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Críticas

El derecho a la privacidad. De John Stuart Mill a Luis Gerardo Méndez

por Zavel Castro 5 noviembre, 2017

Desde el siglo XIX los legalistas estadounidenses debatieron sobre el derecho de la privacidad del individuo. John Stuart Mill encabezaría defensa de la libertad personal por encima de la injerencia del Estado que, sostenido en los principios puritanos que aconsejaban la vigilancia y el castigo de todo aquello considerado incorrecto o inmoral. El pensamiento de Mill, reflejado en su texto Sobre la libertad combatiría a los legalistas morales y sería una pieza fundamental para la abolición de las leyes anti obscenidad que perseguían, entre otras cosas, la posesión de material pornográfico ocurrida hasta la década de los setenta, cuando por fin se consideró que la compra y uso del porno en el ámbito doméstico era un asunto íntimo en el que la intromisión gubernamental no tenía cabida.

Todo parece indicar que los persecutores del vicio han encontrado, un siglo después, a los medios digitales como sus mejores aliados en lo que respecta a la inspección de la información de la vida privada. A través de las pantallas no hay nada parecido a la “información confidencial”, al contrario, los usuarios de teléfonos inteligentes, computadoras con tecnología de punta y navegantes de todo tipo de páginas de interacción social, entregamos cualquier cantidad de información personal para uso gubernamental sin darnos cuenta. Nadie en estos tiempos parece capaz de leer en su totalidad los “términos y condiciones” de muchas aplicaciones y dispositivos en los que literalmente firmamos un permiso para que todo lo que contengan nuestros celulares o computadores sea expuesto y resguardado en un banco de datos infinito a los que además del Estado otro tipo de usuarios y compañías sospechosas tengan acceso.

El debate sobre la libertad y el derecho a la privacidad fue puesto sobre la mesa nuevamente con el caso Edward Snowden, el ex consultor tecnológico, informante y antiguo empleado de la CIA y la NSA que reveló los secretos del espionaje por parte del gobierno contra su propio pueblo. Por cierto que Snowden puede ser considerado como una vertiente extrema del pensamiento de Stuart Mill.

Inspirados en el caso Snowden, James Graham y Josie Rourke concibieron una obra de teatro documental, que, tras probar su éxito en Londres y Nueva York, llega a México en una versión adaptada por María Renee Prudencio bajo la dirección de Francisco Franco y la producción de Tina Galindo y Claudio Carrera, con las actuaciones estelares de Diego Luna y Luis Gerardo Méndez en el papel protagónico.

Foto: Darío Castro

Foto: Darío Castro

 

La súper producción de Ocesa ofrece un montaje dominado por la espectacularidad visual de las proyecciones en las que evidentemente no se han escatimado recursos al momento de incorporar nuevas tecnologías a la escena, con lo cual reafirmo la hipótesis que lancé en otra reflexión que cuestionaba el vínculo entre los recursos económicos y las poéticas teatrales que intentan referir o hacer uso de los medios virtuales.[1] En conclusión sí hace falta una gran inversión para conseguir incorporar estos lenguajes, especialmente de forma contundente.

La impresionante escenografía se transforma durante cada una de las escenas del “viaje” del protagonista que va desde la superficialidad del mundo a través de la pantalla hasta el interior de sí mismo. En este punto cabe decir que el personaje en términos dramáticos es bastante sencillo, poco profundo y sin mayores complejidades. Sin embargo, para su interpretación hace falta un dominio de público y carisma con las que Luis Gerardo Méndez (quien interpretó el papel del “escritor” en la función que vi) cuenta. Mismas habilidades que también distinguen al resto de los actores de la puesta: Alejandro Calva, Ana Karina Guevara, Luis Miguel Lombana, María Penella, Antonio Vega, Amanda Farah, Antón Araiza y Bernardo Benítez. Cada uno de ellos interpreta un personaje “guía”, interpretando el papel de una persona real (casi todos investigadores de la realidad virtual), compartiendo los resultados de sus investigaciones que lo obligan a reparar en el alcance y consecuencias de todo lo que hacemos en la red.

El tránsito que lleva al personaje protagónico de la virtualidad a la realidad, en la que deja de definirse como internauta para devenir de nueva cuenta en persona, revela su mayor temor, compartido con la civilización occidental actual (principalmente los millenials): mostrar vulnerabilidad. El viaje también le permite reflexionar sobre la importancia del silencio y la calma, ese “detenerse a mirar el paisaje”[2]. La obra compara pros y contras de la ficción de las redes sociales, los daños y beneficios de estar todo el tiempo “en línea”. Nunca antes en la historia había tanta información disponible sobre nosotros, sin embargo, nunca antes nos habíamos conocido tan poco. Nunca habíamos tenido tantos amigos y nunca habíamos estado tan solos.

La reflexión en la que aterriza la obra, tanto como el dispositivo escenográfico hace de esta experiencia un suceso digno de atención en la cartelera de la Ciudad de México. El público, al final, quizá tome conciencia del panóptico en el que se encuentra. De su laberinto sin salida.

Zavel

 

 

[1] Teatro y nuevas tecnologías en la Ciudad de México: http://aplaudirdepie.com/teatro-y-nuevas-tecnologias-en-la-ciudad-de-mexico/

[2] ¿Pensar de prisa o escribir con calma? La crítica “off”: http://aplaudirdepie.com/?s=pensar+de+prisa

Reseñas

Del Manantial del Corazón

por Zavel Castro 9 octubre, 2017

José Juan Meraz tiene razón al decir, que si bien tras el sismo volvimos al teatro, ya no somos los mismos. Estoy segura que muchos de nosotros nos costó trabajo regresar a ver o a dar una función. Los días que sucedieron a la catástrofe algunos dudamos sobre la función y utilidad del quehacer escénico como reconstructor social en algún nivel y sentíamos que asistir a función era innecesario y superficial. No estábamos para ningún tipo de vanidad. No había nada más importante que intentar ayudar a quienes lo necesitaban.

