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Reflexiones

Desafío Titanic

por Aplaudir de Pie 13 noviembre, 2018

Cuánto tiempo estamos dispuestos a invertir sentados en la oscuridad? Lo más común es que las obras duren una o dos horas, ese es un tiempo razonable para el cual está preparado el corazón de cualquier espectador. ¿Pero qué sucede con las obras que están fuera de ese margen? Las que duran dos horas y media, por ejemplo, ya significan una inversión de tiempo extraordinaria a pesar de que solamente superan por treinta minutos el espectro de la normalidad. Esos treinta minutos, sin embargo, nos obligan a tomar aire antes de entrar a la sala. Una obra de tres horas significa una reelaboración completa en la rutina del espectador. Hay que conseguir quién le dé de cenar a los gatos, quién duerma a los niños, comer bien, tomar café y llevar un dulce en el bolsillo por si las dudas, además de que se hace indispensable entrar al baño entre la primera y la segunda llamada y mentalizarse para que no vuelvan a llegar las ganas hasta el intermedio (o hasta el final, si es de esas obras que encima de largas, son posesivas). Es una cantidad de tiempo importante porque en tres horas se pueden hacer muchas cosas: ir de la Ciudad de México a Querétaro, preparar alrededor de cincuenta paquetes de palomitas en el microondas, o la clásica: ver Titanic .

Lo deseable es que ir al teatro a ver una obra de 180 minutos resulte más gratificante que llorar por Leonardo DiCaprio, viajar a provincia o hacerse de una cantidad obscena de palomitas. Pero no siempre se puede. Si de por sí las obras de 60 minutos corren el riesgo de salir mal (así como corre el riesgo cualquier cosa que hagamos los humanos, que nadie se ofenda), parece que triplicando esa cifra se triplican también las probabilidades de que aquello sea un desastre. O quizá es una ilusión derivada de la inversión de tiempo, donde esta puede ser directamente proporcional al pesar y al desasosiego. Porque hay que reconocerlo: una mala obra de una hora no nos quita nada, pero una mala obra de tres nos arruina la vida. Nos lleva meses recuperar ese tiempo perdido. Es una ilusión injusta, si se quiere, pero una ilusión que existe.

¿Qué necesita una obra para merecer una duración de tres horas? Por lo general estaremos frente a una historia basada en la anécdota, con personajes de amplias trayectorias y conflictos intrincados que requieren largos planteamientos y largos desarrollos. Y esto nos lleva a la aparente certeza de que una obra de estas características por fuerza fue escrita en un siglo diferente al nuestro. Esto no quiere decir que los dramaturgos contemporáneos no están interesados en obras de tan largo aliento, pero si bien no son duraciones extintas, sí son tan difíciles de ver como las vaquitas marinas. En este sentido, es probable que el gran enemigo de las obras con duración de un Titanic sea el mito de que en esta era tecnológica tan propensa a la inmediatez, es un despropósito pedirle a los cerebros de homo sapiens que se concentren una octava parte de su día en una misma cosa. Y es que dicen que ya no aguantamos nada; por eso la ola de obras de 15 minutos, que cuando surgieron parecían ser la solución obvia y la salvación del teatro, pero que con el paso del tiempo se volvieron una opción más en la cartelera.

No se trata solamente de una cuestión de tiempo. Me atrevo a decir que lo que necesita una obra para durar tres horas es lo mismo que otra necesita para durar 15 minutos. Una mezcla de historia, contenido, actuaciones, lógica, frescura, ritmo, emoción, sorpresa, seducción… Algo de todo eso nos hechiza y estamos dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias con esa realidad que se nos presenta y que por mucho que se parezca a la nuestra, no lo es. Seguramente los hacedores de teatro estudian eso hasta el cansancio y podrán darle nombres más sofisticados a mi burda enumeración. Lo que sí sé, porque se nota, es que lograr ese “algo” no es tan fácil y tampoco todos pueden lograrlo en la misma medida, ni han de pretenderlo. Ese “algo” se parece mucho a la magia y encontrarlo en una obra no significa que al reproducir sus trucos se obtenga el mismo resultado.

Cada obra saca su magia de mangas diferentes. Pero antes de seguir por este camino de pensamiento esotérico y llegar a la conclusión de que todo éxito teatral depende de la relación entre la Luna y Urano, quiero abordar un asunto recurrente en las obras de tres horas.  Lo llamo «Teatro Enciclopédico»

 

 

Augusto Blanco

 

Críticas

Sin Yolanda que aquí no pasó Nancy. La Prietty Guoman.

por Zavel Castro 18 junio, 2018

 

La verdad es que tenía muchas ganas de conocer a “la Prietty”, el personaje creado por César Enríquez como resultado de su exploración sobre la realidad “trans”. La curiosidad se debía a los buenos comentarios que circularon por doquier y que hicieron a esta obra merecedora de clausurar la Muestra Nacional de Teatro y sobre todo del cariño de la comunidad a la que va dedicada y del resto del público que no deja de asistir a sus funciones en cualquier lugar en el que se presente. Naturalmente, que esta obra se presente en la Zona Rosa, corazón de la comunidad LGBTTTIQ (etcétera), en el teatro NH como parte del ciclo de monólogos “Mujeres Poderosas” organizado por Olivia Ortiz de Pinedo, hizo todavía más tentador mi asistencia al espectáculo.

¿Qué era lo que lo hacía tan especial? ¿Por qué causa tanto revuelo? Al verla entendí que acaso su mayor acierto sea el tratamiento del tema de una manera tan seria, honesta y comprometida y al mismo tiempo divertida. Contraria a la solemnidad con la que el mismo tema ha sido tratado algunas veces, solemnidad que deviene en densidad y que requiere del espectador un esfuerzo intelectual y de concentración que amenaza con dificultar su comodidad y goce inmediato.[1]

La Prietty no solo divierte y entretiene, sino que refleja, especialmente mediante su estética kitsch que coherente con el estilo raya en lo vulgar (escenografía, iluminación, vestuario); retratando así la realidad de la “vida nocturna” de muchas trans. La condición, o mejor dicho decisión vital de estas personas, las relega dentro del mercado laboral, limitándolas a prostituirse o a servir de algún modo en clubes, antros o la calle.

Consciente también de la situación económica de muchas trans, cuya transición total al género femenino exigiría una operación de cambio de sexo que imposible de costear, “La Prietty” muestra una figura hiper femenina que exagera sus rasgos corporales de forma rudimentaria, bruta, como sus medios se lo permiten y su entorno posibilita. La Prietty es una gran representante de la mayoría de las trans mexicanas. Por eso pueden reconocerse en ella y empatizar con el personaje. Porque saben que absolutamente contraria a una caricaturización de ellas lo que César Enriquez intentó con esta obra es comprenderlas, solidarizarse y darle voz a esa minoría fundamental en el panorama identitario de Latinoamérica.

