¿Por qué nos preocupa tanto la vida personal de los otros? Es como si nuestra propia vida no nos bastara para entretenernos y tuviéramos que asomarnos constantemente a espiar a los vecinos para darnos de qué hablar. Estoy consciente de que ninguna vida es lo suficientemente extraordinaria como para satisfacer nuestras curiosidades y esta sed de compararnos con los otros. Estamos llenos de vacío. Sin embargo, podríamos procurar hacer algo interesante para matar el tiempo, algo, que por lo menos no se emparentara directamente con los vicios de la ociosidad y el prejuicio que nos impulsa a ver a los demás. Peor aún, a ver y a juzgarlos.
Señalamos a los otros para diferenciarnos de ellos. Somos además poco humildes y punto menos que seres despreciables. Nos valemos de cualquier excusa, cualquier postura y cualquier discurso para descalificar a los que consideramos inferiores por apartarse de lo que nosotros creemos que es “el camino correcto” (porque así nos lo han hecho creer, porque respondemos con obediencia al dogma). Nos regodeamos dejando al descubierto todo aquello que hemos determinado “sucio” (desde el discurso higienista), “pecaminoso” (desde el religioso), “monstruoso” y “anormal” (desde la cultura popular).
Este juicio recae las más de las veces en las conductas sexuales porque somos aún una sociedad altamente conservadora aunque pregonemos lo contrario. De poco ha servido la supuesta “Revolución Sexual”. No hemos sabido romper con el legado negativo del patriarcado. Somos terriblemente machistas a veces sin darnos cuenta. Aún el “primer mundo” como creemos que es Estados Unidos y una de las ciudades más importantes para Occidente Moderno: Nueva York.

Foto: Darío Castro
Las últimas elecciones han demostrado que el auge económico y los avances tecnológicos poco tienen que ver con la racionalidad, que ser potencia no significa que los ciudadanos que se benefician de esta posición sean culturalmente superiores, algunos son tan puritanos como desde sus orígenes, su comprensión del mundo va guiada de una cerrazón de mente impresionante. Son inflexibles, intolerantes y poderosos. Todo esto se traduce en agresiones hacia el grupo que ellos consideran ofensivo, sin más explicación que esta.
Este panorama es retratado en “Stop Kiss”, obra escrita por Diana Son, montada en su versión original para el circuito off de Broadway, y dirigida en su versión mexicana por Sebastián Sánchez Amunátegui. La historia contada a partir de la intercalación de tiempos que la dividen a manera de episodios entre tragedia y comedia ligera, narra la historia de Callie (Claudia Nin) y Sara (Alondra Pavón), dos mujeres que coinciden por casualidad en la “Gran Manzana” cuya continua convivencia deviene con el paso de los días en complicidad e intimidad. Y es que toda amistad es potencialmente una relación romántica. Se quieren, se importan, pasan tiempo juntas, se quieren, se extrañan. Son compatibles. Se atraen. La conjunción de estos factores origina –naturalmente- un beso que será interrumpido precisamente por un personaje que materializa todas las características de las sociedades retrógradas de las que hablé en un principio.[1]
Evidentemente, la relevancia del montaje, la pertinencia de contar esta historia, radica en su mensaje a favor de la tolerancia, en la aspiración (que comparto absolutamente) de que algún día “lesbiana”, en Nueva York, en la Ciudad de México y en cualquier parte, deje de ser considerado un insulto, la reivindicación de que la fuerza de un beso apunte únicamente al deseo y con suerte al amor en lugar de seguir siendo un manifiesto político. La obra reniega de los usos culposos de la carne, de tener que explicar qué hacemos, con cuántos y por qué. Es una protesta y una proclama a favor de la libertad. Que nada nos impida besar a quien quiera besarnos. En público y en privado. Que nada nos avergüence. Teatro que desinhibe, expone y reclama.
[1] Resulta importantísimo reparar en la importancia de la coincidencia de que esta obra, al igual que “Un Corazón Normal” de la que hablé en: http://aplaudirdepie.com/un-corazon-normal-una-obra-para-arrancar-prejuicios-desde-la-raiz/ proviene del circuito de Broadway y sin embargo incide perfectamente en las preocupaciones de los espectadores teatrales de la Ciudad de México. La relevancia y pertinencia son incuestionables, pero habría que preguntarnos el por qué ésta acusada preocupación por los derechos sexuales no resulta en dramaturgias propias y nacionales en lugar de recurrir a la exportación…