Aplaudir de Pie
  • Críticas
  • Reflexiones
  • Reseñas
  • Quiénes somos
Aplaudir de Pie
  • Críticas
  • Reflexiones
  • Reseñas
  • Quiénes somos
Tag:

teatro

Reflexiones

Algunas recomendaciones para que los teatreros se relacionen con el trabajo de otros teatreros

por Ricardo Ruiz Lezama 21 septiembre, 2018

Cursaba estudios en Argentina y un día un conocido me preguntó si sabía quién era X (llamado/a así para mantener su anonimato. Hay cada nombre y cada nombre artístico que por si las dudas mejor lo aclaro, no vaya a ser que exista alguien llamado o que se haga llamar X, que se dedique al teatro y se sienta aludido.)

Resulta que X le había dado una retroalimentación a mi conocido sobre una dramaturgia de una forma en la que nunca antes nadie lo había hecho en todos sus años de formación en múltiples talleres de creación literaria, utilizando adjetivos peyorativos, y aderezando su participación con frases tipo: “si me cobraran por ver algo así me sentiría ofendido” o “es un insulto hacernos perder el tiempo leyendo estas vacuidades”. Le pregunté a mi conocido por qué suponía que yo podía conocer a tal persona y me respondió que X era mexicano. Como disculpándome le dije que no todos los mexicanos éramos así, pero pasando el tiempo me descubrí reconociendo ante mí mismo que en México y en el teatro son muchas más personas las que tienden a ser de este modo que las que no.

Hablándolo con un conocido me decía que pensaba que esto no era privativo de los mexicanos, sino que se trataba de la esencia del ser humano. Pero yo reniego de cualquier justificación esencialista, como postura política no creo en un ser esencial, sino en construcciones sociopolíticas, y en este caso considero que uno de los factores fundamentales de la violencia contra el trabajo de otros teatreros se debe a la violencia ejercida en la formación de los teatreros mexicanos. Ya en otras ocasiones he hablado de las vejaciones y violencias simbólicas que reciben los estudiantes de teatro en las escuelas por parte de los maestros, pero no sé si había mencionado a los docentes como facilitadores de dinámicas nocivas entre los alumnos. En mi experiencia basta una anécdota para ejemplificarlo, pero seguro quien lea esto si estudió teatro tendrá múltiples ejemplos.

En una materia, al final de la presentación de los ejercicios los compañeros que habíamos visto teníamos que decir nuestras opiniones, esto con el objetivo de ejercitarnos en el ejercicio crítico de nuestra profesión. En una ocasión yo me mostré entusiasta con un resultado y el docente no paró de cuestionarme hasta que hablé mal del ejercicio de los compañeros, felicitándome y agregando la frase: “ya ves como si puedes ver”. Aquí entendí dos cosas, que saber ver el trabajo de mis colegas era encontrarle defectos y que no podía mostrarme emocionado. Esto solo fue el principio hasta que de pronto pareció que cada grupo se convirtió en bandos, como los Montesco y los Capuleto, pero con números, los del uno, los del tres, dependiendo el grupo al que pertenecieran. Y dentro de cada grupo también había bandos de tal forma que la percepción que tengo en mi generación era que todos hablaban mal del trabajo de todos. Ya ni qué decir de la violencia contra otras escuelas, vertida en forma de comentarios despectivos o bromas hirientes.

De este modo y en mi experiencia, nutrida por las pláticas con varios compañeros que tienen la misma percepción es que descubro que estas prácticas nocivas no eran una mera apreciación subjetiva y que tampoco eran exclusivas de mi institución. Con sus excepciones me atrevería a decir que a los teatreros en México se les forma a partir del desprecio por el trabajo de los otros para autoafirmarse. Como todo esto me parece muy triste es que decido hacer esta breve lista de recomendaciones -que yo mismo he puesto en práctica para curarme el veneno y las heridas emocionales generadas en mi formación- para volvernos una comunidad menos competitiva y más colaborativa, menos violenta y más creativa, porque estoy convencido que la verdadera creatividad, y la que merece la pena, solo puede darse en un entorno respetuoso.

1.- El otro no es mi competencia

Como cada persona es única, el artista no es la excepción. Nadie puede ser mejor o peor que uno porque solo yo puedo ser yo.

2.- Emociónate por lo que hace el otro

Recuerdo que me contaron de una docente que mandó a sus alumnos al teatro y en una sesión hablaron sobre la obra que vieron. Todos los estudiantes empezaron a hablar mal de la obra y la docente los vio, entre sorprendida y molesta, y les dijo: “a ustedes no les gusta el teatro, ¿verdad?” Si perdemos nuestra capacidad de emocionarnos, perderemos una de nuestras principales herramientas de creación. Esto no significa que todo nos tenga que gustar, pero ¿realmente nada te gusta? ¿Nada vale la pena más que tu trabajo y el de tus amigos?

3.- Cada obra es distinta

Peter Brook cuenta en uno de sus libros que hay distintos tipos de actores, lo que cantan, los que tienen un gran manejo corporal, los que se transforman, los que crean mundos solo con las palabras; del mismo modo reconoce y aprecia cada experiencia en su propia ley.

4.- No impongas tu visión

No todo el teatro tiene que ser de un modo. Si quieres enriquecer a tus colegas con tus comentarios entiende que cada creador tiene una búsqueda, así que trata de compartir tus opiniones entendiendo esto último.

5.- Nadie busca hacer obras malas

El teatro es incontrolable, pero nadie se propone hacer una obra mala. No seas tan duro con tus colegas, eso déjaselo a la crítica, tú recuerda las veces que has buscado y no has encontrado y no por eso merecías desprecio o burlas. Si quieres ayudar brinda una opinión sincera y respetuosa, aunque también recuerda que muy pocas opiniones no pedidas son bien recibidas.

6.- El otro no está ahí para complacerte

Cada obra tiene un interlocutor ideal y en muchos casos es posible que no coincidas con esa hipótesis de recepción. Que una obra no sea para ti no significa que no valga la pena. Respeta la recepción de quienes sí están siendo interpelados, durante la función y al final de esta.

7.- Aprende a reconocer las diversas poéticas 

¡Viva la diversidad! Viva el teatro posdramático, el teatro clásico, el teatro de living, el teatro realista, fársico, cómico, musical, viva el teatro cabaret, el clown, el performático, el narrado, viva el teatro para sordos, para ciegos, para bebés, niños, adolescentes y mascotas,  vivan los títeres, las máscaras, las sombras, el teatro de papel, el teatro comunitario, penitenciario y el teatro foro… sin excepción vivan todas las expresiones teatrales habidas y por haber. Reconocer el valor en cada posibilidad del teatro enriquecerá tu experiencia y te llevará a sensaciones y reflexiones insospechadas, además de que te hará dejar de ser despectivo porque en el teatro hay muchas más cosas que celebrar que las que hay por despreciar.

