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Críticas

Un fin de semana dedicado ¿al amor?

por Zavel Castro 20 abril, 2017

 

Raúl Serrano dice que hay tres tipos de conflictos que sostienen la trama de cualquier obra dramática clásica –en oposición a las posmodernidades que día a día se multiplican y que con esto dificultan voluntariamente su lectura y análisis-. Los conflictos son entonces, conflicto de los personajes consigo mismos, conflicto del personaje con otro y conflicto de personaje con el mundo o con alguna entidad metafísica (algunas obras contienen a los tres). Muchas veces la problemática atraviesa por o se desencadena a partir de alguna tensión relacionada al ámbito romántico, pasional o amoroso. Es así que decimos que el amor es uno de los grandes temas del teatro, punto menos que omnipresente, recurrente y necesario como lo es en la vida cotidiana más allá de los escenarios. Especialmente (por su teatralidad implícita)  el amor expresado meramente en el deseo carnal y de posesión simbólica del otro, ya sea momentánea, que si bien no abarca la magnitud de la potencia amorosa constituye una de sus fuerzas más abrasadoras justificando cualquier impulso y, sobre todo, para el tema que nos interesa, casi cualquier resolución escénica.

En el teatro se expresa el deseo amoroso de muy distintas maneras, sin lugar a dudas las manifestaciones más acusadas dan cuenta de la ideología, fiel representante de la realidad social del sitio donde tenga lugar la representación. Dicho esto puedo intentar una aproximación a la comprensión del tratamiento que se le da al “amor” manifiesto en las preferencias carnales de un personaje, es decir, si prefiere acostarse con un personaje antes que con otro por cualquier motivo, a partir de dos obras de teatro de la cartelera de  la Ciudad de México: “El otro lado de la cama” y “Tr3s”. Ambas obras reflejarían la idea imperante sobre el amor de la clase media alta a la que pertenecen sus personajes y al mismo tiempo, los espectadores a los que van dirigidos los montajes.[1]

Me enamoré de alguien más ¿Qué importa quién es?

EL OTRO LADO 3

“El Otro lado de la Cama” escrita por David Serrano y dirigida en México por Ricardo Díaz sigue el desarrollo de una comedia de enredos, es ligera y se agiliza aún más por los números musicales con los que se acompañan las escenas relevantes de la historia de dos parejas de amigos que se intercambian sexualmente mediante traiciones (son infieles unos con otros) motivados simplemente por atracciones momentáneas. En este montaje no encontramos complejidad alguna, son simplemente personajes simpáticos (diríamos que todos los miembros del elenco tienen charming) sin mucho más que contar que con quién se acuestan y con quién andan. Un montaje superficial para pasar el rato. Mejor aún si se aprovecha la venta de bebidas alcohólicas en el teatro.

Por cierto que la historia es contada desde una óptica masculina, el peso de la narración recae en “Pedro” (Erick Elías), quien es dejado por su novia “Paola” (Tessa Ia) enseguida busca a la novia  (Camila Sodi) de su amigo (Sebastián Zurita) como una especie de venganza desviada. Esta obra se presenta sin mayor pretensión que ofrecer al público que la oportunidad de ver “actuar” a los “famosos”. La historia atrapa –pero no cautiva- de la misma manera que lo haría escuchar una conversación de amigos en algún café, en la que contaran cómo van con sus respectivas búsquedas sexuales y con mayor suerte amorosas, todos permeados de una moral conservadora que motiva al ocultamiento del deseo y a la culpa posterior a la realización del acto.

Culpa que por cierto no existe en el universo propuesto en “Tr3s” escrita y dirigida por José Alberto Gallardo. Esta obra que da tratamiento al tema amoroso también mediante las inclinaciones sexuales del personaje principal “Tom” (Harif Ovalle) a quien vemos aburrirse de su pareja actual y descargar su libido inmediatamente en “Bety” (Andrea Guerrero), ambas estudiantes mientras que él es profesor por lo que aprovecha su lugar privilegiado de poder para ejercer una seducción poco ética y bastante común. Con ninguna de ellas tiene una relación profunda ni completamente placentera. No se complementan y realmente no establecen algún vínculo significante, por lo que parece no importar. La ruptura de la relación principal produce un desequilibro pasajero – al igual que “En otro lado de la cama” que se arregla rápidamente con la sustitución de la pareja.

Aunque el lenguaje matemático empleado en “Tr3s” es por lo menos interesante, ambas obras instalan al espectador en el terreno del zapping emocional, de la dictadura del tinder y los encuentros tan esporádicos como desechables, correspondiente al amor en los tiempos posmodernos urbanos de clase media alta como decía al principio, donde todo es reemplazable, el amor es irrelevante, las historias románticas son simplonas, vacías, insustanciales, los conflictos son pretextos para pasar de un cuerpo a otro sin que esto tampoco signifique gran cosa.

Insisto entonces: el teatro da cuenta de la realidad cultural (la ideología omnipresente), ¿esto significa entonces que según ambos montajes importa más con quién nos acostamos que de quién nos enamoramos? ¿Significa que el amor ha dejado de inspirar emociones profundas para ser simplemente un vehículo de entretenimiento como cualquier otra actividad ociosa? ¿Son estos conflictos superfluos de los que nutrimos nuestro teatro? ¿Son estas ideas ramplonas las que sostienen nuestra idea del amor?

