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teatro

Reflexiones

Estimad@s egresad@s:

por Zavel Castro 14 agosto, 2023

En julio del año pasado, el maestro Isaac Pérez Calzada me invitó a fungir como madrina de la generación trigésimo novena de la carrera de actuación del Centro Cultural Virginia Fábregas, a quienes dirigí estas palabras que hoy comparto con todas las personas que estén por egresar de cualquier escuela de formación artística.

A Yudith Coelho, Fernanda Córdova, Miguel Ángel García e Indra Martínez

Estimad@s egresad@s:

Quiero expresarles mi profunda admiración por haber hecho realidad el sueño de estar en un escenario, sé que para lograrlo algunas de ustedes han confrontado reticencias familiares, dificultades económicas y situaciones que las han hecho dudar si han elegido el camino correcto, personalmente pienso que sí, porque estoy convencida de que las personas que tienen la valentía para insistir en hacer lo que las hace felices, tienen la capacidad de encontrar su lugar en el mundo. Si tienen buena fortuna, habrá compañías y procesos que las hagan sentir parte del medio artístico, en este caso, bastará con que se acoplen a una dinámica preexistente y que pongan a prueba las herramientas que adquirieron durante su proceso de formación. De todo corazón les deseo que su incorporación sea amable e indolora; cuando estén dentro, les pido que no olviden la alegría que les causó esa sensación de pertenencia y que siempre reciban con generosidad y cariño a las generaciones que vendrán después de ustedes. No hay necesidad de enemistarse con quienes comparten su misma pasión, o por lo menos, no hay que hacerlo de antemano, solamente porque en la escuela nos hayan fomentado un espíritu de competencia desmedido: la única forma de destacar positivamente es el propio trabajo.

La segunda posibilidad, es que para encontrar su lugar en el mundo, tengan que enfrentar algunas adversidades. Quizá se encuentren con personas o instituciones que sientan que el teatro es suyo y que hay que pedirles permiso para formar parte de él. Esas personas no soportan que haya más de un camino posible para hacer lo que nos gusta y mucho menos que ese camino pueda llevarnos lejos. Les aconsejo que no teman a esos guardianes y que en lugar de empeñarse en ganar su aprobación, tengan presente que nadie, por más que aparente, tiene el poder de abrir o cerrar todas las puertas. El mundo es muy grande. No es necesario forzar ninguna cerradura, ni someterse a los caprichos de quienes les niegan el paso. Si consiguen sobreponerse a esta situación, les pido que no olviden la sensación de frustración y de tristeza que les provocó que alguien intentara detenerles y que cuando tengan oportunidad de incluir a alguien en los proyectos en los que estén, lo hagan sin temor a ser desplazados, sé que escucharán muchas veces esa amenaza velada que dice que “nadie es indispensable”, lo cierto es que cuando hacemos un buen papel en lo que nos toca, podemos llegar a ser irremplazables. El escenario es muy grande. No hace falta insistir en esas prácticas que hacen del medio un lugar hostil.

La tercera y última opción es que aún no exista un lugar al que puedan llegar para desarrollar su talento, puede ser que no consigan adaptarse a los modelos de creación existentes, no es que ustedes estén haciendo algo mal, sino que los tiempos han cambiado y quizá demanden la reinvención de lo que conocemos como teatro. En este caso tendrán que inventar su propio camino, sus propias formas de hacer teatro, distintas a las convencionales. Si este es el caso, les pido que intenten crear un mundo mejor del que tenemos ahora, que asuman que una de sus tareas consista en reconocer aquello que no quieren repetir del medio (conductas, discursos, formatos, tipos de relación con el público), todo aquello que les impida disfrutar del escenario y hacer del teatro un paréntesis en la vida cotidiana.

Me dará mucho gusto coincidir con ustedes en el futuro próximo y celebrar los hallazgos que encuentren en su camino.

 

Reflexiones

Carta a quien pretende dedicarse al teatro

por Ricardo Ruiz Lezama 12 agosto, 2022

Ilustración por Mar Aroko

“¡Y cuando pienso en mi vocación dejo de tenerle miedo a la vida!”

Nina, Acto IV, La Gaviota de Antón Chéjov

Estimada, estimado, estimadx aspirante al teatro:

Primero que nada, no vengo acá a decirte “LA verdad”. Considero que nuestros tiempos han dejado clara la posibilidad de que múltiples verdades se manifiesten, incluso al mismo tiempo, incluso negándose unas a otras. Entonces lo que aquí te comparto es mi verdad, pequeña y modesta como el teatro en que creo. Estas palabras van dirigidas a ti, pero también a mí mismo. A mi yo del pasado, para agradecerle todo lo que sabía, aunque no era consciente, así como su arrojo; y a mi yo del futuro, por si llego a olvidarme de aquello que considero esencial. ¿Cómo es posible que podamos olvidar lo esencial? No lo sé, pero sucede.

Me preguntas: ¿Cómo se puede vivir del teatro? No lo sé. Van dos veces que respondo así, que no lo sé, espero no exasperarte, pero conforme pasa el tiempo descubro que sé tan poco. Te compartiré un recuerdo. Cuando era aún más joven decidí dedicarme al teatro dejando que me guiarán mi corazón y mis entrañas. Luchando contra esos cuestionamientos (¿De qué vas a vivir?) y respondiendo: ya veré. Recuerdo que era algo vital, sentía que tenía que dedicarme a esto porque de alguna manera mi vida dependía de ello. Tenía diecisiete años, ahora tengo el doble de edad. Con el tiempo entendería que hay una sabiduría muy grande que la razón no comprende, que el corazón y las entrañas poseen su propia y valiosa inteligencia.

Cuando terminé de estudiar mi licenciatura en actuación, me sentía desorientado, de pronto egresaba y no sabía qué hacer. Mi pasión menguaba, aparecieron miedos. Para este tiempo tenía veintiséis años. Entonces, un curso de dramaturgia que tomé en Guadalajara me hizo recuperar el entusiasmo que creía perdido. El maestro que lo impartía era el dramaturgo Mauricio Kartun. Al finalizar el taller sabía que debía irme a Argentina. Pude hacerlo.

Tuve la oportunidad de estudiar en Buenos Aires, una de las mejores experiencias de mi vida porque alentaron mi deseo, como si le echaran más aire a una brasa. De lo primero que recuerdo que me dijeron en un taller de actuación fue: acá seguimos las enseñanzas de una de las representantes más importantes del teatro independente, Alejandra Boero: “hacemos teatro, no por plata, sino por amor”. A partir de este momento pude verbalizar algo de mi intuición y que considero esencial: el amor sobre el dinero. Y recordé por qué decidí dedicarme al teatro. Mi mamá trabajó treinta y tantos años en algo que la hacía infeliz, solo esperaba su jubilación para empezar a vivir. Yo quería que mi existencia, día a día, fuera una vida plena realizando aquello que me hacía dichoso.

Más adelante, en un taller con Mauricio Kartun, principal responsable de que soñara con irme a Argentina, él nos dijo que el teatro podía existir para combatir las lógicas capitalistas. El teatro podía compartirnos que no todo lo valioso se mide con la lógica del capital ni en términos monetarios. En esos tiempos pude sentir que mi vocación tenía un sentido, mostrarme que no sólo existe el camino del dinero, que la vida puede ser algo más, algo que no tiene precio, pero tiene valor. Esto me hacía más sentido que mucho de lo que antes me habían querido hacer creer en mi vida.

Así recuerdo mucho de mi tiempo en Buenos Aires, una reorganización de mis creencias. “Recuerden que en muchos casos decidieron dedicarse al teatro sin saber ni siquiera si iban a poder comer de él”. Esto nos los dijo el director Guillermo Cacace. Cuando he dudado, vuelvo a contactar conmigo, con ese joven soñador que sabía mucho más de lo que él mismo entendía, y todo porque sabía escuchar su corazón.

En Argentina entendí que la gente que se burla de la expresión “por amor al arte” es porque poco o nada saben del amor. Así que no puedo responderte cómo puedes hacer dinero del teatro porque ni yo mismo lo sé, pero sí puedo decirte que el miedo es uno de los peores consejeros y que si le hubiera hecho caso hace diecisiete años, me hubiera perdido la oportunidad de vivir la vida que era realmente para mí. Como dice Nina -personaje de La gaviota de Antón Chéjov-, cuando he pensado en mi vocación le he perdido miedo a la vida.

 

 

 

 

Críticas

La cría: Apuntes sobre teatro y terror

por Zavel Castro 3 febrero, 2020

Una de las más desfavorables consecuencias de la simplificación del pensamiento teatral, que obedece la subdivisión de este arte principalmente en dos géneros, comedia y tragedia, o, desde la modernidad, comedia y drama, quizás sea la resistencia que oponen cierto tipo de personas a la consideración de posibilidades que escapen a este dualismo. Así, les es difícil concebir hibridaciones, intercambios y rupturas, y con ello se muestran inhabilitados para apreciar la complejidad de las propuestas que desobedecen dogmas que, por cierto, hace mucho tiempo son inoperantes para explicar el fenómeno escénico.

