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Reseñas

La extinción de los dinosaurios “Algo que nos devuelve la fe, es la certeza de una bonita muerte”

por Zavel Castro 9 mayo, 2016

 

La historia es sencilla: dos hombres han envejecido sin haber vivido nunca una gran aventura, además, uno de ellos está enfermo y sintiendo próxima la muerte quiere llegar al final de su vida con lujos que nunca tuvo por llevar una vida honrada, apegada a las condiciones de vida de la clase media, si bien, no tuvo carencias tampoco experimentó ningún tipo de exceso. Estos hombres que en otro tiempo fueron buenos amigos se reencuentran, luego de haber roto lazos por la traición de uno de ellos, que sólo con el tiempo pueden olvidar, o por lo menos, restarle gravedad al asunto. Una vez que retoman su relación, planean el asalto a una joyería. Conscientes de sus impedimentos físicos a causa de la edad contratan a un joven para que lleve a cabo el crimen junto con ellos y gane un poco de dinero fácil.

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La comedia se sirve sobre todo de la explotación del recurso de los contrastes, a nivel de carácter tenemos la pareja del viejo educado y el viejo grosero, uno que vive con seriedad y rectitud y otro que se conduce con desenfado, el convivio de estos antónimos complementarios (formal/informal, discreto/indiscreto, elegante/vulgar) da a la obra inmediatamente el tono que necesita para contagiar a la audiencia de momentos graciosos. Así, el público observa la vejez desde un ángulo más amable que el de la melancolía, que es con el que suele tratarse esta etapa vital.[1]

Fotografía: Darío Castro

Fotografía: Darío Castro

Este tono cómico no resulta exagerado en ningún momento[2], bien llevado por el talento de José Carlos Rodríguez y  José María Negri, actores de importantísima trayectoria  en el teatro nacional, las risas del espectador son resultado del dominio del humor cargado de profundidad. Misma habilidad que admiramos en Fernando Bonilla que, como insistimos en referir, parece haber nacido para interpretar (o dirigir, según sea el caso) este difícil género dramático. La simpatía natural de Bonilla, junto con sus características físicas (es considerablemente más alto que el resto del elenco) y el carácter del personaje, que es más bien “bobo”, que parece no corresponder a su imponente figura, lo convierten en un personaje que brilla y encanta en el escenario. El elenco es una combinación ganadora, lo mismo que el mensaje esperanzador del montaje que ve en la vejez un buen momento para atreverse a lo imposible.

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[1] El elemento nostálgico tiene lugar con la proyección en pantalla de fotografías y videos antiguos y quizá con la escenografía inspirada en una casa de los años cincuenta-sesenta en México.

[2] Como si resultan en cambio las groserías, de las que está repleto el texto y que aparecen las más de las veces forzadas, innecesarias y poco creíbles para los personajes.

Reflexiones

El rencor hacia la crítica

por Zavel Castro 4 mayo, 2016

¿Qué espera conseguir el actor de teatro? ¿Laureles, fama, fortuna? ¿Qué quiere lograr el crítico con lo que sale de su pluma? ¿Destruir nombres, aniquilar sueños? Nada de eso, al menos eso no es lo que se busca de un buen actor o de un buen crítico, quiero decir de quien ejecuta o escribe por amor a lo que hace, de quien honra al teatro y se dispone ante él con dignidad.

Para poner las cosas en su justo sitio y comprender mejor la intención del uno y del otro es necesario dejar de sobrestimar estos quehaceres, dejar de exigirles demasiado, dejar de pedir lo que no pueden darnos. Reconocer sus limitantes y aceptar con humildad sus alcances. Generalmente el crítico demanda del teatro más de lo que lo que le exige a la vida, observa desde su butaca un espectáculo del que no espera más que perfección, entonces el actor le parece la criatura más frágil y falible y cada uno de sus errores lo decepciona como si su vida dependiera de su impecable ejecución. A su vez el actor pretende que la opinión del crítico reconozca su empeño y sus horas de trabajo y así, no tenga más opción que ensalzar su trabajo, de tal suerte que lo que más le importa de su firma es su valor promocional. No es que necesite ya obtener su aprobación o su rechazo, lo único que interesa es su recomendación. Señalar las fallas es granjearse enemigos, eso es algo que el crítico debe saber antes de pretender que su escritura no afectara a nadie, aún a aquellos que aseguren no leerlo o quienes lo lean para reírse de su incompetencia.

