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crítica feminista

Reflexiones

Nuevas perspectivas para la crítica teatral

por Zavel Castro 14 febrero, 2021

Emprenda, emprenda mucho,

elévese tu ingenio,

remóntese tu numen,

no aletee rastrero.

No tejas más laureles a ese contrario sexo,

que solo nuestra ruina fabrica sus trofeos….»

-Gertrudis de Hore Ley

 

Hace unos días, Andrea Fajardo,  Liliana Hernández Santibañez, Yuli Moscosa y Rosa Aurora Márquez Galicia, organizadoras de Medeas: Red de Jóvenes Investigadoras de la escena, me invitaron a compartir  algunas reflexiones a propósito de las nuevas perspectivas posibles para la crítica teatral en México, en el marco de su primer Festival.  Me animaron a pensar qué posición podríamos tomar nosotras las mujeres críticas para mirar e interpretar de forma distinta el fenómeno escénico al que nos dedicamos. Primeramente había que resolver  ¿Distinta a quién?, para ello debemos volver sobre nuestros pasos, mirar lo que hemos hecho para imaginar lo que podríamos hacer sin la intención de establecer una ruta definitiva, porque de hacerlo, volveríamos a caer en aquello que a mi parecer deberíamos abandonar: el tono autoritario con que se escribe la crítica y la ilusión de ejercer la crítica para imponer interpretaciones concluyentes.

Esta revisión al pasado, estaría motivada por la necesidad apremiante de repensar los fundamentos que soportan nuestro quehacer, reconocer cuáles han caducado y cómo podríamos sustituirlos para revitalizar la potencia de la crítica teatral. Gracias a la investigación que he desarrollado durante los últimos años, he podido reconocer dos de los principales agentes que han anestesiado esta potencia: el consumo y el patriarcado. Estos agentes tienen mucho que ver con el autoritarismo; el primero nos obliga a consumir y el segundo a obedecer.  Me parece que este es un encuentro propicio  para concentrarme en  el último.

Al observar los modelos de crítica vigentes, nos encontramos con una falta de creatividad manifiesta en la réplica de los mismos formatos de escritura, textos repletos de impresiones subjetivas, adjetivos irreflexivos y a menudo exagerados sobre las obras con una ausencia preocupante de argumentación.  La crítica que domina actualmente el panorama es hiperbólica, no realmente analítica. Las mismas frases que se repiten una y otra vez con la única intención de animar a las lectoras y potenciales espectadoras a comprar un boleto, la réplica incesante de la misma terminología rimbombante mediante la cual suelen adornar y justificar los juicios sostenidos en sus criterios de gusto, criterios que supuestamente son superiores a los del resto, pues se trata de criterios de un “espectador profesional”, a quien por lo general, solamente le ha bastado auto-designarse crítico para que se le conceda el derecho, o  mejor dicho, la autoridad para ejercer.

Así pues, por regla general cualquier hombre se convierte  en «espectador profesional»  designándose así tras un tiempo de asistir al teatro con regularidad. Ya sea por que haya pasado por una escuela de teatro en la que hubiese estudiado para formarse como actor, dramaturgo o director y tras fallar en ello haya encontrado en la crítica la última oportunidad para incorporarse al sistema teatral (fíjense ustedes en el historial académico de la mayoría de los críticos en México, especialmente aquellos que escriben con un tono autoritario porque supuestamente haber pasado por una escuela de teatro les concede mayores derechos), pero ¿Cómo pueden convencer al resto de que realmente se trata de «miradas especializadas»?   Mediante el despliegue simbólico del poder, ya sea que, a falta de poder fáctico, que pudiera incidir verdaderamente en el éxito o en el prestigio de un espectáculo, decidieran conformar una asociación para otorgar premios “a nombre del público” o “a nombre de los expertos”  o bien, lo que suele ser más común, que escribiera textos que le permitan performarse como una figura de autoridad, textos que les permitan asumir el papel del jueces que califican las obras de teatro.  Con ello, los críticos establecen una relación de poder condicionante, o al menos es lo que esperan,  que  las obras y la comunidad artística se ajusten a sus caprichos, a sus gustos, que los complazcan para obtener un veredicto favorable, un premio.  Sujetar al arte a los caprichos de un individuo o de una asociación que otorga premios puede sonar absurdo, excepto cuando reparamos en que esta relación de complacencia y sumisión ha sido impuesta desde siempre, en todos los ámbitos posibles por el poder patriarcal. Sería ingenuo pensar que este mecanismo no ha afectado también a la crítica. De hecho, como he escrito en otra ocasión, me parece que el ejercicio al que nos dedicamos es profundamente misógino.[1]

Tras haber descubierto el carácter misógino de la tradición crítica en México, me resulta imposible no reconocerlo constantemente. Lo noto cuando en el mismo momento en que una mujer  pronuncia públicamente su interés por la crítica, es abordada por un grupo o por un representante de un grupo de hombres que se acercan a ella sigilosamente con la intención de controlar su discurso, exigiendo acreditaciones que no le exigen a los hombres, porque una tiene que ganarse el derecho de auto-designarse crítica, mientras que ellos pueden decidirlo por la mañana y ser recibidos por la tarde con una calurosa bienvenida.