Es impresionante seguir hablando la necesidad de diversificar los géneros a favor del estímulo del pensamiento complejo en el siglo XXI,  que nos permitiría comprender del que no se ha dicho todo porque no se ha comprendido completamente.  Pensar que la naturaleza del arte es versátil, quiere decir que está dispuesta a aceptar nuevos modos de hacer y en consecuencia, nuevas interpretaciones. La teoría del arte contemporáneo ha adoptado esta perspectiva desde hace tiempo con buenos resultados, sin embargo sigue siendo una tarea necesaria para las voces críticas dedicadas al pensamiento escénico, cuestionar las pretensiones del saber que han implantado los estudiosos de los géneros dramáticos para establecer normativas, como si se tratara de saberes exactos, para catalogar si una obra estaba “bien hecha” o “mal hecha”.

Son pocos los profesores y las profesoras con la disposición a actualizar, poniendo en tela de juicio, la Poética de Aristóteles, el Teatro Posdramático de Lehmann o la mayoría de los postulados de Stanislavsky, tres de las biblias incuestionables que estudiantes del fenómeno teatral en cualquiera de sus posibilidades creativas se les obliga a obedecer. Afortunadamente, el pensamiento crítico, opuesto absolutamente a la sumisión, se concede a sí mismo el derecho de poner a los dogmas una fecha de caducidad, dejando en claro que ninguna discusión ha llegado a su término de manera definitiva.

Foto: Darío Castro

El riesgo de pensar a partir de dualismos (“o es una cosa o es otra”) es la producción de obras artificiales, ajenas a naturaleza de la existencia humana, irreductible a una sola manera de hacer, expresar o sentir. Los estudiosos de la psicología, han descubierto que no existen emociones puras, es decir que una persona nunca está absolutamente asustada, triste ni contenta, sino que a menudo se acompañan de otras emociones, así podríamos pensar, por ejemplo, en la excitación de una persona cuando tiene miedo, en la tristeza iracunda y en la alegría culposa. Si las emociones responden a un comportamiento complejo, así tendrían que hacerlo también las creaciones artísticas.

Todo esto nos sirve al momento de pensar en el género de terror en el teatro. El pensamiento reduccionista diría que para producir un estremecimiento de miedo y angustia, las obras deberían articularse de manera exclusiva a partir de mecanismos macabros. Sin embargo, el efecto del terror suele ser provocado por una buena dosis de humor. Las consideraciones simples de las que hablaba (“o esto o lo otro”) difícilmente podrían percibir la compenetración entre humor y terror, incluso se les piensa como efectos contrarios, en cambio se trata de un dualismo productivo en el que las partes tienen características comunes.

Foto: Darío Castro

Tanto el humor como el terror son expresiones de la desmesura, causales de vergüenza según las autoridades morales (no podríamos olvidar la persecución y castigo emprendido por la Iglesia en contra de la risa) y se basan en un instinto de conservación: el terror procura protección y cautela y el humor, la evasión de la certeza de los peligros del mundo. Son reacciones frente a la consciencia de la muerte, por tanto, las ficciones de este estilo son, en el fondo, tranquilizadoras, en la medida en que evitan el desconsuelo ante lo inevitable y la angustia frente a lo incomprensible.

Un claro ejemplo de la efectividad del funcionamiento en conjunto del terror y del humor, es la versión musical de La Cría, dirigida por Tito Vasconcelos. Este espectáculo de cabaret no solamente desatiende al pensamiento reduccionista que sostiene la clasificación teatral en géneros cerrados, sino que además desobedece al textocentrismo que subyuga buena parte de las producciones teatrales que se contentan con traducir escénicamente lo que ha establecido el dramaturgo o la dramaturga: una vez más la obediencia que pretende impugnar  la operación crítica. En lugar de acatar las ordenanzas del texto de Carlos Talancón, especialmente el tono de suspenso y la búsqueda ininterrumpida del efecto terrorífico, que, como cualquier otro ritmo sostenido, suele resultar monótono y predecible[1], Tito diversifica el terror propuesto en el texto mediante la alternancia rítmica de su puesta en escena[2], tomando solamente la anécdota de la dramaturgia, sirviéndose de ella para acercarse a los temas prohibidos como son todos los que pertenecen al terreno de lo numinoso (del mysterium tremendum) con sentido del humor, tal como hicieron algunos maestros del género macabro en su vertiente literaria[3].

Al tomarse en broma lo fantástico y lo monstruoso, Tito Vasconcelos, Brissia Yéber, Víctor de Léon, y Hernán del Riego quien estuvo a cargo de la musicalización, “toman distancia, estableciendo una barrera entre ellos y el peligro” (Llopis 83), con lo cual consiguen suscitar en el público, como consecuencia del planteamiento terrorífico del texto, una risa inusual, ajena a la que produce una comedia convencional. Para lograr este resultado, la obra utiliza, como estímulos supramaximales, la intervención de títeres en distintas modalidades y técnicas (por cierto que la realización de los elementos visuales a cargo de Osvaldo Solsot merece nuestro reconocimiento).  Los títeres, como objetos inanimados que cobran vida frente a nuestros ojos, a menudo producen un efecto de incomodidad o extrañeza en el espectador, que han sido utilizados precisamente como detonadores de risa (pensamos en el teatro Guignol) o espanto  (basta reconocer cuántas películas de terror existen protagonizadas por títeres o  muñecos diabólicos).

Foto: Darío Castro

A partir del funcionamiento conjunto del terror con el humor y del juego entre la presencia y la ausencia de “Bombón”, la criatura más misteriosa y temible de la historia, su evocación/invocación y su figuración, esta versión alcanza a esbozar una posibilidad metafórica de la monstruosidad de nuestros engendros. La superación de la literalidad de la narración, abre camino a una multiplicidad de interpretaciones cuanto más disímiles más enriquecedoras, objetivo que no debemos perder quienes nos dedicamos al análisis ni quienes se concentran en el comentario.

El aparente antagonismo entre humor y terror, queda disipado en un espectáculo que diversifica la cartelera teatral de la Ciudad de México a medida que produce emociones complejas en sus espectadoras y espectadores, no es que le cause terror ni que le cause risa, sino que consigue un estadio intermedio, de difícil escisión, una respuesta contradictoria que reza la máxima de los masoquistas: cuanto más humor, más placer.

Se comprende por qué «Bombón» habita en el cabaret, en el que por definición, debido a su espíritu inconforme y transgresor, todo puede suceder y en el que no caben ni los dogmas ni las clasificaciones simplistas.

Bibliografía

Barba, Eugenio. “The Deep Order Called Turbulence: The Three faces of dramaturgy”, The drama Review 44, 4 (t 168), Winter 2000, pp.56-66

Llopis, Rafael. Historia natural de los cuentos de miedo. Con referencia a géneros fronterizos. Madrid, Ediciones de Escritura Creativa Fuenteaja: 2013.

Shakespeare, William. Trad. Luis Astrana Marin, Obras completas. Madrid: Aguilar: 1947.

 

[1] Para guardarme de un señalamiento sobre la subjetividad de mi percepción sobre la monotonía  propongo el análisis de las estructuras shakespeareanas. Entre otras cosas, la genialidad atribuida al autor inglés, se debe al dominio de la técnica dramática consistente en la variación rítmica, basta observar algunas de sus mejores obras (quizás Hamlet sería el mejor ejemplo) para notar la anteposición de una escena cómica a una escena dramática, el efecto de contraste (la tormenta que sigue a la calma) potencia el efecto del terror una vez que la risa ha bajado las defensas del espectador, así consigue un efecto contundente.

[2] Agradezco especialmente a Ricardo Ruiz Lezama, la claridad en su explicación sobre esta cuestión.

[3] Basta revisar Los Cuentos de la otra vida  y los Cuentos fantásticos de Núñez del Arce y, muy superior a este, las obras de Gustavo Adolfo Bécquer, Leyendas y Cartas desde mi celda. He llegado a estos textos gracias a las referencias del libro de Rafael Llopis.

 

Reflexiones

El temperamento melancólico

por Zavel Castro 7 enero, 2020

Séneca escribió que “no hay animal más sombrío que el hombre”, ni que la mujer, añadiría yo con justicia. Los hombres y mujeres que se sumen con facilidad en un estado taciturno, aquellos y aquellas que se alejan de la luz y se resguardan en la sombra, corresponden, de acuerdo a la patología humoral (popularizada como teoría de los humores) al temperamento melancólico. De acuerdo con esta teoría articulada por Hipócrates y desarrollada por Galeno y Teofrasto, el cuerpo humano se compone de cuatro sustancias: bilis negra, bilis amarilla, flema y sangre. El desequilibrio entre las mismas ocasionaba enfermedades físicas y padecimientos anímicos. La melancolía se debía a un exceso de bilis negra, supuestamente, este desorden modificaba el carácter de las personas predisponiéndolas a la depresión y  haciéndolas más inquietas, distraídas, silenciosas, reflexivas, inestables y ansiosas.

Las personas de este tipo de temperamento se inclinan a la soledad, a la tristeza y, algunas veces, al teatro. Definido por Kartun como “ritual de violencia” y por Brook como el lugar en el que los y las creadoras ofrendan su sufrimiento (y añadiría, también con justicia a los espectadores y  a las espectadoras) crea, necesariamente, atmósferas dolientes, en el que el arte deviene en un acto de duelo público, en el que los y las participantes se reconocen como una “communitas del dolor”, haciendo “del dolor individual una experiencia colectiva” (Diéguez 24). En el teatro las almas tristes tienen oportunidad de expresar su dolor, y no a manera de queja ni quejido, sino como una forma de resignarse al taedium vitae, el hastío de la vida. Las melancólicas (como las materialistas) han comprendido que “la realidad es solo un instante de doloroso deseo” (Quignard 157),  que no somos más que átomos y vacío (Demócrito), que somos fruto del azar, que solo hay simulacros e instantes, que las multitudes son como las tormentas (Epicuro). Nada pueden hacer contra ello, pero al percibirlo, sus corazón ensombrece.

