Aplaudir de Pie
  • Críticas
  • Reflexiones
  • Reseñas
  • Quiénes somos
Aplaudir de Pie
  • Críticas
  • Reflexiones
  • Reseñas
  • Quiénes somos
Autor

Ricardo Ruiz Lezama

Avatar
Ricardo Ruiz Lezama

Dramaturgo, director de teatro y actor.

Reflexiones

¿Yo puedo dedicarme a la actuación?

por Ricardo Ruiz Lezama 3 octubre, 2022

Ilustración por Mar Aroko

Para publicar este texto recibí la autorización del estudiante que sale mencionado. La identidad preferimos dejarla en el anonimato.

Hay momentos en que de pronto cambiamos de papel en la vida, por ejemplo, los hijos se vuelven padres de sus progenitores cuando estos envejecen. En este texto te compartiré sobre la vez que pasé de ser estudiante a ser docente y cómo me vi en una situación en donde ahora yo era quien debía tener respuesta a las preguntas difíciles, en este caso: «¿Profe, usted cree que yo puedo ser actor?» Hace algún tiempo me encontré con un estudiante al final de una función de teatro, nos dio mucho gusto vernos y nos quedamos a platicar. En un momento de la conversación me soltó la pregunta. Me sentí con un gran compromiso, pues sentía que mi respuesta iba a ser determinante, me daba la impresión de que se estaba poniendo una enorme responsabilidad en mí. Entonces me acordé de mi último año de la licenciatura en actuación.

Había sido un año muy complicado y tenía la autoestima muy baja. Años después entendí que me sentía incapaz porque, durante mi paso por la escuela, diferentes profesores ponían en duda mis capacidades solo por ser gordo. Lo cual se llama gordofobia, pero en ese tiempo no tenía las herramientas conceptuales para entender y confrontar la cuestión.

Basta citar tres situaciones para ejemplificar:

Segundo año de la licenciatura:  Había sido un año muy inspirador. La docente nos había hecho sentir seguras y seguros de nuestras capacidades físicas y emocionales. Incluso hubo un momento muy memorable en donde una compañera, que también era gorda como yo, compartió que le habían dicho que por gorda nunca podría actuar a Julieta. La docente se indignó y nos dijo que quien hubiera dicho eso era un estúpido, pues el cuerpo no tenía nada que ver, que Julieta era, ante todo, una mujer enamorada y que cualquier cuerpo podía encarnarla. Quizá durante la carrera este fue el año en que me sentí más cómodo con mi cuerpo. Hasta el final del curso donde la docente, en privado, a esa compañera y a mí nos “recomendó” bajar de peso para tener oportunidades laborales. Si le hubiéramos contado esto en la clase, que alguien nos había dicho que no tendríamos oportunidades de ejercer nuestra profesión por ser gordos, ¿también se hubiera indignado y nos hubiera dicho que cualquier cuerpo podía actuar? Tal vez, pero de qué serviría que dijera eso de forma pública si en privado nos diría algo diferente, si el último día nos diría que bajáramos de peso. Sin importar que nos había ido muy bien en nuestro proceso, física y actoralmente, para ella dos gordos no tenían oportunidad de dedicarse a la actuación.

Tercer año de la licenciatura: A medio semestre tuvimos un examen abierto al público. Al final, el director de la escuela se me acercó para decirme: subiste de peso. Ese fue el único comentario sobre mi trabajo. Cuando eres gordo parece que tu gordura es lo único visible cuando te paras en un escenario en la escuela.

Al final del mismo año: el docente de actuación me felicitó por mi dedicación y trabajo, pero me “recomendó” bajar de peso para tener oportunidades laborales. Obviando que él también es gordo y que como actor tenía mucho trabajo. Cuando le compartí esto a un compañero de clase, me dijo: “¿Es que no te ha visto en clases de acrobacia o de esgrima?” Mi cuerpo no había sido un impedimento para que me fuera bien en esas clases, pero al parecer lo era para ser actor.

Estos ejemplos son suficientes para entender por qué me sentía incapaz en mi último año de la carrera, y por qué, en mi evaluación final, estaba frente a un profesor preguntándole: “¿Cree que existe gente que no tiene aptitudes para esto?” De esto me acordé cuando aquel estudiante me preguntó si podía ser actor; yo también, años atrás, me había acercado a un docente para hacerle la misma pregunta.

Yo recibí en mi momento una respuesta reconfortante, entiendo que aquel docente pudo ver cómo expuse toda mi fragilidad y mis heridas ante él y afortunadamente fue empático. Sé que los profesores de actuación no siempre son así y a más de un estudiante les han dicho que no sirven y que mejor se dediquen a otra cosa. Tuve suerte. Ahora, desde el otro lado, como profesor, yo percibí esas marcas que dejan los prejuicios de un gremio profundamente herido que no ha sabido dar fin al ciclo violencia (¿qué tanto le habrán dicho a mi estudiante?, ¿qué habrá vivido en sus clases de teatro para llegar a esa pregunta?) y asumiendo esa responsabilidad de saber que lo que dijera podía ser significativo, fui muy cuidadoso con mi respuesta.

Antes de seguir quiero explicar que todo esto lo comparto porque estoy convencido que muchas personas nos hemos sentido incapaces y deseo que tú, que estás leyendo esto, recibas algunas cuantas palabras que contrarresten los prejuicios imperantes.

Cualquier persona puede dedicarse a la actuación.

Al acabar mi último año de la licenciatura en actuación, algo de todo lo que me habían recalcado sobre ser gordo y no poder actuar se había quedado grabado profundamente en mí. Pero varias experiencias me ayudaron a sanar esa herida. Al salir del micromundo que es la escuela, me di cuenta que había actores y actrices con cuerpos gordos que actuaban extraordinariamente, divirtiendo y/o conmoviendo a las audiencias. Toda la carrera la viví engañado, me hicieron creer que por ser gordo no podría actuar o que solo podría hacer un tipo de papeles, de gordo chistoso, pero la variedad del universo actoral me enseñaba que cualquier cuerpo era capaz de actuar y expresarse de infinitas maneras.

Años después tuve la oportunidad de trabajar con la compañía Teatro Ciego MX y disfrutar del entrañable trabajo de la actriz Erika Bernal y del actor Marco Antonio Martínez. Ambos codirigen la compañía y también producen, escriben, además de muchas cosas más. Sin duda es una agrupación muy inspiradora.

Entiendo que el Butoh es una experiencia liminal entre el teatro y la danza, por eso agrego este ejemplo. Se cuenta que Kazuo Ohno, uno de sus fundadores, bailaba sus últimas piezas sentado en una silla de ruedas a la edad de noventa años (quizá un poco más grande). Quienes pudieron atestiguarlo dicen que fue conmovedor e inolvidable. Gracias a todo esto y muchos ejemplos más, hoy estoy convencido que cualquier persona puede dedicarse a la actuación, solo basta con desearlo.

Aunque había otra cuestión que se abría ante la pregunta de poder ser actor que era importante esclarecer. Le dije a mi interlocutor “una cosa es querer ser actor o actriz, ahí sí creo que lo puede lograr quien quiera, pero si me estás preguntando si puedes entrar a una escuela de teatro o pertenecer a un círculo de artistas, eso no lo sé porque tienen sus propios parámetros de exclusión. De lo que estoy convencido es que nadie puede impedirte ser actor”.

Después de esa conversación nos despedimos y yo seguí examinando lo que habíamos hablado. Varias veces me pasa eso, repaso lo que dije y analizo qué pude haber expresado mejor o qué podría haber agregado. Hace días pensé una última cuestión que quisiera haber dicho: al final del primer año de la carrera, recuerdo que una docente de danza nos pidió que nos autoevaluáramos. Cuando fue mi turno me acerqué a ella y le dije: tengo diez. Ella me miró escéptica y yo empecé a llorar y entre lágrimas le mencioné que estaba seguro que si yo no me ponía diez, nadie lo iba a hacer nunca. Ella me contempló atenta y comprensiva. Una semana después, al revisar mi calificación, vi que me había puesto diez, pero eso era lo de menos. Hoy, recordando todo esto, entiendo que lo importante no es si los demás creen en tus capacidades. Pienso que lo importante es que tú aprendas a creer en ti y tú mismo/a busques responderte si puedes dedicarte a la actuación, pero, si me permites aconsejarte, te recomiendo que antes de llegar a una respuesta confrontes tus prejuicios y todo aquello que te hayan hecho creer, sobre todo si esas ideas te hacen sentir insuficiente y te impiden animarte a cumplir tus sueños.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Reflexiones

Carta a quien pretende dedicarse al teatro

por Ricardo Ruiz Lezama 12 agosto, 2022

Ilustración por Mar Aroko

“¡Y cuando pienso en mi vocación dejo de tenerle miedo a la vida!”

