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Reflexiones

Humor y política en el teatro mexicano

por Ricardo Ruiz Lezama 24 abril, 2018

Recuerdo una frase que no he podido olvidar a pesar de los años, he buscado al autor sin encontrarlo hasta la fecha: “una comedia es una tragedia en piel de cordero”. No solo la oposición de valores paradójicos da a esta frase vuelos poéticos que la hacen memorable (tragedia-comedia, peligro-calma, depredador-presa), sino que la premisa que se infiere de esta sentencia es sumamente contundente por la verdad que revela: la risa y el humor son peligrosos. ¿Y cómo no van a serlo si tienen un potencial tanto creativo como destructivo, tanto erótico como tanático? El humor puede crear momentos de profunda intimidad y camaradería, destensar una situación incómoda, reconciliar personas enojadas, pero por otro lado la risa puede hacer que un niño o una niña que sea objeto de burlas se suicide. El poder del humor es capaz de trastocar la realidad, de hecho, lo hace. En este ensayo hablaré sobre las implicaciones que tiene el humor dentro de la vida política como ejercicio del poder, así como explicaré de qué forma en algunas manifestaciones teatrales ha devenido como una herramienta del poder dominante, pese a que en apariencia sus objetivos sean totalmente opuestos. La risa es una cosa seria, no puede tomarse a la ligera.

El humor como ejercicio del poder

La creación del humor es similar a la creación de la metáfora, consiste en la asociación de dos o más elementos que no se corresponden. La risa del público en esta construcción es la que termina de organizar ambos universos, de darles coherencia (D. López, 2008). Es decir que en un chiste que contenga los elementos, por ejemplo, mujer-tonta o pobre- tonto, la risa sería el componente que terminará por dar sentido a ambos universos semánticos.
Lo peligroso del asunto es la forma en que se manifiesta el ejercicio de poder, pues “la risa así, implica un consenso inconsciente con la autoridad de la estructura asociativa y se convierte en una forma de asumir como normal la relación establecida entre ambos dominios. De ahí que el sentido del humor […] se convierta en una sofisticada herramienta del poder simbólico en el sentido concebido por Bordieu” (D. López, 2008, p. 75). Lo que significa que el humor normaliza en estos casos una serie de violencias estructurales y simbólicas dentro de una relación social inequitativa.

Un ejemplo claro de esto son los chistes misóginos, en donde el sistema dominante, en este caso el patriarcado, perpetúa la idea de la inferioridad de la mujer mediante la asociación de universos tales como mujer-ineptitud, mujer-estupidez, etc. Al igual la clase dominante y privilegiada mantiene la idea de la inferioridad de la clase obrera a través de conjuntar pobre-idiota, pobre-perezoso, etc. Y en sí la violencia simbólica más grande del humor es transformar a personas y comunidades enteras en objetos de burla.

Como se dijo con anterioridad lo que hace el humor en estos casos también es generar la idea de que lo que refiere es así, como si debajo no hubiera ideología. Entonces si se cuenta un chiste sobre mujeres se cree que revela una verdad o define objetivamente, en lugar de construir una subjetividad. Este es otro de los peligros del humor en relación con la violencia y el poder, genera subjetividad, con lo cual muchas generaciones que repiten el mismo chiste terminan prolongando ideas despectivas provenientes de una ideología intolerante y discriminatoria.

Foto: @DarioCastroPH

Foto: @DarioCastroPH

Teatro mexicano y humor

Habiendo dejando clara la utilización del humor, consiente o inconscientemente, como una herramienta de dominación, pasaremos a un tópico que me preocupa y es tema fundamental de estas reflexiones: el teatro mexicano. ¿Por qué el teatro y no el cine o la tele que tienen más alcance de público? Porque para muchos creadores y espectadores el teatro se ha vuelto un lugar de resistencia micropolítica donde las formas y discursos deben servir como última esperanza esteticopolítica de la sociedad, debido a la mercantilización del cine y de la televisión. En el teatro mexicano aún quedan unos cuantos, incluyéndome, que creemos que este arte puede ayudar a mejorar la situación política del país. El problema es cuando forma y contenido se contradicen y entonces el teatro termina volviéndose cómplice de aquello contra lo que lucha.

También he decidido hablar sobre el humor porque la tradición cómica de México es fundamental para la vida política del país. Desde tiempos de la carpa, y quizá antes, el humor funcionó como una herramienta revolucionaria. No podemos olvidar que el cómico Palillo casi siempre al final de sus representaciones terminaba encarcelado. El humor es y sigue siendo uno de los medios más contundentes de relación entre creadores, espectadores y política. Espero que estas reflexiones ayuden a reconsiderar el papel del humor dentro del teatro y nos haga preguntarnos por qué la comedia en todas sus variantes se ha vuelto inofensiva para el Estado, incluso, su cómplice.

Foto: @DarioCastroPH

Foto: @DarioCastroPH

Dramaturgia

LEGOM (Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio) es indudablemente uno de los dramaturgos fundamentales de nuestros tiempos, referente indiscutible y creador de un estilo único que ha generado, queriéndolo o no, una escuela de dramaturgia que hasta la fecha nuevas generaciones de escritores pueden y deben considerarse herederas de LEGOM.

El estilo de este dramaturgo singular se caracteriza por el uso de un humor obsceno y descarado que no respeta nada. En ese sentido podríamos catalogar su dramaturgia como amoral, lo cual no es un problema, al contrario, es una virtud ir en contra de una moral establecida que es contraproducente, el problema es que su humor deviene en violencia simbólica que reproduce estereotipos discriminatorios.

En su obra De bestias criaturas y perras hace burla de una mujer a la cual el protagonista violenta toda la pieza, y de su hijo con discapacidad intelectual; en Edy y Rudy se burla de dos amigos pobres, además en un momento propone una “situación cómica” a través de imaginar esclavizar a un grupo de personas con Síndrome de Down; en Demetrius o la caducidad vuelve a burlarse de un pobre, de sus sueños y formas de hablar. La idea que inserta en la subjetividad de quienes se acerquen a estas obras y otras más de este autor es que la violencia de género es divertida así como el clasismo, que las personas de escasos recursos son tontos y por lo tanto merecen ser objeto de burla -la desigualdad social vista como un chiste y la pobreza como una caricatura grotesca -, para LEGOM también merecen ser objeto de burla las personas con alguna discapacidad.

La influencia de este autor puede verse claramente en otros dramaturgos jóvenes que también reproducen estas ideas discriminativas, los cuales están ganando premios nacionales y empiezan a ser reconocidos en el ámbito del teatro de arte. No digo que esté bien o mal reírse de tal o cual cosa, solo señalo las implicaciones políticas que tiene, además de nombrar las cosas como son, no es humor negro es violencia simbólica. Nadie pone en duda el aporte de LEGOM a la dramaturgia mexicana, pero es momento de cuestionarnos, no solo de él, sino de todos los dramaturgos y dramaturgas que nos anteceden, su discurso y pertinencia política más allá de sus contribuciones estéticas. ¿Qué ideología replicaremos o combatiremos?