Las melancólicas se dedican al teatro para huir del hastío y soñar otras vidas, así lo sentimos cuando vemos una obra en el que el diseño ha sido creado por Natalia Sedano.  Algo hay en su juego de luces y en su mirada oscura que resulta enigmático e inquietante, algo que siempre deja tras sí una sombra, un no sé qué que nos seduce al abismo, una mezcla de sueño y aflicción. Natalia embellece la desdicha y con ello crea mundos hermosos.

Las melancólicas se precipitan al vacío y al llanto sin alcanzar el consuelo, incluso hacen de ello su impronta. Así lo vemos con Jimena Eme Vázquez y con Nora Huerta.  La primera ha hecho de la tristeza el eje de sus ficciones, ya sea latente como en el caso de Piel de Mariposa (que he analizado en otra ocasión[1]) y en Mitad tú, mitad yo, o explícita como en Me sale bien estar triste  y en Now Playing. La especificación de la emoción que sostiene a estas dos últimas, favorece su carácter representativo del tipo de público a la que van dirigidas. Aunque es cierto que a cualquier edad podemos sufrir de mal de amores[2] y que en todas las épocas se han cantado las penas que provoca, las obras de Eme sostienen que la tristeza es la emoción que define a los millenials, por ello encontramos guiños al lenguaje de las redes sociales, chistes locales de la comunidad virtual y referentes que solamente comprendemos con exactitud quienes estamos a punto de cumplir los treinta.  Jimena habla en nombre de una generación que se reconoce triste y lo celebra, así se vincula con el temperamento al que dedico esta reflexión pues, “la melancolía es la felicidad de estar triste”, así dijo Víctor Hugo. La felicidad que provoca el estado melancólico se debe al recuerdo de los momentos que añoraríamos volver a vivir, la memoria de aquello que no podemos recuperar, instantes de la vida que se fue, por eso en Now Playing se hace un recuento de la juventud perdida y se romantiza todo lo que alguna vez nos procuró placer, como melancólica, Jimena sabe que todas las voces en silencio, que la que alguna vez fue nuestra canción favorita, con el paso de los años resonará débilmente como eco.

Foto: Darío Castro

Las melancólicas aman y padecen al unísono. No pueden evitarlo. Nuestra educación sentimental nos obligó a creer que el amor es una derrota y que las mejores amantes son aquellas que dejan que su corazón sea devorado por la tristeza. Un epíteto homérico describe a la melancolía como “la autofagia del cuerpo por el alma” (Quignard 164), esta sentencia es letmotiv del del cancionero popular mexicano, que recoge magistralmente Nora Huerta en algunos espectáculos como Paloma QuéHerida, Rivotrip y Canción Taruga. Aunque las herramientas del cabaret que utiliza Huerta en estos recitales permiten la crítica y deconstrucción de la idea de que quien busca la felicidad en una amante está condenada al lamento, también evidencian la fascinación que sentimos las seres humanas por el drama pasional.  El repertorio musical de estas obras corresponde al retrato del temperamento melancólico definido por su  sintomatología: preocupación, pena, temor, olvido y remordimientos.  Nora canta las penas y da voz al hastío de la repetición del ciclo romántico, ese que hace que la lágrima siga siempre al latido.

Foto: Darío Castro

Las melancólicas abren sus almas a través de la escritura. Así lo hacen Conchi León y Maribel Carrasco. Ambas navegan sobre tormentas y suspiros para llegar a otros mundos, para perderse allí.  Las obras de León son como lágrimas cálidas que acarician las mejillas de quienes las miran, que son conscientes del sufrimiento que causa la vida y que sin embargo, buscan el consuelo.  Pienso en Del Manantial del Corazón, que trata sobre la muerte y el nacimiento de los bebés en la cultura maya, Cachorro de León, una obra tejida con reproches a su padre que deviene en un acto de compasión, De Coraza, sobre la esperanza que mantienen en pie a las mujeres en reclusión; obras que ofrecen un respiro a la permanente angustia del alma para los que comparten este temperamento.

Por su parte, las obras de Maribel, son la melancolía pura, apenas arrojan un poco de luz en nuestras naturalezas muertas, fabulan sobre las ilusiones perdidas sin prometer nunca consuelo. La melancholia en la dramaturgia de Carrasco, es sutil, simbólica, muy parecida a la nostalgia. Guardo recuerdos vívidos, imágenes fascinantes y dolorosas, de Los Cuervos no se peinan y Beautiful Julia, ambas retratan personajes que han sido abandonados a la vida, condenados a alguna especie de orfandad que los mantiene siempre incompletos, siempre distantes y taciturnos, con dolores y deseos perpetuos. La oscuridad creada por ella es escalofriante, no se sabe si a causa de la contemplación del dolor o de la belleza.

Algo hay en las imágenes sombrías que pueblan las creaciones de Natalia Sedano, Jimena Eme Vázquez, Nora Huerta, Conchi León y Mribel Carrasco, que genera la atmósfera de la melancolía. Me gusta escribir que es “un algo” porque considero que solamente lo que escapa al lenguaje es potente y poético. Creo que la melancolía es un gesto indecible, una experiencia que sucede en el cuerpo y que, por lo tanto, es efímera, como el teatro. El espacio escénico convoca a la communitas del dolor para distraerla del hastío de la vida, para abrazarla en silencio. El exceso de bilis negra en algunas creadoras se expresa en obras que nos recuerdan que estamos tristes, pero no estamos solas.

 

 

 

 

 

 

Bibliografía

Brook, Peter. Más allá del espacio vacío. Escritos sobre teatro, cine y ópera, 1947-1987, Alba Editorial.

Diéguez, Ileana. Cuerpos sin duelo. Iconografías y teatralidades del dolor. Córdoba: DocumentA/Escénicas Ediciones, 2013.

Lange, Federico Alberto. Historia del materialismo, tomo 1, Madrid.

López Huertas, Noelia. La teoría hipocrática de los humores. Gomeres: salud, historia, cultura y pensamiento [blog]. Disponible en: consultada por última vez el 1ro de enero del 2020.

Lucrecio, De la naturaleza de las cosas.

Quignard, Pascal. Trad. Ana Becciú. El sexo y el espanto. Barcelona, Editorial minúscula, 2005.

Séneca, Lucio Anneo. De la ira.

[1] Castro, Zavel. Piel de mariposa (crítica), en:  http://aplaudirdepie.com/piel-de-mariposa/

[2] El mal de amores es el tema central de Me sale bien estar triste y el  detonante del conflicto en Mitad tú… mitad yo y Piel de mariposa.

Críticas

La Guerra Fría

por Zavel Castro 7 agosto, 2019

Heráclito intuyó que la existencia, como devenir, funciona a partir de un constante flujo rítmico de negaciones armónicas, es decir que todo ocurre gracias al principio de contradicción que dicta que todo contiene, al mismo tiempo, en sí, su contrario, que todo devenir es simultáneamente todo perecer,  esto quiere decir que la esencia entera de la realidad es una radical inconsistencia que toma forma de polaridad,  en la que cualquier fuerza se desdobla en dos actividades cualitativamente distintas y opuestas, que, sin embargo, tienden a reconciliarse una y otra vez eterna e incansablemente (Nietzsche, 4). Naturalmente, el principio de contradicción rechaza toda tentativa de solidez o permanencia, pues un mundo multiforme y cambiante, en incesante lucha y conciliación solo podría producir desconfianza en la firmeza del suelo y en la idea de subsistencia, pues en verdad, no hay nada que persevere en el ser, nada está exento de destrucción (Nietzsche, 4); si cualquier cosa puede transformarse inmediatamente en su opuesto, no existe nada que permanezca, lo único que vemos son  chispazos y  relámpagos, momentos de luz y tinieblas que lanzan las espadas que se cruzan,  el brillo de la victoria en la guerra de las cualidades contrarias (Nietzsche, 4). Siendo así, la estabilidad sería la verdad más cómoda y al mismo tiempo, la mentira más descarada que podríamos contarnos a nosotros mismos.

Como lo que funciona en lo macro funciona en lo micro y como siempre conviene aterrizar la teoría a la práctica, transformar la abstracción en materia,  podemos observar el ejercicio del principio de contradicción en dos de las expresiones más fascinantes de la complejidad de la vida: el amor y la guerra. Así lo ha hecho Juan Villoro en “La Guerra Fría” obra en la que utiliza ambas creaciones humanas como mutuas metáforas, la una representa a la otra, manifestando a su vez el combate de dualidades que las posibilita.

 

Foto: @DarioCastroPH

 

 

Todo ocurre en un departamento de Berlín, ocupado ilegalmente en los años ochenta del siglo XX. Los tiempos del muro. El mobiliario, como indica la didascalia inicial, está hecho de cosas halladas en la calle. Para las representaciones en el Museo Tamayo, el concepto escenográfico se resolvió insertando la obra como parte de la instalación “Autodestrucción 8” de Abraham Cruz Villegas, esta resolución afortunada logra constituirse en un elemento significante, creando una estética que representa con exactitud los valores poéticos de la obra, coadyuvando a la creación de un universo inacabado y caótico que se articula a partir de su propia contradicción productiva, en tanto que puede leerse como arte archivo o como rastro de un acto performático destructivista.