Resulta gracioso observar que en estos tiempos un crítico puede ser cualquiera siempre y cuando hable bien del trabajo de los otros, siempre y cuando su opinión convenga. Entonces se defiende la libertad de expresión y se reconoce la importancia del “boca en boca” como una de las instituciones más poderosas en materia de difusión, entonces se finge sonrojo, se agradece y se comparte el comentario favorecedor, porque hasta aquí la opinión del público es la que cuenta ¡Pero ay de aquel que hable mal! ¡Ay de aquel que se atreva a criticar negativamente el trabajo del otro por escrito y públicamente! Este espectador “no sabe de lo que habla”, a este si se le exige tener estudios y trabajos previos que avalen su comentario, a este si se le demanda una especialización, sentido del humor, correcta redacción y buena ortografía, requisitos con los que no necesariamente cuenta el espectador que ha dicho que una obra es maravillosa y que las actuaciones lo han dejado profundamente complacido.

El crítico adulador puede ser cualquiera, el otro es no es más que un ignorante y un maldito. Aquel tiene todo el derecho de expresarse, al adversario debe aplicársele censura, tildar su opinión de irrelevante, identificar en su comentario cualquier rastro de envidia. Siempre viene mejor la lambisconería, para el halago no hay exigencia. El rencor se comprende de parte de quien se ha sentido herido por una mala crítica, pero eso no justifica la incoherencia de solicitar del espectador -que, no olvidemos, idealmente ha ido al teatro con la mejor disposición- silencio en caso de que el trabajo no le haya gustado, pero que grite alabanzas en caso contrario. O que de ser así, argumente su comentario en contra, despojado de la subjetividad que en cambio sirve para dejarse afectar por la ficción. Ni el espectador ni el crítico van al teatro a sentirse derrotados, el crítico va sobre todo a ejercitar su capacidad de serendipia y cuando no encuentra algo que valga la pena para rescatar la función es válido que pueda decirlo sin que el actor arremeta contra él, sin que lo señale para dejarlo en ridículo aliándose con el resto del gremio para celebrar su derrota.

Idealmente ni el espectador ni el crítico escriben sobre una función para regodearse de su pequeño poder, para sentirse importantes, tampoco lo hacen para lanzar golpes bajos. Escriben porque les nace compartir su opinión, sea la que sea. Pero una vez que se llega al consenso de que “[…] salvo algunas excepciones no existe la crítica profesional en México y que en el mejor de los casos lo que existe es un grupo de colegas con carreras muy menores que “critican” para sobrevivir, lo que es doloroso y patético […]” el crítico que habló mal deviene en imbécil e innecesario, su opinión se omite, se le excluye del medio teatral, lo dejan de lado para seguir sonrojados y agradecidos únicamente con aquellos que se desviven en alabanzas. Aquel al que se le permite cualquier grado de escolaridad, cualquier tipo de conocimiento y cualquier forma de escribir. Lamentablemente, para ellos, es el público que habla bien de su trabajo el único que no se equivoca.

¿Qué espera conseguir el actor de teatro? Laureles, fama, fortuna.

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Críticas

«La palmera, cuentos y mentiras para todos» Tres razones por las que no querrás perdértela

por Zavel Castro 23 abril, 2016

El dispositivo escénico. La producción de la que la compañía franco-mexicana “Teatro entre 2” se sirve para llevar hasta el público nos parece la mejor elección para actualizar la milenaria tradición cuentista, la trasmisión de una historia de una generación a otra. Mediante un ingenioso sistema, la compañía acerca el teatro a las novísimas generaciones acostumbradas a los dispositivos audiovisuales; los niños de hoy se constituyen como un público especializado en herramientas tecnológicas (computadoras, tabletas, teléfonos inteligentes) que no comprometen su atención al cien por ciento, por lo que cualquier otro medio debe hacer uso de mecanismos eficaces para incentivar la participación activa del niño en la puesta en escena y la retención necesaria para que comprenda el espectáculo, justo como pasa con esta puesta en escena.

