y la cultura en México como un estrato elitista al que sólo pueden acceder no sólo aquello que lo puedan pagar, si no a quienes estén en grado de “entenderlo”.

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El Cabudanne nace como una iniciativa de la gente de Seneghe. Apoyados con patrocinios y fondos de la región, se trata de un grupo de viejos y jóvenes, interesados en promover la lengua sarda y hacer un intercambio con otros escritores, artistas y personajes de la cultura en el mundo. Obviamente, el teatro, como arte integrador, no podía faltar. Para tal motivo, se acude al Tetro delle Albe de la ciudad de Ravenna al norte de Italia, representado por el joven actor Roberto Magnani. El Teatro delle Albe desde su fundación en los años 90, inició con lo que posteriormente llamaría la Non- Scuola o la No- Escuela en español. La tesis de la No Escuela sostiene que el teatro no se enseña, se contagia. El teatro se plantea como un campo de juegos donde se va a sudar. El primer año del Festival, el joven Magnani conduciría el laboratorio de teatro con unos cuantos jóvenes del pueblo de Seneghe. Hoy, a 12 años de distancia son más de 50 alumnos de entre 5 y 16 años que en el lapso de 3 semanas montan una obra.

La pedagogía del Teatro delle Albe es jugar por el mero placer del juego. Jugar como juegan los niños futbol con un par de latas como portería y un balón a medio inflar. Jugar sin esquemas fijos, ni uniformes. Jugar con los pies descalzos sobre la tierra. Así se tiene un grupo de cuerpos vivos, en movimiento. Correr, caer, la tierra, el sol, el calor que se genera entre compañeros, estar juntos, equipo, coro, comunidad y de pronto estar ya sobre el escenario. Para esta compañía, escuela y teatro son palabras ajenas la una de la otra. “El teatro es un grandísimo campo de juegos donde uno tiene la oportunidad de convertirse en aquello que no es. La escuela es el gran teatro de la jerarquía.” Afirma Magnani. Así, después de tres semanas de juego intenso, tenemos una obra. Los textos dejan de ser recitados para ser resucitados. Se hace uso de la improvisación, la música, el canto. Los más pequeños siguen a los más grandes, los más grandes aprenden de los más pequeños.

El año pasado, se llevó a cabo nada más y nada menos que La Divina Comedia del también italiano Dante Alighieri. En el marco de tres días se hizo presente el infierno, el paraíso y el purgatorio. Este año en cambio, se optó por otro gran texto: Don Giovanni de Molière. El conocido personaje mujeriego que también inmortalizó José Zorrilla y Tirso de Molina y que es el favorito de los mexicanos época de Día de Muertos.

El escenario para la No Escuela, no tiene límites. La puesta en escena se lleva a cabo en el campo donde por la mañana pastan las ovejas o se va de un punto a otro, llevando a la gente en procesión al ritmo de “Alabama song”, clásico de Bertolt Brecht compuesto para “Auge y Caída de la Ciudad de Mahagonny”. Se han incluso ocupado ruinas arqueológicas como las imponentes torres de nuragues; se intervienen las plazas, las casas, los parques. Todo juega. El pueblo es cómplice. Incluso los más viejos participan haciendo una que otra comparsa.

En Seneghe durante 4 días corre el vino hecho en casa, el casizolu (queso artesanal sardo), el pan carasau hecho en horno de leña. Se come, se bebe y se convive mientras se ve teatro, se escucha música y se lee. Los pastores y campesinos se descubren a sí mismos amantes de la literatura y recitan de memoria versos de Dante sin siquiera saber leer y escribir.

Finalizado el festival, la gente vuelve a sus actividades cotidianas con deseos de celebrar el próximo Cabudanne. Los artistas regresan a sus casas. Otros deciden quedarse algunos días más enamorados de Cerdeña, de su mar y de su gente. Algunos jóvenes senegheses viajan a Ravenna, a conocer más sobre el Teatro delle Albe y considerar más seriamente el convertirse en actores. Las señoras apagan sus hornos después de que hicieron cantidades industriales de dulces de almendra para vender durante el festival, demostrando que el festival es también una oportunidad para generar ingresos. En Seneghe, regresa el silencio y se preparan para el invierno.

