Sabemos que una obra de teatro puede juzgarse a partir de diversos criterios, ángulos de percepción y concepciones sobre el quehacer escénico. Por lo tanto, sobre el fenómeno teatral existen múltiples opiniones que se contradicen o complementan y críticas tan disímiles sobre un montaje en concreto que facilitan el reinado de la subjetividad y el ninguneo de las figuras de autoridad, quienes cada vez más, ven relegado su trabajo de pensamiento en función de las alabanzas hacia cualquier propuesta, con tal de que esta resulte entretenida.
Puede haber obras malas y con fallas técnicas que funcionen. El criterio del público suele ser mucho más noble que el del estudioso, pero esta nobleza tiene mucho más que ver con la ingenuidad y la falta de referentes que con su buen corazón. Es muy fácil que el público entusiasmado por el convivio teatral califique una obra como “imperdible” y que la recomiende a pesar de que ésta descuide los elementos básicos para ser considerado un trabajo logrado.
No es que todos los trabajos escénicos deban ceñirse a parámetros concretos, a lo largo del tiempo han aparecido y lo seguirán haciendo dramaturgias innovadoras que cuestionan lo canónico, pero lo hacen partiendo metodologías precisas aun cuando solo puedan utilizarse una sola vez o por un solo creador. Aunque nunca antes haya sido implementada, una metodología supone una base teórica funcional literaria y/o escénica. La cuestión aquí es enfatizar que no se trata de que si hay diálogo con el espectador signifique que una obra (a nivel de dramaturgia, que es de lo que hablamos esta vez) sea de buena calidad.
Nos resulta importante siempre regresar a lo que nos parece uno de los elementos fundamentales del teatro: el texto. Hace algún tiempo que se le ha restado importancia, incluso algunos directores (especialmente inspirados en el inigualable Artaud) prescinden de su utilización hasta el final del proceso de creación; es decir, que muchas veces ya no se piensa en él como la herramienta esencial, universal y necesaria. En este sentido, en los montajes que surgen a partir de un laboratorio, el texto aparece como resultado de un proceso y no ya como el detonante.
Es un hecho: Lo que sucede en la escena ha ganado terreno sobre otros elementos del teatro, como el texto que en muchos casos queda relegado y ninguneado. Pero lo que permanece de los grandes clásicos son sus dramaturgias, pues son lo único que pueden dar cuenta de lo inapresable de la experiencia teatral. Por ello consideramos pertinente pensar en el valor de un texto independientemente de la puesta en escena. Y el texto, la dramaturgia, pensada como creación literaria, está sujeto a criterios de valoración.
Creemos conveniente exponer nuestra suerte de guía para evaluar si un texto dramático funciona en sí mismo. Nuestro juicio se basa en ciertas características imprescindibles que para nosotros debe tener una buena dramaturgia, como lo son:
- Tensiones. Un texto debe generar, entre otras cosas, expectación, suspenso y crisis argumental con el fin de recapturar una y otra vez la atención del espectador y generar sorpresa, catarsis e impacto. Debe haber siempre una ambientación de peligro que mantenga al público en espera de lo que va a suceder.
- Trascendencia. Una buena dramaturgia supera el lenguaje. Va mucho más allá de lo que dice, contiene sus puntos álgidos en el silencio, en aquello que no está dicho y que sin embargo constituye una presencia, algo que intuimos, que sentimos sin que nadie lo haya verbalizado aún, algo que entendemos a través de la conmoción, no del texto explícito.
- Una buena dramaturgia no trata de imponerte una forma de pensar o ver el mundo, de lo contrario se convertiría en un texto tendencioso, inclinado hacia una postura, pensando más en la doctrina que en el desarrollo de una historia rica en contrastes, como lo es la vida.
