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Críticas

«Todos somos cachorros de león» Crítica de Yordanka Guilarte

por Aplaudir de Pie 5 marzo, 2021

“Esta es una historia sencilla, pero no es fácil contarla. Como en una fábula, hay dolor, y como una fábula, está llena de maravillas y felicidad”. Así comienza con una voz apagada, la película La vida es bella, protagonizada y dirigida por Roberto Benigni. Si no la has visto, verdaderamente te la recomiendo. En ella, se relata la vida de un padre y su hijo en los campos de concentración nazi, durante la segunda guerra mundial. Estos campos eran verdaderamente campos de exterminio. Los hombres que, en él fueron mantenidos eran forzados a trabajar largas jornadas de trabajo y sometidos a todo tipo de abusos. Verdaderamente era una odisea el sobrevivir aquel calvario. Guido como se hace llamar este padre, disfrazó con fantasía los maltratos y abusos que allí pasaron, él y su hijo Giosuè, todo como un juego.  Maniobra que sirvió   para proteger a su hijo y que su vida, no fuera afectada más tarde negativamente. Esta acción hace cuestionarse la gran responsabilidad que tienen los padres en la crianza de los hijos. Entonces les pregunto: ¿Se aprende a ser padre? ¿Será tarea fácil?

Muchos de los expertos en tema de familia, sugieren leer manuales donde se aconseja de cómo ser un gran padre.  Recomiendan que hay que crear un ambiente de respeto y amor. Que se debe enseñar con el ejemplo, sin esconder el cariño y dedicarles tiempo para crear gratas memorias durante su niñez. Pero claramente, los padres no son perfectos ni tampoco hay un libro que comprenda la idea más sustancial, ni les diga la realidad que envuelve el serlo. Sin embargo, gran parte de la construcción de nuestra identidad y de quiénes somos depende de nuestros progenitores.

 

¿Qué pasa si llevamos a escena momentos fuertes de nuestra infancia, que nos han constituido como personas y han dado forma a nuestra identidad, si escenificamos todos los recuerdos que nos vienen a la memoria de nuestro padre?

 

En Cachorro de León nos enfrentamos a ese encuentro entre el arte y la vida o más bien la vida hecha teatro. Es así como Conchi León pone magistralmente en escena la historia sobre su padre, una historia que a la vez le permite dar cuenta de cómo todas las vivencias y sentimientos que su progenitor representa para ella son en gran medida las que la han conformado como la Conchi adulta. 

 

Cortesía: Conchi León

 

Su historia, la cadena de recuerdos sobre su padre, la hacen terminar por descubrir que fueron sus salvadores. Todo esto presentado en un monólogo en el que Conchi la actriz y Conchi el personaje se entremezclan en una relación simbiótica, en la que se manifiesta su sello personal, ese gran sentido del humor que también presenta fuera de escena: en la vida real. Un sello que se expresa mediante “el uso coloquial del lenguaje, un fino humor, ironía y sarcasmo” (Báez Ayala & Beltrán Enríquez 111).  Tal como ha expresado Adrianne Rich, Conchi enuncia su experiencia desde lo vívido. Para él es claramente desde la experiencia vivida desde donde podemos “reestablecer el contacto entre nuestros modos de pensar y hablar” y el contacto con “el cuerpo de este ser humano particular, una mujer” (33). Lo vívido se transmuta en la escritura y en la escena, pues “es una forma de poner al sol las heridas que están dentro y envenenan la sangre” (Cachorro de León 1)

Una mujer que se retrotrae en el escenario a la mirada inocente de cuando tenía tan sólo cuatro años, y siempre presente a partir de la música de Pedro Infante la imagen de su padre “Mauricio León Rosas”, un ser que nos presenta dentro de un mundo grotesco, con amigos deformes muy al estilo de los personajes de la película Big Fish. Un padre que actúa con ímpetu y se deja llevar por la ira, embriagado por la bebida y que trata con crudeza y brusquedad a su madre. 

