El potencial escénico que representa la irrupción imaginaria a una sesión psiquiátrica o psicológica reporta infinitas posibilidades conmovedoras, y es que, presenciar la apertura del alma de un individuo es casi un momento sagrado. Ese momento de revelación de las intimidades de alguien ante un extraño y la caída en cuenta de su significación en la vida de esa persona, promete siempre una trama que la mayoría de las veces se articula bajo un halo de suspenso y nostalgia. Juan Celis, dramaturgo y director de “El secreto del clown” parece dominar esta fórmula argumental, de la que hace uso para contarnos la historia de una profunda amistad sellada por un vínculo inquebrantable.
Celis, joven director de la compañía “La bola en la ingle”, cuenta la historia de un hombre atormentado por la pérdida de su hermano, quien otrora fuera su mejor amigo. El hermano, por cierto se revela rápidamente como el protagonista de la trama por la particularidad que lo hace extraordinario, sufre de “síndrome de clown”, es decir, que como “problema de nacimiento” tiene un gen que lo dota de las características estereotípicas de este personaje emblemático del mundo de la comedia del arte, circo y teatro. Ha nacido con una nariz roja, lleva al extremo su condición física (es sumamente delgado), viste de manera graciosa, gusta de divertir a quien lo rodea y es involuntariamente bobo, sumamente simpático.
“Augusto”, el clown es brillantemente interpretado por Enrique Campo, quien combina con exactitud la profundidad dramática del personaje que puede ser tan entristecedor como alegre. Y es que su inocencia lo obliga a ver el mundo con unos ojos que nos son tan ajenos como envidiables, con una alegría de vivir que facilita el perdón y que nos enseña a superar las dificultades, dejar ir lo que nos perjudica, aceptar la vida con amabilidad, soltar.
Este personaje entrañable, engancha toda la atención del público, acapara la escena y por algunos momentos opaca al resto del elenco evidenciando el talento de Campo, de quienes sabemos, este lucimiento es involutario, simplemente sucede que el estudio constante se hace presente en las tablas, en este caso, sobre todo se evidencia su concentración y respeto al timing (el ritmo en el escenario) del que sabemos dependen en buena medida los efectos dramáticos y especialmente los efectos humorísticos. Bajo estas condiciones es imposible no resaltar.
Hay solo una escena que creemos desafortunada en tanto rompe justamente la armonía escénica con el que la trama se venía desenvolviendo, se trata de la melodía interpretada tocando botellas (que los supuestos clowns en escena deberían dominar). No podíamos dejar de mencionar esta escena por ser unos de los momentos que, de ganar mayor espesor sería relevante, incluso “mágico”, como el resto de la obra.
Siendo aquel nuestro único reparo, quisiéramos insistir en el carácter valioso de este montaje, cuya mejor característica es precisamente el secreto de Augusto, el mensaje contenido en su manera de ser y actuar sin apegos, sin rencores, sin sentimientos negativos que lo único que hacen es entorpecer y amargar nuestro camino. Ser feliz. Estar en paz.
Vale pena apreheder la lección de vida que sostiene la trama de este montaje y venir al teatro a encariñarse con este clown que ha venido del mundo de la ficción a compartirse amable y amorosamente con los espectadores.