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teatro

Reflexiones

¡Ahora entiendo el sold out!

por Zavel Castro 25 julio, 2017

¿Con qué autoridad aseguramos que lo que hemos convenido en llamar “teatro artístico” es siempre superior o de mejor calidad que ese otro tipo de teatro conocido como “teatro comercial”? Últimamente he tenido que enfrentarme a mis propios prejuicios sobre el quehacer escénico que me inclinaban hacia lo artístico antes que a lo comercial. Debo confesar que me he visto sorprendida por la calidad de algunas obras del circuito que antes denostaba (haciendo eco a las voces que ostentan la “alta cultura”), así como desilusionada con algunos montajes con supuestas pretensiones elevadas en cuanto a la profundidad o búsqueda.

Si hacemos caso de uno de los principios fundamentales de cualquier divertimento, encontraremos que el entretenimiento del público es, la mayoría de las veces, el principal objetivo de la puesta en escena. En este sentido podría asegurar que el teatro comercial lleva ventaja puesto que conoce bien las estrategias que pueden asegurar la atención del público, mientras que el teatro artístico tiene que arreglárselas porque su “contenido profundo” no resulte soporífero. La búsqueda por el interés de la audiencia ha provocado un fenómeno curioso: la comercialización del teatro artístico. El teatro de búsqueda que se suponía opuesto al discurso de marketing obediente al capitalismo, ha tenido que recurrir la implementación de algunos elementos del teatro con el que decía no querer tener nada en común para intentar llenar las butacas. Más allá de las promociones, descuentos, y la forma en que últimamente se promocionan unas y otras, hoy en día sería difícil algunas veces determinar qué obras del circuito artístico se defienden como tales sin recurrir a la simplificación de las tramas, la espectacularización de los diseños escenográficos y las actuaciones superficiales para mantenerse en el gusto de la gente. Tal podría ser el caso de una obra como ‘El juego de la silla” dirigida por Angélica Rogel, que se encuentra en un lugar intermedio entre “lo comercial” y “lo artístico”.

Aún así hay algo del teatro comercial auténtico que parece superar los montajes experimentales o artísticos que echan mano de sus recursos y que solo consiguen erigirse como malas imitaciones o mamarrachos que, por cierto, no llegan a gustar ni a convencer al público. Para intentar ejemplificar lo que digo, espero que baste lo siguiente: ¿Cómo es posible que una obra como ‘Parásitos’ sea más entretenida y de mejor calidad narrativa que ‘La Contradicción’? ¡Nunca antes hubiera creído que la actuación de Regina Blandón (que todos conocimos por su participación en un programa de Eugenio Derbez) me parecería mucho mejor lograda que la de Sonia Franco! Sin embargo así es. Y no es que no tengan “punto de comparación” ya que ambas obras pretenden contar una historia y divertir al público lo mejor posible. Nada más allá de esto.

Foto: Darío Castro

Foto: Darío Castro

 

¡Ahora entiendo el sold out de las funciones de ‘Parásitos’ en La Teatrería! El éxito esta vez se debe al entretenimiento de calidad más allá de que en la obra participen actores de televisión (que tampoco es un elemento que carezca de importancia en la venta de entradas). Si solo nos basáramos en cómo nos las pasamos en función, seguiría siendo mucho mejor la experiencia que tuvimos en La Teatrería que la que tuvimos en el Centro Cultural del Bosque

¿Por qué entonces me rehúso a concederle la victoria al teatro comercial sobre el artístico? ¿Por qué me cuesta tanto trabajo ceder? Sospecho que puede deberse a la construcción social del gusto que tan bien analiza Diego Urdaneta en “La insoportable levedad del oxímoron […]”[1] respecto a la música de Ricardo Arjona y al supuesto “mal gusto”; hay algo en la música de Arjona y en el teatro comercial que conecta con el público y que los hace tener mayores ventas que aquellos que tímidamente los imitan pero escandalosamente los desprecian. Todo se debe a la justificación del gusto como construcción social, nos dejamos llevar por la mayoría de las opiniones, por el “boca en boca” que tanto daño puede hacer. Nos acostumbramos a decir y pensar, o mejor, a repetir y asumir lo dicho como cierto. Somos débiles. En nuestra sociedad, una mentira dicha muchas veces se convierte en verdad, entonces vamos por el mundo creyéndonos superiores por nuestra exquisitez que nos permite disfrutar de montajes soporíferos por la densidad de sus mensajes (todo entrecomillado muchísimas veces), solo por llevar el adjetivo “artístico” sobre otras menos pretenciosas en sus ambiciones, más honestas, las “comerciales” que solo buscan hacernos pasar un buen rato, -fórmula que por cierto dominan teatreros como Alejandro Ricaño-.

¿Y si por un momento dejamos de asumir que el teatro artístico es superior al comercial? Con la mente más abierta podemos aprender más de una valiosa lección.

 

Zavel

 

[1] “La insoportable levedad del oxímoron: Pasé una semana escuchando sólo música de Ricardo Arjona” en: https://noisey.vice.com/es_mx/article/7x9mab/la-insoportable-levedad-del-oximoron-pase-una-semana-escuchando-solo-musica-de-ricardo-arjona consultado por última vez el 23 de julio de 2017.

Reseñas

Heroínas transgresoras. El romanticismo en escena.

por Zavel Castro 14 julio, 2017

¿Qué tienen en común doña Elvira, Margarita, Mónica, Ching Ching, Charlotte, Lucía de Lammermoor y Cunegonde? Todas ellas han perdido la razón por causas distintas: por celos y despecho tras sentir la burla del seductor al que a pesar de todo no puede dejar de amar; por las bajas pasiones provocadas por las palabras zalameras de un pretendiente que la hace pecar en más de una forma hasta atraer en ella las más dolorosas desgracias, entre ellas, provocar la muerte de su madre, hermano e hijo; la explotación, el abandono,  las ansias de poder y de fama y la fragilidad mental llevada a sus máximas consecuencias tras sentir la presión de aceptar un matrimonio no deseado.

La locura de todas ellas ha sido el motivo principal de algunas de las mejores creaciones literarias recuperadas por el imaginario de la ópera y opereta bajo las excelsas inspiraciones de Mozart, Gounod, Menotti, Adams, Donizetti y Bernstein. Ahora, tenemos ocasión de disfrutar de las arias inspiradas en estos personajes femeninos en la voz e interpretación actoral de Luz Angélica Uribe, a quien el escenario recibe con los brazos abiertos pues su calidez y simpatía hacia el público con quien interactúa de manera discreta durante las funciones de “Heroínas Transgresoras”, dirigida por Emmanuel Márquez, así como sus generosos dotes musicales, le otorgan todo derecho y dominio escénico necesario para cautivar a los espectadores que acaso buscando solo entretenimiento adquirirán también, valiosos conocimientos sobre este género musical (la ópera) y sobre la psique o “naturaleza” femenina –si es que aún podemos pensar en una noción tan categórica como esta, según las constantes características representadas por la literatura romántica-. Uribe además interpreta varios instrumentos poco convencionales como el waterphone, el cromorno y el theremín.