Foto: @DaríoCastroPH

Reflexiones

No todos quieren ser felices

por Aplaudir de Pie 20 agosto, 2018

Quiero que en este punto hagamos un ejercicio y que los lectores se pregunten si les gustan las siguientes cosas:
a) Los tacos de tripa
b) Los cursos de coaching
c) El box
d) La tauromaquia
e) Los libros de Murakami
f) Las pasas, los gatos
g) El reguetón
h) El helado de chicle
i) Las películas de Tarantino
j) El pozole

Difícilmente a un solo lector le gustarán todas estas cosas. Por supuesto que Murakami soñaría con estar en todos los libreros y que a la señora que vende tacos le encantaría que a todos nos gustara la tripa, pero eso lamentablemente no es posible. No a todos nos puede gustar todo por mucho que a algunos nos parezca inadmisible que alguien no sea feliz con un buen plato de pozole enfrente. Hay gente a la que no le gusta el pozole y hay gente a la que no le gusta el teatro. Es algo con lo que ustedes, queridos hacedores, tienen que aprender a vivir.  Por mucho que les conste el beneficio que el teatro causa a las almas humanas, el disfrutarlo no es una obligación biológica. Ustedes pueden llevar a rastras a alguien que jure odiar el teatro, sentarlo a la fuerza en la butaca para que vea esa obra que le gusta a todo el mundo, y comprobar que una vez ahí reirá como cualquiera y será feliz como cualquiera. Quizá esa persona deje de jurar tan categóricamente su desprecio, pero de eso a que se vuelva un espectador recurrente hay un mar de distancia. Y ustedes no son Moisés.

Su amigo,

Augusto Blanco

Reflexiones

¿Soy o me parezco? La dramaturga repartida en sus personajes

por Aplaudir de Pie 21 julio, 2018

Hubo personas que vieron Antes y me dijeron que yo era Lisa.

Otras vieron Me sale bien estar triste y dijeron que yo era Elizabeth.

Un par salieron de Piel de mariposa comparándome con Elisa. Una espectadora fue más lejos todavía y me leyó en ese personaje y también en el de Guillermo.

Ninguna de esas personas mintió.

El asunto es que esas tres podrán tener nombres muy iguales, pero entre ellas se parecen bien poco. Estoy segura de que ni siquiera se caerían bien si se conocieran. Que todas tienen frases mías, lo reconozco; que con las tres resolví una serie de razonamientos que tenían trastocada mi realidad, también lo reconozco. Hace poco escuché a un dramaturgo decir que él no ponía su vida en las obras porque eso le parecía una práctica “masturbatoria”. No dudo de su capacidad se hacer ficciones ajenas a su persona, ni pretendo discutir aquí si es o no posible, solamente lo cito porque, cuando lo escuché usar ese término, pensé: “En la madre, entonces me debo tener unos siete orgasmos por cada obra que escribo, muy bien”.

Yo, si no me uso a mí, no escribo. Nunca he tratado de evitarlo, nunca lo he negado. Lo cierto es que cada vez tengo una paleta de colores más grande para maquillarme. Tanto, que me he abierto en canal para darle voz a algunos personajes, y nadie se ha dado cuenta.

A Lisa, la de Antes, la escribí cuando tenía 23 años. Lisa tenía 26, era periodista y tenía un iPad. Yo jamás he tenido un iPad. Algo que nos unía era la roomie encajosa a la que tratamos de resolverle la vida; con la diferencia de que yo terminé cambiándome de casa y Lisa no pudo porque desapareció en alguna carretera de Guerrero. Lisa está desaparecida, yo no.

Con Elizabeth no me cuidé tanto porque iba a hablar de amor y de ese tema no tengo una voz tan particular. Por si las dudas, la hice de treinta años, le pedí que fuera diseñadora gráfica, que creyera en el amor romántico y que tuviera un exnovio con el que duró cuatro años. Yo tenía 25, era dramaturga, creía bien poquito en el amor romántico y no he durado más de dos años con un novio. Le cambié cuatro datos duros para arrancar, y eso provocó que, al vivir la historia de amor equivalente a la que le presté de mi realidad, lo que ella contaba muchas veces fuera lo opuesto a lo que podía contar yo.

Elisa fue bien fácil: yo no tengo piel de mariposa. Ajustar el micrófono a su fragilidad me permitió decir un montón de cosas que yo quería sacar, pero que dichas desde un cuerpo como el mío sonaban exageradas. Yo, la intensa; Elisa, la justa. Y ya que estábamos ahí, pues vamos a subirle más de intensidad y vamos a ponerla a hablar de un dolor que no conozco y no quiero conocer. Si me echo encima un montón de vendas, unos padres muertos, un romance por internet y la incapacidad literal de tocar el mundo sin lastimarme, es imposible que mis palabras sean las mismas a las que pueden escuchar si nos tomamos un helado en Coyoacán.

Si soy un Cocker, no soy yo; si hago la revolución, podré plantar ahí todas mis dudas, pero nunca seré yo, porque yo no soy de las que hacen la revolución; nunca me he llevado bien con mis exnovios, pero jamás me vengaría de uno como en Aquello que parecemos. Y así me puedo seguir.

A los personajes no les cabe una persona entera, es imposible. El personaje más complejo de la literatura es nada junto a la persona con la vida más sencilla. Yo no puedo tratar a mis amigos como si fueran personajes, como si pudiera adivinar cómo van a reaccionar. Un personaje está hecho para funcionar en un entorno específico y demostrar cierta serie de cosas con sus acciones: una persona no tiene que demostrar nada, no está obligada a funcionar. Pones pedazos de la vida real en las historias pero, por cuestiones de extensión, la vida siempre será menos pragmática que una historia. En una pelea, una persona normal difícilmente va a sacar, una tras otra, las frases lapidarias para llevar a su interlocutor del punto A al punto B. La vida tiene más interferencia.

Que puede haber momentos “teatrales” en la vida, es cierto. Yo he tratado de trasladar un par de esos momentos a las obras y he descubierto que siempre hay que pasarlos por un filtro porque la vida, tal y como es, resulta mucho menos dramática de lo que creo. Hay que quitar información, agregar datos falsos, ser más cruel, acaso más tonta.

Cuando me hago personaje, me maquillo a través de los datos duros: suelo usar una edad mayor a la real para perder referentes y generalmente empiezo por modificar cuatro o cinco cosas: de ahí, el personaje se apropia solito y empieza a seleccionar lo que le sirve y lo que no le sirve. Puede agarrar cosas que yo odio y amarlas. Y en cualquier momento puede dejar de utilizarme a mí, por supuesto. Porque él sabe muy bien para dónde va, no es como yo, que tengo una personalidad con un arsenal inmenso para cada ocasión. Y de tanto maquillaje, se forma la máscara y entonces yo me puedo quitar de abajo. Así, como por arte de magia, ya estamos la máscara, por un lado, y yo por el otro. Como siameses separados.

Yo no soy Lisa, no soy Elizabeth, tampoco soy Elisa. Para conocerlas a ellas basta una hora, para conocerme a mí hace falta un poco más. Por eso juego, casi de manera masoquista, a ponerme a mí en las obras, porque confío en que no quepo. Ni yo y tampoco ninguna de las personas en las que me inspiro. Si de persona a persona ya es bastante difícil conocerlas, ya parece que voy a ser capaz de volverlas un personaje exacto. Les tomo un par de cosas para que se distinga el homenaje, pero hasta ahí. Estamos a salvo. Porque, además, nosotros tenemos toda una vida para irnos por donde sea y hacer las cosas diferentes: los personajes están condenados a repetirse.

 

Jimena Eme Uve / @jimenaemeuve 

Dramaturga

Reflexiones

La inevitable extinción del teatro

por Aplaudir de Pie 27 junio, 2018

Los dinosaurios también se creyeron invencibles. Yo, por principio y casi por deber, me resisto a creer que una cosa como el teatro puede desaparecer. Pero luego pienso en los dinosaurios. Tan grandotes ellos, tan dueños de todo, y un día llega el meteorito, les llena el cielo de polvo y los mata. La historia del planeta documenta cinco extinciones masivas desde que existe la vida. Extinguirse es una cosa de lo más normal.