La pieza de Cruz Villegas dialoga con esta corriente artística en tanto que encaja en el giro conceptual propuesto a finales de la década de los sesenta del siglo  XX y continúa en la actualidad, que considera que toda obra es documenta, tanto la memoria individual del creador como la memoria colectiva (Guash 157), siguiendo esta idea, el recurso de la acumulación sería una manera de depositar una carga afectiva, cultural e histórica tan importante a los objetos que imposibilita su sustitución o deshecho y que conservamos porque guardan en sus recovecos el recuerdo de lo que fuimos, aquello que no queremos olvidar.  Simultáneamente la pieza puede ser pensada como la huella de un intento de devastación, la pieza en su intencional estado ruinoso compartiría los ideales –según esta posibilidad interpretativa- del movimiento iniciado por Gustav Metzger y Rafael Montañez Ortiz, también en los años sesenta para los que la destrucción era el letmotiv de las acciones e instalaciones con las que pretendieron representar el estado de la sociedad moderna que canalizaba su deseo innato de aniquilarse y su fascinación sensacionalista por la violencia con el ejercicio bélico. Así pues, “Autodestrucción 8”, reafirma el principio filosófico de Heráclito manifestando que toda acumulación contiene en sí misma su propia destrucción. En “La Guerra Fría”, este precepto se extiende de la condición material de la obra plástica al vínculo complejo que sostienen entre sí los personajes de la obra.

Como me compartió Villoro en una entrevista, Gato (Mauricio Isaac), Carolina (Mariana Gajá) y Bernardo (Jacobo Lieberman), son criaturas hipersensibles que se aferran a estar juntos como una forma peculiar de supervivencia, que pueden destruirse pero no lo hacen, que tratan al amor como una experiencia límite, cuya impronta de vitalidad, paradójicamente, está ligada a su condición agónica, que les da vida mientras les da muerte. Como los grandes poetas románticos que no hacían declaraciones líricas, sino que bebían arsénico” (Villoro 42).  La obra plantea un triángulo amoroso -aun cuando solo existe vínculo sexual entre Gato y Carolina-,  entre seres que se entregan hasta que el amor les duele. Seres que se entregan porque el amor les duele.  Criaturas abismales: desconocen que hay maneras más sutiles y seguras de querer. De la misma manera se entregan a sus pasiones; la música para Bernardo y para Gato, el teatro y la performance para Carolina somatizan también su entrega extremista,  todo aquello que los hace sentir vivos es un riesgo que siempre están dispuestos a correr, porque su efecto es alucinógeno y adictivo. Bernardo, Gato y Carolina son personajes decadentes, sombras que se desvanecen pero que no terminan por desaparecer: “Su amor es una especie de armisticio” (Villoro 42).

Ciertamente la idea de la correspondencia caótica de las relaciones interpersonales y de los conflictos entre grandes potencias mundiales, que se simbolizan mutuamente como metáforas, se distingue con claridad en la dramaturgia, pero se manifiesta de manera exponencial con la dirección de Mariana Giménez, que no solo ha conseguido corporeizar las contradicciones, sino que ha captado el zeitgeist propuesto creando la atmósfera berlinesa de los años ochenta en su representación sensible,  tangible e intangible, apolínea y dionisíaca, de tal suerte que aun cuando el espectador desconociera los referentes visuales o sonoros, sería capaz de experimentar la tensión que supone estar en el limbo entre la vida y la muerte, el placer y la desolación,  la luz y la oscuridad, la calma que acompaña la tormenta: el amor y la guerra. Todo devenir y todo perecer.

 

 

 

 

Bibliografía

GUASCH, Ana María. Los lugares de la memoria: el arte de archivar y recordar

NIETZSCHE,  Friedrich.  La filosofía en la época trágica de los griegos. Madrid: Valdemar, 2003.

SCHIMMEL, Paul, Campos de acción 1: entre el performance y el objeto, 1949-1979, Alias, 2012.

«Juan Villoro  y el retorno de saturno. Zavel Castro conversa con Juan Villoro», en: VILLORO, Juan, La Guerra Fría y Otras Batallas. Teatro Reunido,  México, Paso de Gato, 2018.

Agradezco a Lucas Torres por las notas para la interpretación de la obra plástica de Cruz Villegas.

 

Reflexiones

Pensar en el público

por Zavel Castro 16 julio, 2019

Pensar que una obra es apta para todo público es una noción idealista que les ha servido a algunos creadores para asegurarse de que su obra sea programada en la mayor cantidad de salas posibles y de no restringirse de la posibilidad de atraer a cualquier espectador y espectadora posible, lo importante es vender la cantidad de boletos necesarios para recuperar la inversión de la producción y con muchísima suerte obtener alguna ganancia (especialmente en el teatro independiente). Sin embargo, la idea de una obra “para todo público” revela su falsedad cuando los creadores se encuentran con algún espectador inconforme  con la obra que expresa su opinión públicamente y, como respuesta a su disgusto, le dicen que quizá, si no la obra no le ha gustado es porque “la obra no era para él o para ella”. La réplica tira por la borda la noción del “todo público” porque si esto fuera posible, la obra que al espectador no le gustara si había sido creada para alguien como él y quizás algo habría fallado en la transmisión del mensaje. Probablemente quizás solo se trate de la imposibilidad que tienen algunos creadores de recibir una crítica negativa y que prefieran responsabilizar al espectador de la experiencia, haciéndolo sentir que no estaba preparado para tamaña genialidad o que su lenguaje no había alcanzado el refinamiento necesario para que pudiera comprenderla sensible o intelectualmente. No está de más anotar que tal vez sea tiempo de replantear el esquema de la creación teatral que colocaba al creador por encima del espectador que debía sentirse agradecido por recibir los dones del TEATRO en voz de su mesías (el director, el actor, el dramaturgo). Quizás haya llegado el momento de equiparar la relación y de ver a los espectadores realmente como la pieza fundamental del proceso invirtiendo el mecanismo de gratificación y dejando atrás la costumbre tanto más dictatorial cuanto más pretendidamente cortesana de manipularlo para que se sienta en deuda, pugnaría por el cuestionamiento de frases como “esto lo hacemos por ustedes” y como siempre abogaría también por la necesidad de la autocrítica y del ejercicio de la honestidad.

El ejercicio de honestidad tendría que comenzar precisamente por la concepción de un público específico, eso que otrora era conocido como “el espectador ideal”.  A la distancia identifico al menos tres posibilidades de expectación de una obra de teatro.

El espectador último: Tras hacer un ejercicio profundo de autocrítica los creadores podrían encontrarse con una verdad que no estarían dispuestos a declarar públicamente, especialmente los que acostumbren decir la frase de “esto lo hago por ustedes” refiriéndose al público general, del que desconocen sus rostros, sus nombres y apellidos, su ocupación, el tiempo que tardan para llegar al teatro,  etcétera; el público que yo llamo “real”. La verdad incómoda es esta: hacen teatro para insertarse en la dinámica del sistema, para ganar apoyos, becas y estímulos, para ganar puntos en la institución cultural, apegándose entonces a sus parámetros, poéticas y exigencia (número de funciones, equipo creativo, discurso, temática, salas donde se han presentado, participación en programas),  tratando pues de cumplir con los requisitos que les permitan llegar al grado más alto de la cadena. Lo que menos les interesa es la aprobación del público en el que reparan únicamente tras función cuando sobre el escenario agradecen su asistencia, en cambio buscan la legitimidad en la consecución de metas gubernamentales, se sabe que para un actor no es lo mismo presentarse en un teatro institucional que en cualquier teatro independiente.  Llámese el jurado de beca o de concurso, productor, programador, incluso el presidente al que los teatreros invitan últimamente, siempre hay un espectador último, abstracto, al que imaginan viendo la escena desde arriba, a quien está dirigida una obra, este espectador importa más que los otros por ser un posible beneficiario de acuerdo a sus intereses.

La audiencia legitimadora: En este rubro cabría la crítica especializada que cumple con la función de producir textos que, de acuerdo a la preponderancia de su espectador último,  necesitan los creadores para adjuntar a sus carpetas y enviarlas a las distintas instancias de programación y estímulos, aunque idealmente, estos textos debieran servir para legitimar las creaciones en el medio intelectual, académico y artístico.  También se encuentran los textos de difusión, especialmente las reseñas y las recomendaciones que tienen el objetivo de atraer público a las salas, asegurándose de que la información de la cartelera circule y se visibilice a través de medios de comunicación masivos.  Siendo sinceras, la mayoría de las veces importa muy poco el contenido de los textos especializados o de difusión, sino simplemente que existan y que en la medida de lo posible que sean de un medio de circulación nacional y tiraje considerable.

