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Reflexiones

Reflexiones

2024

por Aplaudir de Pie 17 febrero, 2024

Después de tomarnos un tiempo para repensar nuestros supuestos sobre lo que es y lo que puede ser la crítica. En este periodo de distanciamiento nos ocupamos en meditar sobre nuestra práctica, estudiando, conversando con colegas y compartiendo lo que hasta ahora hemos aprendido en distintos espacios. Todo esto restableció el ánimo de cuestionamiento indispensable para la tarea a la cual nos dedicamos, pues la crítica en la que creemos va mucho más sobre plantear preguntas que sobre dar respuestas, por ello, cada vez nos alejamos más de la tarea de la evaluación y nos acercamos a la interpretación, que no pretende emitir veredictos sobre las obras, sino proponer coordenadas para pensarlas.

Tan importante como lo anterior ha sido volver a ser público, asistir a una obra sin imponernos la tarea de escribir algo o tener algo interesante que decir al final de la función, asumiendo que hay personas que querrían escucharlo. Esto nos permitió recuperar el inmenso amor que sentimos por el teatro. Sin exigirle ni reclamarle nada. Sin someterlo públicamente a nuestros parámetros. Sin rendir pleitesías ni hacernos de enemistades ¿Para qué? Si cada vez son menos los espacios para la crítica. No vale la pena que nos dediquemos a elogiar ni despotricar. Ni a premiar o desprestigiar. Los tiempos han cambiado. Quizá la crítica también deba hacerlo. Por nuestra parte, nos motiva ensayar formas distintas para el ejercicio, mostrar alternativas. Apostar por otros formatos, otros discursos y otros medios. Otros modos de hacer.

Nuestro objetivo es motivar y participar en diálogos sobre las artes escénicas sin la pretensión de tener la última palabra ni la facultad de acelerar la venta de boletos. Diálogos, en los que tengan lugar los públicos, no solo los artistas ni los así llamados especialistas, porque el teatro nos congrega por igual sin distinciones. Desde el inicio, soñamos con que esta página sirviera para diversificar las voces y, con ello, hacer de la crítica un ejercicio compartido, partiendo de distintos enfoques, no solo de los lugares establecidos.  Aún hay mucho que hacer para que esto suceda, principalmente, habrá que desempolvar a la crítica y dejar de concebirla como un espacio de autoridad suprema y, en cambio, asimilarla como una actitud, una facultad y una herramienta que sirve para comprendernos como sociedad y como seres humanos.

Con todo esto presente, retomamos. Agradeciendo siempre a quienes nos acompañan.

 

 

 

Reflexiones

A lo largo del perímetro: alternativas para el mejoramiento de las artes escénicas Concurso Nacional para Puesta en Escena

por Aplaudir de Pie 24 octubre, 2023

El teatro es la única institución del mundo que lleva cuatro mil años muriendo y nunca ha sucumbido

John Steinbeck

 

Como es costumbre, en todos los años que tiene la humanidad, podemos afirmar de nuevo que el teatro está en crisis. Si bien cada país tiene una relación particular con las artes escénicas, en México podemos decir que las circunstancias generales son abrumadoras. Un simple recorrido por los comentarios de lxs teatrerxs, sean gestorxs, productorxs, escenógrafxs, directores o intérpretes basta para comprobar esta idea.

Es así que encontramos con: una crisis de audiencia en las temporadas teatrales; reclamos a la conformación étnica de los elencos, siendo estos con una clara tendencia hacia perfiles caucásicos con poca o nula representación de tipos mestizos; y abusos provenientes en la formación y producción escénica, que derivan en violencias desde pedagógicas hasta laborales, los cuales se traducen en vejaciones y acoso sexual sistematizado.  Sobre las cuestiones laborales destaca el cuestionamiento del papel del Estado en la producción y difusión de la cultura, la necesidad de reconocimiento de lxs artistas en aspectos básicos para la existencia digna, tal como el derecho de acceso a la salud, la complejidad para el acceso a recursos económicos, la disminución de convocatorias y la falta de seriedad y cumplimento en los programas de pago establecidos por el mismo gobierno.

Lo dicho: el teatro en México está en crisis. Es por eso que inicio este escrito  con este celebre dictum, con la esperanza de proporcionar al menos una propuesta que dé un poco de calma frente a las situaciones que la producción del teatro tiene por delante.  Siempre es bueno recordar, que si bien el teatro mexicano enfrenta una buena cantidad de problemas, esto lo hace con una frecuencia ya anualizada, por lo que también lo será encontrar nuevas soluciones para llegar a un mejor marco de realización de la escena.

A diferencia de otro tipo de análisis, esta apreciación no es de orden interno, donde podría dar fe de su riqueza en cuanto formas, autores, temas y propuestas artísticas, por el contrario, para hacer este escrito me he dado a la tarea de analizar el teatro desde fuera del fenómeno escénico, intentando verlo desde todos los ángulos posibles. Si este fuera un ejercicio de geometría podrías distinguir en el dibujo que hacemos de cualquier polígono que existe un perímetro interno y uno externo, que si bien a primera vista aparentan ser lo mismo, el valor de los ángulos internos y externos indica que hay dos formas de ver una misma figura. Por ejemplo, dentro del perímetro interno del teatro se puede ver y  hasta cuantificar el número de puestas en escena, la cantidad de funciones por obra, el número de intérpretes por montaje, la cantidad de espectadorxs y los ingresos por función, arrojando en conjunto, estadísticas cercanas para entender el teatro como fenómeno.

La limitante, como expliqué anteriormente, es que todas estas cifras únicamente son capaces de medir el perímetro del teatro en su faceta interior.  Yo mismo intenté, hace aproximadamente diez años, trazar el perímetro de las artes escénicas desde una perspectiva económica, el fin era encontrar el valor de mercado de las artes escénicas y para hacerlo sumé la información obtenida mediante el INAI e instituciones teatrales con el total obtenido por concepto de taquilla. Aunque mis motivaciones y método en aquel momento eran acertadas, nunca pude encontrar el valor exacto de esa incógnita, pues faltaría sumar lo recaudado de manera independiente a lo largo de la república, lo que es imposible obtener por una sola persona, además, el valor del mercado es un cálculo financiero, incapaz por sí mismo de capturar en su esencia la importancia de las artes escénicas. Vale la pena añadir que durante el período en que recopilé los datos contables para obtener dicho valor fui cuestionado sobre la utilidad misma de esta incógnita, ello debido a que, pese ser una actividad económica, el cálculo monetario no implica necesariamente una relación con el valor del teatro, por ejemplo, al sumar funciones de acceso gratuito, tal como el Carro de Comedias de la UNAM o de la misma Compañía Nacional de Teatro en México, que dan presentaciones sin recibir una remuneración directa del público vía cobro de taquilla. En estricto apego del método de cálculo, estas funciones aportarían un valor nulo equivalente a cero, por lo que ante este quiebre de valores es necesario replantear el modelo frente el cual pretendemos calcular el valor del teatro, sobre todo en términos de ganancia monetaria, aportación al PIB o el criterio imperante en el modelo financiero en curso.

Para desentrañar el valor del teatro, más allá de cálculos económicos, debemos sumar el impacto social y humano, que incluso las representaciones con una sola función pueden tener, escapando de la mirada racional y de la lógica monetaria con la que estamos acostumbrados a evaluar el fenómeno escénico a partir de indicadores, esto quiero decir que el impacto de las artes escénicas es más profundo que la simple aplicación de sumas y restas, ya que atañe directamente a la dimensión humana, y si internamente es difícil, por no decir imposible, medir el perímetro del  teatro, visto desde afuera, posee un volumen y dimensión diferente. Esto es lo que nos proporciona el papel que cobra el arte en la sociedad y en la evolución del género humano, en torno a los lugares y modos en los que se representa el hecho escénico.

Al cabo de los últimos años he tenido la oportunidad de intentar medir el teatro desde dentro, misión que solo organismos como el Observatorio Teatral de la UNAM en México o la UNESCO a nivel global pueden intentar cuantificar. No obstante, el punto de vista que acompaña este escrito es externo, como el del espectador de teatro que puede apreciar a los intérpretes sin preocuparse siquiera de que exista una parrilla de luces. De este modo, puedo recopilar al menos esta propuesta basada en modelos culturales escénicos y las reflexiones hechas por otrxs.

Por oficio soy dramaturgo, por lo que fiel a la tendencia de arrojar la mano y esconder la piedra, me atrevo a realizar este escrito y dejarlo simplemente en el aire, pues las ideas suelen viajar más rápido que las personas y se puede dar el caso de que pueda materializarse y mejorar al menos un poco el panorama sobre en el que se hace el teatro en México

Alternativas para el mejoramiento de las artes escénicas

Propuestas con base en la Compañía Nacional de Teatro de Costa Rica

Como sabemos, son pocos los países a nivel mundial que poseen una organización semejante a la Compañía Nacional de Teatro de México. En el caso de América Latina, solo Costa Rica y Venezuela poseen una  administración y gestión  de esta naturaleza. He tenido la oportunidad de conocer Costa Rica y al menos conocer las oficinas administrativas de la Compañía Nacional de Teatro de Costa Rica (CNT CR), al tiempo que he evaluado algunas de sus estrategias escénicas para incentivar la producción teatral y su acercamiento al público. Esto ocurre, por ejemplo, en el Festival Internacional de las Artes, FIA, el cuál sucede de manera bianual y del que se ha hablado en el artículo “Invertir en Cultura es invertir en la gente”, publicado por la revista Paso de Gato en el ya lejano 2013. Es por ello que, siguiendo un método comparativo entre los modelos de producción de estos países, presento un ejemplo de las estrategias seguidas por aquel país en cuanto a promoción, producción e incentivos referidos al teatro los cuáles pueden servir como ejemplo para nuestro entorno.

Antes de proseguir con las características de cada uno de estos ejemplos cabe aclarar lo evidente. Aunque parecidos en muchos aspectos que van mucho más allá de compartir el mismo lenguaje, México y Costa Rica se distinguen significativamente en términos socioculturales. Este escrito no tiene como objetivo enumerar sus semejanzas y diferencias, acaso, lo más importante en lo que habría que reparar es en las diferencias de sus marcos legales con relación a la política cultural que rige el funcionamiento del sistema artístico.  A pesar de ello, considero que es importante saber cómo se distribuyen los recursos públicos para las artes en distintos países para pensar posibles modificaciones en nuestro sistema. 

Dicho esto, me concentraré en desmenuzar el funcionamiento del Concurso Público Anual Para Dirección Escénica Profesional De Teatro, conocido también como Concurso Público Anual Para Personas Directoras Escénicas Profesionales de Teatro, uno de los programas públicos centrales para la creación escénica en Costa Rica. Este concurso existe desde hace 15 años aproximadamente y está diseñado para promover la creación de espectáculos en los teatros de la CNT CR, todos creados bajo la figura de texto teatral a desarrollarse por un/a director/a de escena. A lo largo del tiempo, esta convocatoria anual se ha adaptado a las decisiones curatoriales de cada administración vigente de la CNT CR, rescatando siempre el binomio de este modelo de producción con el fin de presentar textos latinoamericanos y costarricenses de calidad. Esto lo podemos confirmar de acuerdo a las convocatorias emitidas en 2019 y 2022, ya que no se publicó en 2021, donde se establece este criterio desde las bases emitidas.  Lo más importante de este concurso es que permitirá el desarrollo de una puesta en escena con un acompañamiento directo de los recursos de la CNT CR, traducido en disponibilidad de un recinto teatral para ensayos y funciones, así como de equipo, personal técnico y administrativo necesario para llevar a cabo cada presentación, pues a diferencia de las compañías nacionales de México y Venezuela, Costa Rica dejo atrás el modelo de elenco estable hace algunos años.