Foto. @DarioCastroPH

Foto. @DarioCastroPH

Cabaret

El cabaret es uno de los géneros cómicos y políticos por excelencia. Heredero de la tradición de carpa mexicana, la cual servía no solo como divertimento sino como espacio de denuncia social. Sigue siendo uno de los fenómenos más contundentes discursiva y estéticamente hablando, además de que sigue convocando grandes cantidades de espectadores (dentro de la propia lógica del mismo teatro artístico, nunca comparable con los medios masivos, pero sí dentro de su propio universo). El problema del cabaret en relación con el humor no es precisamente el mismo que se ha tratado durante gran parte del texto, los y las artistas de cabaret se caracterizan fundamentalmente por una conciencia política sobre la estética, cuidando los estereotipos discriminativos y el discurso en todos los elementos significativos de la puesta en escena. El problema del humor en el cabaret tiene que analizarse desde una de las perspectivas que propone Freud , que es la de descargar la tensión acumulada (Freud, 1856-1939). El cabaret denuncia las injusticias y al hacerlo provoca risa, una risa liberadora que hace que los espectadores nos vayamos a nuestras casas sonrientes al finalizar la función. El problema del humor en el cabaret es que acaba con la indignación, trivializa de algún modo las problemáticas del país e inserta en la subjetividad de los asistentes que lo que pasa, las múltiples vejaciones y atropellos que se cometen a los derechos humanos día a día, son para reír. Transforma la realidad trágica del país en un chiste.

Foto: @DarioCastroPH

Foto: @DarioCastroPH

Espero que este texto sirva como un aporte al pensamiento crítico sobre el ejercicio de la creación artística teatral a través del humor. Solo es una apertura a la complejidad de la cuestión. Únicamente preguntándonos y buscando respuestas quizá sea posible acceder al ideal de tantos creadores: mejorar el mundo a través del arte, de la risa.

RicardoADP
Bibliografía

D. López, Sergio (2008). “Humor y poder. Una afinidad comunicativa en el contexto social”, en AIBR. Revista de Antropología Iberoamericana. Volumen 3, Número 1. EneroAbril 2008. Pp. 64-94. Madrid: Antropólogos americanos en Red

Freud, Sigmund (1856-1939). «El chiste y su relación con lo inconciente», en Obras completas.  Buenos Aires :   Amorrortu

Reflexiones

Agüard Cison

por Aplaudir de Pie 10 abril, 2018

Como muchos actores y actrices he soñado (practicado) con ganarme un Óscar, es uno de esos sueños que parecen imposibles y probablemente lo sea para una cabaretera como yo. Tal vez por eso nos parecen tan emocionantes los premios que se han creado en nuestro país, por esa ensoñación de caminar por la alfombra roja con un vestido que no te deja respirar y depilada hasta los nudillos. Luego recibir ese premio llorando e impidiendo que pongan la música que te obliga a cortar porque debes agradecer a toda tu lista de personas importantes en un hermoso momento de frenesí. Pienso mucho en los premios que rodean a nuestro amado gremio teatral, sintiéndome un poco contrariada por no saber cómo reaccionar ante ellos. Creo de entrada que nuestro país ha fallado en crear una premiación que tenga ese glamour que añoramos, pero sobretodo que responda a nuestra cultura y necesidad, pues queremos copiar todo lo que nuestro hermano del norte nos vende, logrando casi siempre quedarnos cortxs. Tal vez porque deberíamos dejar de intentar recrear sus propuestas y empezar a crear las nuestras.

Esta realidad se hace un poco más clara en los premios creados para “lxs teatrerxs“, premios que hemos aceptado sin chistar, a pesar de sentir que existen varias fallas,  por la vaga posibilidad de ganarnos uno. Por eso me nace esta reflexión al respecto, porque creo que hay un espacio para mejorar que pueden aprovechar si escuchan las críticas que se han generado estos años (aunque varias de las críticas a algunas de estas premiaciones en el pasado han creado rencor y la frase “Se enojan porque no los nominamos“).

Recientemente se realizó una entrega de premios en el Teatro de la Ciudad. Debo decir que llevan varios años que me preocupan las nominaciones y ganadorxs de la asociación que los organiza, sobretodo porque la agrupación nombra a los montajes nominados como “Lo mejor del Teatro” pero dudo que hayan visto todas las propuestas teatrales de la ciudad, entonces no es ¨Lo mejor del Teatro” sino “Lo mejor que nosotrxs vimos de Teatro” digo por lo menos que yo sepa no vieron un espectáculo mío. Mi otro cuestionamiento siempre ha sido, quiénes son la Agrupación y cómo se les invita a que vean tu show, o ¿lo hacen de incógnito para que la cosa sea más interesante?, digo porque pues debería existir una claridad al respecto en un espectáculo que se presentará en un recinto pagado con los impuestos de los y las creadorxs que no fuimos nominadxs. Y bueno ya llega el chiste de la claridad sobre la pluralidad de las obras que fueron a ver cuándo dentro las nominaciones en varias categorías se repiten creadores (porque en la CDMX hay bien poquitos directores y escenógrafos) o los tres espectáculos nominados a Mejor Espectáculo de Cabaret (porque hay poquita oferta cabaretera en el ex D.F.). Y ahí es cuando pienso que si tu premiación genera más dudas que respuestas se siente medio truculenta la cosa, como cuando ves un restaurante al que nadie va pero sigue abierto y piensas ¨Narcos¨, es decir, puede que en verdad no sea truculenta la cosa pero ¿para qué hacer cosas buenas que parecen malas?

Quiero decir ahora que me parece que los y las creadoras nominadxs son increíbles, no dudo de sus nominaciones o del maravilloso trabajo que hicieron en sus espectáculos, lo que creo es que como creadorxs podemos exigir claridad y transparencia, así como una mayor heterogeneidad en sus nominaciones.

Luego tenemos a  los Premios Metropolitanos de Teatro, debo decir (sin ironía) que cuando los escuché me entró la emoción porque pensé que había una posibilidad de competir en una premiación porque ahora sí iba a saber a quién invitar y realizar mi sueño del vestido que no me deje respirar. Luego cual Condorito me caí para atrás cuando vi que era necesario pagar una entrada para el ingreso así como tener una temporada larguísima como de Televiteatros. Ahí pensé que era evidente que esas peticiones eran el primer filtro para nominar producciones conocidas como “comerciales“, y me decepcioné e hice lo que hace una actora en estos casos: quejarme en camerinos. Pero he de decir que al paso del tiempo hay cosas que me han dado más confianza con respecto a esta premiación. La primera razón que me dio más confianza es que han cambiado sus bases, sobretodo la del precio de entrada y las funciones mínimas,  ya que supongo que se les hizo evidente que no todas las propuestas podían gozar de entrar a su terna si de por sí la taquilla no les da para pagar una nómina a sus creadores, o que las temporadas actuales te lleva a develar placa a las 12 representaciones. También me gustó que mandé un correo para pedir informes, el cual pensé que sería respondido con otro correo pero mis sorpresa fue grande al ver que se me ha dado un seguimiento por teléfono a mi interés por inscribir mis espectáculos, lo que me hace sentirme más tranquila e informada. También me agrada ver que las obras inscritas son promovidas en sus redes, al final va de acuerdo a su planteamiento de hacer unos premios que impulsen al teatro. Pero bueno hasta ver no creer, así que habrá que esperar a su premiación este agosto, que irónicamente será también en el Teatro de la Ciudad, ja.

Pero debo decir que los premios que merecen un premio en sí, son los maravillosos Jimenitos Aguords. Creo fervientemente que son los únicos premios que nos representan como gremio teatral mexicano y no como un intento fallido de Fashion Police producido por E! Latinoamérica. Tienen esa comicidad que necesitamos de una premiación, esa claridad en cuanto a sus nominaciones y a lo subjetivo del asunto, así como el nombre más chipocludo del universo mundial. Puedo decir que los de aquella agrupación o los METRO  podrían aprender mucho de estos últimos, sobretodo a no tomarse en serio, porque creo que cuando una se toma en serio es cuando nos perdemos como creadorxs. Tal vez muchxs no lo admitan pero sienten más ganas de ganar un Jimenito que cualquier otro reconocimiento.