Nina, Acto IV, La Gaviota de Antón Chéjov

Estimada, estimado, estimadx aspirante al teatro:

Primero que nada, no vengo acá a decirte “LA verdad”. Considero que nuestros tiempos han dejado clara la posibilidad de que múltiples verdades se manifiesten, incluso al mismo tiempo, incluso negándose unas a otras. Entonces lo que aquí te comparto es mi verdad, pequeña y modesta como el teatro en que creo. Estas palabras van dirigidas a ti, pero también a mí mismo. A mi yo del pasado, para agradecerle todo lo que sabía, aunque no era consciente, así como su arrojo; y a mi yo del futuro, por si llego a olvidarme de aquello que considero esencial. ¿Cómo es posible que podamos olvidar lo esencial? No lo sé, pero sucede.

Me preguntas: ¿Cómo se puede vivir del teatro? No lo sé. Van dos veces que respondo así, que no lo sé, espero no exasperarte, pero conforme pasa el tiempo descubro que sé tan poco. Te compartiré un recuerdo. Cuando era aún más joven decidí dedicarme al teatro dejando que me guiarán mi corazón y mis entrañas. Luchando contra esos cuestionamientos (¿De qué vas a vivir?) y respondiendo: ya veré. Recuerdo que era algo vital, sentía que tenía que dedicarme a esto porque de alguna manera mi vida dependía de ello. Tenía diecisiete años, ahora tengo el doble de edad. Con el tiempo entendería que hay una sabiduría muy grande que la razón no comprende, que el corazón y las entrañas poseen su propia y valiosa inteligencia.

Cuando terminé de estudiar mi licenciatura en actuación, me sentía desorientado, de pronto egresaba y no sabía qué hacer. Mi pasión menguaba, aparecieron miedos. Para este tiempo tenía veintiséis años. Entonces, un curso de dramaturgia que tomé en Guadalajara me hizo recuperar el entusiasmo que creía perdido. El maestro que lo impartía era el dramaturgo Mauricio Kartun. Al finalizar el taller sabía que debía irme a Argentina. Pude hacerlo.

Tuve la oportunidad de estudiar en Buenos Aires, una de las mejores experiencias de mi vida porque alentaron mi deseo, como si le echaran más aire a una brasa. De lo primero que recuerdo que me dijeron en un taller de actuación fue: acá seguimos las enseñanzas de una de las representantes más importantes del teatro independente, Alejandra Boero: “hacemos teatro, no por plata, sino por amor”. A partir de este momento pude verbalizar algo de mi intuición y que considero esencial: el amor sobre el dinero. Y recordé por qué decidí dedicarme al teatro. Mi mamá trabajó treinta y tantos años en algo que la hacía infeliz, solo esperaba su jubilación para empezar a vivir. Yo quería que mi existencia, día a día, fuera una vida plena realizando aquello que me hacía dichoso.

Más adelante, en un taller con Mauricio Kartun, principal responsable de que soñara con irme a Argentina, él nos dijo que el teatro podía existir para combatir las lógicas capitalistas. El teatro podía compartirnos que no todo lo valioso se mide con la lógica del capital ni en términos monetarios. En esos tiempos pude sentir que mi vocación tenía un sentido, mostrarme que no sólo existe el camino del dinero, que la vida puede ser algo más, algo que no tiene precio, pero tiene valor. Esto me hacía más sentido que mucho de lo que antes me habían querido hacer creer en mi vida.

Así recuerdo mucho de mi tiempo en Buenos Aires, una reorganización de mis creencias. “Recuerden que en muchos casos decidieron dedicarse al teatro sin saber ni siquiera si iban a poder comer de él”. Esto nos los dijo el director Guillermo Cacace. Cuando he dudado, vuelvo a contactar conmigo, con ese joven soñador que sabía mucho más de lo que él mismo entendía, y todo porque sabía escuchar su corazón.

En Argentina entendí que la gente que se burla de la expresión “por amor al arte” es porque poco o nada saben del amor. Así que no puedo responderte cómo puedes hacer dinero del teatro porque ni yo mismo lo sé, pero sí puedo decirte que el miedo es uno de los peores consejeros y que si le hubiera hecho caso hace diecisiete años, me hubiera perdido la oportunidad de vivir la vida que era realmente para mí. Como dice Nina -personaje de La gaviota de Antón Chéjov-, cuando he pensado en mi vocación le he perdido miedo a la vida.

 

 

 

 

Reflexiones

Primera y última vez en el teatro

por Ricardo Ruiz Lezama 1 julio, 2022

Ilustración por Mar Aroko 

1

En el libro El arte del presente, la directora Ariane Mnouchkine cuenta que hay funciones en la que les dice a su equipo de trabajo que ese puede ser el primer día que alguien de la audiencia va al teatro, pero también el último. Recuerdo la vez en sentí que ambas situaciones confluían en un mismo espectáculo. Como muchos de mis ejercicios de reflexión, no mencionaré a la obra en específico porque considero que la problemática devela cuestiones sistémicas que la trascienden.

Estábamos en la fila para entrar a la sala de una función, a unos breves minutos de que dieran acceso. Me llamó la atención que había una madre que iba con dos pequeños, una niña y un niño, ambos tenían entre diez y doce años. La niña estaba eufórica y compartía a su hermano y a su madre el entusiasmo que sentía de asistir al teatro por primera vez; lo hacía de una forma tan franca que seguramente varias de las personas que estábamos ahí también nos sentimos movidas por la emoción de sus palabras y el brillo de sus ojos (al menos mi acompañante y yo sí) “¡Vamos a ver una obra, vamos a ver una obra!”

Algo que siempre me ha fascinado del teatro es que todo cuanto se vive en él es parte de la experiencia: ver, no solo lo que sucede en el escenario sino lo que pasa en la sala con las demás personas de la audiencia. Esta función tenía planteada esa doble mirada de forma contundente, era tan importante lo que fuera a ocurrir dentro de la escena como lo que fuera a ocurrirle a aquella niña que iba por primera vez al teatro, que, como dice la directora del Teatro del Sol, podría haber sido la última. Para mí esta situación agregaba una ligera tensión en la atmósfera. ¡Qué responsabilidad!

Hay algo que debo aclarar antes de continuar: la función estaba en horario familiar, y se supone que era para público infantil, así que lo que sucedió más adelante no fue responsabilidad de la mamá y mucho menos de aquella niña.

Todo empezó bien. Aunque recuerdo que alguien dijo alguna vez que supuestamente Meyerhold pensaba que la generosidad de la audiencia dura quince minutos, pues es el tiempo que le regalan al espectáculo para que les atrape. Lo haya dicho quien lo haya dicho, sin duda es cierto que el público debe poner de su parte -y generalmente lo hace con gusto- para que todo funcione, esa es quizá una de las disposiciones fundamentales para que pueda suceder el fenómeno teatral. Según el director Héctor Mendoza  (parafrasearé su reflexión lo mejor que pueda), cuando la gente entra al teatro, basta con observar el gesto de las espectadoras y espectadores para reconocer el género de la obra que se va a llevar a cabo: si se representa una comedia, la gente ya tiene dispuesta una ligera sonrisa a punto de transformarse en risa; por otro lado,  si se representa una tragedia, ya hay personas con un semblante solemne ocupando sus localidades. Entonces, posiblemente todavía no era un logro que la primera obra que veía esa niña empezara bien, además, tomemos en cuenta que gran parte de la audiencia iba a poner más de su parte que de costumbre para que todo saliera maravilloso en la primera función de aquella niña.

A la mitad de la obra la función de pronto se me hizo insoportable, me perdí con la historia (no entendía a dónde iba), se suponía que varios momentos eran cómicos, pero nada me causaba gracia y todo lo que pasaba comenzó a aburrirme hasta el hartazgo.  Me consolé pensando que, si era una obra para las infancias, no tenía por qué conectar conmigo (cabría problematizar sobre teatro infantil o familiar, pero eso será motivo de otro texto algún día). Miré a la niña, esperando que al menos ella se la pasara bien, pues eso le daría sentido a todo (fue una función con aproximadamente 10 espectadores o menos). Pero mi sorpresa fue que la descubrí extendida sobre su lugar, con la espalda sobre su asiento y las piernas estiradas, callada, mirando con una cara que no alcanzaba a descifrar pero que sin duda contrastaba con la alegría con que había entrado al teatro.

Nadie puede penetrar en la experiencia ajena. Quise imaginar que aquella era la forma que esa niña encontró para disfrutar la función. Pensar eso era mucho más soportable que la realidad. Al salir del teatro la madre hablaba a la niña que respondía con frases cortas, desilusión y una mirada que se dirigía hacia ningún lado, algo en sus ojos se había apagado para siempre.

2

Y si esa vez fue la última en que aquella niña asistió al teatro, ¿quién es responsable? ¿La compañía teatral? Sí, pero no es la única compañía que ha ocasionado esto. Antes de continuar quiero dejar claro que asisto al teatro familiar porque he encontrado muchas obras entrañables para niñas, niños y gente adulta, en donde todas las personas, pese a las diferencias de edades, somos conmovidas por estas propuestas; pero este texto tiene el objetivo de problematizar esas otras obras, aquellas que en muchas ocasiones el único vínculo que generan con su público es de fastidio, principalmente porque luego son esos proyectos los que ocupan espacios que otros trabajos podrían aprovechar pero que no se divulgan porque la gente dedicada a programar prioriza darle lugar a obras fallidas ¿Por qué?