Sin embargo, con el paso de los días sentíamos la necesidad de regresar allí donde sentimos que pertenecemos, allí donde solemos mirar el mundo, donde nos sentimos arropados, bienvenidos y seguros. Estábamos escépticos pero nos urgía un abrazo y nunca hemos sentido mayor calidez y tranquilidad que en el teatro. Entonces, en cuanto se renovaron las actividades artísticas quisimos elegir muy bien a qué obra le entregaríamos nuestra angustia a cambio de consuelo. Afortunadamente, dimos con la obra correcta.

Fotografía: Darío Castro

Fotografía: Darío Castro

 

“Del Manantial del Corazón”, escrita y dirigida por Conchi León es quizá una de las mejores obras que hemos visto para calmar el alma. Atribuimos la excelencia del montaje a la honestidad que atravesó su concepción, desarrollo y propósito. Sincera desde su origen, al no pretender imitar algún modelo como hacen tantos «creadores» tratando de ajustar sus propuestas a parámetros extranjeros que piensan como superiores o innovadores y asumir el contexto que la hizo posible, traduciéndolo y rindiéndole homenaje en cada elemento de la puesta.  Conchi, mexicana y yucateca orgullosa de sus raíces, invita al espectador a sumergirse en el universo maya que aún pervive y constituye la identidad de la región. El habla, la estética, la construcción de los personajes y la relación entre ellos, aromas, sabores, los majestuosos textiles, religiosidad, ritos, ideas y costumbres, todo está ahí tal como es, sin embellecer ni ocultar nada,  dando cuenta de una forma de vida y de una cultura rica y valiosa.

La honestidad también sostiene la trama, pues partiendo de testimonios reales, León ha escrito un viaje para tres simpáticos y conmovedores personajes femeninos en el que se maravillarán con el milagro de la vida y se enfrentarán a la amargura de la muerte. El ciclo vital relacionado con la maternidad y la pérdida de los seres queridos con el trascurso inevitable del tiempo. Nada más pertinente para estos momentos en que algunos tuvieron que despedir a sus seres amados y otros temieron no volver a verlos con la noticia de su desaparición.

 La intención del montaje es brindar un poco de alivio a todos aquellos que se quedaron con los brazos vacíos, pero también provoca que valoremos a quienes tenemos cerca. A que les digamos cuánto los queremos todas las veces que podamos y a que nos ríamos con ellos porque “reírse con alguien es otra forma de decirle que lo amas”.  En estos momentos todos necesitamos ver una obra como esta. Para seguir adelante. Para abrazar la vida. Para regresar al teatro. Para aplaudir con el corazón entre las manos.

Zavel

 

Reseñas

Los dolores

por Aplaudir de Pie 5 octubre, 2017

Las enfermerías son lugares a donde se acude para que te den primeros auxilios, te curen, te estabilicen, te saquen de peligro; uno acude seguro de que recibirá eso y en toda su ignorancia, se entrega, porque hay momentos en que lo único que se puede hacer es confiar, pero definitivamente hay cosas que ni doctores, ni enfermeras pueden arreglar, el daño estructural es de raíz, es de conciencia, y de cambio lento, pero imprescindible. Desde una perspectiva política, “Los dolores” ocurre en una enfermería; cuatro historias cortas nos muestran una sociedad fracturada y caminando renga, pero, de vez en cuando, diciendo que está bien; materializada en heridos desorientados, moribundos indefensos, civiles preocupados, y especialistas de la salud corruptos o incompetentes, “Los dolores” nos hace reír, pero, en definitiva, nos duele.

“Vocación de servicio” de Andrés Binetti, con dirección de Tato Cayón, y las actuaciones de Malala González, Marcela Arza y Marcela Inda, nos sitúa en una enfermería de un hospital privado donde un par enfermeras practican sus cantos, ya que han decidido formar un coro, aunque por ahora sean sólo ellas dos; la llegada de una “chica nueva” que había venido trabajando en hospitales públicos, y el coincidente ingreso al hospital de una diputada, (valga la redundancia) bastante grosera y clasista, que se cree Napoleón, ponen en riesgo la delicada estabilidad del micromundo de la pequeña enfermería, donde lo verdaderamente importante es hacer que un político parezca cuerdo por medio de sueros y medicamentos, y cantar en el tono correcto.

“El alma intacta” de Héctor Levy-Daniel, con dirección del autor, las actuaciones de Juan Carrasco, Martín Ortiz y Viviana Suraniti, y música en vivo por parte de Eugenio Chuke y su violín, nos muestra a una mujer con una herida mortal de bala en el tórax; un médico a su lado intenta mantenerla con vida, pero está imposibilitado por no tener los recursos necesarios para operarla; mientras tanto, un extraño se ha colado subrepticiamente a la sala, decidido a llevarse el cuerpo. El médico duda, pero se resiste a entregar a la mujer, para él, es una persona, y aunque su último aliento haya escapado de su boca, seguirá siéndolo; podrán matarnos, pero nunca acabarán con nosotros, el alma está intacta, y los asesinos son ciegos, jamás identificarán su verdadera ubicación.

