INTRODUCCIÓN
Mucho se ha hablado del carácter post-antropocéntrico de las obras de Manuela Infante y de su constante exploración de un lenguaje dramatúrgico no convencional. Esta suerte de desobediencia al teatro tradicional fue la inspiración para el siguiente texto realizado dentro del taller de crítica teatral de Zavel Castro y Teatralízate.
PRIMAVERA (desobediencia femenina)
ADÁN: … y no lo olvides: tú te llamas Eva. Repítelo: Eva.
EVA: ¿Por qué?
ADÁN (Confundido y, naturalmente, airado.): ¿Cómo que por qué? Esas preguntas no las hace una mujer decente. Obedece y ya.
EVA: No veo la razón
Castellanos, Rosario (1986, p. 75)
El jardín del edén que propone Rosario Castellanos en su obra El eterno femenino tiene a una Eva que se rebela ante la exigencia de Adán por etiquetarla. No solamente desobedece en la misma manera en que lo ha hecho a lo largo de todos los relatos y representaciones bíblicas (comiendo del fruto prohibido), sino que desde sus primeros diálogos, se rehúsa a ser parte de un juego patriarcal que ella puede ver por lo que es: un convenio que a ella la pondrá siempre en una posición de sumisión. Y como si del jardín del edén se tratara, Eva es el nombre de uno de los personajes de ESTADO VEGETAL (dramaturgia de Manuela Infante y Marcela Salinas). Ella es presentada por primera vez en la obra en voz de un personaje masculino:
RAÚL: Participativa la señora, ¡pero pucha que es insistente!
Al igual que la Eva de El eterno femenino, incomoda con sus opiniones, con sus preguntas. No importa si su insistencia para podar un enorme árbol cuenta con argumentos válidos, a ella se le clasifica como la típica espina de un rosal. Lo mismo sucede con el personaje de María Soledad (presentada también por Raúl: …tiene algún tipo de “capacidad diferente” si se quiere decir de un modo más contemporáneo), una mujer con algún tipo de discapacidad intelectual quien, al subirse al árbol y negarse a descender de él, impide que los empleados del municipio lleven a cabo su trabajo. A los ojos de los demás, ambas son pequeñas piedras en los zapatos. Flores que sirven de adorno, cuya presencia es apreciada mientras llenen el ambiente con su aroma, mas nunca con su voz. La desobediencia de ambas mujeres está sembrada en su hablar constante, y en hacerlo a través de su muy particular manera de enunciar cada palabra. La actriz Marcela Salinas crea para cada personaje un tono de voz específico, diferenciado además por modulaciones en velocidad, volumen, acentos, y variaciones en la pronunciación. Pensando en Gilles Deleuze y sus nociones de lenguas mayores y menores[1], podría decirse que estamos ante una insubordinación polifónica que rompe con el discurso teatral tradicional, lo que dota de frescura y ligereza a las escenas iniciales. Dentro de un escenario austero, dominado por tonos neutros, los colores que crea Salinas al hablar se asemejan a las flores de las jacarandas que pintan de vivos violáceos sus ramas antes vacías. Una primavera en todo su esplendor.
VERANO (desobediencia originaria)
El número de indígenas por tribu tiene serias repercusiones para la defensa del territorio y acceso a derechos. En este contexto, puedo comprender que la vida amorosa de una mujer indígena canadiense, algo tan íntimo y personal, esté atravesada por la manera en la que el Estado sanciona lo que es indígena y lo que no lo es. La mujer del blog hablaba del deseo que ella tenía de tener descendencia que fuera reconocida como indígena, 100% indígena, de ser posible, de manera que su comunidad pudiera contar con la población suficiente para acceder a determinados derechos.
Gil, Yásnaya Elena. (2019, p. 33)
La desobediencia en ESTADO VEGETAL no está limitada a las mujeres. En una escena que parecería hecha para evocar la nostalgia de las abuelas cuidando las plantas de sus hogares, la historia comienza a tomar otros matices: seres no humanos que se apoderan de un cuerpo, de un espacio, de un planeta. Una rebelión de quienes estaban ahí antes de que aparecieran los humanos, reclamando lo que les pertenece.
RAÚL: Claro, oiga, el árbol estaba ahí desde antes que se instalara el alumbrado público. Incluso yo me atrevería a decir que todas las personas que estamos viviendo acá en la comunidad vinimos… digamos, después del árbol.