He visto varias compañías teatrales que presentan obras para las infancias que no se comunican con su audiencia ¡Y las siguen programando! Dichos grupos pasan de un teatro a otro, aburriendo niñas y niños, poniendo una gran responsabilidad en madres y padres que muchas veces ocupan el lugar de animadores tratando de hacer que sus hijas e hijos se interesen por lo que sucede en escena. “Mira, hijo, ¿ya viste?” “Qué divertido, ¿verdad, hija?” Algunas de esas compañías le echan la culpa: ¡al público! El teatro no solo se trata de ser visto sino de ver y si estas agrupaciones miran a las infancias aburridas deberían hacer algo más que culpabilizarlas, pero, quizá, como las siguen programando, ni siquiera les importe.

Por otro lado, también es responsabilidad de la gente que programa. Señoras y señores que hacen programación para infancias, sin agregar a menores de edad a su consejo de selección. Recuerdo que la crítica teatral Zavel Castro me hablaba de una reflexión que se dio en uno de sus talleres de crítica en donde se problematizaba sobre el adultocentrismo y la falta de consideración de las infancias en muchas cuestiones relacionadas con el teatro, una de ellas, la programación. Reflexión detonada, según me dijo, por una crítica escrita por Luis Santiago.

Pero no solo eso, quizá es demasiado utópico, aunque me encantan las utopías, agregar niñas y niños al consejo de programación[1], pero la programación indiscriminada de espectáculos, a veces para un público y luego, ¡las mismas obras!, para otro, es algo que me parece irresponsable. He visto obras programadas en el circuito de funciones familiares, después en otro circuito. En este sentido las personas de programación no son rigurosas, y por su parte, las compañías que hacen esto considero que son antiéticas pues lo que buscan es estar en donde sea, sin importar la pertinencia de su trabajo en los diferentes contextos. Recuerdo haber visto una obra con un interés revolucionario, sumamente discursiva, en donde al final explicaban algo de la macropolítica de manera compleja y confusa, al medio día en un encuentro de teatro para niñas y niños.

Hay una responsabilidad enorme relacionada con la formación de públicos al programar espacios o festivales. Usando una imagen muy propia de nuestros tiempos, algunas compañías de teatro y responsables de programación están vacunando a las infancias para que dejen de querer asistir al teatro. Inyecciones que borran sonrisas y apagan miradas.

 

 

[1] Zavel Castro me compartió que esto no es tan utópico, hay presencia de niñas y niños dentro del  Consejo de Programación de Espectáculos Infantiles del Consejo de las Artes de Irlanda

Reflexiones

El teatro de la vida

por Ricardo Ruiz Lezama 14 abril, 2022

Ilustración por Mar Aroko

I

A veces me pasa que voy al teatro esperando encontrarme con aquella experiencia viva que lo caracteriza y que, a quienes disfrutamos de este arte, nos hace volver una y otra vez, convencidos, no solo de que tiene una razón de existir, sino que además es fundamental (aunque sea complicado poder argumentarlo -pues muchas de las experiencias más trascendentes de lo humano son inverbalizables y obedecen a lógicas incuantificables-), pero  en algunas lamentables ocasiones lo único que hallo, en lugar de esa fascinante magia del (re)encuentro de los cuerpos que remite a una experiencia originaria, es desilusión. No me malentiendas, no es que vaya con la intención de pasarla mal, no soy un implacable juez que asiste al teatro a poner a prueba a las y los artistas (mucho menos espero perfecciones -tonto sería al pedirle a un arte tan humano carecer de titubeos y tropiezos, creo fervientemente en la vida que subyace al accidente), al contrario, siempre voy con la mejor actitud, dispuesto a pasar un buen momento, incluso a pesar de la puesta en escena. Es ahí cuando me he descubierto actuando de espectador y todo se vuelve una decepcionante mascarada, donde todos fingimos que el teatro está sucediendo, pero sabemos que no.

Y es que el teatro es un acontecimiento excepcional, lo tengo claro. ¿Cuántas obras tenemos palpitando en la memoria? Que vimos solo una vez y se volvieron parte nuestra o que presenciamos tantas veces que sentimos que nos volvimos parte suya. Pocas, muy pocas. Y los recuerdos no bastan, por eso buscamos volver, a otros teatros, a otras funciones, para intentar reencontrarnos con aquella experiencia inefable y única… aunque no suceda, aunque acabe la función y nos vayamos decepcionados sabiendo que el teatro una vez más no aconteció.

¿Qué hacer cuando el teatro no ocurre? Intentarlo, regresar una y otra vez, las veces que sean necesarias, a otras funciones en otros espacios. Porque el mundo está lleno de artistas incansables que no han dejado de buscar al teatro. Lo cierto es que es arduo, en muchas ocasiones cuesta trabajo continuar, hay un misterioso peso en el teatro cuando no acontece; nunca he sabido la razón del desgaste que produce animicamente un suceso escénico cuando el fenómeno no se produce, cuando hay actores y actrices y audiencia, pero algo falta, lo más fundamental. A veces pienso que una función donde el teatro no se manifiesta es sumamente insufrible porque el escenario, al amplificar todo, hace del vacío algo colosal e insoportable, como la nada de La historia interminable que consume a Fantasía. Hay gente que ya no lo vuelve intentar y no regresa al teatro. Me ha pasado. Pero solo un tiempo, porque bien lo dice aquella canción: “uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida”.

¿Pero mientras? En lo que vuelvo al teatro, ¿qué hacer? Cuando en el recinto teatral no hay teatro, me queda consolarme con el teatro de la vida.

II

¿Dónde está el arte? Si solo estuviera en los museos o los teatros, hace tiempo que hubiera muerto. En su libro ¿Qué es el arte?, Tolstoi expone que hay arte cuando una persona transmite a otra una experiencia de la vida, ya sea real o imaginaria. Y da un ejemplo. Nos cuenta que si un niño nos platica que se encontró con un lobo y nos hace sentir su miedo, aunque la historia sea falsa, eso es arte. Esta explicación me entusiasma porque expande las posibilidades de lo artístico. Una comida puede ser arte, una larga plática, un dibujo que un niño da a sus padres… las posibilidades son infinitas. Incluso me gusta imaginar que un atardecer inolvidable puede ser arte, porque es la forma en que la naturaleza nos expresa algo.

Por eso cuando en el recinto teatral no hay teatro, me consuelo con el teatro de la vida. Miro el mundo como un escenario y me dejo llevar: me maravillo con los juegos de luces que la naturaleza manifiesta, y espero ansioso la llegada de la hora mágica; me divierto con las actuaciones de quienes en la calle buscan algo de mí, contemplo con curiosidad aquellos personajes que construyen para abordarme y tratar de venderme algo; capturo uno que otro diálogo que alguna persona desconocida lanza al viento, algunos crudos, otros repletos de  particular poesía; tengo pláticas donde pongo toda mi atención a lo que me cuentan y lleno mi mente de imágenes y de algún modo vivo aquello que me comparten… cuando en el recinto teatral no hay teatro, la vida me regala las mejores funciones.

Así paso los días, hasta que la necesidad y la curiosidad me conducen nuevamente a otra sala o espacio alternativo donde suceda alguna función teatral, porque quizá el teatro no es indispensable, pero para quienes insistimos en volver, sin teatro la vida no es la misma.

 

 

 

 

Ilustración Said Galván
Reflexiones

La humanidad: una especie dramaturga

por Ricardo Ruiz Lezama 4 febrero, 2022

Ilustración: Said Galván

“Todo ser humano es un artista”.

 Joseph Beuys

I

El dramaturgo David Mamet dice que todas las personas hacemos dramaturgia cuando organizamos la vida en un sistema de causa-consecuencia para darle sentido, esto me quedó muy claro en una ocasión en que fui a un restaurante. Hablaba de trivialidades con el encargado, cuando de pronto -de las manos- se le cayó un plato al piso haciéndose pedazos, entonces me dijo: “Este era el último plato de la vajilla con la que iniciamos este lugar hace veinte años. Justo estaba pensando en eso antes de que se me cayera. A lo mejor algo me quiere decir el destino… que esos tiempos ya pasaron”.

Ese afán de intentar encontrarle sentido a algo que quizá no lo tiene se convierte en un proceso dramatúrgico: buscar presagios, señales, hilar sentidos secretos sobre lo inasible de la vida… Reparemos en la urgencia de este hombre por encontrarle sentido a este suceso, de ahí surge uno de los más fuertes impulsos dramáticos: la necesidad de entender. Bajo esta lógica, todas las personas hacemos dramaturgia; cada quien, desde nuestros referentes, buscamos darle sentido a lo que nos ocurre. Las posibilidades son infinitas, desde los horóscopos hasta el psicoanálisis; todas las personas, a nuestro modo, hacemos dramaturgia con lo que vivimos. Intentamos encontrar palabras para expresar la inefable experiencia que es la vida. Comparto otro ejemplo para seguir con la idea.