Este festival inveitablemente me hace cuestionarme sobre la situación del arte y cultura en nuestro país. ¿Existen iniciativas artísticas en México que involucren a todo un pueblo y que fungan, no sólo como promoción de la cultura de una comunidad, sino como un auténtico intercambio con otras manifestaciones?. Si es así, ¿dónde y desde cuándo?. ¿Será que en México hay un menosprecio hacia quién dirigir la cultura y el arte? Por ejemplo, este año, el Cabudanne trajo en concierto a Ernst Reijseger, músico holandés conocido por hacer la música de varias de las películas de Werner Herzog. En Italia existe el problema del racismo, pero en México existe el problema del clasismo que no es menor. ¿Será que el arte y la cultura en México están entonces permeados por una ideología clasista? ¿Ni siquiera el teatro escapa de la clase alta, media, baja?

Ojalá me equivoque. Ojalá la mirada en efecto esté sobre los pequeños grupos e iniciativas artísticas en México y no sólo sobre los grandes monstruos de la cultura. Ojalá el Cabudanne sea un ejemplo no para sentirnos comparados o atacados de que en Europa “todo es mejor”, si no para pensar cuán grande puede resultar los pequeño. Ojalá no acusen a la autora de este texto de Malinchismo. Ojalá y el teatro también se contagie a las pequeñas comunidades en México.

 

 

 

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Paulina Sabugal / @PauSabugal

Teatrera de corazón y espectadora de tiempo completo

 

 

Reseñas

Orégano, una obra para salir con una gran sonrisa

por Ricardo Ruiz Lezama 17 septiembre, 2016

De acuerdo a lo que plantea Brecht en sus reflexiones podemos inferir que su ideal de teatro sería uno comprometido con la realidad social,  que  invite a pensar de forma crítica nuestro entorno pero fundamentalmente divertido. Este dramaturgo alemán dedicó toda su vida a buscar ese teatro. No sé si lo encontró pero sin duda cambió la historia del teatro para siempre.

Desde la aparición de Brecht muchos creadores se han inspirado en sus ideas y el teatro político se reformuló y expandió. Ejemplos destacables en Latinoamérica los tenemos con Enrique Buenaventura, Augusto Boal, entre otros, quienes desarrollaron una obra crítica y emocionante.  También existen los casos no tan logrados que limitaron las posibilidades del teatro a un discurso, dando por resultado experiencias aburridas. Este último teatro es llamado por algunos “panfletario”, al parecer más un manifiesto que una obra de teatro. El teatro tiene sus propias necesidades y si se dejan de lado, puede ser interesante pero no necesariamente un suceso artístico.

Por eso siempre que aparecen obras que contienen una invitación a realizar una reflexión crítica sobre la sociedad sin dejar de lado la teatralidad y que se constituyen como acontecimientos poéticos contundentes, es digno de admiración. Una obra que contiene estas características es Orégano, creación del Colectivo Catapulta, escrita por Sergio Lobo y dirigida por Francisco Granados y Alan España, con las actuaciones de Fernando Villel, Francisco Granados, Mafer Vergara y Yair Gamboa.

Orégano, cuyo subtítulo es “la familia fracaso”, pone en perspectiva los mecanismos  de una de las estructuras políticas más fundamentales de los seres humanos: la familia. Invitándonos a la reflexión de distintas problemáticas que nos aquejan como humanidad, de una manera inteligente pero principalmente divertida.

En esta familia hay muchos deseos que no se han cumplido, frustraciones latentes, sueños que no levantan el vuelo, aspiraciones cargadas de imposibilidad, rencores no dichos y dolores no asumidos. Es una familia que se encuentra en un punto crítico emocionalmente, en donde el espacio que habitan –a manera de metáfora- da cuenta de esta desolación que se ha naturalizado y con la que los personajes viven o mejor dicho sobreviven. Es inevitable asociar esta dramaturgia con aquellas obras de la posguerra, categorizadas bajo la etiqueta de Teatro del absurdo por Martin Esslin, que dan cuenta de un mundo devastado. En el texto que propone Sergio Lobo la devastación está dada no por la guerra sino por la violencia de estos familiares que solo atinan a hacerse daño, por una especie de guerra íntima en donde difícilmente ninguno saldrá victorioso.

Con todo esto parecería que Orégano se trata de una obra trágica y podría ser porque como dice Marco Antonio de la Parra, “una comedia es una tragedia en piel de cordero”. Con lo cual es bueno subrayar que en Orégano no hay tiempo para lamentaciones por parte del espectador, todo lo que queda es soltar una sonora carcajada ante las situaciones que nos muestra la obra. En este sentido la risa funcionaría, para pensarlo con Brecht, como una especie de extrañamiento que no da lugar a la autocompasión sino que permite la posibilidad de pensar críticamente.