El proceso de evaluación se basa en una decisión curatorial basada en el análisis del texto dramático presentado en conjunto con la propuesta de dirección, el cual es determinado por elementos propios de una carpeta como la conocemos, con factores tales como conformación del equipo creativo y actoral, elementos escenográficos y de vestuario y la descripción de cómo se involucra el texto de acuerdo a la visión general. En las convocatorias emitidas en 2019 y 2022 este concurso benefició a uno y tres montajes  respectivamente, los cuales contaron con una temporada teatral dentro de los teatros administrados por la CNT CR. En 2020,  debido a la emergencia sanitaria producida por el COVID- 19, el Concurso Público de Puesta en Escena emitió una convocatoria pública en 2020 bajo la figura de excepción, la cual buscó beneficiar a la mayor cantidad de grupos posibles, cada puesta en escena recibió el aporte económico necesario para llevar a cabo cuatro funciones en los teatros de la CNT CR. Este concurso benefició alrededor de cuarenta montajes divididos de acuerdo a las siguientes categorías.

1) Espectáculos estrenados

Benefició los procesos escénicos ya realizados de acuerdo a estos criterios;

Estéticas de la Dirección Teatral Costarricense – Espectáculos Centralizados: refiere a las puestas escénicas realizadas en la capital, en las salas teatrales de  San José.

Estéticas de la Dirección Teatral Costarricense-Espectáculos descentralizados en espacios alternativos: montajes que se realizaron en comunidades de Costa Rica por medio de grupos de teatro independiente no vinculados con el estado.

Estéticas de la Dirección Teatral Costarricense-Espectáculos pre-grabados: nuevamente, en atención a la pandemia de COVID-19, esta categoría sirvió para mostrar videomontajes.

Estéticas de la Dirección Teatral Costarricense-Espectáculos en desarrollo de creación colectiva: para ayudar a los montajes que se encontraron en proceso de montaje bajo una figura de producción diferente a lo acostumbrado en el resto de las convocatorias.

2) Espectáculos por estrenar en galería de procesos

Reconoció y apoyó a los procesos escénicos en camino de estreno y que fueron expuestos dentro del equivalente a la Muestra Nacional de Teatro en Costa Rica, de acuerdo a estas subcategorías:

Estéticas de la Dirección Teatral Costarricense-Espectáculos en desarrollo de creación colectiva: diseñado para compañías y colectivos, que mostraron sus procesos de creación con base en el registro de cada colectivo.

Galería de procesos sobre trayectoria artística en dirección: de acuerdo al modelo de producción imperante basado en el director como eje de la puesta escena, presentó los elementos que llevaron a la consolidación del montaje.

Galería de procesos sobre proyecto estrenado: hecho para exponer el proceso de montaje de espectáculos escénicos ya estrenados.

Galería de procesos sobre proceso en desarrollo: el cuál reveló los pormenores de las puestas en escena en proceso de montaje.

Sobre la escena (área de formación y reflexión): pensado para los proyectos escénicos que abordaron o cuestionaron la formación escénica.

En resumen, el Concurso Público de Puesta en Escena abre un panorama para toda la escena teatral por medio de temporadas  teatrales donde se otorgan las facilidades necesarias para llegar a la audiencia  de este país con base en este concurso público. 

Otra de las convocatorias que están diseñadas para democratizar el acceso a los recursos públicos  y teatros de Costa Rica desde la administración de la CNT CR es la Convocatoria Proyectos Escénicos. Actualmente esta iniciativa está encaminada a generar una coproducción con la CNT CR a lo largo del año. Es un concurso dirigido a toda la comunidad teatral de aquel país para obtener una programación en algún espacio facilitado por esta institución, en función de las necesidades del montaje.  Esta convocatoria surge de la necesidad de tener acceso a lugares de teatro o foros, cuyas rentas generalmente son muy elevadas.  De manera similar que el Concurso Público de Puesta en Escena, las producciones ganadoras tienen acceso a las salas administradas por la CNT CR, disponiendo de las facilidades relacionadas con el acceso y manejo de la sala durante una temporada teatral de entre ocho y dieciséis funciones con una repartición de ganancias de la taquilla en una proporción de 70 / 30. La diferencia con la convocatoria anterior es el espectro al cual está dirigida: mientras que el Concurso Público de Puesta en Escena está diseñado específicamente a directores/as profesionales para realizar un montaje desde cero, la Convocatoria Proyectos Escénicos queda abierta a un rango de profesionales dedicados a la producción teatral con espectáculos con un mínimo de tres representaciones, en un espectro más amplio.

Si adaptamos alguna de estas propuestas en México, por medio de alguna institución cultural como las ya mencionadas, tendríamos la oportunidad de determinar criterios de valoración de acuerdo a su división por categorías, ya sea para jóvenes, para directores/as en camino de profesionalización o directores/as con trayectoria,  lo cual ayudaría a cubrir la necesidad de espacios y oportunidades que se requieren por una comunidad teatral en constante crecimiento, que siempre requerirá de más espacios para establecer una relación con distintas comunidades de público, además, tal y como lo demostró la pasada convocatoria a escritores llamada “Historias del Té”, las propuestas podrían encaminarse a: emplear a los actores y actrices residentes de la compañía, al equipo técnico y difusión, a usar los salones de ensayos y la sala principal para la temporada de funciones, además del acompañamiento necesario para solventar las necesidades de producción. Siendo aún más ambiciosxs, incluso podríamos establecer una métrica donde se pondere con mayor valor a las propuestas escénicas que vienen de plumas mexicanas o latinoamericanas, elemento que al ser una compañía de corte nacional tiene todo el sentido del mundo.

Por último, fiel a la metáfora que da nombre a este texto, he encontrado que pese a estar en el plano sí existe una diferencia entre los perímetros exterior e interior. Un buen arquitecto, o alguien muy observador, se dará cuenta de que la diferencia estriba en el ancho de la barda que flanquea el perímetro. En este caso, esa barda no es otra que la dificultad ofrecida por la burocracia, la cual tiende a estorbar en la ejecución de esta o cualquier idea, por lo que lo más recomendable es apartarse por el momento de un camino regulado por instituciones, para hacerlo por nosotrxs mismos por medio de los titánicos esfuerzos que representa una asociación civil destinada a cubrir esta necesidad penosamente aún no resuelta por el régimen vigente. 

Escribo estas ideas seguro de que su origen no es mío sino que es resultado de otros esfuerzos realizados a nivel local o mundial, dirigidos a repensar los modelos de producción escénica. Las escribo con la ilusión de ser tomado en cuenta sin la necesidad de un crédito, retribución o cita, pues mi único fin es contribuir a un mejor escenario para el futuro del cual formamos parte y del que me sentiría satisfecho de haber colaborado un poco en su formación.

Por tanto, invito a debatir libremente, con intenciones propositivas o destructivas estas ideas, así como a generar otras propuestas que nos ayuden a salir de la crisis escénica que tenemos por delante. Y de las crisis futuras solo afirmar que estas se resolverán mañana, que al fin y al cabo, será otro día.

 

Anthar Santos-Dramaturgo/@antharsantos

Reflexiones

Estimad@s egresad@s:

por Zavel Castro 14 agosto, 2023

En julio del año pasado, el maestro Isaac Pérez Calzada me invitó a fungir como madrina de la generación trigésimo novena de la carrera de actuación del Centro Cultural Virginia Fábregas, a quienes dirigí estas palabras que hoy comparto con todas las personas que estén por egresar de cualquier escuela de formación artística.

A Yudith Coelho, Fernanda Córdova, Miguel Ángel García e Indra Martínez

Estimad@s egresad@s:

Quiero expresarles mi profunda admiración por haber hecho realidad el sueño de estar en un escenario, sé que para lograrlo algunas de ustedes han confrontado reticencias familiares, dificultades económicas y situaciones que las han hecho dudar si han elegido el camino correcto, personalmente pienso que sí, porque estoy convencida de que las personas que tienen la valentía para insistir en hacer lo que las hace felices, tienen la capacidad de encontrar su lugar en el mundo. Si tienen buena fortuna, habrá compañías y procesos que las hagan sentir parte del medio artístico, en este caso, bastará con que se acoplen a una dinámica preexistente y que pongan a prueba las herramientas que adquirieron durante su proceso de formación. De todo corazón les deseo que su incorporación sea amable e indolora; cuando estén dentro, les pido que no olviden la alegría que les causó esa sensación de pertenencia y que siempre reciban con generosidad y cariño a las generaciones que vendrán después de ustedes. No hay necesidad de enemistarse con quienes comparten su misma pasión, o por lo menos, no hay que hacerlo de antemano, solamente porque en la escuela nos hayan fomentado un espíritu de competencia desmedido: la única forma de destacar positivamente es el propio trabajo.

La segunda posibilidad, es que para encontrar su lugar en el mundo, tengan que enfrentar algunas adversidades. Quizá se encuentren con personas o instituciones que sientan que el teatro es suyo y que hay que pedirles permiso para formar parte de él. Esas personas no soportan que haya más de un camino posible para hacer lo que nos gusta y mucho menos que ese camino pueda llevarnos lejos. Les aconsejo que no teman a esos guardianes y que en lugar de empeñarse en ganar su aprobación, tengan presente que nadie, por más que aparente, tiene el poder de abrir o cerrar todas las puertas. El mundo es muy grande. No es necesario forzar ninguna cerradura, ni someterse a los caprichos de quienes les niegan el paso. Si consiguen sobreponerse a esta situación, les pido que no olviden la sensación de frustración y de tristeza que les provocó que alguien intentara detenerles y que cuando tengan oportunidad de incluir a alguien en los proyectos en los que estén, lo hagan sin temor a ser desplazados, sé que escucharán muchas veces esa amenaza velada que dice que “nadie es indispensable”, lo cierto es que cuando hacemos un buen papel en lo que nos toca, podemos llegar a ser irremplazables. El escenario es muy grande. No hace falta insistir en esas prácticas que hacen del medio un lugar hostil.

La tercera y última opción es que aún no exista un lugar al que puedan llegar para desarrollar su talento, puede ser que no consigan adaptarse a los modelos de creación existentes, no es que ustedes estén haciendo algo mal, sino que los tiempos han cambiado y quizá demanden la reinvención de lo que conocemos como teatro. En este caso tendrán que inventar su propio camino, sus propias formas de hacer teatro, distintas a las convencionales. Si este es el caso, les pido que intenten crear un mundo mejor del que tenemos ahora, que asuman que una de sus tareas consista en reconocer aquello que no quieren repetir del medio (conductas, discursos, formatos, tipos de relación con el público), todo aquello que les impida disfrutar del escenario y hacer del teatro un paréntesis en la vida cotidiana.

Me dará mucho gusto coincidir con ustedes en el futuro próximo y celebrar los hallazgos que encuentren en su camino.

