Muchas veces nos sentimos desesperados por encontrar algo que, aun cuando no podamos nombrarlo, creemos que está fuera de nosotros. Queremos llenar el vacío y la angustia de vivir con estímulos externos. Desde pequeños nos acostumbramos a creer que es necesario salir a buscar aquello que nos hará felices. Afortunadamente el teatro se encarga algunas veces de darnos consejos valiosos, tal y como lo hace “Caracol y Colibrí” de Sabina Berman escrita casi a manera de fábula para compartir la moraleja de que somos poseedores de bellísimos tesoros escondidos en nuestro interior. Dos personajes van en busca de la música que creen que sale de los instrumentos, de las manos o de la boca de un viejo sabio para descubrir que surge de un lugar más profundo. El mensaje de la obra es necesario para niños y adultos, por lo que más que “infantil” catalogamos como “familiar” el trabajo de las compañías Laboratorio de la Máscara y los Idiotas Teatro, quienes se encargan de la escenificación del texto en la versión y dirección de Alicia Martínez Álvarez.
Cabe decir que se trata de un excelente trabajo de dirección y actuación, ya que en atención a la claridad del mensaje, es notorio el cuidadoso empeño que se ha puesto en la construcción de las máscaras que implica un trabajo principalmente corporal y gestual completo. Los actores Cristian David y Fernando Reyes Reyes y Diego Santana trabajan los personajes del caracol y del colibrí sin perder de vista nunca las características de los mismos, características que justifican la atribución de los caracteres de los personajes. La lentitud del caracol se traduce en una personalidad parsimoniosa, boba y tranquila, mientras que la agilidad del vuelo del colibrí lo presenta como acelerado, desesperado y enfebrecido.
También es destacable el trabajo de Diego Santana en el papel del viejo sabio, encargado de enseñarle a caracol y colibrí que la música que disfrutan con delirio, es algo que más que aprender deben encontrar en su interior. Este es su tesoro. El entrañable mensaje encona visualmente en una plástica artesanal que las compañías lograron gracias a las asesorías de uno de los artistas mexicanos más grandes de los últimos tiempos, Francisco Toledo. La impronta del creador oaxaqueño es notoria en la incorporación a la escena de algunos de los elementos que caracterizan sus obras artísticas, todas ellas relacionadas con el concepto de la mexicanidad próxima al folclor. El vestuario del personaje del viejo como campesino, los materiales de las máscaras y la aparición de las semillas del maíz como detonante de la magia musical, son características propias del universo Toledano.
Este trabajo es recomendable, pues además de ofrecernos imágenes muy bien logradas, recupera la tradición cuentista mexicana y la traslada al lenguaje escénico sin mayores pretensiones, haciendo uso de una anécdota sencilla, composiciones musicales tan suaves como justas a cargo de Rubén Luengas Pasatono y buenas interpretaciones. Un trabajo que bien merece la pena ser compartido en familia, así como por todos los amantes de la música y de la artesanía popular mexicana.