¿Qué le va a pasar al teatro? Hay que reconocer que es correoso, que todos pensaron que el cine lo mataría, y no lo mató; que la tele lo mataría, y no lo mató; que el internet, que los toques de queda, que la falta de presupuesto… El teatro nomás no se muere y motivos no le faltan. A mí un historiador me preguntó en mis tiernos años de estudiante que por qué estaba en esa carrera si el teatro estaba muerto.

Llevo cuatro años haciendo zombis.

Ya se vio que, si la televisión y todos esos depredadores no consiguieron aniquilarlo, la del teatro no será una extinción repentina. Más bien le pasa lo que a los pandas. Y ahí es donde entramos quienes seguimos dedicándole nuestra vida a esto: nosotros pusimos en cautiverio a los teatro-pandas que quedaban, les planamos el bambú enfrente y los invitamos a que se reprodujeran. Nos resulta muy importante rescatar a la especie, aunque sea la más inútil del mundo, como los pandas.

El teatro se extingue por varios frentes, de a poco: desde el estudiante que sale, no encuentra nada y se dedica a otra cosa, hasta el espectador que tiene una mala experiencia y no regresa nunca. Y sí, a veces da la sensación de que nos estamos quedando muy poquitos, que nos contamos como quienes cuentan vaquitas marinas y que el más ligero cambio en el ecosistema (y aquí pienso en la cuenta regresiva del Foro Shakespeare) puede hacer que nos reduzcamos a la mitad. Qué miedo.

Pero aligeremos el asunto. Porque si pensamos desde nuestros ojos de humanos que hacen teatro o consumen teatro, el vértigo de la extinción nos pega fuerte, pero podemos pensarlo desde otro lugar: el del Teatro. Creo que si yo fuera el Teatro estaría mucho menos angustiada. Él está perfectamente acostumbrado a morirse. Se muere todo el tiempo, cada vez que la gente aplaude, cada vez que la actriz está arreglando el coche en lugar de repasar su texto. A él seguramente no le pesa tanto.

El Teatro está muy tranquilo porque sabe que, por mucho que le caiga un meteorito, como a los dinosaurios, 65 millones de años después vagará por el mundo una gallina que nos demostrará que hay cosas que nunca se extinguen del todo.

 

Jimena Eme Vázquez

Críticas

Sin Yolanda que aquí no pasó Nancy. La Prietty Guoman.

por Zavel Castro 18 junio, 2018

 

La verdad es que tenía muchas ganas de conocer a “la Prietty”, el personaje creado por César Enríquez como resultado de su exploración sobre la realidad “trans”. La curiosidad se debía a los buenos comentarios que circularon por doquier y que hicieron a esta obra merecedora de clausurar la Muestra Nacional de Teatro y sobre todo del cariño de la comunidad a la que va dedicada y del resto del público que no deja de asistir a sus funciones en cualquier lugar en el que se presente. Naturalmente, que esta obra se presente en la Zona Rosa, corazón de la comunidad LGBTTTIQ (etcétera), en el teatro NH como parte del ciclo de monólogos “Mujeres Poderosas” organizado por Olivia Ortiz de Pinedo, hizo todavía más tentador mi asistencia al espectáculo.

¿Qué era lo que lo hacía tan especial? ¿Por qué causa tanto revuelo? Al verla entendí que acaso su mayor acierto sea el tratamiento del tema de una manera tan seria, honesta y comprometida y al mismo tiempo divertida. Contraria a la solemnidad con la que el mismo tema ha sido tratado algunas veces, solemnidad que deviene en densidad y que requiere del espectador un esfuerzo intelectual y de concentración que amenaza con dificultar su comodidad y goce inmediato.[1]

La Prietty no solo divierte y entretiene, sino que refleja, especialmente mediante su estética kitsch que coherente con el estilo raya en lo vulgar (escenografía, iluminación, vestuario); retratando así la realidad de la “vida nocturna” de muchas trans. La condición, o mejor dicho decisión vital de estas personas, las relega dentro del mercado laboral, limitándolas a prostituirse o a servir de algún modo en clubes, antros o la calle.

Consciente también de la situación económica de muchas trans, cuya transición total al género femenino exigiría una operación de cambio de sexo que imposible de costear, “La Prietty” muestra una figura hiper femenina que exagera sus rasgos corporales de forma rudimentaria, bruta, como sus medios se lo permiten y su entorno posibilita. La Prietty es una gran representante de la mayoría de las trans mexicanas. Por eso pueden reconocerse en ella y empatizar con el personaje. Porque saben que absolutamente contraria a una caricaturización de ellas lo que César Enriquez intentó con esta obra es comprenderlas, solidarizarse y darle voz a esa minoría fundamental en el panorama identitario de Latinoamérica.

Por solidaridad también es que Enríquez aprovecha su monólogo para denunciar la injusticia en la que viven diariamente y la violencia que muchas veces termina con sus vidas. Hay una escena de la obra que roba el aliento y abre los ojos del público. La escena que rompe con el tono cómico y nos invita reflexionar sobre la discriminación que permite que ciertos abusadores sientan que tienen el derecho de terminar con la vida de una persona a causa de sus preferencias sexuales. Lágrimas y risas. De una emoción a otra. Todo lo que nos hizo sentir la Prietty como una auténtica mujer (muy) poderosa.

Zavel

 

 

[1] Se me ocurre por ejemplo otro de los montajes seleccionados para la Muestra Nacional de Teatro, que sin embargo yo vi como parte del ciclo “Beso. Teatro diverso” en la Teatrería, es Trans. Pieza documental sobre la identidad de género de la compañía de teatro Translímite-Alternativa Escénica, escrita por Bruno Ruiz y dirigida por Luis Rodríguez. Pienso que la “densidad” de la pieza podría  estar relacionada con la concepción del autor sobre el teatro documental y la tradición del género en México, pero esta es materia de otra reflexión.

 

Reflexiones

Usted no tiene por qué padecer. Respuesta a un espectador.

por Zavel Castro 15 junio, 2018

Estimado Augusto:

Te agradezco mucho el envío de tu carta. Tus palabras hicieron eco en muchos de nuestros lectores (¡sobre todo te han leído mucho en México y en Chile!), yo misma te he leído con detenimiento y necesito confesarte que si bien estoy de acuerdo con tu postura, desconfío que seas realmente un “espectador común” o un “tía francisca” como tú has llamado a aquellos que tienen poco conocimiento teórico y técnico del teatro pero que aún así lo disfrutan como aficionados.  Tus referencias a Brook y a Stanislavski, tanto como a “tus pobres conocimientos sobre isóptica” me hacen sospechar que quizás seas uno de esos creadores frustrados, un amante no correspondido del teatro. No te lo tomes a mal, pero en este mundillo del teatro hay mucha gente que intentó ser hacedor pero su falta de talento lo obligó a quedarse (resentido) en su butaca. Incluso, hay algunos que soñaban con ser directores o actores y se “conformaron” con la crítica y la recomendación forzando su relación con el teatro, regresando al escenario cada vez que se presenta la oportunidad con resultados cada vez más lamentables.

Quisiera tener un perfil más claro sobre ti. Es importante para situar tu “lugar de enunciación”, ese sitio desde el cual estás realizando tus declaraciones. Lo digo sobre todo, porque algunos de nuestros lectores piensan que justamente que te adjudicas conocimientos que realmente no posees. Al respecto mi comparación favorita fue la de alguien que dijo (sin ánimo de polemizar) que “un viajero que viaja mucho sabe de aviones sin duda, pero no por eso podía pilotear” Me gustaría defenderte sabiendo que te sitúas en el lugar de espectador y que no pretendes decir cómo hacer teatro. Me parece que simplemente estás compartiendo tus experiencias como espectador y que esta posición no te subordina respecto a la creación.