EVA: Y esta casa te juro que te lo doy firmado, era, es que era… era.. ¡una selva! Se la habían comido las plantas. (…) cuando se acabe el ser humano de la faz de la selva, las plantas se van a demorar tres meses en cubrirlo todo. El planeta va a ser como una pura bola verde.
NORA: Pero, ¿por qué tú vas a querer que yo destroce el piso de mi casa?! ¿Cómo que no es mi casa?! ¿Cómo que ustedes estaban aquí antes que yo?!
JOSELINO: Me acuerdo patente que yo pensé que las plantas como que se hubieran rebela’o contra los maceteros. (…) Ese día la iñora me dijo con la voz así como un hilito: “Joselino, dicen que quieren recuperar el territorio”.
La planta “domesticada” dentro de un macetero, queriendo recuperar el territorio no es muy diferente de la mujer indígena canadiense de la que habla A. Gil. La analogía que se plantea es que ambas eran dueñas de una tierra que les fue usurpada por los colonizadores. Oprimidas en su propio hogar, en su lugar de origen, su lugar ancestral. Obligadas a vivir bajo las reglas del invasor: la planta confinada a una maceta, la mujer expuesta a “la vulnerabilidad de responder a los rasgos del Estado que te valida como suficientemente indígena.” (ibid. p. 36) A. Gil hace hincapié en que en México esta validación se da a través de la lengua y no como en Canadá, donde se usan cuotas de sangre. Es curioso que una lengua catalogada como indígena sea la herramienta que el Estado utiliza tanto para discriminar (la educación pública lleva décadas dando más valor a la enseñanza en español y a los recursos didácticos disponibles para profesores que lo hablen) como para definir los apoyos que pueden recibir las comunidades. Las palabras en lenguas originarias como desobediencia ante el autoritarismo colonizador, cubriendo el país cual suave y fértil césped que siempre logra renacer de entre la tierra.
En ESTADO VEGETAL, las palabras inundan el espacio como follaje tupido que cubre las ramas. De los personajes de Don Raúl y Eva florece una verborrea por momentos ininteligible, que los dota de toques humorísticos sin sacrificar el entendimiento de sus discursos. La analogía humano-planta cobra más fuerza, fruto del uso de figuras retóricas dentro de los diálogos de los personajes (“Nunca echó raíces”, “Se va por las ramas”). La misma voz de la actriz es replicada como un espeso bosque gracias al diseño de sonido y a la tecnología de live loops que ella misma graba y echa a andar. Y como las hojas que se reproducen en una misma rama, existen en la obra parlamentos que repiten diferentes personajes en distintos tiempos de la narrativa. Un verano que poco a poco va pintando de verde el escenario a través de la iluminación y de las plantas que van agregándose conforme avanza la obra.
OTOÑO (desobediencia existencial)
Algunos de los nuestros son ahora exactamente como árboles, y se necesita mucho para despertarlos; y hablan sólo en susurros. Pero otros son de miembros flexibles, y muchos pueden hablarme. Fueron los Elfos quienes empezaron, por supuesto, despertando árboles y enseñándoles a hablar y aprendiendo el lenguaje de los árboles. Siempre quisieron hablarle a todo, los viejos Elfos. Pero luego sobrevino la Gran Oscuridad y se alejaron cruzando el Mar, o se escondieron en valles lejanos e inventaron canciones acerca de unos días que ya nunca volverán.
Tolkien, J.R.R. (2003, p. 502)
En la oscuridad del teatro se oye el crujir de ramas y hojas secas abrasadas por el fuego. El viento silba. Al tiempo que el escenario se ilumina de rojo, comienzan los primeros acordes del Adagio de Albinoni, de Giazotto. De entre el humo, va vislumbrándose la figura de Manuel, el motociclista. Lleva su traje de bombero, con casco y guantes. Observa el incendio. Se abre paso entre un bosque de micrófonos en pedestales. Nuevamente su mirada recorre el espectáculo de la destrucción y, abatido, se desploma en medio de los árboles. Solloza suavemente:
MANUEL: Lo siento. Lo siento, lo siento. Válgame Dios, cuanto lo siento. Son tercas las veces que intento conformarme con esto.
La música fondea sus palabras mientras la luz va expandiéndose del centro del escenario hacia los bordes, enrojeciéndolo todo. Arrastrándose por el suelo, Manuel se reconoce criatura animal ante las criaturas vegetales. Un arco de lámparas enmarca la escena, cual ramas colgantes de un sauce. Como las hojas que se desprenden del tallo para permitir que el tronco y las raíces conserven reservas de nutrientes, Manuel quiere desprenderse del reino animal para dejarle libre el camino al reino vegetal. Se dirige con camaradería a las plantas, como quien entra a un grupo por vez primera y desea aprender las reglas del juego. Se asemeja a los elfos de Tolkien, despertando árboles y aprendiendo su lenguaje.
