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Literatura

Literatura

Introducción al cabaret (con albur)

por Zavel Castro 20 agosto, 2018

Ahora que me explota el corazón de cabaret, no puedo pensar en un momento más justo para hablar del libro Introducción al cabaret (con albur) escrito por Cecilia Sotres, actriz, cabaretera, dramaturga y activista integrante de Las Reinas Chulas, una compañía considerada ya una institución del mal llamado (como ellas demuestran con cada uno de sus espectáculo) “género menor” en México con innegable trascendencia internacional. El hecho de que Sotres escriba una obra de divulgación sobre el tema al que ha dedicado su vida hace que el libro devenga en un manifiesto amoroso sobre y para el cabaret. Reconociendo a quienes la han apoyado, han sumado a su visión y quienes han compartido con ella la forma de vida que implica al cabaret, como Gastón Alzate (prologuista del libro y especialista en el tema) Juan Carlos Vives, Omar Argentino, Ana Francis Mor, Nora Huerta y Marisol Gasé.

Lejana a toda intención aleccionadora desde una posición autoritaria y cercana, en cambio, a la más honesta intención de compartir los saberes aprendidos a través de la experiencia, consciente de que no hay una sola forma de hacer cabaret y del duro camino que el/la aspirante a cabaretere tendrá que enfrentar, ofreciéndole consejos, herramientas y ejercicios para que pueda sortear los peligros en el camino. En este sentido ofrece una explicación puntual del porqué es necesario dominar el modelo fársico para crear una obra de cabaret exitosa, tip en el que recomiendo detenerse, no solo porque es una demostración de los saberes aprendidos en la praxis, sino porque resulta fundamental para la articulación de cualquier juicio y espectáculo de cabaret. Es pues, una de las enseñanzas más valiosas del texto.

Aunque el/la lector(a) ideal de este libro quizá sea precisamente el/la aspirante a cabaretere, Cecilia en su misión promotora atiende a un perfil un poco más amplio: a los espectadores convencidos tanto como a los potenciales, les ofrece una clave para leer el cabaret, una guía de apreciación para que, sabiendo lo que están viendo, aprendan a disfrutarlo. Así pues, ofrece una aproximación para cualquier interesade en el tema pasando por un repaso desde  la etimología del término “cabaret”, su desarrollo histórico, desde la Antigüedad Clásica,  pasando por la Edad Media, enfatizando el auge en Europa a principios del siglo XX y en la relevancia e influencia de la carpa mexicana a la cual refiere como la mayor aportación teatral de México para el mudo, hasta llegar a la actualidad.

Como manifiesto de amor, el libro se concentra en todos los aspectos positivos del ejercicio y expectación; bastante ha tenido que soportar durante mucho tiempo la desacreditación por parte de quienes se dedican a un teatro “más formal” (lo que sea que esto signifique) o quienes lo han perseguido, censurado y  por la crítica política y social intrínseca en la naturaleza de las representaciones de un género que fue un movimiento marginal y alternativo, como para siquiera mencionar los aspectos negativos, algunos de los errores y lugares comunes en que pueden caer quienes se dedican a él o sus áreas de oportunidad. El libro es una oportunidad para ver al cabaret a través de sus ojos. Reflejado en ellos uno puede saber mucho sobre el humor mexicano, sobre la necesidad de reír tanto como de denunciar las injusticias a través de lo que sepamos hacer, sobre hacer comunidad y sobre la necesidad de profundizar en un género que nos ha dado tanto. Prueba de ello es el Festival Internacional de Cabaret que por estos días estamos disfrutando.

 

 

Zavel-ADP

Literatura

Teatro antilógico

por Ricardo Ruiz Lezama 15 junio, 2017

Estamos en una época regida por la razón y por la ilusión de conocimiento. Pareciera que se han encontrado las explicaciones sobre casi todo y de igual modo se piensa que sabemos mucho sobre cualquier tema. En materia de arte, por ejemplo, abundan las definiciones, los artículos, ensayos, cursos, libros para prepararse de forma autodidacta, en fin, existen incontables fuentes de investigación para acceder a lo que pareciera ser el conocimiento total del fenómeno artístico. Con tal nivel de pensamiento generado en torno a la creación da la sensación de que cualquiera puede ser artista, solo hace falta querer serlo, buscar, leer y listo. Cualquiera puede saber cómo se hace una obra de arte y de hecho no son pocas las personas que discuten sobre los errores de tal o cual creador que no hizo las cosas como todos ya sabemos que se “tienen” que hacer. Todo este supuesto conocimiento esconde una gran paradoja,  ¿por qué si todos los artistas saben cómo se hace el arte solo unos cuantos lo consiguen?