Zavel

 

 

[1] Deducción válida tras el análisis de la localización de los teatros donde se presenta, pertenencia al circuito cultural e incluso localidades de los boletos especialmente los del Foro Cultural Chapultepec donde tiene lugar “El Otro Lado de la Cama”, obra absolutamente comercial sin pretensiones artísticas, mientras que “Tres” pertenece al género atribuido por Dubatti como teatro comercial artístico, que buscaría una mayor relevancia discursiva y exigiría mejores interpretaciones.

Reseñas

EXTASIS 9:05: un poema para el fin del mundo.

por Aplaudir de Pie 4 abril, 2017

EXTASIS 9:05: un poema para el fin del mundo.

Teatro Sensorama

Autoría y dirección: Demian Lerma y Edzna García

Ha llegado el fin del mundo y seguramente sabrías qué decirle a tus personas más cercanas, pero ¿qué te dirías a ti?

 

Es el fin del mundo  y estoy en Ciudad de México, no en mi ciudad natal ni mucho menos en mi país, estoy a más de 2000 kilómetros de distancia de mi familia y amigos, y el mundo se está acabando, no lo veo, pero lo siento, siento como las rocas chocan contra mi cuerpo,  escucho como las alarmas suenan, los gritos se escuchan cada vez más fuerte, las personas corren, huele a destrucción, sí, a destrucción porque también esta tiene aroma.

«Éxtasis» es una obra que narra por diferentes medios -se trata de una pripuesta kinestésica-  lo que sucede en México frente este apocalipsis inminente (esperemos que sólo ocurra en la imaginación de los directores). Una lluvia de meteoritos amenaza con acabar con todo lo que conocemos ahora como tierra, familia, amigos, vecinos, todo.Tengo los ojos vendados y una campana me indica que puedo destaparlos, observo a una pareja que está esperando el fin de los días, se aman físicamente,  se tocan, se sienten. Al vendarnos los ojos de nuevo, asistimos a esa danza de cuerpos, con olor a flores… siento cómo pasa por nuestra piel algo suave…

Otra vez las campanas, ahora veo una escena donde una madre trata de “engañar” a su hija para que no se dé cuenta que el fin del mundo ha llegado, le dice cuanto la ama y yo sólo puedo pensar en mi mamá que está tan lejos y que también trataría de cuidarme y evitarme cualquier sufrimiento. Cuadros aparentemente distantes muestran qué hace una pareja los últimos minutos de su vida, cómo una hija se despide de su padre por medio de una llamada telefónica sabiendo que no podrá abrazarlo una última vez, cómo afrontan algunos la idea de la muerte ya sea yendo a la selva por ejemplo, pero también nos llevan a un concierto y de paseo antes de terminar “nuestra vida”. Al final de la obra comprendemos que estos cuadros “separados” se corresponden unos a otros, configurando la obra de tal manera que construyen un mundo completo, tan fuerte que puede hacernossentir ahí, en la situación,  entrar en ella y recorrer nuestros recuerdos emocionales y así conectarnos completamente con el montaje.

Vuelvo a cubrirme los ojos, y a descubrirlos y a cubrirlos otra vez, así por dos horas más o menos, entre presenciar visualmente cuadros que están tan cerca que parece que los vives con ellos y sentir, dos horas que dediqué a sentir el teatro con mi cuerpo, con la memoria. Recordé que he vivido y que afortunadamente no era el fin del mundo y que podría volver a casa junto a mi familia y amigos en unos meses. Hay muchas formas de acercarse al teatro: verlo, leerlo, estudiarlo, hacerlo desde cualquiera de sus formas. Sensorama propone otra forma de acercarnos: desde los sentidos. Esto es importante:  detenerse a sentir en un mundo que va cada vez más rápido y donde todos somos ahora seres netamente visuales, cerrar los ojos para poder ver, recordar y vivir con el cuerpo.

En Sensorama se experimenta otro teatro, ya que dejamos de ser solo asistentes que observan lo que pasa en un escenario y pasamos a hacer parte de la obra misma gracias a nuestro cuerpo que sirve de puente entre ambos; nosotros y la obra gracias a los recuerdos que cada espectador lleva, cada uno vive una obra distinta pero que a fin de cuentas nos hacen recordar los momentos en la vida en que hemos amado,  otros en los que hemos sido felices y algunos que inevitablemente hemos sufrido.

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Verónica Valencia

estudiante de letras, clown y amante del hecho teatral

 

Reflexiones

Segundo Aniversario. Nosotros y el Teatro

por Zavel Castro 3 abril, 2017

Cumplimos dos años de compartir nuestras reflexiones en torno al fenómeno teatral, y es que Aplaudir de Pie ha nacido con la idea de ser un espacio para compartir pensamiento sobre el fenómeno teatral y ha crecido con la idea de ser parte de la comunidad artística y crítica de cualquier sitio que tenga ganas de dialogar con nosotros. Para nosotros el teatro es un convivio, por lo que se trata de compartir; rechazamos por tanto, todas las divisiones que respondan a estímulos e intereses individuales que nos separen como comunidad. Nos hermanamos así con todas las páginas de teatro independientes que han nacido antes y después de nosotros por amor al teatro. El surgimiento de los espacios independientes nos reconforta porque son una ventana de libertad que resquebraja hegemonías, escuelas de pensamiento e imperios de opinión cerrados y ortodoxos. Todos juntos somos la nueva escuela de crítica teatral. La renovación es importante. La actualización generacional también lo es.