 

Reflexiones

El público: recuerdos, rumores y presagios*

por Zavel Castro 3 noviembre, 2022

Buenas tardes, quiero agradecer a Javier Ibacache y a Pepe Zapata por su invitación y por la inspiración, al consejo asesor y a los equipos de producción y logística por haber realizado el enorme esfuerzo que supone idear y concretar un evento de esta magnitud, cuyo propósito, hay que decirlo, es tan noble como pertinente. Los espectadores y las espectadoras merecen una mención especial por haber respondido al llamado para ayudarnos a mejorar nuestra relación con ustedes.

Debo confesar que, cuando me invitaron a compartir esta conferencia, me puse bastante nerviosa,[1] pues me había sido encomendada la difícil tarea de sintetizar en una narración coherente y de ser posible entretenida, la trayectoria del público desde sus orígenes hasta vislumbrar sus futuros posibles. Acepté el reto, limitando la exposición a la historia occidental. A pesar de esto, confío en que la observación de la transformación de su comportamiento constituye una problemática global.

Naturalmente, es imposible abarcar la diversidad de las comunidades de público en una sola charla; prefiero dar cuenta de esta limitante antes que pretender que mi discurso incluye, representa y es capaz de interpelar a todas y a todos. Al igual que las obras, los textos se construyen a partir de la imagen de un espectador o espectadora ideal y las mías, son aquellas personas dispuestas a escuchar comentarios poco optimistas sobre la relación del teatro con sus públicos, considerando que quizá, haya algunos problemas que resolver y que estos no desaparecen descalificando a la mensajera.[2]  Prefiero decirlo, antes que pretender que mi discurso incluye a todas y a todos. Me parece importante enunciarlo porque, aunque los mecanismos de exclusión son inherentes a cualquier discurso y a cualquier representación, muchas investigaciones escénicas y académicas, obvian este factor, ya sea porque a su parecer, es demasiado evidente o porque al generalizar, facilitan las conclusiones de sus estudios. Este y otros problemas que voy a señalar corresponden al campo de la investigación teatral y particularmente al campo de los estudios de público. Este congreso me parece un espacio idóneo para recuperar también esta discusión, para que acaso, las espectadoras y los espectadores incluyan en las demandas de su manifiesto, que la investigación explicite a quienes excluyen sus discursos. Voy a estar soltando algunas ideas sobre el manifiesto esperando que algunas de las reflexiones detonadas por las exposiciones y los talleres sirvan para apuntalar las consignas.[3]

Ante la imposibilidad de contener la historia del público en una sola exposición, haciendo una glosa de los textos fundamentales y de los hechos históricos que dan cuenta de la existencia de las espectadoras y los espectadores en distintas épocas, he preferido apelar a la naturaleza creativa del oficio de historiar y prestar atención a los rumores que existen sobre el público, rumores que han inventado unos para advertirnos sobre su naturaleza violenta y otros para promover la figura del espectador y de la espectadora ideal. Ambos tipos de rumores funcionan actualmente para determinar el tipo de público cuya presencia es digna de celebrarse.

Hablo de rumores porque finalmente mucho de lo que sabemos sobre el público de otros tiempos, así como del público de hoy, no son más que especulaciones, datos muy imprecisos o información que sirve solo para conocerlo de manera superficial. Tomar las especulaciones como una fuente fidedigna, nos permite acceder al imaginario colectivo del sector teatral, dejándonos conocer cuáles han sido los prejuicios, los temores y los ideales a partir de los cuales han construido sus representaciones sobre ese cuerpo colectivo que se ocupa de mirar, sentir y pensar el teatro, para dotar de significado a las obras.

Atender a las representaciones de los públicos es fundamental para comprender las razones por las cuales, la mayoría de las obras y la mayoría de los teatros los relegaron a un segundo plano y por qué ahora nos preocupa tanto que recuperen su protagonismo.

Recuperar el imaginario sobre el público, en lugar de retomar el discurso que ha articulado el sector con ayuda de la comunidad académica, no quiere decir que no me he tomado en serio la tarea que me han encomendado, por el contrario, pienso que en el futuro las investigadoras y las espectadoras debemos tomarnos mucho más en serio nuestro derecho a imaginar y que tenemos que defenderlo como una forma legítima de conocimiento, puesto que así, podremos ofrecer mayor resistencia a las figuras y las empresas que pretenden “enseñar a pensar al público” y “ayudarle a entender las obras” (en sus términos).

Lo repito: la imaginación del público es una forma legítima de conocimiento.

Las interpretaciones que haga sobre lo que ve son válidas y no necesitan de la aprobación académica, de hecho, la investigación académica y, desde luego, también la investigación histórica, tienen mucho de invención y esto no merma su validez, por el contrario, nos ayuda a reconocer el quehacer creativo y poético de quienes interpretan los signos.[4] Restablecer la imaginación como una vía de conocimiento, honra la esencia del teatro pues, en todo caso, nuestra imaginación ha provocado que sintamos la necesidad de inventar mundos efímeros y hacerlos existir en un escenario, y  también se expresa en el deseo de ficción que nos lleva a ocupar las butacas.

La imaginación es el elemento fundacional del fenómeno teatral y también es la clave para entender el tipo de relaciones que hemos establecido con las espectadoras y con los espectadores, pues por lo general, el vínculo está condicionado por lo que creemos que son, por lo que nos han dicho que son y por lo que deseamos que sean; usualmente, al público lo intuimos y lo suponemos. Hemos hecho muy poco para que esto sea de otra manera.

Es necesario poner a prueba las suposiciones que derivan de teorías y estudios, incluyendo las historiografías de las autoridades del pensamiento. De hecho, una posible tarea para el futuro podría ser cuestionar todo lo que se ha dicho al respecto, corregir las imprecisiones y prescindir de las ideas caducas y de los discursos que no son aplicables a la realidad. No quiero que se me malentienda: el empeño de la comunidad académica para conocer al público es hermoso y loable, sin embargo, pienso que la mayoría de los estudios ampliarían sus alcances si incluyeran de vez en cuando, los testimonios de las observadoras y los observadores del fenómeno teatral, modificando la metodología para incluirles en las investigaciones.  Quiero pensar que cuando decimos que estamos buscando una mayor participación del público en el teatro, incluimos también este campo. Hoy tenemos frente a nosotras a esas personas que reclaman que dejemos de tomarlas como objetos de estudio sin consultar con ellas y ellos los avances de nuestras investigaciones. Hoy están aquí invitándonos a que las conozcamos mejor y, sobre todo, a hacerles partícipes de muchas más áreas de las que les hemos permitido estar.

Uno de los problemas de haberles tratado como objetos de estudio sin procurar un diálogo directo e incesante con ellas y ellos en el curso de nuestras investigaciones, es que esto dio pie a la homogeneización de las comunidades de públicos, difuminando la diversidad de quienes las integran.[5] Al ignorar la variabilidad de bagajes, preferencias y motivaciones de las cuales derivan distintas interpretaciones a propósito de una obra, se crea la ilusión de que, alrededor de ella convergen personas con ideas y gustos similares. Sabemos muy bien que esto no es así, pero si revisamos la mayoría de los textos, son demasiado pocos los que especifican las particularidades de los grupos que estudian y aún menos los que acusan una participación directa, voluntaria y explícita en las investigaciones.

La generalización de los públicos empata con el discurso, ultra promovido, de que el teatro es un territorio neutral, donde es posible suspender lo que nos diferencia para concentrarnos en lo que nos hermana. Hoy sabemos que es posible convivir en paz a pesar de nuestras diferencias, incluso a partir de nuestras diferencias. A la luz de varios eventos recientes, hemos llegado a pensar que sería mejor manifestar públicamente aquellas ideas en las que diferimos, pues de otro modo, salen a relucir cuando menos lo esperamos, afectando, ahí sí, al bien común.  Si todos los días lidiamos con nuestras diferencias ¿Por qué el sector teatral insiste en que es posible dejarlas de lado durante una función y por qué esto se presenta como algo deseable?

La objetivación y la falacia de la neutralización permean las narrativas sobre la historia del público occidental. Se insiste en esto, aun cuando sabemos que es imposible que un grupo de personas de distintos lugares y distintas épocas, con distintos intereses y necesidades, reciba las obras de la misma manera.

Otra cosa que ayuda a vehicular la generalización sobre el público es la excesiva atención a las reacciones externas, condicionadas y aprendidas, al término de una función. Si seguimos confiando en los aplausos y en las exclamaciones al finalizar las obras, así como del entusiasmo que demuestran durante las funciones, seguiremos obviando la interiorización de los contenidos y otros tipos de participación e implicación que complejizan el análisis de la recepción.

Sospechosamente, en nuestros tiempos, por lo general, el público reacciona de manera positiva a las obras. Y es que se le ha hecho pensar que amar al teatro es amar a las obras. A todas ellas. El mejor espectador es el que aplaude, agradece y recomienda. Porque todas las obras son fruto de las mejores intenciones y de los mayores esfuerzos. Porque todas tienen algo valioso. Porque todas están hechas “por su bien” en algún sentido (para que se divierta, para que se entretenga, para que reflexione o para que aprenda). A buena parte del sector teatral le tranquiliza pensar que los públicos son muy felices con las obras que se hacen y que el discurso de las obras es eficaz. También les reconforta difundir que el público se ha equivocado en la valoración de obras significativas, como cuando le dieron el tercer lugar en un concurso a la Medea de Eurípides y cuando abuchearon La Gaviota de Chéjov, para señalar que a veces “no ha sabido ver”.

A partir de todo esto me pregunto: ¿Qué tan exactas pueden ser las conclusiones de cualquier investigación histórica? ¿Qué tan precisa puede ser un estudio sobre la recepción cuando no problematiza los factores que hacen que alguien asista, observe e interprete una obra a partir del libre ejercicio de su imaginación?

Entiendo que ninguna investigación puede abarcarlo todo, sin embargo, la metodología que se utilizó por lo menos hasta mediados del siglo XX para estudiar a los públicos, nos dejó una deuda muy grande en el conocimiento de las comunidades efímeras que se congregan a propósito de una obra de teatro. Quise dar cuenta de los vacíos de la historiografía, con la intención de que en el futuro las espectadoras que elijan profesionalizarse en el campo de la investigación, los tengan en cuenta y no caigan en los vicios de la tradición.

Quizá mis impresiones estén equivocadas, hace falta preguntar a las espectadoras y a los espectadores si efectivamente sienten que se le ha excluido de los registros históricos sobre el teatro y de los estudios de público, si habían pensado siquiera en la posibilidad de ser incluidos más que retratados, si están conformes con el tipo de participación que se les ha permitido o si les interesa participar en este campo, pero si fuera cierto que hasta ahora no nos ha importado lo suficiente incluirles en los estudios teatrales, confiando en la precisión de la mirada de “los y las especialistas”, tendríamos que aceptar que su historia ha sido narrada siempre por alguien más.

¿Por qué les hemos negado el estatuto de especialistas de su propia historia a quienes observan y significan las obras para entregárselo, en cambio, a quienes ostentan títulos académicos?  ¿Por qué los testimonios del público no tienen cabida en los estudios teatrales? ¿Con esto les habremos convencido de que lo que tienen que decir sobre el teatro no es tan importante como lo que tienen que decir los investigadores y los artistas?

La exclusión del público del campo del saber académico “legítimo”, explicaría en alguna medida por qué las espectadoras y los espectadores han preferido reservar la relatoría de sus experiencias al ámbito privado y por qué sabemos tan poco sobre su historia. La distancia entre las comunidades artísticas, académicas y de audiencia, se ha traducido en un silencio que debería preocuparnos.