Si alguno o alguna de ustedes bondadosxs lectorxs asiste a la entrega de alguno de estos premios, no dude en escribirme para contarme su veredicto. Y quién sabe, tal vez pronto existan unos premios a los premios, como esa categoría de los Emmy´s que se entregan un premio a ellos mismos por la transmisión de los Emmy´s del año pasado.

Mariano Ruiz  Actora y cabaretera

Mariano Ruiz
Actora y cabaretera

 

Reseñas

El concepto de justicia está en reconstrucción

por Zavel Castro 29 marzo, 2018

Si de por sí es difícil encontrar una obra digna en su tipo, es decir, que cumpla con los requerimientos básicos de lo que debe ser una obra de teatro o un performance, una instalación, un recorrido o una coreografía, es aún más complicado que se constituya como una experiencia estética que trascienda la intención básica inmediata: entretener al público a medida que sirve como expositor de las habilidades de los intérpretes. Pocas hay que van más allá de esto y,  siendo un reto para las que concentran su atención en solo un arte ¡Imagínense lo que pasa con las obras multidisciplinarias! Cuando cumplen simultáneamente con dos o más quehaceres propuestos y además transmiten emotivamente algún discurso, es algo verdaderamente sorprendente y sastisfactorio para el público.

Do Not Disturb. El concepto de justicia está en reconstrucción es, precisamente, una obra de danza-teatro dirigida por Jessica Sandoval que resulta ser todo lo que promete: una experiencia inmersiva basada en las historias de Medea y Antígona”. El trabajo se plantea en dos recorridos simultáneos: aquel que implica el desplazamiento de los espectadores a través de distintos espacios del teatro (dependiendo si el espectador elige seguir a Antígona o a Medea) y otro íntimo que ocurre dentro de cada persona a manera de reflexión e impacto mientras es atravesado por las potentes imágenes coreográficas, la música de Luis Felipe Tapia y la historia de alguna de estas mujeres, cada cual actualización de un mito que en primer momento representa la figura la mujer enamorada y herida, para ser, finalmente arquetipos de rebeldía y de liberación.

La historia de Antígona la reclamadora de justicia para su hermano y Medea, la amante que dio todo por un hombre que la abandonó, se cuenta a partir de los personajes principales de cada mito, los amantes de cada una, los supuestos dueños de su suerte, sus verdugos y sus víctimas. A propósito de las interpretaciones destacan Miguel ángel López y Gabriela Rosero. Quienes nos hacen sentir toda la furia apasionada de la que son capaces sus personajes.

La fusión en sus múltiples muestras dentro de la obra resulta estupendamente lograda: los intérpretes con sus personajes, sus cuerpos con el carácter de los mismos que los lleva a realizar movimientos impulsivos con toda precisión, el movimiento con el mensaje, el espacio con las coreografías, la música como acompañamiento dramático para cada espectador. Do Not Disturb. Es una experiencia emocionante que vale mucho la pena. Al final, el público, con el corazón acelerado, revisará su concepto de justicia y elevará sus parámetros a la hora de buscar un espectáculo que mantenga su interés y que además supere la misión de ser meramente una demostración de las habilidades de los intérpretes. La elección de resignificar dos de los mitos femeninos más poderosos de la tradición griega y aterrizarlos a nuestro tiempo es, sin duda, su mayor acierto.

Zavel

Reflexiones

Teatro Capricho

por Zavel Castro 21 marzo, 2018

Últimamente hemos dedicado nuestras reflexiones a tratar el tema de la responsabilidad en el teatro, reflexionando sobre el deber tanto de quienes lo hacen como de quienes lo programan y lo premian. Ahora, toca el turno de reparar en estas otras importantes cuestiones: la vanidad, el egoísmo y el descaro que tantas veces sustentan las ganas de montar una obra. Muchas más veces de las que nos atreveríamos a aceptar, gran número de las ofertas en la cartelera de teatro responde solamente a un capricho que poco beneficia al público que asiste.

¿Cómo podemos reconocer que un montaje fue creado como respuesta casi impulsiva a un antojo? Cuando es claro que no tiene interés en dialogar con el público, cuando solo es montada para complacer al director y a su cerrado grupo de amigos, con los mismos intereses, referentes y lenguaje que es encima muy distinto –insisto- al público al que va dirigido. Imaginemos, por caso, que hay una obra dirigida por un director de cine, que habla de cine y que fue hecha especialmente para gustarle a los amigos cineastas de dicho director. Sin embargo, es muy probable que la mayoría de estas amistades tendrán cortesías y descuentos y que los “responsables” de pagar la renta del teatro y parte del sueldo de los actores en caso de que el trato con el espacio sea dividirse el recaudo de taquilla, sea el público anónimo que no empatizará con la puesta encima un poco larga, tediosa y con algunos diálogos en inglés, porque claro, la zona del teatro indica que los espectadores poseen un nivel tan avanzado del idioma que pueden conmoverse con lo dicho por uno de los personajes; en suma, una obra snob archi burguesa con actuaciones mediocres de la que el director no sintió la necesidad ya no de traducir por completo sino de tropicalizar para que tuviera sentido de montarse fuera de los Estados Unidos.

El director de cine haciendo teatro (porque encima es menos costoso que cualquiera de sus películas) cree que hablar de “pandillas” y de “racismo” hacia los negros impactará al público clase media alta que imaginariamente vive un barrio Yankee (así lo evidencian sus anglicismos cotidianos) en suelo mexicano (qué oso, dirían ellos). El director que no logra que su obra sea ni siquiera genuinamente entretenida se ufana con orgullo de sus decisiones egoístas. Yo misma lo escuché decirle a un amigo en el estreno a medios que “había hecho lo que se le había antojado, que había metido todo lo que quiso, porque la puesta era suya ¿y quién le iba a poder decir otra cosa? Que le valía verga”. Claro que sí, “le vale verga” que nos aburra su montaje, pero si quiere que el público pague su chistesito.

Imaginemos que en lugar de hablar de su sofisticado gusto cinematográfico un director quiere compartir su amor por las artes visuales, elige a un artista esencial para la historia del arte del siglo XXI, un pintor vanguardista, y se propone a rendirle homenaje en escena sin estudiar a fondo al artista en cuestión. Entonces acepta montar una dramaturgia que describe un personaje sin correspondencia alguna con la personalidad del hombre que pretende homenajear, eligiendo para representarlo a otro artista visual que resulta pésimo actor –¡encima es un monólogo!- conformándose con lazar algunos datos sobre su vida y muerte interpretados a través del crisol de la cursilería del dramaturgo mientras el público desmaya de tedio en sus asientos hasta que puede irse sin siquiera aprender algo sobre el personaje o sobre su arte. Pareciera que la intención de un montaje así es presumir cuánto les gusta la obra del pintor (al director o al dramaturgo) aunque carezcan del talento necesario para transmitir ni su vida ni su obra porque no saben cómo hacerlo, porque no hay una investigación rigurosa de la biografía del pintor que la sustente o un estudio sobre sus piezas, porque saben demasiado poco tanto de él como de su contexto ¿Entonces por qué lo hacen?  ¿Porque estrenan haciendo como que todo salió bien, como si fuera algo digno de ser visto?  Porque quieren y pueden. Esto no es suficiente. Es, más bien, un descaro. Un acto egoísta.

Insisto, vanidad, egoísmo y descaro no pueden justificar una puesta en escena. Ojalá el público que paga sus boletos por los montajes, al momento de detectar esta motivación ruin pudiera salir del teatro y exigir la devolución de sus entradas. Para que esto pase es preciso que ejercite su mirada crítica, para ello ha de servirle la consigna:

Si el público ideal de una puesta no va más allá del círculo cercano del director, entonces es teatro capricho.