Motivados por este ánimo de compartir estamos siempre dispuestos a debatir y conversar, a intercambiar puntos de vista enriquecedores. Es por esto que en dos años hemos expandido nuestras fronteras, ahora somos parte del mapa teatral en Buenos Aires (nuestro punto de origen), la Ciudad de México y amenazamos con llegar pronto a Medellín. Y estamos en todas partes donde el pensamiento puede ser libre –aunque es nuestro deber devenido en placer personal argumentar toda opinión-, desde nuestro sitio, pero también en Facebook, Twitter  e Instagram.  Nos llena de júbilo haber nacido en este siglo de paraísos virtuales.

Estamos felices de llegar a este punto, hemos laburado mucho para hacerle honores a nuestra pasión por el teatro, a él nos acercamos devota pero no sumisamente, nos ponemos frente a frente suyo para admirarlo sin idealizarlo porque creemos que solo así será posible comprenderlo. Es el arte más humano de todos, es complejo e imperfecto como nosotros.  Lo tratamos como un objeto de deseo fascinante,  estudiamos todo el tiempo, vamos a todas las funciones que podemos, nos preocupa entender. Lo miramos y obtenemos fotografías grandiosas, reflexionamos en torno suyo. Celebramos su existencia, reclamamos las injusticias en su contra y nos alegramos con sus logros y alcances. Seguiremos riendo, llorando, discutiendo, pensando y haciéndole fotografías al teatro, agradecidos con quienes nos han invitado a ver sus montajes y con quienes nos siguen y leen. Vamos por más todos juntos.

 

 

Zavel, Ricardo, Darío, Manya y Verónica

Reflexiones

Teatro y nuevas tecnologías en la Ciudad de México

por Zavel Castro 29 marzo, 2017

En atención a la verdad declaro desde el inicio que el gérmen de esta reflexión fue la observación de dos obras que estuvieron simultáneamente en la cartelera de la Ciudad de México. Me refiero a “Raíz” con la dirección y dramaturgia a cargo de Diego Álvarez Robledo y de “Épica de la Inmediatez”, escrita y dirigida por Hugo Abraham Wirth. Ambas obras proponían la utilización de una app que el público tendría que descargar para vivir la full experience, aunque no pasaba demasiado si no lo hacían, simplemente tendrían que conformarse con la experiencia “convencional”.

“Raíz” trata algunos de los temas que persiguen a Álvarez Robledo desde hace algún tiempo -estos temas los encontramos en Animalia, Bestiario Humano y Los Exóditas-: la conformación de las civilizaciones, el comportamiento de las sociedades y la complejidad de la habitación del mundo por parte de criaturas que aun emiten señales del “salvajismo” que aseguró la supervivencia en otro tiempo.[1] Mientras que “Épica de la Inmediatez” es una obra de suspenso que va sobre la desaparición de una mujer y las dificultades para señalar al culpable a pesar de las pruebas conseguidas a partir de las herramientas tecnológicas, como el celular de la chica perdida y la utilización de las redes sociales. Más allá de la opinión que pueda tener sobre las no muy logradas construcciones de personajes, dirección de actores y propiamente interpretación de los actores en ambos montajes, me concentraré en referir la intervención de la tecnología por medio de las aplicaciones en ambas obras que resulta también fallida debido a que ambas se encuentran en estado de prueba.[2]

Lo cierto es que a pesar de ser un producto inacabado y de las fallas de las aplicaciones cada una propone a su manera una participación más activa por parte del público. En “Raíz” se le concede la autoridad para decidir el curso de la historia, ya que la app muestra dos opciones de escenas a elegir para definir la progresión narrativa y “Épica de la Inmediatez” invita al público a aprovechar una libertad de movimiento al que no está acostumbrado.[3] La app de la obra de Wirth sirve para acompañar la narración con los mensajes (virtuales) que leen los personajes y con una especie de cámara que muestra en acción y en tiempo real la preparación de unos actores para otra puesta en escena fuera del teatro en que se presenta «Época…».

Sabemos que las aplicaciones no se encuentran disponibles aún es su presentación final, debido a que en «Épica de la Inmediatez», es el propio director quien casi al finalizar el montaje declara esto frente al público, haciéndose cargo del «problema» -que no afecta en absoluto el desarrollo de la obra- con total honestidad creativa, participandonos así de los resultados conseguidos hasta entonces. Mientras que de «Raíz» lo supimos en una entrevista posterior a Álvarez Robledo. Suponemos que este estado intermedio de ambas aplicaciones pueda deberse a condiciones económicas que no facilitan la producción de montajes con nuevas tecnologías; hemos sido testigos de la dificultad con que estas obras pudieron realizarse, «Raíz» por ejemplo, contó en un principio con un apoyo de Efiteatro que les asignaría determinada cantidad que al final no pudo concretarse y debido a esto posteriormente tuvo que recurrir a un programa de fondeo de participación colectiva. Señal de que el presupuesto no alcanza.

