En Argentina la dramaturgia es caudalosa. Y si bien hay compañías que trabajan textos de autorxs específicxs, o ciclos como “Invocaciones” que se lleva a cabo en Buenos Aires y cuya propuesta consiste en invitar a directorxs a dialogar con clásicos y reversionarlos, en la mayoría de los casos, autorxs que escriben teatro, dirigen sus propios textos. Por suerte, la poligamia literaria también existe y es posible enamorarse de otras textualidades. Sucede indefectiblemente en la lectura, nos obsesionamos con autorxs, nos identificamos con sus imágenes, buscamos respuestas en los interrogantes de un otrx, nos gusta reconocerlx en el juego inteligente que sostiene con el lenguaje y en la intimidad que establece con la ficción.
Ese parece ser el caso de la compañía Make Project, que lleva adelante su tercer montaje de textos del tucumano Martín Giner. En esta oportunidad, Un tonto en una caja, dirigida por el joven Alberto Magaña e interpretada por Azucena Evans, Coralia Manterola y Gabriela Escatel, invita al público a sumergirse en una especie de poética de la estratificación, una reunión de cartón entre las clases sociales con canapés masticados, vestuarios grotescos y miradas esquivas. La lucha social como un juego de mesa.
Podríamos pensar que estamos por ver un infantil. Tres actrices vestidas de blanco circulan por una atmósfera onírica. Los pocos y estratégicos elementos escenográficos y una iluminación que se condensa en el azul nos ubican en un cronotopo incierto y hasta utópico, en el que se instala mansamente el debate de clases. La sociedad, dividida entre notables, grandes y pequeñxs o tontxs, se reúne por invitación de la clase más alta a pensar “como si fueran iguales” sobre la magia, la vida y la muerte. Pero esta invitación resulta sospechosa desde el comienzo porque en este mundo no hay lugar para lxs tontxs. Lxs tontxs no tienen nada para perder, son ridículxs y se ocultan detrás de cargos de importancia pública como ministrxs de educación, postal que hace eco en todas las geografías y por supuesto, motivo de numerosas risas en la sala.
El personaje de la “notable” planea que sus invitadas se introduzcan en una caja mágica para poder extender su vida, pero disimula su idea con la hipótesis de la búsqueda de la verdad (¿el poder produce verdad?) y su aparente curiosidad por develar si la magia existe. Lo cierto es que a esta Pandora de la realeza poco le importa la ciencia. Este no es un acertijo para el empirismo sino una necesidad de continuar en el privilegio a costa de las demás. Extender su vida, restándole años a la vida de las otras bajo el falso discurso de la igualdad.
Merece la pena reflexionar sobre el hallazgo del director de apostar a que los personajes estén encarnados exclusivamente por mujeres. ¿Cómo enunciar la igualdad desde tres cuerpos atravesados históricamente por la desigualdad? En un marco de 10 femicidios por día en México, ¿quiénes no tienen nada para perder? ¿Cómo se delimita la asimetría social, la estupidez? ¿Con qué velocidad la fuerza esclavista planifica y decide por nosotras? ¿Quién está muriendo? ¿Cómo organizar la rebelión? ¿Cómo se resiste? ¿Cómo evitar terminar dentro de una caja? Esta cruda perspectiva atraviesa el relato con poderosa incisión y se hace carne en la emocionalidad.
Afortunadamente, ya lo dijo Foucault: donde hay poder siempre habrá resistencia. La astucia jerárquica se desarma cuando le hacemos un lugar al “gramo de duda” y entendemos que el malicioso plan de la clase alta podría ser en realidad un plan malicioso de la clase media que podría ser, a su vez, un plan malicioso de la clase baja. El plan perfecto.
Proyecto fotográfico documental camarines de Consuelo Iturraspe. Diálogo monocromático entre la fotografía y las artes escénicas. Una ventana abierta a la intimidad de un elenco antes de hacer una obra. La ficción en potencia y la fragilidad detenida. Una conversación privada entre artistas y espejos.