“Hasta más ver” de Mariano Saba, con dirección de Julio Molina, y las actuaciones de Juan Pascarelli y Pablo Mónaco, nos introduce a una sala de espera de un hospital bastante ineficiente, donde únicamente se encuentran un hombre herido con fuerte golpe en la cabeza, y otro que lo ha auxiliado para llegar hasta ahí; el herido está totalmente confundido, mezcla pasado y presente, pero lo verdaderamente importante permanece intacto en su cabeza. Quizás todos necesitamos un buen golpe para recordar. Finalmente, la memoria sobrevive al tiempo, al espacio y a la mala vida, emerge de entre los escombros, implacable, ante la provocación adecuada.

“Punto muerto” de Ignacio Apolo, con dirección del autor, y las actuaciones de Malena Bernardi, Mario Mahler, Pedro Galván y Silvia Kanter, une a dos generaciones en un hospital, el padre moribundo, que no se termina de morir, y los hijos que vienen a despedirse de una vez por todas, mientras una enfermera permanece expectante; cuatro diferentes formas de vida, con una gran imposibilidad para comunicarse, pero que conviven, y lo han hecho por mucho tiempo, reestructurándose, esperando siempre que el otro muera o desaparezca, pero eso nunca pasa, la coexistencia es la base de la supervivencia.

Un ciclo aséptico que se edifica sobre un tejido social enfermo y sufriente, pero con posibilidades de cura; cuatro obras que, en el momento histórico en el que vivimos, son necesarias para recordarnos que no volveremos a permitir que se repitan los errores, ni los horrores del pasado; que la corrupción es descarada y agobiante, pero que nosotros somos, quizás no más fuertes, pero que somos más; que la memoria puede esconderse en un cajón, pero que no muere.

El arte, sin lugar a dudas, es nuestra válvula de escape; es nuestro deber que el vapor que emane de ella provoque una toma de conciencia, modifique, y una, si, sobre todo eso, que nos una.

manya

Reseñas

Terrenal

por Aplaudir de Pie 5 octubre, 2017

Caín y Abel viven en un terreno dividido en dos; está la mitad derecha, de producción morronera, motivo de orgullo, y trabajo arduo e incasable de Caín, y la mitad izquierda, donde libremente nacen de la tierra pequeños escarabajos torito, que Abel vende como carnada viva un día a la semana. Tatita dejo a los hermanos ahí hace veinte años, en un paraje desierto, se fue y no volvió; Caín lo espera seguro de que cada día es el que volverá, y Abel no espera nada, humildemente sabe que, él sólo sabe que no sabe nada.

Separados por una brecha ideológica infranqueable, Caín insiste en hacer físico el abismo, desea que Abel no pase a su lado del terreno, defiende su propiedad (incansable necesidad de la derecha de sentir que somos lo que poseemos), e intenta vivir en paz con ello, minimizando a su hermano, y enfocándose de lleno en el morrón. Abel observa amorosamente la vida y muerte de sus toritos, y cada tanto sale a divertirse, siente la distancia que provocan las evidentes diferencias con su hermano, pero las deja existir y fluir, aunque estas conlleven unos buenos puñetazos y patadas de vez en cuando.

La anhelada pero inesperada llegada de Tatita, rompe el delicado equilibrio que reinaba en el terreno, y orilla a nuestros protagonistas a transitar los sentimientos más oscuros que puede percibir el alma humana, y se dan cuenta, demasiado tarde, que el equilibrio de dos fuerzas se mantiene por su constante modificación con respecto a la otra, el choque es necesario para la evolución y la supervivencia.

Desgraciadamente, tanto en “Terrenal” como en la vida misma, la derecha no toma, en general, las mejores decisiones, y después de cometer el fratricidio, Caín espera obediente y manso su castigo, deseando con todo su corazón que lo reprendan, pero el único y peor castigo de todos es la condena de convivir por siempre consigo mismo, y de, sin percibirlo a primera vista, llevar a cuestas o entre las faldas, subrepticiamente, al menos un pedacito de la mitad izquierda, resplandeciendo, brillando, reclamando, bien viva, buscando, cambiando; para fortuna del mundo y de la vida, hay al menos uno en cada familia.

“Terrenal” ha sido merecedora de una infinidad de premios y menciones honoríficas en todas sus áreas, entre ellos, el Premio de la Crítica al mejor libro argentino de la creación literaria 2014, Mejor obra argentina y mejor actor de teatro alternativo (Claudio Rissi) en los premios ACE, el premio Teatro XXI a mejor obra dramática, etc. Así mismo, ha estado nominada para mejor vestuario y mejor escenografía.

Se trata de una obra que ha logrado la armonía por medio de la perfección de sus partes, que aportan a que el resultado final sea una de las composiciones escénicas más hermosas que he visto en mi vida. El texto de Mauricio Kartun, por su sensibilidad y belleza, cuenta con una vigencia permanente, mostrando la innegable heterogeneidad entre el sedentario y el nómada, entre la derecha y la izquierda, acertadamente ubicada en un contexto argentino. Las actuaciones de Rafael Bruza, Claudio Da Passano y Claudio Martínez Bel, y la dirección del autor, perfectamente amalgamadas, hacen un uso magistral de la técnica clown, que provoca risas de todo tipo entre el público, de esas que duele la panza por la desopilantes, y de esas que duele el pecho por lo confrontantes. La escenografía y el vestuario, por parte de Gabriela A. Fernández, nos sumergen en un mundo de gris y desolado, donde se respira una atmósfera vieja y gastada, donde se ha estado esperando algo por mucho tiempo; la perfección del diseño estético es tal, que con aparentemente pocos elementos, y un par de pantaloncillos cortados en el lugar justo, nos adentramos en el mundo de estos dos individuos, que llevan veinte años desamparados, mostrándonos que el tiempo es implacable y engañoso.