Es necesario referir la valentía y el arrojo con que Álvarez Robledo y Wirth se han comprometido en este esfuerzo por incorporar estas tecnologías a la escena, proponiendo formas teatrales alternativas; hasta ahora en la Ciudad de México, por “nuevas tecnologías” se entendía la utilización de proyecciones que sustituían la escenografía o fungían de mero ornamento. Por tanto, la intención de crear apps para que convivan intencionalmente con el desarrollo dramático, en un país en el que los recursos culturales por parte del Estado son insuficientes merece nuestro reconocimiento.

En este punto conviene recordar el cuestionamiento que se hacía Martín López Brie respecto a las “estéticas de la precariedad” en un texto que trataba de encontrar en las condiciones económicas del país y bajo las cuales funcionan la mayoría de las compañías de teatro (independientes), la justificación de los “resultados empobrecidos”:

“Por ejemplo, cuando el modelo estético que se busca seguir es el de un director o compañía consagrada  que admiramos, pero no contamos con las mismas condiciones de producción, necesariamente tendremos un resultado empobrecido […] Si solo contamos con fuerza de trabajo y muchas ganas, ¿a dónde podemos llegar? No dudo que muy lejos, pero difícilmente al mismo lugar que nuestro modelo.”[4]

En resumidas cuentas, para conseguir una obra de teatro que ocupe la creación de apps y la aplicación de tecnologías de último nivel como sucede en el utópico teatro de primer mundo -como en Alemania y en Tokio-, una obra con estas características y requerimientos, para ser “acabada” y con mejores resultados – en este caso, la exitosa interacción del público con el dispositivo virtual al mismo tiempo que el escénico/de cuerpo presente- precisa de una mayor inversión económica. Mientras tanto, tendremos buenos prototipos que darán cuenta de la intención de algunas compañías de incluirse en la vanguardia tecnológica. En este sentido, “Raíz” y “Épica de la Inmediatez” acaso marquen el inicio de un movimiento interesante que algún día logre consolidarse.

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[1] Tema que por cierto también se ve retratado en “Homo Empaticus” a cargo de la compañía mexicana TransLímite, bajo la dirección de Cecilia Ramírez Romo. Me concentro en este aspecto en la crítica “Homo Empaticus. Civilización y Barbarie”:  http://aplaudirdepie.com/homo-empaticus-civilizacion-y-barbarie/

[2] Siendo entonces prototipos de obras, no podemos hablar de ellas como productos acabados. En este sentido, no hubiera sido lo correcto (ética y profesionalmente) presentarlas a medios y espectadores como ¿Work in progress?  Lanzo esta pregunta con todo respeto, lanzo la botella al mar y espero con paciencia alguna respuesta.

[3] Inmediata e inconscientemente se colocan en una fila tras una cuarta pared imaginaria a pesar de que se les invita a estar literalmente en cualquier lugar de la escena, incluso dentro de la misma.

[4] “Estéticas de la precariedad y economía de los afectos”, en: http://martinlopezbrie.blogspot.mx/2017/03/esteticas-de-la-precariedad-y-economia.html?m=1 (consultada por última vez el 28 de marzo de 2017).

Reseñas

Hombres Delay

por Aplaudir de Pie 15 marzo, 2017

En un mundo que, tecnológicamente, avanza más rápido que nosotros, hay que hacer un verdadero esfuerzo por no quedarse atrás, no todos nacimos con el chip integrado; Esteban Gutiérrez lo tiene muy claro, antaño podía vivir perfectamente sin redes sociales, y con un celularcito para llamar y contestar únicamente, pero la vida le enseñó que si no estás dentro, estás fuera, no hay nada en medio.

Hombres Delay, bajo la maravillosa dirección de Gabriel Wolf, con las increíbles, divertidas e hilarantes actuaciones de Diego Carreño y Leandro Aita, nos enfrenta a la realidad de un mundo tecnológico que no acepta un no por respuesta a sus requerimientos de actualización.

El protagonista no juzga ni repudia la tecnología, simplemente, no se le da; él quisiera quedarse tranquilo, pensando en la planeación de su boda, que es bastante pronto, pero un intruso cibernético que se hace pasar por él en Facebook, le provoca abrir su propia cuenta, no sólo de Facebook, sino de Twitter, Instagram, y hasta de Snapchat.

Esto será solamente el principio del fin, conseguirá un trabajo, pero un grave malentendido provocado por azares tecnológicos, lo llevará, no sólo a quedar desempleado nuevamente, sino a cancelar su matrimonio y a decirle cosas espantosas a su suegra.

Solo, y con una casi nula posibilidad de reivindicación, Esteban deberá enfrentarse a este nuevo mundo que lo asusta e inquieta, pero mágicamente aparece una posibilidad para mejorar el panorama, un robot que postea por él cosas inteligentes y divertidas que lo hacen popular y que todas las chicas quieran salir con él, pero las cosas se tornan difíciles cuando el robot comienza a salirse de control, y a ser, tal vez, demasiado desubicado.