Sin duda esta compañía ha logrado consolidar un montaje de una gran calidad, mostrando que existen opciones en el teatro independiente que no le piden nada a obras del circuito institucional e incluso  del comercial. Todo en esta puesta en escena está sumamente cuidado, el diseño escenográfico por parte de Aldo Alemán y Alan España que da cuenta de las turbulencias internas que viven los personajes; las actuaciones extraordinarias de todo el elenco que encarnan la situación y nos transportan a esa otra realidad que plantea la dramaturgia; el texto que retrata muy bien las dinámicas nocivas de esta familia; la dirección que conjuga armoniosamente todos los elementos, logrando poner en perspectiva un reflejo de nosotros mismos y dejándonos al final la posibilidad de sentirnos aludidos y hacer algo por mejorar nuestro entorno o continuar como estamos y terminar siendo como aquella familia fracaso.

Orégano es sin duda una propuesta imperdible de la cartelera actual. Una obra para pasar un gran momento, salir con una gran sonrisa y si se quiere, solo si se quiere, reflexionar y tratar de mejorar un poco el mundo, como Brecht hubiera soñado.

ricardo

 

 

 

Reflexiones

Ni un teatro menos, no a la desaparición del Foro Shakespeare

por Ricardo Ruiz Lezama 17 septiembre, 2016

Ningún teatro debería cerrar. En un país lleno de cinismo siempre será indispensable un lugar que sensibilice; en un país lleno de manipulación mediática siempre será necesario un lugar donde se hable de lo que no se habla, que se mire desde donde no se mira. Un teatro es tantas cosas y sirve para tanto pero no puede ponerse en términos capitalistas; la contribución de un teatro está dirigido al espíritu de la sociedad. Mucha gente no ha ido al teatro porque hacen falta teatros. Mucha gente que no ha vuelto al teatro es porque tal vez vio algo que consideró desagradable, pero en el teatro caben todos los teatros -es democrático- la idea de lo «bueno» y «malo» es diferente a como nos tienen acostumbrados los medios masivos, el teatro no sólo busca ser un entretenimiento efectivo; hay política desde el discurso o desde lo estético, hay ética, hay poesía, hay tanto que no cabe en un etcétera y además en muchos casos busca experiencias desalientes, por eso a veces puede ser incómodo. El teatro no es la tele, el cine ni el internet. Parece una obviedad pero esto es fundamental para entender aquello que propone.

Todos los que amamos ir al teatro es porque alguna vez tuvimos una experiencia extraordinaria en uno de ellos. Aquel que haya pasado un mal momento en el teatro le recomiendo que intente otra vez, seguro un día vivirá lo que no podría encontrar en ningún otro lugar y desde ese momento el teatro se volverá una necesidad en él. Y es difícil dar razones lógicas porque el teatro nos conecta con lo originario, con el cuerpo, con lo instintivo, con lo ritual. En ese sentido se parece al amor -símil que puede sonar gastado pero que es sumamente preciso- parecería que no provee ningún beneficio en términos de productividad o utilidad y sin embargo sería absurdo buscar que no hubiera más amor en el mundo porque no representa ganancias dentro de una mirada capitalista.

El teatro es revolucionario y más en este momento. No hago discriminación en el tipo de teatro, todo -al final- sigue reencontrándonos con los otros; fundamental en esta era cada vez más solitaria, cada vez más incomunicada. Ningún teatro debería cerrar y nadie debería alegrarse por ello ni ser indiferente. Los problemas por los que pasa el Foro Shakespeare, la vulnerabilidad en la que se encuentra, es en la que están todos los teatros independientes en México. Cualquier teatro independiente podría desaparecer de un momento a otro porque no hay ninguna legislación que los proteja. Si la comunidad teatral -espectadores, productores, creadores- no empezamos desde hoy a ver por nuestros teatros, van a desaparecer. La lucha de uno es la lucha de todos. Este caso particular debería servir para lo general. Los foros tienen que unirse con creadores, espectadores y aquellos que se quieran sumar. Se necesita pensar en corto plazo y a largo plazo, se necesitan leyes que protejan y regulen los espacios independientes, garantizando su supervivencia y permitiendo la posibilidad de que cada día hayan más. ¿Se puede lograr? Claro, el mismo teatro es un ejemplo de cómo la realidad puede ser modificada, de cómo un grupo de gente, mediante la unión, hacen posible lo imposible.