 

 

Cortesía: Conchi León

 

Sin embargo, Cachorro de león no es sólo una obra que refleja la realidad de la violencia intrafamiliar de la que son testigos muchos niños como es el caso de Conchi. Sino que es más bien una oda al perdón, a la resiliencia, a un resurgir como adulta desde los monstruos del pasado, de los malos recuerdos que terminan por opacarse en una realidad claroscura. Una realidad que finalmente la memoria a veces confunde, porque tal como Conchi nos dice: “el cerebro tiene un mecanismo de defensa que acomoda los recuerdos de manera en que nosotros somos “los buenos” de la historia. Pero siendo justos, el viejo no era tan malo…” (Cachorro de León 11).  Su padre, en realidad se transmuta a instantes, en un gigante a modo de superhéroe. Toda esta transformación que de a poco vamos viendo en el monólogo nos llega como espectadores, quienes nos reflejamos en esa Conchi adulta vestida al comienzo de la primera escena con una mochila rosa pequeña y unas gafas de sol.

Vemos que nuestra infancia y sobre todo el influjo de nuestros padres en ella, nos constituyen como sujetos y conforman nuestra identidad, lo que finalmente somos como adultos. Ya que la identidad se vincula a la experiencia individual y particular de cada sujeto, la que surge muy ligada a la biografía de cada persona, tal como mencionan Côté y Levine, “los individuos construyen un ajuste entre las prescripciones sociales y la singularidad e idiosincrasia de su biografía” (8). Precisamente a lo que nos enfrentamos con Cachorro de León es a una confesión autobiográfica vívida, mediante la cual Conchi hace catarsis de sí misma a partir de los recuerdos de su padre y su infancia. La memoria fluye y se interceptan pasado y presente. El pasado doloroso se convierte en un arma para sobreponerse y a través del teatro sanar. El arte al servicio de la superación personal y la resiliencia, tal como lo ha dejado en claro Boris Cyrulnik neurólogo y psiquiatra en la entrevista Vencer el trauma por el arte, en la que señala que los seres humanos son los únicos capaces de vivir y sufrir dos veces una misma situación, una de ellas sería el golpe y la otra la representación de ese golpe; es decir, la forma en la que la recuerdan, cuentan o sacan de sí mismos el dolor a través de la pintura, el cine, una novela, etc. Estas manifestaciones artísticas “se convierten en un acto de liberación porque les permiten compartir con otros lo que les pasó, pero controlando las emociones” (46).

Al finalizar el monólogo nos retrotrae a nuestra propia experiencia. Así, como la voz de al principio de la película, que resulta ser la de Giosuè adulto, cuando termina diciendo: “Esta es mi historia. Ese es el sacrificio que hizo mi padre. Aquel fue el regalo que tenía para mí”. Tal como Conchi pudo aprender al final que no todo es alcohol, no todo es mentira y no todo es fantasía. Nada más me queda por decir que todos somos cachorros de león, pues nuestros padres nos protegen como fieras salvajes, pero también nos clavan las garras de vez en cuando.

 

Yordanka Guilarte
Cubana en la diáspora, mamá orgullosa y maestra de español

 

Fuentes

Benigni, Roberto, director. La Vida Es Bella = Life Is Beautiful Película. La Vida Es Bella

(1999) La Mejor Pelicula De Drama En Español, 6 June 2020, www.youtube.com/watch?v=Xq-PjvqY5so.

Cote, James, and Charles Levine. “Identity, Formation, Agency, and Culture: A Social

Psychological Synthesis”. Psychology Press, 2002.

Cyrulnik, Boris. “Vencer el trauma por el arte. Entrevista por L. Lara” Cuaderno de pedagogía,

2009, pp.42-47.

Leticia, Susana, and Báez Ayala. “Mestiza Power de Conchi León, Escritora Sin Fronteras”,

Anagnórisis (Barcelona): Revista de investigación teatral, no. 9, 2014, pp. 102–129.