En alguna ocasión, dos personas que eran pareja, a las cuales conocí brevemente y con las que mantuve pocas pláticas en algún momento de mi vida, compartieron esta anécdota. Ella era mayor que él por algunos años y tenía un empleo mientras que él todavía estudiaba la universidad y se dedicaba por tiempo completo a esta; un día él necesitaba dinero para ir a la escuela, así que ella le iba a dejar dinero en la mesa de la sala, pero cuando volvió de trabajar, encontró el billete en el piso y al hombre tumbado en el sillón reclamando que no había ido a la escuela porque no iba a aceptar esa clase de humillación. Ella no entendía de qué hablaba, hasta que él le dijo que ella había dejado el billete en el piso para hacerlo sentir menos. Después de discutir un momento se dieron cuenta que fue una confusión, ella había dejado el billete en la mesa, pero lo había tirado el viento que entraba por la ventana de la sala. Todo el conflicto había surgido de la dramaturgia que ese hombre había creado en su cabeza.

 

II

Recuerdo que cuando estudié la carrera en actuación, en alguna clase nos pusieron un video sobre el nacimiento de la tragedia. Nunca lo olvidé, quizá porque estaba hecho con caricaturas. Ese video decía que la tragedia surgió cuando Tespis, el primer actor, se separó del coro -un grupo de gente que celebraban ritos hacia el dios Dioniso-; cuando Tespis se halló distanciado del coro, empezó a preguntarles a los dioses las razones de las adversidades que vivían.

Independientemente de lo acertada o fallida de esta hipótesis (que podría ser mentira, pero merecería ser cierta), se puede pensar que, cuando las personas le cuestionamos al universo las razones de lo que nos acontece, no solo estamos haciendo dramaturgia, sino incluso, en algunas ocasiones, tragedia.

Un plato se rompe, un billete es arrastrado por el viento, alguien se muere… Estar frente a la catástrofe nos genera incertidumbre y la necesidad de hallar respuestas. Al final, en ese proceso dramatúrgico subyace una pulsión de vida, pues como dice el dramaturgo Roland Schimmelpfennig, la cuestión fundamental del teatro es la celebración de la vida. Por esta razón todas las personas somos dramaturgas, por esa necesidad de hallar un poco de luz en el intrincado y oscuro universo, el cual, pese a los siglos de ciencia y religiones, sigue siendo el mayor misterio… aquí haré una aclaración, cuando hablo del universo no solo hablo de las galaxias, la naturaleza o los animales, sino también, y sobre todo, de la humanidad: una especie dramaturga.

Entrevistas

La enamorada. Julieta Venegas dirigida por Guillermo Cacace

por Ricardo Ruiz Lezama 8 febrero, 2020

Desde hace años el director teatral Guillermo Cacace se ha consolidado como uno de los creadores más representativos de su país, Argentina. Cuestión de peso pues se trata de una de las capitales de teatro a nivel mundial. Sobresalir en una tierra amante del teatro y con una basta cartelera de calidad, es un logro notorio. Además, su trabajo lleva tiempo impactando también en las carteleras de múltiples circuitos internacionales. Por ello, me parecía extraño que el trabajo de un creador como Cacace no hubiera sido traído a México, donde la curiosidad por las cuestiones teatrales de todo el mundo es enorme. Con alegría comparto que esta situación al fin será enmendada pues en abril de este año se estrenará en la Ciudad de México una puesta en escena dirigida por él: La enamorada, escrita por el reconocido dramaturgo argentino Santiago Loza e interpretada por la cantautora mexicana Julieta Venegas.

Cacace también tiene una faceta como pedagogo teatral, por la cual ya había sido invitado a impartir un taller de actuación en la UNAM además de haber dado una clase magistral en La Cátedra Bergman. Guillermo también impartirá un taller intensivo de actuación en abril, esto significa que su visita a nuestro país se trata de su regreso como docente y su presentación como director ante el público mexicano.

En esta entrevista, Guillermo Cacace nos cuenta sobre La enamorada y sobre su próximo taller.

Ricardo: ¿Qué se siente estar de vuelta en México para presentar una puesta en escena?

Guillermo Cacace: Conocí México de grande, ni como turista había tenido oportunidad de venir. Esas cosas de la vida. La ciudad me enamoró al instante. Mis primeros viajes fueron en carácter de maestro de actuación y siempre añoré venir con una obra. Finalmente esta será la primera oportunidad. Claro que vengo un poco trasvestido (risas) porque haré un espectáculo musical precioso pero que es mi primera obra “musical” y donde vuelvo a armar un lenguaje teatral arquetípico. Digo en chiste que vengo travestido porque mientras mis últimas búsquedas fueron más deconstructivas de lo teatral canónico, aquí me interesó mucho hacer una suerte de homenaje al “crear ilusión teatral” con los viejos recursos de este arte.  Le armé a Julieta una cajita de música donde ella dice los bellísimos de texto de Loza y canta las canciones que compusieron con nuestro autor para esta obra con el encanto abrumador que ella tiene. A mí también me enamora su acento, tan distinto del porteño. Eso aquí, donde todos tiene su acento no creo que sea un plus pero en Argentina me ocupé especialmente de que a pesar de una literatura porteña ella no modificara la musicalidad de su decir.

Ricardo: ¿Cómo surgió La enamorada, cuál ha sido su repercusión en Argentina, la respuesta del público y qué expectativas tienen al presentarla en México?

La enamorada fue y es un recreo, un paréntesis en nuestras vidas. Es algo distinto para Julieta y sus modos más conocidos de “estar en escena”, es una experiencia distinta para mí –como ya les contaba- y supongo que para todo el equipo. En Argentina funcionó muy bien en todas las dimensiones de repercusión esperables para una obra y México es por ahora un interrogante que nos genera muchísimo entusiasmo. ¿Qué pasará con una obra donde lo musical es central, sí, pero que lo es en el marco de un dispositivo escénico interdisciplinario?

Ricardo: Se sabe que Julieta Venegas compuso la música y las canciones de La enamorada, ¿se trata de una obra musical? ¿Qué tipo de experiencia es?

Guillermo Cacace: La experiencia es puro ensamble… Es una obra donde hay un exquisito -al tiempo que artesanal- diseño de imágenes (son retroproyecciones hechas en vivo). Una obra donde todo se articula en un montaje que propone una integración de lenguajes: la literatura de Loza, una inquietante actuación unipersonal, la sabida calidad musical de Julieta, un iluminador de los más creativos de Buenos Aires y el talento de Johanna que es nuestra artista plástica invitada. Cada pieza de la enamorada es ensamble, incluso nuestro maravilloso equipo de producción de dos Rominas y un Gabo, el asistente.

Ricardo: Me parece que es la primera experiencia de Julieta como actriz ¿Cómo fue tu proceso al dirigirla?

Guillermo Cacace: Es sabido que a quienes actúan muchas veces en el proceso de dirigirlos hay que pedirles “que no lo hagan”, que no recurran a sus zonas de confort, de oficio, o a sus estereotipos. La gran satisfacción de dirigir a Julieta es que no existían casi ninguna de esas zonas resultadistas. Venía de dirigir un Chéjov y luego una obra croata contemporánea (Sobre Mirjana y los que la rodean de Ivor Martinic) con muchísimos actores en escena –si bien adoro a los actores- y trabajar casi en soledad con Julieta que no es actriz, era un descanso sin dejar la actividad. Los ensayos se convirtieron en una suerte de gran laboratorio donde empezamos desde situaciones meramente físicas, casi danzadas, hasta ir dando paso a la palabra en varias etapas. Ensayos tamizados con charlas que extrañamos. Pequeñas tertulias donde conversamos de los temas más diversos. No faltó la literatura, el cine, la filosofía, los hijos, es decir, charlas de nuestras vidas disparadas por el material. En lo estrictamente actoral me convocó la necesidad de no apelar a ningún lugar común que imponerle a un cuerpo para que actúe, explotar su singularidad en escena sólo que modulando en la subjetividad extrañada que siempre es un personaje. Al inicio de los ensayos fui a ver un show de Julieta donde ella hablaba para presentar sus canciones y me dije es eso lo que tiene que hacer, es simplemente eso pero situado en nuestro marco ficcional… Una vez más lograr un poder “estar allí”.

Ricardo: Es la segunda vez trabajas con un texto de Santiago Loza. ¿Qué es aquello que te conmueve de sus dramaturgias, y de esta en específico, para que hayas decido trabajar otra obra de él?

