La primera vez que vi una puesta teatral que incrustaba para su construcción a los lenguajes del cómic y de la cinematografía fue en la cuatrigesimasegunda edición del Festival Internacional Cervantino en la Ciudad de Guanajuato. Se trataba de “Historia de Amor” de la compañía chilena Teatro Cinema, dirigida por Juan Carlos Zagal. Digo esto con el único afán de desmentir la absoluta innovación supuesta de “La Dalia Negra” en el formato de cine-teatro, es decir que no ha sido la primera en Latinoamérica, sino en México. Esto de suyo significa un avance específico en la cultura nacional que cada vez con mayor determinación acepta la inclusión de nuevos formatos que amplían –ojo, no sustituyen- la oferta teatral y las capacidades creativas de los teatristas, así como retan la comprensión de los teatrólogos que tendrán que comprender este naciente fenómeno.
Naturalmente la primera vez que uno se enfrenta a la espectacularidad estética de las imágenes proyectadas en pantalla, que ciertamente funcionan como absolutos sustitutos de todo tipo de escenografía y ornamento, así como a la precisión coreográfica de los actores que no responden tanto a un estímulo vital de un compañero en acción sino a movimientos específicos para adaptarse a los inflexibles cuadros que precisan de la correcta ejecución de sus movimientos para significar. Es decir, si el actor se equivoca en dar un paso, dándolo un segundo antes o después u olvida en que sitio debe hacer determinada cosa, corre el riesgo de echar a perder el cuadro en el que participa como figura de un cómic en movimiento. Dicho lo cual, es evidente que este tipo de teatro-cine es extremadamente complejo y precisa de un alto grado de concentración y técnica.
Más allá de los requisitos técnicos para su excelente ejecución, esta nueva forma teatral resulta paradigmática y se ha convertido en un objeto muy interesante de estudio ya que acusa la misma intención que la que tuvo la ópera en sus inicios. Como se sabe, Richard Wagner concebía la opera como el <<arte total>>, un crisol que contenía diversas manifestaciones artísticas en un todo consecuente estableciendo con su coherencia un nuevo lenguaje universal y necesario para la época. Evidentemente los tiempos cambian y así lo hace también el teatro. Esto no quiere decir que las nuevas formas deben sustituir al teatro clásico, tal como ha sugerido hace apenas algunos días, Fernanda del Monte, en su texto “¿Qué hay después del teatro posdramático?” En él, del Monte ha sugerido una especie de estancamiento en la escena mexicana, señalando una inmovilidad de los teatristas que, según dice, no renuncian a las formas clásicas del teatro, conformándose con repetir un modelo punto menos que obsoleto.[1]
Creemos que “La Dalia Negra” indica exactamente lo contrario a lo expuesto por del Monte respecto al estancamiento. «La Dalia…» producida por Jorge Ortiz de Pinedo Producciones, se sirve de la espectacularidad multimedia para ofrecer a los espectadores un producto que innova las formas teatrales conocidas hasta entonces en el país. El montaje es además mediador entre la eterna discusión entre la calidad de dos formatos otrora encontrados uno contra el otro, como si se tratara de una competencia irresoluble. “La Dalia…” concilia al cine con el teatro, humaniza la tecnología para conseguir un acercamiento eficaz a un público que cada vez busca más un entretenimiento de calidad, un teatro comercial artístico al que no se le puede reprochar falla alguna en tanto que es impecable con sus postulados.
“La Dalia Negra” historia escrita por John Ritchman, se basa en la historia real del asesinato de Elizabeth Short, hecho que conmocionó a Hollywood por la brutalidad de la muerte de la bella joven de veintitantos años aspirante a actriz, cuyo cuerpo fue encontrado descuartizado a orillas del parque Leimbert sin que la policía lograse dar nunca con el culpable. Durante el transcurso de la investigación sobre el asesinato, diversos nombres son propuestos como culpables, el padre de la chica, la mejor amiga, el exnovio frustrado, el amante, el pretendiente, etcétera. Será el público quien con algunas pistas acaso logre dar con el asesino.
La puesta obedece la fórmula de un thriller policiaco, y como dijimos en ningún momento desobedece los parámetros autoimpuestos por la lógica del montaje que no promete increíbles actuaciones (aunque destacamos con creces la de Juan Ríos) ni un conflicto o texto trascendente, sino simplemente una nueva experiencia teatral, un teatro que parece cine, un teatro de calidad que resulta entretenido y que se sirve de recursos novedosos (la pantalla, la estética de cómic, una excelente ambientación desde el vestuario, la musicalización y la voz) para mantener al espectador al filo de la pantalla. Como crítico, como espectador y como ser humano hay que saber medir las cosas con una justa medida, no pedir más de lo que se nos ofrece. La Dalia es una magna producción espectacular que recomendamos precisamente por la vistosidad de sus recursos escénicos, por la tensión que provoca, por su capacidad para mantener en suspenso durante una hora al público, por su innegable poder de convocatoria, e insistimos por su impecabilidad. Vale la pena vivir esta experiencia y descubrir junto con una exclamación incrédula al asesino de Elizabeth Short mientas se piensa en las infinitas posibilidades de un teatro que se adapta al presente sin renegar del futuro.
Notas
[1] Fernanda del Monte, ¿Qué hay después del teatro posdramático?
http://www.tierraadentro.conaculta.gob.mx/de-teatro-y-cosas-peores/que-hay-despues-del-teatro-posdramatico/ consultado por última vez el 27 de septiembre 2015. Esperamos tener la oportunidad de discutir con mayor amplitud este punto en reflexiones futuras.