Fotografía: Darío Castro

Fotografía: Darío Castro

 

Sobre la estética del montaje quisiera subrayar la coherencia y armonía de la composición, pues todo ha sido dispuesto en alusión a las imágenes del romanticismo que numerosas representaciones pictóricas, ilustraciones y narraciones literarias han hecho llegar a nuestros tiempos; la ambientación en un teatro abandonado, los vestuarios de gala desgastados y raídos que aún dan cuenta de su anterior majestuosidad, las luces a medias, la oscuridad reinante como espejo emocional de los personajes trágicos corresponden a la época de la mayoría de las arias interpretadas. Sin embargo esto no hace de la puesta una suerte de espectáculo histórico, sino que actualiza el mensaje de la concepción de la femineidad en diversas intervenciones de Luz Angélica Uribe durante las cuales  habla brevemente de los casos de las “heroínas¨ y  reflexiona sobre la imagen de la mujer en los tiempos de la concepción de las obras, tanto como en los propios, donde según dice, muchos de los episodios no tendrían lugar porque las condiciones, frustraciones y aspiraciones ya no son las mismas.

Debido a la seriedad del tema de los asesinatos a manos de una mujer y de las fuertes impresiones que las escenas pueden ocasionar en los espectadores, se recomienda contar con   mínimo de 12 años de edad para disfrutar de la función de esta obra que es, sin lugar a dudas, un deleite musical, escénico, intelectual y sensible.

Zavel

Reseñas

Sin Misericordia

por Zavel Castro 10 julio, 2017

Una mujer en mitad del vacío se encuentra de pronto rodeada de ojos extraños. Está completamente atada por todas las mentiras que se ha contado para evadir su más profunda verdad, está impedida también por sus inseguridades y temores que no la dejan quererse tal y como es, obligándola a desear ser siempre alguien distinto: más inteligente, más guapa, mejor esposa, mejor madre, aunque sea un poco menos rebelde, un poco menos curiosa, un poco más femenina y todo lo que suele reprocharse día a día una mujer que intenta complacer sus inalcanzables expectativas, solo para sentirse aceptada y querida.

Las ataduras la lastiman y cuando intenta desprenderse de los lazos que no la dejan ser ella misma, grita su sufrimiento hacia los extraños que la escuchan pero que no pueden comprenderla. La compadecen  pero nadie hace nada. Y es que nada fuera de sí podría tranquilizarla. Ahora mismo está desesperada. Ha llegado el momento de sincerarse, de confesar aquello que no ha querido decirse porque le asusta si quiera intuirlo.

La mujer interpela al espectador, acaricia su rostro, lo mira a los ojos enfurecida, busca consuelo donde no lo hay. El extraño se altera con lo que está pasando. Ese lamento sin fin prolonga la sensación del tiempo y lo arroja a un abismo de abrumadora oscuridad. Se reconoce en los fracasos de ella, que le ha dicho que ha fracasado en sus relaciones amorosas y en su intento por comprender el mundo desde la experiencia intelectual sin prestar demasiada atención a su sensibilidad. Porque sentir es tan doloroso como querer a alguien con la generosidad que el amor precisa. Prefiere encerrarse en sí misma. Prefiere romperse y llorar cada pieza desprendida.

Situada entre el recuerdo y la locura, está mujer tiene mucho que decir y no desaprovechará la oportunidad de tener a tanta gente cerca para que puedan hacer caso de sus reproches. Aunque no hagan más que estar ahí. Eso basta. Parados a su alrededor, inmersos de una atmósfera inmisericorde, despojada como la mujer misma de todo orden y coherencia. Lejano a cualquier sensación que pueda tranquilizar a nadie que se encuentre en la misma sala que ella.

El monólogo, como un viaje despiadado desprende una de las preguntas más dolorosas que alguien pueden hacerse: ¿Eres feliz?

Zavel

Reseñas

Per Te. Llueven los ojos.

por Aplaudir de Pie 20 junio, 2017

El verdadero amor es un milagro. Este suceso extraordinario no le sucede a cualquiera, el encuentro con la persona que haga de nuestra vida una experiencia trascendental depende tanto de la casualidad como de la voluntad. Una vez que el encuentro ocurre, hará falta tomar la decisión de conservarlo, hacerlo crecer; pocas veces reparamos en su fragilidad, nos confiamos con que el paso de los días, la condición “duradera” hará que se consolide. No es así. La estabilidad de la pareja depende en buena medida en la conformación de un equipo a distintos niveles. La vida es demasiado amplia, demanda que atendamos en compañía sus múltiples dimensiones: intelectual, afectiva, práctica y creativa.  Encontrar con quién realizarnos en todas las esferas de acción es una bendición que no puede ser mal aprovechada.

Daniel Finzi Pasca encontró en Julie Hamelin a su compañera ideal, la complementación amorosa de ambos produjo no solo una compañía de teatro, sino una manera de concebir el mundo a través de la escena, el estilo que nombraron “teatro de la caricia” con el cual buscaban llenar el alma de los espectadores con el afecto que quizá estos últimos se encontraran buscando en otro lado con o sin fortuna. Esta pareja de vida y creativa querían compartir el sosiego que causa la certeza de haber caído en las mejores manos. En las manos de quien sabrá cuidarnos siempre.

Un teatro que apunta al corazón. Precisamente el órgano que, en su debilidad, terminaría con la vida de Julie. Perder al ser amado podría significar una de las desgracias más hondas para la vida de una persona común. Afortunadamente, el artista se aleja de la normalidad por su particular forma de relacionarse con lo que le pasa, de esta forma, a partir de su sensibilidad,  cualquier suceso cotidiano deviene en acontecimiento. Incluso el duelo puede transformarse en una obra de arte.

La compañía de Daniel y Julie rinde homenaje a uno de sus pilares mediante Per Te su espectáculo más reciente, en él vierten los pensamientos y emociones que acompañan su sentimiento de pérdida. Los recuerdos alegres de su vida en pareja, desde que ella se transforma en “un pastel feliz” para el día de su boda, los reproches a los ángeles que no supieron protegerla y la dejaron ir, las reflexiones en torno a la soledad, la desilusión de saber que nuestro amor no volverá más, las inevitables preguntas: . ¿Cómo nombrar el dolor? ¿Por qué las fuerzas superiores de la existencia permitieron que ocurriera? ¿Qué pasa con los muertos, en qué se convierten?