León, Conchi. Cachorro de león. Unpublished script. CACHORRO DE LEÓN 2016.pdf.

Rich, Adrienne.  “Apuntes para una política de la ubicación”, en: Otramente: lecturas y 

escrituras feministas, coord. Marina Fe, México, UNAM – FCE, 1999.

 

Reflexiones

¿Quién es Conchi León? Una respuesta de Mario Cantú

por Aplaudir de Pie 12 diciembre, 2020

Lo simple y lo sencillo no son sinónimos. Así tampoco lo complejo y lo complicado. La simplificación es un procedimiento mediante el cual se reduce la realidad de manera esquemática para poder apropiársela, reducir —por ejemplo— un fenómeno a una fórmula para poder aprenderlo y aprehenderlo. Decimos que algo es simple cuando es fácil de usar o de entender, cuando la interacción con esa cosa no requiere esfuerzo. Decimos coloquialmente que una persona es simple cuando ríe sin ningún esfuerzo, cuando cualquier cosa le provoca gracia. Así que la simplicidad está asociada a la falta de esfuerzo, la falta de gracia, cuando algo o alguien “no tiene chiste”.

Lo complicado es precisamente el antónimo de lo simple. Algo complicado nos requiere esfuerzo; sin embargo, cuando algo es complicado, sentimos que ese esfuerzo no es proporcional al beneficio. Decimos que una situación se nos complicó porque no esperábamos que requiriera tanto esfuerzo, tiempo y/o atención. Lo complicado se puede resumir con la frase: “tanto para nada”.

Hay cosas que son simples y complicadas. Vemos obras que reducen la realidad a unas cuantas sentencias, que regularmente se acercan mucho a la denuncia, y que lo hacen desde una pretensión ya sea intelectualista o de destreza casi acrobática. Obras que, aunque crean mundos simples y esquemáticos, lo hacen desde una complicación estética que vuelve solipsista su espectáculo.

La pareja opuesta es la que propone Edgar Morin desde su teoría de la complejidad. El filósofo francés propone que nuestras observaciones de la realidad sean sencillas y complejas. La complejidad es lo contrario de la simplicidad: no se trata de reducir un fenómeno a una fórmula sino de admitir su entramado y sus niveles, y con ello admitir nuestra incapacidad para aprehenderlo. La complejidad, al contrario de la simplicidad, no pretende adueñarse del mundo sino observarlo y admirarlo desde la mayor cantidad de puntos de vista que nos sea posible. Lo sencillo es lo opuesto a lo complicado. No porque lo sencillo no requiera esfuerzo, sino que el esfuerzo que se emplea es proporcional al beneficio… o incluso mayor. Así, por ejemplo, los desarrolladores de la compañía Apple realizan complejas operaciones y entramados tanto de software como de hardware para que sus productos sean sencillos de usar. Por ello Morin insiste en que nuestras visiones de mundo y de vida (como proponía Dilthey) sean sencillas y complejas.

Así son las obras de Conchi León: sencillas y complejas. Tienen una sensibilidad que atrapa el espectador sed principio a fin, lo que hace que no se requiera tanto esfuerzo par entrar en los mundos que nos propone. El artificio teatral se reduce a lo indispensable con una economía de recursos; sin embargo, sus mundo son complejos, llenos de profundidad y de una sabiduría de la que ella misma no es consciente. Pues deja que sus mundos fluyan y no los controla en favor de una discursividad mañosa y prefabricada como pasa en los espectáculos simples y complicados que llenan las carteleras.

 

No es fácil ser Conchi León porque se tiene que luchar contra las envidias y la
discriminación. Mucho antes que Yalitza, Conchi sufrió burlas y denostación cuando llevó su Mestiza power a la Muestra Nacional de Teatro. Sin embargo, la calidad se impuso.

