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Reflexiones

Uno siempre regresa al lugar que fue feliz. Carta de un espectador (segunda entrega)

por Aplaudir de Pie 10 julio, 2018
Escrita por : Aplaudir de Pie 10 julio, 2018

A excepción de aquellos que son hijos de hacedores de teatro y que seguramente abordan las primeras experiencias de una manera muy distinta, el grueso de la población llega a la butaca como quien visita otro planeta. ¿Por qué será que el homo sapiens es tan afecto a la ficción? Quizá hay algo en la capacidad desmesurada de su cerebro que provoca que la realidad sea insuficiente, y entonces empieza a agrandar los caminos con otras realidades que no vive, pero que existen. El teatro es uno de esos caminos. Jugar a ser otro es algo que sucede muy temprano en la vida de un ser humano, de manera que cuando llegamos a la butaca podemos entender, sin demasiada dificultad, que aquel señor en el escenario que se rasca la barbilla y respira por la boca con la lengua de fuera está jugando a ser un perro. Esto puede ocurrir de manera menos evidente en el cine, por ejemplo, donde a una persona exageradamente crédula e inocente le puede sorprender que haya dos tipos igualitos a Pedro Infante, que también sean actores y que además canten.

El juego de ser otros, que desde los años de infancia incluye muñecos de peluche que hablan o pedazos de pollo que ruegan por ser devorados, cobra una formalidad distinta cuando el individuo se enfrenta a lo que antes llamamos Señor Teatro y que se entiende como el entramado de códigos que definen el Arte Teatral (así, con mayúsculas y con todas las ceremonias del mundo). Porque una cosa es jugar a ser un dinosaurio en la sala de la casa y otra muy distinta jugar a serlo sobre el escenario. Así sea el mismo dinosaurio, moviéndose exactamente igual, por motivos que no sé muy bien cómo explicar, en el escenario será más dinosaurio que en la sala. Es probable que un primer acercamiento al Señor Teatro se dé un domingo al mediodía en alguna plaza pública o en un Centro Cultural interesado en proveer al público joven de espectáculos de alta calidad. Pero también puede ocurrir que el niño sea llevado a un show bobo y francamente dañino para la pupila, donde los actores hablan a gritos y van maquillados hasta los dientes. Algunos podremos pensar que una obra semejante, donde al final todos los niños enloquecen porque se les compre una espada luminosa, de ninguna manera creará al público que años más tarde llenará las salas del teatro serio y profesional. Pero si al niño le gustó la espada luminosa y ese asunto de aplaudir como loco cuando el espectáculo se acaba, es posible que, contra todo pronóstico intelectual, el teatro le cause buena impresión y aprenda a quererlo.

La cosa se puede complicar años más tarde, cuando las escuelas secundarias, convencidas de que hay que echar mano de todas las estrategias para evitar las drogas y los embarazos adolescentes, contraten una obra moralina y mal actuada que terminará con la protagonista bañada en sangre desde la cadera hasta la punta de los pies. Toda la buena impresión que las espadas luminosas pudieron haber causado se va al traste cuando el teatro es presentado como una herramienta para evitar que la cocaína llegue a las manos de los muchachos. La mala noticia para las escuelas es que quizá una ficción como esa no bastará para alejar a los adolescentes de las drogas. La buena noticia para el Señor Teatro es que, con suerte, tampoco bastará una obra como esa para alejarlos del teatro.

Las obras para adultos no están exentas de estos clichés y prejuicios que hacen de teatro un lugar poco deseable. Basta ver cómo las series de televisión caricaturizan al teatro independiente para que uno prefiera seguir viendo el programa a aventurarse con un espectáculo semejante. Una serie mexicana de hace unos años, por ejemplo, tenía entre sus personajes a una actriz de teatro que presentaba una obra de tema prehispánico, donde había textos poéticos recitados con una voz solemne y mucho copal. Por supuesto que la serie hacía burla de lo incomprensible y aburrido que era aquello, y aunque es cierto que esa clase de obras existen, sería bueno ver alguna vez en la televisión cómo los personajes asisten a una obra de teatro independiente donde el gag no sea ver cómo se quedan dormidos en cuatro segundos.

Muchos de los libros de teatro que he leído suelen incluir una apología del teatro frente al cine o la televisión, y este no podía ser la excepción. El teatro tiene muchos clichés en su contra, es cierto. Algunos más injustos que otros, también es cierto. Para alguien que desde sus primeros acercamientos al Señor Teatro ha decidido que su deseo es estar en el escenario, todo este peregrinar será mucho más sencillo, pues el amor incondicional le hará ver belleza ahí donde no es tan fácil encontrarla. Para los que, por el contrario, somos seres de butaquería, este camino nos llenará de dudas y nos hará cuestionarnos seriamente si queremos gastar parte de nuestro dinero en estos sufrimientos durante toda la vida.

Si yo me hubiera tomado como una afrenta personal todas las malas obras que he visto, hace mucho que habría desertado. Pero al final hay un gusto en el fenómeno vivo que nos hace regresar. Y es que es eso: nos gusta el fenómeno y estamos plenamente conscientes de que puede salir mal. Como espectadores aceptamos y queremos al teatro así como es: por algo hemos superado las obras que nos trataban como niños idiotas, como adolescentes idiotas, y seguiremos aguantando las que nos tratan como adultos idiotas. Hay algo en este juego de ser otros que nos encanta de manera irracional, y nos basta con haber sido felices una vez para regresar todas las veces que sea necesario en busca de una felicidad semejante.

Atentamente,

Augusto Blanco

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Aplaudir de Pie

Es un proyecto de crítica y reflexión de hechos escénicos que nace simultáneamente en Bs. As. y en CDMX en 2015, como una plataforma de diálogo entre teatrólogxs, teatristxs, pensadorxs, creadorxs y espectadorxs, para cuestionar, opinar y debatir en torno a los fenómenos escénicos.

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