“Terrenal” me soltó tantas verdades disfrazadas de risa, que me dejó el alma compungida, pero llena de esperanza.

manya

Críticas

Historia y teatro

por Zavel Castro 29 septiembre, 2017

El teatro puede constituir un punto de partida ideal para hacer una excursión al pasado. Últimamente hemos visto en el teatro mexicano una inclinación por revivir algún periodo histórico a través de la ficción dramática y de la puesta en escena de distintas maneras. Bien sea recreando el pasado tal y como da cuenta de él la historiografía, personificando a los personajes históricos y poniendo atención a que los detalles y todos los elementos de la puesta correspondan a la época que se pretenda representar (desde la escenografía y el vestuario, hasta la forma de hablar de los personajes), tal es el caso de “3 días de Mayo”, ¨Las Touzá”, “La última sesión de Freud”, “Bule Bule”  “Los equilibristas” y “Tandas y Tundas”. Ciertamente, algunas de estas obras insertan “paréntesis”  para comentar el presente y reflejar las similitudes de las circunstancias políticas y sociales de un tiempo y otro, espejeando las condiciones para dar cuenta acaso, de una historia que parece siempre repetirse.

El teatro histórico sostenido en la recreación corre el riesgo de distanciarse del espectador hasta el grado de parecerle ajeno, acartonado y aburrido, como una de esas malas clases de historia que todos sufrimos alguna vez en el colegio que solo se conformaban con dictar fechas y hechos históricos sin cuidar que el relato pudiera ser emocionante. Así como también contiene la posibilidad de transportar al espectador al pasado y hacerlo sentir realmente en otro tiempo, mientras reflexiona sobre su propia realidad cronotópica. Todo depende del equilibrio que se ponga entre el movimiento escénico, la acción y el discurso.

Existe también otra manera de plantear un tema histórico y es la del relato directo del episodio, sin  que se pretenda encarnar necesariamente a los personajes que protagonizaron o participaron del hecho. Con personajes absolutamente inventados, que, sin embargo, por el uso correcto del lenguaje de la época relatada y un conocimiento evidente sobre el tema, pertenezcan al universo de ese pasado inaprehensible. Tal es el caso de “Las Meninas Novohispanas”, un montaje en el puro estilo del cabaret, dirigida por Luis Huitrón. La narración de distintos episodios históricos (tales como la Conquista de México, la vida de Sor Juana Inés de la Cruz, el Segundo Imperio, la Independencia de México, la vida de Porfirio Díaz, la historia de la gastronomía mexicana y, el mito de la Virgen de Guadalupe y la historia de la Navidad, entre muchos otros)  por parte de “María Bárbara”, “la tía Cecilia” y “Alma María Ibarguenguer”,  tres damas aristócratas resulta una comedia extraordinaria que conecta con el público tanto en lo intelectual como en lo emotivo.

Fotografía: Darío Castro

Fotografía: Darío Castro

El éxito irrefrenable de esta obra obedece a distintas razones: por una parte las acertadas interpretaciones fársicas de Huitrón y  Hugo Serrano que utilizan el recurso del travestismo para potenciar el humor -más que para caricaturizar al género femenino-, por otra parte la interacción que generan con el público (muchos de los espectadores son aficionados al trabajo de las Meninas y procuran dar seguimiento a los “episodios”),  tanto como el cuidadoso vestuario a cargo de Mariana Orozco quien ha realizado un minucioso estudio de la indumentaria novohispana para reflejarla en las magníficas piezas que ornamentan los cuerpos de los actores.

Sin lugar a dudas, la pieza fundamental para el éxito de “Las Meninas” como un excelente representante de una de las posibilidades del teatro histórico, es que la dramaturgia  a cargo del también historiador Luis Huitrón  y Hugo Serrano se sostiene en una investigación profunda de la historiografía, de tal suerte, la base argumental sostiene el discurso intelectual del montaje mientras que su traducción eficaz al lenguaje dramático hace de esta un espectáculo sumamente divertido. Toda obra histórica debería conjuntar ambos elementos: entretenimiento y conocimiento, para convertirse, como la obra de Huitrón y Serrano en un digno representante tanto de la hermenéutica como de la escena.

Aunque este consejo podría parecer una obviedad, lo cierto es que los teatristas mexicanos, que se precian de ser “investigadores escénicos” muchas veces se confían en la investigación bibliográfica que realizan guiados solamente de su intuición y de sus buenas intenciones, pero no llegan a dominar las herramientas de la búsqueda y selección de fuentes,  por lo tanto no sería descabellado proponer la presencia de la asistencia en investigación por parte de un especialista en cualquier montaje que pretenda tratar un tema del pasado (aun cuando se trate de un episodio imaginario) además de contar con un equipo creativo capaz de trasformar la información en una pieza dinámica y emocionante. En este sentido, Las Meninas ofrecen una gran lección.