Puede ser que las suposiciones a partir de las cuales se construye la narrativa histórica, se deban no sólo al desinterés sino al silencio con el que han tenido que lidiar las investigadoras y los investigadores, siendo una de las principales razones por las cuales se han escrito un sinfín de interpretaciones sobre lo que es, sobre lo que quiere y peor aún, sobre el tipo de teatro que necesita. Sin tomarlo en cuenta. Es preciso subrayar que la culpa no la tiene el público, sino que es resultado de una serie de acciones ejercidas por distintos agentes a lo largo del tiempo: es momento de asumir nuestra responsabilidad y dar cuenta de esa historia. Desde una perspectiva positiva, el reconocimiento del silenciamiento del público puede servir para que, en épocas venideras, las espectadoras y los espectadores decidan si quieren seguir en el anonimato, dejando que su historia la escriban otros, a partir de suposiciones, idealizaciones y prejuicios, o si, por el contrario, quieren ser escuchadas y escuchados y que, como he dicho, participen del sistema teatral incluyendo la investigación sin representantes ni intermediarios.

En la historiografía teatral, las representaciones del público operan en tres sentidos: como realidades, enigmas y ficciones históricas. Los discursos proyectan los deseos, pero sobre todo los temores de los y las artistas, aunque en épocas recientes es frecuente encontrar señales de ese temor también en los programadores. Ahora que los necesitan más que nunca ya que los públicos se muestran renuentes a volver a las salas.

La historia del teatro ha reducido la imagen de las espectadoras y de los espectadores como algo que primordialmente cumple dos funciones: mirar y aplaudir. Por tanto, la iconografía del público enfatiza los elementos que el sector teatral considera relevantes: los ojos y las manos. La imagen que resulta de ello es una criatura múltiple, a la que es mejor tratar bien y mantener al margen pues, con frecuencia, se le representa como una cosa terrible.

Ilustración: Mar Aroko

Los rumores cuentan que hay que tener cuidado sobre todo con sus fauces, pues supuestamente, lo que emana de ellas tiene el poder para destruir obras y artistas.

Probablemente, el temor a sus fauces justifique su silenciamiento, pero ¿De dónde viene ese temor?

Hasta donde sabemos (o lo que hemos inventado), como casi cualquier otra práctica cultural, los orígenes de la recepción teatral se remontan a la Antigua Grecia. Los registros sobre el comportamiento del público evidencian que en aquel tiempo tenía diferentes formas de expresar su agrado o desagrado; además de aplaudir, se tiene noticia de que los espectadores silbaban, gritaban, pateaban y golpeaban los asientos durante las representaciones.

La historiadora Lynne Conner señala que también arrojaban piedras, nueces, higos y todo tipo de alimentos para protestar u homenajear el tratamiento de los mitos de los dramaturgos y la interpretación de los personajes de los actores.  Se dice que los actores respondían con la misma efusividad los comentarios, replicando las ofensas y aventando cosas a los espectadores desde el escenario. De acuerdo con los cronistas, el ambiente teatral se caracterizaba por el bullicio y el público se caracterizaba por su participar y por hacer ruido, además, se dice que se implicaban profundamente con las ficciones, principalmente cuando abordaban temas políticos o consejos morales. También dicen que en esa época la opinión de la multitud se consideraba más valiosa que la opinión de los críticos.[6] Asimismo, cuentan que desde esa época existe la figura de alguien encargado de preservar el orden silenciando a los observadores escandalosos, a quienes golpeaban con una vara (desconocemos si los golpes conseguían su propósito o si por el contrario, los envalentonaban).

La recepción como un libre ejercicio de movimiento y palabra continuó hasta el siglo diecisiete, época que destaca por la conformación de grupos de espectadores conformados por personas que pagaban las entradas más accesibles para ver las obras parados en una zona especial, que a menudo era el foso o una planta baja cercana al escenario. Este tipo de público jugó un papel fundamental en la historia del teatro europeo debido a su comportamiento escandaloso, sus prácticas incluían hablar, silbar, bailar, cantar durante las representaciones, imitar las actuaciones y se burlarse en voz alta de cualquier persona. Las personas que se aventuraban a participar desde esa zona, podían esperar ser robadas, empujadas e incluso golpeadas. Se dice que muchas veces lo que ocurría allí era el atractivo principal para asistir a una función.[7]

Hay comportamientos en la historia que se repiten: la escandalosa participación del público en este tiempo también era respondida en la misma medida por los intérpretes de las obras, quienes se permitían reaccionar a sus comentarios, insultándolos y arrojándoles cosas desde el escenario. Muchas veces, las autoridades tuvieron que intervenir para calmar los enfrentamientos.[8]

La función primordial del público en este tiempo seguía siendo emitir un juicio colectivo sobre las obras, manifestando su aprobación o rechazo por medio de acciones que iban desde aplaudir o abuchear hasta arrojar naranjas al escenario. Se cuenta que, por ese entonces, la respuesta del público podía determinar el éxito de una obra o incluso la carrera de actores, actrices y dramaturgos. El público que hoy consideramos desobediente, en otro tiempo fue una fuerza descomunal que llegó a amenazar seriamente el orden desafiando constantemente a las autoridades. Su influencia fue considerable, pues hizo que su voz fuera escuchada y tomada en cuenta por los directores de teatro, llegando incluso a incidir en las decisiones de programación y en los contenidos de las propias obras, con la pura amenaza de su descontento y de los disturbios que podrían ocasionar si no se les daba lo que pedían.

Como era de esperarse, el poder de estos públicos molestó cada vez más a los artistas y a las personas encargadas de mantener el orden en la sociedad, por ello, a principios del siglo dieciocho, las autoridades publicaron edictos que pretendían disciplinar el comportamiento rebelde de las audiencias. Las normas de comportamiento fueron distribuidas en folletos y leídas en voz alta en los teatros. Entre otras cosas, estas leyes prometían castigar a quienes interrumpieran las actuaciones y a quienes utilizaran sombreros, por su parte, los castigos variaban: iban desde prohibir la entrada de los espectadores sospechosos hasta reprender públicamente los comportamientos inaceptables. Algunos directores de teatro, artistas, críticos y espectadores, aplaudieron los esfuerzos para controlar los actos rebeldes, mientras que otros se opusieron a ellas, argumentando que aminoraba la participación del público dificultando la comunicación entre los espectadores y los artistas. Me es preciso anotar que, hasta este momento, no se consideraba inaceptable comer, platicar ni moverse libremente durante la función.[9]

Estas medidas fueron reforzadas espacial y materialmente por los dueños de los teatros, quienes instalaron asientos en sus recintos, creyendo que, al limitar la movilidad, manteniendo al público sentado, se calmaría. Además, por estos tiempos las técnicas de iluminación cambiaron: se sustituyeron las velas por lámparas y se inventó un sistema de poleas que permitió manipular los candelabros de los teatros, dirigiendo la luz y la atención hacia el escenario, oscureciendo al público para debilitar su participación directa y sus interrupciones, impidiendo que protagonizara las funciones. La instalación de las butacas y la luz eléctrica cambió para siempre la distribución de los recintos y la organización de la mirada colectiva, a costa de la participación de las comunidades de públicos. Por estos tiempos fueron relegados a los márgenes, de los cuales aún la mayoría no ha podido salir.

Hay quienes ven en todos estos esfuerzos un proyecto de domesticación y manipulación.

Un paréntesis para hablar de la resistencia a estas medidas: la evidencia histórica demuestra que, a pesar de esto, el ruido y las interrupciones en las funciones continuaron hasta la primera mitad del siglo diecinueve, pues, hasta entonces, se siguieron abucheando las obras y los actores que no eran del agrado del público, y exigiendo que se repitieran escenas y números musicales. Además, el sector teatral siguió considerando la opinión de la audiencia como el veredicto más importante.[10]

Hasta el siglo XIX, ni la recepción ni la participación guardaba relación con la quietud ni el silencio ¿A qué debemos entonces que este se haya cristalizado como un ideal de comportamiento?

No fue sino hasta mediados del siglo XX que la pasividad de las espectadoras y los espectadores finalmente pudo determinarse como el modo de recepción ideal con ayuda de la institucionalización el establecimiento de protocolos de comportamiento.  Entre otras cosas, esto ocasionó que el rol evaluador del público se debilitara, para fortalecer, en cambio, una dinámica de poder que favorecía a los intérpretes, quienes justificaban las demandas de quietud y silencio por el respeto que merecía su trabajo y la solemnidad que requería el desarrollo de las ficciones.  Cabe la posibilidad de que las comunidades de público, por consenso, hayan decidido, tanto establecer como obedecer las reglas de comportamiento para disfrutar del teatro en un entorno tranquilo y para contemplar el trabajo de las y los artistas con el respeto que se merecen, o bien, puede ser que estas reglas le hayan sido impuestas para controlarlo, con la intención de evitar la repetición de antiguos comportamientos. En cualquier caso, su docilidad no es algo natural, sino que, por lo que se ha visto, y por lo que se ha dicho, es resultado de una serie de decisiones propias o ajenas, tomadas a lo largo de la historia.  En consecuencia, los espectadores y las espectadoras del presente se encuentran sometidas por voluntad o por decreto, a la oscuridad, la quietud y el silencio.

Por lo general, los artistas aman a los públicos hasta que se descontrolan.

Los dispositivos de participación vigentes han limitado mayoritariamente las reacciones del público al aplauso y al halago; dejando sus impresiones más honestas para el ámbito privado y para sus círculos de confianza. Es preciso anotar aquí que las plataformas digitales han sido utilizadas como si se trataran de espacios seguros controlados por los usuarios, por esto, es posible encontrar opiniones desfavorables vertidas en esos medios, aunque no es lo más común, pues he visto cómo los artistas responden esos comentarios desacreditando las capacidades cognitivas y el nivel de cultura de quienes no gustan de su trabajo.

La consolidación de la figura del espectador ideal lo representa como una persona viva, pensante, sensible y sobre todo, silenciosa. Resulta llamativo que durante la pandemia se hayan detonado dos intereses al unísono: la atención del sector teatral a los estudios de público y el auge del movimiento de “adopción” de plantas de interior. Pareciera que el sueño de la gente de teatro es que una persona, al convertirse momentáneamente en espectadora, simulara un comportamiento más vegetal que animal, con lo cual, como sospecho, ambos fenómenos tendrían alguna correlación.

El comportamiento ideal- vegetal de los públicos durante el desarrollo de una función, corresponde a la idea de que el silencio es sinónimo de respeto y de que el teatro, en tanto que es un «ritual sagrado», lo amerita. Además, se nos ha dicho que debemos agradecer la oportunidad de participar en él. La limitación de la participación del público al aplauso y al agradecimiento, también afianza el discurso de las artes escénicas como benefactoras social: se piensa que con cada obra vista, el espectador y la espectadora, se vuelven, inevitablemente, mejores personas.  No es mi intención invalidar la posibilidad del teatro de ser una vía de transformación de la vida de la gente, simplemente estoy precisando la frase sin obviar lo que todas y todos sabemos en el fondo: ni todas las obras impactan de manera positiva y ni toda la gente cambia por ir al teatro. En todo caso ¿Cómo podríamos saber cómo ha cambiado el público si ni siquiera lo conocemos?

Estos discursos atraviesan la historia del teatro y por lo tanto, las historias de los públicos.