Por solidaridad también es que Enríquez aprovecha su monólogo para denunciar la injusticia en la que viven diariamente y la violencia que muchas veces termina con sus vidas. Hay una escena de la obra que roba el aliento y abre los ojos del público. La escena que rompe con el tono cómico y nos invita reflexionar sobre la discriminación que permite que ciertos abusadores sientan que tienen el derecho de terminar con la vida de una persona a causa de sus preferencias sexuales. Lágrimas y risas. De una emoción a otra. Todo lo que nos hizo sentir la Prietty como una auténtica mujer (muy) poderosa.

Zavel

 

 

[1] Se me ocurre por ejemplo otro de los montajes seleccionados para la Muestra Nacional de Teatro, que sin embargo yo vi como parte del ciclo “Beso. Teatro diverso” en la Teatrería, es Trans. Pieza documental sobre la identidad de género de la compañía de teatro Translímite-Alternativa Escénica, escrita por Bruno Ruiz y dirigida por Luis Rodríguez. Pienso que la “densidad” de la pieza podría  estar relacionada con la concepción del autor sobre el teatro documental y la tradición del género en México, pero esta es materia de otra reflexión.

 

Reseñas

ORGULLO GAY

por Zavel Castro 5 junio, 2018

Desde su origen, el teatro y el cabaret han funcionado como refugios para todos aquellos que no encuentran su lugar en el mundo. La comunidad LGBTTTIQA se reconoce como una minoría que si bien gracias a titánicos esfuerzos ha conseguido una reivindicación y reconocimiento de muchos derechos, aún es incomprendida por aquellos que malmiran las otredades sexuales.  Julio es un mes para celebrar precisamente esa otredad,  hacer conciencia de las batallas libradas y de todo lo que queda por lograr. Algunos espectáculos se suman a la lucha compartiendo  los propósitos de esta noble causa que a todos debería de importar.  Estas son las obras que no te pueden faltar en tu agenda del mes del orgullo gay.

 

Shakespearean tour

Para celebrar el amor propio

Foto: @DarioCastroPH

Foto: @DarioCastroPH

Entre todas las propuestas existentes de teatro shakespeareano en la actualidad en CDMX[1], no temo confesar que la única que me convence y recomiendo es la que hace Mariano Ruiz, puesto que realmente resignifica y actualiza al dramaturgo inglés en la medida en que muestra cómo la obra de Shakespeare atravesó su vida, especialmente durante su proceso de aceptación sexual y cómo el amor propio que esto generó, lo llevó a iniciar una búsqueda profesional como actriz de teatro, inspirado siempre en los personajes isabelinos que él considera como sus superheroínas, del mismo modo que lo inspiraron las protagonistas de las telenovelas mexicanas y las divas del pop.

El autor, protagonista y director no teme mezclar combinar sus pasiones y hacer eco de la cultura popular mezclando en un mismo universo a Julieta, Lucero, el youtube, Rosalinda, la entrega de los oscares, Wicked, Lady Macbeth y las películas de terror. A través de recursos sexys y divertidos, Ruiz narra cómo ha vivido ser homosexual en el gremio teatral (no tan abierto como parece, especialmente en las escuelas de formación) y cómo ha logrado sobrevivir en un país en el que cada vez se habla menos y suceden más crímenes de odio -la homosexualidad es perseguida y castigada como delito en 79 países, al menos en 10 está penada con la muerte-.

Mariano, como actriz de teatro sabe que la femineidad y la masculinidad son roles que se pueden interpretar, lo único que realmente importa es que seamos lo que seamos lleguemos a estar orgulloses de nosotres mismes. Suficiente tenemos con el resto del mundo. Querrámonos mientras estemos vivos.

 

STRAIGHT

Para comprender a los que no pueden salir del clóset

Foto: @DarioCastroPH

Foto: @DarioCastroPH

Dígan lo que digan sobre la apertura y liberación sexual en las grandes ciudades, lo cierto es que el prejuicio pesa más en la mayoría de las mentes de los latinoamericanos criados bajo enseñanzas machistas que aún conciben a la homosexualidad como un defecto y que no son capaces de ejercitar su empatía y tolerancia respecto a las decisiones de otro ser humano. El homosexual todavía es comprendido por muchos como algo extraño e inferior a lo heterosexual. La justificación de este pensamiento es absolutamente abominable, desafortunadamente eso no impide que siga existiendo y transfiriéndose de generación en generación porque el contexto y nuestra cultura lo permiten. STRAIGHT no es una obra convencional. El final es inesperado. Sirve sobre todo para mostrarnos la realidad de muchísimos gays que quedan atrapados en las preocupaciones de otros y en sus propias inseguridades.  El clóset es un lugar triste y solitario.

 

Ángeles en América

Para entender mejor la historia del gay pride

ANGELES

La icónica obra de Tony Kusher dirigida en México por Martín Acosta, retrata los problemas a los que tuvieron que hacer frente los miembros de la para entonces secreta comunidad homosexual en Estados Unidos. Prejuicios religiosos, dilemas familiares, asuntos emocionales sin resolver, la epidemia del SIDA, los peligros del circuito underground y zonas rojas de las ciudades a los que los gays recurrían como refugios placenteros, censura y persecución, mezclados con deliciosos pasajes fantásticos, nos dan una idea de por qué es importante celebrar las libertades conseguidas hasta ahora.  La comunidad LGBTTTIQA[2] tiene mucho por lo que sentirse orgullosa, es importante saber más sobre su historia.  Qué mejor que mediante un montaje imponente en términos visuales, una súper producción con grandes actuaciones, especialmente las de Laura Almela, Diana Sedano y Fabián Corres. Una mirada al pasado para sembrar esperanza en el futuro.

 

Zavel-ADP

[1] Tan solo en lo que va del año he visto en cartelera un montón de obras  (remontajes o estrenos) ya sea inspiradas, adaptadas o montadas tal cual se supone que lo escribió el dramaturgo inglés. Entre ellas: Noche de Reyes dirigida por Alonso Íñiguez, Esto no es Dinamarca, dirigida por David Jiménez, Macbeth dirigida por Mauricio García Lozano, Testimonial Shakespeare, dirigida por Carmen Ramos, Xolomeo y Pitbulieta dirigida por Camila Brett ; el ciclo de obras que integra el proyecto “Teatro en el parque”, que también supuso la construcción de un espacio que emula al Globo en Londres, conformado por:  Romeo y Julieta de bolsillo dirigida por Alonso Íñiguez, Algo de un tal Shakespeare dirigida por Adrián Vázquez, Mendoza, dirigida por Antonio Zúñiga, ¿Qué con Quique quinto? Dirigida por Andrés Carreño, La sombra del bardo, dirigida por Eduardo Castañeda y Yo tenía un Ricardo hasta que Ricardo lo mató dirigida por Fausto Ramírez.  Por supuesto, convendría reflexionar seriamente sobre esta tendencia, no solo porque abarca un espacio importante en la cartelera de la Ciudad de México, sino indagar en las motivaciones de cada uno de los directores de retomar a Shakespeare ¿por qué aquí? ¿Por qué ahora?