Guillermo Cacace: Observo que una gran parte de las dramaturgias contemporáneas se esfuerzan en mostrarse inteligentes, en exhibir casi pornográficamente y programáticamente sus bibliotecas. Dramaturgias que no me atraen por cierto virtuosismo logocéntrico que se entusiasma con fascinar intelectualmente al público con recursos que buscan la innovación y/o por tramas de gran ingenio. Ocurrentes ingenierías. También está el sector de las dramaturgias irónicas donde la parodia evade cualquier espesura acontecial. Loza, percibo, es todo lo contrario. Sin ausencia de inteligencia, el motor es sensible. Logra dar voz a cuerpos que parecen que en su cotidiano callan y que –como él dice- no sabemos si volverán hablar. Pura inmanencia sin solemnes aires transcendentales. Pareciera que sus obras se deslizan hacia la escritura sin ánimo de inscripción en las páginas de oro de la literatura dramática y ese gesto me conmueve. Encuentro placer en los gestos políticos implícitos y no en los gestos que usan la escena como púlpito desde donde nos dicen qué han entendido algunos autores –y por qué no algunos directores- sobre cómo se debe vivir o sobre la consagrada verdad política de nuestros días. Esto excediendo cualquier progresismo, ya que el progresismo discursivo termina siendo contradicho por su operación final. Operación muchas veces reforzada por las puestas. No me interesan las dramaturgias didácticas excepto en contextos hiperespecíficos.  Loza arma un acontecimiento vulnerable que pide cuerpo, que no se sabe autosuficiente en un documento de word. Que no podría ser ese documento más una ilustración del mismo. Necesita un cuerpo actoral para que haga sentido y necesita no someterlo a la cegadora luz de las ideas. Aparece una voz que balbucea y es el balbuceo mismo lo que ocurre más allá del contenido inteligible de esas palabras. La palabra no mata la voz. Desde estas consideraciones hacia su escritura por lo que tiene y por lo que aprecio que no tiene nos fuimos encontrando. También sé que no es el único que se habilita esta fragilidad, pero hoy me estás preguntado por él (risas).

Ricardo: ¿Qué significa La enamorada en tu camino como director?

Guillermo Cacace: Comentaba un poco en tus primeras preguntas que es una suerte de divertimento que llegó en el momento y lugar exactos dentro de mi labor. Para mí, que sea un divertimento, no le quita profundidad. Me gusta mucho lo que se armó, recoge algo lúdico que en estos días tengo muy a flor a piel por ser padre de una pequeña de tres años. Por eso, esa suerte de caja de música con imágenes que parecen sacadas de un libro de cuentos. La enamorada sería el personaje que de grande elegiría para que me venga a contar una historia sobre la vida y sobre la muerte en tiempos tan sórdidos. La enamorada es un gesto de ternura, que por su misma ternura en días tan violentos podría dejarte fuera. Pero creo que para quien se anime, La enamorada acaricia, canta y se va sin grandes estridencias, es amable. No se parece a otras cosas mías en su factura formal, aunque sí en ciertas búsquedas de siempre y ese permiso a lo que se diversifica es un aprendizaje por el que estoy sumamente agradecido a Romina Chepe (productora) y a Santiago Loza que son quienes me convidaron a trabajar con Juli. Juli a quien siempre confieso haber escuchado en todos lados, pero no tenerla asociada a su nombre y apellido y menos a su cara. Así que en la primera entrevista me dije que encantadora esta cantante mexicana, quién será. No tardé mucho en enterarme (risas). Soy muy ignorante de muchísimas cosas, pero ni la vida te alcanza para estar al tanto de tanto…

Ricardo: ¿Qué se siente volver a impartir un taller en México? ¿Cómo fue tu experiencia la primera vez?

Guillermo Cacace: Mis dos primeras experiencias en México fueron muy distintas. La primera fue más reflexiva porque vine a dar una charla en el DramaFest y me quedé sumamente insatisfecho, sentía que faltaba la pata práctica. Pero acepté las reglas del juego, tuvimos una discusión por momentos apasionada enfrentando puntos de vistas diversos acerca de la actividad y me la pasé extraordinariamente bien en esa charla. Además, estaba conociendo esta impactante y deliciosa ciudad, su gente, sus sabores. Conociendo al menos una partecita. La segunda vez -que extrañamente fue muy cerca de la primera cuando antes nunca había estado en México- se trató de la clase magistral en la Cátedra Bergman y un taller en el MUAC de la UNAM. Esa segunda vez sí fue puro regocijo. Tal que con algunos estudiantes de ese taller me seguí encontrando en Buenos Aires en experiencias de entrenamiento. Encontré una disponibilidad hacia el trabajo que me conmovió mucho. Fue un encuentro de enorme intensidad, al menos así lo recuerdo.

Ricardo: Llevas casi 20 años siendo docente, ¿cuál es tu visión de la pedagogía actoral y de la actuación?

Guillermo Cacace: Entiendo que la pedagogía actoral estuvo mucho tiempo ligada a la pedagogía teatral y que hoy debe asumir que quien actúa en el siglo XXI tiene demandas de lo performático en muy diferentes soportes. Esto implica una gran responsabilidad para quienes entrenamos cuerpos que actúan. Se me hace imprescindible pensar la formación actoral en el tríptico que vincula lo ético, con lo político y lo estético por sobre cualquier dogma metodológico.

La actuación es cada vez más, en mi visión, un arte que traman los cuerpos en puro presente. Es radicalmente algo que pasa entre, dejándose afectar por otredades múltiples. No desaparece la idea de representación pero tampoco se reposa sobre ella. Se actúa en tensión entre presencia y representación. La actuación es un resto que escapa a la captura en la ilustración y cuando se emancipa se convierte en plus que es obra sin estar al servicio de la puesta o la literatura. La actuación forma parte de ensamblajes aconteciales para los que también necesita que el yo del actor se diluya en cierto ánimo exhibicionista y no obstante logre de esa ausencia la emergencia de lo poético encarnado físicamente. La actuación como poesía encarnada es una búsqueda sin horizontes finitos.

Ricardo: México es un país ciernes en lo que respecta a la pedagogía teatral, desde hace décadas se llevan arrastrando metodologías fundamentadas en la discriminación, la violencia y el miedo. Sé que en tus talleres es todo lo contrario, se trabaja partir de un entorno de confianza y que cualquier persona puede ser parte. Además de esto, ¿Qué te importaría que sepan las personas que están interesadas en tomar tu taller?

Guillermo Cacace: Me importaría que sepan que no traigo ninguna metodología reveladora. Tampoco creo que existan. Que mi deseo es generar las mejores condiciones para que quienes participen y yo podamos asumir saberes que son propios de lo humano. Lo humano actúa y nosotros lo hacemos en el marco de una tarea artística. Claro que esto supone un estado de riesgo, unos desafíos que estudiaremos.

Con cada grupo que me encuentro es interesante comprobar que varía lo que yo sé. No varían algunas consignas, no varían algunos ejes que investigo pero puedo saber más o puedo saber menos según el tipo de encuentro que se genere. Entonces les pido que quienes vengan lo hagan sabiendo de la necesidad de encontrarnos para que esto realmente nos celebre.

 

La enamorada se presentará los días 2, 3, 4 y 5 de abril en el Teatro Silvia Pinal.

El taller de actuación impartido por Guillermo Cacace se dictará los días 2, 3, 4 y 5 de abril. Más información: https://aplaudirdepie.com/el-estar-en-escena/

Reflexiones

Retos y exigencias de la dramaturgia contemporánea

por Ricardo Ruiz Lezama 7 enero, 2020

Desde hace algún tiempo en México he notado para la publicidad de ciertas obras de teatro se enfatiza su tema y la manera de tratarlo. Casos de estos abundan y a cualquiera que se acerque a mirar la cartelera no le faltaran ejemplos. Obras que visibilizan y critican, comprometidas con la realidad social del país, empiezan a predominar ciertos circuitos, dejando entrever que pareciera que el teatro para ser tal debiera cumplir con una función utilitaria.

Una de las problemáticas de lo anterior es que diversas agrupaciones y gente dedicada al teatro buscan amoldarse a los discursos predominantes para poder conseguir recursos estatales. Lo irónico de esto en muchos casos es que podemos encontrarnos, por ejemplo,  con algunas obras feministas dirigidas o escritas por hombres que salieron en el MeToo. Apoyadas por el Estado.

Otro problema que encuentro es que esta responsabilidad que se le ha conferido al teatro desde el Estado ha empezado a permear a la comunidad teatral, construyendo la idea cada vez más popular de que el teatro solo tiene sentido si posee la pretensión de modificar a la sociedad. Cuestión también irónica porque el mismo mundillo del teatro con sus corruptelas y abusos, casualmente casi nunca es criticado desde el teatro mismo. Siempre es más fácil mirar la paja en el ojo ajeno. O más conveniente.

Ante estas y más exigencias que se les hacen a los artistas, deben, quienes se dedican a la escritura teatral, sortear los más diversos requerimientos. En este escrito enumeraré varias de las exigencias a las que considero deben enfrentarse aquellas personas que quieran escribir teatro en México hoy.

Foto: @DaríoCastroPH

Exigencias estatales, ¿Qué le parece relevante al Estado hoy?

Esto fundamentalmente se refiere a la cuestión temática, al público al que va dirigido y al teatro como una herramienta. El Estado tiene un plan nacional en donde mira al teatro desde una perspectiva utilitaria, aquellas propuestas que deseen ser apoyadas por el Estado deben estar en consonancia con su visión.

Aquí es donde muchas personas dedicadas al teatro parece que tienen como principio de vida la siguiente frase icónica de Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros.” Groucho Marx, claro está.

Exigencias gremiales, ¿Qué creen aquellas personas del gremio teatral encargadas de los presupuestos que es relevante hoy?

