The Shakespearean Tour es una obra escrita, dirigida y actuada por Mariano Ruiz, quien desde un monólogo que combina relatos personales y algunas de las obras más icónicas de Shakespeare como Hamlet o Romeo y Julieta, nos muestra las dificultades de quienes experimentan el mundo desde un punto de vista “femenino” en México, especialmente por las personas trans.
Mariano comienza rompiendo la cuarta pared, es decir, le habla directamente al público como si se tratase de una Ted talk, manteniendo esta “ruptura” el resto de la obra. El actor le cuenta al público sobre su niñez jugando con el maquillaje de su Mamá y de cómo él siempre quiso ser actriz, no actor, esto último generando comentarios y bullying hacia él por parte de la sociedad. A lo largo de la obra, representa a diferentes personajes femeninos de Shakespeare, tales como Julieta Capuleto o Lady Macbeth. A dichos personajes siempre les da un giro actual, tratando de traerlos a un mundo real y más reconocibles para el público. Esto lo hace usando un lenguaje coloquial y jovial, incluyendo la mención de redes sociales, por ejemplo.
Mariano aparece en escena con maquillaje, leotardo, medias de red y tacones; prendas que etiquetamos como “femeninas”, aunque no posean un género como tal. A lo largo de la obra, va agregando algunos otros elementos que apoyan su representación, pero siempre ayudado por su asistente Itzel, una actriz que se encuentra sentada a un costado, quien permanece a la vista del público. Esta distribución de los cuerpos y lugares, relegando a “la asistente al rincón”, es un claro reflejo de la sociedad misma en temas de género. El actor, al igual que cualquier funcionario público, habla de cómo vivió la construcción de género desde su piel. Como esos senadores del norte que dicen “es que crecí con machismo”. La visión siempre tiende a ser corta y personal. También, el discurso suele ser el de celebración de la diversidad, lo fundamental de la inclusión y la importancia de las mujeres en cualquier esfera de la vida. Fórmula infalible para ganar aplausos y votos. Sin embargo, a su lado hay una mujer. ¿Su rol? Asistente. Sin voz dentro de la obra y sin voz dentro del ejercicio político, aparece en escena solamente para el servicio del actor, pero sin agencia propia. Bien dice el refrán que “Del dicho al hecho, hay mucho trecho”. Eso sí, ella porta vestuario, porque será vista por el público y es parte de la estética; aunque al término de la función quizás nadie recuerde que ella estaba ahí.
“The Shakespearean Tour” porta lo que yo llamo una feministáscara, o sea, una máscara feminista. Dicha feministáscara se ve bien por fuera y cumple con su propósito: logra la ovación del público mediante un discurso feminista. Siempre de gran ayuda para quien la porte, aunque difícil saber si debajo de ella se esconde una risa o incluso una serie de acciones opuestas a lo que muestra. Una enorme falta de congruencia que se vuelve casi imperceptible entre el ruido de anunciar con megáfono, bombo y platillos que, supuestamente, traen puesto el pañuelo morado. La feministáscara en esta representación, se demuestra al ser una obra que critica el sistema patriarcal, al mismo tiempo que perpetúa la idea de la mujer asistente, adorno, que aplaude lo que diga quien tiene el micrófono y habla con las masas. Este fenómeno lo vemos en todas las esferas en donde existe esa misma combinación micrófono-masas, que generalmente ocupan los hombres. Un candidato a algún cargo público usará orgullosamente la feministáscara como parte de su uniforme de campaña, pues necesita echarse a la bolsa al 51% de la ciudadanía. El problema es que en su agenda no está la legalización del aborto o la atención a los feminicidios, incluso podría escapársele una línea en escena que ya es famosa por ser interpretada por varios actores: “Esas no son formas”.