A cada paso que Esteban da, la tecnología le sigue demostrando que jamás serán el uno para el otro.

Diego Carreño interpreta de una forma espectacular, entrañable y tierna a este desubicado y confundido protagonista, de la mano de la también increíble, multifacética y sincera actuación de Leandro Aita, que interpreta a varios personajes que van apareciendo en la vida de Esteban.

La puesta es modesta, pero usa de una manera original y virtuosa los recursos con los que cuenta; el ambiente que genera entre los espectadores es invaluable, risas y comentarios por doquier, todo muy sincero y con amor, eso lo agradezco como público y como creadora.

Bien dice el dicho “Si no puedes contra ellos, úneteles”, y así, como Esteban, vamos todos flojitos y cooperando, trotando al ritmo de la tecnología, con nuestros tropezones y excentricidades, pero ahí vamos.

Recomendadísima.

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Manya Loría. Dramaturga, directora de teatro y actriz

Críticas

Homo Empaticus. Civilización y barbarie

por Zavel Castro 20 febrero, 2017

¿Qué puede salir mal en una sociedad cuya funcionalidad ha sido planeada con precisión y cuidado para que todo salga bien? En un futuro impreciso se ha creado un mundo que se antoja alterno, dependiente por completo de la empatía. En esta ficción que no llega a realidad ni fantasía, sino más bien a simulacro, la amabilidad es un imperativo categórico. Lo políticamente correcto se dice y se hace con el fin de no ofender a nadie. Los malos entendidos son evitados a toda costa. Se utilizan eufemismos para evadir verdades. Se diluyen también las identidades de género determinantes y condicionantes en tanto a los roles que deberían interpretar, llamándose “personas” en lugar de hombres  y mujeres.  Todo esto porque el disgusto no es una posibilidad.

La compañía TransLímite a cargo de la dirección de Cecilia Ramírez Romo, presenta la obra escrita por Rebekka Kricheldorf sumándose con esto al cuestionamiento de la sociedad ideal, para responder a través del teatro, que simplemente esto no existe, que es un ideal tan frágil como cualquiera y que se desvanece al pensarlo con calma. No es difícil comprender por qué  han decidido montar esta dramaturgia de tendencia intelectual puesto que encona a la perfección con la búsqueda que los ha caracterizado hasta ahora, su inclinación a la investigación y resignificación de los elementos que articulan la idiosincrasia de nuestro país y acaso de nuestra generación.

El  montaje responde a una estética “científica” pues es gracias a la aplicación e ingesta de ciertas “sustancias” que las personas que habitan ese mundo raro pueden combatir algunas de las reacciones naturales o instintivas, que muchas veces se configuran en lo que a partir del psicoanálisis se conoce como “mecanismos de defensa”  que podrían provocar fallas en el sistema: celos, envidia, deseos sexuales no correspondidos, apetencias no satisfechas, frustraciones a pesar de las injusticias, victimización, agresión. Todo esto queda fuera en atención de una artificialización que combate la bestialidad y el salvajismo a la que tanto temor ofrenda la idea de civilización.[1]

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En esta construcción satírica y crítica, en este “mundo ideal”, tanto como en el nuestro, el sexo es el detonante de las peores conductas, sigue siendo percibido como un factor peligroso no siempre relacionado al amor y menos aún al amor libre. Si bien aquí ha logrado desprenderse de connotaciones morales no ha conseguido desaparecer la necesidad de posesión de un cuerpo por otro. Normal si tomamos en cuenta su extraordinario y algunas veces irresistible poder. Esta idea replica el mito bíblico de la manzana mordida y el despertar del deseo, la discordia que esto despierta, la vergüenza, las rivalidades. Siguiendo esta idea el sexo contendría también nuestra perdición como humanos y como sociedades si nos dejamos llevar. La sociedad ideal incluso monta una obra de teatro para representar el salvajismo de hombres y mujeres en otros tiempos, sus vicios, su sexualidad desbordada, toda la violencia de la que es capaz. Teatro dentro del teatro dentro del teatro. Mundos dentro otros.  Esta escena ha sido quizás la mejor lograda en la función a la que tuvimos oportunidad de asistir.

La reflexión de la sociedad, el discurso crítico de Kricheldorf, es puesto en carne por: Dulce Mariel, Manuel Cruz Vivas, Eugenio Rubio, Alejandro Zavaleta, Diana Sedano (en video) y -quienes merecen atención especial por sus destacadas interpretaciones- Daniela Luque y Myrna Moguel. Sus actuaciones, tanto como la disposición espacial del público en el teatro el Granero del Centro Cultural del Bosque, obliga a los espectadores a reconocerse y confrontarse en esa realidad otra que muchas veces han soñado, en ese mundo más justo cuya imposibilidad conlleva a la desesperanza. Todo puede siempre salir mal. No son los factores. No es el contexto. Es la interacción humana lo que degenera la perfección.