De ser cierto que tu elección ha sido “permanecer en las sombras” como espectador, déjame felicitarte. Son muy pocos los que tomarían esta posición con tanta seriedad y orgullo. Aplaudo tu consciencia sobre el ejercicio de la mirada y el pensamiento crítico que suponen la expectación constante de teatro y que resulta en su refinamiento. Habría que emprender una historia de los espectadores para comprender cómo han contribuido a la evolución del arte teatral.

Es importante que te hayas pronunciado de alguna manera. Que hayas salido del anonimato para decir unas cuantas cosas en representación (incosnciente) de muchos de los que pagan un boleto para ser entretenidos. Me parecen un poco mentirosos los hacedores que se dicen “preocupados por su audiencia”. A lo sumo lo que puede preocuparles es que su obra guste (o confunda) tanto como para poner a funcionar la recomendación de boca en boca. Dígamoslo de una vez: los teatreros quieren ver sus salas llenas. Nadie vive de premios irrelevantes o del reconocimiento del gremio. Quieren gente en sus funciones pero descuidan al espectador. Pocas veces hacen algo pensando verdaderamente en un público específico, no estudian a la gente que mira, no prueban sus espectáculos con el público antes de estrenarlos (son tan raros los Work in progress), no reparan en las reacciones de los espectadores y encima, cuando fracasan tienden a culpar al espectador de “no haber sabido ver».

Me parece un insulto responsabilizar al espectador de su apreciación. Se le hace creer que no es tan culto, intelectual o sensible, que no está al nivel de apreciación adecuado para sus montajes “superiores” y “vanguardistas” cuando ciertamente la culpa está en la mediocridad y pretensión de los montajes.  Pocos creadores de teatro tienen conciencia de que están ofreciendo un servicio. Menos aún son aquellos comprometidos con el entretenimiento. Antes de entretener prefieren aleccionar al espectador en temas históricos, políticos o teatrales. Pareciera que para los teatreros una obra es mejor entre más insoportable sea, entre más europea, más indescifrable, con discursos cada vez más “elevados”, entre menos apele al contexto del espectador mejor, porque es un contexto despreciable, porque se consideran menores e irrelevantes sus intereses y necesidades. En ánimo de conquistadores los creadores suponen que hay que  “evangelizar a los indios”, acercarlos a la palabra divina del teatro.No digo que todo teatro didáctico o posdramático esté mal, pero estoy segura que tu entiendes cuando digo que hay un vacío enorme que separa a los espectadores de su teatro.  Nadie piensa en ellos. Nadie quiere entretenerlos. Especialmente los “artistas”.

No hay razones suficientes que justifiquen obligar al espectador a padecer. El espectador de buena fe ha pagado su boleto para pasar un buen rato (para ir a veces por primera vez y quizá por última) en el teatro. Con toda la gama de posibilidades que implica lo que puede significar “un buen rato”. En ningún caso el teatro tendría por qué aburrirlo. No tendría nunca que estar en un asiento incómodo y de ningún modo tendría por qué desconocer la duración de una obra de teatro. Esto tendría que decirse muchas veces especialmente cuando una obra raya las dos horas de duración o las supera. Tendría que decirse en la publicidad y al inicio de función. Tendría que aparecer siempre impresa en los programas de mano. Nadie piensa en el transporte del espectador ni en la inseguridad de las ciudades: el espectador tiene que regresar a tiempo y a salvo. Por cierto que los programas de mano tampoco deberían mentir tan descaradamente como lo hacen. No deberían prometer una cosa distinta o superior a lo que el espectáculo ofrece. Esto contribuye  culpabilizar al espectador, a hacerle sentir que no ha sabido ver lo que el programa dijo que vería (“grandes actuaciones”, “magnífica dirección” “una obra entrañable”).

Sobre todo estoy de acuerdo contigo y te agradezco haber levantado la voz respecto a que a los espectadores lo único que les importa es el producto final, esto es el resultado. No las horas de ensayo, no los accidentes de función. No hay falla técnica ni disculpa que valga. Muchas veces los creadores se justifican con un “es que no te tocó una buena función”  y te piden que regreses a probar suerte. No, no y mil veces no. Insisto: el espectador no tiene por qué padecer. De hecho, debería quejarse más a menudo. Debería sentirse con la libertad de decir que lo que ha visto es una porquería sin sentirse juzgado, sin ser ninguneado, sin que su opinión se minimice por no saber lo que es hacer teatro. Debería habilitarse que si a un espectador no le gusta la función pueda salirse a la mitad desde cualquier lugar de la sala y pedir en taquilla que se le devuelva el costo o un porcentaje de su boleto ¡Los que hacen teatro tienen que saber que algo no gusta y hacer algo al respecto! El espectador debería reaccionar honestamente a lo que pasa en el escenario, dejando esa solemnidad hipócrita que le impone silencio y oscuridad. Sobre todo no debería intentar complacer a los espectadores con su reacción, sonriendo cuando voltean a verlo. O riéndose por compromiso.

Todo espectador debería, como usted, dedicar un tiempo a la reflexión y al diálogo. Observar y manifestarse. Hacerse presente. Reclamar atención. Todas las tías Franciscas deberían tener derechos como espectadores

 

Por favor dime qué piensas de este desahogo.

En espera de tener noticias tuyas

Z.

Críticas

Una investigación pornográfica [El potencial escénico en Despentes]

por Zavel Castro 30 mayo, 2018

Algo debe tener la literatura de Virginie Despentes que hace que su traducción escénica resulte en montajes igual de explosivos que sus letras. Y es que la potencia del discurso feminista de esta autora ha sido la inspiración de dos montajes provocativos y provocadores. “Vivan las feas” de Mariela Asensio en la Argentina de la que ya hemos hablado[1] y “Una investigación pornográfica” de la compañía española “Líate” que se presenta en el Foro Shakespeare de la Ciudad de México. Si bien todo teatro discursivo se ve amenazado por la posibilidad de convertirse en un panfleto sostenido en la narración (como si se tratara simplemente de la lectura dramatizada de un manifiesto), la directora Alba Alonso, quien también se encarga de representar los distintos personajes atravesados por las múltiples ideas que componen versiones distintas de la femineidad, consigue poner en cuerpo la “Teoría King Kong” a través de una sucesión de escenas ágiles que respetan en todo momento el tono cabaretero que nos recuerda a la seducción pop-grunge de la movida española de los años 80.

Un teatro agresivo, sexy pero no coqueto, sensual, más erótico que vulgar y sobre todo atrevido. La propuesta estética confronta al espectador al mostrarnos a una actriz bellísima renegando de la victimización de las mujeres, de la supuesta debilidad del género. En una sociedad machista como lo sigue siendo la nuestra, Alonso habla de lo que no debe hablarse, se burla de la sumisión como la herramienta esencial para sostener la “superioridad” del hombre. Ella a través de los fragmentos reproducidos íntegramente de Despentes, cuestiona de fondo al sistema patriarcal mientras que en la forma sigue siendo una bomba sexual. Una mujer bonita no puede ser enemiga del hombre, debe ser su objeto de deseo. Sin embargo, en “Una investigación Pornográfica” esto es posible. La protagonista constituye una amenaza para los estereotipos de sumisión que mucho gustan a tantos hombres.