Pienso que, ante la falta de testimonios, podríamos interesarnos en identificar los discursos que guardan una relación directa con la transformación del comportamiento del público a través de la historia: pasando de ser excesiva y explícitamente participativo y ruidoso a contemplar las obras en el mayor silencio posible. A partir de esto, también podríamos preguntarnos por qué han surgido rebrotes de desobediencia como de los que da cuenta la investigadora de audiencias Kirsty Sedgman, quien ha seguido el fenómeno desde el 2018.[11] Quizás las espectadoras y los espectadores del presente hayan recordado inconscientemente su pasado y hayan decidido recuperar antiguas formas de participación. Quizás no vuelvan a los teatros hasta que las cosas cambien.

Durante los últimos años han recordado cuán valiosa es su presencia, por eso es que quizás (todas estas son especulaciones) ahora exigen que se le deje participar plenamente en aquello que disfrutan ¿Qué pasa entonces? ¿Por qué no están yendo al teatro?

Tras el resguardo pandémico es común encontrarlos en bares, restaurantes, museos y salas de conciertos. Incluso se han animado a viajar. Es muy común encontrarlos en las plataformas digitales. En todos estos sitios se sienten bienvenidos y a salvo, en todos ellos pueden hablar y moverse libremente. Por el contrario, la pandemia parece haber exacerbado las actitudes de control en el teatro. Las redes sociales han dejado ver que buena parte del sector teatral no está dispuesta a ceder el control ni a modificar sus dinámicas, incluso podemos leer publicaciones de actrices, actores, directores, directoras y productores, reprendiendo a los espectadores por no saber comportarse; desde sus cuentas de Twitter comparten sus sueños de humillar públicamente a las espectadoras y espectadores, interrumpiendo las funciones para exhibirlos y además solicitan que se escriban edictos para castigarlos.

A mi parecer, la ausencia de los públicos de las salas y su comportamiento indisciplinado presagia que es necesario transformar los dispositivos, las dinámicas de participación y los códigos de conducta. El rebrote de desobediencia y la ausencia del público en las salas, me hace pensar que algo está a punto de cambiar, que estamos viviendo el declive de un modelo de recepción y que quizás sea tiempo de dejar que el público redefina su posición y participación en el teatro, para esto hará falta que el sector deje de temerle y castigarle por el poder de sus fauces.

Las señales de los últimos tiempos presagian un público feroz y aún más monstruoso de lo que lo han imaginado, pues en próximos años, no será ni animal ni vegetal sino un cyborg,  un híbrido, mitad persona, mitad avatar. Una criatura que habitará en el teatroverso. Acaso allí pueda recuperar sus libertades perdidas, lejos del control de los guardias de las normas de la presencialidad.

*La primera versión de esta conferencia fue presentada en el marco del Primer Congreso Internacional de Espectadores de Teatro, comisionado por Pepe Zapata en colaboración con Aforafocus.  Más información en: https://www.aforafocus.cat/es/congresoespectadoresbcn/

 

Agradecimientos especiales:

Mar Aroko : Ilustraciones

Fernanda Jardí : Asesora video

Ricardo Ruiz Lezama: Editor y compañero

 

Notas 

[1] También lo estuve mientras la pronunciaba. A días del evento comprendo mejor por qué: había sido pensado para celebrar el regreso del teatro presencial y las ganas de la gente de volver a los teatros, yo sabía que lo que había escrito no correspondía a ese ánimo, pero también sabía que era una buena oportunidad para manifestar la preocupación por la crisis de afluencia y señalar algunos problemas del vínculo entre el teatro y su público, así que la crítica tendría que hacer de nuevo el papel de  aguafiestas.  No puede ser de otra manera, pero ahora entiendo por qué estuve tan tensa y tan “seria” como me dijeron algunos, especialmente quienes esperan que la crítica sea simpática porque les han dicho que su tarea consiste en encontrar lo valioso y lo positivo de todo lo que ve. Por el contrario, creo que el campo de acción de la crítica son los problemas. Espero volver sobre estas ideas y sobre la imagen de la crítica como aguafiestas en un siguiente escrito.

[2] Reescribí este párrafo a mi regreso de Barcelona tras el intento de  uno de los espectadores invitados de desacreditar la conferencia por no haber partido de la perspectiva que él estimaba conveniente para tratar el tema, por no haber citado a un autor que él hubiera citado y por no haber incluido en los eventos de la historia del público un evento que él consideraba relevante. Aunque este tipo de participaciones no son extrañas para mí (siendo una investigadora aún considerada joven cuya formación no viene del campo de las artes escénicas siempre hay un hombre que sabe más y mejor lo que debería decir y no duda en hacérselo saber al resto) lo que me preocupa realmente es que se trata de una figura que está a cargo de un espacio de formación de espectadores (en México) y que esta invalidación pueda ser una práctica común. Insisto, a estas alturas estoy muy acostumbrada al mansplaining y este tipo de intervenciones no me hacen dudar de lo que llevo años pensando, pero me pregunto si alguna espectadora habrá pasado por lo mismo y haya temido volver a compartir una idea o hacer una pregunta por miedo a la humillación pública de «los que saben». Escribo esto para dejar constancia de la situación y para abrir espacio a una reflexión que hizo falta: las dinámicas de poder y las violencias pueden habilitar dichos espacios. Por cierto, esta persona solo intervino en mi conferencia, en el resto de las mesas no tuvo ningún reparo.

[3] Manifiesto de Barcelona sobre los espectadores de teatro: https://www.aforafocus.cat/wp-content/uploads/2022/10/Forma_Afora_Focus_CIET_Manifesto_Web-1.pdf  (página visitada por última vez el 3 de noviembre de 2022).

[4] Si bien, estoy a favor de que existan espacios que brinden herramientas de apreciación a las espectadoras y a los espectadores, muchos de estos han sido monopolizados por cierto modelo pedagógico que, en lugar de habilitar la interpretación y la crítica fundamentada, impone un discurso que los y las participantes simplemente repiten.

[5] Para identificar el problema sobre la identidad colectiva del público y la homogeneización de sus características ha sido de gran ayuda la problematización de Helen Freshwater en Theatre and Audience. 2009. Gran Bretaña: Methuen Drama. pág 5-11.

[6] Conner, Lynne. 2013. Audience Engagement and the role of arts talk in the digital era. Estados Unidos: Palgrave Macmillan. pp. 45-47.

[7] Ibid pp. 47- 52.

[8] Por supuesto, también había espectadores tranquilos, como los que hay ahora, por eso me interesa llamar la atención sobre aquellos que han desaparecido con el tiempo y preguntarnos por las razones de su domesticación.

[9] Estoy hablando del tipo de teatro que se institucionalizó precisamente a partir de estas normativas. Sabemos de la existencia de otras dinámicas que, hasta la actualidad, no censuran estos comportamientos, pero por lo general, se trata de géneros y compañías que no forman parte de los circuitos privilegiados por el Estado.

[10] Resulta llamativo que, en la actualidad el público no se siente autorizado para emitir un juicio sobre las obras. A propósito, la mayoría de los proyectos de espectadores que se presentaron en el Congreso, manifestaban abiertamente un rechazo a concebir sus espacios de diálogo como espacios críticos. Queda pendiente abrir una discusión al respecto.

[11] A propósito recomiendo la lectura de: “We need to talk about (how we talk about) Audiences” en: Contemporary Theater Review. En línea. < https://www.contemporarytheatrereview.org/2019/we-need-to-talk-about-how-we-talk-about-audiences/> Consultado el 4 de julio de 2022 y  The Reasonable Audience. Theatre Etiquette, Behaviour Policing, and the Live Performance Experience. Palgrave Macmillan.

 

Fuentes consultadas 

Colomer, Jaume. “Perquè hi ha menys espectadors teatrals que abans de la pandèmia?” en: Bissap. <https://bissap.es/es/perque-hi-ha-menys-espectadors-teatrals-que-abans-de-la-pandemia/> página revisada por última vez el 2 de octubre de 2022.

Conner, Lynne. 2013. Audience Engagement and the role of arts talk in the digital era. Estados Unidos: Palgrave Macmillan.

Freshwater, Helen. 2009. Theatre & Audience. Gran Bretaña: Methuen Drama.

Sedgman, Kirsty. 2019. “We need to talk about (how we talk about) Audiences” en: Contemporary Theater Review. En línea. < https://www.contemporarytheatrereview.org/2019/we-need-to-talk-about-how-we-talk-about-audiences/> Consultado el 4 de julio de 2022.

———————. 2018. The Reasonable Audience. Theatre Etiquette, Behaviour Policing, and the Live Performance Experience. Palgrave Macmillan.

Spregelburd, Rafael. Spam.

White, Hayden. 2010. Ficción histórica, historia ficcional y realidad histórica. Buenos Aires: Prometeo Libros.

Reflexiones

¿Yo puedo dedicarme a la actuación?

por Ricardo Ruiz Lezama 3 octubre, 2022

Ilustración por Mar Aroko

Para publicar este texto recibí la autorización del estudiante que sale mencionado. La identidad preferimos dejarla en el anonimato.

Hay momentos en que de pronto cambiamos de papel en la vida, por ejemplo, los hijos se vuelven padres de sus progenitores cuando estos envejecen. En este texto te compartiré sobre la vez que pasé de ser estudiante a ser docente y cómo me vi en una situación en donde ahora yo era quien debía tener respuesta a las preguntas difíciles, en este caso: «¿Profe, usted cree que yo puedo ser actor?» Hace algún tiempo me encontré con un estudiante al final de una función de teatro, nos dio mucho gusto vernos y nos quedamos a platicar. En un momento de la conversación me soltó la pregunta. Me sentí con un gran compromiso, pues sentía que mi respuesta iba a ser determinante, me daba la impresión de que se estaba poniendo una enorme responsabilidad en mí. Entonces me acordé de mi último año de la licenciatura en actuación.

Había sido un año muy complicado y tenía la autoestima muy baja. Años después entendí que me sentía incapaz porque, durante mi paso por la escuela, diferentes profesores ponían en duda mis capacidades solo por ser gordo. Lo cual se llama gordofobia, pero en ese tiempo no tenía las herramientas conceptuales para entender y confrontar la cuestión.

Basta citar tres situaciones para ejemplificar:

Segundo año de la licenciatura:  Había sido un año muy inspirador. La docente nos había hecho sentir seguras y seguros de nuestras capacidades físicas y emocionales. Incluso hubo un momento muy memorable en donde una compañera, que también era gorda como yo, compartió que le habían dicho que por gorda nunca podría actuar a Julieta. La docente se indignó y nos dijo que quien hubiera dicho eso era un estúpido, pues el cuerpo no tenía nada que ver, que Julieta era, ante todo, una mujer enamorada y que cualquier cuerpo podía encarnarla. Quizá durante la carrera este fue el año en que me sentí más cómodo con mi cuerpo. Hasta el final del curso donde la docente, en privado, a esa compañera y a mí nos “recomendó” bajar de peso para tener oportunidades laborales. Si le hubiéramos contado esto en la clase, que alguien nos había dicho que no tendríamos oportunidades de ejercer nuestra profesión por ser gordos, ¿también se hubiera indignado y nos hubiera dicho que cualquier cuerpo podía actuar? Tal vez, pero de qué serviría que dijera eso de forma pública si en privado nos diría algo diferente, si el último día nos diría que bajáramos de peso. Sin importar que nos había ido muy bien en nuestro proceso, física y actoralmente, para ella dos gordos no tenían oportunidad de dedicarse a la actuación.