La justa combinación de música en vivo, con proyecciones en pantalla, apoyados en ilustraciones hechas al momento (“pintura en vivo”)  por el talentoso artista Olivier Dautais, hacen de esta obra para niños, un montaje digno de verse, en primer lugar por su composición estética. Si se nos permite llegar a este grado de subjetividad, diremos que “La Palmera, cuentos y mentiras para todos” es simplemente bellísima y totalmente moderna.

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Las historias. Gracias a la dramaturgia “al alimón” de Arnaud Charpentier y Olivier Dautais, quienes se han inspirado en la estructura de la yuxtaposición narrativa de “Las mil y una noches” (una historia contiene otra, sucesivamente, de tal suerte que la trama está infinitamente entrecruzada y correspondiente a una trama mayor que guía el relato principal), los espectadores podemos disfrutar de la tradición cuentista que, insistimos nunca pasará de moda.

Bajo esta estructura, podemos disfrutar tres relatos breves protagonizados respectivamente por una cabra con ansias de libertad, un hombre que juzga la vida de los otros sin comprenderla realmente, y un cuentista adormilado que confunde al público con cuentos sin pies ni cabeza para provocar su risa. Sin duda, todos los protagonistas de los cuentos terminan siendo para el espectador personajes entrañables.

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El mensaje. “Cuando te encuentres frente un demonio atormentado, no olvides que una buena historia puede salvarte la vida”. El rescate de los cuentos de esta compañía revela su valor mediante el desarrollo mismo de la trama, y es que nos recuerda que una historia no es contada únicamente para despertar la curiosidad de los oyentes (y en nuestro caso, espectadores), ni para romper el letargo con que suelen acompañarse los domingos, sino para aprender lecciones a partir de la comprensión de nuestro corazón, que sólo se logra a través de la historia indicada.

Sin lugar a dudas, “Teatro entre 2” comprende del todo las nuevas necesidades del público infantil, cuestión que nos alegra en tanto se trata de espectadores que en sí mismos representan retos continuos, que solamente el teatrista comprometido, como lo son quienes participan de esta compañía, sabrán solucionar con el único fin de preservar el teatro, un ritual flexible con infinitas capacidades de adaptación.

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Reflexiones

¡Nuestro director creativo celebra el primer aniversario de aplaudir de pie!

por Zavel Castro 21 abril, 2016

Me fascina pensar el teatro como fenómeno estético, como un vehículo apoyado en la Imagen destinado a la transmisión de emociones. Me gusta ir al teatro y aceptar el reto de jugar con las luces para captar la mejor fotografía de lo que pasa en el escenario. Se trata de estar siempre en el momento exacto. Me gusta la sensación que me provoca el intento de capturar lo efímero. Pienso que son fotos, el teatro se pierde en la inmediatez. Esto es divertido.

Aplaudir de pie es un proyecto que me entusiasma muchísimo, porque me permite ir tras las imágenes. Pienso que es una revista fresca, distinta, generosa y una buena manera de acercar a los espectadores a este maravilloso universo artístico.

Críticas

Exceso de equipaje ¿Dónde guarda uno la primera mirada de amor?

por Zavel Castro 21 abril, 2016

La ópera prima en materia de dirección de Pilar Cerecedo merece nuestras mejores atenciones, no sólo por la dificultad del salto que implica cambiar de posición (de ser quien ejecuta la acción a ser quien la dirige), sino por lo airosa que ha salido de esta complicada transición de rol. Cerecedo ha conseguido ofrecer una obra dinámica, familiar, fresca y recomendable para todo público.

Evidentemente el contar con actores de la talla de Romina Coccio (de quien siempre alabaremos su natural disposición a la comedia) Miguel Conde ha facilitado la tarea; el equipo en conjunto[1] ha conseguido crear varios personajes perfectamente dibujados, con caracteres propios, hechos a la medida de cada uno de ellos y en funcionamiento a cada situación.