 

 No olvidemos nunca que la tradición de pensamiento occidental concibe a “la mujer que opina” como una criatura insubordinada, mientras que los hombres siempre han tenido el derecho de pensamiento y de cátedra.

 

Lo reconozco también en los talleres de crítica que imparto, cuando mis alumnos opinan con toda libertad sobre las obras que vemos o los temas que discutimos y las alumnas, en cambio, no se atreven a participar, y cuando lo hacen procuran disculparse por el atrevimiento y antes de decir cualquier cosa advierten que pueden estar diciendo alguna tontería o que probablemente su lectura no ha sido correcta.  Lo noto también cuando sospechosamente los textos que circulan con mayor rapidez son textos escritos por hombres o, lo que me parece más doloroso, por mujeres que complacen la frágil masculinidad de los artistas. Esto sucede cuando las críticas convierten sus textos en espacios de adoración fálica y alaban las «inconmensurables creaciones» de los «grandes artistas».   Pero sobre todo, lo reconozco cuando estas mujeres críticas, acostumbradas a ocupar el eterno papel de aprendices,  se comportan como una caja de resonancia del discurso de los «grandes» intelectuales, los maestros que les enseñaron como pensar y expresar ese pensamiento, asegurándose que ellas hicieran eco de su percepción, porque ellos son quienes deciden lo que es teatro y lo que no y nosotras solamente tenemos que seguir sus instrucciones.

 

Las eternas aprendices se conforman con repetir los nombres y categorías que ellos han puesto a las cosas, porque finalmente ellos han construido el jardín del pensamiento en el que nos han dejado entrar para que cuidemos sus plantas

 

¿Qué pasaría si nosotras quisiéramos cultivar nuestro propio jardín? Lo impedirían a toda costa pues, ese autoritarismo que señalé como característica principal de la crítica actual, curiosamente es una de las propiedades distintivas del comportamiento patriarcal que se asegura de controlar el discurso, de cuidar que digamos lo que les conviene. Tratarían de convencernos de seguir citándolos, serían amigables, condescendientes, paternalistas,  tratarían de halagarnos al tiempo que cuestionarían nuestra construcción de saberes autónoma, alejada de lo que piensan ellos, contraria quizá a todo lo que por tanto tiempo nos enseñaron. Ante nuestra negativa a ceder, se pondrían furiosos, nos bloquearían el camino, nos despreciarían en manada.  Fíjense bien a quiénes comparten sus amigos artistas ¿Acaso no solamente a quienes hablan bien de ellos? Analicen a quiénes apoyan los grandes maestros ¿Acaso no solamente a quienes repiten su discurso? 

En un ejercicio de honestidad que puede ser vergonzoso, tendríamos que preguntarnos cuántas veces hemos cuestionado los preceptos de estos «grandes» maestros, acaso, esto nos llevaría a reconocer que, en un ejercicio de fidelidad o fanatismo (comprendo lo primero, aborrezco lo segundo) hemos aceptado como verdades todo lo que ellos han dicho del teatro, porque han sido tan convincentes, tan simpáticos y tan generosos, que han compartido sus saberes con nosotras y nuestra esencia culposa sentimos que les debemos un favor.  A lo que estamos renunciando al rechazar el ejercicio de cuestionamiento es a la esencia de la crítica, que consiste en poner en juego la facultad juiciosa de nuestra razón para evaluar y discernir, para poner en crisis el estado de las cosas

 

¿Cómo hemos podido hacer crítica sin atrevernos sin dudar de lo que otros han dicho? No hay una sola teoría que no pueda ser cuestionada. No hay un solo fundamento incapaz de resignificarse.  No hay un solo ídolo que no podamos derrumbar.