Hace algunos años hubo una efervescencia en el país por dramaturgias no convencionales, eran las que lideraban los premios en múltiples concursos de dramaturgia. Se dice que cierta dramaturga llegó a enunciar alguna vez que cuando era jurado de un certamen si leía que una obra empezaba con la didascalia “interior de un departamento”, inmediatamente dejaba de leer.

Las exigencias del gremio van desde lo estético hasta lo discursivo. Hoy por hoy considero que existe una predominancia temática, aquellas obras que tienen un tema social son más propensas a ganar un premio. El año pasado dos premios importantes fueron ganados por una obra que mostraba la realidad social marginal de un sector determinado, y otra trataba de desaparecidos. Esto también podemos verlo en el apoyo para escritura de obras.

No creo que la gente dedicada a escribir teatro lo haga para ganar premios, como se dijo una vez en una convocatoria de un premio que se declaró desierta por parte del jurado. Al menos no toda la gente. Pero creo que pocas y pocos dramaturgos se molestarían porque se reconozca su trabajo.

Exigencias de los espacios, ¿Qué vamos a programar?

Cada año múltiples espacios generan ciclos sobre cuestiones temáticas de importancia actual. En este caso también lo discursivo tiene una importancia fundamental. Los espacios regidos por el Estado siguen lógicas de acuerdo a su visión. En los espacios independientes hay mucha diversidad, o bueno, así solía ser porque en muchos casos son la plataforma para acceder a los espacios Estatales, donde se supone que pagan mejor. Cuando pagan.

Exigencias de Producción, ¿Qué deja dinero?

Esto depende. Si la producción busca conseguir dinero del Estado, generalmente buscará temas que vayan de acuerdo a su visión. En cuanto a lo comercial, se dice que lo más consumido en México es la comedia.

Otra exigencia relacionada a la producción depende de la capacidad de materializar lo escrito. Recuerdo que el dramaturgo Lautaro Vilo decía que en Argentina había muchas obras de dos personas en una sala porque era para lo que alcanzaba, tanto como en materia de escenografía como en cuestión de coordinar a los equipos creativos.  Quizá pensando en esto podamos encontrar pistas de porqué en México cada vez hay más monólogos.

Exigencias del público, ¿Para qué sirve el drama?

Nadie sabe. Pero Bertolt Brecht, Mauricio Kartun y David Mamet coinciden en que el drama, entre muchas cosas, tiene la función de entretener. Brecht dice que la tarea del teatro consiste en divertir a la gente. Kartun dice que el trabajo del drama es mantener expectante al espectador. Mamet menciona que el espectador va al teatro a que le cuenten una historia que le interese. El espectador entonces va al teatro a que lo cautiven.

¿Cuál es el problema? Entre tantas exigencias, a veces se deja de lado entretener que es una de las más nobles. Entonces pasa que se le engaña al público, diciéndole que va a ver teatro y se le da otra cosa. Cada vez pasa más a menudo como un ejemplo que da David Mamet, en donde habla de cuando las funciones se pervierten. Mamet pregunta: ¿Qué pasaría si alguien va al dentista a que le arreglen una muela y de pronto el dentista, en lugar de hacerlo empieza a hablarle de política?

Se cuenta que cuando Luisa Josefina Hernández vio una puesta de Brecht no sabía si ahí estaba todo eso del extrañamiento y demás cuestiones teóricas y políticas, pero que lo que nunca olvidó es que quedó profundamente conmovida.

Exigencias personales, ¿Qué tipo de obras necesito escribir?

Rainer María Rilke en su libro Cartas a un joven poeta menciona que si no es vital escribir entonces no se es escritor. Pero esto no es precisamente una necesidad romántica, de hecho es una necesidad inquietante en muchos casos. David Mamet da un ejemplo, menciona que los castores necesitan estar mordiendo para no volverse locos, y que lo mismo pasa con las y los artistas: necesitan crear para tranquilizarse.

Me gusta pensar que a final de cuentas un escritor y escritora son tales porque les gusta escribir no por terminar obras, como dice Mauricio Kartun, pero es difícil no pensar en todas las exigencias expuestas aquí a la hora de hablar de los procesos creativos. Considero que hoy por hoy escribir una dramaturgia en México dialoga con todas estas exigencias. Lo quiera o no. Me parece laberíntico. ¿Cómo escribir teatro y no perderse en el intento?

 

 

Reseñas

La espera

por Ricardo Ruiz Lezama 25 julio, 2019

Desde hace años, algunos espectadores teatrales tenemos ansia de realidad, de ver en escena historias basadas en hechos reales, de teatro documental, testimonial, vivencial, performático, «teatro de lo real», como lo llama la investigadora y docente norteamericana Carol Martin. ¿A qué se debe esto? ¿A qué se debe esta búsqueda de aquello contrario a la ficción, que acaso concebimos como  lo verdadero?

En algún lugar leí  que todos mienten,  pero que no importa porque nadie escucha. ¿Es acaso que los espectadores hartos de la realidad como constructo y por lo tanto como intención velada, ¿mentira?, anhelamos aunque sea un momento de algo que podamos llamar genuino? ¿Será por eso que el teatro sigue vivo, por esa potencia de encuentro franco con aquello que podemos reconocer y reconocernos (en el mejor y extraordinario de los casos)? Hay una frase que perdí en el mar del internet, que decía más o menos que el teatro seguía siendo vital porque era un espacio en el cual podíamos mirarnos a los ojos honestamente, convivir en paz,  sentir que la realidad puede ser de otro modo.

Foto @DarioCastroPH

La investigadora Miroslava Salcido,  decía en una sesión de los encuentros plásticos teatrales organizados por Ladrón Galería, que la performatividad es como un cuchillo que corta la realidad, es decir que su lugar de transformación es el mundo cotidiano, no el mundo de la ficción. Un teatro que trabaja con la realidad, performativo, tiene la capacidad de poner en crisis la construcción de lo real y con ello mostrarnos otras posibilidades de habitar el mundo.

Una de las obras más entrañables de Conchi León (es difícil decir esto de una creadora que ha conseguido que la emotividad sea su sello característico) reelabora la percepción de los espectadores hacia uno de los grupos más estigmatizados:las personas en situación de reclusión. La espera es una obra documental que León escribió y dirigió con la compañía de teatro penitenciario cuando los integrantes aún  estaban en reclusión, a partir de sus testimonios. Ahora que los miembros de la compañía han salido siguen dando funciones constantemente compartiendo las historias de su vidas. 

Foto: @DarioCastroPH

Precisamente, una de las funciones del teatro documental,  según dice Carol Martin, es entremezclar la vida personal con el contexto histórico. En el caso de La espera cada uno de los performers comparte su vida vinculada a su contexto, permitiéndonos ver más allá del estigma del monstruo, del pecador, del delincuente.  Aquí la potencia del teatro nos permite mirar a este grupo de humanos que hicieron algo que nosotros mismos podríamos haber hecho en circunstancias similares. ¿Acaso no es esa una de las funciones del teatro, mostrarnos que los actos de los seres humanos están condicionados por su historia de vida y sus circunstancias? Al menos Aristóteles plantea en su poética que la universalidad de los caracteres radica en señalar que cualquiera  haría ciertas cosas en ciertas situaciones.  La demostración de la influencia del contexto en las decisiones y errores que podemos cometer como seres humanos y la capacidad que se tiene de superarlas  para ser cada día mejores  es una de las grandes virtudes de esta obra que no justifica los crímenes cometidos, pero dinamita las falsas certezas y lugares comunes sobre las personas en reclusión.  Exponiendo la complejidad de la  vida y del ser. Nos equivocamos y podemos transformarnos. Merecemos siempre otra oportunidad.

Foto: @DarioCastroPH

En La espera cada uno de los integrantes comparten el antes, durante y después de la cárcel. Todas las historias están atravesadas por el significado que cada uno le dio a la palabra «espera» a partir de reflexionar sobre lo vivido. Pero no sólo es una plática, es teatro como elaboración estética, con momentos teatralizados tan honestos que nos impiden perder la sensación de intimidad de una confesión cuya profundidad se acompaña  de un resabio lúdico -como cuando conversamos con viejos amigos con los que nos reencontramos después de algunos años-, es teatro como convivio, como verdad y como acontecimiento, esto último en su acepción de suceso especialmente importante. Así pasa cuando estamos frente a una puesta en escena donde el teatro se manifiesta, sabemos que estamos ante algo único e irrepetible.

Pocas veces se tiene la oportunidad de vivir el teatro como un ritual, en el sentido que menciona Peter Brook sobre los actores ofrendando sus sufrimientos al espectador. ¡Pero también es juego! Paradojas exquisitas del fenómeno escénico.

He tenido la oportunidad de ver La espera en varias ocasiones y siempre se genera una atmósfera excepcional, la verdad como herramienta artística posee una fuerza sobrecogedora que descoloca a los espectadores conmoviéndonos de múltiples formas y haciéndonos mirar la realidad desde otra perspectiva al terminar la función; hasta la fecha la obra sigue igual de viva que como la primera vez que la vi. Y no me parece casual en un grupo de hombres que en varias ocasiones han compartido que el teatro les salvó la vida. Ver a estos hombres dándolo todo cada función es inefable. 