“Homo Empaticus” es un montaje que incita al pensamiento sin dejar de estar artísticamente bien logrado. Entretenido sin tener por ello que ser ligero. La dirección es certera. La dramaturgia impecable. Es en esta obra en la que hay que detener la mirada. Es una obra a la que hay que ir. Un trabajo por el que ha valido la pena ser espectador.

 

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[1] Esta oposición, “bestialidad/civilización” sería la idea fundamental del progreso social por lo menos desde la Edad Media. Para comprender mejor el funcionamiento dialéctico del mismo sugerimos la lectura de “Los bárbaros: ensayo sobre la mutación.” de Alessandro Baricco. Disponible en: http://www.elboomeran.com/upload/ficheros/obras/los_barbaros_2.pdf (consultado por última vez el 20 de febrero de 2017).

Críticas

El apego. Crecer es aprender a despedirse

por Zavel Castro 20 febrero, 2017

El teatro es un corazón abierto que nos permite entrar en él para habitar momentáneamente mundos distintos, es también unos brazos abiertos que nos reciben y nos consuelan, es un espejo en el que nos reconocemos y es una herida y un recuerdo que  duele mucho y que se abre a cada tanto para volvernos a lastimar más. Nunca es demasiado. Nunca es suficiente y pocas cosas nos hacen llorar más que reconocer las pérdidas. La invocación de la ausencia. El personaje que se evoca es más poderoso que el personaje que se ve.

Piezas dice en uno de sus raps dolientes, que crecer es aprender a despedirse. Y esto es así. Nadie dice que el camino sea fácil de andar. A veces hay que dejar ir a la gente que quisimos, a veces a las que nunca dejaremos de querer. Unos de los adioses más difíciles debe ser sin duda alguna la de los padres ¿Qué pasa cuando se van para siempre? Emiliano Dionisi, dramaturgo y director argentino de El Apego, responde con un montaje vivo que no hay más que hacer con la irremisible pérdida que llorarlas. También somos aquello que dejamos ir.

Esta obra conmueve por la verdad que transmite, por la honestidad que motivó tanto la escritura del texto  como las interpretaciones de Miguel Pérez Enciso (quien en una de las escenas nos regala una virtuosa secuencia corporal) Guillermo Revilla y Alejandro Piedras, actores mexicanos, hacen un mismo personaje, que versionan a partir de sus caracteres individuales.[1]

Lo entrañable de la obra se logra también gracias al trabajo de Tentzing Ortega, escenógrafo me iluminador y de Aldo Vázquez Yela, vestuarista. Juntos han creado un espacio que contagia sensación de hogar, creando una casita de barrio que podría ubicarse en cualquier lugar de la Argentina o México y más allá de estos confines. Es una casita en la que cualquier espectador siente que podría haber vivido, rodeada de fotografías familiares, llena de nostalgia. Lo mismo los vestuarios, que remiten a un tiempo pasado y a una clase media, elementos que rehúyen el énfasis y  la obviedad sin dejar de ser por esto fácilmente reconocibles.

El apego va sobre la ausencia de los padres y sobre el proceso que genera este vacío. La etapa de la enfermedad que suele ser la más difícil de sobrellevar, aquella que nos parece eterna y que nos cambia para siempre nuestra relación con el mundo. Cuando la vida impone el cuidado de los padres nada vuelve a ser lo mismo. Es cierto que cuidar puede ser el acto más amoroso posible, más aún cuando se tratan de los últimos días de una persona que nos cuidó durante nuestros primeros, pero como dijo Didanwy Kent[2], también puede ser un acto profundamente violento, absolutamente transgresor, pensar que sabemos exactamente qué necesita el otro e imponérselo “por su bien”.

 ¿Qué es cuidar? Pocas veces se piensa en todo lo que esto implica.  El que tiene que ser cuidado, el que pierde sus facultades para depender del otro, el que abandona todas sus fuerzas contra su voluntad se siente al mismo tiempo agradecido y humillado. Más aún cuando la relación natural se ha invertido, porque antes los padres nos han cuidado a nosotros y para ellos así debería seguir siendo. La inversión de papeles es siempre sorpresiva, ofensiva. El cuidador sacrifica su vida al que necesita de él, en este sentido ¿Quién pierde más? ¿El padre cuando cuida al hijo o el hijo cuando cuida al padre?

La obra es impactante, incluso el aplauso del público es un tanto silencioso. Las verdades paralizan. La emoción se contiene para explotar en llantos tardíos. Y es que Dionisi ha hablado de lo que no debe hablarse. Y es que el talento argentino es así, que vuelve teatro, que vuelve oro lo que toca. Nos afecta. Nos deja pensando en nuestros propios apegos y en los adioses que se adivinan.

 

 

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[1] La obra está escrita originalmente como un monólogo, pero gracias a la premura con la que tenía que realizarse el montaje (tuvieron solo 3 semanas de ensayos y director y actores nunca antes habían trabajado juntos), Dionisi adaptó el texto subdividiéndolo o desdoblando al personaje original en 3 para facilitar memorización y dirección,  complejizándolo a su vez.

[2] En una sesión del seminario otorgado por Jorge Dubatti como parte del programa del Festival Universitario de  Teatro, generador por cierto de la vinculación de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), vínculo responsable del montaje de Dionisi.