 

Algunos de los que la minimizaban junto con su obra ahora son sombras, ecos nada más: iconos que el tiempo colocó en su lugar. Con el éxito vienen las injurias. Ha tenido que soportar la envidia de colegas —tanto hombre como mujeres de teatro— quienes aseguran que debe su éxito a favores sexuales. Pero su ceguera no los deja ver que el “secreto” de su éxito está a la vista de todos. La gente se mete a sus talleres tratando de encontrar la fórmula, el método, la receta. Pero no se dan cuenta de que ella no enseña eso en sus talleres, ella lo enseña con el ejemplo: Disciplina: Es una artista que entrena, que practica, que reflexiona. Si bien su vida personal, sus habitaciones de hotel y sus cabellos pueden ser un desorden, sus procedimientos de creación no son aleatorios ni se basan en que llegue la inspiración. “La inspiración te debe encontrar trabajando”, decía Woody Allen, y Conchi lo sabe: no hay mejor manera de encontrar la inspiración que trabajando. Lo que conecta con la constancia.

Ser disciplinado requiere constancia. Si bien ser disciplinado y ser constante no son lo mismo, no se puede ser lo uno sin lo otro. A su constancia algunos la llaman terquedad, otros obstinación. Yo la llamo perseverancia. Y si se es constante y disciplinado, es porque hay compromiso. El artista que se compromete con un activismo siempre es un artista mediocre… aunque pueda ser un gran activista. El artista que se compromete con el arte termina adquiriendo un compromiso social, porque el arte no cambia al mundo a punta de denuncias (simples y complicadas). El arte es uno de los actores que intervienen en la evolución del mundo porque nos permite apreciarlo en su complejidad a través de la metáfora. Sólo el artista y el filósofo se pueden alzar sobre su individualidad para observar la esencia de su tiempo y su cultura, decía Dilthey, a quien estoy parafraseando de manera libérrima. Tan sencillo como que, antes de poder hacer viajes a la Luna, hubo artistas que soñaron la posibilidad. Y del sueño nació el cambio. Un verdadero artista no necesita denunciar para tener compromiso social. Un verdadero artista sabe que, si se compromete con el arte, se compromete con la humanidad.

“Yo soy una ignorante porque no estudié”, dijo alguna vez Conchi en una conferencia.  E inmediatamente después la “regañé”. Le dije: “Que no hayas ido a la escuela no significa que no haya estudiado, tú estudias siempre y te sigues preparando. Ser autodidacta no es lo mismo que ser ignorante”. Preparación constante. Algunos optamos por el estudio formal y los grados académicos. Otros tienen la suficiencia autodidacta. Es lo mismo. Uno tiene que estar preparándose, actualizándose, estudiando constantemente. Ya sea con grados académicos, ya sea con talleres, ya sea de manera autónoma. Lo importante es seguir adquiriendo saberes, conocimientos y destrezas. Y para ello se requiere de autocrítica. Todos nos decimos autocríticos, pero pocos realmente lo son. Si realmente lo fuéramos, seguiríamos preparándonos constantemente. El método socrático, la mayéutica, se basa en un aforismo que resume la constancia y la autocrítica: “Yo sólo sé que no sé nada”.

Quien sea realmente autocrítico dejará de pensar en lucirse, dejará de fantasear con las frases halagadoras de los críticos encumbrados. Dejará el arte solipsista de la simplicidad complicada y comenzará a pensar en el espectador. No se trata de darle al espectador lo que quiere, no se trata de ser ni complaciente ni mucho menos condescendiente. Decía Lope de Vega
en el Arte nuevo de hacer comedias: “…pues debo / obedecer a quien mandarme puede, / que, dorando el error del vulgo, quiero / deciros de qué modo las querría…” Así, dorar el error del vulgo es la clave. Pensar en el espectador pero no para darle gusto, sino hacer algo de calidad que además le guste al espectador: sencillo pero complejo.