Acompañando el monólogo y buscando esa modernización de Shakespeare, existen al menos cuatro canciones pop dentro de la obra. Estas son despojadas de sus voces originales y contienen una letra inventada, cantada por Mariano. Nuevamente, aparece un reemplazo de la voz femenina, por la del protagonista de la obra. Colgándose de la popularidad de dichas canciones, cantadas por celebridades como Beyoncé, Ariana Grande o Miley Cyrus, el actor cambia la letra por lo que él tiene que decir. La primera canción es “Formation” de Beyoncé, cuya letra tiene una carga política y representa la lucha de la comunidad afroamericana de la que la artista es parte. Mariano decide usar la misma canción pero cantando “yo soy la estrella”, al tiempo que avienta su sombrero a los pies de Itzel, para que ella lo recoja. Los momentos de canciones fueron un desacierto ya que no causaban risa en el público, la letra hacía poco esfuerzo en embonar con la melodía y se creaba una pausa en el ritmo de la obra.
Al final de la puesta, hay una escena en la que Mariano baila y hace lip sync con el tema de Frozen “Libre Soy”. En ese momento, asciende una de las pantallas para revelar una escalera. Mariano sube por un lado hasta la cima, mientras que su asistente se asegura de que él no caiga, sosteniendo la escalera por la parte de abajo. Después, Itzel saca una lata de espuma que avienta hacia arriba para simular la nieve, los fuegos artificiales o el confetti, celebrando la libertad de la persona a quien asiste. Cambia la canción, ahora empieza la parte final de “Defying gravity” de Wicked, en su versión en Español, cantada por Danna Paola. Itzel sale de escena para traer la escoba de la malvada bruja del oeste: Elphaba. Se la da a Mariano. Qué alivio que tenga una asistente, de esa manera él puede mantenerse en la cima y seguir cantando… un sistema que me parece familiar. Itzel entonces se coloca del lado contrario de la escalera de Mariano y sube tan solo unos escalones, creando contrapeso y evitando que Mariano pueda caer de lo más alto. Me recordó aquella escena de High School Musical, cuando Sharpay y Ryan bailan “Bop to the top” y Sharpay no deja que su hermano suba más de lo que sube ella, pues siempre busca ser la estrella. La escalera es una metáfora que podemos entender mediante simple Física. Si alguien busca estar en la cima de la escalera, necesitará de un contrapeso en la parte de abajo. Esto le asegura su permanencia en la cúspide.
Ser parte de un grupo subrepresentando no te otorga automáticamente el poder de no discriminar a otro. La equidad no se logra dando discursos sobre equidad. La equidad se logra subiendo por ambos lados de la escalera, a un mismo nivel. Eso implica que los Marianos tengan que bajar un par de escalones, para así cantar una gloriosa armonía junto a las Glindas.
Es hora de los aplausos, ¿hora de salir de escena? Al término de la última canción, Itzel toma la escoba y la falda de Elphaba para desaparecer del escenario después de haber permanecido ahí durante toda la obra. ¿Qué sí permanence a recibir aplausos? La escalera. Dan inicio los créditos, que se proyectan en la pantalla de atrás. Mariano baila al ritmo de la música y desafortunadamente, los créditos son tapados parcialmente por la famosa escalera. Si es que hubo participación de más mujeres en este proyecto, no lo tendremos claro o no sabremos sus nombres. Hoy en día, en un trabajo en equipo en donde no está claro quién contribuyó con qué, es menos probable que las mujeres reciban crédito por su aportación. De ahí la importancia de presentar esos nombres y rostros a la audiencia. ¿A quién recordamos al final de la obra? A Mariano. ¿A quién hemos recordado durante la historia de la humanidad? A los Marianos que han existido a través de los años, no a las Itzeles.
Mariano agradece al público y a un par de personas, entre ellas Itzel. El público aplaude la mención de Javier en el apoyo técnico y la de Jorge Negrete en video. Itzel no recibe su aplauso. Itzel es mi tocaya de nombre y de experiencia. Me llamo Patricia Itzel, y así como ella, he permanecido tras bambalinas a la hora del aplauso.