Todo se transforma en cuadros magníficos soportados por una estética deslumbrante que a diferencia de La Veritá o de Ícaro no se preocupa de la perfección conseguida por el artificio, sino que es franca en su torpeza, en la combinación de elementos que dan cuenta del desequilibrio, del titubeo, de lo inacabado. La despedida a nuestro ser amado no puede ser contundente. Las imágenes que surgen de ella, tampoco. No se trata de un descuido sino de un manifiesto en honor a la honestidad.

 

 

Per Te es un montaje realizado mediante escenas fragmentadas que semejan la confusión de una mente por tratar de construir sentido ante un suceso que trasciende toda lógica, que aún la humanidad no hemos podido explicarnos de manera satisfactoria. Cada cuadro –palabra muy precisa para nombrar los momentos, pues parecen pinturas en movimiento-  narra por un lado el periplo de la compañía para hacer este montaje; por otro lado se muestra una metáfora del duelo y de la batalla de la vida. Las imágenes además poseen altos vuelos poéticos. Como una pieza de arte contemporáneo, permite múltiples lecturas. Por ejemplo, hay quien lee en el vestuario de las armaduras el mensaje de que la enfermedad es una lucha en la que el cuerpo sirve como campo de batalla. Es preciso protegerlo. Sobre esta misma imagen hay quienes la interpretan como el proceso psicológico denominado duelo.

El espectáculo  es un continuo diálogo con la ausencia, todo el tiempo la obra está conversando con Julie, nos habla a nosotros para hablar con ella. Los espectadores somos testigos del último regalo que la compañía le hizo a uno de sus miembros fundamentales, al tiempo que la conocemos gracias a la mirada amorosa de cada uno de los integrantes.  Ahí está Daniel abriéndonos los brazos para que podamos ver lo que tiene dentro.  Lo que palpita aún a su pesar. Nos invita a su jardín secreto. Pensar que todo en Per Te fue hecho para Julie nos estremece: la música, el humor, los números acrobáticos. Todo se creó pensando en ella. Todo se hizo tratando de adivinar sus reacciones.

Pese a lo doloroso del tema Per Te no es una experiencia oscura como podría uno suponer por tratar la muerte de alguien tan allegado a todos los miembros de la compañía, es más bien un canto a la vida, una posible respuesta de la Compañía Finzi Pasca ante el misterio de la muerte. El juego y la poesía como una luz para hacer frente al sufrimiento, sin por esto banalizar la cuestión dejando de lado el dolor, éste es inevitable y está expuesto pero el espectáculo nos recuerda que nunca es permanente. Julie –nos dice la obra- hizo llover en muchos escenarios y a su vez en los ojos de muchos espectadores alrededor del mundo. En Per Te, presente como una entrañable ausencia, lo volvió a hacer.

 

Ricardo Ruiz Lezama & Zavel Castro fundadores aplaudirdepie

Ricardo Ruiz Lezama & Zavel Castro                             Editores

 

 

Literatura

Teatro antilógico

por Ricardo Ruiz Lezama 15 junio, 2017

Estamos en una época regida por la razón y por la ilusión de conocimiento. Pareciera que se han encontrado las explicaciones sobre casi todo y de igual modo se piensa que sabemos mucho sobre cualquier tema. En materia de arte, por ejemplo, abundan las definiciones, los artículos, ensayos, cursos, libros para prepararse de forma autodidacta, en fin, existen incontables fuentes de investigación para acceder a lo que pareciera ser el conocimiento total del fenómeno artístico. Con tal nivel de pensamiento generado en torno a la creación da la sensación de que cualquiera puede ser artista, solo hace falta querer serlo, buscar, leer y listo. Cualquiera puede saber cómo se hace una obra de arte y de hecho no son pocas las personas que discuten sobre los errores de tal o cual creador que no hizo las cosas como todos ya sabemos que se “tienen” que hacer. Todo este supuesto conocimiento esconde una gran paradoja,  ¿por qué si todos los artistas saben cómo se hace el arte solo unos cuantos lo consiguen?

Por principio descartaré la idea que de que el arte es arte porque una persona ha dicho que así es (el argumento de la subjetividad aplicado a todo producto sin razón). Este enunciado ha afectado severamente al mundo del arte porque se ha descontextualizado, en su tiempo sin duda fue una sentencia revolucionaria que cuestionó todos los paradigmas e instituciones existentes hasta el momento, poniendo en crisis siglos de pensamiento, ahora simplemente es un pretexto para hacer cualquier cosa y venderla como si realmente valiera algo. Parto entonces de la idea de que el arte es una experiencia estética contundente, inolvidable e imprescindible. Y que esta experiencia es visible y comprobable. Lo que últimamente abunda, específicamente en el teatro que es de lo que trataremos aquí, son obras superficiales, fácilmente olvidables y profundamente prescindibles.

Lo que afirmo con relación al teatro no parte solo de mi subjetividad, es un hecho objetivo, únicamente hace falta ir a algunas de las múltiples funciones que existen en la vasta cartelera mexicana y comprobarlo por nosotros mismos en la experiencia colectiva. Lamentablemente son pocas las presentaciones que construyen un acontecimiento trascendente y esto es indudablemente una sensación compartida por muchos espectadores. La causa se la adjudico  al hecho de que gran parte de la comunidad teatral parte de innumerables seguridades para abordar la creación. Curiosamente la mayoría de las obras más potentes en programación son aquellas que surgen de un lugar totalmente opuesto: del desarrollo de procesos de investigación escénica en los cuales las dudas ( y no las certezas) están en primer plano.

Por eso, en estos tiempos de falsas verdades, de infinidad de obras que no dialogan ni con nuestro presente ni con el público, es imprescindible que exista una mirada filosófica, política y estética que vaya en contra de todos los preceptos que se tienen sobre el teatro; mucho de lo que creemos con relación a la escena seguramente está errado. Por eso nuestro teatro, en su mayoría,  no se consolida como un fenómeno necesario a nivel social; es debido a todo esto que un libro como El teatro antilógico: estéticas de la otredad del cuerpo y la escena  de Raúl Valles es indispensable en nuestro contexto artístico.

El teatro antilógico… es un conjunto de ensayos que reflexionan sobre el fenómeno teatral, pero aquí no se encuentran respuestas, esto no se trata de una guía, más bien es un manifiesto lírico al más puro estilo de Artaud. Las ideas se articulan de manera tal que no son sentencias, sino que promueven la reflexión y la duda. Todo desde la premisa e invitación de erosionar lo que creemos que es el teatro porque “El teatro que se dice ser el teatro, el teatro que se cree ser el teatro ha menoscabado todo lo que en verdad es teatro”. Estas cavilaciones estimulan a ir en búsqueda del teatro verdadero, el cual, Valles, al igual que Artaud, saben que aún está por descubrirse, en el caso de Artaud era el teatro de la crueldad, en el caso de Valles es “el antilógico”.