Entonces no vale el esfuerzo de ningún programador preocupado por su espacio, como tampoco vale que el público sacrifique su tiempo yendo al teatro. Por ningún motivo merece aplauso alguno, al contrario, el “boca en boca” también debe funcionar para impedir que alguien más vaya. No solo no recomendando sino explicando el por qué no debe verla nadie. Teniendo una cartelera tan grande como la tenemos en México, ninguna puesta es imperdible, menos aquella en manos de un director caprichoso.

Zavel

Reflexiones

Mujeres irreversibles recargadas

por Aplaudir de Pie 25 febrero, 2018

No es un secreto que, el solo hecho de asumirnos como mujeres, o tener características, en menor o mayor medida, femeninas, hace que nuestra vida se vea mermada por cuestiones de violencia de género, y nos sumerge en un remolino de emociones donde, por presión social, miedo a lo externo, y odio propio aprendido, creemos que estamos locas al menos una vez en la vida, y si la violencia es lo suficientemente grave, la enfermedad mental se vuelve inminente e irreversible, a excepción de ciertos individuos, que independientemente de su sexo, vienen de fábrica con una tendencia al desorden mental.

“Mujeres irreversibles recargadas” nos muestra a varias mujeres encerradas en un hospital psiquiátrico, en general con síntomas superficiales de histeria y/o trastorno obsesivo compulsivo, que nos cuentan, mayormente en formato de monólogos, anécdotas o situaciones que vivimos a diario la mayoría de las mujeres, y que normalizamos pero que son dolorosas y/o molestas, como ir a un baño público, tomar un colectivo lleno de gente, estar en un matrimonio que no funciona, recibir piropos en la calle, etc.

La forma de abordar una temática tan delicada es importante para que el montaje no te juegue en contra, y me parece que, en esta ocasión, la crítica que podría haberse planteado, no estuvo presente, y el mensaje terminó siendo el opuesto. Ojalá las situaciones que vivimos las mujeres para terminar encerradas en un psiquiátrico fueran que se acaba el papel cuando vamos al baño de un bar, o que odiamos trabajar en atención al cliente porque siempre llegan otras mujeres a preguntarnos obviedades; pero, al final, eso no fue lo que me pareció preocupante de la obra, aunque tendía a minimizar los problemas y dolores de las protagonistas, haciéndolas pasar por exageradas y “locas”, me causó gracia en algunos momentos y las actrices ponían todo de sí mismas, pero lo que me dolió y entristeció fue el machismo interiorizado en el que se cimentó la obra, nos dice de manera explícita que es mejor tener un marido a que te griten asquerosidades violentas en la calle, y pone a tres hombres travestidos a personificar de manera “graciosa” a mujeres superficiales y nerviosas. No creo que haya sido el objetivo del montaje, pero avala la resignación y la medicación, no hay crítica, salí del teatro con la sensación de que me gritaron en la oreja por hora y media que las mujeres somos así, y que es mejor ayudarnos con medicinita y encierro.

Si bien estoy segura de que ni el montaje, ni ninguno de sus integrantes, tuvo mala intención, la obra tiende a banalizar problemas por los que estamos inmersas en una lucha que tiene una importancia imperante, y estamos intentando con todo nuestro corazón que todas las mujeres y las identidades femeninas entendamos que no estamos locas ni somos histéricas, que hay un sistema que nos orilla a odiarnos a nosotras mismas, que no tenemos la culpa cuando nos violentan, que no es normal, que somos capaces de trabajar para pagarnos nuestras cosas y luchamos por un sueldo justo para no tener que depender de un hombre, que hay que pelear mano a mano y sin soltarnos, para sentirnos seguras y a salvo.

“Mujeres irreversibles recargadas” cuenta con dos músicas, Melina Andrade y Ludmila Buci, que tocan en vivo, y hacen un muy buen trabajo que aporta bastante al montaje. Cuenta con siete actrices y tres actores que dejan todo en el escenario, siendo estos Andrea Boass, Alejandro Chagas, Celeste Di Giovanni, Silvia Dietrich, Marcela Fernández, Nazareno Molina, Sandra Moranchel, Fanny Rodríguez, Miriam Schlotthauer, Juan Manuel Suárez, y la dirección de la autora, Gabyta Fridman, que juega con el género de la farsa de manera interesante.

Manya

Reseñas

Teatro Prozac. Todos los peces de la tierra.

por Zavel Castro 31 enero, 2018

Es cierto: a los críticos nos encantan las categorías. Contrario a lo que se piensa, lejos de limitar al objeto de estudio, la clasificación multiplica su posibilidad de comprensión, especialmente porque no existe ninguna objeción válida que nos impida nombrar todas las categorías que se nos ocurran para entender algún fenómeno. Así pues, puedo permitirme “dividir” las obras de teatro entre las que son depresivas o emocionalmente potentes y dirigen al espectador a profundizar en sí mismos y transitar sensaciones complejas, y aquellas más sencillas, cuya única intención es levantar el ánimo del público, obras del tipo de superación personal, obras antidepresivas, obras de «si se puede», “teatro prozac”.

El teatro antidepresivo sería aquel que mediante su trama contagia a los espectadores de buen ánimo, aconsejándolo de seguir adelante en tanto que le asegura un mañana mejor. A este tipo pertenece “Todos los peces de la Tierra”, obra escrita por Bárbara Perrín y dirigida por Alejandro Ricaño. La narraturgia relata la historia de “Marina” una niña que pierde definitivamente a su madre y posteriormente a su padre. Solo que en el segundo caso se trata de una misteriosa desaparición que obliga a la niña a ir en su búsqueda de ser necesario hasta el fondo del mar.

 Durante su viaje simultáneo hacia el fondo del mar y al interior de sí misma, Marina, interpretada por Gina Martí, es acompañada por su voz interior, conciencia o recuerdo de infancia (podemos interpretarla de distintas maneras), encarnada por Adriana Montes de Oca (con una actuación destacable). Este personaje anima a Marina en las distintas etapas de su trayectoria, recordándole a cada momento la importancia de superar sus problemas y dejar atrás todo aquello que la atormenta y lastima.

La historia familiar de Marina le provoca un vacío difícil de llenar, obstaculizando cualquier logro que se proponga. La niña se volverá mujer una vez que transite tres universos distintos que convocan tres distintos lenguajes y universos semánticos.[1] Mediante la palabra, el espectador es provocado a imaginar un paisaje de flores, un mundo configurado por los movimientos de karate y finalmente el mar y todas sus criaturas maravillosas. Es así como ella ha comprendido el mundo y como puede explicarlo. Desde pequeña su padre le dijo que era una sirena y ella quiso creerle. Y quiso seguirlo hasta el fin del mundo aunque estuvieron demasiado tiempo separados. Lo que ella amaba era la idea de su padre. Amaba su ausencia y presencia. Al final aprende a quererse más a ella misma y a buscar su libertad.

En la obra destaca también el vestuario creado por Mauricio Ascencio, que contiene a su vez el paisaje marino y el vegetal que se invocan en la historia.  “Todos los peces…” es una palmadita en la espalda y un empujoncito para todos aquellos que se sienten perdidos o que han caído y no tienen ganas de levantarse.

Zavel

 

[1] No estoy segura de que esto sea un acierto en tanto que estos tres universos se muestran de manera parcial y no consiguen generar metáfora o sentido por la velocidad en la que pasan. Demasiado deprisa para que podamos disfrutarlos.