[2] Siglas que designan respectivamente a: lesbianas, gays, bisexuales, travestis, transexuales, transgénero, intersexuales, queer  y asexuales.

Críticas

Una investigación pornográfica [El potencial escénico en Despentes]

por Zavel Castro 30 mayo, 2018

Algo debe tener la literatura de Virginie Despentes que hace que su traducción escénica resulte en montajes igual de explosivos que sus letras. Y es que la potencia del discurso feminista de esta autora ha sido la inspiración de dos montajes provocativos y provocadores. “Vivan las feas” de Mariela Asensio en la Argentina de la que ya hemos hablado[1] y “Una investigación pornográfica” de la compañía española “Líate” que se presenta en el Foro Shakespeare de la Ciudad de México. Si bien todo teatro discursivo se ve amenazado por la posibilidad de convertirse en un panfleto sostenido en la narración (como si se tratara simplemente de la lectura dramatizada de un manifiesto), la directora Alba Alonso, quien también se encarga de representar los distintos personajes atravesados por las múltiples ideas que componen versiones distintas de la femineidad, consigue poner en cuerpo la “Teoría King Kong” a través de una sucesión de escenas ágiles que respetan en todo momento el tono cabaretero que nos recuerda a la seducción pop-grunge de la movida española de los años 80.

Un teatro agresivo, sexy pero no coqueto, sensual, más erótico que vulgar y sobre todo atrevido. La propuesta estética confronta al espectador al mostrarnos a una actriz bellísima renegando de la victimización de las mujeres, de la supuesta debilidad del género. En una sociedad machista como lo sigue siendo la nuestra, Alonso habla de lo que no debe hablarse, se burla de la sumisión como la herramienta esencial para sostener la “superioridad” del hombre. Ella a través de los fragmentos reproducidos íntegramente de Despentes, cuestiona de fondo al sistema patriarcal mientras que en la forma sigue siendo una bomba sexual. Una mujer bonita no puede ser enemiga del hombre, debe ser su objeto de deseo. Sin embargo, en “Una investigación Pornográfica” esto es posible. La protagonista constituye una amenaza para los estereotipos de sumisión que mucho gustan a tantos hombres.

Foto: @DarioCastroPH

Foto: @DarioCastroPH

Como las actrices pornográficas excita a los hombres al mismo tiempo que los asustan y es que en el mundo del porno una mujer debe ser tan deseable como deseante, pero la excesiva manifestación de sus deseos la coloca por siempre en un lugar de irrespeto y utilización. Una actriz porno, una mujer dueña de su sexualidad, que en lugar de esconderla la disfruta es un peligro. Se antoja utilizarla pero no poseerla. Divertirse con ella sí. Conquistarla no. Los personajes interpretados por Alonso, son distintas etapas de la vida de Despentes, estaciones vitales que tanto en el libro como en la obra, son aprovechados para cuestionar el universo que supuso la pornificación, esto es –según Neif Yeyha-[2] la relativa <<normalización>> de las imágenes pornográficas y su absorción por la cultura de las masas ¿Cómo funciona el porno en una sociedad altamente hipócrita que se avergüenza de sus cuerpos y niega sus impulsos sexuales? ¿Cuáles son los estereotipos femeninos que devienen de este proceso?

Foto: @DarioCastroPH

Foto: @DarioCastroPH

El sentido del humor del montaje  termina por producir un auténtico convivio en el que los espectadores participan directamente. La comicidad de la propuesta de la compañía Líate, responde también a la acertada combinación de las ideas de Despentes con las del escritor satírico e irremediablemente erótico Pierre Louys. Para la dramaturgia se retoma el Manual de Urbanidad para Jovencitas publicado en 1917. La inclusión de este texto, enfatiza el carácter absurdo de las ideas sobre el pudor, discreción y sutileza con la que una mujer debe conducirse a lo largo de su vida. Lo que se necesita ahora es una mujer sin vergüenza, que no esté dispuesta a degradarse con tal de satisfacer a nadie. Una mujer que acepte prostituirse sin considerarse puta en la acepción más despectiva. Una mujer dueña de sí misma incluyendo su bajo vientre. Una mujer que no tema ni la monogamia ni el sexo multitudinario. Una mujer que disfrute con franqueza el sexo en solitario. Hace falta también un hombre que pueda soportarlo.

“Una investigación pornográfica” es una demostración de la apropiación de un discurso y encarnación del mismo, el texto ha dado lugar a su materialización. Ha quedado claro que mucho es debido al detonante: la escritura de Despentes ¿Qué tienen sus textos que el teatro puede hacer uso de ellos con tan buenos resultados?

Zavel-ADP

[1] “Vivan las feas. Un divertido e inquietante manifiesto performático.” En: http://aplaudirdepie.com/vivan-las-feas-un-divertido-e-inquietante-manifiesto-performatico/

[2] Yehya Naief. Pornografía. Obsesión Sexual y tecnología. México, Tusquets Editores: 2012. 342 pp.

 

Críticas

URINETOWN

por Aplaudir de Pie 6 marzo, 2018

El Off Broadway en Nueva York, entre otras razones, surgió como una posibilidad de brindar espacio a propuestas nuevas y/o alternativas. Hasta el día de hoy, funciona como un lugar de resistencia en el que con lógicas distintas a las de las superproducciones, múltiples artistas se han consolidado, mostrando que más allá de los nombres y la maquinaria teatral imponente, el talento puede sobreponerse y generar montajes de calidad extraordinaria.  En este sentido podemos pensar -salvando las diferencias contextuales pero relacionando las similitudes en tanto fenómenos contestatarios- la versión mexicana de la obra Urinetown a cargo de la compañía queretana de teatro “Ícaro”.

El musical dirigido por Miguel Septién, es una proeza admirable dentro de la cartelera de la Ciudad de México donde se presenta actualmente, ya que sin contar con celebridades para “asegurar” la venta de boletos, ni una hiper producción es, sin lugar a dudas, uno de los mejores musicales existentes. Un verdadero hallazgo.

A diferencia de otras obras del mismo género de la cartelera en donde al parecer uno paga simplemente por mirar a algún famoso que en muchos casos muestra una deficiencia en el manejo de la voz y del cuerpo (habilidades que cualquier actor de teatro musical debería dominar) en Urinetown (México) podemos disfrutar de un gran nivel en todos los sentidos, pero fundamentalmente en lo concerniente al canto.

La calidad de las voces de los interpretes es extraordinaria, lo mismo que la ejecución coreográfica y la interpretación actoral. De manera especial destaca la participación de Andrea Biestro en el papel de “Penélope Pennywhise”, Adrián Pola como “Cladwell B. Cladwell”, Eduardo Siqueiros como el “Oficial Lockstock” e Irlanda Jiménez como “Hope Cladwell».