- Permite que los actores encarnen. Si un texto dramático es pensado para llevarse a escena consideramos que debe estar hecho precisamente para la acción, para un cuerpo que fluye con las palabras, un cuerpo que encarna una historia, no simplemente que la reproduce. Es por ello que descreemos absolutamente de la “narraturgia”[1] como posibilidad artística. Utilizar a un actor en escena únicamente como vehículo oral de un texto, es demeritarlo como intérprete. Es someter una historia al buen uso de su voz y su proyección escénica, omitiendo todas las habilidades corporales, gestuales y de interpretación que posee. Es convertir en un narrador reemplazable. Es ignorar sus facultades interpretativas. Es denigrarlo.[2]
Lo contrario de los elementos que posee una buena dramaturgia suele salir fácilmente a la luz, puesto que también existen señales que nos ayudan a reconocer una obra “fallida”, que perjudican muchas veces la puesta en escena. Enlistaremos estos indicadores con el único fin de que quede claro el criterio que utilizamos a la hora de analizar una obra de teatro por su potencial dramático contenido en las palabras.
- Una obra que pretenda explicarlo todo, que hable de lo que dicen los personajes, que no haya algo más allá, que no deje espacio a la imaginación, interpretación, una obra cerrada e inflexible, es casi siempre una obra intolerante y ya hemos hablado de los riesgos de la postura maniquea y panfletaria. Es necesario tener esto claro: las grandes obras no lo dicen todo. Las grandes obras no son predecibles (esto no quiere decir que no tengas pies ni cabeza).
- Una obra que vaya por un lado de la historia y termine por otro que nada tiene que ver, que se traicione a sí misma en sus premisas o que carezca de ellas. No es que el rompimiento de la lógica sea inadecuado, siempre y cuando se haya elegido esta característica con consciencia y con un propósito específico, tal como lo propusieron las vanguardias desde la defensa de lo irracional. No cuando sea notorio que la obra salió de las manos del autor para ser un disparate que entretenga a como dé lugar, ya sea con historias entrelazadas que no se correspondan y no sean significativos para la trama, o concluyendo la obra abruptamente con alguna solución espontánea. La congruencia es importante, tanto a nivel de argumentación como en lo que respecta a la construcción de los personajes. Cuando una obra no va hacia algún lado ¿Para qué necesita de la atención del espectador? Lo mismo ocurre cuando es monótona.
- Cuando es pretenciosa, sucede muchas veces que se intenta tratar un tema profundo de manera superficial, haciendo eco de opiniones sin sustento con argumentos de moda. Sin un posicionamiento ideológico o estético, buscando simplemente la complacencia de un rato. Se pensaría que esto solo pasa con el teatro comercial –a secas- pero no es así. Este tipo de obras funcionan como ocurrencia y no como metáfora. Y el teatro es ante todo una obra artística, una labor artesanal que lleva tiempo y esfuerzo, no un quehacer que pueda resolverse mediante fórmulas establecidas que por haber probado su éxito una vez funcionan por siempre.
No ignoramos que el teatro no está hecho para estar en papel, que el teatro escrito no es el fin de ningún dramaturgo. El teatro se escribe para la escena, sin embargo, no por ello puede tomarse a la ligera. Si el descuido existe desde la elaboración de la base escénica ¿Qué podemos esperar del montaje? Así mismo sabemos que el pensamiento es flexible y que el estudio ampliará nuestra visión y acaso modifique o sostenga los criterios que hoy compartimos.
Notas
[1] Entendemos «narraturgia» a partir de la problematización del concepto (atribuido al mismo autor) de José Sanchís Sinistierra. Especialmente la acepción que refriere a las obras que tienen mayor carga hacia la narrativa que hacía el diálogo. Y que incluso, llegan a reducirse solo a los relatos, omitiendo o evitando la acción.
[2] Especialmente en México este último punto puede deberse más a un problema de dirección, que, sin embargo facilita este tipo de escritura. Sabemos que un texto narrativo puede ser encarnado y ser teatral, pero requiere de un proceso que solicita de los participantes que lo llevan escena paciencia y concentración. Cuestión Insalvable cuando reparamos en que el panorama teatral nacional –estoy generalizando- señala multiplicidad y prisa.