 

Reflexiones

Leer o no leer teatro

por Ricardo Ruiz Lezama 6 febrero, 2017

Hace tiempo uno de nuestros seguidores de la página comentó que no le gustaba leer teatro, nosotros le recomendamos algunos textos dramáticos e inmediatamente apareció otro seguidor para pronunciarse con una sentencia lapidaria: “El teatro no está hecho para ser leído”. Sí, esto último es cierto hasta cierto punto; si revisamos la historia del teatro podemos descubrir algo que ha permanecido casi intacto; la prioridad del teatro, su razón de ser, es el encuentro presencial. ¿Pero entonces los textos son meras reminiscencias de acontecimientos ya perdidos para siempre?

Descreo de toda afirmación absoluta en los terrenos del arte. “El teatro es…” “El teatro ‘sirve’ para…”. Por ello, por mi costumbre habitual de dudar, no me pareció convincente aquella afirmación de que el teatro no está hecho para ser leído. Quizá el teatro existe para el convivio entre personas, pero eso no significa que una dramaturgia carezca de valor propio como fenómeno artístico. Creo que el teatro leído puede brindarnos una experiencia estética, nunca capaz de sustituir la experiencia presencial, pero sí capaz de conmovernos.

Para el gran dramaturgo y maestro de dramaturgos Mauricio Kartun un texto dramático clásico es una braza que espera su oportunidad para arder nuevamente sobre la escena. Los posibilitadores de que aquella flama cobre potencia renovada pueden ser tantos, tan variados, y diversos que no podemos enlistarlos todos –de intentarlo caeríamos en la trampa de la simplificación por medio de categorías-, pero mencionaré uno para ejemplificar: el contexto puede revivir alguna dramaturgia por tener resonancias con el tiempo en que la obra fue escrita. Del mismo modo pienso que un texto dramático, no solo clásico sino también alguno que tenga potencial de vida, de ser encarnado entrañable y poderosamente, tiene la capacidad de arder en la mente y corazón de quién lo lee. Shakespeare puede ser un ejemplo de esto. Yo francamente nunca he tenido la fortuna de estar frente a una puesta en escena de Shakespeare que sea un acontecimiento, pero sus textos arden, muchas frases -aún en las traducciones-, muchas de las situaciones y conflictos planteados por el bardo son capaces estremecernos y dejarnos meditativos o eufóricos como un buen poema o una gran novela. Y sí, no es teatro propiamente dicho, pero es un suceso literario.

Es cierto que por las características del teatro, la escritura dramática es una escritura incompleta -como recuerdo haber leído que afirmaba en una entrevista del dramaturgo, director y actor argentino Rafael Spregelburd-. Es una escritura incompleta porque al estar pensada para un cuerpo y un espacio, siempre necesitará del lector una exigencia mayor pero también creo que con la práctica uno puede llegar a leer teatro fluidamente y sin dificultades, disfrutándolo e imaginando.  Con lo cual estoy a favor y recomiendo el acercamiento a la dramaturgia como una posibilidad estética. Sí, es cierto que leer teatro no es tener la experiencia del teatro pensándolo desde la idea del acontecimiento planteada por Badiou, la lectura nunca remplazará eso inexplicable que produce asistir al teatro, aquel contacto con el misterio, con aquello milagroso que nos hace volver a intentar revivir la sensación de asombro asistiendo a una función tras otra hasta recuperarlo o repetir infinidad de veces un mismo espectáculo, pero  siendo francos a veces el acontecimiento  ni  en el teatro mismo sucede y uno está en la butaca queriendo hacer zapping. Nada, ni ir al teatro ni leerlo, garantiza una experiencia trascendente, pero sin duda en la lectura de teatro algún día encontrarán alguna puerta a sensaciones nuevas y maravillosas que los harán querer repetir la experiencia.

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Reseñas

I <3 NY

por Zavel Castro 6 febrero, 2017

Dos personas se conocen en el vagón del metro en Nueva York. Se miran y se gustan. Se coquetean. Una se anima a acercarse a la otra para preguntarle su nombre. Conversan un poco y salen juntos del vagón para seguir platicando en una cafetería cercana. Ambas se encuentran de paso por esa ciudad, sólo que a una le queda menos tiempo que a la otra. Una de estas personas es árabe, otra, mexicana. Salvaguardando las diferencias culturales, las dos buscan el amor y cuando creen que lo encuentran se dedican a contarla, cada cual en su versión. Cuentan su historia a los espectadores que, como ellos, buscan también ese milagro que empieza con una coincidencia y que dura motivado por una decisión.

Respetando la convención que dicta que toda estructura debe seguir un inicio, un nudo o problema y un desenlace, estas personas se ven obligadas a sortear el problema de la distancia cuando se encuentran separados por vivir realmente en distintos países así como el de la desconfianza, porque se han tratado demasiado poco como para realmente entregarse a una relación con escasas certezas y probabilidades de éxito. Han pasado solo una buena tarde juntas. Ni siquiera una de las mejores. ¿Por qué atreverse entonces? Simplemente porque se han gustado y porque se han caído bien y eso no pasa todos los días. Tienen ganas de vivir una historia de amor. Tienen ganas de enamorarse o de creer que lo están. Y de convencer a alguien de la autenticidad de sus sentimientos. En este caso ese alguien es un público con quien comparten sus vivencias y quien termina siendo cómplice y testigo. Las interacciones con él son acertadas, los chistes caen siempre. La experiencia encuentra en él a un gran interlocutor.