 

 

Foto: Darío Castro

Si se piensa en conmover al espectador podemos caer en un gran error: la condescendencia y/o la complacencia. Hay colegas que se preocupan mucho por hacer llorar al espectador porque sienten que eso es sinónimo de calidad. Si uno se centra en hacer llorar al espectador, lo más probable es que caiga en una falta ética gravísima: el chantaje emocional. De igual forma quienes se empeñan en hacer reír al espectador a base de chistes es casi seguro que cometen otra falta ética: la extorsión cómica. Se le amenaza al espectador: si no te ríes de esto es porque eres de lo que me estoy burlando. También quienes tienen este altísimo compromiso social comenten —paradójicamente— faltas éticas pues juegan, entre otras cosas, con la culpa de clase del espectador. Todas estas son formas de simplicidad porque son formas reduccionistas de la realidad y tienen consecuencias éticas: chantaje, extorsión y culpa. Y si encima le añadimos una forma estética solipsista, completamos la funesta dupla pues, además de simple, lo hacemos complicado.

No quiero decir que no se metan a sus talleres, por su puesto que van a aprender mucho de ella, pero la mejor enseñanza de Conchi es con su ejemplo, no en sus clases (que pueden ser maravillosas). No se fijen en lo que dice sino en lo que hace. Sus obras no chantajean ni extorsionan ni mucho menos juegan con la culpa. Sus obras no intentan conmover al espectador, ni divertirlo ni advertirle sobre la corrupción de las instituciones. Sus obras nos revelan cosas sobre nuestra condición humana. Y es esta revelación la que tendrá como efecto secundario la risa, el llanto o la sorpresa. Quienes trabajan para la risa, el llanto y/o la sorpresa son como aquel que confunde los síntomas con la enfermedad.

Las obras de Conchi nos revelan (desocultan, dirían los griegos) cosas porque son complejas, entienden la profundidad de la condición humana, y porque son sencillas, ya que no tenemos que esforzarnos por descifrar entelequias ni rompecabezas. Quiero aclarar que no estoy usando a Conchi como excusa para hablar de mi postura sobre el teatro… bueno, sí… un poquito. Pero es porque son cosas que yo aprendí de ella. Quizá mis obras nunca habrán pecado de simplicidad, o al menos eso quiero creer. Sin embargo hago mi mea culpa y admito que he pecado de complicado. Conchi me ayudó a ver esto; no con sus palabra: con su ejemplo. Sé que ahora está en boga el discurso feminista. Me alegra. Pero yo no encasillaría las obras de Conchi dentro de postulados o estéticas feministas, que claro que puede entrar. No obstante, no se detienen en ahí. Sus obras van hasta lo más profundo de lo humano, en esa zona abismal donde ya no importa si somos hombres, mujeres o cualquier cosa intermedia, donde no importa la edad ni la etnia ni la clase social. Las obras de Conchi son sencillas y complejas… como ella.

 

MARIO CANTÚ TOSCANO 

Dramaturgo, director, pedagogo e investigador teatral

Reflexiones

El temperamento melancólico

por Zavel Castro 7 enero, 2020

Séneca escribió que “no hay animal más sombrío que el hombre”, ni que la mujer, añadiría yo con justicia. Los hombres y mujeres que se sumen con facilidad en un estado taciturno, aquellos y aquellas que se alejan de la luz y se resguardan en la sombra, corresponden, de acuerdo a la patología humoral (popularizada como teoría de los humores) al temperamento melancólico. De acuerdo con esta teoría articulada por Hipócrates y desarrollada por Galeno y Teofrasto, el cuerpo humano se compone de cuatro sustancias: bilis negra, bilis amarilla, flema y sangre. El desequilibrio entre las mismas ocasionaba enfermedades físicas y padecimientos anímicos. La melancolía se debía a un exceso de bilis negra, supuestamente, este desorden modificaba el carácter de las personas predisponiéndolas a la depresión y  haciéndolas más inquietas, distraídas, silenciosas, reflexivas, inestables y ansiosas.