La coherencia de la obra se consigue no solo por el buen seguimiento de la narración que en ningún punto resulta confusa, sino también gracias al visible trabajo que hubo bajo el escenario en el que los actores y la directora establecieron los rasgos, voces y actitudes específicas que tendrían Coccio y Conde en cada momento. En este punto es necesario aclarar que si bien la obra se desarrolla únicamente con dos actores en escena, cada uno interpreta una variedad de personajes femeninos y masculinos según sea el caso, que responden de manera exclusiva a cada una de las escenas (15 microdramas, quince situaciones de quince parejas distintas) por medio de las cuales se desarrolla sutilmente, entre líneas un discurso sobre el amor y la supervivencia de las relaciones de pareja.

En la obra escrita por Alberto Castillo, “la maleta” que aparece en escena casi como un personaje más, se resignifica dependiendo de la situación cobrando así un significado esencial y convirtiéndose en pieza central del montaje. ¿Qué puede llevarse uno en la maleta? ¿La primera mirada de amor? ¿El recuerdo de una tarde maravillosa? Este elemento protagoniza los momentos esenciales de toda relación amorosa: cuando dos extraños se conocen por coincidencia y deciden enamorarse uno del otro, cuando una pareja sale por primera vez junta de viaje, cuando las cosas funcionan, cuando la relación avanza y comienza a soportarse por comodidad y en el penoso momento del desencuentro, una vez que las cosas terminan, cuando nos resulta difícil intentar creer en alguien más, incluso en el amor mismo, cuando pedimos otra oportunidad y se nos rechaza, etcétera.

Como hemos dicho, tras el juego con los elementos (la maleta y el vestido de Coccio que se transforma en blusa, pashmina y lo que se quiera) se encuentra un discurso esperanzador que toma la vida como un camino infinito en el que no se puede hacer más que avanzar, siempre un paso más adelante, siempre más allá. La maleta sirve para guardar cosas, para llevar aquellos objetos que nos serán útiles en nuestro caminar. “En la maleta se guarda la mejor versión de uno mismo”, se toma lo más favorecedor y se deja lo que no corresponde al ideal que nos hemos hecho de quienes queremos ser y parecer. En una maleta se depositan los secretos, pero sobre todo siempre es necesario vaciarla antes de volver a empezar (de ahí que la elección de la valija resulte tan importante para la vida de cualquiera). Todo fracaso es un aprendizaje. La vida sigue y con ella nuestro equipaje, especialmente la carga emocional. El mensaje de la obra es pues, que al igual que Cerecedo con esta primera puesta –a la que esperamos le continúen bastantes- saldremos triunfantes.

 

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Notas

[1] Cerecedo comentó con nosotros la dicha que significa contar con actores participativos en la creación escénica, que no sólo acaten sino que también propongan.

Críticas

El secreto del clown. El enternecedor y adorable «Augusto»

por Zavel Castro 15 abril, 2016

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Zavel Castro. Nuestra crítica de teatro sobre el primer aniversario de aplaudirdepie.

por Zavel Castro 12 abril, 2016

El teatro para mí es una suerte de paraíso. Es el espacio idóneo para estremecer mi sensibilidad y ejercitar mi pensamiento al unísono. Aplaudir de pie, me significa todo. Es un regalo maravilloso al que me he comprometido por completo. Vale la pena pensar el teatro, es un asunto urgente. Celebro este primer aniversario con un beso en los labios y una rebanada de pastel de chocolate.

Reflexiones

Nuestro Primer Aniversario

por Zavel Castro 10 abril, 2016

Ha pasado un año desde que decidimos ampliar por nuestra cuenta las fronteras de la crítica de teatro en México hasta ahora prácticamente endogámica, reducida al boca en boca de la gente de teatro hacia su gremio, a minúsculas secciones en los diarios de circulación nacional, apenas reseñas de una cuantas líneas o columnas marginales que más que estudiar el fenómeno teatral, o hablar del maravilloso e infinito campo de posibilidades que representa este, se conformaban con el juicio y la recomendación superficial.

La crítica de teatro entonces parecía tener únicamente dos posibilidades: o confinarse al olvido o a un reducidísimo público especializado en el ámbito académico, o bien, seguir las fórmulas de las revistas de espectáculos, simplificando los contenidos para hacerlos digeribles y graciosos, llamando la atención mediante la forma, colocar al espectáculo por encima del rito.

