Hay en el quehacer teatral una práctica que reporta encomiables beneficios y que afortunadamente se encuentra cada vez más extendida. Se trata del desmontaje de una obra tras función, es decir, cuando los responsables del montaje explican a los espectadores el proceso de creación y montaje de eso que acaban de ver; una especie de conversatorio y convivio en el que la obra se “abre” a los cuestionamientos del público con el fin de que puedan comprenderla y acaso disfrutarla de un modo distinto.
Siendo el teatro un fenómeno dependiente de cuerpos poéticos, actores y actrices que encarnan ideas y emociones, nos atrevemos a afirmar que no existe otra manifestación artística más personal e íntima que él, en tanto que se trata del encuentro de un ser humano con otro, de tal suerte que esta característica fundamental puede aprovecharse para la vinculación social, el reconocimiento y la hermandad, más allá de la puesta en escena.
La presencia de un ser humano sobre un escenario es infinitamente poderosa y al combinarse con la voluntad de compartir con el otro se vuelve uno de los actos más generosos que puedan experimentarse desde cualquier sitio que se ocupe en el teatro. Además es el medio más económico para tener un gesto de amigabilidad con ese otro que mira, una especie de agradecimiento a su tiempo, paciencia, atención y voluntad de estar ahí, de haber pagado o conseguido el boleto, de haber llegado hasta allí desde cualquier otro sitio. Así como para darle la bienvenida de la mejor manera a un espectador novato que se acerca apenas al teatro para descubrir un mundo nuevo. Para un desmontaje solo hace falta disposición de ánimo. Generosidad.
Basta con que quienes hacen posible la puesta, especialmente director(es) y actor(es), se desentiendan de toda expresión ególatra y cualquier dejo de glamour con los que acompañan las alfombras rojas y las conferencias de prensa[1], y quieran compartirse a través del recuento de sus experiencias en el teatro. No tienen más que charlar sinceramente con esos amigos de ocasión que son los espectadores, nobles y curiosos en su mayoría. Receptivos y admiradores de lo que puede provocar en ellos una historia en el escenario.
Para quienes hacen teatro (directores, actores, incluso escenógrafos, iluminadores y vestuaristas) hablar del proceso de creación y montaje resulta sumamente esclarecedor. Muchas veces el teatrista (o una compañía teatral) no es consciente de lo que ha hecho, sino hasta que lo dice. La docencia, depende tanto como la creación del ánimo de compartir, pero al depender de distintos estímulos, docencia y creación se enriquecen mutuamente.
El desmontaje obliga a los responsables del mismo a responder los cuestionamientos del público, a ordenar las ideas para expresarlas mejor. A saber con exactitud qué pasos se siguieron, qué elementos fueron elegidos y cuáles descartados, qué técnicas se utilizaron, cuál era el discurso o la poética que intentaron representar, que personas y que cosas los inspiraron, etcétera. Algunas veces el artista desconoce su propio método. De practicarse más a menudo, el desmontaje facilitaría el análisis de los propios creadores, la toma de consciencia de su propio quehacer y la documentación de sus procesos para reparar en los elementos esenciales de su trabajo. Conocerse a sí mismos para intentar conocer al otro.
En cuanto corresponde a los espectadores, esta práctica facilita la comprensión de la naturaleza única e irrepetible del fenómeno teatral. Al comprender mejor de qué se trata, gracias a la explicación de los propios creadores, podría darse cuenta de la excepcionalidad que representa el teatro y dejaría de compararlo con el cine (comparación absurda que arece nuca agotarse). Aprendiendo del teatro, se familiariza con él y se relaciona de una mejor manera. Ya no sería más un extraño, entonces quizá empezaría a simpatizarle un poco, incluso podría quererlo, podría volverse parte de sus prácticas de entretenimiento cotidianas. Por tanto, esta práctica es recomendable para la formación de públicos, puesto que aumenta la probabilidad de que alguien que tenga esta experiencia es su juventud se vuelva más tarde un espectador consciente y constante.
Para el crítico el desmontaje es un enorme beneficio a su labor de investigación, puesto que el desciframiento de símbolos que componen la poética de un creador ya no depende exclusivamente de su interpretación o de lo que “él cree” que dio lugar a un montaje, incluso cuando se apoya en entrevistas con los creadores y en la bibliografía que soporte sus hipótesis, no hay como el cara a cara del creador y el público, para dar cuenta del proceso que va de la idea de la obra (hacerla/montarla), hasta la selección de personajes, vestuario, escenografía, música, teatro, las horas de ensayo necesarias para las funciones finales, el error, el perfeccionamiento, las técnicas de actuación, hasta la selección del teatro, la difusión de la obra y muchas otras cuestiones que a simple vista se escapan y son, sin lugar a dudas de suma importancia al momento de realizar un análisis. El desmontaje se presta a las declaraciones explicitas –comprobables en escena- y evita los malentendidos.
El crítico debe saber exactamente de lo que habla y no hay nada como que el mismo creador en complicidad con el público se lo dejen bien claro. Sin olvidar por supuesto que muchas veces algo que ha leído el crítico de la obra lo desconoce el propio artista. La relación entre crítico y artista es sumamente compleja, se sostiene en el respeto por la especificidad de su tarea, en la curiosidad y en la complicidad. El desmontaje facilita el vínculo, si no es que lo resuelve del todo.
No es nada más que hablar con el corazón y con las ideas claras, aprovechar que el público ya está ahí cautivo para hablar a profundidad del teatro, no esperar que asista algún otro día a cualquier evento académico alejado del convivio, como puede ser una conferencia, una presentación de un libro, etcétera, porque la gente común, ocupada en muchas otras cosas importantes para el día a día no lo hará. Muchas veces el círculo académico es sumamente reducido y poco generoso con las visitas.
¿Estamos realmente interesados en acercar a la gente al teatro? Propongamos cada vez más desmontajes. Invitémosla a nuestra fiesta de la forma más personal posible. No esperemos que la publicidad haga todo por nosotros, ni que una estrategia de descuentos de una obra a otra traiga gente nueva. Abramos los procesos. Descubrámoslo frente al público, dejemos atrás la mezquina idea de la “revelación de secretos” y la necesidad de resguardos. No hay nada que no pueda saberse. No hay nada que deba esconderse. El imitador estará allí siempre, pero una vez que dejemos de preocuparnos por originalidades y plagios y practiquemos más la apertura de procesos se fortalecerá y crecerá la comunidad teatral. Es casi una promesa.
[1] Recursos especialmente empleados en el teatro comercial; prácticas que no llegan a acercarse realmente con el público por usar a los medios de comunicación masivos como intermediarios. Aunque hayan sido pensadas como estrategias precisamente para “llegar” a la gente.