Es por eso por lo que estamos aquí. Para luchar entre el dolor y, siempre que sea posible, para aliviar el dolor de los demás…
Andre Agassi, Open.
El dolor es la única constante. Algo, tarde o temprano nos tiene que doler: el camino que elegimos, las decisiones que tomamos, nuestra forma de querer, los sueños que alcanzamos y lo que no, las ilusiones que soltamos en el camino… es inevitable que acumulemos heridas a medida que crecemos, algunas de ellas dejan huella en nuestro cuerpo para recordarnos lo que hemos vivido. Pocas personas son tan conscientes del dolor como quienes entregan su vida al deporte. Las atletas asumen que padecer es inherente a todo éxito o fracaso: entrenar, esforzarse por alcanzar una meta, insistir, resistir, están plagados de sufrimiento, de ello da cuenta de la obra Consagrada. El fracaso del éxito* interpretada por Gabi Parigi, con dirección de Flor Micha, escrita en coautoría por ambas artistas.
Parigi entra al recinto encorvada, como quien carga una cruz; en el cuello, sostenido por un cabestrillo le cuelgan medallas y en la cabeza vendada lleva una diadema de trofeos miniatura. Avanza entre el público como si se tratara de una procesión, con ayuda de una muleta, sus piernas -una cubiertas también por vendajes y férulas- indican que se encuentra en proceso de recuperación. A pesar de su actitud derrotada o quizás motivada por ella, se dispone a compartir su historia con el público. Su presentación sugiere que no será una historia feliz pues, ya desde esa primera aparición nos revela algo que en el mundo del deporte suele ser un secreto a voces: que los triunfos siempre son relativos, pues quien gana, a menudo, no sabe y no puede disfrutarlos.
En ese mundo las coronas lastiman. Para los y las deportistas de alto rendimiento, ganar puede sentirse como una maldición, pues los galardones alientan y al mismo tiempo condenan a quienes los ganan a persistir en un camino lleno de frustraciones, sacrificios y sobre todo dolor, mucho dolor. El sufrimiento que implica cada triunfo a la larga les resulta redituable. Algunos de los padecimientos son conocidos: luxación, esguince, tendiditis, pero aquellos que dejan las secuelas más desgarradoras, a menudo, no se nombran.
Esta renuncia a la palabra se percibe en buena parte de la obra, pues Parigi narra gran parte de su historia con acciones, confiando en la expresividad de su cuerpo para transmitir lo que para ella implicó dedicar su infancia y juventud a la gimnasia artística: escuchar constantemente y terminar por convencerse de que nunca sería suficientemente virtuosa para ser una de las mejores, sobre todo porque su peso siempre supondría un problema para alcanzar sus metas.
La imposición de la cultura de la superación, que obliga a las gimnastas a aceptar todo tipo de maltratos y sacrificios; la privación de la comida, el control de la vida social y la limitación de las relaciones afectivas en nombre de la gloria deterioran la vida de las atletas, quienes suelen sufrir todo esto en silencio y en complicidad con otras deportistas que saben exactamente por lo que tienen que pasar para subir a un podio.
La palabra emerge a su debido tiempo convirtiéndose en una más de las herramientas que Parigi utiliza. Todos los elementos sobre el escenario, incluyendo su cuerpo le sirven para construir imágenes, alcanzando incluso, en algunos momentos, metáforas visuales. Estas se construyen especialmente cuando los objetos desobedecen el uso para el que fueron creados, como el plinton que sirve como pedestal y pantalla de proyección y la muleta que también sirve como soporte para micrófono. Este recurso enfatiza el vínculo entre el deporte y la ortopedia, una relación que por lo general es apenas mencionada por los medios, aún cuando las atletas pasan tantas horas recuperandose de las lesiones como aquellas que destinan a los entrenamientos.
La poca atención en los reportajes sobre la rehabilitación física que conlleva el atletismo profesional, se debe a que esto desluce el halo de gloria con que el periodismo recubre las notas sobre las competencias: lo que importa es insistir en que con disciplina, constancia y talento “cualquiera”puede convertirse en ídolo y ganarse la admiración del resto del mundo.
Este tono grandioso de las notas que tienden a ocultar los pesares del atletismo, se traduce escénicamente en el uso del contrapunto, que en la obra, consiste en narrar un suceso desagradable utilizando recursos cómicos, confundiendo, a propósito al público, que acompaña las escenas con una sensación agridulce e inquietante. Por ejemplo, cuando Parigi narra el comportamiento de uno de los personajes que representan la figura del entrenador deportivo: sujetos exigentes y déspotas que someten a las gimnastas a los peores castigos (quien haya visto el documental Athelete A intuye cómo suele ser este tipo de maltrato). Sin embargo, esta escena tiene un toque de humor, la protagonista parodia al entrenador exagerando sus gestos, para mostrarlo como lo que es: un ser despreciable y ridículo, su actuación provoca risas entre el público, quien a la vez se siente muy incómodo. Una sensación que resulta familiar a las atletas aunque nunca se habituen del todo a ella.
A largo de su carrera, se acostumbran a recibir abusos y humillaciones de todo aquel que sienta que tiene autoridad para juzgar su desempeño y su figura, principalmente los comentaristas deportivos, aunque los aficionados también hablan con un tono de autoridad cuando de juzgar se trata (pensemos por ejemplo en los comentarios que algunos periodistas se permiten hacer en pleno siglo XXI sobre la gimnasta mexicana Alexa Moreno).
El uso del contrapunto también nos permite reconocer los matices y la complejidad de la vida deportiva. Pues a pesar de que hay mucho sufrimiento, también hay momentos gozosos. Se hacen amigas, se disfruta poner a prueba el propio cuerpo y alcanzar una nueva meta, viajar, competir. No es que todo sea malo pero es difícil vivir así. A medida que se acerca el final, porque las carreras de las atletas suelen ser cortas, es inevitable preguntarse si todo ha valido la pena ¿No habría sido mejor rendirse? ¿valió la pena tanto sacrificio para conseguir una medalla? ¿Qué sigue al bajar del podio?
Quizás ganar tenga más que ver con reconocer que siempre tenemos la oportunidad de comenzar otra vez, que hay vida más allá de cualquier triunfo o derrota. En sus memorias, Andre Agassi llega a la siguiente conclusión: «Aunque no sea tu vida ideal, siempre puedes escogerla. Sea como sea tu vida, escoger lo cambia todo.» Esto es precisamente lo que ha hecho Parigi: rechazar el papel de víctima para construir una nueva vida. No es el dolor lo que la define, sino las ganas de seguir.
Al salir del recinto lleva puesta una nueva corona, esta vez no la lastima. Saluda y sonríe con la cabeza en alto. Ha ganado en sus propios términos.
*Esta crítica fue escrita a partir de la función del 26 de marzo de 2024, en el Centro Cultural España en México.