Caín y Abel viven en un terreno dividido en dos; está la mitad derecha, de producción morronera, motivo de orgullo, y trabajo arduo e incasable de Caín, y la mitad izquierda, donde libremente nacen de la tierra pequeños escarabajos torito, que Abel vende como carnada viva un día a la semana. Tatita dejo a los hermanos ahí hace veinte años, en un paraje desierto, se fue y no volvió; Caín lo espera seguro de que cada día es el que volverá, y Abel no espera nada, humildemente sabe que, él sólo sabe que no sabe nada.
Separados por una brecha ideológica infranqueable, Caín insiste en hacer físico el abismo, desea que Abel no pase a su lado del terreno, defiende su propiedad (incansable necesidad de la derecha de sentir que somos lo que poseemos), e intenta vivir en paz con ello, minimizando a su hermano, y enfocándose de lleno en el morrón. Abel observa amorosamente la vida y muerte de sus toritos, y cada tanto sale a divertirse, siente la distancia que provocan las evidentes diferencias con su hermano, pero las deja existir y fluir, aunque estas conlleven unos buenos puñetazos y patadas de vez en cuando.
La anhelada pero inesperada llegada de Tatita, rompe el delicado equilibrio que reinaba en el terreno, y orilla a nuestros protagonistas a transitar los sentimientos más oscuros que puede percibir el alma humana, y se dan cuenta, demasiado tarde, que el equilibrio de dos fuerzas se mantiene por su constante modificación con respecto a la otra, el choque es necesario para la evolución y la supervivencia.
Desgraciadamente, tanto en “Terrenal” como en la vida misma, la derecha no toma, en general, las mejores decisiones, y después de cometer el fratricidio, Caín espera obediente y manso su castigo, deseando con todo su corazón que lo reprendan, pero el único y peor castigo de todos es la condena de convivir por siempre consigo mismo, y de, sin percibirlo a primera vista, llevar a cuestas o entre las faldas, subrepticiamente, al menos un pedacito de la mitad izquierda, resplandeciendo, brillando, reclamando, bien viva, buscando, cambiando; para fortuna del mundo y de la vida, hay al menos uno en cada familia.
“Terrenal” ha sido merecedora de una infinidad de premios y menciones honoríficas en todas sus áreas, entre ellos, el Premio de la Crítica al mejor libro argentino de la creación literaria 2014, Mejor obra argentina y mejor actor de teatro alternativo (Claudio Rissi) en los premios ACE, el premio Teatro XXI a mejor obra dramática, etc. Así mismo, ha estado nominada para mejor vestuario y mejor escenografía.
Se trata de una obra que ha logrado la armonía por medio de la perfección de sus partes, que aportan a que el resultado final sea una de las composiciones escénicas más hermosas que he visto en mi vida. El texto de Mauricio Kartun, por su sensibilidad y belleza, cuenta con una vigencia permanente, mostrando la innegable heterogeneidad entre el sedentario y el nómada, entre la derecha y la izquierda, acertadamente ubicada en un contexto argentino. Las actuaciones de Rafael Bruza, Claudio Da Passano y Claudio Martínez Bel, y la dirección del autor, perfectamente amalgamadas, hacen un uso magistral de la técnica clown, que provoca risas de todo tipo entre el público, de esas que duele la panza por la desopilantes, y de esas que duele el pecho por lo confrontantes. La escenografía y el vestuario, por parte de Gabriela A. Fernández, nos sumergen en un mundo de gris y desolado, donde se respira una atmósfera vieja y gastada, donde se ha estado esperando algo por mucho tiempo; la perfección del diseño estético es tal, que con aparentemente pocos elementos, y un par de pantaloncillos cortados en el lugar justo, nos adentramos en el mundo de estos dos individuos, que llevan veinte años desamparados, mostrándonos que el tiempo es implacable y engañoso.
“Terrenal” me soltó tantas verdades disfrazadas de risa, que me dejó el alma compungida, pero llena de esperanza.