Tercer año de la licenciatura: A medio semestre tuvimos un examen abierto al público. Al final, el director de la escuela se me acercó para decirme: subiste de peso. Ese fue el único comentario sobre mi trabajo. Cuando eres gordo parece que tu gordura es lo único visible cuando te paras en un escenario en la escuela.

Al final del mismo año: el docente de actuación me felicitó por mi dedicación y trabajo, pero me “recomendó” bajar de peso para tener oportunidades laborales. Obviando que él también es gordo y que como actor tenía mucho trabajo. Cuando le compartí esto a un compañero de clase, me dijo: “¿Es que no te ha visto en clases de acrobacia o de esgrima?” Mi cuerpo no había sido un impedimento para que me fuera bien en esas clases, pero al parecer lo era para ser actor.

Estos ejemplos son suficientes para entender por qué me sentía incapaz en mi último año de la carrera, y por qué, en mi evaluación final, estaba frente a un profesor preguntándole: “¿Cree que existe gente que no tiene aptitudes para esto?” De esto me acordé cuando aquel estudiante me preguntó si podía ser actor; yo también, años atrás, me había acercado a un docente para hacerle la misma pregunta.

Yo recibí en mi momento una respuesta reconfortante, entiendo que aquel docente pudo ver cómo expuse toda mi fragilidad y mis heridas ante él y afortunadamente fue empático. Sé que los profesores de actuación no siempre son así y a más de un estudiante les han dicho que no sirven y que mejor se dediquen a otra cosa. Tuve suerte. Ahora, desde el otro lado, como profesor, yo percibí esas marcas que dejan los prejuicios de un gremio profundamente herido que no ha sabido dar fin al ciclo violencia (¿qué tanto le habrán dicho a mi estudiante?, ¿qué habrá vivido en sus clases de teatro para llegar a esa pregunta?) y asumiendo esa responsabilidad de saber que lo que dijera podía ser significativo, fui muy cuidadoso con mi respuesta.

Antes de seguir quiero explicar que todo esto lo comparto porque estoy convencido que muchas personas nos hemos sentido incapaces y deseo que tú, que estás leyendo esto, recibas algunas cuantas palabras que contrarresten los prejuicios imperantes.

Cualquier persona puede dedicarse a la actuación.

Al acabar mi último año de la licenciatura en actuación, algo de todo lo que me habían recalcado sobre ser gordo y no poder actuar se había quedado grabado profundamente en mí. Pero varias experiencias me ayudaron a sanar esa herida. Al salir del micromundo que es la escuela, me di cuenta que había actores y actrices con cuerpos gordos que actuaban extraordinariamente, divirtiendo y/o conmoviendo a las audiencias. Toda la carrera la viví engañado, me hicieron creer que por ser gordo no podría actuar o que solo podría hacer un tipo de papeles, de gordo chistoso, pero la variedad del universo actoral me enseñaba que cualquier cuerpo era capaz de actuar y expresarse de infinitas maneras.

Años después tuve la oportunidad de trabajar con la compañía Teatro Ciego MX y disfrutar del entrañable trabajo de la actriz Erika Bernal y del actor Marco Antonio Martínez. Ambos codirigen la compañía y también producen, escriben, además de muchas cosas más. Sin duda es una agrupación muy inspiradora.

Entiendo que el Butoh es una experiencia liminal entre el teatro y la danza, por eso agrego este ejemplo. Se cuenta que Kazuo Ohno, uno de sus fundadores, bailaba sus últimas piezas sentado en una silla de ruedas a la edad de noventa años (quizá un poco más grande). Quienes pudieron atestiguarlo dicen que fue conmovedor e inolvidable. Gracias a todo esto y muchos ejemplos más, hoy estoy convencido que cualquier persona puede dedicarse a la actuación, solo basta con desearlo.

Aunque había otra cuestión que se abría ante la pregunta de poder ser actor que era importante esclarecer. Le dije a mi interlocutor “una cosa es querer ser actor o actriz, ahí sí creo que lo puede lograr quien quiera, pero si me estás preguntando si puedes entrar a una escuela de teatro o pertenecer a un círculo de artistas, eso no lo sé porque tienen sus propios parámetros de exclusión. De lo que estoy convencido es que nadie puede impedirte ser actor”.

Después de esa conversación nos despedimos y yo seguí examinando lo que habíamos hablado. Varias veces me pasa eso, repaso lo que dije y analizo qué pude haber expresado mejor o qué podría haber agregado. Hace días pensé una última cuestión que quisiera haber dicho: al final del primer año de la carrera, recuerdo que una docente de danza nos pidió que nos autoevaluáramos. Cuando fue mi turno me acerqué a ella y le dije: tengo diez. Ella me miró escéptica y yo empecé a llorar y entre lágrimas le mencioné que estaba seguro que si yo no me ponía diez, nadie lo iba a hacer nunca. Ella me contempló atenta y comprensiva. Una semana después, al revisar mi calificación, vi que me había puesto diez, pero eso era lo de menos. Hoy, recordando todo esto, entiendo que lo importante no es si los demás creen en tus capacidades. Pienso que lo importante es que tú aprendas a creer en ti y tú mismo/a busques responderte si puedes dedicarte a la actuación, pero, si me permites aconsejarte, te recomiendo que antes de llegar a una respuesta confrontes tus prejuicios y todo aquello que te hayan hecho creer, sobre todo si esas ideas te hacen sentir insuficiente y te impiden animarte a cumplir tus sueños.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Reflexiones

Carta a quien pretende dedicarse al teatro

por Ricardo Ruiz Lezama 12 agosto, 2022

Ilustración por Mar Aroko

“¡Y cuando pienso en mi vocación dejo de tenerle miedo a la vida!”

Nina, Acto IV, La Gaviota de Antón Chéjov

Estimada, estimado, estimadx aspirante al teatro:

Primero que nada, no vengo acá a decirte “LA verdad”. Considero que nuestros tiempos han dejado clara la posibilidad de que múltiples verdades se manifiesten, incluso al mismo tiempo, incluso negándose unas a otras. Entonces lo que aquí te comparto es mi verdad, pequeña y modesta como el teatro en que creo. Estas palabras van dirigidas a ti, pero también a mí mismo. A mi yo del pasado, para agradecerle todo lo que sabía, aunque no era consciente, así como su arrojo; y a mi yo del futuro, por si llego a olvidarme de aquello que considero esencial. ¿Cómo es posible que podamos olvidar lo esencial? No lo sé, pero sucede.

Me preguntas: ¿Cómo se puede vivir del teatro? No lo sé. Van dos veces que respondo así, que no lo sé, espero no exasperarte, pero conforme pasa el tiempo descubro que sé tan poco. Te compartiré un recuerdo. Cuando era aún más joven decidí dedicarme al teatro dejando que me guiarán mi corazón y mis entrañas. Luchando contra esos cuestionamientos (¿De qué vas a vivir?) y respondiendo: ya veré. Recuerdo que era algo vital, sentía que tenía que dedicarme a esto porque de alguna manera mi vida dependía de ello. Tenía diecisiete años, ahora tengo el doble de edad. Con el tiempo entendería que hay una sabiduría muy grande que la razón no comprende, que el corazón y las entrañas poseen su propia y valiosa inteligencia.

Cuando terminé de estudiar mi licenciatura en actuación, me sentía desorientado, de pronto egresaba y no sabía qué hacer. Mi pasión menguaba, aparecieron miedos. Para este tiempo tenía veintiséis años. Entonces, un curso de dramaturgia que tomé en Guadalajara me hizo recuperar el entusiasmo que creía perdido. El maestro que lo impartía era el dramaturgo Mauricio Kartun. Al finalizar el taller sabía que debía irme a Argentina. Pude hacerlo.

Tuve la oportunidad de estudiar en Buenos Aires, una de las mejores experiencias de mi vida porque alentaron mi deseo, como si le echaran más aire a una brasa. De lo primero que recuerdo que me dijeron en un taller de actuación fue: acá seguimos las enseñanzas de una de las representantes más importantes del teatro independente, Alejandra Boero: “hacemos teatro, no por plata, sino por amor”. A partir de este momento pude verbalizar algo de mi intuición y que considero esencial: el amor sobre el dinero. Y recordé por qué decidí dedicarme al teatro. Mi mamá trabajó treinta y tantos años en algo que la hacía infeliz, solo esperaba su jubilación para empezar a vivir. Yo quería que mi existencia, día a día, fuera una vida plena realizando aquello que me hacía dichoso.

Más adelante, en un taller con Mauricio Kartun, principal responsable de que soñara con irme a Argentina, él nos dijo que el teatro podía existir para combatir las lógicas capitalistas. El teatro podía compartirnos que no todo lo valioso se mide con la lógica del capital ni en términos monetarios. En esos tiempos pude sentir que mi vocación tenía un sentido, mostrarme que no sólo existe el camino del dinero, que la vida puede ser algo más, algo que no tiene precio, pero tiene valor. Esto me hacía más sentido que mucho de lo que antes me habían querido hacer creer en mi vida.

Así recuerdo mucho de mi tiempo en Buenos Aires, una reorganización de mis creencias. “Recuerden que en muchos casos decidieron dedicarse al teatro sin saber ni siquiera si iban a poder comer de él”. Esto nos los dijo el director Guillermo Cacace. Cuando he dudado, vuelvo a contactar conmigo, con ese joven soñador que sabía mucho más de lo que él mismo entendía, y todo porque sabía escuchar su corazón.

En Argentina entendí que la gente que se burla de la expresión “por amor al arte” es porque poco o nada saben del amor. Así que no puedo responderte cómo puedes hacer dinero del teatro porque ni yo mismo lo sé, pero sí puedo decirte que el miedo es uno de los peores consejeros y que si le hubiera hecho caso hace diecisiete años, me hubiera perdido la oportunidad de vivir la vida que era realmente para mí. Como dice Nina -personaje de La gaviota de Antón Chéjov-, cuando he pensado en mi vocación le he perdido miedo a la vida.

 

 

 

 

Reflexiones

Homenaje a Tito Vasconcelos

por Zavel Castro 1 julio, 2022

Exquisitez y picardía son dos palabras clave para describir la trayectoria de Tito Vasconcelos. Ambas se han conjuntando en su vida y en su obra para dar lugar a movimientos políticos, apuntalar corrientes artísticas y generar comunidades de inclusión y disidencia. Al igual que muchas otras personas congregadas por este homenaje, conocer a Tito marcó un antes y un después en mi vida, su cabaret me constató la potencia del teatro político, ese género del que tanto había leído y que, hasta ver una de las versiones de “La Pasión según Tito” en el Foro A Poco No —en el 2014—, parecía que sólo existía en la teoría. Ese momento fue para mí una revelación: era la primera vez que veía en México un trabajo escénico dicotómico: entretenido e inteligente, sinvergüenza y elegante, serio y burlón, crítico y divertido, analítico y ligero; comprometido con sus ideales sin caer nunca en la tentación de aleccionar a la audiencia porque sí hay algo que promueve el cabaret de Tito es la libertad y el goce. Esto me lleva a la segunda constatación teórica: el ideal del público emancipado.

