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Reflexiones

La expansión del fenómeno del plagio en el ámbito teatral mexicano

por Zavel Castro 2 mayo, 2019
Escrita por : Zavel Castro 2 mayo, 2019

Si hay un problema urgente que resolver en la comunidad teatral mexicana es el asunto del plagio.  Acción y efecto de plagiar. Palabra que proviene del latín plagium que significa “secuestro”.[1] La OFI (Office of Research Integrity of the U.S Department of Health and Human Services)  lo define como la apropiación de las ideas, procesos, resultados o palabras de otra persona sin dar el crédito correspondiente. También se atribuye su origen a la palabra griega plágios, que significa trapacero o trapacista, el que con astucias, falsedades y mentiras procura engañar a alguien en un asunto.[2]  Por su parte, el Diccionario de la Real Academia Española define “plagiar” como copiar en lo sustancial obras, ideas, pensamientos o juicios ajenos, dándolos como propios.[3]

La práctica se ha normalizado a tal grado que la complicidad entre quienes realizan dicho acto ilícito e inmoral y quienes los protegen ha producido una serie de pretextos y justificaciones tan inconmensurables como falibles, puesto que los argumentos en los que descansa su defensa o bien son demasiado simples o recurren al tono burlón para desacreditar a quienes señalamos constantemente la falta. Más de una vez se nos ha hecho el chiste de que “los griegos ya presentaban espectáculos frente a un público”, siguiendo esta analogía  –ríen-, todos los teatreros serían plagiadores, secuestradores del trabajo intelectual y artístico ajeno, generalmente de grandes creadores.

Afortunadamente reducir el problema al absurdo al exagerarlo no lo minimiza ni lo elimina como quisieran, tan solo demuestra lo lejos que están dispuestos a llegar para no hacerse responsables de lo que están provocando: teatralidades ilícitas, a cargo de creadores (en este caso esta palabra es un exceso) sin ética. Malas copias despojadas de todo rastro aurático, pastiches descontextualizados sin carga simbólica, ocurrencias insustanciales supuestamente inclasificables, “teatro de búsqueda de youtube” como refiere alguno de los responsables con descaro.

Todo tiene un límite y es momento de ponerlo. Y como con seguridad yo aún no represento una figura de autoridad, recurriré a las palabras de Alejandro Miranda Montecinos, abogado, doctor en derecho, profesor de Filosofía del Derecho, magíster en Investigación Jurídica de la Universidad de los Andes. A continuación reseñaré agregando algunos comentarios, su ensayo intitulado Plagio y ética de la Investigación Científica,[4] texto que revisamos en la Maestría en Investigación Teatral del CITRU en una cátedra sobre Derechos de autor a cargo de Arturo Díaz y Claudia Jasso. Evidentemente Miranda Montecinos se limita a tratar el tema del plagio en el ámbito de la investigación, pero fácilmente podemos trasladar sus postulados a la comunidad que nos corresponde sobre todo porque el teatro mexicano ha abusado a tal grado de esta práctica que es imposible disimularlo. Es un secreto a voces.

Si bien Miranda Montecinos reconoce que el plagio es una práctica presente en gran parte de la historia de la humanidad y que se trata de uno de los problemas éticos más frecuentes en la comunidad científica (y agrego, en la comunidad teatral). Esto no disminuye la gravedad del problema en la actualidad, mucho menos cuando como sociedad hemos reconocido desde hace mucho tiempo el principio de autoría y cuando actualmente dicho reconocimiento pertenece al ámbito legal por lo que cualquier falta correspondería un delito. De ahí que lo considere un problema especialmente apremiante.

No cabe duda que el acceso a internet y la posibilidad de obtener grandes cantidades de información ha sido beneficioso para la investigación, pero también es cierto que en muchos casos es perjudicial para el ámbito artístico, especialmente en quienes esconden su metodología de copy-paste tras los subtítulos de “inspiraciones” “versiones” o  “adaptaciones”. Convengamos: por más que se trate de un nuevo hábito, por más que todos nuestros conocidos lo hagan, por más que sea una nueva norma, por más que esté de moda,  el copy paste es plagio y el plagio es ilícito. Lo repetiré tantas veces sean necesarias. Quizá los teatreros que ya se han acostumbrado a plagiar obvien esta información y sigan esparciendo el chistesito de los griegos, pero decirlo hasta el cansancio quizá prevenga a las generaciones venideras y debiliten la admiración de quienes consideran sus maestros al saber que su prestigio descansa en una práctica que deberíamos mirar con malos ojos.

Miranda Montecinos atribuye el aumento de la práctica del plagio al incremento de las exigencias laborales de los investigadores. Si reparamos en la cantidad de estrenos que tenemos anualmente en las carteleras mexicanas, acaso llegaríamos fácilmente a la misma conclusión. Muchos teatreros se sienten obligados a montar varios trabajos en el menor tiempo posible y eso les lleva, al igual que a los investigadores a reproducir pensamientos ajenos sin otorgar los créditos correspondientes.