Como podrá adivinarse con lo dicho anteriormente, este trabajo resulta sorprendente no solo por tratarse de una compañía de provincia alcanzando el éxito en la Ciudad de México (y esperamos pronto en muchos otros estados), el talento está presente en toda la compañía. Además de los actores, la dirección musical a cargo de Dano Coutiño, tanto como la adaptación de las canciones y del libreto, bajo la responsabilidad de Yang E. Coutiño y Miguel Septién, son impecables. En suma, una propuesta irreprochable. En este sentido, la programación en el Teatro Milán gracias a la visión de Mariana Garza y Pablo Perroni, resulta uno de los mayores aciertos de la dupla al apostar por sobre todo por el potencial de una compañía mexicana cuyo talento merece toda la exposición posible.

En sí mismo el montaje es relevante, pero no podemos dejar de destacar el contenido de la obra, oscuro, complejo, fuera de toda norma conservadora sobre lo “bello” y “correcto”. Conteniendo una dura crítica hacia el comportamiento de las masas iracundas tanto como a las decisiones del gobierno, la naturaleza de la legislación, la rebeldía y la distribución de recursos.  Cuestionamientos necesarios y pertinentes. Todo en exquisita clave burlona, evitando caer en lugares comunes y rechazando la idea de la necesidad de un final feliz.

Urine Town (México) es un musical off por excelencia, apto para todo público. Disfrutable de principio a fin. Un esfuerzo loable que estuvo a punto de levantarnos a aplaudir de pie.

 

Ricardo Ruiz Lezama & Zavel Castro Editores

Ricardo Ruiz Lezama & Zavel Castro
Editores

 

Reseñas

Teatro Prozac. Todos los peces de la tierra.

por Zavel Castro 31 enero, 2018

Es cierto: a los críticos nos encantan las categorías. Contrario a lo que se piensa, lejos de limitar al objeto de estudio, la clasificación multiplica su posibilidad de comprensión, especialmente porque no existe ninguna objeción válida que nos impida nombrar todas las categorías que se nos ocurran para entender algún fenómeno. Así pues, puedo permitirme “dividir” las obras de teatro entre las que son depresivas o emocionalmente potentes y dirigen al espectador a profundizar en sí mismos y transitar sensaciones complejas, y aquellas más sencillas, cuya única intención es levantar el ánimo del público, obras del tipo de superación personal, obras antidepresivas, obras de «si se puede», “teatro prozac”.

El teatro antidepresivo sería aquel que mediante su trama contagia a los espectadores de buen ánimo, aconsejándolo de seguir adelante en tanto que le asegura un mañana mejor. A este tipo pertenece “Todos los peces de la Tierra”, obra escrita por Bárbara Perrín y dirigida por Alejandro Ricaño. La narraturgia relata la historia de “Marina” una niña que pierde definitivamente a su madre y posteriormente a su padre. Solo que en el segundo caso se trata de una misteriosa desaparición que obliga a la niña a ir en su búsqueda de ser necesario hasta el fondo del mar.

 Durante su viaje simultáneo hacia el fondo del mar y al interior de sí misma, Marina, interpretada por Gina Martí, es acompañada por su voz interior, conciencia o recuerdo de infancia (podemos interpretarla de distintas maneras), encarnada por Adriana Montes de Oca (con una actuación destacable). Este personaje anima a Marina en las distintas etapas de su trayectoria, recordándole a cada momento la importancia de superar sus problemas y dejar atrás todo aquello que la atormenta y lastima.

La historia familiar de Marina le provoca un vacío difícil de llenar, obstaculizando cualquier logro que se proponga. La niña se volverá mujer una vez que transite tres universos distintos que convocan tres distintos lenguajes y universos semánticos.[1] Mediante la palabra, el espectador es provocado a imaginar un paisaje de flores, un mundo configurado por los movimientos de karate y finalmente el mar y todas sus criaturas maravillosas. Es así como ella ha comprendido el mundo y como puede explicarlo. Desde pequeña su padre le dijo que era una sirena y ella quiso creerle. Y quiso seguirlo hasta el fin del mundo aunque estuvieron demasiado tiempo separados. Lo que ella amaba era la idea de su padre. Amaba su ausencia y presencia. Al final aprende a quererse más a ella misma y a buscar su libertad.

En la obra destaca también el vestuario creado por Mauricio Ascencio, que contiene a su vez el paisaje marino y el vegetal que se invocan en la historia.  “Todos los peces…” es una palmadita en la espalda y un empujoncito para todos aquellos que se sienten perdidos o que han caído y no tienen ganas de levantarse.

Zavel

 

[1] No estoy segura de que esto sea un acierto en tanto que estos tres universos se muestran de manera parcial y no consiguen generar metáfora o sentido por la velocidad en la que pasan. Demasiado deprisa para que podamos disfrutarlos.

Críticas

De príncipes, princesas y otros bichos

por Ricardo Ruiz Lezama 29 enero, 2018

De príncipes, princesas y otros bichos es un unipersonal escrito e interpretado por Paola Izquierdo. Desde hace más de doce años esta puesta en escena ha dado funciones constantes a través de todo el país y este año vuelve a presentarse, ahora en el ciclo Mujeres poderosas en el teatro NH.

¿Qué define el tiempo de vida de una obra? ¿Qué hace que pasen los años y un montaje siga siendo pertinente? En este caso la pertinencia es dada por las temáticas que aborda Izquierdo, las cuales, desafortunadamente, no se desgastan; el tiempo pasa y los problemas que la obra trata siguen tan vigentes como hace doce años.

La obra se divide en dos cuadros, cada uno con su propia fábula, pero unidos por la mitología que eligió la actriz y dramaturga para darle forma a su propuesta: los cuentos infantiles. La primera parte trata sobre una princesa que es experta en sapos y está buscando cómo transformar alguno en príncipe azul. Parodiando algunos momentos icónicos de Alicia en el país de las maravillas la princesa se adentrará en una aventura en donde el fin último de su búsqueda será contraer matrimonio, a la manera de aquellas historias clásicas de Disney, como La Sirenita, Aladino o La Cenicienta, entre muchas más.

En la segunda parte, un niño que semeja al Principito de Antoine de Saint-Exupéry se presenta ante los espectadores dispuesto a contar una historia para ganarse la vida. La caracterización tiene algo inquietante porque a diferencia de la primera princesa que se nos mostró -rica y parte de un universo fantástico-  este pequeño príncipe es la representación de un niño de la calle; su vestuario es solo una evocación desvaída  del personaje de Exupery; este Principito no tiene un planeta para él solo, si no que está solo en un planeta lleno de gente indiferente -en el mejor de los casos-; este Principito está en un universo de indiferencia, marginación y abuso para los menores en situación de calle. Está en México.

De esta forma la segunda parte de la obra reconfigura todo lo que vimos. Y lo que en un primer momento parecía un cuento simpático e inocente sobre una princesa experta en sapos se nos muestra ahora como una crítica a las narrativas que condicionan a las mujeres a pensar que necesitan de un hombre para estar completas, además de aquellas imposiciones sobre los cuerpos de estas que hacen que siempre se encuentren insatisfechas con la imagen que les devuelve el espejo. La princesa era un personaje con trastornos alimenticios, entre otros problemas que se mostraban ante nosotros pero que pasamos de largo como muchas veces no nos damos cuenta de personas cercanas que necesitan ayuda. Esta primera princesa funciona como un espejo que con humor refleja la realidad dolorosa de aquellas mujeres que están mal y no lo saben.