Estos ensayos no plantean desde el inicio lo que debe ser el teatro y mucho menos dicen cómo se hace. Ese es uno de los más grandes aciertos de Valles, al no poner ejemplos concretos sus reflexiones se vuelven un arte poética quizá a la altura de El teatro y su doble, capaz de inspirar las más diversas creaciones mediante no mostrar un camino sino solo de sugerirlo, así los caminos posibles son infinitos.

El teatro antilógico…  va a contracorriente con muchos de los libros teóricos que están circulando en el mercado editorial. Empieza explicando lo que no es ni debe ser el teatro y cómo no puede alcanzarse –al contrario de iniciar intentando constriñéndolo a unas insuficientes definiciones simplificadoras, por eso también Valles eligió un estilo poético, capaz de generar multiplicidad de lecturas-, porque como menciona el autor estamos contaminados de conceptos e ideas que no nos dejan acercarnos a lo que el teatro verdaderamente tiene para ofrecer como experiencia trascendental. Por eso es necesario llegar a un vacío de pensamientos que solamente estorban; de hecho no debemos apelar a la razón sino al cuerpo (sugiere el autor). Aquí nos deja a su vez una primera pista, el teatro es fundamentalmente la relación con el cuerpo ¿Pero en sí qué es el teatro? Para el autor es, entre otras cosas, una experiencia que no va a la razón sino a la sensibilidad del espectador, de ahí su carácter emancipado del pensamiento lógico. Si lo consideramos desde Artaud – lo que no sería descabellado porque Valles dice que hay que volver a una estética de la crueldad-, el teatro antilógico sería un teatro que apelaría a lo esencial del humano, un teatro ritual capaz de contactarnos con lo más profundo de nuestro ser.

Sería muy fácil y poco riguroso si Valles solo dijera que hay que ir en contra de lo establecido sin profundizar en eso. Lo interesante de El teatro antilógico… es que el autor reformula los conceptos fundamentales del teatro, criticándolos y proponiendo unas definiciones nuevas que destacan por lo provocadoras que son. Actor, presente, mimesis, tiempo, ficción, acción, texto, representación así como el lugar que ocupan los espectadores durante la misma, e incluso el mismo teatro son conceptos que se ponen en crisis para poder pensar otra posibilidad de lo teatral, una más inquietante y revolucionaria, una que sí sea capaz de incidir en nuestra realidad.

Una de las características más importantes de este libro es que el autor es de origen mexicano y fundamentalmente ha desarrollado sus reflexiones y trabajo en México. La mayoría de las veces importamos pensamiento de otros países para tratar de explicar lo que ocurre en el nuestro sin considerar que las ideas no son universales, fuera de su contexto no terminan de decir lo que realmente intentaban expresar, y aunque las reflexiones de otros lugares pueden aportar valiosísimas cuestiones a nuestra realidad nunca nos representarán a plenitud. Son urgentes y necesarios textos como este que nos piensen directamente. México es único  y no podemos obviar sus particularidades y contradicciones. Quizá uno de los más grandes fracasos en todas las áreas sociales ha sido querer explicarnos desde otros pensamientos e importar modelos y no crear los propios. Por eso celebro la publicación de El teatro antilógico… No podemos aún saber las repercusiones que los planteamientos de Raúl Valles tendrán en el teatro mexicano, pero es seguro que no pasarán inadvertidos.

 

 

Ricardo

Literatura

Nosotros somos los culpables: el teatro como medio de transformación social

por Ricardo Ruiz Lezama 6 junio, 2017

México vive en una crisis de derechos humanos y resquebrajamiento paulatino del tejido social desde hace mucho tiempo. El Estado, que debería garantizar la seguridad de los ciudadanos, no parece poder hacer mucho en contra de los males que azotan al país, incluso en muchos casos es él mismo quien lleva a cabo dichos atropellos. Como mencionó Judith Butler en la conferencia que dictó en Ciudad de México en 2015, los cuerpos de los mexicanos se encuentran en una situación precaria, de suma vulnerabilidad. Escenario que no ha cambiado. La probabilidad de regresar a casa sano y salvo cada día es reducida, dormir en nuestras camas al llegar la noche es un hecho azaroso. Si lo pensáramos dentro del universo de la física cuántica, estamos vivos y muertos como el gato de Schrödinger; en un universo paralelo nuestros seres queridos ya están llorando frente a nuestro cadáver, eso si fuimos encontrados. En esta sociedad desesperanzada, ¿qué lugar ocupa el teatro?

Es difícil hablar de un deber ser del teatro porque, ¿en dónde quedaría la libertad y la multiplicidad de miradas? Sin embargo no podemos obviar que esencialmente el teatro es quehacer político por su  carácter público, por lo tanto tiene una responsabilidad con su contexto, se quiera hacer cargo de ella o no. Considero que esta responsabilidad es mayor en países como México en donde gran parte del teatro que se hace es con dinero de la sociedad. Ante las problemáticas políticas y sociales por las que el país está atravesando, ¿cómo se ha posicionado el teatro institucional? (El cual, reitero, es subvencionado por los ciudadanos.) Y por otro lado, los demás artistas que gestionan sus propios proyectos, ¿qué postura han tomado en todo esto? Al teatro comercial ni lo cuestiono porque es una empresa privada, con todo lo que esto implica.

Como bien ha dicho el dramaturgo Humberto Robles en su texto El teatro en tiempo de canallas, es muy poco el teatro que se hace en México que da cuenta de la realidad que se vive en el país. La mayoría de las puestas en escena no dialogan con el presente que estamos viviendo, están procurando una omisión cómplice, voluntaria o involuntariamente. No quiero que se me malinterprete. No pienso en un teatro amarillista que muestre lo mismo que vemos en las noticias, porque de hecho un teatro así no estaría realmente comprometido con nuestro contexto. Los sucesos como se muestran en las noticias simplemente son un método de dominación del poder hegemónico mediante el miedo, como señala Žižek.

En lo que pienso es en un teatro que nos permita esclarecer los acontecimientos nacionales posibilitando una reflexión proclive  a transformarse en acción social que devenga en cambio, todo lo contrario a un teatro que mediante el miedo nos mantendría pasivos como hacen las noticias detalladas de las tragedias diarias, que no solo nos mantienen paralizados ante el horror sino que nos han ido deshumanizando. Una muerte más -pensamos-, qué más da si todos los días muere tanta gente en este país. En contra de esto pienso en un teatro que nos devuelva nuestra humanidad, nuestra capacidad de ser empáticos con el otro.