 

 

 

Críticas

The Shakespearean Tour

por Ricardo Ruiz Lezama 17 enero, 2019

Una reescritura del imaginario femenino de Shakespeare desde el cabaret mexicano

 

 

Los autores clásicos de literatura dramática siempre han significado un gran reto para ser llevados a escena en cada nuevo presente. Las razones son muchas como la idealización que se hace sobre su figura, deificándolos y haciendo sus palabras intocables como si su escritura se tratara de textos sagrados. En muchos casos esta relación con los autores clásicos da como resultado escenificaciones antropológicas en donde podemos apreciar una especie de puestas en escena fidedignamente históricas pero que no generan interés en el presente, ni vínculo con los espectadores. Directores que toman este tipo de decisiones apelan a la universalidad del Hombre. Como si eso existiera y como si el Hombre no hubiera ido cambiando a lo largo del tiempo como afirmó Erwin Piscator. Decir que la humanidad es la misma es omitir la historia mundial que sigue avanzando y transformando cada vez el concepto de lo que ser humano significa. (Piscator, 1976). Un ejemplo basta para cuestionar la supuesta universalidad del Hombre, en principio ¿a qué hombre se refieren? porque los afrodescendientes son considerados humanos, personas con todos los derechos ciudadanos desde hace ni si quiera más de cien años. Incluso cuando se habla de la universalidad del Hombre podría hacerse un cuestionamiento sobre si en ese concepto están incluidas las mujeres, pues hasta hoy se debate si realmente puede esta palabra seguir englobando a todas las personas del mundo. Creo que esta discusión es política y no lingüística, pero ese no es el punto de este escrito.

La idea de lo que es ser humano cambia constantemente pero aún hay quienes idealizan los textos clásicos argumentando que tal como fueron escritos pueden hablar de la condición humana hoy, que poseen alcances eternos, pero lo pongo en duda, considero que hay que reestructurarlos y discutirlos, de lo contrario podrán ser historias interesantes pero jamás serán teatro, entendiendo este último como un acontecimiento en tiempo presente que nos hace repensar nuestro tiempo y no como meramente la representación de otro tiempo ajeno, lo cual se acercaría más a la experiencia de un museo tradicional.

Por ese motivo mi entusiasmo es mayúsculo cuando los artistas toman a los autores clásicos y construyen discursos propios. Los puristas dirán “¡Eso no es Shakespeare!” Pero ¿qué valor tiene para el teatro hacer las obras una y otra vez de la misma forma que ya fueron hechas tantas veces? Cambiando en muchos casos solamente los vestuarios y las propuestas de escenificación. Eso no es actualizar los clásicos. Y ya tampoco es Shakespeare, porque este autor como teatro ya murió, sus dramaturgias son potencialmente teatro, pero no son teatro. Ni si quiera a Peter Brook se le perdonó cambiar el final de La tempestad, llamándola, Harold Bloom, “atroz versión” en su análisis donde explica que La tempestad  es una de las obras peor interpretadas. (Bloom, 2008). Como si sólo existiera un criterio de interpretación. Habría que recordar que reescribir los mitos es una de las formas de trabajar en el teatro desde tiempos de los griegos y hoy podríamos atrevernos a decir que los textos clásicos, como los de Shakespeare han devenido en mito con el paso de los siglos.

En la Ciudad de México hay una obra que se caracteriza por reconfigurar piezas icónicas de Shakespeare, mediante la reescritura de los personajes femeninos para repensar el concepto de ser hombre y ser mujer en la actualidad atravesándolo con una mirada queer y feminista, a partir de las vivencias personales de su creador y protagonista: The Shakespearean Tour de Mariano Ruiz.

Tomo la visión del concepto queer de David Córdoba García: “Queer es una palabra que en el uso de la lengua inglesa puede referirse tanto a sujetos masculinos como femeninos […] pretende hacer referencia a todo aquello que se aparta de la norma sexual” (Córdoba García, 2005).  La norma sexual es la heteronorma, la dicotomía de género, en cambio lo queer es la disidencia sexual, la multiplicidad de géneros, lo LGBTTTQIA, pero también lo inclasificable.

Mariano Ruiz se identifica como genderless, pero se reconoce como “actora”, en un posicionamiento político sobre la libertad de decidir y un cuestionamiento a la imagen representacional hegemónica del género en el teatro. ¿Para ser actriz tienes que identificarte como mujer, tener aparato reproductor “femenino”? Es fundamental la categoría que crea y utiliza Mariano: actora, no actriz, la cual empieza a emplear cuando reflexiona “sobre no quitar espacios a las actrices” (Mariano Ruiz). Por lo tanto instaura otra posibilidad de representación teatral que sería una persona sin género haciendo papeles considerados femeninos.

Cada quien puede ser lo que quiera ser, esa es la postura de Mariano, pues el género es una construcción social, reflexión comúnmente atribuida a Butler por hablar de la performatividad de género. En The Shakespearean Tour Mariano hace un experimento con un espectador varón  heterosexual, así pide la participación, por lo que deja manifiesto que la representación corresponde a la elección de cada uno, haciendo el acto político y ético de no asumir sino permitir a cada quien definirse, como a su vez Mariano hace en esta puesta en escena. Una vez que se ha propuesto alguien para participar, Mariano le pregunta su porcentaje de heterosexualidad, evidenciando en todo momento la complejidad de las cuestiones de género (Es interesante que en las funciones que vi, ningún hombre dijo 100%, parece que se va popularizando la idea de que la heterosexualidad no es contundente, así como la homosexualidad o asexualidad, se van complejizando y de esta manera se visibilizan más posibilidades de entendernos y relacionarnos).

El experimento consiste en ponerle una prenda de color rosa al espectador para después preguntarle si siente deseos repentinos de maquillarse o si de pronto su atracción hacia los hombres creció. El espectador responde, al menos las funciones que vi, que no y de esta manera lúdica y simple queda expuesta la construcción social del imaginario masculino y femenino. Esta es una de las tesis fundamentales que aborda The Shakespearean Tour, tanto en sus aspectos formales como discursivos.  Mariano, nos comparte en la obra, fue un niño que quería ser actriz y esto le acarreó dificultades al vivir en un mundo en el que lo que no obedece a la norma es, desafortunadamente, objeto de juicio y castigo. Esta puesta en escena es una reivindicación de lo queer, una invitación a relacionarnos con la otredad y aceptarla.

Foto: @DarioCastroPH

Foto: @DarioCastroPH

 

 

The Shakespearean tour también es una obra feminista, entendiendo al feminismo, para fines de este análisis, como una emancipación de la mujer ante las narrativas hegemónicas. Aquí es donde Mariano hace el mayor trabajo de reescritura sobre los textos de Shakespeare que presenta en su unipersonal: Romeo y Julieta, Sueño de una noche de verano, Noche de reyes, A vuestro gusto, Antonio y Cleopatra, y Macbetch. Todas presentadas desde la mirada de los personajes femeninos.

En principio utiliza anacronismos temporales, herramienta fundamental del cabaret mexicano para reflexionar sobre pasado y presente, de tal manera que las versiones que hace de cada obra suceden en un espacio intermedio entre el periodo isabelino y el México actual, siempre conduciendo a una reflexión sobre el presente, haciéndonos recordar que todo lo que estamos mirando nos concierne ahora.

Después, Mariano reestructura los finales de las obras para dejar en evidencia el condicionamiento existente hacia la mujer. En Romeo y Julieta, Julieta decide no matarse por un hombre. Así sucesivamente cada una de las mujeres decide cambiar su historia, reivindicándose como seres capaces de accionar como sea mejor para ellas y no como se supone que tendría que ser, ni si quiera como el bardo quiso. The Shakespearean Tour no es propiamente, o mejor dicho, dogmáticamente, Shakespeare ¡pero qué bueno que no lo es! porque un teatro revolucionario, como lo es el cabaret mexicano y específicamente esta obra que se adscribe a dicho género, no puede seguir alimentando ideas sobre el amor romántico y los estereotipos de género.

Algo destacable en la actuación de Mariano es lo shakespeariano que resulta, en el sentido de ser profano y elevado, de ir de un lugar puramente cómico a hondos momentos de interpretación, lo cual nos conduce poco a poco al final en el que Mariano se muestra ante nosotros vulnerable, despojado de personajes, y su cuerpo conmocionado por el discurso, deviene en cuerpo político, resultando un testimonio vívido y ético de la lucha contra el odio hacia la comunidad LGBTTTQIA.

Pero al final The Shakespearean Tour es mayormente fiesta, con canciones, bailes y luces, por eso Julieta es Ariana Grande, Cleopatra, Britney Spears o Lady Macbeth, Beyoncé, porque Mariano no revictimiza a una comunidad que los medios hegemónicos han querido mostrar como seres que solo existen para sufrir. Queer es más que eso, por eso una parte de quienes manifiestan una sexualidad disidente aman los colores y las lentejuelas, porque, al igual que esta puesta en escena, queer es, pese al mundo que aún tiene mucho que modificarse pues sigue habiendo muchos crímenes de odio -como Mariano nos recuerda durante la función-, queer es una celebración a la diferencia y a la vida.