Foto: @DarioCastroPH

Foto: @DarioCastroPH

Como las actrices pornográficas excita a los hombres al mismo tiempo que los asustan y es que en el mundo del porno una mujer debe ser tan deseable como deseante, pero la excesiva manifestación de sus deseos la coloca por siempre en un lugar de irrespeto y utilización. Una actriz porno, una mujer dueña de su sexualidad, que en lugar de esconderla la disfruta es un peligro. Se antoja utilizarla pero no poseerla. Divertirse con ella sí. Conquistarla no. Los personajes interpretados por Alonso, son distintas etapas de la vida de Despentes, estaciones vitales que tanto en el libro como en la obra, son aprovechados para cuestionar el universo que supuso la pornificación, esto es –según Neif Yeyha-[2] la relativa <<normalización>> de las imágenes pornográficas y su absorción por la cultura de las masas ¿Cómo funciona el porno en una sociedad altamente hipócrita que se avergüenza de sus cuerpos y niega sus impulsos sexuales? ¿Cuáles son los estereotipos femeninos que devienen de este proceso?

Foto: @DarioCastroPH

Foto: @DarioCastroPH

El sentido del humor del montaje  termina por producir un auténtico convivio en el que los espectadores participan directamente. La comicidad de la propuesta de la compañía Líate, responde también a la acertada combinación de las ideas de Despentes con las del escritor satírico e irremediablemente erótico Pierre Louys. Para la dramaturgia se retoma el Manual de Urbanidad para Jovencitas publicado en 1917. La inclusión de este texto, enfatiza el carácter absurdo de las ideas sobre el pudor, discreción y sutileza con la que una mujer debe conducirse a lo largo de su vida. Lo que se necesita ahora es una mujer sin vergüenza, que no esté dispuesta a degradarse con tal de satisfacer a nadie. Una mujer que acepte prostituirse sin considerarse puta en la acepción más despectiva. Una mujer dueña de sí misma incluyendo su bajo vientre. Una mujer que no tema ni la monogamia ni el sexo multitudinario. Una mujer que disfrute con franqueza el sexo en solitario. Hace falta también un hombre que pueda soportarlo.

“Una investigación pornográfica” es una demostración de la apropiación de un discurso y encarnación del mismo, el texto ha dado lugar a su materialización. Ha quedado claro que mucho es debido al detonante: la escritura de Despentes ¿Qué tienen sus textos que el teatro puede hacer uso de ellos con tan buenos resultados?

Zavel-ADP

[1] “Vivan las feas. Un divertido e inquietante manifiesto performático.” En: http://aplaudirdepie.com/vivan-las-feas-un-divertido-e-inquietante-manifiesto-performatico/

[2] Yehya Naief. Pornografía. Obsesión Sexual y tecnología. México, Tusquets Editores: 2012. 342 pp.

 

Reflexiones

La sagrada eucaristía teatral

por Aplaudir de Pie 23 mayo, 2018

I wasn’t aware of any other option

but to question everything

-Noam Chomsky

 

Cuando tenía quince años, en un intento desesperado por seguir ocultando mi homosexualidad, me uní a un grupo de jóvenes misioneros católicos que se reunían los martes y jueves en la catedral de Veracruz. Por supuesto la novatada a este peculiar club incluyó un retiro espiritual con el propósito de encontrarme a mí mismo, y si de paso me encontraba menos gay, mejor. Pertenecí a ese grupo por casi cuatro años, y para las últimas fechas acudía a la catedral de miércoles a lunes; así de grande era mi necesidad de negar quien era. Obviamente en aquel retiro no me encontré a mi mismo; y al final la razón por la que dejé de ir fue porque empecé a tomar un taller de Teatro, el primero que tomé en la vida, ese taller implicaba que los domingos me tenía que ausentar de la misa “juvenil” (la de las once de la mañana) pero seguiría asistiendo a la misa de seis y media. A la coordinadora del grupo no le pareció mi “falta de compromiso”, por lo que me dio un ultimátum: o vienes a la misa de once o no vienes a nada -me dijo- y así de un día para otro la iglesia católica perdió a uno de sus más fervientes (y maricones) agremiados; uno de tantos.

Y aunque no me encontré a mi mismo en aquel retiro, ni en muchos después -en los que además yo formé parte del equipo que coordinaba- sí se me incrustaron muchas lecciones católicas con las que ahora lucho cada día. Y he de admitir que instintivamente me resulta muy sencillo adaptarme a estructuras de ese tipo, asunto que trabajo en el cotidiano y que quiero modificar día a día.

Mi paso por la iglesia católica no fue en balde, aquellos años generaron en mi cierto olfato para detectar espacios de control, de dogma, cada que me encuentro en lugares donde la jerarquización es lo más importante, donde la estructura se divide de manera vertical, donde quien coordina es el amo y señor de la verdad por lo que quién está debajo sólo debe obedecer, acatar, a sabiendas de que quien decide es una persona preparada, capaz e inteligente, tan inteligente que yo no necesito tener mi propio criterio y opinión, ¿para qué? ya lo dijo el señor obispo y si él lo dice, así debe de ser.

Sin cuestionamientos. No sólo soy bueno detectándolos, que no es cosa difícil, si no que aquellos años lograron que cuando me encuentro en esos espacios, me sobreviene una sensación muy peculiar que me provoca ganas de salir corriendo al cabaret más cercano, ponerme tacones y bailar al ritmo del can can.

Entré al teatro por la puerta chica: haciendo pastorelas. El paso natural para alguien con tanta formación católica como yo, y me encontré con un maestro y director, que a ratos era una persona amorosa y a ratos se dedicaba a destruir la confianza y poca autoestima de sus alumnos, alguien con quién no se podía dialogar, él era el sacerdote de aquella capilla teatral, el interpretaba los designios de Dios y sólo él podía acercarnos a la verdad. El cambio fue -ahora lo sé- natural, y hasta un poco obvio, venía de haber vivido en un espacio en donde la obediencia es una de las cualidades mejor valoradas. “Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8)

Entendí perfectamente la figura del señor Director, y como mi papel -aunque pequeño- era esencial en el desarrollo de la sagrada eucaristía teatral. Había pasado, sin proponérmelo de una estructura a la otra, cumpliendo papeles bastante similares, y sometiéndome a los designios de un Dios, por otro, de un obispo por otro, de un sacerdote por otro. No juzgo esta parte, después de todo como dice la maestra Nora Huerta: “todxs buscamos ser parte del rito, porque el rito nos identifica, nos ayuda a crear colectividad”. En mi juventud e inexperiencia soporté infinidad de desplantes de aquel sacerdote teatral, quien en su minúscula capilla, daba las homilías más violentas que mi persona había escuchado, yo era responsable de que las misas teatrales funcionaran a la perfección, sin paga, dicho sea de paso. Era su acólito.

Me encontré entonces con un texto de Mario Cantú, “El hombre sin adjetivos” y me pareció el texto más subversivo que yo había leído a mis dieciocho años. Pero yo, siendo la pedera que siempre he sido, sabía que el señor sacerdote teatral no iba a montar semejante texto, lleno de improperios y blasfemias, con tres personajes que parecían salidos de un sitcom gringa, “no, no, no, no, ¡sobre mi cadáver!, montemos mejor las mejores obras cortas de Carballido” seguramente me diría y yo no estaba dispuesto a dejar pasar aquella joya, convencí a mi mejor amiga -y a su novio- de hacer nuestra propia compañía, una dónde no le tendríamos que pedir opinión al señor sacerdote, ni darle explicaciones a nadie. Tuvimos una temporada medianamente exitosa, un par o dos de señoras copetonas se salieron a la mitad de la función, y yo portaba esos desplantes como medallas al mérito; actuaba un texto que me encantaba, con mis amigos y sin tener que explicarle nada a nadie. Comencé a pensar que aquello era lo más parecido, que yo conociese, a la vida profesional de un actor.