Las personas de este tipo de temperamento se inclinan a la soledad, a la tristeza y, algunas veces, al teatro. Definido por Kartun como “ritual de violencia” y por Brook como el lugar en el que los y las creadoras ofrendan su sufrimiento (y añadiría, también con justicia a los espectadores y  a las espectadoras) crea, necesariamente, atmósferas dolientes, en el que el arte deviene en un acto de duelo público, en el que los y las participantes se reconocen como una “communitas del dolor”, haciendo “del dolor individual una experiencia colectiva” (Diéguez 24). En el teatro las almas tristes tienen oportunidad de expresar su dolor, y no a manera de queja ni quejido, sino como una forma de resignarse al taedium vitae, el hastío de la vida. Las melancólicas (como las materialistas) han comprendido que “la realidad es solo un instante de doloroso deseo” (Quignard 157),  que no somos más que átomos y vacío (Demócrito), que somos fruto del azar, que solo hay simulacros e instantes, que las multitudes son como las tormentas (Epicuro). Nada pueden hacer contra ello, pero al percibirlo, sus corazón ensombrece.

Las melancólicas se dedican al teatro para huir del hastío y soñar otras vidas, así lo sentimos cuando vemos una obra en el que el diseño ha sido creado por Natalia Sedano.  Algo hay en su juego de luces y en su mirada oscura que resulta enigmático e inquietante, algo que siempre deja tras sí una sombra, un no sé qué que nos seduce al abismo, una mezcla de sueño y aflicción. Natalia embellece la desdicha y con ello crea mundos hermosos.

Las melancólicas se precipitan al vacío y al llanto sin alcanzar el consuelo, incluso hacen de ello su impronta. Así lo vemos con Jimena Eme Vázquez y con Nora Huerta.  La primera ha hecho de la tristeza el eje de sus ficciones, ya sea latente como en el caso de Piel de Mariposa (que he analizado en otra ocasión[1]) y en Mitad tú, mitad yo, o explícita como en Me sale bien estar triste  y en Now Playing. La especificación de la emoción que sostiene a estas dos últimas, favorece su carácter representativo del tipo de público a la que van dirigidas. Aunque es cierto que a cualquier edad podemos sufrir de mal de amores[2] y que en todas las épocas se han cantado las penas que provoca, las obras de Eme sostienen que la tristeza es la emoción que define a los millenials, por ello encontramos guiños al lenguaje de las redes sociales, chistes locales de la comunidad virtual y referentes que solamente comprendemos con exactitud quienes estamos a punto de cumplir los treinta.  Jimena habla en nombre de una generación que se reconoce triste y lo celebra, así se vincula con el temperamento al que dedico esta reflexión pues, “la melancolía es la felicidad de estar triste”, así dijo Víctor Hugo. La felicidad que provoca el estado melancólico se debe al recuerdo de los momentos que añoraríamos volver a vivir, la memoria de aquello que no podemos recuperar, instantes de la vida que se fue, por eso en Now Playing se hace un recuento de la juventud perdida y se romantiza todo lo que alguna vez nos procuró placer, como melancólica, Jimena sabe que todas las voces en silencio, que la que alguna vez fue nuestra canción favorita, con el paso de los años resonará débilmente como eco.

Foto: Darío Castro

Las melancólicas aman y padecen al unísono. No pueden evitarlo. Nuestra educación sentimental nos obligó a creer que el amor es una derrota y que las mejores amantes son aquellas que dejan que su corazón sea devorado por la tristeza. Un epíteto homérico describe a la melancolía como “la autofagia del cuerpo por el alma” (Quignard 164), esta sentencia es letmotiv del del cancionero popular mexicano, que recoge magistralmente Nora Huerta en algunos espectáculos como Paloma QuéHerida, Rivotrip y Canción Taruga. Aunque las herramientas del cabaret que utiliza Huerta en estos recitales permiten la crítica y deconstrucción de la idea de que quien busca la felicidad en una amante está condenada al lamento, también evidencian la fascinación que sentimos las seres humanas por el drama pasional.  El repertorio musical de estas obras corresponde al retrato del temperamento melancólico definido por su  sintomatología: preocupación, pena, temor, olvido y remordimientos.  Nora canta las penas y da voz al hastío de la repetición del ciclo romántico, ese que hace que la lágrima siga siempre al latido.