Por el otro lado, la segunda parte es otra especie de espejo que muestra lo que no queremos ver, nuestra indiferencia y al otro. Ese otro que muchas veces transformamos en parte de la ciudad, en una especie de monumentos vivos a la desigualdad social, todo con el simple hecho de no mirarlos. Paola nos echa la realidad en la cara en una intención de denuncia al mejor estilo del Cabaret mexicano, con música y humor, pero un humor informado  que invita a la reflexión.

Paola Izquierdo demuestra su habilidad interpretativa al realizar dos personajes completamente diferentes, los cuales tienen corporalidades, voces, edades y hasta humor diferente; mientras que la primera parte se caracteriza por un humor predominantemente físico y relacionado con el carácter del personaje; la segunda parte posee un humor negro con un ligero dejo de amargura.

Al final de la función que asistí recuerdo oír a un espectador decirles a sus acompañantes: “Siento raro. ¿Por qué nos hace reír con cosas tan feas?” Me aventuro a responder que ese humor que a ratos producía angustia se debe a la responsabilidad que asumió Paola de no banalizar las problemáticas que muestra. Usar el humor de forma contestataria -rasgo distintivo del cabaret- es un tono que nos deja claro, no solo la pertinencia de continuar con De príncipes, princesas y otros bichos, sino también la necesidad de Paola Izquierdo de aspirar a cambiar las cosas desde el arte. Ojalá que conforme siga presentándose este unipersonal, cada vez nos parezca más ajeno lo que muestra, pero para como va el mundo lo dudo mucho.

Ricardo

Reseñas

Mujeres Poderosas en el NH

por Zavel Castro 12 enero, 2018

Nos emociona imaginar que en un futuro cercano o remoto, pero de algún modo posible, siempre y cuando empecemos a construirlo, muchas barreras habrán de caer. En lo que al mundillo del teatro respecta, resulta casi vergonzoso continuar con la tradición de catalogar obras para discriminar unas de otras por tipo o naturaleza –dramáticas o posdramáticas, comerciales o artísticas- o por el público al que van dirigidas –niños, jóvenes, adultos, mujeres, etcétera-; especialmente cuando estas divisiones no hacen más que fomentar prejuicios, fragmentando el quehacer artístico mientras que los creadores se vuelven territoriales, resentidos e intolerantes, luchando unos contra otros sin que esto beneficie más que a sus vanidades.  La terquedad que nos lleva a catalogar una obra de determinada manera porque solo así suponemos comprenderla, nos priva de disfrutar de múltiples variaciones de experiencias estéticas.

Por fortuna, Olivia Ortiz de Pinedo, comparte nuestras miras de largo alcance cuando como programadora sabe reconocer el valor de todo tipo de teatro y fomenta su visibilidad. Lo único que importa es la calidad de los espectáculos y con el caso de “Mujeres poderosas”, ciclo a su cargo, también se preocupó por que el mensaje de las propuestas fuera socialmente relevante. Bajo la consigna de encontrar cinco monólogos que trataran temáticas que llevaran al espectador a una toma de conciencia, Ortiz de Pinedo conjuntó a un grupo de artistas de la más alta calidad. Así pues tendremos oportunidad de ver en escena a Paola Izquierdo con “De príncipes, princesas y otros bichos”,  César Enríquez con “La Prietty Guoman”, Paola Madrigal con “Debotas al Votox”, Abril Mayett con “La Verdura Carnívora” y Adriana Moles con “Divas de corredor”.  Todas las obras garantizan un entretenimiento consciente, todas cuentan con brillantes momentos en tonos cómicos que devienen en “risas éticas” con lo que se demostraría no solo el poder transformador del teatro sino del humor mismo.

La dureza de los temas expuestos en las obras como la violencia, la trata infantil, la discriminación, la presión social que obliga a seguir ciertos parámetros de belleza, atañen a la sociedad en general. En teatro debe ser su gran escaparate y debe a la vez hacerlos más ligeros y dolientes: no importa que nos podamos reír con ellos, también y sobre todo nos tienen que importar. Tenemos que salir de la sala un poco más humanos de como entramos a ella. Dejar en la butaca algún prejuicio. Cosa que seguramente pasará en el Teatro NH de la zona rosa de la Ciudad de México con “Mujeres Poderosas”, un punto de encuentro intencional entre la estética y la ética. Teatro útil.

Zavel

Reflexiones

la demolición de los teatros

por Zavel Castro 11 diciembre, 2017

Numerosas acciones se han llevado a cabo en nombre de la modernidad y del progreso. Las ansias de ir hacia adelante amenazan con destruir todo a su paso, la utopía de un futuro mejor obliga a los supuestos impulsores del bienestar urbano a “comenzar desde cero”, razón por la cual suelen atribuir a la demolición de los edificios un carácter imprescindible e indiscutible.

Quienes pretenden lanzarse al vacío de un porvenir incierto, abrazan la esperanza de que serán ellos los responsables de una reconstrucción del mundo que dejará de ser tal como lo conocemos hasta ahora, para dar lugar a un paraíso donde sus propias ambiciones (que ellos creen compartidas) resultarán satisfechas. Generalmente, sus pretensiones se limitan a beneficios materiales para los cabecillas de los atentados y sus allegados. El enriquecimiento de unos cuantos nunca alcanza a constituirse o expandirse como una transformación social de impacto real, comprobable y de largo aliento. La acumulación de riquezas solo está destinado a unos cuantos, los menos.

La especulación económica que motiva la destrucción de los edificios culturales urbanos, como los son todos los que conforman la arquitectura teatral, se sostiene en el planteamiento de que no hay continuidades sin fracturas y de que cualquier nuevo espacio se construye bajo la ruinas de otro anterior.[1]

Incluso un emblema arquitectónico tan importante como lo es el Palacio de Bellas Artes  (antes llamado Teatro Nacional) en la Ciudad de México fue construido sobre las ruinas de lo que fuera el Antiguo Convento de Santa Isabel. A su vez, la construcción del  Nuevo Teatro Nacional que comenzó en 1904 sustituía al Teatro de Vergara demolido en 1901. Desde aquella época (por lo menos) todo sufrimiento de destrucción o de descuido arquitectónico ha sido justificado por las prioridades de la construcción que defienden el levantamiento de los edificios necesarios sobreponiéndose a aquellos a los que ya nos les encuentran utilidad. Es por esto que, según los responsables de las decisiones sobre las construcciones deben demolerlos. Muchos de estos “edificios inútiles” han sido aquellos dedicados a las artes escénicas ¿Qué dice esto sobre la valoración de los teatros? Por lo menos que valen más para ser un recuerdo que una realidad tangible.

