José Juan Meraz tiene razón al decir, que si bien tras el sismo volvimos al teatro, ya no somos los mismos. Estoy segura que muchos de nosotros nos costó trabajo regresar a ver o a dar una función. Los días que sucedieron a la catástrofe algunos dudamos sobre la función y utilidad del quehacer escénico como reconstructor social en algún nivel y sentíamos que asistir a función era innecesario y superficial. No estábamos para ningún tipo de vanidad. No había nada más importante que intentar ayudar a quienes lo necesitaban.
Sin embargo, con el paso de los días sentíamos la necesidad de regresar allí donde sentimos que pertenecemos, allí donde solemos mirar el mundo, donde nos sentimos arropados, bienvenidos y seguros. Estábamos escépticos pero nos urgía un abrazo y nunca hemos sentido mayor calidez y tranquilidad que en el teatro. Entonces, en cuanto se renovaron las actividades artísticas quisimos elegir muy bien a qué obra le entregaríamos nuestra angustia a cambio de consuelo. Afortunadamente, dimos con la obra correcta.
“Del Manantial del Corazón”, escrita y dirigida por Conchi León es quizá una de las mejores obras que hemos visto para calmar el alma. Atribuimos la excelencia del montaje a la honestidad que atravesó su concepción, desarrollo y propósito. Sincera desde su origen, al no pretender imitar algún modelo como hacen tantos «creadores» tratando de ajustar sus propuestas a parámetros extranjeros que piensan como superiores o innovadores y asumir el contexto que la hizo posible, traduciéndolo y rindiéndole homenaje en cada elemento de la puesta. Conchi, mexicana y yucateca orgullosa de sus raíces, invita al espectador a sumergirse en el universo maya que aún pervive y constituye la identidad de la región. El habla, la estética, la construcción de los personajes y la relación entre ellos, aromas, sabores, los majestuosos textiles, religiosidad, ritos, ideas y costumbres, todo está ahí tal como es, sin embellecer ni ocultar nada, dando cuenta de una forma de vida y de una cultura rica y valiosa.
La honestidad también sostiene la trama, pues partiendo de testimonios reales, León ha escrito un viaje para tres simpáticos y conmovedores personajes femeninos en el que se maravillarán con el milagro de la vida y se enfrentarán a la amargura de la muerte. El ciclo vital relacionado con la maternidad y la pérdida de los seres queridos con el trascurso inevitable del tiempo. Nada más pertinente para estos momentos en que algunos tuvieron que despedir a sus seres amados y otros temieron no volver a verlos con la noticia de su desaparición.
La intención del montaje es brindar un poco de alivio a todos aquellos que se quedaron con los brazos vacíos, pero también provoca que valoremos a quienes tenemos cerca. A que les digamos cuánto los queremos todas las veces que podamos y a que nos ríamos con ellos porque “reírse con alguien es otra forma de decirle que lo amas”. En estos momentos todos necesitamos ver una obra como esta. Para seguir adelante. Para abrazar la vida. Para regresar al teatro. Para aplaudir con el corazón entre las manos.