Foto: Darío Castro

Las melancólicas abren sus almas a través de la escritura. Así lo hacen Conchi León y Maribel Carrasco. Ambas navegan sobre tormentas y suspiros para llegar a otros mundos, para perderse allí.  Las obras de León son como lágrimas cálidas que acarician las mejillas de quienes las miran, que son conscientes del sufrimiento que causa la vida y que sin embargo, buscan el consuelo.  Pienso en Del Manantial del Corazón, que trata sobre la muerte y el nacimiento de los bebés en la cultura maya, Cachorro de León, una obra tejida con reproches a su padre que deviene en un acto de compasión, De Coraza, sobre la esperanza que mantienen en pie a las mujeres en reclusión; obras que ofrecen un respiro a la permanente angustia del alma para los que comparten este temperamento.

Por su parte, las obras de Maribel, son la melancolía pura, apenas arrojan un poco de luz en nuestras naturalezas muertas, fabulan sobre las ilusiones perdidas sin prometer nunca consuelo. La melancholia en la dramaturgia de Carrasco, es sutil, simbólica, muy parecida a la nostalgia. Guardo recuerdos vívidos, imágenes fascinantes y dolorosas, de Los Cuervos no se peinan y Beautiful Julia, ambas retratan personajes que han sido abandonados a la vida, condenados a alguna especie de orfandad que los mantiene siempre incompletos, siempre distantes y taciturnos, con dolores y deseos perpetuos. La oscuridad creada por ella es escalofriante, no se sabe si a causa de la contemplación del dolor o de la belleza.

Algo hay en las imágenes sombrías que pueblan las creaciones de Natalia Sedano, Jimena Eme Vázquez, Nora Huerta, Conchi León y Mribel Carrasco, que genera la atmósfera de la melancolía. Me gusta escribir que es “un algo” porque considero que solamente lo que escapa al lenguaje es potente y poético. Creo que la melancolía es un gesto indecible, una experiencia que sucede en el cuerpo y que, por lo tanto, es efímera, como el teatro. El espacio escénico convoca a la communitas del dolor para distraerla del hastío de la vida, para abrazarla en silencio. El exceso de bilis negra en algunas creadoras se expresa en obras que nos recuerdan que estamos tristes, pero no estamos solas.

 

 

 

 

 

 

Bibliografía

Brook, Peter. Más allá del espacio vacío. Escritos sobre teatro, cine y ópera, 1947-1987, Alba Editorial.

Diéguez, Ileana. Cuerpos sin duelo. Iconografías y teatralidades del dolor. Córdoba: DocumentA/Escénicas Ediciones, 2013.

Lange, Federico Alberto. Historia del materialismo, tomo 1, Madrid.

López Huertas, Noelia. La teoría hipocrática de los humores. Gomeres: salud, historia, cultura y pensamiento [blog]. Disponible en: consultada por última vez el 1ro de enero del 2020.

Lucrecio, De la naturaleza de las cosas.

Quignard, Pascal. Trad. Ana Becciú. El sexo y el espanto. Barcelona, Editorial minúscula, 2005.

Séneca, Lucio Anneo. De la ira.

[1] Castro, Zavel. Piel de mariposa (crítica), en:  http://aplaudirdepie.com/piel-de-mariposa/

[2] El mal de amores es el tema central de Me sale bien estar triste y el  detonante del conflicto en Mitad tú… mitad yo y Piel de mariposa.

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