Mis pensamientos no son una aspiración utópica, no estoy especulando en un teatro que no existe, estoy hablando de obras concretas que están luchando por construir un mejor país, desde el lugar que el arte pueda hacerlo. Afortunadamente no son pocos los artistas mexicanos que han tomado esta lucha con sus creaciones. El mismo Humberto Robles con su obra Nosotros somos los culpables es un ejemplo de esto.

Robles es uno de los dramaturgos mexicanos más representados en el mundo. La mayoría de sus obras invitan a la reflexión desde diversos géneros como son: la tragedia, la comedia, la farsa, el cabaret o el teatro documental. Es un autor que está convencido del compromiso que tienen los artistas con la sociedad. Exhorta con urgencia a crear y promover lo que él llama teatro útil, manifestación artística que, en palabras suyas, consiste en “escribir y llevar a escena los temas sociales de la actualidad”, teatro como “herramienta a favor de la más elemental justicia, de los derechos humanos, contra el olvido y la impunidad”.

ABC

Nosotros somos los culpables es una dramaturgia documental que trata sobre el incendio ocurrido en la Guardería ABC el 5 de junio de 2009. “Siniestro que dejó un saldo de 49 bebes muertos (25 niñas, 24 niños) y otros más de 70 con lesiones respiratorias, en corazón y físicas que los dejarán marcados por el resto de su vida”.[1]

La obra no toma los sucesos para hacer un espectáculo del sufrimiento, más bien,  es una radiografía de la corrupción y la impunidad en México. No puede dejar a un lado el dolor que esta desgracia provoca, eso sería inhumano, pero no se queda ahí, este texto es un grito que clama por justicia. Mediante los testimonios de los padres, de las autoridades, del expresidente en turno y su esposa, de los dueños de la guardería, y, en fin, de todos los involucrados de alguna manera en este suceso, esta obra exhibe los mecanismos por los cuales no puede llamársele a esta desventura una tragedia, “porque éstas corresponden a caprichos terribles de la naturaleza […] o a fallas técnicas o humanas que provocan muertos y heridos. Aquí hay un crimen colectivo de larga data, que comenzó mucho antes del día del incendio y que todavía no termina”.[2]

La corrupción, el tráfico de influencias y la negligencia, son los que ocasionaron que el Estado concediera la autorización a los dueños del jardín de niños de abrir una guardería que no cumplía con los requerimientos indispensables para constituirse como tal, haciendo caso omiso de que la escuela no realizó las adecuaciones que se prescribieron. Existen una clara serie de omisiones e incumplimientos, pero hasta la fecha sigue sin haber justicia para los padres, sigue sin castigarse a los responsables.

Nosotros somos los culpables nos recuerda que detrás de cada cifra de muertos, existe un nombre y detrás de ese nombre una historia, una persona. Es sin duda una herramienta que nos contacta con el horror que siempre deberían causar las muertes. ¿Cuántas muertes más serán necesarias para darnos cuenta que ya han sido demasiadas? Pregunta la obra. Después de leerla terminamos convencidos de que ya han sido suficientes.

Esta dramaturgia también se pregunta por los culpables de estos hechos.  Y la respuesta está contenida en el título. Somos seres colectivos, algo de nosotros se pierde en los que se van. Yo soy responsable por el otro, porque sin el otro no puede haber yo. Lo que les pasa a unos, nos pasa a todos. Esta obra nos recuerda que solo juntos y reconociéndonos mutuamente indispensables podemos aspirar a construir un mejor país, el México que nos merecemos.

Ricardo

 

 

 

 

[1] Información disponible en: http://www.movimiento5dejunio.org/abc/about/

 

[2] Tomado de diálogos de la obra.

Reflexiones

ALMACENADOS ¿Por qué hicieron la película?

por Zavel Castro 31 mayo, 2017

Quizás se trate de una de las reflexiones más personales que he escrito hasta ahora puesto que “Almacenados” fue sin duda una de las obras que me atrajeron al mundo del teatro. La habré visto por primera vez hace unos once años en la Ciudad de México, yendo a partir de entonces a cada función (intermitentemente) como me era posible. Recuerdo que disfrutaba tanto como ahora del carácter aurático del convivio escénico, tener allí, muy cerca a los actores y verlos construir una historia con sus cuerpos presentes era la experiencia más emocionante que podía tener.

Sentir la concentración del público y la atención con que seguían el devenir del “señor Lino”, encargado de un almacén punto menos que abandonado y de “Nin” su joven aprendiz, personajes de la obra que en mi recuerdo siempre estarán encarnados por Héctor Bonilla y su hijo Sergio –alternando alguna vez con Fernando, quien por aquellas épocas más bien se encargaba de las luces y me parece que de la dirección-, era simplemente maravilloso. Para mí era sorprendente que aquello pudiera ser tan potente con una producción más bien escasa (apenas un escritorio, un reloj checador, una escoba…), y solamente con dos actores sin necesidades efectistas para complementar la experiencia.

Sin duda alguna la magia que yo le atribuía al evento le debía mucho a las excelentes actuaciones; ver a Héctor Bonilla en escena siempre será un motivo de agradecimiento al teatro. Así como a la dramaturgia de David Desola que a través de escenas continuas aparentemente rutinarias en las que un día laboral sucedía a otro dando la sensación del lento paso del tiempo cuando este está destinado puramente a las actividades de producción económica capitalista; al sinsentido del plusvalor que muchas veces obliga al trabajador a entregarse a labores tan absurdas como redituables, nos compartía un valioso mensaje sobre la sinrazón del sistema que nos domina y termina por aniquilar nuestra personalidad como le pasaba al señor Lino, quien era, qué duda cabe el trabajador más eficaz, responsable, puntual y comprometido y a la vez el más insignificante de la cadena de producción, alguien a quien a nadie le importaba, alguien tan reemplazable que su conocimiento adquirido en veintinueve años de servicio podía transmitirse en solamente cinco días de entrenamiento a su sucesor.

Almacenados6

En fin, la historia era absurda y entrañable, la interpretación magistral de los personajes les otorgaba una profundidad que destacaba su humanidad lacerada. El público reaccionaba conmovido gracias a la condición aurática de lo que había pasado frente a sus ojos y en su compañía, porque nada genera emociones más intensas que la presencia de otra persona cuando no transmite su sentir ahí, en vivo, sin intermediarios tecnológicos, sin una pantalla que obstaculice el vínculo.