Los espectadores no autorizados: En México, estamos supeditados a una jerarquización tan evidente que se ha hecho innecesario siquiera reparar en ella. No es que invalide al espectador último, mucho menos a la audiencia legitimadora ni a los creadores que le conceden importancia central, sino que habría que explicitarlo cuantas veces bastaran para desgastar la falacia de que una obra se hace para “el público general”, que en este esquema figuraría como beneficiario remoto, que importa para llenar las butacas y cuando recomiendan las obras públicamente para que sean retuiteables y así den cuenta de que se trata de una obra imperdible (estamos tan llenos de clichés).  Desmentir que una obra es para todo público ayudaría a dejar de pensar en él como una masa amorfa, enigmática, abstracta, flexible o lo que es peor, moldeable y gradualmente haría que la idea de que una obra puede o no ser para alguien específico fuera posible y honesta. Algo podría aprenderse de la segmentación que parte del conocimiento de las particularidades de expectación de determinados grupos, si es que realmente interesara llegar al espectador real.

 

Imaginemos un mundo en el que el espectador último es el espectador otrora no autorizado ¿Cómo cambiarían las poéticas? ¿Serían más o menos entretenidas? ¿Más o menos didácticas? ¿Más o menos largas? ¿Cuáles serían sus temas? Evidentemente esta reflexión abre debate y debe continuar a partir de una toma de consciencia: ¿quién es realmente el espectador ideal de las obras que montan?

 

Reflexiones

La crítica social “desde mi trinchera”*

por Aplaudir de Pie 17 junio, 2019

 ya no puedo pelear en esta guerra solamente metido en un hoyo en la tierra 

 

En México es común escuchar a lxs artistxs decir la frase: “Yo lucho desde mi trinchera”, esta expresión de naturaleza bélica, ha servido durante mucho tiempo para explicar que si bien no se exige de manera “directa” el cambio social, el trabajo escénico que se realiza es lo suficientemente poderoso para incidir en las problemáticas sociales que nos aquejan. De esta forma, cada unx pelea en esta guerra desde su lugar en la tierra ¿Pero qué tan real es esta frase? ¿El trabajo escénico que realizamos es lo suficientemente fuerte para modificar estructuras sociales? ¿Es mi monólogo sobre mi experiencia desde la homosexualidad capaz de modificar una estructura tan clara como la del capitalismo? Yo creo que no, no quiero con eso menospreciar mi trabajo y el de mis compañeres cabareteres y performers, por supuesto que el arte y las expresiones culturales aportan en alguna medida a la construcción de un pensamiento colectivo, y aportan a la discusión social ¿Pero qué tanto?

De acuerdo a la Encuesta Nacional de hábitos, prácticas y consumo culturales en México, una encuesta poco común pero que nos da una mapa de las problemáticas culturales de este país y que fue realizada en 2010 por el desaparecido Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA), nuestra institución cultural durante 27 años, en la Ciudad de México sólo el 2% de la población asiste de manera regular al teatro y en contraste el 58.38% nunca ha asistido al teatro en su vida. Si el crecimiento poblacional de la Ciudad de México continua en la misma línea que los últimos 30 años, para el 2020 vivirán en la capital del país 9 millones de personas; y si somos optimistas -y la gráfica de la encuesta de CONACULTA se mantiene proporcionalmente luego de una década- esto querría decir que todos los espacios escénicos de esta ciudad, desde los más grandes hasta los pequeños, con todas sus propuestas, comerciales, culturales o de disidencia, sólo abarcamos aproximadamente 180 mil personas, yo sé que 180 mil personas parece mucho pues al ser México el décimo país más poblado mundo, 180 mil personas es la mitad de la población total de Islandia; pero en contraste inmediato, en esta ciudad habría aproximadamente cinco millones doscientos cincuenta y cuatro mil habitantes que nunca han visto teatro. Si, como dice Jesusa Rodríguez, nuestro proyecto a corto plazo es salvar al mundo. ¿Qué tanto incidimos realmente para lograrlo? ¿Qué tanto cambio podremos lograr? ¿El cambio será lo suficientemente veloz? ¿Cómo seguimos entonces? ¿Qué rutas tomamos? ¿Cómo podemos trabajar desde la cultura para cambiar la realidad social cuando el gobierno de nuestro país se ha encargado de que la población (que necesita de la cultura) no tenga tiempo, interés o acceso al arte? ¿Cómo puedo hablarle de resistencia civil organizada a alguien que necesita completar hoy una jornada laboral de 10 o 12 horas y poder así asegurar su alimento para el día de mañana?

Esta participación no busca desalentar a nadie, por el contrario, se trata de afrontar la realidad, mi realidad, de reconocer que el trabajo escénico, que me encanta, me apasiona, y en el que transmito mi mensaje de una manera lúdica y divertida, no es suficiente, ya no es suficiente. No es suficiente si de verdad mi meta es crear un impacto social que pueda ver. No hay que olvidar que mientras nosotres trabajamos criticando y buscando construir políticas culturales y sociales, que en general representen un bienestar social, hay toda una maquinaria en contra que busca callar nuestro discurso. Esto, lo sabemos, no es una expresión. El avance frontal y cínico de la derecha extremista en America Latina, lidereada por personajes como Bolsonaro en Brasil, pero seguida muy de cerca por Macri en Argentina, Ortega en Nicaragua, Moreno en Ecuador, Piñeira en Chile, Hernández en Honduras, Abdo Benítez en Paraguay, Duque en Colombia, la clara intervención estadounidense con Guaidó en Venezuela, el propio Donald Trump en la Casa Blanca y aquí en casa vivimos con un presidente que si bien parece ser la excepción, quien ha sido muy cuidadoso y ha tenido mucha asesoría de activistas y agentes políticos diversos, es un personaje que sigue insistiendo en la necesidad de llevar a consulta pública “las libertades”, ese término que tanto le gusta usar para referirse a los derechos humanos, y que recorta el presupuesto a la cultura, con el pretexto de que en un gobierno como el suyo, donde desde luego que no existe la corrupción, el dinero “rendirá” más. Un personaje que insiste en que “las libertades”, hablando específicamente del aborto, del matrimonio igualitario, entre otros, no se imponen, se conquistan y que hoy por hoy prefiere ser dueño de sus silencios que el mártir de sus palabras.

Esta realidad de la región y particularmente en mi país, me obliga a reflexionar sobre la urgencia de no sólo ser un agente cultural, la urgencia de salir de “mi trinchera”. En un país como el mío, con la realidad social y política, y el contexto en el que me encuentro, entiendo como un privilegio poder hacer cabaret. Con todo y las deficiencias, la falta de un pago digno, el precariedad laboral, el poco o nulo interés de las autoridades culturales por defender, apoyar o difundir el género en el país, los pocos espacios para desarrollar el género, la persecución de discurso, la censura, la lucha de egos, la falta de unidad, las cúpulas de poder, el racismo, el clasismo, la homofobia, la lesbofobia dentro y fuera de la comunidad cabaretera, con todo eso y más, sigo considerando que en mi país hacer cabaret es un privilegio.

Yo que he sido privilegiado con la posibilidad de hacer arte, de dedicarme a la creación escénica, que he podido dedicarle una semana entera a este encuentro, que tengo el privilegio de tener el tiempo, las herramientas y la información para analizar mi contexto social, histórico y político -y a partir de ello realizar una crítica-, no puedo, ni debo, quedarme sólo en el privilegio y “la comodidad” del escenario.

En México el cabaret no ha sido ajeno a esta realidad, gente como Jesusa Rodríguez, quien recientemente ha incursionado en la política como Senadora y quien ha llevado una visión crítica a un puesto de esta relevancia; Las Reinas Chulas quienes han trabajado desde su Asociación Civil buscando no sólo que el género cabaretero se posicione como un referente cultural en esta ciudad, sino también que el cabaret sea una herramienta para poder llevar temas como feminismo, empoderamiento sexual, visibilidad lésbica, entre otres, a comunidades apartadas y/o vulnerables de la ciudad y del país; el trabajo de Yanet Miranda y las HHH quienes se han abocado al trabajo directo con mujeres en reclusión de la Ciudad de México, dando herramientas artísticas y de equidad de género a uno de los grupos más vulnerables del país y del mundo, o el trabajo de César Enríquez quien aquí en México ha sido duramente criticado en muchos espacios por abordar el tema de la transexualidad, sin identificarse él como una persona trans, pero quien ha trabajado por dar visibilidad a las comunidades trans en todas las funciones que realiza de la Prietty Gouman, entre otrxs.

Pero ¿Por dónde empiezo? ¿Cómo puedo formarme en políticas culturales y derecho humanistas? ¿De dónde saco las herramientas para entender la legalidad que rodea las problemáticas que señalo desde la escena?. Desafortunadamente aún no hay un libro titulado “Los 20 pasos para convertirse en artista y activista mexicanx”. Y mientras no lo haya, hay que hacer lo que se puede con lo que se tiene. De primera instancia puedo ver -como ya señalé- el trabajo de Jesusa Rodríguez, de mis maestras Las Reinas Chulas, y de mis compañeras y amigas Yanet Miranda y Ana Beatriz Martínez; y poco a poco empezar a replicar las acciones que ellas han emprendido para poder desarrollarse también en el activismo.

Entiendo la necesidad de la coordinación conjunta con la sociedad civil organizada, las ONG’s, la creación de redes de colaboración que van más allá de lo escénico, que me den una actividad y responsabilidad distinta a la que actualmente tengo.