Críticas

De príncipes, princesas y otros bichos

por Ricardo Ruiz Lezama 29 enero, 2018

De príncipes, princesas y otros bichos es un unipersonal escrito e interpretado por Paola Izquierdo. Desde hace más de doce años esta puesta en escena ha dado funciones constantes a través de todo el país y este año vuelve a presentarse, ahora en el ciclo Mujeres poderosas en el teatro NH.

¿Qué define el tiempo de vida de una obra? ¿Qué hace que pasen los años y un montaje siga siendo pertinente? En este caso la pertinencia es dada por las temáticas que aborda Izquierdo, las cuales, desafortunadamente, no se desgastan; el tiempo pasa y los problemas que la obra trata siguen tan vigentes como hace doce años.

La obra se divide en dos cuadros, cada uno con su propia fábula, pero unidos por la mitología que eligió la actriz y dramaturga para darle forma a su propuesta: los cuentos infantiles. La primera parte trata sobre una princesa que es experta en sapos y está buscando cómo transformar alguno en príncipe azul. Parodiando algunos momentos icónicos de Alicia en el país de las maravillas la princesa se adentrará en una aventura en donde el fin último de su búsqueda será contraer matrimonio, a la manera de aquellas historias clásicas de Disney, como La Sirenita, Aladino o La Cenicienta, entre muchas más.

En la segunda parte, un niño que semeja al Principito de Antoine de Saint-Exupéry se presenta ante los espectadores dispuesto a contar una historia para ganarse la vida. La caracterización tiene algo inquietante porque a diferencia de la primera princesa que se nos mostró -rica y parte de un universo fantástico-  este pequeño príncipe es la representación de un niño de la calle; su vestuario es solo una evocación desvaída  del personaje de Exupery; este Principito no tiene un planeta para él solo, si no que está solo en un planeta lleno de gente indiferente -en el mejor de los casos-; este Principito está en un universo de indiferencia, marginación y abuso para los menores en situación de calle. Está en México.

De esta forma la segunda parte de la obra reconfigura todo lo que vimos. Y lo que en un primer momento parecía un cuento simpático e inocente sobre una princesa experta en sapos se nos muestra ahora como una crítica a las narrativas que condicionan a las mujeres a pensar que necesitan de un hombre para estar completas, además de aquellas imposiciones sobre los cuerpos de estas que hacen que siempre se encuentren insatisfechas con la imagen que les devuelve el espejo. La princesa era un personaje con trastornos alimenticios, entre otros problemas que se mostraban ante nosotros pero que pasamos de largo como muchas veces no nos damos cuenta de personas cercanas que necesitan ayuda. Esta primera princesa funciona como un espejo que con humor refleja la realidad dolorosa de aquellas mujeres que están mal y no lo saben.

Por el otro lado, la segunda parte es otra especie de espejo que muestra lo que no queremos ver, nuestra indiferencia y al otro. Ese otro que muchas veces transformamos en parte de la ciudad, en una especie de monumentos vivos a la desigualdad social, todo con el simple hecho de no mirarlos. Paola nos echa la realidad en la cara en una intención de denuncia al mejor estilo del Cabaret mexicano, con música y humor, pero un humor informado  que invita a la reflexión.

Paola Izquierdo demuestra su habilidad interpretativa al realizar dos personajes completamente diferentes, los cuales tienen corporalidades, voces, edades y hasta humor diferente; mientras que la primera parte se caracteriza por un humor predominantemente físico y relacionado con el carácter del personaje; la segunda parte posee un humor negro con un ligero dejo de amargura.

Al final de la función que asistí recuerdo oír a un espectador decirles a sus acompañantes: “Siento raro. ¿Por qué nos hace reír con cosas tan feas?” Me aventuro a responder que ese humor que a ratos producía angustia se debe a la responsabilidad que asumió Paola de no banalizar las problemáticas que muestra. Usar el humor de forma contestataria -rasgo distintivo del cabaret- es un tono que nos deja claro, no solo la pertinencia de continuar con De príncipes, princesas y otros bichos, sino también la necesidad de Paola Izquierdo de aspirar a cambiar las cosas desde el arte. Ojalá que conforme siga presentándose este unipersonal, cada vez nos parezca más ajeno lo que muestra, pero para como va el mundo lo dudo mucho.

Ricardo

Reseñas

Mujeres Poderosas en el NH

por Zavel Castro 12 enero, 2018

Nos emociona imaginar que en un futuro cercano o remoto, pero de algún modo posible, siempre y cuando empecemos a construirlo, muchas barreras habrán de caer. En lo que al mundillo del teatro respecta, resulta casi vergonzoso continuar con la tradición de catalogar obras para discriminar unas de otras por tipo o naturaleza –dramáticas o posdramáticas, comerciales o artísticas- o por el público al que van dirigidas –niños, jóvenes, adultos, mujeres, etcétera-; especialmente cuando estas divisiones no hacen más que fomentar prejuicios, fragmentando el quehacer artístico mientras que los creadores se vuelven territoriales, resentidos e intolerantes, luchando unos contra otros sin que esto beneficie más que a sus vanidades.  La terquedad que nos lleva a catalogar una obra de determinada manera porque solo así suponemos comprenderla, nos priva de disfrutar de múltiples variaciones de experiencias estéticas.

Por fortuna, Olivia Ortiz de Pinedo, comparte nuestras miras de largo alcance cuando como programadora sabe reconocer el valor de todo tipo de teatro y fomenta su visibilidad. Lo único que importa es la calidad de los espectáculos y con el caso de “Mujeres poderosas”, ciclo a su cargo, también se preocupó por que el mensaje de las propuestas fuera socialmente relevante. Bajo la consigna de encontrar cinco monólogos que trataran temáticas que llevaran al espectador a una toma de conciencia, Ortiz de Pinedo conjuntó a un grupo de artistas de la más alta calidad. Así pues tendremos oportunidad de ver en escena a Paola Izquierdo con “De príncipes, princesas y otros bichos”,  César Enríquez con “La Prietty Guoman”, Paola Madrigal con “Debotas al Votox”, Abril Mayett con “La Verdura Carnívora” y Adriana Moles con “Divas de corredor”.  Todas las obras garantizan un entretenimiento consciente, todas cuentan con brillantes momentos en tonos cómicos que devienen en “risas éticas” con lo que se demostraría no solo el poder transformador del teatro sino del humor mismo.

La dureza de los temas expuestos en las obras como la violencia, la trata infantil, la discriminación, la presión social que obliga a seguir ciertos parámetros de belleza, atañen a la sociedad en general. En teatro debe ser su gran escaparate y debe a la vez hacerlos más ligeros y dolientes: no importa que nos podamos reír con ellos, también y sobre todo nos tienen que importar. Tenemos que salir de la sala un poco más humanos de como entramos a ella. Dejar en la butaca algún prejuicio. Cosa que seguramente pasará en el Teatro NH de la zona rosa de la Ciudad de México con “Mujeres Poderosas”, un punto de encuentro intencional entre la estética y la ética. Teatro útil.

Zavel

Reflexiones

la demolición de los teatros

por Zavel Castro 11 diciembre, 2017

Numerosas acciones se han llevado a cabo en nombre de la modernidad y del progreso. Las ansias de ir hacia adelante amenazan con destruir todo a su paso, la utopía de un futuro mejor obliga a los supuestos impulsores del bienestar urbano a “comenzar desde cero”, razón por la cual suelen atribuir a la demolición de los edificios un carácter imprescindible e indiscutible.