Una noche regresábamos a casa conmovidos como nunca antes tras haber aplaudido de pie una función de “Terrenal” de Mauricio Kartún en el Teatro del Pueblo. Además, habíamos asumido desde hacía tiempo nuestra admiración por el trabajo y el contagio del mismo tras las cátedras y lecturas de Jorge Dubatti. Queríamos prolongar indefinidamente esas emociones. Queríamos cristalizarlas.

Bajo un golpe de inspiración, tras la búsqueda de un espacio donde ejercitar nuestro pensamiento y opinión argumental, presas de una apasionada vocación como investigadores y hacedores, decidimos abrir este espacio off para hablar de nuestra pasión más acusada.

Quisimos documentar nuestros estudios por el valor incalculable que atribuimos a cualquier archivo, quisimos formar una familia vinculada por el amor al teatro en Buenos Aires (donde además admiramos su Modelo de práctica crítica y quehacer Teatral) y en la Ciudad de México; nuestro alcance geográfico ha aumentado así como el equipo creativo y colaboradores en Aplaudir de pie.

Quisimos romper la endogamia y la superficialidad. Creemos que vamos por buen camino. Vale la pena detenerse a agradecer con el corazón a quienes hacen esta página posible y a quienes se ha tomado el tiempo de leernos y compartirnos. Estamos más que contentos.

Críticas

Cultus interruptus. Comedia impecable. Recomendación total.

por Zavel Castro 17 marzo, 2016

La risa es uno de los mejores aglutinantes sociales; casi nada como ella consigue la comunión entre los espectadores en una sala de teatro. A través de la risa las personas se unen, se sienten parte de una comunidad que los conoce y los abraza, porque se identifican con los mismos referentes, porque cuando alguien se ríe de lo mismo que uno, momentáneamente deja de ser un extraño. La risa es siempre grupal, incentiva la sensación de intimidad, la proximidad con el otro -sensación que se intensifica por cierto en los recintos pequeños (de no más de 150 espectadores)-; nos sentimos alegres en compañía, aspecto todavía más preciado en un mundo en el que el aislamiento, la soledad, el individualismo y el egoísmo, se han convertido en las principales características del hombre posmoderno. De ahí que nos complazca la mayoría de las veces asistir a una representación basada en la comicidad.

Hace algunos días, hemos tenido ocasión de asistir a Cultus Interruptus, espectáculo de la compañía “Ensamblerías”. La obra es dirigida por Roam León, escrita por él mismo junto a Mauricio Durán y protagonizada por Mauricio Durán, Vinicio Marquina y Leonardo Luna, quienes combinan la técnica del clown con piezas musicales de considerable exigencia en su dominio. Más que una exhibición de sus innegables talentos cómico-musicales, la puesta resulta ser un convivio excepcional por la capacidad de los integrantes de jugar con el público sin necesidad de ridiculizarlo, exponer sus “defectos” para hacerse chistosos, una estrategia demasiado burda y cada vez más frecuente en los espectáculos cuyo supuesto propósito es la risa.

 

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Mauricio, Vinicio y Leonardo conquistan al público mediante el desarrollo de sus habilidades y los constantes guiños que tienen hacia los espectadores, guiños que se comprenden como una atención especial hacia ellos y que incluso se agradecen. Incluso en unas escenas donde se requiere la presencia en el escenario de un espectador, se consigue que este se sienta cómodo y acceda a jugar con ellos en lo que se requiera. El espectador no opone resistencia, ya que ha sido invitado a participar como si se tratara de salir con un amigo; no hace falta insistir demasiado para que diga que sí, pues quiere unirse voluntariamente a las escenas que representan de manera constante la desobediencia hacia la autoridad (religiosa en principio, aunque va más allá de eso).

Foto: Darío Castro

Foto: Darío Castro

El espectador, atraído por el desorden, quiere jugar con sus nuevos amigos, quiere hacer reír a los demás junto con ellos, busca unirse al espíritu distraído que anima todas sus acciones, torpeza generadora de carcajadas. Simpatía natural de los protagonistas. Aunque el título evidencia la intención de la mofa sexual, la verdad es que nos encontramos pocas veces con este recurso vulgar. Ni groserías, ni sexo. Comedia limpia. Risa catártica.

 

 

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