Algo pasa con los cabarets de Tito que te hacen sentir en casa, desde que cruzas la puerta sabes que eres bienvenida, esta sensación es extraordinaria, especialmente para quienes nos sabemos poco gratas para la sociedad conservadora y patriarcal, como quienes integran a la comunidad LGBTTTQIA+ y las mujeres que decidimos dedicarnos a generar pensamientos propios, renunciando a la imposición de replicar y obedecer el pensamiento de los “grandes maestros”.  Muchos teatros nos dejan entrar porque no les queda de otra. Porque necesitan aceptar tantos clientes como les sea posible para presumir en redes sus funciones llenas. Pero que te dejen entrar no significa que te acepten. En todo caso, te toleran. Por el contrario, el cabaret de Tito, celebra tu existencia, invitándote a despojarte de los condicionamientos sociales para que puedas expresarte libremente, allí puedes perder la compostura. Es un espacio seguro. El mundo exterior exige silencio y mesura, en el cabaret de Tito sabes que puedes soltarte y reír a carcajadas. Es un espacio carnavalesco, en el que se suspenden las jerarquías: allí el artista no se sitúa por encima de su público, condicionando sus reacciones ni sometiéndolo a la ortopedia del buen comportamiento y la modestia. Hablo de emancipación, porque el cabaret de Tito propone una relación horizontal entre público, creadoras y creadores, de otra manera no habría posibilidad de entablar un diálogo, un vínculo de comunicación recíproca en el que cualquiera es libre de aplaudir, discutir o abuchear la representación sin miedo a represalias. Sin temor a que el artista le recrimine su estupidez por no haber entendido la obra ni su poca cultura por no guardar silencio durante la función. Y es que a Tito no le interesa formar espectadoras y espectadores obedientes, sino seres libres, aceptando su capacidad para construir sus propios criterios.

Esta conformación de comunidades libres de pensamiento, habla, tanto de la generosidad de Tito como de su apabullante inteligencia, sobre esto último da cuenta cada una de sus obras, en las que se manifiesta su aguda mirada crítica y su afilado sentido del humor. También da cuenta de ello cuando baja del escenario y comparte una copa contigo. Es un magnífico anfitrión. Siempre tiene un comentario interesante en la punta de la lengua. Es justo decir que Tito es una de las personas más brillantes, elocuentes y risueñas que conozco. De pocas personas puede decirse además que son las mejores en lo suyo. Y Tito es, sin duda, el gran referente del cabaret político mexicano. Aquí viene a colación una vez más su generosidad e inteligencia, pues Tito, en lugar de quedarse para sí su erudición, la ha compartido, formando generaciones de cabareteras, cabareteros y cabareteres cuya inspiración y enseñanza resultan invaluables. A ellos, ellas y elles, Tito les ha enseñado la técnica y los trucos para crear espectáculos extraordinarios. Es especialmente exigente con esto, acaso porque una de las cosas que más le generan repulsión es la mediocridad, por ello no se la ha permitido nunca a sí mismo y ha procurado acercarse a otras criaturas maravillosas. En este sentido es también excepcional, pues no se intimida por el talento ni la inteligencia de otras personas, por el contrario, lo disfruta, se enriquece de ellas y procura enriquecerlas a su vez. Por eso, además de un gran artista, un gran divo y un ícono de la cultura en México, Tito será recordado siempre como un gran maestro —o “miss” como le dicen sus alumnas, alumnos y alumnes— un gran amigo y un gran ser humano. Su legado y su cariño son infinitos.

No me queda más que agradecer la invitación a participar de este homenaje. Es un honor y un privilegio. Muchas gracias.

 

*Estas palabras fueron compartidas en el Homenaje a Tito Vasconcelos  organizado por Teatro El Milagro el 9 de marzo de 2022*

Reflexiones

Primera y última vez en el teatro

por Ricardo Ruiz Lezama 1 julio, 2022

Ilustración por Mar Aroko 

1

En el libro El arte del presente, la directora Ariane Mnouchkine cuenta que hay funciones en la que les dice a su equipo de trabajo que ese puede ser el primer día que alguien de la audiencia va al teatro, pero también el último. Recuerdo la vez en sentí que ambas situaciones confluían en un mismo espectáculo. Como muchos de mis ejercicios de reflexión, no mencionaré a la obra en específico porque considero que la problemática devela cuestiones sistémicas que la trascienden.

Estábamos en la fila para entrar a la sala de una función, a unos breves minutos de que dieran acceso. Me llamó la atención que había una madre que iba con dos pequeños, una niña y un niño, ambos tenían entre diez y doce años. La niña estaba eufórica y compartía a su hermano y a su madre el entusiasmo que sentía de asistir al teatro por primera vez; lo hacía de una forma tan franca que seguramente varias de las personas que estábamos ahí también nos sentimos movidas por la emoción de sus palabras y el brillo de sus ojos (al menos mi acompañante y yo sí) “¡Vamos a ver una obra, vamos a ver una obra!”

Algo que siempre me ha fascinado del teatro es que todo cuanto se vive en él es parte de la experiencia: ver, no solo lo que sucede en el escenario sino lo que pasa en la sala con las demás personas de la audiencia. Esta función tenía planteada esa doble mirada de forma contundente, era tan importante lo que fuera a ocurrir dentro de la escena como lo que fuera a ocurrirle a aquella niña que iba por primera vez al teatro, que, como dice la directora del Teatro del Sol, podría haber sido la última. Para mí esta situación agregaba una ligera tensión en la atmósfera. ¡Qué responsabilidad!

Hay algo que debo aclarar antes de continuar: la función estaba en horario familiar, y se supone que era para público infantil, así que lo que sucedió más adelante no fue responsabilidad de la mamá y mucho menos de aquella niña.

Todo empezó bien. Aunque recuerdo que alguien dijo alguna vez que supuestamente Meyerhold pensaba que la generosidad de la audiencia dura quince minutos, pues es el tiempo que le regalan al espectáculo para que les atrape. Lo haya dicho quien lo haya dicho, sin duda es cierto que el público debe poner de su parte -y generalmente lo hace con gusto- para que todo funcione, esa es quizá una de las disposiciones fundamentales para que pueda suceder el fenómeno teatral. Según el director Héctor Mendoza  (parafrasearé su reflexión lo mejor que pueda), cuando la gente entra al teatro, basta con observar el gesto de las espectadoras y espectadores para reconocer el género de la obra que se va a llevar a cabo: si se representa una comedia, la gente ya tiene dispuesta una ligera sonrisa a punto de transformarse en risa; por otro lado,  si se representa una tragedia, ya hay personas con un semblante solemne ocupando sus localidades. Entonces, posiblemente todavía no era un logro que la primera obra que veía esa niña empezara bien, además, tomemos en cuenta que gran parte de la audiencia iba a poner más de su parte que de costumbre para que todo saliera maravilloso en la primera función de aquella niña.

A la mitad de la obra la función de pronto se me hizo insoportable, me perdí con la historia (no entendía a dónde iba), se suponía que varios momentos eran cómicos, pero nada me causaba gracia y todo lo que pasaba comenzó a aburrirme hasta el hartazgo.  Me consolé pensando que, si era una obra para las infancias, no tenía por qué conectar conmigo (cabría problematizar sobre teatro infantil o familiar, pero eso será motivo de otro texto algún día). Miré a la niña, esperando que al menos ella se la pasara bien, pues eso le daría sentido a todo (fue una función con aproximadamente 10 espectadores o menos). Pero mi sorpresa fue que la descubrí extendida sobre su lugar, con la espalda sobre su asiento y las piernas estiradas, callada, mirando con una cara que no alcanzaba a descifrar pero que sin duda contrastaba con la alegría con que había entrado al teatro.

Nadie puede penetrar en la experiencia ajena. Quise imaginar que aquella era la forma que esa niña encontró para disfrutar la función. Pensar eso era mucho más soportable que la realidad. Al salir del teatro la madre hablaba a la niña que respondía con frases cortas, desilusión y una mirada que se dirigía hacia ningún lado, algo en sus ojos se había apagado para siempre.

2

Y si esa vez fue la última en que aquella niña asistió al teatro, ¿quién es responsable? ¿La compañía teatral? Sí, pero no es la única compañía que ha ocasionado esto. Antes de continuar quiero dejar claro que asisto al teatro familiar porque he encontrado muchas obras entrañables para niñas, niños y gente adulta, en donde todas las personas, pese a las diferencias de edades, somos conmovidas por estas propuestas; pero este texto tiene el objetivo de problematizar esas otras obras, aquellas que en muchas ocasiones el único vínculo que generan con su público es de fastidio, principalmente porque luego son esos proyectos los que ocupan espacios que otros trabajos podrían aprovechar pero que no se divulgan porque la gente dedicada a programar prioriza darle lugar a obras fallidas ¿Por qué?

He visto varias compañías teatrales que presentan obras para las infancias que no se comunican con su audiencia ¡Y las siguen programando! Dichos grupos pasan de un teatro a otro, aburriendo niñas y niños, poniendo una gran responsabilidad en madres y padres que muchas veces ocupan el lugar de animadores tratando de hacer que sus hijas e hijos se interesen por lo que sucede en escena. “Mira, hijo, ¿ya viste?” “Qué divertido, ¿verdad, hija?” Algunas de esas compañías le echan la culpa: ¡al público! El teatro no solo se trata de ser visto sino de ver y si estas agrupaciones miran a las infancias aburridas deberían hacer algo más que culpabilizarlas, pero, quizá, como las siguen programando, ni siquiera les importe.

Por otro lado, también es responsabilidad de la gente que programa. Señoras y señores que hacen programación para infancias, sin agregar a menores de edad a su consejo de selección. Recuerdo que la crítica teatral Zavel Castro me hablaba de una reflexión que se dio en uno de sus talleres de crítica en donde se problematizaba sobre el adultocentrismo y la falta de consideración de las infancias en muchas cuestiones relacionadas con el teatro, una de ellas, la programación. Reflexión detonada, según me dijo, por una crítica escrita por Luis Santiago.

Pero no solo eso, quizá es demasiado utópico, aunque me encantan las utopías, agregar niñas y niños al consejo de programación[1], pero la programación indiscriminada de espectáculos, a veces para un público y luego, ¡las mismas obras!, para otro, es algo que me parece irresponsable. He visto obras programadas en el circuito de funciones familiares, después en otro circuito. En este sentido las personas de programación no son rigurosas, y por su parte, las compañías que hacen esto considero que son antiéticas pues lo que buscan es estar en donde sea, sin importar la pertinencia de su trabajo en los diferentes contextos. Recuerdo haber visto una obra con un interés revolucionario, sumamente discursiva, en donde al final explicaban algo de la macropolítica de manera compleja y confusa, al medio día en un encuentro de teatro para niñas y niños.

Hay una responsabilidad enorme relacionada con la formación de públicos al programar espacios o festivales. Usando una imagen muy propia de nuestros tiempos, algunas compañías de teatro y responsables de programación están vacunando a las infancias para que dejen de querer asistir al teatro. Inyecciones que borran sonrisas y apagan miradas.