Zavel

 

 

Reflexiones

Escombros

por Zavel Castro 28 septiembre, 2017

El 19 de septiembre el sismo de 7.1 grados Richter cimbró a la sociedad mexicana. La magnitud de la catástrofe demandó la participación de la comunidad artística quienes inmediatamente dispusieron sus mejores armas al servicio de los afectados. La gente de teatro, de la que hablaremos principalmente porque es a la que mejor conocemos, nos conmovió de manera especial cuando con una rapidez inusitada organizó centros de acopio de víveres, medicamentos, ropa, juguetes y todo aquello que pudiera ser útil a los afectados. Los teatreros utilizaron sus redes sociales para compartir cualquier tipo de información para ayudar a quienes lo necesitaran compartiendo las direcciones de los centros de acopio, albergues para quienes padecieron el derrumbe de sus casas o fueron desalojados de ellas por protección civil, actualizando constantemente la información sobre lo que se requería con urgencia, documentando la entrega de los donativos, publicando los datos de las líneas para depositar a la Cruz Roja y a los Topos que, junto con los ciudadanos trabajaron incansablemente para tratar de encontrar personas entre los escombros, información legal sobre seguros, pérdida de documentos, y un largo etcétera que puso de manifiesto la eficacia de las redes sociales como medios de comunicación inmediato.

Facebook, twitter e instagram fungieron como extraordinarias plataformas de solidaridad, pero también de denuncia sobre la corrupción, desvío de fondos, abusos sufridos por parte de las autoridades, las mentiras transmitidas por televisión  y la exhibición de personajes que actuaban sin humanidad ante la tragedia, como aquel titiritero cuyo primer impuso fue twittear en un tono burlón que se alegraba de que en el sismo había colapsado un barrio de la Ciudad de México en el que todos eran veganos dando a entender que de algún modo lo merecían y que incluso, estaba bien porque gracias a ello se evitaría la gentrificación. Personajes como ese y como aquellos que con humor negro compartían imágenes desafortunadas también salieron a relucir para demostrar una vez más los claroscuros de los infortunios de la vida.

Como ya hemos hablado de la parte luminosa, toca el turno de profundizar un poco sobre las imágenes y reacciones oscuras que también han surgido en el medio teatral (tanto como en otros). En primer lugar, la catástrofe produjo en algunos creadores escénicos una intempestiva necesidad de demostración que los obligaban a participar en las labores de rescate solo para exhibir esta participación a través de videos y selfies para, seguir con su vida una vez que hubieron conseguido una imagen probatoria que los pusiera de moda. No fue poco común ver fotografías y mensajes de apoyo, seguidas de trivialidades los días posteriores como si nada hubiera pasado. Sospechoso. Como si tomarse la foto en los escombros siguiera la misma lógica del lanzamiento del frapuccino unicornio.

También hubo quienes quisieron mostrar su apoyo a la solidaridad del gremio o su admiración a los rescatistas con publicaciones “cotorras” que quizá en estos momentos podríamos considerar un poco fuera de lugar. Otros aprovecharon para destacarse por medio de su talento con composiciones y creaciones artísticas a disposición de la causa, especialmente para participar en las brigadas artísticas que comenzaron a emerger como soluciones inmediatas al estrés traumático de las personas que  habitan los albergues, la mayoría de estas actividades se organizaron con las mejores intenciones pero de una manera irresponsable y desorganizada, descuidando en primer lugar, la calidad de los números de entretenimiento y la pertinencia terapéutica de los mismos.

Lo más triste de este tipo de organizaciones es que demasiado pronto pretenden diferenciarse unas de otras al grado de que en lugar de unir a la comunidad teatral (si es que existe algo medianamente parecido a esto) manifiestan el separatismo que explica la fragmentación del gremio. Las banderas que llevan a referir a los dirigentes de los centros de apoyo como “mi albergue” “mi centro de acopio” “mi teatro” impiden además la interconexión y cooperación auténtica sin etiquetas. Así como la ansiedad que lleva a los participantes a revelar una excesiva sed de protagonismo a mitad de la catástrofe. No es momento de brillar.

No puedo dejar de mencionar a los oportunistas que quisieron aprovecharse en términos comerciales de lo sucedido, tanto la mercancía que apareció de pronto con la imagen de “Frida” la perrita rescatista como con mensajes solidarios, artículos que fueron ofrecidos a la venta prometiendo donar las ganancias a los grupos de apoyo para los damnificados (¿cómo pueden demostrarlo?). Tanto como los teatros que obligan a las compañías que presentan obras en sus recintos a donar parte o el monto total de la taquilla para la causa o a dar funciones gratuitas quizás solamente para justificar su reactivación. Desconfía y acertarás.

Es necesario visibilizar las conductas para que  -tomando las palabras del historiador Alfredo Ruiz Islas- nunca perdamos de vista que la realidad siempre tiene más de un lado, que junto a la solidaridad está la avaricia, junto a la generosidad, el crimen. “No hay que perderlo de vista, que no se diga, al final, que todos los esfuerzos naufragaron en un mar de candidez.” El infierno está empedrado de buenas intenciones.

Zavel

 

 

 

 

Reseñas

Trattaría D´ Improvizzo

por Ricardo Ruiz Lezama 19 septiembre, 2017

Los espectáculos de improvisación teatral o «impro» son un fenómeno de afluencia de espectadores sumamente interesante dentro del universo teatral mexicano, considerando que –según muestran las encuestas nacionales en materia de cultura- son mayoría los mexicanos que no han ido al teatro ni una vez en su vida. Desde su aparición en México por allá del año 1989 hasta la fecha, la impro ha tenido diversos shows que han marcado generaciones de espectadores y creadores. Desde la primera liga de improvisación en México, La Liga Latinoamericana de Improvisación, formada por alrededor de 90 actores y actrices, la mayoría de estos son hoy en día referentes importantes dentro del teatro nacional.