Ya me lo había preguntado antes y me lo vuelvo a preguntar ahora, porque hay preguntas en las que siempre hay que insistir. ¿Cuándo se va a unir toda la comunidad teatral para realizar acciones en conjunto y mejorar las condiciones de nuestros teatros independientes? En Aplaudir de Pie estamos más que dispuestos.

ricardo

Reflexiones

Aceptar el error

por Zavel Castro 10 septiembre, 2016

Con el tiempo he aprendido a aceptar el error en el teatro. La aprehensión de esta actitud –como crítica y espectadora- no fue una tarea sencilla, al contrario, fue un proceso que me llevó bastantes esfuerzos, una especie de lucha en contra de mí misma en la que finalmente resultaron triunfantes la comprensión y la tolerancia. Para esto fue necesario entender que el error es el elemento sustancial en el teatro, que uno no existe sin el otro y que su mutua convivencia es  necesaria y significante para la escena. El error en el teatro enfatiza que no hay arte más humano que este.

Y es que el error hace al teatro ser lo que es. Tiene más cabida en él que en la música, en la danza clásica o en cualquier deporte, en donde su presencia es punto menos que imperdonable. En esos campos lo odian y lo maldicen, lo han exiliado y él ha encontrado su lugar en lo que a nosotros nos compete. Es preciso aceptarlo como a uno de nosotros, es nuestro camarada, ya ha sufrido bastante con el exilio de sitios lejanos. No le daremos otro portazo en la cara. Fundamentalmente, el error teatral es aceptable durante el proceso de creación.

Una obra de teatro es producto de el ejercicio constante de la prueba y el error, una exposición de la belleza que solo se consigue tras experimentar una serie de fracasos. Pero la presencia de la equivocación no termina ahí, también es aceptable que el error se presente en las funciones. Esto no quiere decir que las mejores  funciones que he tenido ocasión de ver, sean aquellas que tienen cada aspecto obsesivamente estudiado y pulido aún cuando se permitan improvisar de acuerdo a las reacciones del público. En estas funciones supremas que alcanzan el estatuto de acontecimiento artístico el error es imperceptible o quizá incluso inexistente.

En las obras de teatro restantes (que quizás por la misma presencia del error nunca alcanzar a conformarse como acontecimientos), el error se presenta función tras función encarnado las más de las veces por los actores quienes olvidan o confunden una palabra, una línea. Tartamudean, se pierden en el diálogo, se distraen, olvidan. Hubo un tiempo en que mi inflexibilidad me obligaba a reprobar cualquier descuido. Me dejaba guiar por la idea de que todo arte debe perseguir la perfección y que por lo tanto cualquier falla por parte de los artistas demeritaba al arte mismo y demostraba su falta de talento o peor aún, de profesionalismo. Soportaba mejor esto en lo que yo consideraba teatro amateur, pero en aquel que se decía profesional cualquier asomo de equivocación merecía  mi parecer la descalificación absoluta.

Hace apenas algunos días que asistí a una función en la que además de estar presente en las palabras del elenco, el error había extendido su poder al área técnica. Los encargados de la iluminación no seguían con atención la función y olvidaban los cambios de luces y los efectos de sonido en los momentos importantes, poniendo en aprietos a los actores que no pudieron disimular las fallas y que decidieron en cambio explicitarlas con humor (afortunadamente la obra era cómica). En otros tiempos esta serie de cuestiones me habrían hecho enfurecer y despotricar con mi acompañante. Me gustaba y aún me gusta un poco la atribución de severidad hacia la imagen ideal del crítico. Ahora, si bien no he llegado a “adorar” el error, lo acepto. Sin dejar de añorar que todas las obras se esfuercen por acogerlo lo menos posible o evidentemente. Que si el error está, sea cuando menos sutil y reparable.

Esta aceptación del error como materia prima del teatro y la observación cercana de los procesos de algunos amigos teatristas que me han permitido estar en sus ensayos y me han compartido sus peripecias y angustias con las que han tenido que lidiar para materializar una idea, ha hecho que baje la cabeza ante su tarea titánica, acepte el error y me concentre en si la obra funciona a pesar del mismo –el espectador es generoso y perdona muchas cosas- . Sea el error en el teatro entonces bienvenido en una justa medida, director y actores más cuidadosos y que el crítico se relaje un poco.

zavel-firma

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