Pero como con nada estoy a gusto -dijera mi santa madre- decidí que era momento de irme a la gran ciudá a probar suerte, había escuchado hablar muy mal de la facultad de Xalapa por uno de sus docentes y para ese entonces yo ya estaba muy decepcionado del nivel educativo de la Universidad Veracruzana en general. Al llegar a la Ciudad de México me encontré de frente con el CUT, la ENAT y Filos, escuelas de las que jamás había escuchado hablar en mi provinciana vida, vi todo el teatro que pude, vi teatro que me parecía fantástico, el nivel era otro, esta era gente que se dedicaba al teatro y de eso vivía. Pero no sabía que estaba a punto de conocer a los más grandes sacerdotes teatrales, a obispos, cardenales y por supuesto al arzobispo primado de méxico de la teatralidad, alguien que dirigía la cúpula más importante de los designios del Dios del teatro.

Llegué a vivir con dos amigas que estudiaban en la Casa del Teatro, y empecé a adentrarme en el movimiento teatral de la ciudad, poco a poco conocí a los dramaturgos, directores, escenógrafos y teatristas en general que integraban esta institución, y entre más entendía la realidad del teatro mexicano más reconocía mi olfato la presencia estructural hegemónica, similar a la de la iglesia a la que dediqué tanto tiempo. Reconocía la similitud en personajes y discursos; donde las jerarquías predominaban: los sagrados textos dramatúrgicos, la sagradas tablas-escenario/altar, la función/evangelización debe continuar a toda costa, la omnipresencia del director, todo para que la verdad predomine. “El que tenga oídos, que oiga” (Mateo 13:9).

También veía como las escuelas de teatro forman predicadores del teatro y como nos compramos la idea de que el teatro iba a cambiar al mundo, en el mejor de los casos iba a salvar a la audiencia del oscurantismo, de la ignominia, brindaría (al público) la luz, los salvaría de no haber visto nunca teatro, de no haber experimentado por lo menos una vez en su vida ese maravilloso encuentro con la experiencia teatral, que era -en el mejor de los casos- algo prácticamente religioso. Bienaventurados los que nunca han visto teatro, pues a ellos les llegará la obra del señor. “Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mateo 5:12)

Foto: @DarioCastroPH

Foto: @DarioCastroPH

Por azares del destino –misteriosos son los caminos del señor– conocí el cabaret, me fui a lo más blasfemo de lo blasfemo, con los parientes pobres de los parientes pobres, y aunque durante mi adolescencia conocí a Jesusa Rodríguez y a Liliana Felipe, quienes en 2007 ya andaban rondando en el incipiente YouTube, no tenía claro qué era aquello del cabaret. “Son una parateatralidad bastante interesante, falta de rigor, pero comprometida con otras causas -me dijo una amiga que estudiaba en Casa del Teatro- Las Reinas Chulas son dueñas de un changarro aquí a unas cuadras” culminó. Fui a ese changarro que me quedaba a unas cuadras y para mi sorpresa me encontré a Conchi León dando función de Las Puruxonas de Dzemul, en lo que años después supe fue el noveno Festival Internacional de Cabaret; me quedé pues había conocido a Conchi unos meses antes en el Joven Dramaturgia en Querétaro, dónde juntas vimos Cuerdas, una obra escrita por Bárbara Colio, dirigida por Richard Viqueira y con Felipe Cervera, Artús Chávez, Álvaro Flores y el mismo Viqueira como elenco. No encontré a ninguna de Las Reinas, pero descubrí que al costado de su changarro de perdición se encontraba una capilla, literalmente una capilla dedicada al teatro. Ya para ese entonces no me sorprendió descubrir la figura católica entrelazada en con el teatro.

Unos meses después me enteré de la creación de un centro de formación llamado la UVA (Unidad de Vinculación Artística), en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco.  La coordinación educativa estaba a cargo de Felipe Cervera. Artús Chávez, Richard Viqueira y Bárbara Colio, entre otros, integrarían la planta de docentes. Los había visto triunfar en Cuerdas y quería ser alumno de todes. Así que me inscribí a todos los talleres que pude. Sin saberlo comencé dos procesos educativos que serían claves en mi desarrollo como creador, uno con Artús y otro con Richard  los dos procesos educativos más distintos del mundo, uno me hacía muy feliz, me iluminaba, mientras el otro me invitaba a escarbar las partes más oscuras de mi persona, todo en nombre del teatro. Recuerdo que aquel proceso fue muy duro, no sólo para mi, conocí ahí a compañeras y compañeros que confesaron experiencias de vida que ahora sé no cualquiera confiesa en una clase. Aún cuando fue un proceso duro, habían comenzado a salir cosas interesantes, éramos un grupo de jóvenes (muy jóvenes) creadores quienes estaban entregando partes claves de su personalidad, de su proceso de vida, con la finalidad de integrar y realizar este proyecto guiado por uno de los sacerdotes del teatro.

Por supuesto, como suele suceder, un día el señor sacerdote se desvaneció en el aire, dejado incompleto un proceso que involucraba a muchas personas de maneras muy profundas. Esto es de lo que nadie habla, una estructura hegemónica, en donde todo se pone en manos del señor sacerdote, la confianza ciega de un proceso en alguien que un día de buenas a primeras puede entorpecer, violentar, sacudir y en el mejor de los casos: desaparecer.  Y aun cuando este no es el caso más grave y atípico de los procesos teatrales, no hemos sido capaces como comunidad de proteger estos espacios, estos procesos. Somos nosotros quienes damos autoridad ciega -como la fe- a individuos e instituciones para velar procesos muy delicados, y dejamos a su suerte a personas que tienen el deseo de pertenecer a esta comunidad, de transformar su realidad a través del arte, del arte teatral.

El cabaret tampoco se escapa del dogma, y ¿cómo podría? si algunos de quienes ahora son les maestres/sacerdotes cabareteres también fueron alumnes de los obispos del teatro, es lógico pues muchas cosas se aprenden con el ejemplo y no con el discurso, y aún cuando el discurso sea uno, el dogma puede ser otro.

No estoy con ello condenando al Teatro, ni al Cabaret, simplemente me parece que hay que ser excesivamente vigilantes de los procesos que la componen. La religión (católica, que es la que conozco) no admite crítica, todo es por designio divino, todo es un misterio religioso, todo es la obra misteriosa de la mano del señor. El teatro no debería ser eso, no debería buscar sacralizar procesos, espacios, instituciones y mucho menos individuos.

Convertir el teatro en un dogma, en algo sagrado e incuestionable, pensar que el teatro debe estar por encima de todo nos pone en riesgo de convertirnos en algo muy parecido a una religión, a una religión arcaica y rancia, y con ello habilitar los espacios para que se instalen y perpetúen toda clase de vicios, toda clase de depredadores en sotana teatral, que cometan todo tipo de delitos en pos de la experimentación y la búsqueda de la verdad del teatro. Si de verdad estamos en la exploración de ser una comunidad, debemos ser responsables de todo lo malo, como de lo bueno, que pasa dentro de nuestros círculos.  “Todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa al fuego. De modo que ustedes los reconocerán por sus acciones” (Mateo 7:19-20)

Foto: @DarioCastroPH

Foto: @DarioCastroPH

Debemos ser vigilantes de nuestro quehacer y de nuestra comunidad, así como críticos de las situaciones y espacios que la componen. Ya no podemos continuar sin ser críticos de nosotres mismes. No podemos hacernos de la vista gorda cuando vemos actos de infinita violencia ocurriendo en nuestros centros de formación, no podemos ser testigos silenciosos de vejaciones que ocurren en procesos a puerta cerrada y que más tarde se comparten en pasillos, conversaciones y trasnoches; no podemos ser distantes y ajenos a espacios de diálogo y reflexión que parten del cuestionamiento de lo establecido. El cabaret ha reforzado mi concepción de la crítica, algo que se había cimentado varios años atrás gracias a leer a Noam Chomsky mientras estudiaba periodismo en Veracruz: “I wasn’t aware of any other option but to question everything” decía don Chomsky.

