Las enfermerías son lugares a donde se acude para que te den primeros auxilios, te curen, te estabilicen, te saquen de peligro; uno acude seguro de que recibirá eso y en toda su ignorancia, se entrega, porque hay momentos en que lo único que se puede hacer es confiar, pero definitivamente hay cosas que ni doctores, ni enfermeras pueden arreglar, el daño estructural es de raíz, es de conciencia, y de cambio lento, pero imprescindible. Desde una perspectiva política, “Los dolores” ocurre en una enfermería; cuatro historias cortas nos muestran una sociedad fracturada y caminando renga, pero, de vez en cuando, diciendo que está bien; materializada en heridos desorientados, moribundos indefensos, civiles preocupados, y especialistas de la salud corruptos o incompetentes, “Los dolores” nos hace reír, pero, en definitiva, nos duele.
“Vocación de servicio” de Andrés Binetti, con dirección de Tato Cayón, y las actuaciones de Malala González, Marcela Arza y Marcela Inda, nos sitúa en una enfermería de un hospital privado donde un par enfermeras practican sus cantos, ya que han decidido formar un coro, aunque por ahora sean sólo ellas dos; la llegada de una “chica nueva” que había venido trabajando en hospitales públicos, y el coincidente ingreso al hospital de una diputada, (valga la redundancia) bastante grosera y clasista, que se cree Napoleón, ponen en riesgo la delicada estabilidad del micromundo de la pequeña enfermería, donde lo verdaderamente importante es hacer que un político parezca cuerdo por medio de sueros y medicamentos, y cantar en el tono correcto.
“El alma intacta” de Héctor Levy-Daniel, con dirección del autor, las actuaciones de Juan Carrasco, Martín Ortiz y Viviana Suraniti, y música en vivo por parte de Eugenio Chuke y su violín, nos muestra a una mujer con una herida mortal de bala en el tórax; un médico a su lado intenta mantenerla con vida, pero está imposibilitado por no tener los recursos necesarios para operarla; mientras tanto, un extraño se ha colado subrepticiamente a la sala, decidido a llevarse el cuerpo. El médico duda, pero se resiste a entregar a la mujer, para él, es una persona, y aunque su último aliento haya escapado de su boca, seguirá siéndolo; podrán matarnos, pero nunca acabarán con nosotros, el alma está intacta, y los asesinos son ciegos, jamás identificarán su verdadera ubicación.
“Hasta más ver” de Mariano Saba, con dirección de Julio Molina, y las actuaciones de Juan Pascarelli y Pablo Mónaco, nos introduce a una sala de espera de un hospital bastante ineficiente, donde únicamente se encuentran un hombre herido con fuerte golpe en la cabeza, y otro que lo ha auxiliado para llegar hasta ahí; el herido está totalmente confundido, mezcla pasado y presente, pero lo verdaderamente importante permanece intacto en su cabeza. Quizás todos necesitamos un buen golpe para recordar. Finalmente, la memoria sobrevive al tiempo, al espacio y a la mala vida, emerge de entre los escombros, implacable, ante la provocación adecuada.
“Punto muerto” de Ignacio Apolo, con dirección del autor, y las actuaciones de Malena Bernardi, Mario Mahler, Pedro Galván y Silvia Kanter, une a dos generaciones en un hospital, el padre moribundo, que no se termina de morir, y los hijos que vienen a despedirse de una vez por todas, mientras una enfermera permanece expectante; cuatro diferentes formas de vida, con una gran imposibilidad para comunicarse, pero que conviven, y lo han hecho por mucho tiempo, reestructurándose, esperando siempre que el otro muera o desaparezca, pero eso nunca pasa, la coexistencia es la base de la supervivencia.
Un ciclo aséptico que se edifica sobre un tejido social enfermo y sufriente, pero con posibilidades de cura; cuatro obras que, en el momento histórico en el que vivimos, son necesarias para recordarnos que no volveremos a permitir que se repitan los errores, ni los horrores del pasado; que la corrupción es descarada y agobiante, pero que nosotros somos, quizás no más fuertes, pero que somos más; que la memoria puede esconderse en un cajón, pero que no muere.
El arte, sin lugar a dudas, es nuestra válvula de escape; es nuestro deber que el vapor que emane de ella provoque una toma de conciencia, modifique, y una, si, sobre todo eso, que nos una.