La obra está hecha con un interés absolutamente comercial. Esto no tiene nada de malo, quiere decir únicamente que su principal objetivo es vender entradas, hacer que mucha gente la consuma como producto cultural. Esto lo sabemos por el lugar en el que se presenta tanto como por las personalidades involucradas en el proyecto, actores conocidos que por el momento son rentables (me reservo de definirlos como ”famosos” a la luz de la reflexión que desarrollaré más adelante) y creativos que siempre han tenido la mira y los pies bien puestos en el mundo del espectáculo.
Sin embargo, algo curioso sucede con este montaje que lo distingue de muchas otras apuestas comerciales y posibilita que la cataloguemos (bajo el esquema de Dubatti) como una obra del tipo “comercial artística”, me refiero al tema que sustenta la obra a la manera que se aborda y a que los interpretes además de haber probado su éxito en el circuito comercial, son todos, poseedores de un talento innegable. La mera conjunción en un mismo proyecto de Mariana Gajá, Pablo Perroni, Adriana Montes de Oca, Salvador Petrola y Mauricio Ascencio me parece un acierto.
Tengo que manifestar una vez más mi gusto por el trabajo de Ascencio porque no puedo resistirme a admirar una vez más la atmósfera que crea en esta ocasión con su diseño escenográfico y de iluminación de la “casa decadente” en la que todo ocurre (semejante a un “set”, cuestión que vincula una vez más esta puesta con el mundo de los personajes). Mauricio está a cargo también del diseño de vestuario cuestión en la que también destaca.
Foto: @DarioCastroPH
Vanitas vanitatum omnia vanitas
La reflexión del montaje dirigido por Alonso Íñiguez gira en torno de la inmediatez y vacuidad de “la fama mediática”, los personajes representan estrellas olvidadas de la televisión, criaturas destinadas a la oscuridad después de haber brillado durante algún tiempo. Imposible no pensar que de alguna forma esta obra actualiza el tema (pictórico y literario) de la vanitas. Los bodegones del siglo XVII velaban entre sus motivos alegóricos, elementos que le recordaban la fugacidad del placer y la belleza (el tempus fugit), la inutilidad de los placeres y de la riqueza, el sin sentido de la vida y la certeza de la muerte (el menento mori); barrocos y millenials, acechados por las mismas preocupaciones, manifestándolas de manera distinta. Ambas manifestaciones artísticas (los bodegones barrocos y Quiero volverme supernova) dejan en el espectador un sabor amargo obligándolo a reparar en su existencia transitoria e insignificante. La vida como un sueño del que solo se despierta con la muerte.
Para desarrollar estos tópicos enfatizando la crueldad de la gloria pasada y la fama pasajera, nadie mejor que Joserra Zúñiga. De ninguna manera estoy diciendo que sepa del tema por experiencia propia, al contrario, creo que se encuentra en uno de sus mejores momentos y que su interés por la escritura dramática cada vez da mejores frutos. Digo que él es el indicado porque como guionista de televisión reconoce los efectos del impacto que significa la pérdida de seguidores porque seguramente ha convivido con muchas estrellas apagadas, las más desesperadas por recuperar la atención de público y las menos resignadas a su opacidad como personajes secundarios. Reconozco su familiaridad con el tema por la nitidez con la que ha concebido los caracteres de los personajes tanto así que si bien tienden a la exageración cercana a la caricatura terminan resultando verosímiles por ser divas decadentes que no han sabido hacer nada mejor en la vida que deslumbrar a quienes las rodean con su personalidad extravagante, estrafalaria y grandilocuente. De tal suerte que, sorprendentemente, considero que los retrata de una manera realista.
Foto: @DarioCastroPH
Dramaturgia liminal
Sobre el desempeño de Zúñiga como escritor de teatro quisiera agregar que se trata de una figura interesante que quizá nos enfrente a la necesidad de estudiarlo una vez que los críticos hayamos convenido en el establecimiento de una nueva zona liminal entre la dramaturgia y el guion. Sobre todo en esta obra me parece que Joserra ha combinado satisfactoriamente ambos oficios y que cada vez es más difícil discernir qué de su texto pertenece al mundo del guionismo y qué al ámbito de la dramaturgia. La obra me parece inspirada en un reality show pero el script se supera, complejiza y profundiza al grado de que se aproxima a ser considerada una bien lograda dramaturgia (el conflicto es claro y significativo y los diálogos son fluidos y contundentes).
Así pues el equipo conformado por Íñiguez, Zúñiga y Ascencio logra un montaje artístico y comercial creando un universo al mismo tiempo real y simbólico que actualiza el tema de la vanitas y en el que es posible mirar con nuestros propios ojos la explosión e implosión de las estrellas. Un mundo que deviene en metáfora de la sociedad del espectáculo de la que somos parte, que consumimos al mismo tiempo que nos consume y en la que todo esfuerzo por trascender es inútil. De nada sirve ser bello, rico o youtuber. En un mundo de apariencias controlado por los medios y las redes sociales, hemos de recordar la sentencia del Eclesiastés que podríamos atribuir como el detonador del pensamiento que dio a luz Quiero volverme supernova : “Vanidad de vanidades. Todo es vanidad.”