Ojo, no quiero con esto sacar mi activistómetro y pretender que se puede medir quién es más o menos activista, simplemente quisiera señalar la necesidad de salir de un espacio que, si bien es de lucha, podría resultar un espacio muy cómodo en un país con aproximadamente 9 millones de personas en pobreza extrema. 9 millones, la misma cantidad de población que se estima tendrá la Ciudad de México para 2020. Es aquí, en estos análisis comparativos a groso modo, cómo puedo comenzar a dimensionar el tamaño del problema al que me enfrento, y la necesidad de replantearme mi posición en las luchas que he decidido abanderar.

 

Gracias a mi trabajo con La Mafia Cabaret he podido estar en contacto con organizaciones que atienden las problemáticas de las que hemos hablado, o hablaremos, en nuestros espectáculos, no sólo para pedir asesoría si no para participar activamente de las necesidades que afrontan dichas problemáticas.

 

A través de nuestro trabajo con El Desierto de Las Leonas, pudimos tener contacto con Golondrinas Viajeras, un colectivo de mujeres en el desierto de Sonora, quienes se dedican a la asistencia y defensoría de migrantes en el desierto, estas mujeres le dieron un nuevo sentido a nuestro espectáculo, si bien nosotras éramos capaces de comprender la lucha que nuestros personajes emprendían al iniciar una travesía en mitad del desierto cargando un baúl con archivos de casos de mujeres asesinadas y con un destino específico pero sin una ruta concreta, al encontrarnos con estas mujeres que realizan esta lucha en la vida real y literalmente en el desierto entendimos la verdadera profundidad de lo que hablábamos arriba del escenario, ellas al ver nuestro trabajo se vieron reflejadas, conmovidas y agradecidas y pudimos crear un lazo de entendimiento mutuo cimentado en nuestra búsqueda propia y, en ese momento ni ellas ni nosotras, nos sentimos solas.

Para la creación de nuestro siguiente espectáculo programado para estrenarse en octubre de este año hemos buscado la colaboración y asesoría de La Casa Mandarina, una asociación dedicada a erradicar la violencia sexual y doméstica, la problemática del abuso sexual infantil es una de las realidades más arraigadas en el país. México, de acuerdo a la OCDE, ocupa el primer lugar en casos de abuso sexual infantil; aquí unx de cada tres niñxs son abusades sexualmente, en el 90% de los casos por algún familiar. Cada año 4.5 millones de niñxs mexicanxs se suman a la cifra de abuso sexual, este país está conformado en un tercio por sobrevivientes de abuso sexual infantil.

Finalmente, para la creación de mi siguiente espectáculo titulado “La Nana Pancha, te hará ver tu suerte” he comenzado a trabajar con “Huella Negra” y “México Negro” dos asociaciones que se dedican a la visibilización de las comunidades afrodescendientes y afromexicanas en el país y que luchan constantemente por combatir el racismo en México. Un tema particularmente pertinente en un país que tuvo un gobierno que gestó la desaparición de la afrodescendencia del inconsciente colectivo y que buscó deliberadamente promover la leyenda del mestizaje homogenizador, creencia arraigada que persiste hasta la fecha y que nos habla de una raza nueva nacida de la mezcla de españoles e indígenas, una “raza de bronce” a la que todxs pertenecemos y que desde luego no contempla en ninguna medida la afrodescendencia. Hay en este país quien todavía se atreve a decir: “Aquí no hay racismo, porque no hay negros”.

En estos tres temas que he mencionado brevemente encuentro una problemática sistémica grave y urgente, en todas veo una realidad que me toca y me atraviesa. La necesidad de abordar el activismo desde el activismo mismo y no sólo a través de lo escénico; aporta a la construcción de mi postura crítica arriba del escenario. Y ahora no concibo una realidad en la que yo pueda comprender parcial o totalmente la problemática de los temas que abordo desde la escena, sin sentir la necesidad imperante de salirme de mi trinchera y pelear estas batallas de frente.

 

 

Pako Reyes / @Pako_Reyes

Cabaretera y gestor cultural

 

*Texto presentado en el grupo de trabajo «Métodos de cabaret al revés, el 12 de junio de 2019 en el marco del XI Encuentro Hemispherico  «El mundo al revés: humor, ruido y performance» realizado por el Hemispheric Institute of Performance and Politics de la Universidad de Nueva York 

Reflexiones

La expansión del fenómeno del plagio en el ámbito teatral mexicano

por Zavel Castro 2 mayo, 2019

Si hay un problema urgente que resolver en la comunidad teatral mexicana es el asunto del plagio.  Acción y efecto de plagiar. Palabra que proviene del latín plagium que significa “secuestro”.[1] La OFI (Office of Research Integrity of the U.S Department of Health and Human Services)  lo define como la apropiación de las ideas, procesos, resultados o palabras de otra persona sin dar el crédito correspondiente. También se atribuye su origen a la palabra griega plágios, que significa trapacero o trapacista, el que con astucias, falsedades y mentiras procura engañar a alguien en un asunto.[2]  Por su parte, el Diccionario de la Real Academia Española define “plagiar” como copiar en lo sustancial obras, ideas, pensamientos o juicios ajenos, dándolos como propios.[3]

La práctica se ha normalizado a tal grado que la complicidad entre quienes realizan dicho acto ilícito e inmoral y quienes los protegen ha producido una serie de pretextos y justificaciones tan inconmensurables como falibles, puesto que los argumentos en los que descansa su defensa o bien son demasiado simples o recurren al tono burlón para desacreditar a quienes señalamos constantemente la falta. Más de una vez se nos ha hecho el chiste de que “los griegos ya presentaban espectáculos frente a un público”, siguiendo esta analogía  –ríen-, todos los teatreros serían plagiadores, secuestradores del trabajo intelectual y artístico ajeno, generalmente de grandes creadores.

Afortunadamente reducir el problema al absurdo al exagerarlo no lo minimiza ni lo elimina como quisieran, tan solo demuestra lo lejos que están dispuestos a llegar para no hacerse responsables de lo que están provocando: teatralidades ilícitas, a cargo de creadores (en este caso esta palabra es un exceso) sin ética. Malas copias despojadas de todo rastro aurático, pastiches descontextualizados sin carga simbólica, ocurrencias insustanciales supuestamente inclasificables, “teatro de búsqueda de youtube” como refiere alguno de los responsables con descaro.

Todo tiene un límite y es momento de ponerlo. Y como con seguridad yo aún no represento una figura de autoridad, recurriré a las palabras de Alejandro Miranda Montecinos, abogado, doctor en derecho, profesor de Filosofía del Derecho, magíster en Investigación Jurídica de la Universidad de los Andes. A continuación reseñaré agregando algunos comentarios, su ensayo intitulado Plagio y ética de la Investigación Científica,[4] texto que revisamos en la Maestría en Investigación Teatral del CITRU en una cátedra sobre Derechos de autor a cargo de Arturo Díaz y Claudia Jasso. Evidentemente Miranda Montecinos se limita a tratar el tema del plagio en el ámbito de la investigación, pero fácilmente podemos trasladar sus postulados a la comunidad que nos corresponde sobre todo porque el teatro mexicano ha abusado a tal grado de esta práctica que es imposible disimularlo. Es un secreto a voces.

Si bien Miranda Montecinos reconoce que el plagio es una práctica presente en gran parte de la historia de la humanidad y que se trata de uno de los problemas éticos más frecuentes en la comunidad científica (y agrego, en la comunidad teatral). Esto no disminuye la gravedad del problema en la actualidad, mucho menos cuando como sociedad hemos reconocido desde hace mucho tiempo el principio de autoría y cuando actualmente dicho reconocimiento pertenece al ámbito legal por lo que cualquier falta correspondería un delito. De ahí que lo considere un problema especialmente apremiante.

No cabe duda que el acceso a internet y la posibilidad de obtener grandes cantidades de información ha sido beneficioso para la investigación, pero también es cierto que en muchos casos es perjudicial para el ámbito artístico, especialmente en quienes esconden su metodología de copy-paste tras los subtítulos de “inspiraciones” “versiones” o  “adaptaciones”. Convengamos: por más que se trate de un nuevo hábito, por más que todos nuestros conocidos lo hagan, por más que sea una nueva norma, por más que esté de moda,  el copy paste es plagio y el plagio es ilícito. Lo repetiré tantas veces sean necesarias. Quizá los teatreros que ya se han acostumbrado a plagiar obvien esta información y sigan esparciendo el chistesito de los griegos, pero decirlo hasta el cansancio quizá prevenga a las generaciones venideras y debiliten la admiración de quienes consideran sus maestros al saber que su prestigio descansa en una práctica que deberíamos mirar con malos ojos.

Miranda Montecinos atribuye el aumento de la práctica del plagio al incremento de las exigencias laborales de los investigadores. Si reparamos en la cantidad de estrenos que tenemos anualmente en las carteleras mexicanas, acaso llegaríamos fácilmente a la misma conclusión. Muchos teatreros se sienten obligados a montar varios trabajos en el menor tiempo posible y eso les lleva, al igual que a los investigadores a reproducir pensamientos ajenos sin otorgar los créditos correspondientes.

Alguna vez  un escenógrafo me dijo que es normal que los creadores estén permeados de las ideas creativas de sus maestros. Lo concedo, no descarto que la asimilación del aprendizaje conlleve una aprehensión profunda e inconsciente, a esto se le conoce como “error honesto” o bien como “excepción de insignificancia”. La cuestión es que en el ámbito teatral mexicano tanto el plagio como la ocultación de los referentes son hechas a propósito, es decir, con intención fraudulenta. Seguir negándolo o intentar justificarlo podría delatar complicidad.

