En un mundo donde todos somos mercancía reemplazable, se agradece que nos recalquen que hay una luz brillante dentro de cada uno de nosotros que nos hace únicos.
Humanidad S.A. nos lo muestra de dos formas; una de ellas es en la anécdota de su montaje, que habla de una pobre viejecita que busca desesperada a su hijo antaño perdido, y de un vagabundo que, parece ser el hijo, pero lo realmente trascedente es que se vuelven importantes el uno para el otro en una sociedad donde ambos son simplemente basura.
Y la otra, es la increíble dramaturgia del actor que nos propone esta obra; Jorge Costa, Luisina Di Chenna, y Esteban Parola, nos muestran con virtuosismo, como el actor es un ente creativo y poético, independiente del director; vemos actores vivos e irremplazables, no títeres, recalcando el respeto y la magia que nacen del trabajo en conjunto en las creaciones colectivas.
Haciendo un homenaje a Charles Chaplin, cada actor hace suyo el rol que le corresponde, y de manera sincera y entrañable, de acuerdo a la poética de cada cuerpo, nos regala momentos llenos de ternura y reflexión ligera, fácil de digerir.
Se aplauden, además, el uso de los elementos escenográficos, manipulados por los mismos actores, que logran transportarnos a diferentes lugares donde nuestros protagonistas son vistos como entes inservibles hasta casi invisibilizarlos; y el uso de la utilería, sobretodo un globo verde inmenso que logra asombrar a chicos y grandes con su manipulación que parece mágica, y hace soltar algunas expresiones de asombro entre las butacas.
Humanidad S.A. nos propone ver la luz al final del túnel, al final lo de menos es si fuimos productivos o no para este mundo, lo que importa es en cuántos corazones nos quedamos brillando con luz propia.

Manya Loría. Dramaturga, directora de teatro y actriz