En 2001 surge la LIMI (Liga Mexicana de Improvisación) y con esto viene un esplendor en cuanto al teatro de impro. Espectáculos memorables como Copa de Improvisadores, que hacía que espectadores llenaran en su totalidad uno de los espacios del Centro Cultural Helénico, función tras función. Tal era la afición que el público sentía que hacían sus propias playeras para ir a las presentaciones a apoyar a su equipo de improvisadores preferido. En este segundo auge de la improvisación es cuando surge  Trattaría D’ Improvizzo, una obra creada  por los máximos exponentes de la impro en México. El hecho de que después de 15 años regrese esta obra a cartelera con su elenco original es sin duda todo un suceso.

Para este momento seguramente los espectadores asiduos a las obras de impro estarán llenos de curiosidad y uno que otro de nostalgia. Pero para los que no han visto un espectáculo de impro muy probablemente surgirá una duda, ¿qué es la impro? La improvisación teatral es una técnica que consiste en contar historias justo en el momento de crearlas, a partir de sugerencias del público. No hay un guion previo, todo se hace al momento. Trattaría… es un espectáculo con un formato bastante clásico dentro del teatro de improvisación en donde se podrá conocer y disfrutar de este tipo de acontecimiento escénico.

Trattaría D’ Improvizzo empieza desde que se entra al foro, una cocina que hace de escenografía. Los chefs-actores-improvisadores cocinarán historias en cinco tiempos para deleite de todos los presentes. Parte fundamental de los ingredientes proviene del público, al cual se le toma su orden, estas ideas vertidas son las que inspiran los platillos escénicos. Después de que se ha preguntado a los espectadores ciertas cosas, entra el anfitrión que nos explica las reglas del juego. Y a cada momento se asegura de que todo lo que sucede es improvisado y fue proporcionado por el público. Aquí no hay trampa, esa es la magia del teatro de improvisación, mirar a un grupo de intérpretes frente al abismo, verlos caer y luego levantar el vuelo de la imaginación, emocionándonos junto con ellos al descubrir las diversas historias únicas e irrepetibles hechas al momento.

Cada chef-improvisador tiene su propia sazón, lo cual hace de todo el espectáculo un múltiple conglomerado de sabores, olores, texturas… esta diversidad enriquece la obra, haciendo de la velada algo siempre impredecible y profundamente divertido, pues la risa es el ingrediente principal en que coinciden todos los platillos.

Se dice que el arte es el alimento del alma y,  siguiendo esa línea de analogía, la risa es uno de los mejores maridajes de la vida. Trattaría D´ Improvizzo es tan nutritiva como divertida.

Ricardo

Críticas

Ópera y teatro

por Zavel Castro 12 septiembre, 2017

Lejanos han quedado los tiempos de la especificidad que imponía barreras entre los quehaceres artísticos y los condicionaba a desarrollarse en un solo sitio. La posmodernidad facilitó la multi y transdiciplina que ahora nos permite entender la liminalidad escénica, el estado de ambigüedad y apertura que permite que las artes no sólo se mezclen (cómo se pensaba que lo haría la ópera como “arte total” uniendo en un mismo escenario artes plásticas, música y teatro), sino que se (con)fundan.

Así pues el bailarín, el actor y el cantante de ópera pueden experimentar en otros territorios sin sentirse incómodos. El territorio del artista escénico ahora está en todas partes. Podemos dar cuenta de ello con las obras que “confunden” ópera con teatro, que integran elementos de un oficio y otro sin estorbarse, más bien, complementándose. Este año hemos visto cómo el cantante de ópera no es más un huésped o un invitado, sino que pertenece perfectamente al escenario teatral con dos obras que dan cuenta del éxito de la mixtura. La primera de ellas fue “Heroínas transgresoras”[1] dirigida por Emmanuel Márquez, interpretada magistralmente por la soprano y actriz Luz Angélica Uribe y la segunda “Ópera Guau. Esta perra vida cantada” escrita y dirigida por Miguel Ángel Alvarado con las actuaciones de la soprano Dolores Menéndez, los tenores Ángel Ruiz, Aldo Estrada y Dagoberto Salas y el barítono Jesús Cozaín.

Ambos montajes, dirigidos a públicos jóvenes, apuestan por incorporar el repertorio de la ópera a tramas dramáticas, con lo que se busca poder desarrollar una historia al mismo tiempo que ofrecen a los espectadores información sobre el género musical que por mucho tiempo se ha malinterpretado como música exclusiva (y excluyente) de las altas esferas culturales. En la posmodernidad todo se ha democratizado, con ello se han diluido muchos prejuicios y se ha facilitado un doble fenómeno (recíproco): la popularización de “lo culto” y la aculturación de “lo popular”. Estos montajes representan grandes resultados de este enriquecedor proceso.

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Como ya he hablado de “Heroínas transgresoras” me gustaría comentar algunas cosas sobre “Ópera Guau”, en principio, diré que es loable la labor que se proponen y que por cierto, consiguen generando un gran convivio con la audiencia. La interacción con los espectadores es acertada desde el momento en que inicia la representación. Desde que llega, el público accede a dos universos: el de la ópera y el mundo de los perros, y entra en ellos con una facilidad que parece natural a pesar de su aparente lejanía con la música especializada y la fantasía que implica pensar en una historia contada por perros visiblemente interpretados por hombres y mujeres.