¿Cuál era la necesidad entonces de convertir esta obra de teatro vivo a una película? Evidentemente la traducción del lenguaje escénico al fílmico supone un problema considerable, que, en caso de sortearlo, como sí pudo hacerlo el mismo Desola encargado del guión de la cinta, asegura un mayor alcance, pues el cine, lo sabemos, llega a una mayor cantidad de audiencia, de tal suerte que la historia puede ser conocida por más personas que a las que puede aspirar una temporada teatral por más extensa que sea.

Aunque el guión está bien logrado, es cierto que la traducción de la obra a película hace que la historia se enfríe, hay una sensación de distancia que impide la empatía con los personajes. El público es una vez más, sometido a la pura expectación de una historia aletargada, que más que transmitir la rutina por la sucesión de los días, se prolonga innecesariamente con escenas rellenas de elementos y acciones prescindibles (los enfoques a los objetos y los desplazamientos de cámara demasiado forzados me parecieron soporíferos). En la película las actuaciones eran buenas pero nunca comparables a las del elenco de la obra; todo lo cual me obliga a preguntarme por las razones de la conversión de esta gran obra a una película bastante menor.

Aclaro que con esta reflexión no quiero declarar la superioridad del teatro sobre el cine (aunque la supongo), no quiero decir que una película sea incapaz de generar estremecimientos emotivos. Justo después de que terminé de ver “Almacenados”, entre a ver “I Daniel Blake” del director Ken Loach,  una cinta que comprueba justamente que una historia sencilla eso si con estupendas actuaciones,  puede ser absolutamente entrañable aún a través de la pantalla.

I-D-Blake

 

 

Adjudico las razones de lo fallido de la traducción de la obra Almacenados a película, así como al éxito de la película de Koach, en los motivos de la realización; los móviles de cualquier acción, esto es, las intenciones, muchas veces determinan su destino. Acaso en el caso del producto que no llegó a buen término pudiéramos encontrar como motivo principal razones económicas (que para la inserción a un circuito comercial artístico nunca son suficientes).

Acaso Desola vendió su obra para obtener mayores ganancias que las que había obtenido de las funciones de su obra no solo en México sino en muchas otras partes del mundo con distintos elencos –razón nada reprochable puesto que todos en menor o mayor medida buscamos el enriquecimiento-, pero ¿por qué no conservar por lo menos a Héctor Bonilla como el personaje protagónico? ¿Por qué arrebatarle así un personaje que había construido durante tanto tiempo? ¿Por qué dejar que la potencia de su dramaturgia se diluyera en una sala de cine medio vacía? ¿Por qué condicionar la historia a la permanencia en cartelera (muy improbable que alcance a llegar a más de un mes) ¿Será el incremento monetario suficiente paliativo para las aspiraciones artísticas que una vez  tuvo? ¿O habrá pensado en “Almacenados” desde un principio como un producto cinematográfico? Con el tiempo, haciendo las preguntas pertinentes a las personas indicadas podré comprender todos estos porqués. Por lo pronto me quedo con el hueco en el estómago y con el nudo en la garganta propios de mi incomprensión y con mis padecimientos nerviosos de la desolación al ver cómo en este caso el cine venció al teatro arruinando lo que tenía de valioso.

Zavel

Reflexiones

Teatralidad bajo las sábanas

por Zavel Castro 20 mayo, 2017

A Daniel Vargas Parra, quien en su cátedra de Teoría del Arte me abrió las puertas al entendimiento de la imaginación y representación a partir de la filosofía kantiana

 

 

Aún sigo pensando en el teatro a partir del sexo y en sexo a partir del teatro. Hace tiempo afirmé que todo ritual de apareamiento lleva implícito algo de teatralidad.[1] Hoy sostengo que dicho despliegue de técnicas de proyección y representación no se encuentran solamente en el cortejo previo al escarceo libidinal, sino en el acto mismo. Durante el intercambio continuo de caricias, besos y otras tantas acciones propias de la faena primordialmente corporal que –no necesariamente- conlleva a la penetración –sirva para esto cualquier orificio- y culmina en el orgasmo,[2] que conocemos  (dicho con propiedad) como “relaciones sexuales”, los involucrados nos convertimos en intérpretes de aquello que consideramos “sexy”, “seductor”, “provocativo” y “deseable”.

La interpretación del personaje sexualmente atractivo contiene y manifiesta sobre todo a través de la gestualidad y el comportamiento bajo las sábanas -o superficie en cuestión- el capital cultural erótico del intérprete, aun cuando sostengamos que todo lo relacionado con el despliegue de nuestra sexualidad obedece al instinto “natural” ajeno a todo adorno o artificio. Es decir, que obedece a la ideología, y en correlación al contexto del objeto/sujeto sexual. Lo que el actor considere sexualmente atractivo hablará mucho de la cultura a la que pertenezca. Esto funciona sin excepción.

La mujer-actriz construye en su mente lo que considera adecuado para la función, asume el personaje e intenta adaptarse a la imagen mental mediante las herramientas físicas a su alcance: miradas, gestos, movimientos, ritmos, sonidos, etcétera. Es decir que si el actor o actriz eligen la interpretación de “lo dulce”, “lo inocente” “lo tierno” porque consideran que su selección (las mayoría de las veces inconsciente) es adecuada para el momento y la pareja sexual, que según nuestra analogía participaría como espectador, si quiere imitar la tergiversada y mal entendida imagen de la Lolita, o de las bobaliconas actitudes de las pin-ups,  entonces optará por mostrar una mirada coqueta no demasiado frontal o directa, exhalará gemidos suaves, será pródiga en caricias y se dejará hacer antes con un toque de sumisión y cuidándose de mostrarse demasiado avezada en el tema, pues cualquier contradicción a la imagen de la sutilidad o inexperiencia rompería la convención.

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Si se elige en cambio “lo bestial”, “lo atrevido”, “lo picante” a manera de Femme Fatal encarnado por ejemplo en el personaje de Samantha Jones, entonces actuará en consecuencia y no dudará en accionar de manera agresiva (con mordidas, nalgadas, rasguños, insultos, etcétera) cuidándose de cualquier expresión de ternura. Lo importante es no romper la ilusión del personaje. Respetar el planteamiento hasta las últimas consecuencias. Lo mismo ocurre en el caso del hombre-actor, que si bien obedece a otros arquetipos, reacciona con gestualidad y violencia o pasividad semejantes dependiendo el caso. Hay quien se compromete de más con el personaje y adquiere todo tipo de enseres fetichistas para complementarlo (accesorios, vestuario, lugares idóneos para el desarrollo de su papel, sitios que por su ambientación fungen como escenografías exactas).

