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Reflexiones

Teatro líquido

por Zavel Castro 22 mayo, 2019
Escrita por : Zavel Castro 22 mayo, 2019

“La idea de un estado fijo, inmóvil, final, permanente nos parece tan extraña y absurda como la imagen de un viento que no sopla, un río que no fluye, una lluvia que no cae… En la vida feliz de la posmodernidad cada uno de sus momentos dura solo un rato hasta que llegue el próximo; y ningún umbral debería quedar cerrado una vez cruzado” (Bauman 20).

Tomando a Bauman como guía, podría pensarse que el espectador posmoderno sentiría una atracción fatal hacia el teatro. En Arte líquido, caracteriza al consumidor/ espectador moderno como alguien cuya fascinación por lo pasajero, lo obliga a emprender una búsqueda incesante de sensaciones. El rechazo a la satisfacción permanente de su deseo,  unido a su naturaleza inestable, podría hacernos considerar a las artes vivas como un objeto de consumo irresistible para las audiencias actuales.  El carácter efímero, volátil  e irremediablemente incapturable de las artes escénicas, que son, a decir de Dubatti, expresión y corepoización de la pérdida en su sentido más radical,  representaciones de la  “vida que se escapa” (Dubati 200), propondrían, quizás, al teatro a la danza y a la performance como formas de entretenimiento idóneas para el espectador del siglo XXI. Sabemos que no es así.

Sabemos que las salas no están llenas y que la mayoría de la gente no está ávida por las novedades en las carteleras ¿Qué ha fallado? Si supuestamente el teatro actual está incentivado por la experimentación creativa y por la necesidad de producir sensaciones ¿A qué se debe el interés traducido en butacas vacías? No es que comparta la utopía de ver todos los teatros llenos, sino una mayor: espectadores que encuentren su lugar en el teatro, un teatro que los interpele, en el que se reconozcan, uno que sea capaz de maravillarlo profundamente no porque no lo entienda, sino porque lo comprende aún sin poder explicarlo, no un teatro inteligible, sino un teatro vivo. Un teatro hecho a la medida de su expectación líquida.

Reflexionemos un poco más sobre el estado de las cosas con la esperanza de situar la fractura. Sobre la obra de arte ideal de la posmodernidad Bauman nos dice lo siguiente: “Para llegar a ser un objeto de deseo, convertirse en una fuente de sensaciones, poder tener, en otras palabras, relevancia para los que viven en la posmoderna sociedad de consumidores, el fenómeno del arte debe manifestarse ahora como acontecimiento” (21). ¡Pero cómo! Si el espectador moderno busca acontecimientos y teatro es acontecimiento ¡¿por qué no se agotan las entradas?!

Retomo la definición que Dubatti hace del teatro como acontecimiento para tratar de entender: “el teatro es un ente complejo que se define como acontecimiento, un ente que se constituye históricamente en el acontecer; el teatro es algo que pasa… producido en la esfera de lo humano pero que lo trasciende; un ente sensible y conceptual, temporal, espacial, histórico” (31). El teatro como acontecimiento tiene todas las características propias de lo líquido-moderno, de acuerdo a Bauman: carácter efímero, un desesperado afán por llamar la atención, construcción y destrucción, un tiempo sin destino final, excepcionalidad y trascendencia, siendo así, el consumidor/espectador posmoderno que Bauman llama “coleccionista de sensaciones” tendría que sucumbir a su encanto, sin embargo, el sociólogo profundiza en el comportamiento del coleccionista diciendo que ” se siente: “atraído por el cambio y el movimiento, busca objetos que se ajusten a sí misma que sean como ella, siempre cambiantes, camaleónicos (22).  ¿Radicará aquí la “falla” del teatro que tenemos? ¿Será que no es realmente cambiante? ¿Seguimos haciendo, viendo y pensando el teatro de la misma manera?  ¿Y si no es realmente líquido sino más bien un objeto artístico de aspecto cadavérico, recuperación de fórmulas petrificadas cuya pretendida potencia es en realidad agotamiento? ¿O será que en realidad la forma de hacer teatro, la idea de lo que es el teatro son las que no han cambiado?

Pensando concretamente en México ¿dónde tendríamos que ubicar la solidez que nos impide escurrirnos? ¿En el rígido modelo de creación impuesto institucionalmente? ¿En el inflexible y retrógrado sistema educativo de las escuelas de teatro que imponen un solo tipo de quehacer sobre el escenario, un quehacer sin regulación pedagógica y sostenido en mitos y prejuicios?

Si para ser llamativo un objeto artístico tiene que ser un ensayo público de prescindibilidad (hasta acá no he soltado la mano de Bauman) y si al consumidor líquido lo que le apasiona es el desprendimiento, el cambio  y la sustitución ¿No será que la solidez que nos agobia radica en la estabilidad de los nombres que vemos en cartelera? Siempre los mismos ¿Son los únicos? ¿Son realmente los mejores?  El espectador pudiera haberse hartado de la repetición, de la saturación, de ese más de lo mismo, en las temáticas, en las incontables adaptaciones de las mismas obras, en los estilos de dramaturgia que se imponen – no como moda porque las modas pasan- sino como amenazas de canon,  en los gestos que se han normalizado hasta desgastarse como signos y manifestarse como ocurrencias, en los elementos escenográficos que están lejos de innovar (pensemos en los libros apilados y en las sillas de madera) y tantos aspectos que permanecen inmóviles, que son fijos por respeto a la tradición o por falta de rebeldía. Estancados, estáticos, sólidos:  “…somos todos unos líquido modernos y para nosotros…. el que todo sea para siempre igual, no es un ideal, es una pesadilla (Bauman 47).

 

 

 

 

 

Obras citadas

Bauman, Zygmunt. Tiempos líquidos. Vivir en una época de incertidumbre. Tusquets Editores
México, 2018.

Dubatti, Jorge. El teatro de los muertos. Filosofía del teatro y epistemología de las ciencias del teatro. México, libros de Godot, 2014.

 

 

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Zavel Castro

Historiadora. Estoy obsesionada con el fenómeno teatral.

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