MANUEL: Abran para mí su químico recitar. Instrúyanme para hablar en combinaciones de bromo y agua y no en agudos y bajos. Quiero usar significantes que tienen sabor a yodo.
Su entusiasmo por esta idea es palpable en sus movimientos y en lo atropellado de sus palabras. Sin embargo, la duda de su condición humana lo hace colapsar.
MANUEL: Soy el último animal. Sentado en la última catástrofe
¿Qué Gran Oscuridad hizo que Manuel anhele alejarse del reino animal? ¿Acaso la humareda que provoca un bosque en llamas? Manuel el motociclista, el bombero, el que desde niño no se estaba quieto, el que siempre buscaba velocidad en el movimiento, el que nunca tenía tiempo. ¿Cómo desobedecer al status quo si no es a través de renegar de la propia existencia, de lo que biológicamente significa ser humano? Manuel apela a todo: a Zeus, a Dios, a la razón… El abandono existencial de quien no encuentra motivos para seguir por el mismo camino es hermano de la impotencia de quienes quieren trazar nuevos caminos para seguir existiendo. Las mujeres en México han intentado todos los caminos posibles para sobrevivir a la violencia que acaba con la vida de 11 mujeres al día. Es como un infierno sin llamas, que va sitiando todos los lugares que antes parecían seguros.
MANUEL: Este bosque era el infierno, señores, aun antes de las llamas.
¿Habrá que quemarlo todo para ser escuchadas? ¿Hasta dónde debe llegar la desobediencia para que cambie el rumbo de este destino que está mermando el bosque femenino? ¿Habrá que marcharse todas al unísono a mejores tierras? Tal vez entonces, como en El Señor de los Anillos, los demás habitantes prestarían atención a la existencia de las mujeres.
Durante muchos años mantuvimos la costumbre de salir del bosque de cuando en cuando y buscar a las Ents-mujeres, caminando de aquí para allá y llamándolas por aquellos hermosos nombres que ellas tenían. Pero el tiempo fue pasando y salíamos y nos alejábamos cada vez menos. Y ahora las Ents-mujeres son sólo un recuerdo para nosotros, y nuestras barbas son largas y grises. (ibid. p. 510)
INVIERNO (desobediencia motriz)
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La desolación
como un árbol desnudo
despojado de su abrigo
El abandono
sutil pero certero
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de la vida cotidiana
de la vida conocida
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Desaprender
Regresar al inicio
Borrar la memoria
Escudriñar cada minuto
que antecedió al evento
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al trauma
a la tragedia
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Aprender a cargar
a otro ser humano
a otro
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que no es el que era
el que fue
Otro
que ahora es árbol
Cargar un árbol sobre la espalda
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Enrebozado
Cargarlo en soledad
Porque nadie está más solo
más sola
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que la madre de un árbol
¿Cómo echar raíces
cuando se es humana?
¿Cómo anclarse a la tierra?
¿Cómo sostenerse en pie
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cuando el viento insiste
en derribar
mujer
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rebozo
árbol?
Porque no se puede mover,
no se puede mover
BIBLIOGRAFÍA
Gil, Y.E. (2019). “La sangre, la lengua y el apellido. Mujeres indígenas y estados nacionales” en Tsunami, G. Jáuregui. Ciudad de México: Editorial Sexto Piso.
Castellanos, R. (1986). El eterno femenino. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica
Deleuze, G. (2003). “Un manifiesto menos” en Superposiciones, H. Tahan. Buenos Aires: Ediciones Artes del Sur.
Tolkien, J.R.R. (2002). El Señor de los Anillos. Barcelona:Ediciones Minotauro
[1] “Podríamos definir las lenguas mayores [99] incluso cuando éstas posean poco alcance internacional: serían las lenguas con una fuerte estructura homogénea (standardización), y centradas sobre invariables, constantes o universales, de naturaleza fonológica, sintáctica o semántica. (…) Y ya no tenemos elección, debemos definir las lenguas menores como lenguas de variabilidad continua —sea cual sea la dimensión considerada: fonológica, sintáctica, semántica o incluso estilística.” Deleuze (2003, p. 84-85)