Quienes pretenden lanzarse al vacío de un porvenir incierto, abrazan la esperanza de que serán ellos los responsables de una reconstrucción del mundo que dejará de ser tal como lo conocemos hasta ahora, para dar lugar a un paraíso donde sus propias ambiciones (que ellos creen compartidas) resultarán satisfechas. Generalmente, sus pretensiones se limitan a beneficios materiales para los cabecillas de los atentados y sus allegados. El enriquecimiento de unos cuantos nunca alcanza a constituirse o expandirse como una transformación social de impacto real, comprobable y de largo aliento. La acumulación de riquezas solo está destinado a unos cuantos, los menos.

La especulación económica que motiva la destrucción de los edificios culturales urbanos, como los son todos los que conforman la arquitectura teatral, se sostiene en el planteamiento de que no hay continuidades sin fracturas y de que cualquier nuevo espacio se construye bajo la ruinas de otro anterior.[1]

Incluso un emblema arquitectónico tan importante como lo es el Palacio de Bellas Artes  (antes llamado Teatro Nacional) en la Ciudad de México fue construido sobre las ruinas de lo que fuera el Antiguo Convento de Santa Isabel. A su vez, la construcción del  Nuevo Teatro Nacional que comenzó en 1904 sustituía al Teatro de Vergara demolido en 1901. Desde aquella época (por lo menos) todo sufrimiento de destrucción o de descuido arquitectónico ha sido justificado por las prioridades de la construcción que defienden el levantamiento de los edificios necesarios sobreponiéndose a aquellos a los que ya nos les encuentran utilidad. Es por esto que, según los responsables de las decisiones sobre las construcciones deben demolerlos. Muchos de estos “edificios inútiles” han sido aquellos dedicados a las artes escénicas ¿Qué dice esto sobre la valoración de los teatros? Por lo menos que valen más para ser un recuerdo que una realidad tangible.

Algunas veces, la demolición del inmueble se produce tras una hecatombe, desgracia humana y material que justifica la necesaria remodelación del espacio. La huella del desastre debe ser sustituida casi de inmediato por algún otro elemento que modifique la percepción sobre la zona del desastre. Los edificios se ligan siempre a la remembranza, de tal suerte que cuando uno transita la ciudad va construyendo memorias sobre la misma. De ahí que sea necesario inspirar recuerdos positivos para que la metrópoli no agrave su carácter agresivo a través de la mirada del habitante.

Siguiendo el pensamiento de los que apoyan los derrumbes de los edificios teatrales podemos entender que según ellos, este tipo de arquitectura no invita a los ciudadanos a un estado de felicidad, por lo cual su conservación carece de importancia. Evidentemente, los responsables de las demoliciones no poseen una educación sensible lo suficientemente desarrollada como para entender el carácter fundamental de los teatros en las ciudades.

A propósito de las catástrofes, puedo asegurar que muchos de los teatros han sido destruidos periódicamente por medio de incendios (por voluntad o accidente); consecuentemente el fuego los modifica y los remodela. A partir de las cenizas renace y se reforma como ave fénix. Esto, cuando se construye un nuevo teatro a partir del precedente. Lo alarmante es la constante de la sustitución, cuando después del incidente los teatros se transforman en otra cosa, acaso porque el recuerdo de lo sucedido es demasiado doloroso, como pudo serlo cuando unos hombres jugaron una mala broma a los espectadores del Teatro Morelos en Cuernavaca (México) y provocaron una estampida que aplastó a once niños y a un hombre. Dicha desgracia se resolvió con la demolición del teatro y la construcción del cine que llevaría el mismo nombre.[2]

En fin, distintos casos ejemplifican que todo teatro forma parte de una serie de destrucciones y continuidades, como lo son los edificios demolidos total o parcialmente, o los que solo fueron remodelados para ser reemplazados por complejos de cines.[3] Siendo esta la transformación más común, como es el caso del  cine Manuel Briseño de la colonia Guerrero de la Ciudad de México, inaugurado en 1907 dedicado al género sicalíptico, amenazado primero de clausura por las atribuciones perniciosas de toda exhibición erótica, luego convertido en teatro y finalmente consumido por un incendio. Caso distinto en lo que a moral se refiere, es el Cine Colonial, que naciera como teatro y que fuera convertido en cine de películas para adultos para satisfacer las demandas sexuales de los habitantes de aquella ciudad.

Algunas de las conversiones de teatro en cine implican la rehabilitación de edificios majestuosos como es el caso del Teatro Alameda de San Luis Potosí[4] actualmente conocido como Cineteca Alameda,  o  el Teatro Junín de Medellín, construido en 1924, bajo la tutela de Agustín Goovaerts y cuya demolición en 1967 dio lugar al Edificio Coltejer, el primer rascacielos de Colombia, o cuando muchos otros devienen en franquicias de comida chatarra o en sedes de la Iglesia Universal del Reino de Dios. Así pues, a excepción –y pongo esto en duda- de la filial religiosa, el teatro (subrayo: supuestamente) estaría pagando una cuota por el progreso de la ciudad.

En esta lógica del reemplazo ¿Cómo podríamos entender a los edificios híbridos como el Teatro Nacional y el Teatro de Variedades de Costa Rica y todos los populares “teatros-salón como el Salón Boliche, el Nuevo, el Colón, el Actualidades, el Alhambra, el Olympia, etcétera, que no renunciaron definitivamente a la presentación de artes escénicas para ceder con sumisión su lugar a los cinematógrafos, sino que contaban ambas opciones para el público? Sin lugar a dudas la coexistencia respondía a un interés de los propietarios o de quienes se hacían cargo del espacio, por atender a las demandas de todo su público, aun cuando en caso de dividirse el espacio, la audiencia de uno u otro (cine o teatro) se viera disminuida. Este era un interés genuino y abarcador.

Respecto al asunto al que hago referencia con la exposición de los teatros-salones  y teatros-cinematógrafos costarricenses, cabe decir que  al final triunfó como tantas veces el capitalismo brutal en el que el convivio armónico de ambas formas de entretenimiento escapa de la norma y de la usanza. Es así que por citar el ejemplo icónico, del Teatro/Cine “Variedades, que después de haber sido adquirido por el Estado se encuentra hoy bajo candado (desde 2016), sin que exista aún un proyecto detallado sobre cómo han pensado utilizar el inmueble. En este caso, estaríamos hablando de un abandono evidente, que condena a la actividad teatral tanto como a la cinematográfica o a cualquier posibilidad de oferta cultural a la inactividad. Que un teatro funcione en un momento y al otro no, es preocupante, tanto como el derrumbe mismo.

Sin lugar a dudas uno de los casos más extraños es el caso del Teatro Porfirio Díaz en Artequiza Guadalajara, que, construido como teatro, ha pasado a ser internado, escuela, casa de cultura y finalmente construcción abandonada. Es un hecho que las autoridades muchas veces por no comprender el arte teatral, no saben qué hacer con un edificio destinado a la exposición del mismo. Asunto a todas vistas lamentable.

Quisiera enfocarme precisamente en los espacios teatrales a los que se les ha destinado un final definitivo, transformando los terrenos en edificios que nada tienen que ver con el teatro y que responden a voluntades de la sociedad de consumo y espectáculo -como la ha llamado Debord, concepto reinterpretado, actualizado y aterrizado a la realidad latinoamericana por Vargas Llosa-, en su acepción más frívola y superficial. O peor todavía, cuando son olvidados sin pasar siquiera por el proceso de demolición, como el entristecedor caso del Teatro Alarcón en San Luis Potosí (México) cuya conservación da cuenta de un abandono fantasmal que también hablaría de manera elocuente sobre la idea y la importancia del teatro en dicho país.