Algunas veces, la demolición del inmueble se produce tras una hecatombe, desgracia humana y material que justifica la necesaria remodelación del espacio. La huella del desastre debe ser sustituida casi de inmediato por algún otro elemento que modifique la percepción sobre la zona del desastre. Los edificios se ligan siempre a la remembranza, de tal suerte que cuando uno transita la ciudad va construyendo memorias sobre la misma. De ahí que sea necesario inspirar recuerdos positivos para que la metrópoli no agrave su carácter agresivo a través de la mirada del habitante.

Siguiendo el pensamiento de los que apoyan los derrumbes de los edificios teatrales podemos entender que según ellos, este tipo de arquitectura no invita a los ciudadanos a un estado de felicidad, por lo cual su conservación carece de importancia. Evidentemente, los responsables de las demoliciones no poseen una educación sensible lo suficientemente desarrollada como para entender el carácter fundamental de los teatros en las ciudades.

A propósito de las catástrofes, puedo asegurar que muchos de los teatros han sido destruidos periódicamente por medio de incendios (por voluntad o accidente); consecuentemente el fuego los modifica y los remodela. A partir de las cenizas renace y se reforma como ave fénix. Esto, cuando se construye un nuevo teatro a partir del precedente. Lo alarmante es la constante de la sustitución, cuando después del incidente los teatros se transforman en otra cosa, acaso porque el recuerdo de lo sucedido es demasiado doloroso, como pudo serlo cuando unos hombres jugaron una mala broma a los espectadores del Teatro Morelos en Cuernavaca (México) y provocaron una estampida que aplastó a once niños y a un hombre. Dicha desgracia se resolvió con la demolición del teatro y la construcción del cine que llevaría el mismo nombre.[2]

En fin, distintos casos ejemplifican que todo teatro forma parte de una serie de destrucciones y continuidades, como lo son los edificios demolidos total o parcialmente, o los que solo fueron remodelados para ser reemplazados por complejos de cines.[3] Siendo esta la transformación más común, como es el caso del  cine Manuel Briseño de la colonia Guerrero de la Ciudad de México, inaugurado en 1907 dedicado al género sicalíptico, amenazado primero de clausura por las atribuciones perniciosas de toda exhibición erótica, luego convertido en teatro y finalmente consumido por un incendio. Caso distinto en lo que a moral se refiere, es el Cine Colonial, que naciera como teatro y que fuera convertido en cine de películas para adultos para satisfacer las demandas sexuales de los habitantes de aquella ciudad.

Algunas de las conversiones de teatro en cine implican la rehabilitación de edificios majestuosos como es el caso del Teatro Alameda de San Luis Potosí[4] actualmente conocido como Cineteca Alameda,  o  el Teatro Junín de Medellín, construido en 1924, bajo la tutela de Agustín Goovaerts y cuya demolición en 1967 dio lugar al Edificio Coltejer, el primer rascacielos de Colombia, o cuando muchos otros devienen en franquicias de comida chatarra o en sedes de la Iglesia Universal del Reino de Dios. Así pues, a excepción –y pongo esto en duda- de la filial religiosa, el teatro (subrayo: supuestamente) estaría pagando una cuota por el progreso de la ciudad.

En esta lógica del reemplazo ¿Cómo podríamos entender a los edificios híbridos como el Teatro Nacional y el Teatro de Variedades de Costa Rica y todos los populares “teatros-salón como el Salón Boliche, el Nuevo, el Colón, el Actualidades, el Alhambra, el Olympia, etcétera, que no renunciaron definitivamente a la presentación de artes escénicas para ceder con sumisión su lugar a los cinematógrafos, sino que contaban ambas opciones para el público? Sin lugar a dudas la coexistencia respondía a un interés de los propietarios o de quienes se hacían cargo del espacio, por atender a las demandas de todo su público, aun cuando en caso de dividirse el espacio, la audiencia de uno u otro (cine o teatro) se viera disminuida. Este era un interés genuino y abarcador.

Respecto al asunto al que hago referencia con la exposición de los teatros-salones  y teatros-cinematógrafos costarricenses, cabe decir que  al final triunfó como tantas veces el capitalismo brutal en el que el convivio armónico de ambas formas de entretenimiento escapa de la norma y de la usanza. Es así que por citar el ejemplo icónico, del Teatro/Cine “Variedades, que después de haber sido adquirido por el Estado se encuentra hoy bajo candado (desde 2016), sin que exista aún un proyecto detallado sobre cómo han pensado utilizar el inmueble. En este caso, estaríamos hablando de un abandono evidente, que condena a la actividad teatral tanto como a la cinematográfica o a cualquier posibilidad de oferta cultural a la inactividad. Que un teatro funcione en un momento y al otro no, es preocupante, tanto como el derrumbe mismo.

Sin lugar a dudas uno de los casos más extraños es el caso del Teatro Porfirio Díaz en Artequiza Guadalajara, que, construido como teatro, ha pasado a ser internado, escuela, casa de cultura y finalmente construcción abandonada. Es un hecho que las autoridades muchas veces por no comprender el arte teatral, no saben qué hacer con un edificio destinado a la exposición del mismo. Asunto a todas vistas lamentable.

Quisiera enfocarme precisamente en los espacios teatrales a los que se les ha destinado un final definitivo, transformando los terrenos en edificios que nada tienen que ver con el teatro y que responden a voluntades de la sociedad de consumo y espectáculo -como la ha llamado Debord, concepto reinterpretado, actualizado y aterrizado a la realidad latinoamericana por Vargas Llosa-, en su acepción más frívola y superficial. O peor todavía, cuando son olvidados sin pasar siquiera por el proceso de demolición, como el entristecedor caso del Teatro Alarcón en San Luis Potosí (México) cuya conservación da cuenta de un abandono fantasmal que también hablaría de manera elocuente sobre la idea y la importancia del teatro en dicho país.

Todo tiene su razón de ser. En tanto que el fomento cultural no forma parte de las principales iniciativas de la mayoría de los gobiernos capitalinos, municipales o Estatales latinoamericanos, visible en los montos que destinan a las instituciones dedicadas a la creación y difusión artísticas en comparación a los fondos que, en cambio otorgan a lo que consideran actividades lucrativas (como lo pueden ser por ejemplo las industrias del deporte, del altruismo o de la moda), numerosos edificios teatrales se ven destinados al olvido o a la demolición.

En efecto, el quehacer artístico de los países en desarrollo o del “tercer mundo” enfrenta graves reducciones del “apoyo” financiero gubernamental; las nuevas realidades presupuestales han sido cuestionadas y reprobadas por distintos gremios que han manifestado su desencanto con plantones frente a las cámaras de gobierno, cartas y movimientos menores, pero no irrelevantes.