La convención se acepta de inmediato y se sigue durante toda la obra. Sin embargo, pese al esfuerzo del público por entrar en ficción y de los actores y cantantes por representar los personajes, la obra podría mejorar en términos estéticos. Vestuario y escenografía quedaron por debajo de la historia y de las interpretaciones de las arias y amenazaban con dar la impresión de que el montaje fuera de menor calidad de la que realmente tiene. Es necesario reparar en la importancia que tiene la cualidad visual de esta obra, ya que una vez que el diseño de imagen pudiera alcanzar el nivel del resto de los elementos intangibles como la dirección, la interpretación musical, las actuaciones, la improvisación, etcétera, podríamos recomendarla sin ninguna especie de reparo. Con una mejor imagen (las ideas de diseño son buenas, no así su ejecución) quizá incluso las lagunas de la dramaturgia (hay por lo menos dos escenas que no se resuelven, que podrían de hecho omitirse) serían menos evidentes, porque como espectadores tendríamos algo estéticamente agradable con el cual deleitar nuestra atención.

A pesar de estos detalles, insisto en la buena recepción que tiene la obra con su público infantil, a quienes saben mantener atentos con lo difícil que es dicha tarea en estos tiempos. Además de captar su atención se aseguran de aportarle conocimiento nuevo, de tal suerte que los niños se van del teatro sabiendo –entre otras cosas- qué es una canción napolitana, qué es un soprano, qué es la ópera, cómo se dividen las voces en este género y qué es el teatro. Aportaciones nada menores para la formación de la  cultura general de un niño.

Con “Heroínas transgresoras” y con “Ópera Guau” no me queda más que celebrar la ampliación de los horizontes de los cantantes de ópera. Se han roto las fronteras. Bienvenidos sean al teatro.

Zavel

 

[1] “Heroínas transgresoras. El romanticismo en escena” en: http://aplaudirdepie.com/heroinas-transgresoras-el-romanticismo-en-escena/

Críticas

Partitura escénica para niños con plumas en la cabeza

por Zavel Castro 29 agosto, 2017

La maternidad, como cualquier otra de nuestras ficciones con las que intentamos significar nuestro devenir, es un concepto que se ha romantizado y se ha llenado de tantos prejuicios que pareciera ser un estado ideal y extraordinario, el punto clave para la realización de cualquier mujer. Los medios de comunicación, apoyados en todo un sistema discursivo que atiende a las teorías científicas, filosóficas, legalistas, en fin todas aquellas que sujetan nuestra ideología, para exaltar lo que según nos dicen es una de las labores más arduas, desinteresadas, generosas y amorosas a las que una mujer pueda entregarse.

Poco se habla del “lado oscuro” de la maternidad, como pueden serlo los motivos pueden llevar a una mujer a pensar en desempeñarse como madre por presiones sociales o, lo que es más grave todavía, para intentar llenar un vacío dando una vida nueva, esperando que su bebé satisfaga todos sus anhelos y le dé sentido a su existencia. Esta razón, por supuesto es la que más pronto se desgasta y la mujer, al descubrir (si consigue hacerlo) que un niño no puede darle todo lo que le hace falta, sino que se trata de alguna carencia o herida más profunda, descarga todas sus frustraciones y su insatisfacción en el pequeño al que se le había atribuido la enorme responsabilidad de hacer feliz a su madre, de complacerla, de ser lo que ella quería. Por el miedo a la soledad, cuando sus hijos las dejen las madres pueden desatar conductas enfermizas (una de las más graves es el Síndrome Münchhausen)[1] que a veces suelen pasar desapercibidas al ser confundidas como “el amor de mamá”, como lo es querer obligar a sus hijos a ser lo que ellas quieren sin importarles lo que realmente son ¡Estoy realmente encantada con que esta reflexión sobre la maternidad haya sido detonada por una obra infantil!

Foto: Darío Castro

Foto: Darío Castro

“Los cuervos no se peinan. Partitura escénica para niños con plumas en la cabeza” escrita por Maribel Carrasco y dirigida por Diego Montero, cabeza de la compañía Córvido Teatro, es un montaje que se aleja del afán de entretener a su público de una manera excesivamente alegre, menospreciando las capacidades intelectuales y necesidades sensitivas de los espectadores. La obra de Carrasco trata a los niños con la seriedad que merecen, comprendiendo que si bien no cuentan con la experiencia de un adulto, no por ello son menos y merecedores de espectáculos tontos.

El público infantil tiene perfectamente la capacidad para entender por empatía la complejidad de la infancia, el vínculo materno y el empezar a conocerse a uno mismo y a quererse por lo que uno es. Es en esta etapa donde se afianza la autoestima y comienza a formarse el ideal de vínculos afectivos que se perseguirá en adelante.  Es importante que los niños comprendan que está perfectamente bien ser cómo son y que no tienen que agradar ni demostrar nada a nadie, ni siquiera a mamá. También tienen que saber que está bien que algún día hagan su propio camino, que tienen que volar “ya sea con sueños o con alas” como dice el personaje de “la mujer del sombrero rojo” interpretado por Diana Becerril.

Becerril y su compañero de escena, Daryl Guadarrama, que personifica al “niño –cuervo / cuervo-niño” se lucen en sus personajes gracias a sus habilidades corporales (su entrenamiento físico es evidente en el manejo del espacio y la agilidad de movimientos), así como a la atinada dirección que ha decidido no contar más que con una banca por escenografía y un vestuario sumamente sencillo en el que destaca una bufanda roja que hace las veces del sombrero rojo, en un juego de intercambio de papeles que hace Becerril. Estas decisiones destacan el cuerpo de los actores en quien recae toda la atención y que no pueden ocultarse tras ningún elemento, son solo ellos, sus cuerpos y sus voces los que darán vida a una historia. El montaje nos recuerda una vez más que hace falta bastante poco, en lo que a producción se refiere para “hacer teatro” y que la conjunción de talentos es más que suficiente.  Una obra para niños, que no deben dejar de ver las madres.