 

La fuerza feminista que nos anima hoy en día tendría que darnos el valor para colocarnos en esa otra posición que nos permitiera mirar distinto a ellos; pararnos sobre la cima de los escombros de los edificios del pensamiento que debemos demoler para mirar más lejos, para construir nuestras propias visiones que trasciendan los esquemas prestablecidos por los creadores de un mundo que construyeron para ser dueños y señores;  para vislumbrar y dibujar un paisaje que sea una creación de nosotras y no una imitación de sus viejas fotografías; aprender a mirar con autonomía, concedernos el derecho a equivocarnos y a acertar con completa libertad, sin depender de una aprobación que castiga la percepción condicionada por nuestro género;  renunciar a los aplausos en manos de ellos, pues el estruendo de ese gesto eclipsa nuestra voz,  por el simple hecho de no ser una imitación de la suya; no asumir nada sin haberlo cuestionado previamente, especialmente aquello que haya sido establecido por un hombre y que por ello haya sido tomado como verdad. Esas serían las premisas que yo defendería y que estaría dispuesta a asumir en comunidad para proponer una nueva perspectiva digna de nosotras, las nuevas creadoras e investigadoras de la escena.

 

 

 

 

[1] “El sexo indecible: el impacto de la misoginia sobre la crítica escénica: https://aplaudirdepie.com/el-sexo-indecible-el-impacto-de-la-misoginia-sobre-la-critica-escenica/ (consultado por última vez el 14 de enero de 2021).

* Esta ponencia fue escrita y compartida durante mi participación en el conversatorio «Nuevas perspectivas en la crítica teatral» del Primer Festival de Jóvenes creadoras e investigadoras de la escena (MEDEAS)  el 6 de febrero del 2021  a las 20.30h , en la que tuve oportunidad de compartir espacio con Alejandra Serrano*  

Medeas. Red de jóvenes investigadoras de la escena: https://medeasinvestigadoras.com.mx/

 

Críticas

The Shakespearean Tour. Crítica de Paty Vaca

por Aplaudir de Pie 20 octubre, 2020

The Shakespearean Tour es una obra escrita, dirigida y actuada por Mariano Ruiz, quien desde un monólogo que combina relatos personales y algunas de las obras más icónicas de Shakespeare como Hamlet o Romeo y Julieta, nos muestra las dificultades de quienes experimentan el mundo desde un punto de vista  “femenino” en México, especialmente por las personas trans.

 

Mariano comienza rompiendo la cuarta pared, es decir, le habla directamente al público como si se tratase de una Ted talk, manteniendo esta “ruptura” el resto de la obra. El actor le cuenta al público sobre su niñez jugando con el maquillaje de su Mamá y de cómo él siempre quiso ser actriz, no actor, esto último generando comentarios y bullying hacia él por parte de la sociedad. A lo largo de la obra, representa a diferentes personajes femeninos de Shakespeare, tales como Julieta Capuleto o Lady Macbeth. A dichos personajes siempre les da un giro actual, tratando de traerlos a un mundo real y más reconocibles para el público. Esto lo hace usando un lenguaje coloquial y jovial, incluyendo la mención de redes sociales, por ejemplo.

 

Mariano aparece en escena con maquillaje, leotardo, medias de red y tacones; prendas que etiquetamos como “femeninas”, aunque no posean un género como tal. A lo largo de la obra, va agregando algunos otros elementos que apoyan su representación, pero siempre ayudado por su asistente Itzel, una actriz que se encuentra sentada a un costado, quien permanece a la vista del público. Esta distribución de los cuerpos y lugares, relegando a “la asistente al rincón”, es un claro reflejo de la sociedad misma en temas de género. El actor, al igual que cualquier funcionario público, habla de cómo vivió la construcción de género desde su piel. Como esos senadores del norte que dicen “es que crecí con machismo”. La visión siempre tiende a ser corta y personal. También, el discurso suele ser el de celebración de la diversidad, lo fundamental de la inclusión y la importancia de las mujeres en cualquier esfera de la vida. Fórmula infalible para ganar aplausos y votos. Sin embargo, a su lado hay una mujer. ¿Su rol? Asistente. Sin voz dentro de la obra y sin voz dentro del ejercicio político, aparece en escena solamente para el servicio del actor, pero sin agencia propia. Bien dice el refrán que “Del dicho al hecho, hay mucho trecho”. Eso sí, ella porta vestuario, porque será vista por el público y es parte de la estética; aunque al término de la función quizás nadie recuerde que ella estaba ahí.

 

“The Shakespearean Tour” porta lo que yo llamo una feministáscara, o sea, una máscara feminista. Dicha feministáscara se ve bien por fuera y cumple con su propósito: logra la ovación del público mediante un discurso feminista. Siempre de gran ayuda para quien la porte, aunque difícil saber si debajo de ella se esconde una risa o incluso una serie de acciones opuestas a lo que muestra. Una enorme falta de congruencia que se vuelve casi imperceptible entre el ruido de anunciar con megáfono, bombo y platillos que, supuestamente, traen puesto el pañuelo morado.   La feministáscara en esta representación, se demuestra al ser una obra que critica el sistema patriarcal, al mismo tiempo que perpetúa la idea de la mujer asistente, adorno, que aplaude lo que diga quien tiene el micrófono y habla con las masas. Este fenómeno lo vemos en todas las esferas en donde existe esa misma combinación micrófono-masas, que generalmente ocupan los hombres. Un candidato a algún cargo público usará orgullosamente la feministáscara como parte de su uniforme de campaña, pues necesita echarse a la bolsa al 51% de la ciudadanía. El problema es que en su agenda no está la legalización del aborto o la atención a los feminicidios, incluso podría escapársele una línea en escena que ya es famosa por ser interpretada por varios actores: “Esas no son formas”.