Y es que cómo no  desilusionarse con las autoridades cuando demuestran tan poco interés en materia de arte y cultura. Sabiendo que incluso podrían hacer uso de las expresiones artísticas para su beneficio. El teatro –tanto como la pintura y la danza- ha demostrado ser una poderosa herramienta educativa y un vehículo – a la vez que un producto- para la transmisión de la ideología (tal como la comprendía Althusser).[5]

¿A qué viene entonces el desprecio? Basta con leer el informe realizado por la compañía mexicana de teatro cabaret “Las Reinas Chulas” -un trabajo de investigación que trata de resolver la cuestión sobre el por qué la cultura es considerada la ‘caja chica´ en cuestiones presupuestales en la Ciudad de México-, así como haber seguido el caso del desmantelamiento de la farsa del informe que la Secretaría de Cultura Ciudadana de la Alcaldía de Medellín presentó sobre la inversión económica en el teatro (2016),[6]  entre muchos otros casos, para confiar en la demostración de la falta de interés en materia cultural y específicamente teatral por parte de los gobiernos para sumarse al desencanto y a la depresión colectiva.

En contra de la lógica del capitalismo, en la que no hay lugar para romanticismos trasnochados, hacedores y espectadores activos o potenciales de teatro se aferran a la nostalgia y al recuerdo una vez que se ven arrebatados de las construcciones que albergaron su quehacer y su pasión. Sobre el vacío que deja la demolición de un edificio teatral queda una huella, la traza de una cicatriz producto del desagarro que provoca la impotencia frente a quienes no entienden lo mucho que se pierde cuando se pierde un teatro. Lo mucho que dejamos ir al demolerlo.

No me resulta ajena la cuestión de que tanto el derribo como la demolición -términos utilizados con frecuencia incorrectamente de manera indistinta- generalmente constituyen acciones justificadas dentro de todo proyecto de edificación urbano. Idealmente estas acciones propias del hecho constructivo (o mejor dicho, destructivo) responden a las necesidades sociales que determinan la “vida útil” de los edificios y que pugnan por la rehabilitación de los espacios en función de una mejoría de las condiciones de vida para una comunidad determinada.

Autoridades, arquitectos, ingenieros y urbanistas rezan al unísono: “Las construcciones tienen una vida limitada, dejan de cumplir sus funciones, bien debido a exigencias humanas o a avances de la tecnología […] El final de toda construcción es el derribo o la rehabilitación que puede implicar un derribo parcial, en todo caso es necesaria siempre la demolición.”[7] Bajo esta justificación subyace un mensaje sobre las jerarquías de prioridades gubernamentales y colectivas que determinan que el teatro no es más importante que muchos otros negocios o actividades culturales o de entretenimiento. Y es que en materia de esparcimiento y de utilización del tiempo de ocio es preferible (según ellos) ir al cine o a un centro comercial que a una función teatral ¿Quién determina que esto es así? ¿A quién le importa tan poco el teatro que pugna por omisión o por conciencia por la demolición de los edificios y la subsecuente desaparición de la cultura teatral? ¿Es posible revertirlo? ¿Podríamos evitarlo? ¿Con qué argumentos podemos defender y demostrar su valía?

Toda acción es significante. Tanto el hecho de construir e inaugurar teatros como el clausurarlos o destruirlos. La demolición de un edificio teatral se corresponde con la intención clara y unívoca  de deshacer o arruinar la materialidad del teatro, la estabilidad del espacio escénico. Destino del que por cierto tampoco pudieron escapar algunos cines antiguos como fue el caso del enorme “Cine Teatro Alameda” de Guadalajara, Jalisco en México.[8]

Como sabemos, las decisiones respecto a la materia tangible repercuten en la intangible: la desaparición de los espacios escénicos concretos tiene consecuencias insalvables para aquello que se escapa de cualquier sistema de medición  y tasa –especialmente empresarial-.

¿Qué pasará con el teatro si no tiene donde contenerse y manifestarse? ¿Si no existe un sitio para que sus adeptos, entusiastas y seguidores puedan llegar hacia él? ¿Dónde podrán los hacedores presentar sus creaciones?

Las demoliciones y sustituciones a las que hago referencia no responden tanto a las innovaciones tecnológicas –como podría acaso leerse la sustitución de los teatros por los cines- como a móviles económicos. Estamos hablando entonces de una situación en el que el teatro como negocio es escasamente redituable, cuestión de suyo preocupante porque declara a los gritos la inexistencia de una cultura del entretenimiento (teatral) cuyo peso pudiera resistir los golpes pugnando por la necesidad de conservar sus edificios. En la mayoría de las ciudades las autoridades solo dan cabida al ocio productivo con el incesante funcionamiento de sitios de diversión nocturna (antros, bares, cabarets) en los que se puede esperar cierto tipo de “despilfarro”, ante esto, las ganancias reportadas en las taquillas de los teatros nunca serán suficientemente atractivas.

Más allá de hacer un inventario de las acciones que se han llevado en contra de la institución teatral y los edificios que posibilitan su funcionamiento –sobre todo, pero no exclusivamente  aquellas que se han llevado en contra de los espacios independientes-, o de la enumeración de las demoliciones realizadas para dar lugar a franquicias comerciales, complejos de cine o unidades departamentales, este ensayo pretende ser un llamado al diálogo con la intención de reparar en la función social del teatro tanto como a la consciencia patrimonial. La comprensión de ambas acaso evitaría la sustitución de algunos valores culturales por recompensas que responden absolutamente a estímulos empresariales, es decir, monetarias. Aún en los casos que pudieran referirse al teatro comercial cuyos móviles siguen completamente a la lógica del capitalismo, donde todo se vuelve producto, donde todo es mercancía, donde todo se resume a las ganancias económicas. Es innegable que el sistema ha dejado al teatro a la deriva. Es por esto que la historia material del espacio escénico está siendo relegada hacia el olvido ¿Será que en esta época que nos ha tocado vivir, carece de importancia la memoria de los edificios?

Quizá todo tenga que ver con la idea de “ciudad ideal” en la que el teatro no tiene cabida, quizá con el estatus ínfimo atribuido durante tanto tiempo a los lugares funcionales para la representación escénica como lo son los edificios o la salas. Con su demolición y sustitución se coartan las posibilidades expresivas de la sociedad en la que estos atentados tengan lugar, pero la mayoría de las ciudades son dolorosas, agresivas, punto menos que inhabitables e intransitables, incapaces de satisfacer a plenitud cualquier tipo de necesidad que suponga un esfuerzo de planeación consciente. Sus habitantes están definitivamente insatisfechos y poco felices, están acostumbrados a cualquier tipo de pérdida como para que el asunto (o problema) de los espacios teatrales que tampoco es que visiten tan a menudo, sea relevante.

 

Zavel

[1] La idea y explicación de que “La subsistencia de la ciudad depende en gran medida de ese proceso acelerado de renovación, donde el deseo de cambio exige territorio a parcelar, se materializó en una de las secciones que conformaron la exposición colectiva “La Ciudad está allá afuera”, inaugurada el 26 de noviembre de 2016 en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, en la Ciudad de México.

