Jorge Volpi es, sin duda alguna, una de las voces críticas más importantes del siglo XXI. Su agudeza intelectual ha quedado manifiesta en un sinfín de escritos, su pluma, inagotable e inconforme, pasa del ensayo a la novela, de la seriedad de una columna de opinión a sus inquietantes ficciones documentales de las que se desprende una interpretación de la realidad con el más alto grado de análisis tanto como pasajes que apelan directamente a lo erótico tanto como a lo romántico. Es un escritor completo. Su ingenio enriquece al mundo. Ha dominado el plano de la narrativa y ha sido y será siempre reconocido por ello.
A poco tiempo de cumplir 50 años, Volpi parece haber multiplicado sus inquietudes, o mejor dicho, volver a sus orígenes. Poca gente sabe que el primer texto largo que escribió fue una obra de teatro en sus años como estudiante de preparatoria, un esbozo de obra dramática que nunca llegó al escenario y que quizá esté guardado en algún cajón. No así su interés por el teatro, que retomó tantos años después, animado por la investigación que llevó a cabo para su novela, Memorial del engaño (2013). Los crímenes financieros, el funcionamiento oculto del sistema monetario, los dilemas políticos y morales tras los negocios, y, sobre todo, los acuerdos de Bretton Woods y el desempeñó como Departamento del Tesoro de Harry Dexter White, detonaron la escritura de El origen del Mundo.
Para Memorial del engaño, Jorge se imaginó a sí mismo como un neoyorquino, mecenas de la ópera (su pasión real más acusada) y como estafador. Para El origen del mundo, se pensó a sí mismo como dramaturgo, dando cuenta de la mascarada en la que se regocijan los intelectuales. Su mayor acierto como escritor de teatro ha sido quizá la elección del tema y la detección del potencial dramático de las discusiones entre John Maynard Keynes y Harry Dexter White figuras históricas fundamentales que definieron el curso de la economía mundial tras la Segunda Guerra Mundial.

Foto: Sergio Carreón Ireta / CNT
La dramaturgia que soporta el montaje dirigido por Mario Espinosa para la Compañía Nacional de Teatro no escatima en información, al contrario, está repleta de datos precisos que narran casi de manera cronológica (alternando el discurso mediante el diálogo de los dos personajes principales) las vicisitudes que dieron lugar al establecimiento del Banco Mundial y la creación del Fondo Monetario Internacional eligiendo al dólar como la divisa de referencia mundial. Todo ello acompañado del correlato (aquí yace la verdadera tensión dramática) de la problemática relación, dicho de otro modo, la rivalidad entre los dos economistas, que sin embargo retrata como dos hombres sumamente educados y respetuosos capaces de sostener una prolongada conversación sin exaltarse. Guardando las formas. Sin asomo de vulgaridad. Especialmente el personaje de Dexter White interpretado por Andrés Weiss, quien encima guarda un sorprendente parecido con el economista.
El tema de la obra es fruto de una minuciosa investigación y organización de Volpi, quién además acertó al anotar el tono en que podría montarse esta discusión: la farsa. Atendiendo a esta indicación, Mario Espinosa creó un ambiente tan espectacular y absurdo como suele ser (visto de cerca) el circo de la alta cultura. Es así, que vemos a los grandes economistas en un ridículo in crescendo habitando una casa de espejos en el que se intercambian y confunden y en el que nada es lo que parece.
La dirección de Espinosa combina la seriedad del tema tratado con la irracionalidad del humor, vistos sobre todo, con el juego de la interpretación de la Señora White que alternan Octavia Popesku, Éricka de la Llave, y Amanda Schmelz; la transformación de Keynes que deviene en una caricatura de sí mismo comiquísimamente encarnado por David Hevia (actor invitado por la CNT) y la inclusión de un coro que comenta lo que sucede con gestos grandilocuentes, haciendo eco de las reacciones de los espectadores (el mayor acierto de la dirección entre los tantos que posee). Más allá de saber qué pasará con la economía mundial, los espectadores se mantienen atentos a “quién ganará” como si se tratara de una pelea de box. Guiño que ofrece Espinosa al colocar a las figuras históricas precisamente como pugilistas en la introducción a la obra.[1]
En suma, Volpi encontró una imagen generadora lo suficientemente potente que, en buenas manos como son las de Espinosa, ha conseguido materializarse en una obra dinámica y lúcida, a la altura del acontecimiento histórico narrado y del teatro de intachable manufactura.
[1] A propósito de la escena introductoria, me atrevo asegurar que no solo es lo que atrae de inmediato la atención del espectador, sino que funciona para dar el tono de toda la obra, agilizándola y enfatizando la rivalidad de las dos grandes mentes insertas en una sociedad de consumo y espectáculo. Con esta resolución, Espinosa da un giro radical respecto a otras obras del mismo estilo (la discusión entre dos intelectuales) como La última Sesión de Freud, dirigida por José Caballero.