Celebro que existan espacios como Aplaudir de Pie, que expresan cotidianamente que la crítica no significa confrontación, ni falta de respeto, ni disrupción ciega de lo construido, la crítica no es ciega, ni busca necesariamente romper una estructura, si no abrir diálogos, una “critica constructiva” busca en el mejor de los casos imponer otra verdad, cuando una crítica sólo debería buscar lanzar una pregunta al aire e intentar abrir un espacio en donde existan cientos de opiniones, donde podamos dialogar y dónde más de dos verdades pueden convivir, y no cancelarse.

Porque ¿Cómo nos reconocemos si no es en el/la otre? ¿Cómo podemos prevenir la violación a la integridad, y de los procesos de jóvenes en la búsqueda de integrar nuestra comunidad? ¿Cómo nos aseguramos de crear espacios seguros para la experimentación sin la presencia de depredadores sexuales? ¿En quién puedo confiar si no es en mis pares para poder reflexionar sobre nuestro quehacer y nuestra cotidianidad? ¿Cómo puedo entender a mis maestres si no es cuestionándoles? ¿Cómo nos aseguramos de no repetir errores de instituciones arcaicas que se erigen alejando de sí mismas la crítica y la reflexión de quienes la integran? ¿De qué otra forma podemos crear comunidad si no es cuestionandonos les unes a les otres?

Pako Reyes / @Pako_R Cabaretera y gestor cultural

Pako Reyes / @Pako_R
Cabaretera y gestor cultural

Reflexiones

Horror vacui

por Zavel Castro 10 mayo, 2018

El rumor dirá que las segundas partes nunca fueron buenas. Como pensadores de teatro no podemos conformarnos con una perogrullada. Tenemos que cavar más profundo para tratar de entender. Sabemos que el teatro no puede ser igual, que la transformación es su esencia, que no se repite. Si una función nunca es igual a otra, no deberíamos sorprendernos cuando una misma obra cambia radicalmente de una temporada a otra. Sin embargo, nuestro primer impulso, la mayoría de las veces, es reprocharlo. Es ahí cuando debemos detenernos y tratar de entender.

Sucede que la simplicidad aterra. Nuestra cultura teatral nos ha acostumbrado a la grandilocuencia, a la parafernalia, a la espectacularidad del diseño escénico, a la saturación. No hay nada que confronte más y casi por igual a directores, actores y espectadores. El primero puede pensar que una escenografía vistosa hará relucir su empeño, al segundo le será más sencillo esconderse detrás de la utilería y el tercero quizá haya aprendido a “medir” la calidad de un trabajo escénico en relación al nivel de producción (entendiendo nivel siempre como cantidad antes que como calidad). El espectador en México busca traducir la inversión de su boleto en imágenes que pueda presumir (de ahí que la mayoría de la gente que no acostumbra ir al teatro esté dispuesta a gastar una suma considerable en algún musical, sin que esto quiera decir –por favor, no malinterpreten- que no sabemos apreciar el valor artístico de dicho género).

Un espacio vacío o mínimamente adornado puede inspirar la sensación (a veces con justicia) de soledad y precariedad. Ojalá pudiera entenderse que no hace falta demasiado para que una obra sea valiosa, aunque ya lo hayan dicho antes Grotowsky, Brook -entre otros- tendemos a olvidarlo; en nuestro caso algunas de las mejores obras que hemos visto apenas tienen requerimientos técnicos, ocupan realmente lo mínimo. Cuando hay teatro el espacio se llena de cosas intangibles. Pensemos en Terrenal (Mauricio Kartun) Mi hijo camina solo un poco más lento (dirigida por Guillermo Cacace), Los cuervos no se peinan. Partitura escénica para niños con plumas en la cabeza (Diego Montero), La espera (Conchi León), La Fiera (Mariano Tenconi Blanco), Una Mesa y Lo mejor de la vida (Zypce), Lo único que necesita una gran actriz es una gran obra y las ganas de triunfar (Vaca 35) y en la primera temporada de Puras Cosas Maravillosas (dirigida por Sebastián Sánchez Amunátegui  y si se me permite la inclusión dancística, La Wagner ( Pablo Rotemberg) y Maboroshi (Tadashi Endo), por citar algunos ejemplos donde la elección por lo mínimo cobra los más altos vuelos.

Habría que hacer mucho, pero mucho para fortalecer esta tendencia de aspirar a lo esencial, pero son muy pocos los hacedores de teatro que tienen realmente la confianza en sí mismos y el coraje para llevarlo a cabo (incluso de confrontar a cualquier productor que presione pensando que “más es más”), en definitiva habría que tratar con detalle y cariño su horror al vacío. Y habría por supuesto que guiar al público hacia la apreciación de la sencillez, a comprender la complejidad de las cosas sencillas. El arte  ya ha hecho lo suyo enseñando al público a mirar sin desprecio el lienzo en blanco (en Occidente podemos situar esta tendencia por lo menos a partir de los sesenta precisamente con el arte minimalista y postminimalista).

Foto: @DarioCastroPH

Foto: @DarioCastroPH

 

En suma, una obra no mejora agregando mayor producción ni más trazo escénico. Y cuando sucede forma parte de las excepciones que confirmarían la regla. A este respecto me vienen a la mente las segundas temporadas de Puras Cosas Maravillosas y del Nahual, dos monólogos cuyo cambio supuso la inclusión de más elementos (post its en una, sábanas en la otra. Es cierto que son poquísimos elementos, incluso es cierto que podrían considerarse apenas como detalles, pero las adiciones tanto como el cambio de trazo mucho menos contenida, más vistosa y dinámica restaron la intimidad que las hacía entrañables y poderosas. Antes no teníamos más que al hombre y su palabra llenando el escenario. Aún con las intervenciones del público que había en ambas. La ambición por «crecer» las puestas aniquilaron la cercanía que en su momento sentimos. Por supuesto que esto no quiere decir que no sean trabajos que valga la pena ver, afortunadamente los textos y la interpretación en ambos siguen siendo loables.  Los espectadores que vean alguno de estos trabajos por primera vez tal y como fueron remontados tendrán una buena experiencia. Somos los nosotros, los pensadores,  obsesionados por dar seguimiento a las obras, quizá parte de los muy pocos que notemos esto y que extrañemos las versiones anteriores.  Los críticos somos nostálgicos.

Hasta ahora solo hablé del aumento de elementos en un montaje durante la transición de una temporada a otra y de lo innecesario que este aumento resulta, lo expliqué por el terror al vacío ocasionado por la misma cultura teatral que tiende a la exageración o llenar el espacio en términos materiales. Ya habrá tiempo de concentrarme en la saturación discursiva y de otros tipos.

