“Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”, sentenció, Adorno. Después de la atrocidad solo queda el silencio. Lo innombrable hace su aparición. No hay palabras capaces de dar cuenta de semejante brutalidad y cualquier intento por embellecer al mundo después del Holocausto podría percibirse como un acto siniestro, de una crueldad casi cómplice. Pero el arte no murió después de tanta ferocidad; siempre se rehúsa a desaparecer, se aferra a subsistir aún en el más extremo sinsentido.
Las palabras de Adorno son ciertas, acaso de manera parcial; después de sucesos tan funestos, el arte como lo conocíamos no podía seguir siendo igual, por la simple razón de que el mundo tampoco volvería jamás a ser el mismo. La poesía en estas etapas desgarradoras de la humanidad se transforma entonces en la expresión del horror. Tal como hace el texto dramático La indagación de Peter Weiss, obra documental que da cuenta del espanto que significó el genocidio nazi.
Luis Acosta en su libro El drama documental alemán piensa este teatro como el resultado de la evolución de una búsqueda de distintos dramaturgos por dejar a un lado el drama individual e intentar utilizar al teatro como una herramienta capaz de generar pensamiento crítico en torno a lo social. En dicha búsqueda, Acosta, sitúa al inicio a Schiller, pasando por Georg Büchner y Karl Kraus, hasta llegar a su forma más depurada con Weiss, sin duda un autor fundamental del teatro documental.
Si bien el género documental no surge directamente como respuesta al Holocausto, sí lo hace para responder a las diversas problemáticas de su contexto; estas dramaturgias nacen como una forma de colocar al arte en un lugar activo y revolucionario dentro de la sociedad. En ideas de Weiss, el teatro documental tiene la función pública de dar información verdadera pero desde una mirada crítica, exponer la realidad para contrastarla con el relato, mostrando así las contradicciones y mentiras.
La indagación es una reconstrucción de los juicios realizados en contra de los políticos y funcionarios nazis que operaban los campos de concentración. Weiss asistió a las sesiones públicas del proceso, documentó toda su experiencia y a partir de esa información creó uno de los testimonios más crudos y punzantes de uno de los sucesos más aterradores de la historia de la humanidad.
La obra de Weiss es magistral en muchos niveles. El primero es su forma de desestabilizar al lector, pues al tratarse de información verdadera, la apreciación de los hechos cobra dimensiones quizá inalcanzables para la ficción, porque frente a la verdad ya no queda nada por decir ni por hacer. Así, Weiss, nos deja indefensos como interlocutores, no hay forma de evadirnos pensando “solo es teatro”; quedamos totalmente vulnerables contemplando al ser humano en toda su miseria, en su descomunal capacidad de destruir, desnudo de toda humanidad.
La precisión con la que Weiss capturó con su pluma las declaraciones, tanto de los causantes de las atrocidades como de los que las vivieron, es tan contundente que uno se siente transportado, no solo al juicio, sino al sitio donde tuvo lugar tanto sufrimiento. Las nítidas imágenes de las narraciones generan una sensación tan vívida que podemos percibir miradas, olores, gritos. De este modo el texto no es simplemente una recopilación de testimonios sino que alcanza el nivel de obra de arte al conmocionarnos hondamente.
Weiss no se guardó nada. Describió puntualmente cómo se comía, se dormía, se defecaba, el orden de este nuevo mundo que fue Auschwitz para los condenados, las dinámicas para sobrevivir, todo está escrito con excesivo detalle, lo cual supone que una puesta en escena de La indagación duraría poco más de ocho horas. El dramaturgo era consciente de que no quería entretener, sino hastiar a la gente. Y cómo no hacerlo si coincidimos en que el sufrimiento no debería ser un espectáculo burgués ni por tanto placentero.
El horror de los acontecimientos va creciendo conforme avanzamos en la lectura; página a página todo se va volviendo insoportable, tanto que es difícil no abandonar el texto en múltiples ocasiones; tanto que lamentable y afortunadamente La indagación se vuelve una herida que nos acompañará para siempre. Lamentable porque tomar conciencia de tanta barbarie es una experiencia profundamente dolorosa; afortunada porque Weiss logra sensibilizarnos con el tema más allá del morbo. Solo queda la certeza de que algo así nunca debió haber sido vivido por nadie y que no debemos permitir que se repita en ninguna parte del mundo.
La indagación es una lectura indispensable, como documento histórico, como creación artística[1] y como medio para, si no comprender, al menos enunciar la catástrofe. Solo quitándole a los actos su imposibilidad de ser articulados podemos aspirar a que, nombrándolos, estos puedan ser asumidos, esperando de igual modo entender algo, por minúsculo que sea, de la esencia del ser humano y a partir de ahí quizá comenzar a cambiar un poco de este planeta que se cae a pedazos. Lo que no se visibiliza no puede ser transformado.
La indagación es una dramaturgia recomendable solo si se tiene el valor de estar frente al horror. Definitivamente no se trata de una experiencia agradable ni tranquilizadora como suelen serlo la mayoría de los productos del mundo del entretenimiento. Creadores como Weiss no buscaban ni buscan que sus creaciones sean bellas, si no verdaderas y de ese modo repercutir en la colectividad. Es difícil pensar que la belleza pueda dar cuenta fiel de sucesos tan execrables, en estos casos no hay nada por embellecer. Lo aborrecible es y debe permanecer repugnante para que no se nos olvide su abyección. La memoria es fundamental para poder crear futuros que no terminen siendo, en el fondo, pasados que se repiten.
Respondiendo a Adorno, después de Auschwitz puede y debe haber poesía que no sea un acto de barbarie, pero para esto las manifestaciones que surjan no pueden fingir que el mundo sigue igual, no pueden guardar silencio cómplice. Después de Auschwitz la única poesía posible es la denuncia.
[1] Esta dramaturgia es muy valiosa en el campo del arte por muchas razones: cuestiona, tanto la utilidad del arte como el efecto que provoca; reconfigura la relación del espectador con el objeto artístico; amplía las posibilidades de lo dramático y lo teatral. En la historia del teatro hay un antes y un después del teatro político y documental alemán, grandes artistas del mundo, sabiéndolo o no están en deuda con él. En Latinoamérica tenemos importantes referentes: Lola Arias en Argentina y Las lagartijas tiradas al sol en México, por nombrar algunos.