 

 

[1] Zavel Castro me compartió que esto no es tan utópico, hay presencia de niñas y niños dentro del  Consejo de Programación de Espectáculos Infantiles del Consejo de las Artes de Irlanda

Reflexiones

El teatro de la vida

por Ricardo Ruiz Lezama 14 abril, 2022

Ilustración por Mar Aroko

I

A veces me pasa que voy al teatro esperando encontrarme con aquella experiencia viva que lo caracteriza y que, a quienes disfrutamos de este arte, nos hace volver una y otra vez, convencidos, no solo de que tiene una razón de existir, sino que además es fundamental (aunque sea complicado poder argumentarlo -pues muchas de las experiencias más trascendentes de lo humano son inverbalizables y obedecen a lógicas incuantificables-), pero  en algunas lamentables ocasiones lo único que hallo, en lugar de esa fascinante magia del (re)encuentro de los cuerpos que remite a una experiencia originaria, es desilusión. No me malentiendas, no es que vaya con la intención de pasarla mal, no soy un implacable juez que asiste al teatro a poner a prueba a las y los artistas (mucho menos espero perfecciones -tonto sería al pedirle a un arte tan humano carecer de titubeos y tropiezos, creo fervientemente en la vida que subyace al accidente), al contrario, siempre voy con la mejor actitud, dispuesto a pasar un buen momento, incluso a pesar de la puesta en escena. Es ahí cuando me he descubierto actuando de espectador y todo se vuelve una decepcionante mascarada, donde todos fingimos que el teatro está sucediendo, pero sabemos que no.

Y es que el teatro es un acontecimiento excepcional, lo tengo claro. ¿Cuántas obras tenemos palpitando en la memoria? Que vimos solo una vez y se volvieron parte nuestra o que presenciamos tantas veces que sentimos que nos volvimos parte suya. Pocas, muy pocas. Y los recuerdos no bastan, por eso buscamos volver, a otros teatros, a otras funciones, para intentar reencontrarnos con aquella experiencia inefable y única… aunque no suceda, aunque acabe la función y nos vayamos decepcionados sabiendo que el teatro una vez más no aconteció.

¿Qué hacer cuando el teatro no ocurre? Intentarlo, regresar una y otra vez, las veces que sean necesarias, a otras funciones en otros espacios. Porque el mundo está lleno de artistas incansables que no han dejado de buscar al teatro. Lo cierto es que es arduo, en muchas ocasiones cuesta trabajo continuar, hay un misterioso peso en el teatro cuando no acontece; nunca he sabido la razón del desgaste que produce animicamente un suceso escénico cuando el fenómeno no se produce, cuando hay actores y actrices y audiencia, pero algo falta, lo más fundamental. A veces pienso que una función donde el teatro no se manifiesta es sumamente insufrible porque el escenario, al amplificar todo, hace del vacío algo colosal e insoportable, como la nada de La historia interminable que consume a Fantasía. Hay gente que ya no lo vuelve intentar y no regresa al teatro. Me ha pasado. Pero solo un tiempo, porque bien lo dice aquella canción: “uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida”.

¿Pero mientras? En lo que vuelvo al teatro, ¿qué hacer? Cuando en el recinto teatral no hay teatro, me queda consolarme con el teatro de la vida.

II

¿Dónde está el arte? Si solo estuviera en los museos o los teatros, hace tiempo que hubiera muerto. En su libro ¿Qué es el arte?, Tolstoi expone que hay arte cuando una persona transmite a otra una experiencia de la vida, ya sea real o imaginaria. Y da un ejemplo. Nos cuenta que si un niño nos platica que se encontró con un lobo y nos hace sentir su miedo, aunque la historia sea falsa, eso es arte. Esta explicación me entusiasma porque expande las posibilidades de lo artístico. Una comida puede ser arte, una larga plática, un dibujo que un niño da a sus padres… las posibilidades son infinitas. Incluso me gusta imaginar que un atardecer inolvidable puede ser arte, porque es la forma en que la naturaleza nos expresa algo.

Por eso cuando en el recinto teatral no hay teatro, me consuelo con el teatro de la vida. Miro el mundo como un escenario y me dejo llevar: me maravillo con los juegos de luces que la naturaleza manifiesta, y espero ansioso la llegada de la hora mágica; me divierto con las actuaciones de quienes en la calle buscan algo de mí, contemplo con curiosidad aquellos personajes que construyen para abordarme y tratar de venderme algo; capturo uno que otro diálogo que alguna persona desconocida lanza al viento, algunos crudos, otros repletos de  particular poesía; tengo pláticas donde pongo toda mi atención a lo que me cuentan y lleno mi mente de imágenes y de algún modo vivo aquello que me comparten… cuando en el recinto teatral no hay teatro, la vida me regala las mejores funciones.

Así paso los días, hasta que la necesidad y la curiosidad me conducen nuevamente a otra sala o espacio alternativo donde suceda alguna función teatral, porque quizá el teatro no es indispensable, pero para quienes insistimos en volver, sin teatro la vida no es la misma.

 

 

 

 

Reflexiones

Séptimo aniversario

por Aplaudir de Pie 12 abril, 2022

Ilustración por Mar Aroko 

En abril cumplimos siete años de inaugurar este espacio con la única intención de abrir un diálogo sobre el teatro, a propósito de las obras que veíamos. Escribíamos con entusiasmo y regularidad, procurando que nuestras interpretaciones fueran motivo de discusión  y que trascendieran el campo de la opinión basada en el gusto, es decir que lo importante, desde entonces, no era comunicar lo que nos había gustado y disgustado, sino los pensamientos que nos había provocado una puesta en escena.

Con el tiempo y con esfuerzo, seguimos por ese camino, con la promesa de agudizar nuestra mirada y ampliar nuestros referentes, estudiando mucho y reflexionando sobre aquello que veíamos, leíamos y pensábamos. Queríamos escribir interpretaciones analíticas que significaran una aportación a la manera de entender el teatro. Muchas veces, los textos que compartimos resultaron problemáticos, acaso  -también hay que reconocer los errores en público- porque no  fuimos asertivxs con la manera en que exponíamos nuestras preguntas y señalamientos o porque rompíamos con ese tipo de crítica consolidada en el periodismo de espectáculos de no decir nada que pueda comprometer la venta de boletos, y es que, de acuerdo con ese campo, la función de la crítica es convencer a la gente de asistir al teatro. Una tarea muy noble que, sin embargo, confunde a la crítica con la publicidad. Por el contrario, el concepto de crítica que procuramos ejercitar, no tiene relación alguna con el marketing, o por lo menos, no una relación voluntaria. Esto se debe a nuestra mala cabeza para los negocios y sobre todo, porque sospechamos que quienes están dispuestos a vender su opinión (aun cuando la ganancia sea únicamente simbólica), no tienen problemas en sacrificar un poco su honestidad. Este es el mayor motivo por el cual rechazamos que nuestro medio tenga un sentido comercial. También podría suceder que realmente piensen que todas las obras que ven son imperdibles, lo cual nos llevaría a pensar el problema de la percepción, una cuestión muy interesante.

Desde el comienzo de nuestra historia, rechazamos la obligación implícita de recomendar, especialmente, porque eso solicita exagerar las impresiones, saturar los textos con adjetivos y escribir con prisa. Y es que, como muchas otras prácticas, la aceleración exige que las críticas se produzcan inmediatamente después de asistir al teatro, lo cual, según nuestra manera de entender la crítica no tiene mucho sentido, pues se necesita tiempo para escribir algo que sea interesante y que no se olvide minutos después de leerlo.  Por supuesto, que esto nos hace poco simpáticos para quienes esperan que la crítica sea halagadora y veloz, afortunadamente, hemos sabido guardar nuestra distancia con el medio artístico y con las agencias de medios. La mayoría de estas últimas, que  todavía tienen la cortesía de invitarnos, saben que veremos las obras y que acaso, no escribiremos sobre ellas o, por lo menos, no escribiremos mientras sigan en temporada; nuestra manera de ejercer la crítica no es compatible con la desesperación.  Creemos que antes de escribir nada, tenemos que leer, ver, conversar y pensar mucho. Disfrutar el proceso sin un deadline.

A nuestra animadversión a la producción acelerada de opiniones y, sobre todo, el rechazo a pensar la crítica como un ejercicio concentrado en calificar las obras, ha hecho que cada vez tardemos más en escribir para intentar en cambio, comprender algo sobre el teatro. Acariciamos el sueño sobre la crítica de Michel Foucault:

No puedo dejar de pensar en una crítica que no busque juzgar, sino comprender, hacer existir una obra, un libro, una frase, una idea; ella encendería fuegos, observaría la hierba crecer, escucharía el viento y aprovecharía el vuelo de la espuma para esparcirla. No multiplicaría los juicios, pero sí los signos de nuestra existencia, ella los llamaría, los arrancaría de su somnolencia ¿Los inventaría a veces? Tanto mejor, tanto mejor. La crítica sentenciosa me provoca sueño; me gustaría una crítica hecha con destellos de imaginación. No sería soberana, ni vestida de rojo. Traería consigo los rayos de posibles tempestades.

En este tiempo, nos hemos vuelto más tranquilxs. Nos aburre intentar discutir con quien tiene ganas de pelear. En cambio, nos entusiasma acercarnos a las personas que les interesa dialogar. Nos sentimos cada vez más cerca de la gente apasionada por el teatro, el pensamiento, la dramaturgia y la crítica.

Tenemos mucho que celebrar. Especialmente, que, gracias a la comunidad con la que compartimos, nuestro ánimo reflexivo se ha fortalecido, así como nuestras ganas de compartir lo que hemos aprendido en el camino. Desde que descubrimos nuestra vocación docente, no hemos dejado de impartir talleres de dramaturgia y de crítica teatral  y lo seguiremos haciendo, pues en ellos se forjan vínculos profundos y relaciones de admiración, cariño y respeto. Estamos convencidxs de que ambos saberes son valiosos y necesarios para estos tiempos, pues la crítica, comprendida en un sentido profundo, nos permite reconocer los límites de nuestro pensamiento y acción, así como a oponer resistencia a la manera en que somos gobernadxs de distintas maneras, incluyendo la representación escénica y la dramaturgia.

Por su parte, la dramaturgia nos vincula con otras posibilidades de mirar el mundo desde la alteridad (hay más verdades y reconocerlas contribuye a los cimientos de una discusión desde la ética); nos contacta con lo imposible, impensable e inimaginable, únicamente para recordarnos que otra vida es necesaria; como diría Ionesco, no sirve para nada y a su vez es indispensable; y para nosotrxs es un testimonio de que, así como en una pieza teatral, el centro de la existencia podría ser el juego, en su sentido más hedonista, y no por eso sería menos trascendente, quizá al contrario, quizá sea una de las razones por las cuales la humanidad inventó el teatro, para recordarnos que la vida es una celebración, sea comedia o tragedia.

El teatro no “sirve”. No sirve a nada ni a nadie. El teatro no es sirviente y mucho menos esclavo de ninguna idea, ni de ninguna persona que quiera utilizarlo para sí, sea cual fuere ese objetivo. El teatro no es un instrumento o una herramienta para alguna finalidad. El teatro es un fin en sí mismo. El teatro es una expresión máxima de la condición humana. La vida en la Tierra no puede concebirse sin teatro, aun cuando quienes asistan al teatro sean una minoría. El teatro es precisamente esa vida en la Tierra.

Héctor Levy-Daniel

Concluimos este texto con la advertencia de que seguiremos escribiendo a nuestro ritmo y con la promesa de que seguiremos compartiendo lo que hemos aprendido en talleres. Esperamos verlos por allí. Gracias a quienes nos siguen, leen y comparten.

 

Ricardo Ruiz Lezama y Zavel Castro

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