Todo tiene su razón de ser. En tanto que el fomento cultural no forma parte de las principales iniciativas de la mayoría de los gobiernos capitalinos, municipales o Estatales latinoamericanos, visible en los montos que destinan a las instituciones dedicadas a la creación y difusión artísticas en comparación a los fondos que, en cambio otorgan a lo que consideran actividades lucrativas (como lo pueden ser por ejemplo las industrias del deporte, del altruismo o de la moda), numerosos edificios teatrales se ven destinados al olvido o a la demolición.

En efecto, el quehacer artístico de los países en desarrollo o del “tercer mundo” enfrenta graves reducciones del “apoyo” financiero gubernamental; las nuevas realidades presupuestales han sido cuestionadas y reprobadas por distintos gremios que han manifestado su desencanto con plantones frente a las cámaras de gobierno, cartas y movimientos menores, pero no irrelevantes.

Y es que cómo no  desilusionarse con las autoridades cuando demuestran tan poco interés en materia de arte y cultura. Sabiendo que incluso podrían hacer uso de las expresiones artísticas para su beneficio. El teatro –tanto como la pintura y la danza- ha demostrado ser una poderosa herramienta educativa y un vehículo – a la vez que un producto- para la transmisión de la ideología (tal como la comprendía Althusser).[5]

¿A qué viene entonces el desprecio? Basta con leer el informe realizado por la compañía mexicana de teatro cabaret “Las Reinas Chulas” -un trabajo de investigación que trata de resolver la cuestión sobre el por qué la cultura es considerada la ‘caja chica´ en cuestiones presupuestales en la Ciudad de México-, así como haber seguido el caso del desmantelamiento de la farsa del informe que la Secretaría de Cultura Ciudadana de la Alcaldía de Medellín presentó sobre la inversión económica en el teatro (2016),[6]  entre muchos otros casos, para confiar en la demostración de la falta de interés en materia cultural y específicamente teatral por parte de los gobiernos para sumarse al desencanto y a la depresión colectiva.

En contra de la lógica del capitalismo, en la que no hay lugar para romanticismos trasnochados, hacedores y espectadores activos o potenciales de teatro se aferran a la nostalgia y al recuerdo una vez que se ven arrebatados de las construcciones que albergaron su quehacer y su pasión. Sobre el vacío que deja la demolición de un edificio teatral queda una huella, la traza de una cicatriz producto del desagarro que provoca la impotencia frente a quienes no entienden lo mucho que se pierde cuando se pierde un teatro. Lo mucho que dejamos ir al demolerlo.

No me resulta ajena la cuestión de que tanto el derribo como la demolición -términos utilizados con frecuencia incorrectamente de manera indistinta- generalmente constituyen acciones justificadas dentro de todo proyecto de edificación urbano. Idealmente estas acciones propias del hecho constructivo (o mejor dicho, destructivo) responden a las necesidades sociales que determinan la “vida útil” de los edificios y que pugnan por la rehabilitación de los espacios en función de una mejoría de las condiciones de vida para una comunidad determinada.

Autoridades, arquitectos, ingenieros y urbanistas rezan al unísono: “Las construcciones tienen una vida limitada, dejan de cumplir sus funciones, bien debido a exigencias humanas o a avances de la tecnología […] El final de toda construcción es el derribo o la rehabilitación que puede implicar un derribo parcial, en todo caso es necesaria siempre la demolición.”[7] Bajo esta justificación subyace un mensaje sobre las jerarquías de prioridades gubernamentales y colectivas que determinan que el teatro no es más importante que muchos otros negocios o actividades culturales o de entretenimiento. Y es que en materia de esparcimiento y de utilización del tiempo de ocio es preferible (según ellos) ir al cine o a un centro comercial que a una función teatral ¿Quién determina que esto es así? ¿A quién le importa tan poco el teatro que pugna por omisión o por conciencia por la demolición de los edificios y la subsecuente desaparición de la cultura teatral? ¿Es posible revertirlo? ¿Podríamos evitarlo? ¿Con qué argumentos podemos defender y demostrar su valía?

Toda acción es significante. Tanto el hecho de construir e inaugurar teatros como el clausurarlos o destruirlos. La demolición de un edificio teatral se corresponde con la intención clara y unívoca  de deshacer o arruinar la materialidad del teatro, la estabilidad del espacio escénico. Destino del que por cierto tampoco pudieron escapar algunos cines antiguos como fue el caso del enorme “Cine Teatro Alameda” de Guadalajara, Jalisco en México.[8]

Como sabemos, las decisiones respecto a la materia tangible repercuten en la intangible: la desaparición de los espacios escénicos concretos tiene consecuencias insalvables para aquello que se escapa de cualquier sistema de medición  y tasa –especialmente empresarial-.

¿Qué pasará con el teatro si no tiene donde contenerse y manifestarse? ¿Si no existe un sitio para que sus adeptos, entusiastas y seguidores puedan llegar hacia él? ¿Dónde podrán los hacedores presentar sus creaciones?

Las demoliciones y sustituciones a las que hago referencia no responden tanto a las innovaciones tecnológicas –como podría acaso leerse la sustitución de los teatros por los cines- como a móviles económicos. Estamos hablando entonces de una situación en el que el teatro como negocio es escasamente redituable, cuestión de suyo preocupante porque declara a los gritos la inexistencia de una cultura del entretenimiento (teatral) cuyo peso pudiera resistir los golpes pugnando por la necesidad de conservar sus edificios. En la mayoría de las ciudades las autoridades solo dan cabida al ocio productivo con el incesante funcionamiento de sitios de diversión nocturna (antros, bares, cabarets) en los que se puede esperar cierto tipo de “despilfarro”, ante esto, las ganancias reportadas en las taquillas de los teatros nunca serán suficientemente atractivas.

Más allá de hacer un inventario de las acciones que se han llevado en contra de la institución teatral y los edificios que posibilitan su funcionamiento –sobre todo, pero no exclusivamente  aquellas que se han llevado en contra de los espacios independientes-, o de la enumeración de las demoliciones realizadas para dar lugar a franquicias comerciales, complejos de cine o unidades departamentales, este ensayo pretende ser un llamado al diálogo con la intención de reparar en la función social del teatro tanto como a la consciencia patrimonial. La comprensión de ambas acaso evitaría la sustitución de algunos valores culturales por recompensas que responden absolutamente a estímulos empresariales, es decir, monetarias. Aún en los casos que pudieran referirse al teatro comercial cuyos móviles siguen completamente a la lógica del capitalismo, donde todo se vuelve producto, donde todo es mercancía, donde todo se resume a las ganancias económicas. Es innegable que el sistema ha dejado al teatro a la deriva. Es por esto que la historia material del espacio escénico está siendo relegada hacia el olvido ¿Será que en esta época que nos ha tocado vivir, carece de importancia la memoria de los edificios?

Quizá todo tenga que ver con la idea de “ciudad ideal” en la que el teatro no tiene cabida, quizá con el estatus ínfimo atribuido durante tanto tiempo a los lugares funcionales para la representación escénica como lo son los edificios o la salas. Con su demolición y sustitución se coartan las posibilidades expresivas de la sociedad en la que estos atentados tengan lugar, pero la mayoría de las ciudades son dolorosas, agresivas, punto menos que inhabitables e intransitables, incapaces de satisfacer a plenitud cualquier tipo de necesidad que suponga un esfuerzo de planeación consciente. Sus habitantes están definitivamente insatisfechos y poco felices, están acostumbrados a cualquier tipo de pérdida como para que el asunto (o problema) de los espacios teatrales que tampoco es que visiten tan a menudo, sea relevante.

 

Zavel

[1] La idea y explicación de que “La subsistencia de la ciudad depende en gran medida de ese proceso acelerado de renovación, donde el deseo de cambio exige territorio a parcelar, se materializó en una de las secciones que conformaron la exposición colectiva “La Ciudad está allá afuera”, inaugurada el 26 de noviembre de 2016 en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, en la Ciudad de México.