 

Acompañando el monólogo y buscando esa modernización de Shakespeare, existen al menos cuatro canciones pop dentro de la obra. Estas son despojadas de sus voces originales y contienen una letra inventada, cantada por Mariano. Nuevamente, aparece un reemplazo de la voz femenina, por la del protagonista de la obra. Colgándose de la popularidad de dichas canciones, cantadas por celebridades como Beyoncé, Ariana Grande o Miley Cyrus, el actor cambia la letra por lo que él tiene que decir. La primera canción es “Formation” de Beyoncé, cuya letra tiene una carga política y representa la lucha de la comunidad afroamericana de la que la artista es parte. Mariano decide usar la misma canción pero cantando “yo soy la estrella”, al tiempo que avienta su sombrero a los pies de Itzel, para que ella lo recoja. Los momentos de canciones fueron un desacierto ya que no causaban risa en el público, la letra hacía poco esfuerzo en embonar con la melodía y se creaba una pausa en el ritmo de la obra.

 

Al final de la puesta, hay una escena en la que Mariano baila y hace lip sync con el tema de Frozen “Libre Soy”. En ese momento, asciende una de las pantallas para revelar una escalera. Mariano sube por un lado hasta la cima, mientras que su asistente se asegura de que él no caiga, sosteniendo la escalera por la parte de abajo. Después, Itzel saca una lata de espuma que avienta hacia arriba para simular la nieve, los fuegos artificiales o el confetti, celebrando la libertad de la persona a quien asiste. Cambia la canción, ahora empieza la parte final de “Defying gravity” de Wicked, en su versión en Español, cantada por Danna Paola. Itzel sale de escena para traer la escoba de la malvada bruja del oeste: Elphaba. Se la da a Mariano. Qué alivio que tenga una asistente, de esa manera él puede mantenerse en la cima y seguir cantando… un sistema que me parece familiar. Itzel entonces se coloca del lado contrario de la escalera de Mariano y sube tan solo unos escalones, creando contrapeso y evitando que Mariano pueda caer de lo más alto. Me recordó aquella escena de High School Musical, cuando Sharpay y Ryan bailan “Bop to the top” y Sharpay no deja que su hermano suba más de lo que sube ella, pues siempre busca ser la estrella.  La escalera es una metáfora que  podemos entender mediante simple Física. Si alguien busca estar en la cima de la escalera, necesitará de un contrapeso en la parte de abajo. Esto le asegura su permanencia en la cúspide.

 

Ser parte de un grupo subrepresentando no te otorga automáticamente el poder de no discriminar a otro. La equidad no se logra dando discursos sobre equidad. La equidad se logra subiendo por ambos lados de la escalera, a un mismo nivel. Eso implica que los Marianos tengan que bajar un par de escalones, para así cantar una gloriosa armonía junto a las Glindas.

 

Es hora de los aplausos, ¿hora de salir de escena? Al término de la última canción, Itzel toma la escoba y la falda de Elphaba para desaparecer del escenario después de haber permanecido ahí durante toda la obra. ¿Qué sí permanence a recibir aplausos? La escalera. Dan inicio los créditos, que se proyectan en la pantalla de atrás. Mariano baila al ritmo de la música y desafortunadamente, los créditos son tapados parcialmente por la famosa escalera. Si es que hubo participación de más mujeres en este proyecto, no lo tendremos claro o no sabremos sus nombres.  Hoy en día, en un trabajo en equipo en donde no está claro quién contribuyó con qué, es menos probable que las mujeres reciban crédito por su aportación. De ahí la importancia de presentar esos nombres y rostros a la audiencia. ¿A quién recordamos al final de la obra? A Mariano. ¿A quién hemos recordado durante la historia de la humanidad? A los Marianos que han existido a través de los años, no a las Itzeles.

Mariano agradece al público y a un par de personas, entre ellas Itzel. El público aplaude la mención de Javier en el apoyo técnico y la de Jorge Negrete en video. Itzel no recibe su aplauso. Itzel es mi tocaya de nombre y de experiencia. Me llamo Patricia Itzel, y así como ella, he permanecido tras bambalinas a la hora del aplauso.

 

Paty Vaca. Gestora cultural, actriz y espectadora crítica

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