Estimado Augusto:
Te agradezco mucho el envío de tu carta. Tus palabras hicieron eco en muchos de nuestros lectores (¡sobre todo te han leído mucho en México y en Chile!), yo misma te he leído con detenimiento y necesito confesarte que si bien estoy de acuerdo con tu postura, desconfío que seas realmente un “espectador común” o un “tía francisca” como tú has llamado a aquellos que tienen poco conocimiento teórico y técnico del teatro pero que aún así lo disfrutan como aficionados. Tus referencias a Brook y a Stanislavski, tanto como a “tus pobres conocimientos sobre isóptica” me hacen sospechar que quizás seas uno de esos creadores frustrados, un amante no correspondido del teatro. No te lo tomes a mal, pero en este mundillo del teatro hay mucha gente que intentó ser hacedor pero su falta de talento lo obligó a quedarse (resentido) en su butaca. Incluso, hay algunos que soñaban con ser directores o actores y se “conformaron” con la crítica y la recomendación forzando su relación con el teatro, regresando al escenario cada vez que se presenta la oportunidad con resultados cada vez más lamentables.
Quisiera tener un perfil más claro sobre ti. Es importante para situar tu “lugar de enunciación”, ese sitio desde el cual estás realizando tus declaraciones. Lo digo sobre todo, porque algunos de nuestros lectores piensan que justamente que te adjudicas conocimientos que realmente no posees. Al respecto mi comparación favorita fue la de alguien que dijo (sin ánimo de polemizar) que “un viajero que viaja mucho sabe de aviones sin duda, pero no por eso podía pilotear” Me gustaría defenderte sabiendo que te sitúas en el lugar de espectador y que no pretendes decir cómo hacer teatro. Me parece que simplemente estás compartiendo tus experiencias como espectador y que esta posición no te subordina respecto a la creación.
De ser cierto que tu elección ha sido “permanecer en las sombras” como espectador, déjame felicitarte. Son muy pocos los que tomarían esta posición con tanta seriedad y orgullo. Aplaudo tu consciencia sobre el ejercicio de la mirada y el pensamiento crítico que suponen la expectación constante de teatro y que resulta en su refinamiento. Habría que emprender una historia de los espectadores para comprender cómo han contribuido a la evolución del arte teatral.
Es importante que te hayas pronunciado de alguna manera. Que hayas salido del anonimato para decir unas cuantas cosas en representación (incosnciente) de muchos de los que pagan un boleto para ser entretenidos. Me parecen un poco mentirosos los hacedores que se dicen “preocupados por su audiencia”. A lo sumo lo que puede preocuparles es que su obra guste (o confunda) tanto como para poner a funcionar la recomendación de boca en boca. Dígamoslo de una vez: los teatreros quieren ver sus salas llenas. Nadie vive de premios irrelevantes o del reconocimiento del gremio. Quieren gente en sus funciones pero descuidan al espectador. Pocas veces hacen algo pensando verdaderamente en un público específico, no estudian a la gente que mira, no prueban sus espectáculos con el público antes de estrenarlos (son tan raros los Work in progress), no reparan en las reacciones de los espectadores y encima, cuando fracasan tienden a culpar al espectador de “no haber sabido ver».
Me parece un insulto responsabilizar al espectador de su apreciación. Se le hace creer que no es tan culto, intelectual o sensible, que no está al nivel de apreciación adecuado para sus montajes “superiores” y “vanguardistas” cuando ciertamente la culpa está en la mediocridad y pretensión de los montajes. Pocos creadores de teatro tienen conciencia de que están ofreciendo un servicio. Menos aún son aquellos comprometidos con el entretenimiento. Antes de entretener prefieren aleccionar al espectador en temas históricos, políticos o teatrales. Pareciera que para los teatreros una obra es mejor entre más insoportable sea, entre más europea, más indescifrable, con discursos cada vez más “elevados”, entre menos apele al contexto del espectador mejor, porque es un contexto despreciable, porque se consideran menores e irrelevantes sus intereses y necesidades. En ánimo de conquistadores los creadores suponen que hay que “evangelizar a los indios”, acercarlos a la palabra divina del teatro.No digo que todo teatro didáctico o posdramático esté mal, pero estoy segura que tu entiendes cuando digo que hay un vacío enorme que separa a los espectadores de su teatro. Nadie piensa en ellos. Nadie quiere entretenerlos. Especialmente los “artistas”.
No hay razones suficientes que justifiquen obligar al espectador a padecer. El espectador de buena fe ha pagado su boleto para pasar un buen rato (para ir a veces por primera vez y quizá por última) en el teatro. Con toda la gama de posibilidades que implica lo que puede significar “un buen rato”. En ningún caso el teatro tendría por qué aburrirlo. No tendría nunca que estar en un asiento incómodo y de ningún modo tendría por qué desconocer la duración de una obra de teatro. Esto tendría que decirse muchas veces especialmente cuando una obra raya las dos horas de duración o las supera. Tendría que decirse en la publicidad y al inicio de función. Tendría que aparecer siempre impresa en los programas de mano. Nadie piensa en el transporte del espectador ni en la inseguridad de las ciudades: el espectador tiene que regresar a tiempo y a salvo. Por cierto que los programas de mano tampoco deberían mentir tan descaradamente como lo hacen. No deberían prometer una cosa distinta o superior a lo que el espectáculo ofrece. Esto contribuye culpabilizar al espectador, a hacerle sentir que no ha sabido ver lo que el programa dijo que vería (“grandes actuaciones”, “magnífica dirección” “una obra entrañable”).
Sobre todo estoy de acuerdo contigo y te agradezco haber levantado la voz respecto a que a los espectadores lo único que les importa es el producto final, esto es el resultado. No las horas de ensayo, no los accidentes de función. No hay falla técnica ni disculpa que valga. Muchas veces los creadores se justifican con un “es que no te tocó una buena función” y te piden que regreses a probar suerte. No, no y mil veces no. Insisto: el espectador no tiene por qué padecer. De hecho, debería quejarse más a menudo. Debería sentirse con la libertad de decir que lo que ha visto es una porquería sin sentirse juzgado, sin ser ninguneado, sin que su opinión se minimice por no saber lo que es hacer teatro. Debería habilitarse que si a un espectador no le gusta la función pueda salirse a la mitad desde cualquier lugar de la sala y pedir en taquilla que se le devuelva el costo o un porcentaje de su boleto ¡Los que hacen teatro tienen que saber que algo no gusta y hacer algo al respecto! El espectador debería reaccionar honestamente a lo que pasa en el escenario, dejando esa solemnidad hipócrita que le impone silencio y oscuridad. Sobre todo no debería intentar complacer a los espectadores con su reacción, sonriendo cuando voltean a verlo. O riéndose por compromiso.
Todo espectador debería, como usted, dedicar un tiempo a la reflexión y al diálogo. Observar y manifestarse. Hacerse presente. Reclamar atención. Todas las tías Franciscas deberían tener derechos como espectadores
Por favor dime qué piensas de este desahogo.
En espera de tener noticias tuyas
Z.