Los laberintos son símbolo de aquellos espacios que el hombre crea para representar sus dudas y su angustia. Desde la creación de los primeros laberintos la disposición espacial es símbolo de términos contrapuestos: vida/muerte, grandeza/pequeñez, búsqueda/encuentro. La estructura laberíntica también se halla dentro de la vida humana como un círculo concéntrico en la búsqueda interna, o la visualización de lo cósmico si se considera el encuentro hacia el exterior.
Paolo Santarcangeli (1997) indica en El libro de los laberintos que en la isla de Ceram, Indonesia, cuentan un génesis peculiar al referirse al mito de la niña de la luna: una niña-luna es raptada por el hombre del Sol, quien le otroga el don de la abundancia. Los hombres se ponen celosos de su riqueza y, por avaricia, en una celebración en la que danzan en un laberinto, planean la muerte de la niña. Aprovechando el bullicio de la fiesta, los hombres arrojan a la niña en un hoyo muy profundo que han cavado para ella y ahí mismo la entierran. El lugar en el que muere la niña comienza a volverse fértil y brota un jardín; gracias a ello los padres de la niña se dan cuenta del asesinato. Los hombres son entonces reconocidos como un linaje de asesinos y desde ese momento, como castigo, los dioses los vuelven mortales. En Casa Calabaza pasa algo similar: una niña es arrojada al mundo y conoce la maldad humana hasta caer en un abismo del que, posteriormente, surgirá su obra artística.
Casa calabaza es alegoría del laberinto. Entras con María Elena —Maye— a un mundo siniestro en el que la fragilidad infantil se rompe al ser afectada constantemente por el rechazo y violencia de su madre.
Lo siniestro muestra en aquello que debería permanecer oculto una puerta semi abierta que te invita a entrar, pero que apenas revela lo que esconde, — el lugar éticamente equívoco al que nos conduce el gran arte — de acuerdo a Javier Cercas[1]. La gran fortuna es que podemos vivir esta expriencia como espectadores y abrir la puerta; la gran fortuna para María Elena, es poder lograr la condición de artista al ser capaz de llegar hasta el fondo de sí misma para encontrar la verdad y después traerla a su obra.
El arte se solidariza con el artista al ser la voz de quien relata aquello que puede compadecemos o conmovemos, dependiendo de lo humano que se muestre ante nosotros. Y entendemos que la ficción no es lo mismo que la vida real, que la tarea del teatro está cumplida: mostrar la complejidad humana.
Poniéndonos en el lugar de otro entendemos una gama de emociones que de manera distinta, no contemplaríamos. Lo que propone Casa calabaza no es una invitación vivencial, es un convite a hacer un paréntesis en la rutinas de evitar el miedo y mirarnos en otra, de confrontar quién seríamos en su circunstancia y acceder a su casa. Una primera reducción del espacio incita a dirigir las descripciones a un laberinto más específico, el laberinto de la mente en el que Maye se encuentra oprimida y acosada. El espacio físico transporta a un plano emocional en el que la niña no se siente segura y por lo tanto comenzará la búsqueda de la salida a la angustia en la que se encuentra.
Al llegar al foro entras a un laberinto concéntrico entre imágenes, historias y páginas rojas, en el centro del laberinto está Maye en una casa color calabaza que no la hace crecer ni asumir cambios, prácticamente viviendo en el encierro con adultos enajenados. Esta familia es el origen de la apatía, vacíos y anomalías que la llevan al límite. Un pasillo agobiante donde páginas de diarios, cartas de presos y videos que invitan a la sala del foro cobran sentido como representación de la realidad social , te adentran a un mundo íntimo, a la contemplación en la que se nos permite acceder al alma fraccionada de Maye representada por tres actrices y grabaciones en video de la auténtica María Elena.
Las reglas en casa no están claras para Maye cuando todo esfuerzo resulta insuficiente para ganar la aceptación maternal. Constantemente busca agradar y en cada intento su madre le recuerda que para ella fue un error y una desgracia que haya nacido. Su madre habla desde el dolor, el desequilibrio y la frustración. Maye lo hace desde el desamparo. El conflicto de la protagonista es que ha entrado a este laberinto sin anuncio previo en condiciones que de ningún modo hubiera elegido. El laberinto abre diversas posibilidades, las constantes repeticiones en las escenas adjudicarán aún más posibilidades exponenciales al laberinto.
El centro del laberinto, este espacio en donde se encontrará lo monstruoso, se vincula con las pruebas humanas y/o físicas que la protagonista debe enfrentar como prisionera del mundo en el que se encuentra inmersa. En Casa Calabaza se muestran los límites de una experiencia compleja que recorre Maye para ser arrojada a la muerte por una relación familiar enferma. La carencia de fundamentos en la vida, el hartazgo y la frustración llevarán a Maye a tomar la decisión de matar a su madre y, con ello, también obtendrá la muerte de la libertad.
La condena obliga a María Elena a dejar su orden social y es en el encierro desde donde decide luchar por la libertad. La solución del laberinto está en la aceptación del ciclo del dolor y sólo así se hallará a sí misma libre y segura.
Poner en palabras el relato de su crímen le dará la liberación que le hacía falta. Es una realidad en donde se está contemplando la ruptura, el dolor y los recuerdos, después viene la acción. Maye decide tomar una nueva posibilidad dentro de este laberinto y encuentra entonces un nuevo camino, una nueva responsabilidad: la dramaturgia.
La escritura como testimonio eleva al ser humano y cumple con una misión de experimentación que provee la pasión, la purificación y la integración. Por medio del lenguaje se articula la manera de pensar del ser humano. Pone al lector de frente a una realidad como testigo y no como juez de un entorno y de la existencia misma, deja abierta la puerta al lector para continuar expectante, o no.
Programas como el de Teatro penitenciario dan la posibilidad de contribuir no sólo en la reconstrucción personal, también aportan al público la oportunidad de confrontarnos a situaciones imprevisibles en el teatro.
El laberinto es un camino que dirige a la muerte o a lo monstruoso, pero a la vez va más allá, fuera de la muerte: La vida, a cuyo concepto pertenece la muerte, nace del destino de la Luna y del de las plantas y los animales «que pueden comerse y por lo tanto desaparecen, pero siempre regresan.»[2]. Es decir, la vida siempre retorna a su origen, incluso la muerte da vida, regenera como parte de un ciclo. Ciclo que se concluye en Casa Calabaza con la puesta en escena.
María Elena es atrapada en un laberitno propio y muere, pero después resurge. Eventualmente se reivindicará de la muerte que arrebató; ha encontrado mayor libertad en Santa Martha Acatitla que en el hogar familiar. El espacio para volver a sí misma se llama dramaturgia. Ella encuentra la voluntad de compensar el error y convertirlo en arte para llegar a otros. Tal como la niña-luna, Maye ha recorrido un laberinto concéntrico que después se abre como un árbol para mirar al exterior.
[1]Cercas, J. (28 de noviembre, 2020). El escritor y el asesino. Recuperado de https://elpais.com/elpais/2020/11/26/eps/1606394989_939007.html
[2] Santarcangeli, P. (1997). El libro de los laberintos. (1ª ed.) Madrid. España. Siruela, p. 138.