“En mi luna tampoco hay escuelas” dice Braian mientras flota en su paraíso lunar; allá no hay peligro de ser exterminado, en ese sitio él puede bailar y hablar sin titubear, pero a veces también se siente solo. De golpe, la gravedad lo trae devuelta a la Tierra, a ese salón de clases repleto de adolescentes, uniformes grises y risas tontas. En ese mismo universo también existe Jocelyn, otra roca con luz deslumbrante que se aproxima rápidamente al paraíso lunar, ella con sus tenis que parecen asteroides y estrellas, patea la soledad con una ligera sonrisa, le toma por sorpresa; no hay tiempo en el espacio que le alcance a Braian para maniobrar un perfecto aterrizaje a la fiesta que fue invitado: los quince años de Jocelyn.
Los asteroides son pequeños objetos de formas rocosas e irregulares que giran por el Universo; hay miles, son de distintos tamaños y superficies; ninguno es igual. Nueve cuerpos orbitan en el escenario como un cinturón de asteroides, cada uno con una fuerza, masa y velocidad distinta; viajan a la luna y atraviesan la atmósfera de regreso a la Tierra para descender en el escenario en el momento preciso que Braian necesite articular ante lo desconocido, un agujero negro que lo atrae y del que ya no puede alejarse, un agujero negro llamado: el primer amor.
El espacio se percibe oscuro como la sala de un teatro; un cielo nocturno en el que hay gases que forman nubes que fungen como un velo que tapa la luz de la vía láctea. Encuentro al universo como un lugar donde la iluminación depende, en parte, de las estrellas, de pequeños reflectores que emanan luces de colores apuntando a un escenario para convertir cuatro paredes en una galaxia. Los gases componen un vacío negro para el ojo humano; no hay color, como en el uniforme de todos y todas las que han sido Braian en ficción o en un espacio-tiempo de la vida; la ropa gris a simple vista, pero que con un telescopio se alcanzaría a ver los reflejos de arcoíris de colores en cada movimiento y un gorro como velo, para evitar que la luminosidad se salga al hablar.
La luz de las estrellas es finita; no te das cuenta cuando se va apagando porque ya ha pasado mucho tiempo, dejas de prestarle atención porque después de todo, sobre tu cabeza, el cielo sigue repleto de ellas. Braian se siente desolado: sin brillo, sin sol. Si la estrella más cercana a la Tierra desapareciera, nos quedaríamos a oscuras; los océanos empezarían a congelarse, aunque el proceso sería lento y caótico, sentiríamos el miedo a la nada; el planeta perdería la fuerza gravitacional y nos desplazaríamos por todo el espacio con probabilidad de caer en un agujero negro.
Un agujero negro no es un agujero, es la concentración de una gran cantidad de materia en un mismo lugar; tampoco es oscuro, pero la fuerza gravitacional es tan fuerte que la luz no puede escapar de ahí. En el espacio las cosas no son lo que parecen; en los sueños tampoco, a veces se convierten en pesadillas en forma de chocolate derretido entre las manos, y otras, la pesadilla es una realidad con un punto de no retorno: la adultez.
Cuando la infancia y la adolescencia se apartan de nuestro radar, podemos pensar que es muy chistoso que Braian esté aterrado por bailar con Jocelyn, que su sueño en el que su pantalón se rompe fue sólo un sueño, que un adolescente agrediéndole es pasajero y que “es parte de crecer”; que sus miedos y preocupaciones nunca serían peor que la extinción del Sol.
Cuando observamos las estrellas es como viajar en el tiempo sin moverte de lugar; el brillo que reflejan en el preciso momento en que las ves, ya se ha extinguido; Vemos un pasado que resulta conocido porque ya le hemos visto antes. Ver una estrella es transportarse a la primera vez que te enamoraste, que sentiste miedo por caer en un vacío, cuando notaste que tu voz merecía ser escuchada o la primera vez que bailaste en el centro de la pista. Hannia, Ailyn, Diego, Ulises, Jesús, Angie, Mariana, Claudia, y César suben al escenario a representar su ahora, una historia que expresa sus propias inquietudes.
Hemos construido nuestra idea del universo por medio de la ficción y suponemos, como adultas y adultos, que conocemos cómo se comporta la juventud por el simple hecho de haberlo sido; a años luz de la adolescencia y después de varios primeros amores, seguiremos pensando que recordamos cómo se sintió tener 13 años, nos identificamos porque, en efecto, todos fuimos Braian, no deberíamos forzarnos a traer puesto un traje espacial que ya está desgastado, podríamos conservar el casco para no olvidar que flotamos alguna vez. Aportar desde la perspectiva que nos corresponde desintegrando las licencias del adultplaining que parecen no tener fecha de expiración. Impulsar el ascenso de nuevas naves; Maribel Carrasco en conjunto de una tripulación de Pequeños Creadores Teatro despegaron abriendo la posibilidad de sumar a las y los jóvenes a atreverse a escribir sus propias historias.