 

 

Foto: @DaríoCastroPH

BIBLIOGRAFÍA

Bloom, Harold. (2008). Shakespeare: La invención de lo Humano. Colombia: Grupo Editorial Norma, S.A.

Córdoba García, David. (2005). Teoría queer: Reflexiones sobre sexo, sexualidad e identidad. Hacia una politización de la sexualidad. Madrid: Editorial EGALES.

Piscator, Erwin. (1976). Erwin Piscator: Teatro político. España: Editorial Ayuso.

Reseñas

Gael Policano Rossi. Debajo de la máscara de lo pulido

por Ricardo Ruiz Lezama 22 octubre, 2018

En su libro La salvación de lo bello, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han nos habla sobre “lo pulido” como “seña de identidad de la época actual”. Lo pulido “más allá de su efecto estético, refleja un imperativo social general: encarna la actual sociedad positiva. Lo pulido e impecable no daña. Tampoco ofrece ninguna resistencia. Sonsaca los ‘me gusta’… toda negatividad resulta eliminada”. Estamos en una era en donde todo quiere mostrarse impoluto, donde quiere eliminarse cualquier rasgo que pueda dar una imagen conflictiva, principalmente sobre el protagonista de esta era: yo, claramente no el autor de este escrito sino el individuo como figura aspiracional –¿de qué? de un yo mejor que yo mismo-, culto a la persona, ya no a las celebridades como otrora sino a cualquiera, fundamentalmente a uno mismo, era de la selfie y la sonrisa eterna sin importar las circunstancias, sin importar incluso si se está en el memorial del Holocausto.

Pero solo lo positivo es digno de mostrarse en tiempos de lo pulido. Todo lo que tiene que ver con el individuo se maquilla. Para eso no solo tenemos las viejas y confiables operaciones estéticas sino los novedosos filtros de las distintas aplicaciones, belleza instantánea para la foto, sin bisturí y al alcance de un dedazo. Tiempo de mascaradas donde la apariencia es más importante que la verdad. Pero para todo esto ¿qué es la verdad? Lo mismo que preguntó un trabajador de Facebook hace varios meses a unos reporteros. Realidad aparente, mayoritariamente virtual sobre la otra realidad, ¿cuál? ¿la auténtica? ¿Quién es realmente uno, quiénes son los otros? Crisis de representación. Y es en medio de estas preguntas y esta crisis que una forma va ganando espacio en el teatro, el arte de la representación por excelencia: el testimonial autorreferencial.

Es notoria la proliferación de espectáculos autorreferenciales que se están creando en todos los países. El problema de muchos de estos espectáculos es que trasladan todas las dinámicas que nos exige este mundo al escenario. Abundan obras de intérpretes a los que no les pasa nada y que actúan con gestos rígidos y vacuos, puestas en escena donde los autores e intérpretes solo nos muestran lo que quieren que veamos de ellos, escenario como Instagram, piezas que son sucesión de imágenes construidas solo para agradar, para sonsacar un me gusta -corazoncito para ser más preciso con la analogía-, onanismo vendido como arte. ¿Cómo reconocemos estas obras? Con una simple pregunta: ¿a mí que me importa la vida de esos individuos? Este tipo de espectáculos han destruido una de las experiencias fundamentales del teatro: la reivindicación de la alteridad. El teatro nos recuerda que existen otros y que esos otros importan. Bueno, no este tipo de experiencias de las que hablo.

Y lo peor es que muchos “creadores” de este tipo han intentado justificar su quehacer mediante el abordaje de temas “comprometidos”, tanto de actualidad como históricos, tomándolos como simple forma para aparentar que sus “creaciones” tienen algo más que vacío, incluso como conocedores de su oficio han logrado agregar más máscaras a la de la sonrisa eterna de la selfie, han agregado gestos e inflexiones de dolor, indignación y rabia, pero ni aun así logran ocultar la banalidad que los constituye. Ante esto los espectadores siguen preguntándose ¿a mí que me importa la vida de esos individuos?

Por todo esto, que existan creadores que propongan otras maneras de narrar el yo para desestructurar los relatos hegemónicos son fundamentales. Es necesario que se muestre que no todo es perfecto, que no siempre podemos sonreír, que no siempre nos esperan finales felices y que no somos sino simplemente esto que somos, ni más ni menos, una mezcla de miedos, fragilidad y anhelos. Acá es donde presento a un joven creador argentino que ha hecho de su vida y su dolor una obra de arte: Gael Policano Rossi ¿Arte en qué sentido? Fundamentalmente en el sentido que Tolstoi mencionaba en sus reflexiones sobre arte, como una manera con la cual el artista logra emocionarnos mediante el hecho de compartirnos su universo íntimo. Algo aparentemente muy sencillo, pero altamente complejo en un tiempo en que los otros parece que importan cada vez menos, en un tiempo de egoísmo, del yo sobre todas las cosas. Emocionarse por lo que le pasa al otro no es menor en este mundo en el que hemos empezado a normalizar los actos más atroces en contra de nuestros semejantes, en el que la vida, y las manifestaciones artísticas han comenzado a dejarnos impertérritos.

Gael es dramaturgo, novelista, poeta y actor, y como artista ha enfocado gran parte de su labor a la creación y presentación de conferencias performáticas donde él es el protagonista. Pero ha logrado transcender el yo individual para alcanzar un yo político, lo privado como social. De este modo no solamente da cuenta de sí mismo sino de la era en la que le tocó vivir, era de la virtualidad y la apariencia, del cibermundo, ciberamor, y cibersexo y otros términos que casi no se enlistan en pos de salvaguardar el mundo de lo pulido: la cibersoledad, el ciberdolor.

Amor brujo

Hace algún tiempo se viralizó una noticia sobre un actor que presentó un monólogo en un teatro sin un solo espectador. Hasta la fecha me pregunto, ¿si nadie lo vio podemos seguir llamándole teatro? No lo sé. Por otro lado, a mí me tocó ver hace años una función donde yo fui el único espectador. No me cabe duda de que eso fue teatro. Ahí conocí el trabajo de Gael. De manera valiente, considerando que la valentía no es  ausencia de miedo ni fragilidad, honesta y contundentemente me compartió su vida, no de forma condescendiente como lo hacen los influencers para mostrarnos que ellos también sufren como cualquier otro simple mortal, tampoco de manera exhibicionista como algunos internautas que muestran sus lágrimas orgullosos de sentir tanto, nada de esto, lo hizo acaso de manera ritual como menciona Peter Brook cuando dice que los artistas ofrendan su sufrimiento a los espectadores.

Pero lo que quizá llamó más mi atención de esa experiencia fue la manera en que se notaba que había una intervención artística sobre su vida. No solo se paraba y contaba anécdotas, sino que había técnica artística aplicada a lo real, de tal manera ese momento no quedó solo como una entrañable plática entre dos desconocidos, sino que se elevó a pieza artística.  Había sorpresa, progresión, digresión, contrastes y tensiones. Todo enunciado en un incisivo verso libre. Sobre todo lo técnico usado de forma virtuosa me sentí tocado, por el lapso de la presentación pude acompañar a Gael en sus desventuras como si de un personaje se tratara, pero no era un personaje, me encontré maravillado ante el descubrimiento de otro ser humano.

El hecho de que Gael traicionara nuestro tiempo y mostrara lo que hay detrás de la máscara de lo pulido, aquello que todos se esfuerzan por enterrar en lo más profundo de sus historias de Facebook, de Instagram o en sus tweets es algo que a pesar de los años no logro olvidar. En un mundo de apariencias la honestidad trasciende el tiempo. Sé que Gael es un creador joven que ya está dando de qué hablar en su país y solo es cuestión de tiempo, estoy seguro, de que empiece a sonar por otras partes.

Al final de la función quedé con el deseo de que muchos más espectadores vivieran lo que yo había vivido, un encuentro íntimo y entrañable, franco y honesto. Espero que ahora que Gael viene a México a presentar sus conferencias performáticas  Amor brujo y Mamadera no sea yo el único espectador esta vez.

Foto: @DaríoCastroPH

Foto: @DaríoCastroPH

 

Newer Posts
Older Posts

TALLERES

  • Taller Virtual de Dramaturgia
  • Taller/montaje internacional de actuación en línea
  • Taller de monólogo teatral
  • Asesoría en dramaturgia
  • Cursos y talleres de dramaturgia
  • Ricardo Ruiz Lezama-Perfil y obras

Síguenos

Twitter Instagram

Entradas recientes

  • Consagrada. El fracaso del éxito.
  • Amanda Labarca. Crítica-crónica* por Maurice Lamm-Häuser
  • 2024
  • A lo largo del perímetro: alternativas para el mejoramiento de las artes escénicas Concurso Nacional para Puesta en Escena
  • La cueva de las orquídeas. Crítica de Said Galván.

Recomendaciones

© APLAUDIR DE PIE 2021 | PATCH NETWORKS