Hay que tener cuidado con este tema. Debemos saber que la creación y respeto de los códigos de ética es tan importante como la identificación de las malas conductas. Es preciso evidenciar estas últimas con el fin de erradicarlas. A menos que resulte conveniente obviarlas, porque es más cómodo tomar los logros de alguien más y hacerlos pasar como propios que emprender búsquedas auténticas que implicarían demasiados fracasos antes de llegar a un éxito. Somos una generación cómoda. Es normal que se prefiera la gratificación inmediata pero también es una lástima.

El dolo y la desvergüenza de los teatreros plagiadores también descansa en que no hay una figura legal (aún) que castigue el plagio en el ámbito teatral, sin embargo, siguiendo a Miranda Montecinos sabemos que no es necesario que una conducta sea susceptible de ser castigada en el orden de la ley civil o penal para que pueda considerarse como una conducta ilícita. Si quisiéramos podríamos pensar en sanciones disciplinarias para desintoxicar al teatro mexicano, pero algunos no quieren. No les conviene. El primer paso es aceptarlo. Tampoco es necesario, nos dice Montecinos y me parece importante anotarlo, que el plagiario transcriba textualmente la obra ajena para que se considere plagio. El resumen y la paráfrasis (las versiones inspiradas en…) también pueden recibir con justicia el nombre.  Así como tampoco exime de ser plagio que el autor o la referencia se mencionen o que el plagiario actúe con consentimiento del plagiado.

¡Parecería que hay tantas formas de plagiar que es casi imposible evitarlo! ¿Y si vencemos por una vez la pereza y por lo menos lo intentamos? Retomo las palabras del autor cuyas ideas guían este escrito que: “quizá podría pensarse que no faltan razones para reivindicar el plagio y defenderlo ante sus impugnadores. Cabría argumentar, por ejemplo que si el conocimiento y la ciencia  (y agrego, el arte teatral) son un patrimonio común de todos los hombres (y agrego, de todas las mujeres), nadie puede oponerse a que ese conocimiento y esa ciencia se difundan tan libre y gratuitamente como sea posible.”[5]

¡Claro que todos somos libres de invocar cualquier idea de otro! Pero ¿De verdad es mucho pedir que se incorpore una cita, que se explicite la referencia de la autoría ajena? ¿Tan malo es aceptar que una idea no es nuestra? ¿Tan poco respeto tienen a los autores, aunque por otro lado los reconozcan como sus grandes maestros para pasar por encima de los frutos de sus esfuerzos? ¿De verdad creen que las ideas originales no contienen un sello imborrable de la personalidad de los creadores y que nadie se daría cuenta de la burla y de la ofensa que representa plagiar? No solo ofenden a los creadores, sino al resto de la comunidad de la que dicen ser familia, a los investigadores, críticos y a sus espectadores a quienes pretenden verles la cara de estúpidos.  Por mi parte me doy cuenta y estoy en contra. Concluyo sembrando estas dudas aunque con toda seguridad seguiré con este asunto durante mucho tiempo. Quizás en una siguiente entrega ahonde sobre los motivos por los cuales esta práctica es perjudicial.

 

 

Obra citada:

Matas Montecinos, Alejandro. Plagio y ética de la investigación científica. Revista Chilena de Derecho, vol. 40, Número 2, pp. 711-726, 2013.

 

[1] Oxford Latin Dictionary, 1968, “plagium”. Tomo la referencia del ensayo de Alejandro Miranda Montecinos.

[2] Corominas, Joan, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Madrid, Gredos, 1973. Tomo la referencia del ensayo de Alejandro Miranda Montecinos.

[3] Diccionario de la Real Academia Española, Madrid, Espasa, 2001. Tomo la referencia del ensayo de Alejandro Miranda Montecinos.

[4] Matas Montecinos, Alejandro. Plagio y ética de la investigación científica. Revista Chilena de Derecho, vol. 40, Número 2, pp. 711-726, 2013.

[5] Miranda Montecinos, Óp. Cit. pág. 717 los paréntesis y lo contenido en ellos es mío.

Reseñas

Gael Policano Rossi. Debajo de la máscara de lo pulido

por Ricardo Ruiz Lezama 22 octubre, 2018

En su libro La salvación de lo bello, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han nos habla sobre “lo pulido” como “seña de identidad de la época actual”. Lo pulido “más allá de su efecto estético, refleja un imperativo social general: encarna la actual sociedad positiva. Lo pulido e impecable no daña. Tampoco ofrece ninguna resistencia. Sonsaca los ‘me gusta’… toda negatividad resulta eliminada”. Estamos en una era en donde todo quiere mostrarse impoluto, donde quiere eliminarse cualquier rasgo que pueda dar una imagen conflictiva, principalmente sobre el protagonista de esta era: yo, claramente no el autor de este escrito sino el individuo como figura aspiracional –¿de qué? de un yo mejor que yo mismo-, culto a la persona, ya no a las celebridades como otrora sino a cualquiera, fundamentalmente a uno mismo, era de la selfie y la sonrisa eterna sin importar las circunstancias, sin importar incluso si se está en el memorial del Holocausto.

Pero solo lo positivo es digno de mostrarse en tiempos de lo pulido. Todo lo que tiene que ver con el individuo se maquilla. Para eso no solo tenemos las viejas y confiables operaciones estéticas sino los novedosos filtros de las distintas aplicaciones, belleza instantánea para la foto, sin bisturí y al alcance de un dedazo. Tiempo de mascaradas donde la apariencia es más importante que la verdad. Pero para todo esto ¿qué es la verdad? Lo mismo que preguntó un trabajador de Facebook hace varios meses a unos reporteros. Realidad aparente, mayoritariamente virtual sobre la otra realidad, ¿cuál? ¿la auténtica? ¿Quién es realmente uno, quiénes son los otros? Crisis de representación. Y es en medio de estas preguntas y esta crisis que una forma va ganando espacio en el teatro, el arte de la representación por excelencia: el testimonial autorreferencial.

Es notoria la proliferación de espectáculos autorreferenciales que se están creando en todos los países. El problema de muchos de estos espectáculos es que trasladan todas las dinámicas que nos exige este mundo al escenario. Abundan obras de intérpretes a los que no les pasa nada y que actúan con gestos rígidos y vacuos, puestas en escena donde los autores e intérpretes solo nos muestran lo que quieren que veamos de ellos, escenario como Instagram, piezas que son sucesión de imágenes construidas solo para agradar, para sonsacar un me gusta -corazoncito para ser más preciso con la analogía-, onanismo vendido como arte. ¿Cómo reconocemos estas obras? Con una simple pregunta: ¿a mí que me importa la vida de esos individuos? Este tipo de espectáculos han destruido una de las experiencias fundamentales del teatro: la reivindicación de la alteridad. El teatro nos recuerda que existen otros y que esos otros importan. Bueno, no este tipo de experiencias de las que hablo.

Y lo peor es que muchos “creadores” de este tipo han intentado justificar su quehacer mediante el abordaje de temas “comprometidos”, tanto de actualidad como históricos, tomándolos como simple forma para aparentar que sus “creaciones” tienen algo más que vacío, incluso como conocedores de su oficio han logrado agregar más máscaras a la de la sonrisa eterna de la selfie, han agregado gestos e inflexiones de dolor, indignación y rabia, pero ni aun así logran ocultar la banalidad que los constituye. Ante esto los espectadores siguen preguntándose ¿a mí que me importa la vida de esos individuos?

Por todo esto, que existan creadores que propongan otras maneras de narrar el yo para desestructurar los relatos hegemónicos son fundamentales. Es necesario que se muestre que no todo es perfecto, que no siempre podemos sonreír, que no siempre nos esperan finales felices y que no somos sino simplemente esto que somos, ni más ni menos, una mezcla de miedos, fragilidad y anhelos. Acá es donde presento a un joven creador argentino que ha hecho de su vida y su dolor una obra de arte: Gael Policano Rossi ¿Arte en qué sentido? Fundamentalmente en el sentido que Tolstoi mencionaba en sus reflexiones sobre arte, como una manera con la cual el artista logra emocionarnos mediante el hecho de compartirnos su universo íntimo. Algo aparentemente muy sencillo, pero altamente complejo en un tiempo en que los otros parece que importan cada vez menos, en un tiempo de egoísmo, del yo sobre todas las cosas. Emocionarse por lo que le pasa al otro no es menor en este mundo en el que hemos empezado a normalizar los actos más atroces en contra de nuestros semejantes, en el que la vida, y las manifestaciones artísticas han comenzado a dejarnos impertérritos.

Gael es dramaturgo, novelista, poeta y actor, y como artista ha enfocado gran parte de su labor a la creación y presentación de conferencias performáticas donde él es el protagonista. Pero ha logrado transcender el yo individual para alcanzar un yo político, lo privado como social. De este modo no solamente da cuenta de sí mismo sino de la era en la que le tocó vivir, era de la virtualidad y la apariencia, del cibermundo, ciberamor, y cibersexo y otros términos que casi no se enlistan en pos de salvaguardar el mundo de lo pulido: la cibersoledad, el ciberdolor.