Zavel-ADP

Reflexiones

Teatro, Rap y Cabaret: prácticas de resistencia

por Zavel Castro 28 abril, 2018

Los vasos comunicantes entre el género musical por excelencia de la cultura urbana actual y el arte de la representación escénica son tan numerosos y evidentes, que me resulta extraño ser la primera en hablar de su conexión intrínseca. Quizá se deba a que muy pocas veces el rap se ha incluido como parte de alguna puesta en escena[1] porque los teatreros aún desconocen las similitudes entre lo que hacen ellos y los raperos o porque consideran este tipo de música más adecuada para escuchar en su vida lejos de los escenarios que como parte de su quehacer artístico, o porque ninguno de los que consideran sus “grandes maestros” en dirección o diseño sonoro lo ha hecho y  les provoca cierta desconfianza no seguir con la tradición y con lo que se les ha enseñado que es adecuado para la escena. Aun cuando la mayoría de creadores de teatro declaran su necesidad por romper con lo establecido, lo cierto es que la declaración vanguardista usualmente es mera repetición antes que convicción genuina. Acaso convenga poner de manifiesto las coincidencias entre un género y otro para animar su conjunción, de tal suerte que podamos verlas más a menudo como parte de un mismo espectáculo. O por lo menos para reconocer simplemente que, al compartir su razón de ser tanto como sus propósitos, ambas resultan poderosas armas discursivas.

Fundamentalmente hay que señalar el carácter político de ambas manifestaciones. Desde sus orígenes, teatro y rap llevan intrínseco un alto grado de resistencia frente al sistema. Tras nacer en el seno de la exclusión, raperos y teatreros (especialmente los carperos de otrora y los cabareteros de siempre) han hecho uso de la palabra para dar cuenta del  contexto que los afecta.  Las letras del rap, así como algunas dramaturgias o letras de rap insertas en los montajes,  representan a las clases populares denunciando la desigualdad como consecuencia de la globalización y administración económica de los países donde tienen lugar. De hecho, más que como discurso, el concepto de resistencia, como eje central del rap y del teatro (popular), se considera una práctica. El simple hecho de elegir hacer teatro como práctica artística, tanto como rapear, funciona a partir de un cuestionamiento sobre la circulación y el funcionamiento del conocimiento y cualquier otra forma de poder.

mafer amelio

El rap  (tanto como el punk, rock y ska) , el teatro popular y el cabaret, como expresiones urbanas marginales de la música y de las “bellas artes” u otras formas de teatro consagradas según la organización cultural burguesa, toman como punto de partida la vida cotidiana, eje articulador de las culturas populares. Usando sus respectivas formas de expresión para canalizar todo lo que ocurre en el interior de sus comunidades. Por ello los autores de las líricas de barrio, los teatreros y cabareteros están conscientes de su compromiso con el grupo social al que pertenecen y procuran ser solidarios con las problemáticas grupales Artistas escénicos y artistas de barrio tienen el poder de transformarse de hombres y mujeres ordinarias a héroes y heroínas anónimas al levantar la voz para denunciar las injusticias que sufren sus comunidades. El rap y el teatro popular deben su esencia a “la calle”.

Ambos tipos de hacedores tienen el potencial y casi la obligación de devenir en “mensajeros de la verdad”. Como voceros de la cultura popular, raperos y teatreros cumplen una función muy importante: hacer pública de una manera particular, una realidad que todo el mundo conoce pero de la que pocos hablan, una realidad que, aunque todo el mundo sabe que existe, son pocos los que se atreven a denunciarla. Ambas prácticas hacen visibles todas las transformaciones culturales, sociales y económicas sufridas por sus comunidades y por los países de los que forman parte, manteniendo así una relación simultánea entre lo local y lo global.  El teatro y el rap suelen ser formaciones colectivas en las que por lo tanto se encuentra un compañerismo profundo y horizontal, difícil de hallar en otras actividades. Lo cierto es, por supuesto, que como parte de cualquier comunidad, los raperos y teatreros nunca conocen a todos y cada uno de sus compatriotas, lo importante realmente es que en cada uno vive la imagen de la comunión.

Como prácticas de resistencia, el hip hop, el teatro y el cabaret devienen auténticos estilos de vida tanto como identidades que los distinguen de otras formas expresivas. Incluso, hay quienes consideran a estas subculturas como “naciones”, debido, entre otras cosas a que como tales, tienen fronteras limitadas que les permiten el reconocimiento de otras naciones. La nación hip hop y la nación teatro o “gremio teatral”, como les gusta decir, son depositarias de historias de segregación y marginación urbanas. Es innegable que ambas formas de expresión son absolutamente propias de las ciudades.

Como naciones culturales autónomas, los raperos y cabareteros crean nuevas identidades y se inventan nuevos modos de representación y participación. Reinventándose y reafirmándose cada vez que les es posible con el único propósito de sobrevivir en un contexto que de seguir sus normas los obligaría a desaparecer. La existencia de la gente que se dedica al teatro y al cabaret  y la que se dedica al rap depende de su capacidad para expresar, fortalecer, legitimar, posicionar, reconstruir y crear discursos y culturas propias, creando así nuevas formas de comunidad. Formas alternativas de habitar el mundo. Manifestaciones artísticas disidentes. ¿Por qué no se unen más a menudo? Ya lo he dicho, porque aún no se reconocen mutuamente, pero el día que lo hagan, respetando la especialización de unos y otros (sobre todo no pretendiendo que cualquier dramaturgo puede escribir un rap sino recurriendo a liricistas y freestylers profesionales), lograrán potenciar aún más su potencial discursivo contra sistema. Me encantaría  ser testigo de esta unión.

Zavel-ADP

[1] En los últimos años recuerdo haber visto algunas obras que incluían rap como parte del montaje, dos a petición mía como curadora de dichas propuestas: “Lobata. Teatro experimental para niñxs revolucionarixs” dirigida por Cecilia Ramírez Romo y “Amelia, Coronel Amelio” espectáculo de cabaret dirigida por Francisco Granados. También lo vi en “La espantosa y marginal vida de Godzilla” dirigida por Carlos Converso y “Trending Topic. Teatro documental sobre violencia de género” escrita por Ricardo Ruiz Lezama, dirigida por Paulina Orduño «Esto no es Daisy» de Rodrigo García dirigida por Paulina Orduño y sé que “Salimos del mar y soñamos el mundo” dirigido por Nora Manneck, «Minotauro» de Patricia Yáñez y «Nuestra venganza es ser felices» de Diana Reséndiz dirigida Karen Condés, «Alicia» de Jimena Mancilla, «El insomnio de Segismundo» de Martín López Brie, «Monster Truck», «Desvenar» y «Bozal» de Richard Viqueira», «Puro Lugar» de Orteuv y Teatro línea de sombra,  «Código bolero» de la Compañía de teatro danza Apoc poc , «El paraíso o la vida pasada en limpio» de Rubén Ortiz, «Animalia» y «Bestiario Humano» de Diego Álvarez Robledo  también utilizan el rap como elemento principal en  algunas escenas.

Newer Posts
Older Posts

TALLERES

  • Taller Virtual de Dramaturgia
  • Taller/montaje internacional de actuación en línea
  • Taller de monólogo teatral
  • Asesoría en dramaturgia
  • Cursos y talleres de dramaturgia
  • Ricardo Ruiz Lezama-Perfil y obras

Síguenos

Twitter Instagram

Entradas recientes

  • Crítica teatral para nuevos públicos
  • Consagrada. El fracaso del éxito.
  • Amanda Labarca. Crítica-crónica* por Maurice Lamm-Häuser
  • 2024
  • A lo largo del perímetro: alternativas para el mejoramiento de las artes escénicas Concurso Nacional para Puesta en Escena

Recomendaciones

© APLAUDIR DE PIE 2021 | PATCH NETWORKS