Alguna vez  un escenógrafo me dijo que es normal que los creadores estén permeados de las ideas creativas de sus maestros. Lo concedo, no descarto que la asimilación del aprendizaje conlleve una aprehensión profunda e inconsciente, a esto se le conoce como “error honesto” o bien como “excepción de insignificancia”. La cuestión es que en el ámbito teatral mexicano tanto el plagio como la ocultación de los referentes son hechas a propósito, es decir, con intención fraudulenta. Seguir negándolo o intentar justificarlo podría delatar complicidad.

Hay que tener cuidado con este tema. Debemos saber que la creación y respeto de los códigos de ética es tan importante como la identificación de las malas conductas. Es preciso evidenciar estas últimas con el fin de erradicarlas. A menos que resulte conveniente obviarlas, porque es más cómodo tomar los logros de alguien más y hacerlos pasar como propios que emprender búsquedas auténticas que implicarían demasiados fracasos antes de llegar a un éxito. Somos una generación cómoda. Es normal que se prefiera la gratificación inmediata pero también es una lástima.

El dolo y la desvergüenza de los teatreros plagiadores también descansa en que no hay una figura legal (aún) que castigue el plagio en el ámbito teatral, sin embargo, siguiendo a Miranda Montecinos sabemos que no es necesario que una conducta sea susceptible de ser castigada en el orden de la ley civil o penal para que pueda considerarse como una conducta ilícita. Si quisiéramos podríamos pensar en sanciones disciplinarias para desintoxicar al teatro mexicano, pero algunos no quieren. No les conviene. El primer paso es aceptarlo. Tampoco es necesario, nos dice Montecinos y me parece importante anotarlo, que el plagiario transcriba textualmente la obra ajena para que se considere plagio. El resumen y la paráfrasis (las versiones inspiradas en…) también pueden recibir con justicia el nombre.  Así como tampoco exime de ser plagio que el autor o la referencia se mencionen o que el plagiario actúe con consentimiento del plagiado.

¡Parecería que hay tantas formas de plagiar que es casi imposible evitarlo! ¿Y si vencemos por una vez la pereza y por lo menos lo intentamos? Retomo las palabras del autor cuyas ideas guían este escrito que: “quizá podría pensarse que no faltan razones para reivindicar el plagio y defenderlo ante sus impugnadores. Cabría argumentar, por ejemplo que si el conocimiento y la ciencia  (y agrego, el arte teatral) son un patrimonio común de todos los hombres (y agrego, de todas las mujeres), nadie puede oponerse a que ese conocimiento y esa ciencia se difundan tan libre y gratuitamente como sea posible.”[5]

¡Claro que todos somos libres de invocar cualquier idea de otro! Pero ¿De verdad es mucho pedir que se incorpore una cita, que se explicite la referencia de la autoría ajena? ¿Tan malo es aceptar que una idea no es nuestra? ¿Tan poco respeto tienen a los autores, aunque por otro lado los reconozcan como sus grandes maestros para pasar por encima de los frutos de sus esfuerzos? ¿De verdad creen que las ideas originales no contienen un sello imborrable de la personalidad de los creadores y que nadie se daría cuenta de la burla y de la ofensa que representa plagiar? No solo ofenden a los creadores, sino al resto de la comunidad de la que dicen ser familia, a los investigadores, críticos y a sus espectadores a quienes pretenden verles la cara de estúpidos.  Por mi parte me doy cuenta y estoy en contra. Concluyo sembrando estas dudas aunque con toda seguridad seguiré con este asunto durante mucho tiempo. Quizás en una siguiente entrega ahonde sobre los motivos por los cuales esta práctica es perjudicial.

 

 

Obra citada:

Matas Montecinos, Alejandro. Plagio y ética de la investigación científica. Revista Chilena de Derecho, vol. 40, Número 2, pp. 711-726, 2013.

 

[1] Oxford Latin Dictionary, 1968, “plagium”. Tomo la referencia del ensayo de Alejandro Miranda Montecinos.

[2] Corominas, Joan, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Madrid, Gredos, 1973. Tomo la referencia del ensayo de Alejandro Miranda Montecinos.

[3] Diccionario de la Real Academia Española, Madrid, Espasa, 2001. Tomo la referencia del ensayo de Alejandro Miranda Montecinos.

[4] Matas Montecinos, Alejandro. Plagio y ética de la investigación científica. Revista Chilena de Derecho, vol. 40, Número 2, pp. 711-726, 2013.

[5] Miranda Montecinos, Óp. Cit. pág. 717 los paréntesis y lo contenido en ellos es mío.

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Zavel Castro

Historiadora. Estoy obsesionada con el fenómeno teatral.

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