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artes escénicas

Reflexiones

PHILOCUERPITA ESCENICUS

por Aplaudir de Pie 20 septiembre, 2020

Según antiguas  sabidurías, existen seres movedizos que no pertenecen a un solo reino. Pocas veces visibles,  se  piensa que estos  habitantes de mundos intermedios poseen cuerpos convergentes que transitan entre los  estados líquidos y los gaseosos. Algunos textos alquímicos señalan que de entre éstos, hay uno que cada cien años adquiere brevemente solidez, configurando estalagmitas vivientes que crecen en las orillas de los fiordos: nombrado -aunque con recelo- por la ciencia aristotélica como philocuerpita escenicus, se sabe que no habiendo sido dividido por las manos del ser en hembra y macho, existe materialmente como latencia pura. Dicha creatura experimenta procesos de licuefacción durante las noches en las que los efluvios estelares calientan la tierra, adquiriendo diversas configuraciones, las más de las veces la de un libro animado, cuyas hojas son sus escamas y su lomo el receptáculo de viejas escrituras. Habiendo solidificado brevemente, su piel imita las imágenes de los incunables; posee cuatro patas cuya configuración le permite desplazarse sobre cualquier cartografía. Su gran ojo central le provee de la penetración de los mundos visibles, propia del telescopio por las noches y del microscopio durante el día. Puntiagudas orejas y una sonrisa permanente, le sirven para comunicarse con otras animalidades por medio de un tañir de campanas que atraviesa los siglos, uniendo a los antiguos con los contemporáneos con el bramido que ha sido llamado por los taxónomos philosophein. Philocuerpita escenicus suele escribir cartas de su garra y letra, mismas que arroja a las corrientes de los ríos del tiempo, viajando hacia remitentes azarosos. Estas cartas reciben el nombre de traditio,  y son su forma de proliferar a través de la transmisión. Su escritura, sin embargo, no es solo aquella que es propia de la mano, pues su andar derrama tinta – propia de los enaima, porque es roja- sobre los mapas en los que se desplaza, sean éstos planos, cóncavos o convexos: la mundanidad toda forma parte de su arquitectura animal. No existe para su sistema perceptivo, por cierto,  realidad fuera de lo que  los eruditos -pero solo aquellos sujetos de herejía- llaman theatron. Es decir, el cosmos como contemplación es el ámbito propio de la philocuerpita: no hay rama, grafía, huella, edición, fruto, capítulo, elixir o brebaje que no se reconfigure en su percepción como algo digno de ser visto y ejecutado.   Este rasgo le es tan propio que se ha escuchado durante su rito de apareamiento con lo real, el  sonido emitido por sus escamas: “¡theorein!, ¡theorein!, ¡theorein!”.

Propio de su efímero estado sólido, philocuerpita escenicus construye cobertizos bajo los cuales cambiar las páginas de su piel. Cuando hay piedras, construye sobre las laderas un templo, llamado por la ciencia del doble, skene. Cuando se arrastra en los desiertos –tan cosmopolita es- teje con la cáscara de su ser efímero, telones escriturales donde la skene y el graphos se hacen uno. Pareciera entonces que la esceno-graphía es el mundo como resultado de la percepción a la que conducen sus sutiles órganos internos, entretejidos siempre, como señaló Pitágoras, con la partitura de la naturaleza.

 

Ilustración: Mar Aroko (@EmeAroko)

filósofa-artista

Miroslava Salcido filósofa-artista

 

Reseñas

Un tonto en una caja

por Aplaudir de Pie 6 marzo, 2020

En Argentina la dramaturgia es caudalosa. Y si bien hay compañías que trabajan textos de autorxs específicxs, o ciclos como “Invocaciones” que se lleva a cabo en Buenos Aires y cuya propuesta consiste en invitar a directorxs a dialogar con clásicos y reversionarlos, en la mayoría de los casos, autorxs que escriben teatro, dirigen sus propios textos. Por suerte, la poligamia literaria también existe y es posible enamorarse de otras textualidades. Sucede indefectiblemente en la lectura, nos obsesionamos con autorxs, nos identificamos con sus imágenes, buscamos respuestas en los interrogantes de un otrx, nos gusta reconocerlx en el juego inteligente que sostiene con el lenguaje y en la intimidad que establece con la ficción.

 

Ese parece ser el caso de la compañía Make Project, que lleva adelante su tercer montaje de textos del tucumano Martín Giner. En esta oportunidad, Un tonto en una caja, dirigida por el joven Alberto Magaña e interpretada por Azucena Evans, Coralia Manterola y Gabriela Escatel, invita al público a sumergirse en una especie de poética de la estratificación, una reunión de cartón entre las clases sociales con canapés masticados, vestuarios grotescos y miradas esquivas. La lucha social como un juego de mesa.

 

Podríamos pensar que estamos por ver un infantil. Tres actrices vestidas de blanco circulan por una atmósfera onírica. Los pocos y estratégicos elementos escenográficos y una iluminación que se condensa en el azul nos ubican en un cronotopo incierto y hasta utópico, en el que se instala mansamente el debate de clases. La sociedad, dividida entre notables, grandes y pequeñxs o tontxs, se reúne por invitación de la clase más alta a pensar “como si fueran iguales” sobre la magia, la vida y la muerte. Pero esta invitación resulta sospechosa desde el comienzo porque en este mundo no hay lugar para lxs tontxs. Lxs tontxs no tienen nada para perder, son ridículxs y se ocultan detrás de cargos de importancia pública como ministrxs de educación, postal que hace eco en todas las geografías y por supuesto, motivo de numerosas risas en la sala.

 

El personaje de la “notable” planea que sus invitadas se introduzcan en una caja mágica para poder extender su vida, pero disimula su idea con la hipótesis de la búsqueda de la verdad (¿el poder produce verdad?) y su aparente curiosidad por develar si la magia existe. Lo cierto es que a esta Pandora de la realeza poco le importa la ciencia. Este no es un acertijo para el empirismo sino una necesidad de continuar en el privilegio a costa de las demás. Extender su vida, restándole años a la vida de las otras bajo el falso discurso de la igualdad.

 

Merece la pena reflexionar sobre el hallazgo del director de apostar a que los personajes estén encarnados exclusivamente por mujeres. ¿Cómo enunciar la igualdad desde tres cuerpos atravesados históricamente por la desigualdad? En un marco de 10 femicidios por día en México,  ¿quiénes no tienen nada para perder? ¿Cómo se delimita la asimetría social, la estupidez? ¿Con qué velocidad la fuerza esclavista planifica y decide por nosotras? ¿Quién está muriendo? ¿Cómo organizar la rebelión? ¿Cómo se resiste? ¿Cómo evitar terminar dentro de una caja? Esta cruda perspectiva atraviesa el relato con poderosa incisión y se hace carne en la emocionalidad.

 

Afortunadamente, ya lo dijo Foucault: donde hay poder siempre habrá resistencia. La astucia jerárquica se desarma cuando le hacemos un lugar al “gramo de duda” y entendemos que el malicioso plan de la clase alta podría ser en realidad un plan malicioso de la clase media que podría ser, a su vez, un plan malicioso de la clase baja. El plan perfecto.

Consuelo Iturraspe. Dramaturga, directora, poeta y fotógrafa.

Proyecto fotográfico documental camarines de Consuelo Iturraspe. Diálogo monocromático entre la fotografía y las artes escénicas. Una ventana abierta a la intimidad de un elenco antes de hacer una obra. La ficción en potencia y la fragilidad detenida. Una conversación privada entre artistas y espejos.

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