[2] El domingo 10 de junio de 1956, durante la exhibición de un filme, dos hombres gritaron: “¡Se cae el cine!, provocando la desgracia mencionada. Como consecuencia el cine comenzó a ser demolido el 13 de octubre de 1956, como un intento para borrar tan espantoso recuerdo. Curiosos avatares del destino, ahora el cine, tras su remodelación en 2010, forma parte y depende del Instituto de Cultura del Estado de Morelos.

[3] Algunos teatros han sido utilizados como complejos cinematográficos de forma temporal, como es el caso del Teatro Principal de Guanajuato en México que, sin mediar la demolición se construyó como cine en 1788, y por un breve periodo posterior a la Revolución Mexicana funcionó como cine para ser rehabilitado como teatro en 1955. Función que desempeña hasta el día de hoy.

[4] Que ha exhibido películas desde su inauguración el 27 de febrero de 1941, pero que llevó el nombre de “Teatro” por su decoración interior similar a la de los refinados teatros franceses.

[5] La interpretación materialista (siguiendo a Marx) que da en Crítica de la ideología y el Estado, en la que define a la ideología como: “el sistema de ideas, de representaciones que dominan el espíritu de un  hombre o de un grupo social.” Lo cual le permite también, caracterizar al hombre como “un animal ideológico”.

[6]  A propósito, “Las cifras reales de inversión en teatro de la Alcaldía de Medellín”, en:

http://www.elmundo.com/noticia/Las-cifras-reales-de-inversion-en-teatro-de-la-Alcaldia-de-Medellin-/49029 (consultado por última vez el 12 de abril de 2017).

[7] “Derribos y demoliciones” Teorías y técnicas de la investigación en Revista de la edificación No. 14, Junio de 1993, pág. 1 en: http://dadun.unav.edu/bitstream/10171/16532/1/RE_Vol%2014_02.pdf (consultado por última vez el 2 de abril de 2017).

[8] Con más de 60 años de existencia (20 de ellos cerrado), el edificio del cine teatro Alameda era parte de la historia de los tapatíos. Supuestamente, los señalamientos “de todo tipo” evidenciaban la necesidad de recuperar la zona de la ciudad donde se encontraba (entre la calle Álvaro Obregón y la Calzada Independencia), en el corazón de la Guadalajara.  razón que justificó que un grupo de empresarios encabezados por Emilio Chalita y con la aprobación del gobernador Francisco Ramírez Acuña, así como de la autoridad municipal, el edificio fue demolido para dar lugar a una plaza comercial, ahora llamada “Plaza Alameda” en espera de recuperar la vitalidad que la zona había tenido en otros tiempos. La información sobre el proyecto arquitectónico en: “Esta semana cae el  cine, para que se levante Plaza Alameda”, El informador, 30 de enero, 2006, pág. 18

Reflexiones

2017 un gran año para la crítica teatral

por Zavel Castro 9 diciembre, 2017

Durante el año que está por terminar fuimos testigos de un fenómeno que me alegra y enorgullece como pensadora, se trata del renacimiento de la crítica teatral. Un género que parecía olvidado o que gozaba de poca popularidad en México siendo relegado a pequeños y acotados espacios en los medios oficiales, la mayoría de los cuales dan la impresión de no ver con buenos ojos el ejercicio crítico censurando hasta donde es posible a los columnistas o de plano desapareciendo las secciones de opinión por temor a molestar a cualquier figura de poder. La crítica para los medios constituía una amenaza, de ahí que en los últimos tiempos fuera debilitándose hasta estar a punto de desaparecer. Cómo olvidar el despido de Luz Emilia Aguilar Zinser de Excélsior, tras 10 años de poseer un espacio, justificado como una medida de “reestructuración”. Este golpe amenazó el ejercicio de pensamiento y juicio. Algo o alguien parecían querer acallar la voz de quienes tenían mucho que decir.

Sin embargo, el interés por profundizar en el teatro de manera inteligente, resurgió poco tiempo después. No solo Zinser halló nuevos espacios para compartir su quehacer, especialmente con la organización de charlas en torno a las puestas en escena presentadas en el Teatro La Capilla, proyecto que lleva por nombre “El espectador crítico” y que busca entablar un diálogo entre los espectadores y los hacedores teatrales. Este programa comparte el mismo espíritu que el “Aula del Espectador” de teatro UNAM coordinada por Jorge Dubatti, siendo réplica de la Escuela del Espectador del crítico argentino. Ambos espacios dan cuenta de la necesidad de pensar la escena y de la urgencia de fomentar el hábito de la reflexión en espectadores y artistas.

Estos  esfuerzos académicos resonaron en las generaciones posteriores de investigadores que utilizarían las herramientas de las redes sociales para compartir sus opiniones. Así pues, surgieron blogs y páginas independientes especializadas en la crítica teatral. Lejos de cualquier institución y prescindiendo de cualquier tipo de patrocinio, estos medios off se caracterizan por la libertad con la que se expresan. Sin temor a represalias más allá de no contar a todos los teatreros entre sus amigos, los críticos internautas tienen claro que hay una diferencia abismal entre un pensador y un recomendador, por lo que dependen de la observación constante, del estudio y argumentación para respaldar sus comentarios. La crítica off gana día con día nuevos adeptos y tiene mayor peso entre la misma comunidad teatral.

Premios como el Pez de Oro, los Jimenitos Aguords y Cartelera de Teatro representan quizá uno de los mayores logros de la nueva fuerza de opinión de los espectadores frecuentes e informados. La intención fundamental de este tipo de iniciativas es señalar aquello que merece ser visto y reconocer los mejores trabajos de la cartelera. Lo mismo que buscarán los Premios Metropolitanos de Teatro cuya labor inició oficialmente este año.  Con suerte crítica y premiación conseguirán establecer referentes para el público que asiste al teatro en la Ciudad de México, una de las capitales teatrales más importantes en Latinoamérica, así miso, estimularán a la industria con nuevas formas publicitarias ganando más público al que se le ofrecerán mejores montajes cada vez. Además el otorgamiento de premios exigirá la designación de jurados especializados, con lo que la demanda de críticos mejor preparados aumentará.

Además de la organización de coloquios y distintas mesas de opinión (que me parece que todavía les falta democratizarse y llegar a un público más diverso), el último síntoma del resurgimiento de este género periodístico es la convocatoria del Premio Olga Harmony por parte de la Secretaría de Cultura, como forma de homenaje a la meticulosidad y rigor de la escritora, dramaturga y crítica teatral, pero también como una manera de fomentar el periodismo cultural e incentivar a sus adeptos a continuar desarrollándose en la materia.

No puedo estar más contenta con todo lo ocurrido este 2017. Estudiar teatro, ver teatro, leer teatro y hablar sobre teatro se vuelve cada día más importante para formar audiencias, para arrojar luz sobre un arte difícil de explicar, especialmente por su carácter efímero, por la necesidad de entender cualquier expresión artística y para prolongar el placer que nos provoca uno que otro montaje. Sacar al teatro del teatro para llevarlo para siempre en nuestras vidas es una tarea en la que pueden ser muy útiles los críticos. Y qué bueno que sea así. Qué bueno que hayan vuelto o se hayan vuelto populares. Celebro este renacimiento y me avoco a seguir aprendiendo con lecturas, charlas y con todas las obras que me esperan para ser cuestionadas. Abrazo a todos los colegas a quienes admiro y respeto esperando coincidir con alguno pronto en las funciones del año que viene.

Zavel

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