Ilustración: Said Galván
“Todo ser humano es un artista”.
Joseph Beuys
I
El dramaturgo David Mamet dice que todas las personas hacemos dramaturgia cuando organizamos la vida en un sistema de causa-consecuencia para darle sentido, esto me quedó muy claro en una ocasión en que fui a un restaurante. Hablaba de trivialidades con el encargado, cuando de pronto -de las manos- se le cayó un plato al piso haciéndose pedazos, entonces me dijo: “Este era el último plato de la vajilla con la que iniciamos este lugar hace veinte años. Justo estaba pensando en eso antes de que se me cayera. A lo mejor algo me quiere decir el destino… que esos tiempos ya pasaron”.
Ese afán de intentar encontrarle sentido a algo que quizá no lo tiene se convierte en un proceso dramatúrgico: buscar presagios, señales, hilar sentidos secretos sobre lo inasible de la vida… Reparemos en la urgencia de este hombre por encontrarle sentido a este suceso, de ahí surge uno de los más fuertes impulsos dramáticos: la necesidad de entender. Bajo esta lógica, todas las personas hacemos dramaturgia; cada quien, desde nuestros referentes, buscamos darle sentido a lo que nos ocurre. Las posibilidades son infinitas, desde los horóscopos hasta el psicoanálisis; todas las personas, a nuestro modo, hacemos dramaturgia con lo que vivimos. Intentamos encontrar palabras para expresar la inefable experiencia que es la vida. Comparto otro ejemplo para seguir con la idea.
En alguna ocasión, dos personas que eran pareja, a las cuales conocí brevemente y con las que mantuve pocas pláticas en algún momento de mi vida, compartieron esta anécdota. Ella era mayor que él por algunos años y tenía un empleo mientras que él todavía estudiaba la universidad y se dedicaba por tiempo completo a esta; un día él necesitaba dinero para ir a la escuela, así que ella le iba a dejar dinero en la mesa de la sala, pero cuando volvió de trabajar, encontró el billete en el piso y al hombre tumbado en el sillón reclamando que no había ido a la escuela porque no iba a aceptar esa clase de humillación. Ella no entendía de qué hablaba, hasta que él le dijo que ella había dejado el billete en el piso para hacerlo sentir menos. Después de discutir un momento se dieron cuenta que fue una confusión, ella había dejado el billete en la mesa, pero lo había tirado el viento que entraba por la ventana de la sala. Todo el conflicto había surgido de la dramaturgia que ese hombre había creado en su cabeza.
II
Recuerdo que cuando estudié la carrera en actuación, en alguna clase nos pusieron un video sobre el nacimiento de la tragedia. Nunca lo olvidé, quizá porque estaba hecho con caricaturas. Ese video decía que la tragedia surgió cuando Tespis, el primer actor, se separó del coro -un grupo de gente que celebraban ritos hacia el dios Dioniso-; cuando Tespis se halló distanciado del coro, empezó a preguntarles a los dioses las razones de las adversidades que vivían.
Independientemente de lo acertada o fallida de esta hipótesis (que podría ser mentira, pero merecería ser cierta), se puede pensar que, cuando las personas le cuestionamos al universo las razones de lo que nos acontece, no solo estamos haciendo dramaturgia, sino incluso, en algunas ocasiones, tragedia.
Un plato se rompe, un billete es arrastrado por el viento, alguien se muere… Estar frente a la catástrofe nos genera incertidumbre y la necesidad de hallar respuestas. Al final, en ese proceso dramatúrgico subyace una pulsión de vida, pues como dice el dramaturgo Roland Schimmelpfennig, la cuestión fundamental del teatro es la celebración de la vida. Por esta razón todas las personas somos dramaturgas, por esa necesidad de hallar un poco de luz en el intrincado y oscuro universo, el cual, pese a los siglos de ciencia y religiones, sigue siendo el mayor misterio… aquí haré una aclaración, cuando hablo del universo no solo hablo de las galaxias, la naturaleza o los animales, sino también, y sobre todo, de la humanidad: una especie dramaturga.