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Así pues, en la cama todos somos potenciales primerísimos actores.[3] Vamos hasta donde el  personaje nos permita sin importar que algunas veces contradiga nuestro rol social o quizás lo que somos en esencia. Por usar la desgastada noción repetida hasta el hartazgo en las escuelas de actuación, diremos que en el momento previo de llevar a cabo nuestro papel, dejamos que el personaje “nos habite”, actuamos según los dictámenes del mismo. Gracias al artificio teatral también somos “espejismos”, somos una visión de aquello que el otro quiere que seamos. De lo que el otro necesita ver para experimentar placer. Jugamos a complacerlo. Somos para el otro.

Solo entonces somos capaces de dejar que nos fotografíen durante el acto con tal de sentirnos por un momento Linda Lovelace o la actriz porno que tengamos en la mente, participamos gustosos en un trío porque esa noche decidimos representar nuestra faceta desinhibida, hacemos, decimos y aceptamos que nos hagan cualquier cosa con tal de alcanzar la tan ansiada verosimilitud propia del fenómeno escénico. Nos dejamos guiar por esa imagen mental que construimos, estamos dominados por nuestra imaginación. El intercambio sexual es teatro. Teatro y sexo son primordialmente imaginarios. Bajo las sábanas nos representamos. Poco importan los aplausos.

Zavel

 

 

[1] Escribí sobre esto en “Gozar y hacer gozar. La teatralidad en los clubes swinger”: http://aplaudirdepie.com/gozar-y-hacer-gozar-la-teatralidad-en-los-clubes-swinger/

[2] Según el esquema ideal de William Masters y Virginia Johnson.

[3] Directores e  incluso  iluminadores  y diseñadores de sonido ¿no es cierto que controlamos la intensidad de la luz y la música  que escucharemos al hacer el amor?  Incluso somos dramaturgos. Sabemos qué decir dependiendo de lo que intentemos conseguir.  El sexo es teatral, qué duda cabe.

Reseñas

Despojos para un lunes ¿vas a venir a la fiesta?

por Zavel Castro 6 mayo, 2017

Al ritmo de los éxitos musicales del rock & roll en español, llegamos al nuevo departamento de Eleuterio, un hombre que adivinamos no ha rozado ni por error el éxito profesional ni sentimental, quien tras su fracaso más reciente, su divorcio y la decisión de Tania (Yoshira Escárcega)  su ex mujer  por no permitirle convivir demasiado con Daniel, el pequeño hijo de ambos, se encuentra desesperado por sentirse de  nuevo merecedor del cariño y atención de los que ahora ve perdidos tras comportarse de manera irresponsable como padre y esposo.

Como uno más de sus ridículos intentos por recuperar a su familia, Eleuterio organiza una fiesta para celebrar el cumpleaños número cuatro de Daniel, sin embargo, se entera que para poder llevar a cabo la misma debe contar con la autorización de sus vecinos: Margarita (Alejandra Galván) y su hija Romina (Lizeth García), Bertha (Florencia Elvira) y Julio (Francisco Granados), todos, personajes ordinarios con necesidades afectivas insatisfechas que buscan relaciones enfermizas para dar sentido a su mediocridad. Cabe destacar la bien lograda construcción de casi todos los personajes por parte del dramaturgo Hugo Wirth,[1]  ya que es sin duda, en los caracteres de los mismos en los que recae la intensidad dramática de la trama propuesta. Más que la dinámica entre ellos, son los personajes en su accionar individual los que interesan al espectador.

Especialmente porque todos los personajes están cargados de una soledad que nos entristece en la medida en que podemos reconocerla en nosotros mismos, más allá de la pertenencia o no a su estrato social (de clase baja/media-baja) que afortunadamente, escapa de la caricaturización.[2]  Este dejo de realidad se logra también gracias a la ambientación a cargo de Edgar Mora, quien construye un complejo habitacional –casi como si se tratara de una vecindad- concentrado espacialmente en la zotehuela, donde tendrá lugar la fiesta del hijo de Eleuterio. Lugar por cierto, custodiado y envidiado por el resto de los habitantes del inmueble.

Los vecinos. Al igual que Eleuterio e incluso que Tania, fundamentalmente representan a personas solitarias que hacen de todo para ignorar ese estado que los ha acompañado tanto tiempo que ya no sabrían vivir con una disposición de ánimo distinta. Tanto los personajes como muchos de nosotros, los espectadores, nos “enamoramos” para no sentirnos solos, estamos dispuestos a hacernos amigos hasta de nuestros padres (si se dejan) con tal de sentirnos acompañados, hacemos fiestas aun cuando intuimos que el festejado no vendrá, nos drogamos, tenemos relaciones buscando quedar embarazadas para emocionarnos con el impacto de la noticia y entretenernos con el crecimiento del bebé en nuestra barriga, inflamos globos, soplamos velas, esperamos con ansiedad que llegue un solo día de la semana para permitiros ser libres, para pasar tiempo con las personas queridas a las que también lastimamos para pasar el tiempo, para forzar un vínculo. Hacemos un montón de cosas con tal de no estar a solas con nosotros mismos porque no somos suficientes. Simulamos empatía, simulamos seducción, simulamos todo lo que podemos. Pero no podemos fingir amor propio. A veces somos tan ridículos, tan insignificantes…

“Despojos para un lunes” gira entorno de la soledad, esa poderosa carga que nos trae hasta el teatro. La soledad que lleva a Eleuterio hasta lo más profundo de sí mismo, hasta ese extremo que desconoce, una oscuridad de la que no es consciente y que lo motiva a hacer lo indecible y lo impensable. A pesar del motivo principal y lejos de lo que podría pensarse, no se trata de una obra inclinada a la tragedia o al melodrama, sino de una comedia que nos invita a reírnos del desgraciado devenir de los que viven sin amor y que encubren esta carencia con una parafernalia similar a la que se despliega en una fiesta infantil de barrio. Colorida, escandalosa, precaria, vacía, repleta de risas fingidas y de carcajadas innecesarias, llena de gente que invitamos más a fuerza que con ganas… y es que a veces así es la vida.

Zavel

[1] Encontré imprecisiones en el personaje de Julio, que si bien, es interpretado por uno de actores más destacables del montaje (Francisco Granados) –siendo el otro el protagonista Rodrigo Ojeda- , refleja contradicciones inverosímiles en tanto que en principio propone a un personaje de barrio vulgar cuyos deseos sexuales se reducen a la excitación que siente por las jovencitas y que utiliza a Bertha para desahogar sus fluidos, siendo capaz para esto de mantener relaciones sexuales por un Glory Hole que improvisan en la pared que separa sus apartamentos, y que se refiere al sexo femenino con apelativos soeces y que, de pronto, sin algún indicio si quiera impreciso de que en su background pudiéramos encontrar alguna conexión literaria, Julio lanza un discurso perfectamente articulado y medianamente culto para narrar sus deseos hacia Romina. Un degenerado de cuarta categoría de pronto da un salto y deviene en poeta. No es que en la misma persona no puedan converger ambos mundos (el poético y el sexualmente explícito, yo misma escucho con el mismo ánimo a Daddy Yankee que Otis Redding o a  Schubert) sino que el personaje en su planteamiento no da pie a que en él quepa esta ambigüedad.