Foto; Darío Castro

Foto; Darío Castro

 

Y es que todo amor es una ficción. Es una historia digna de narrarse. Todo amor es importante. Más aún en estos tiempos donde lo que se fomenta es el odio, la intolerancia, el racismo y la violencia manifiesta en cualquier forma. El amor hoy en día es uno de los mayores actos de rebeldía, uno de los más poderosos. Lo mismo que el teatro. Lo importante es ir en contra. Resistir. No dejarse vencer por aquello que impera. Desde el discurso de la política se nos aconseja el egoísmo y el ataque a todo lo que sea distinto y la otredad es infinita. Vamos hacia la guerra. Por eso más que nunca el amor vale la pena.

Es precisamente el tema de “I love NY” (el amor en estos tiempos de vacío) lo que justifica su pertinencia. Este montaje ligero, cuenta con muy poca producción, apenas dos actores, dos sillas, una pantalla  y unas cuantas imágenes que al proyectarse darán lugar a la escenografía; una prueba más de que al teatro no le hace falta demasiado ornamento para ser entretenido. Al final, el público no sabrá si lo que le han contado en el teatro sucedió en realidad. Si el amor fue posible o imaginario. Como todos.

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Reseñas

Angélique. Siempre vamos hacia otro lado

por Zavel Castro 5 febrero, 2017

Quienes salimos de casa para no volver más esperamos dejar en los que se quedan recuerdos que brillen cada noche cuando cierren los ojos. Queremos que piensen en nosotros y esbocen una pequeña o qué mejor una gran sonrisa. Quisiéramos dejar nuestro amor palpable por todas partes, besos entre las sábanas, abrazos por los rincones, quisiéramos también que nuestra ausencia doliera un poco, tener la certeza de que seremos inolvidables.

Angelique (3)

Foto: Darío Castro

Para emprender el eterno viaje no podemos llevar demasiado en las maletas, acaso un puñado de canciones, porque la música viaja ligera y no hay algo que contenga mejor nuestras emociones, no hay algo que mejor las comprenda. Una melodía nos regresa de manera instantánea a aquel lugar que nos hizo felices, nos hace pensar en la gente que nos significa, nos cambia el ánimo o lo profundiza, abre viejas heridas y nos consuela. Mayormente la música sirve para momentos de añoranza. Para extrañar profundamente. Suspirar y dejar ir.

Avanzamos. Somos todos migrantes, como Angélique, quien nos cuenta que ha llegado a la Ciudad de México desde Francia. Ha llegado en la década de los sesenta. En un puerto se ha despedido para siempre de su madre, ha embarcado simplemente para irse sin buscar algo en particular. Se ha ido de casa para recuperar la capacidad de sorprenderse a cada paso en un lugar que desconoce, con una cultura ajena. Ha decidido ser una extraña. Y ha querido dejar un amor tranquilo para lanzarse hacia otros inciertos. Asegura que después de ella los hombres se vuelven guapos.

Foto: Darío Castro

Foto: Darío Castro

Angélique goza tanto como sufre su partida. Su peregrinar infinito. Su color de piel la expone a ser vista con la admiración que supone lo distinto, pero también con el temor que explica la intolerancia. A ser señalada por ser más oscura, como si esto en verdad marcara una diferencia. Sabe que está a la mitad de dos mundos, el que era y el que es, su lugar de origen y la ciudad donde quiere estar. Ella misma es distinta todo el tiempo, se reinventa para seguir su camino. No le da miedo decir adiós. Nos canta su historia. Nos baila. Nos cuenta chistes. Nos entretiene. Tenemos el placer de conocerla en una función de cabaret. Descubrimos en ella a una amante del placer que como tal no desconoce el hecho de que la vida es constantemente un instante irrepetible. Hoy hay. Mañana, quién sabe.  Cuando sabemos que algo se va acabar disfrutamos más los últimos minutos.

Es una mujer que no se arrepiente de nada. Pertenece a la secta de los traviesos. Nos dice que es una pecadora con experiencia. En ella habita la alegría de vivir que no se apaga ya ni con el desamor, ni con el racismo que sufre en todas partes. Sabe que hay gente que tiene más prejuicios que verdades y sigue cantando para que caigamos en su hechizo, para que creamos todo lo que nos dice aunque nos advierta toda la noche que mentir es algo que le gusta y que le sale muy bien. Es una mujer coqueta que tiene dividido el corazón y comparte con música las dos partes.  Angélique es una obra perfecta para los que andamos de un lado a otro para sufrir por lo que se ha dejado, para soñar lo que no se tiene. Para los que aún escribimos cartas. Para los que estamos a la mitad. Para los que no podemos acostumbrarnos. Para los que la vida es siempre ir más allá. Siempre hacia otro lado. Para los que amamos todas las noches como si fuera la última.

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