[2] El domingo 10 de junio de 1956, durante la exhibición de un filme, dos hombres gritaron: “¡Se cae el cine!, provocando la desgracia mencionada. Como consecuencia el cine comenzó a ser demolido el 13 de octubre de 1956, como un intento para borrar tan espantoso recuerdo. Curiosos avatares del destino, ahora el cine, tras su remodelación en 2010, forma parte y depende del Instituto de Cultura del Estado de Morelos.

[3] Algunos teatros han sido utilizados como complejos cinematográficos de forma temporal, como es el caso del Teatro Principal de Guanajuato en México que, sin mediar la demolición se construyó como cine en 1788, y por un breve periodo posterior a la Revolución Mexicana funcionó como cine para ser rehabilitado como teatro en 1955. Función que desempeña hasta el día de hoy.

[4] Que ha exhibido películas desde su inauguración el 27 de febrero de 1941, pero que llevó el nombre de “Teatro” por su decoración interior similar a la de los refinados teatros franceses.

[5] La interpretación materialista (siguiendo a Marx) que da en Crítica de la ideología y el Estado, en la que define a la ideología como: “el sistema de ideas, de representaciones que dominan el espíritu de un  hombre o de un grupo social.” Lo cual le permite también, caracterizar al hombre como “un animal ideológico”.

[6]  A propósito, “Las cifras reales de inversión en teatro de la Alcaldía de Medellín”, en:

http://www.elmundo.com/noticia/Las-cifras-reales-de-inversion-en-teatro-de-la-Alcaldia-de-Medellin-/49029 (consultado por última vez el 12 de abril de 2017).

[7] “Derribos y demoliciones” Teorías y técnicas de la investigación en Revista de la edificación No. 14, Junio de 1993, pág. 1 en: http://dadun.unav.edu/bitstream/10171/16532/1/RE_Vol%2014_02.pdf (consultado por última vez el 2 de abril de 2017).

[8] Con más de 60 años de existencia (20 de ellos cerrado), el edificio del cine teatro Alameda era parte de la historia de los tapatíos. Supuestamente, los señalamientos “de todo tipo” evidenciaban la necesidad de recuperar la zona de la ciudad donde se encontraba (entre la calle Álvaro Obregón y la Calzada Independencia), en el corazón de la Guadalajara.  razón que justificó que un grupo de empresarios encabezados por Emilio Chalita y con la aprobación del gobernador Francisco Ramírez Acuña, así como de la autoridad municipal, el edificio fue demolido para dar lugar a una plaza comercial, ahora llamada “Plaza Alameda” en espera de recuperar la vitalidad que la zona había tenido en otros tiempos. La información sobre el proyecto arquitectónico en: “Esta semana cae el  cine, para que se levante Plaza Alameda”, El informador, 30 de enero, 2006, pág. 18

Reseñas

5to Encuentro Internacional de Clown

por Ricardo Ruiz Lezama 27 noviembre, 2017

…”te quiero en mi paraíso

es decir que en mi país

la gente viva feliz

aunque no tenga permiso”.

Mario Benedetti

La risa es revolucionaria, más aún en un contexto en el cual los medios parecen decir a diario: “deprímase y suicídese, no existe salvación”. Cuando parece que no hay a donde voltear la mirada se agradece la existencia de esos seres que traen un poco de esperanza dentro de todo el desasosiego: los clowns. Estos personajes parecen sostener que siempre hay motivos para reír y que vale la pena vivir un día más.

Los clowns viven el momento, luchan incansablemente por lograr cosas como quitarse un zapato o ponerse un sombrero, no saben rendirse. Con su lucha parecen decirnos que hay que hacer hasta lo imposible para lograr lo que se quiere. En su esencia está el espíritu revolucionario. Sus armas son el humor y la poesía.

Desde hace cinco años se celebra en la ciudad de México el Encuentro Internacional de Clown, donde se presentan los mejores exponentes de este arte, tanto de México como del mundo. Este año los países invitados fueron Suiza, Israel, Estados Unidos, Brasil y Canadá. Aquí te platicamos un poco cómo estuvo, en esta ocasión pudimos asistir solo a unos cuantos eventos, pero estaremos pendientes el próximo año para ir a más y disfrutar en grande de este gran evento.

Bianco su Bianco, Suiza

Bianco

Desde hace años el autor y director Daniele Finzi Pasca sé ganó el corazón del público mexicano. A partir de que presentó su unipersonal Ícaro, hasta la fecha, sus seguidores han ido en aumento, sus montajes siempre generan mucha expectativa y son bien recibidos. Sus puestas en escena se caracterizan por utilizar elementos circenses, metáforas visuales, construcción de mundos oníricos y poéticos; todo permeado con humor blanco.

Este año presentó junto con su compañía el montaje Bianco su Bianco -escrito y dirigido por él-, obra para una actriz, Helena Bittencourt, y un actor, Goos Meeuwsen. Mediante una narración lírica, ambos intérpretes reconstruyen la historia del encuentro de un hombre con moretones hasta en el alma y una mujer enamorada de la luz de las lámparas. La obra, muy divertida en varios momentos y altamente conmovedora en otros, -sello de calidad de Finzi Pasca-, inauguró con el pie derecho y puso la vara muy alta este 5to Encuentro Internacional de Clown.

Under Construction, Israel

DAVAI

DAVAI Group es una compañía de teatro fundada por tres artistas independientes: Fyodor Makarov, Losha Gavrielov, y Vitaly Azarin. En su sitio de internet mencionan que utilizan elementos de clown, música y circo para “llevar la alegría del teatro al público”. Sin duda esto fue lo que lograron con sus múltiples presentaciones en la ciudad de México.

Su espectáculo Under Construction tiene una premisa muy sencilla. Tres personas quieren tomar té. Pero para esto tendrán que prepararlo y es así que se ven inmersos en las más hilarantes y absurdas situaciones. Un humor que recuerda a aquellas inolvidables películas cómicas del cine mudo, pero con un toque extravagante y único que el grupo le imprime. Sin duda una de las obras más exóticas del encuentro.

Synapse, Quebec

Synapse

La compañía Théâtre Biscornu presentó su obra Synapse, una propuesta fundamentalmente creada a partir de la pantomima y el humor físico, elementos sustanciales del trabajo de la compañía desde su fundación. Esta puesta en escena narra la forma en que tres oficinistas encuentran en el juego una forma de liberarse de la presión que produce el trabajo monótono.

Múltiples situaciones y escenarios -creados solo con el trabajo del cuerpo y los gestos de los interpretes, François-Guillaume LeBlanc, Philippe Perreault y Nicolas Tondreau-, son mostrados para disfrute y entretenimiento del público, recordándonos que para que haya teatro no es necesario nada más que actores y espectadores.

Sin duda las obras que pudimos ver eran de un nivel excepcional. Y lo mejor es que los precios eran sumamente accesibles, había muchas promociones, además de varias funciones gratuitas. Claramente este encuentro es uno de los más interesantes de la Ciudad de México y procuraremos estar al pendiente de las demás ediciones. Principalmente porque hoy más que nunca necesitamos reír.

Ricardo

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