[2] Son personajes de barrio “reales” lejanos de los estereotipos reproducidos tantas veces por el cine mexicano de oro de los años treinta, especialmente aquellos dirigidos por Ismael Rodríguez.

Reseñas

Mujeres panfletarias, parte 1

por Aplaudir de Pie 20 abril, 2017

El identificarme como mujer me ha mantenido siempre en una relación ambivalente conmigo misma y con el mundo; por un lado, de amor profundo y sincero hacia mi sexo y mis congéneres, hacia mis ciclos y las posibilidades creativas que estos me ofrecen; pero por otro lado, vivo, desde niña, en un estado mental y anímico casi insoportable: con miedo permanente a ser violada y/o asesinada; con culpa modificable pero constante, primero por exponerme a “situaciones de riesgo”, teniendo que soportar las consecuencias de ello “porque yo me lo busqué”, y luego por haberme permitido sentir culpa por ello; con enojo conmigo misma por haber normalizado formas de violencia que me han causado dolores insufribles, y con el mundo porque no me dio las armas para defenderme.

Y no, no estoy exagerando.

Sobrellevar tanta presión sobre lo que debemos ser, afrontar las consecuencias de ir contra corriente, vivir con tanto miedo a ser lastimada o violentada por el simple hecho de ser visible para el mundo, sentir tanto odio de ver como cada día nos dañan y destruyen porque pueden, hace que agradezca el triple que alguien grite junto conmigo, junto con nosotras, todas juntas, que el grito nos una, porque no nos vamos a quedar calladas ni un segundo más.

Acudo a gritos femeninos comunales (en forma de fiestas, ferias y teatralidades) constantemente, porque me llenan el alma, y me recuerdan que somos un montón, y que hay esperanza, que estamos cambiando al mundo lento pero seguro, pero este grito en específico me conmovió tanto que me uní en dos ocasiones al rito escénico.

“Mujeres panfletarias” es un ciclo de obras organizado por el espacio Machado, el cual convocó a las creadoras interesadas en participar, y de las propuestas presentadas, se eligieron seis obras a desarrollar.

Hablaré de las primeras tres, ya que el ciclo está dividido en dos partes.

“¡A las calles! ¡Habitar la resistencia”, ideado e interpretado por Sofía López Fleming y Leticia Martínez, nos ofrece una propuesta corporal sobre los abusos físicos cometidos en la dictadura argentina, una mezcla de humillación y muerte, pero con una dosis de reivindicación, que, como espectadores, nos libera después de presenciar el esfuerzo físico extenuante de las actrices en escena.

“Tu sexo débil”, dirigida sin tapujos y con elegante ironía por Cora Fairstein, y, carismáticamente interpretada por Marina Kamien, es un reflejo clownesco de la mujer actual multitask, que desea cumplir sus sueños, hacer ejercicio, ser madre, ser plena, y ser todo, y puede hacerlo, pero, aun así, es curiosamente llamada “El sexo débil”. Acertadamente, la puesta tiene, como música de fondo, a Arjona expresando su horripilante opinión acerca de la mujer, con una playlist que, yo diría, pertenece al top five del horror y la misoginia. Por medio de metáforas risibles y vulgares, Arjona nos pide que no abortemos, porque esa bolita de células sin conciencia y sin sentimientos puede llegar a ser un varón, “un posible ingeniero, rockero o escritor”, pero varón al fin, y a esos no se les mata; nos exige que menstruemos tranquilas, porque aunque “de vez en mes la cigüeña se suicida, y ahí estás tú tan deprimida buscándole una explicación”, él entiende que nuestro único sueño en la vida es ser madres, y no tenemos de que preocuparnos, él va a estar ahí para explicarnos todo; y por supuesto, con el passive-agressive que lo caracteriza, invisibiliza nuestras luchas, porque está firmemente convencido de que “nosotros con el machismo, ustedes al feminismo”, y todos felices. Mientras nuestros oídos son asediados por estas barbaridades y más, vemos a la protagonista que, grácilmente, se quita su ropa de “fémina”, y se embute en un típico traje de boxeo, quedándose en tetas impunemente, y realizando una rutina de entrenamiento, fluyendo, casi contenidamente, lo que parece generarle la vida, y la música de fondo. Este montaje le restriega en la cara a Arjona y al mundo, entre risas y jocosidades, que la mujer es todo, menos el sexo débil.

“Mujeres contra el golpe”, es el regalo que nos ofrece el colectivo brasileño Passarinho, en este ciclo. Rebosante de honestidad, e inteligentemente dirigido por Luciana Tomie, con una dramaturgia colectiva, y diez actrices en escena, “Mujeres contra el golpe” nos introduce en un mundo monocromático y oscuro, que en algunos momentos desprende destellos rojizos; dividido en cuadros que entrelazan el reciente y penoso golpe que provocó la destitución de la primera presidenta de Brasil, y el día a día de la violencia machista normalizada, que nos somete y mata poco a poco, indiscreta y violentamente, pero silenciado a lo largo de la historia, tanto por víctimas como por opresores. Regalándonos parte de sus historias personales, junto con videos reales de la humillación y acoso machista que sufrió la presidenta, las passarinhas provocan empatía y esperanza en medio de la destrucción y el dolor; ya nos dimos cuenta de que no somos histéricas, ni locas, ni putas, de que no nos buscamos, ni nos merecemos las violaciones, ni los asesinatos, que no necesitamos que un hombre nos explique, que podemos vestirnos como queramos, y desvestirnos con quien nos plazca; ya nos dimos cuenta, así que agárrense, porque se acabaron las cabezas agachadas.

El espectáculo termina en la calle, con intérpretes y público, bailando y gritando al unísono “¡Fora Temer!”, conmoviendo corazones y encendiendo conciencias, iluminándonos el camino, que ya estábamos siguiendo, pero que a veces se desdibuja, y estos momentos de sororidad y amor, dejan marcados nuestros pasos en la arena, para que ni una más se pierda en la misoginia y el machismo.

En tiempos de desaparición, duelo, gritos silenciados, muerte, dolor inconsolable y aparentemente interminable, es imprescindible sentir a las otras gritando a un lado, muy cerca, porque nos duele lo mismo, y no importa lo que cueste, lo vamos a cambiar.

manya

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