Amor brujo

Hace algún tiempo se viralizó una noticia sobre un actor que presentó un monólogo en un teatro sin un solo espectador. Hasta la fecha me pregunto, ¿si nadie lo vio podemos seguir llamándole teatro? No lo sé. Por otro lado, a mí me tocó ver hace años una función donde yo fui el único espectador. No me cabe duda de que eso fue teatro. Ahí conocí el trabajo de Gael. De manera valiente, considerando que la valentía no es  ausencia de miedo ni fragilidad, honesta y contundentemente me compartió su vida, no de forma condescendiente como lo hacen los influencers para mostrarnos que ellos también sufren como cualquier otro simple mortal, tampoco de manera exhibicionista como algunos internautas que muestran sus lágrimas orgullosos de sentir tanto, nada de esto, lo hizo acaso de manera ritual como menciona Peter Brook cuando dice que los artistas ofrendan su sufrimiento a los espectadores.

Pero lo que quizá llamó más mi atención de esa experiencia fue la manera en que se notaba que había una intervención artística sobre su vida. No solo se paraba y contaba anécdotas, sino que había técnica artística aplicada a lo real, de tal manera ese momento no quedó solo como una entrañable plática entre dos desconocidos, sino que se elevó a pieza artística.  Había sorpresa, progresión, digresión, contrastes y tensiones. Todo enunciado en un incisivo verso libre. Sobre todo lo técnico usado de forma virtuosa me sentí tocado, por el lapso de la presentación pude acompañar a Gael en sus desventuras como si de un personaje se tratara, pero no era un personaje, me encontré maravillado ante el descubrimiento de otro ser humano.

El hecho de que Gael traicionara nuestro tiempo y mostrara lo que hay detrás de la máscara de lo pulido, aquello que todos se esfuerzan por enterrar en lo más profundo de sus historias de Facebook, de Instagram o en sus tweets es algo que a pesar de los años no logro olvidar. En un mundo de apariencias la honestidad trasciende el tiempo. Sé que Gael es un creador joven que ya está dando de qué hablar en su país y solo es cuestión de tiempo, estoy seguro, de que empiece a sonar por otras partes.

Al final de la función quedé con el deseo de que muchos más espectadores vivieran lo que yo había vivido, un encuentro íntimo y entrañable, franco y honesto. Espero que ahora que Gael viene a México a presentar sus conferencias performáticas  Amor brujo y Mamadera no sea yo el único espectador esta vez.

Foto: @DaríoCastroPH

Foto: @DaríoCastroPH

 

Reflexiones

Teatro Online en HD.

por Aplaudir de Pie 6 octubre, 2018

En la serie norteamericana Malcom in the middle, en algún capítulo perdido en Youtube, Dewey amedrenta a su padre con la sentencia: “El futuro es hoy, oíste viejo.” Bravata de un niño de doce contra un adulto de cincuenta años, la amenaza se convierte, se convirtió, desde hace un tiempo en la cruda realidad. El fenómeno que nos rebasó como medio colectivo de representación, es para variar, el internet. Está vez no sus contenidos bastos e inmediatos, sino nuestros propios contenidos, obras teatrales y performativas, con la posibilidad de ser vistas en servicio de pago por evento por renta de vídeo en plataformas virtuales.

Teatrix.com

Este es el meollo del asunto. Desde la plataforma de videos bajo demanda Claro Video, nosotros como usuarios podemos rentar por 48 horas, o bien comprar el derecho de ver siempre, la versión grabada de obras de teatro argentinas como La omisión de la familia Coleman, por Claudio Tocalchir y Timbre 4, o bien Pieza plástica del alemán Mayenburg con dirección de Cáceres, o al fin y al cabo, las obras teatrales, en este caso todas de Argentina, que bajo la sección Cultural de Claro están clasificadas. Cuando el azar del domingo en la tarde me mostró el futuro que había llegado hace un tiempo no pude menos que espantarme. Una reacción natural ante lo desconocido y amenazante que la opción de ver teatro en casa representa en mi mente para el sector en sí.

El miedo para mí es en primera instancia por la asistencia directa en las salas de teatro, que ahora deben de competir no sólo con otras obras, no sólo con otros medios, sino con sus propias obras en estas plataformas. El teatro y la escena puede tener un millar de definiciones que han cambiado a lo largo de la historia, pero siempre han tenido un punto de toque en el común denominador de la representación ante a otros, el contacto entre espectador y el interprete en el teatro, en un espacio físico determinado. Esta frontera de representación / expectación ha variado de forma y arquitectura según el tiempo y necesidad, del aforo y escenario en colinas de la mítica Grecia, los asientos, balcones y tablados del Siglo de Oro y el Isabelino, sin olvidar las representaciones de “a pie”, para actores y público, con los cómicos de la legua, intervenciones a espacios y lugares no teatrales, como el carpet show, en la humildad de una alfombra o como afirman los merolicos en los parques, “detrás de la raya”, u Orghast de Peter Brook en la ruinas de Persépolis en Irán. Inmensidad de formas y estilos unidas por el pacto tácito que implica ese ver y ser visto entre el actor y su público.

Justo es la ruptura de este pacto, al anular vía pago por evento la expectación de la escena en el lugar físico del teatro, lo que fiel a las canas que surgen de mi cráneo, me dio por pensar en el apocalipsis del teatro y en el fin de la escena. Es una única razón la causa de mi miedo. El impacto directo en la asistencia en las salas y como la posibilidad de no salir de casa, puede aniquilar la relación con el teatro tal como la hemos vivido, proyectando primero salas vacías para después tener foros clausurados por un público cada vez más renuente de salir de casa en una nueva forma de hábitos de consumo dirigida a la satisfacción en domicilio.

El espectador como el rey de la escena

Luego el segundo impuso me llevó a rastrear a la productora de estas obras videadas para, como buen inquisidor, tener el nombre de la bruja para llevar a la hoguera. Entonces me encontré con una imagen más completa del panorama. Teatrix, el cual es el nombre de esta iniciativa, transmite a través de su página, con la opción de suscripción al usuario, distintas obras teatrales, monólogos, teatro clásico, musicales, teatro contemporáneo, no solo de Argentina sino también de otros países como Brasil y espectáculos de Broadway de EUA, que desde agosto de 2016, rompe los paradigmas de la escena con el espectador, que como el rey Luis XIV, puede mandar que ver, a que hora, pausar la obra para ir al baño, o si lo desea, abortar la representación para hacer otra cosa. El espectador tiene ahora un modo de ejecución respecto al teatro igual que el que ha tenido desde hace 20 años con el cine y la televisión, lo cual lejos de espantar debería reconfortar. Al igual que el poder de aquel rey de Francia, el teatro puede beneficiarse como con Racine y Moliere, ya que es imposible pensar en la calidad de sus obras, como de la permanencia en el registro textual a través del tiempo, como en una primera ejecución de las obras de esos genios creativos para un público, aunque sea el Rey y su corte, sin una relación entre la producción y el artista, como marcó el modelo de la corona francesa, y como puede cambiar si el modelo de Teatrix se insertara en nuestro contexto.

Alternativa de difusión

Esta opción digital, creada y pensada para la Argentina, debe motivarnos a romper paradigmas y a establecer nuevos modos de relación con el espectador, coronarlo desde su casa y apostar que esta nueva opción da más posibilidades a la escena y a sus creadores. Si el público decide no ir a la sala teatral físicamente para ver una obra desde su casa, finalmente habrá ganado un espectador más a su cuenta y el que habrá perdido uno será el cine y la televisión. Además, con la posibilidad de ver obras fuera de cartelera, de otros años, como nos pasa con el teatro entrañable que vemos en versiones fílmicas o a deshoras por canales culturales.

El tamaño del teatro

Es el futuro que nos alcanzó desde hace un tiempo, ni hablar de la app para móviles con el mismo concepto de Teatrix para ver teatro desde el celular, y aceptar las nuevas posibilidades planteadas por la tecnología antes de ser desplazados por ellas mismas. Por desgracia, para nuestro contexto inmediato, el cambio de paradigmas no es tan lejano como suponía al iniciar estas líneas. No es mi intención en este momento cuestionar sobre la definición de teatro y escena y su relación directa o no con el espectador. Es introducir un tema digno a la discusión y análisis de distintos puntos de vistas, ya que, además las implicaciones teóricas que lo forman, la inserción de esta plataforma en México es muy cercana.

Justo hace unos días, Mirta Romay, fundadora de esta plataforma, visitó México en el marco del Foro NextTV México, donde participó como ponente y relatora de la experiencia en Argentina de Teatrix, por lo que se puede vislumbrar que esta opción será palpable para México. Quedan, y dejó sin responder las dudas que ahora me agobian más. ¿Qué productores teatrales levantarán sus obras para este formato? ¿Sólo será una opción para teatro comercial o el teatro independiente entrará al juego? ¿Qué pasaría si destinan presupuesto del estado para proyectar una función de teatro en vez de pagar una función? ¿Se podrán rescatar obras para un nuevo registro de montajes escénicos? ¿Qué porcentaje de espectadores teatrales dejarán las salas y foros para verlo en casa? ¿Cuántos espectadores cautivos podrá rescatar esta plataforma? ¿Cuál es el tamaño y proporción del teatro? ¿Cómo se relacionarán espectador y creador?

Me despido sonriendo, pues mis preguntas y miedos pronto serán contestadas por el pasar natural del tiempo, ¿estaremos preparados?, después de todo, el futuro es hoy.

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Anthar Santos-Dramaturgo / @antharsantos 

 

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