Zavel

 

[1] Tema que trata la Obra “Münchhausen” de Lucía Vilanova: http://aplaudirdepie.com/munchhausen/

Críticas

Calculando la órbita de Villoro

por Zavel Castro 10 agosto, 2017

Según los diccionarios, la palabra “órbita” tiene una doble acepción. Bien puede ser la curva que describe un cuerpo alrededor de otro en el espacio (especialmente un planeta, cometa, satélite, etcétera, como consecuencia de la acción de la fuerza de gravedad) o la cavidad del cráneo en la que se encuentra el ojo. Ambas definiciones se ajustan a nuestra comprensión de la figura de Juan Villoro en su papel como dramaturgo; sin lugar a dudas el estreno de su obra “La desobediencia de Marte” obedece a un nuevo recorrido o curva en su carrera estelar y revela su mirada, las imágenes que colecciona en sus órbitas oculares para significarlas luego con ayuda de algunos otros órganos, su indiscutible inteligencia y su sorpresivo talento para la ficción dramática.

Hablo de sorpresa porque la regla para los intelectuales a la hora de participar en la escritura de una obra de teatro parece ser el exceso de razonamiento, la necesidad de utilizar el espacio escénico para ofrecer una conferencia que exprese sus conocimientos, los datos que han memorizado de manera enciclopédica y por tanto un resultado escénico frío, tan educado como tedioso. Rompiendo con la “regla general” de los intelectuales en el teatro, el texto de Villoro resulta absolutamente eficaz para la representación, el manejo del ritmo, del diálogo, la construcción de los personajes y la progresión dramática, destacan tanto por su valor anecdótico como por el interpretativo y el metafórico. El trabajo de Villoro ha sido bien recibido por el teatro, mereciendo los aplausos función con función por las cualidades de la dramaturgia, más que por la simple reverencia a la firma del autor.

Por supuesto, esta habilidad dramatúrgica tiene mucho que ver con la comprensión del universo del teatro, del que podemos inferir, es un apasionado. No olvidemos que en su haber escénico también se encuentra otra obra alabada por la crítica, “Conferencia sobre la lluvia”. Una prueba más de su amor auténtico por el arte teatral es la paciencia que tuvo para escribir “La desobediencia de Marte” pues tal como él mismo cuenta tardó 35 años en escribirla. Esto último demuestra que no se trata de un advenedizo, de una ocurrencia o capricho sino de dedicación, paciencia y suerte. Parafraseando a Mauricio Kartun diremos que escribir una obra es un trabajo de todos los días, terminarla, una cosa fortuita.

“La desobediencia de Marte” es un texto que da cuenta de dos historias (por lo menos) concentradas en las rivalidades generacionales. Ocurriendo simultáneamente en el ámbito científico y en el teatral, el espectador atestigua la confrontación pasivo-agresiva de dos personalidades separadas por abismos temporales: el padre e hijo que a la vez son actores de la misma obra; un viejo lobo de mar que domina la técnica y que comprende el sistema del espectáculo, habiendo participado durante su larga trayectoria incluso en comerciales y el actor joven y atractivo cuya ingenuidad y “rebeldía” lo lleva a defender “el teatro por el teatro” sin prestar atención a los beneficios materiales o a la fama. Y  la disimulada antipatía entre Tycho Brahe y Johanes Kepler, científicos empírico y teórico respectivamente.

Foto: Darío Castro

Foto: Darío Castro

 

 

En escena, los personajes del Padre-actor y de Brahe son magistralmente interpretados por Joaquín Cosío, mientras que los del hijo-actor y Johanes Kepler por José María de Tavira, que parece haber sentido una conexión inmediata con el carácter de estos, pues se adapta a la perfección a ellos, encarnándolos en todo el sentido de la palabra. El texto insinúa que el personaje del padre-actor-Brahe está inspirado en la figura punto menos que arquetípica del “Rey Lear”, mientras que el hijo-actor en el flamético “Hamlet”. Imaginando que así como su relación, el convivio entre “un hombre experimentado” y “un joven aprendiz”  estará condicionado siempre por un mutuo desprecio y la competencia sin sentido que los obliga a demostrar a cada momento “quién es mejor”.

El desprecio, la admiración, la competencia y la demostración constante también forman parte de la exquisita relación entre el crítico y el autor/director de teatro. Cada uno juzga al otro desde la oscuridad de la butaca o desde las luces del escenario. Ambos se atraen y repelen a un tiempo, luchando entre sí con sus visiones del mundo. Esta reflexión emana también de la dramaturgia, constituyéndose como otra de las lecturas posibles del instinto natural y construcción cultural que obliga a los hombres a defenderse sin haber sido atacados, justificando cualquier embate por la pura presencia del “enemigo” (el otro).

La obra es pues una conquista intelectual  y sensible para el espectador, el crítico, el dramaturgo y los intérpretes (tanto como para el diseñador escénico, Damián Ortega y el ilumnador Víctor Zapatero, que han sabido traducir en términos visuales el universo astronómico y el artificio teatral), dejando satisfechos y complacidos a todos aquellos que participan en este drama que no escatima en estímulos: ternura, suspenso, sorpresa, humor y notas nostálgicas. Una obra que prometía ser una genialidad desde su concepción y que convirtió en un deleite espectacular interplanetario.

Seguiré observando a través de mi telescopio crítico la órbita cada día más fascinante de Juan Villoro. Qué placer que una de sus lunas se encuentre otra vez en la constelación teatral.

Zavel

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