Por principio descartaré la idea que de que el arte es arte porque una persona ha dicho que así es (el argumento de la subjetividad aplicado a todo producto sin razón). Este enunciado ha afectado severamente al mundo del arte porque se ha descontextualizado, en su tiempo sin duda fue una sentencia revolucionaria que cuestionó todos los paradigmas e instituciones existentes hasta el momento, poniendo en crisis siglos de pensamiento, ahora simplemente es un pretexto para hacer cualquier cosa y venderla como si realmente valiera algo. Parto entonces de la idea de que el arte es una experiencia estética contundente, inolvidable e imprescindible. Y que esta experiencia es visible y comprobable. Lo que últimamente abunda, específicamente en el teatro que es de lo que trataremos aquí, son obras superficiales, fácilmente olvidables y profundamente prescindibles.

Lo que afirmo con relación al teatro no parte solo de mi subjetividad, es un hecho objetivo, únicamente hace falta ir a algunas de las múltiples funciones que existen en la vasta cartelera mexicana y comprobarlo por nosotros mismos en la experiencia colectiva. Lamentablemente son pocas las presentaciones que construyen un acontecimiento trascendente y esto es indudablemente una sensación compartida por muchos espectadores. La causa se la adjudico  al hecho de que gran parte de la comunidad teatral parte de innumerables seguridades para abordar la creación. Curiosamente la mayoría de las obras más potentes en programación son aquellas que surgen de un lugar totalmente opuesto: del desarrollo de procesos de investigación escénica en los cuales las dudas ( y no las certezas) están en primer plano.

Por eso, en estos tiempos de falsas verdades, de infinidad de obras que no dialogan ni con nuestro presente ni con el público, es imprescindible que exista una mirada filosófica, política y estética que vaya en contra de todos los preceptos que se tienen sobre el teatro; mucho de lo que creemos con relación a la escena seguramente está errado. Por eso nuestro teatro, en su mayoría,  no se consolida como un fenómeno necesario a nivel social; es debido a todo esto que un libro como El teatro antilógico: estéticas de la otredad del cuerpo y la escena  de Raúl Valles es indispensable en nuestro contexto artístico.

El teatro antilógico… es un conjunto de ensayos que reflexionan sobre el fenómeno teatral, pero aquí no se encuentran respuestas, esto no se trata de una guía, más bien es un manifiesto lírico al más puro estilo de Artaud. Las ideas se articulan de manera tal que no son sentencias, sino que promueven la reflexión y la duda. Todo desde la premisa e invitación de erosionar lo que creemos que es el teatro porque “El teatro que se dice ser el teatro, el teatro que se cree ser el teatro ha menoscabado todo lo que en verdad es teatro”. Estas cavilaciones estimulan a ir en búsqueda del teatro verdadero, el cual, Valles, al igual que Artaud, saben que aún está por descubrirse, en el caso de Artaud era el teatro de la crueldad, en el caso de Valles es “el antilógico”.

Estos ensayos no plantean desde el inicio lo que debe ser el teatro y mucho menos dicen cómo se hace. Ese es uno de los más grandes aciertos de Valles, al no poner ejemplos concretos sus reflexiones se vuelven un arte poética quizá a la altura de El teatro y su doble, capaz de inspirar las más diversas creaciones mediante no mostrar un camino sino solo de sugerirlo, así los caminos posibles son infinitos.

El teatro antilógico…  va a contracorriente con muchos de los libros teóricos que están circulando en el mercado editorial. Empieza explicando lo que no es ni debe ser el teatro y cómo no puede alcanzarse –al contrario de iniciar intentando constriñéndolo a unas insuficientes definiciones simplificadoras, por eso también Valles eligió un estilo poético, capaz de generar multiplicidad de lecturas-, porque como menciona el autor estamos contaminados de conceptos e ideas que no nos dejan acercarnos a lo que el teatro verdaderamente tiene para ofrecer como experiencia trascendental. Por eso es necesario llegar a un vacío de pensamientos que solamente estorban; de hecho no debemos apelar a la razón sino al cuerpo (sugiere el autor). Aquí nos deja a su vez una primera pista, el teatro es fundamentalmente la relación con el cuerpo ¿Pero en sí qué es el teatro? Para el autor es, entre otras cosas, una experiencia que no va a la razón sino a la sensibilidad del espectador, de ahí su carácter emancipado del pensamiento lógico. Si lo consideramos desde Artaud – lo que no sería descabellado porque Valles dice que hay que volver a una estética de la crueldad-, el teatro antilógico sería un teatro que apelaría a lo esencial del humano, un teatro ritual capaz de contactarnos con lo más profundo de nuestro ser.

Sería muy fácil y poco riguroso si Valles solo dijera que hay que ir en contra de lo establecido sin profundizar en eso. Lo interesante de El teatro antilógico… es que el autor reformula los conceptos fundamentales del teatro, criticándolos y proponiendo unas definiciones nuevas que destacan por lo provocadoras que son. Actor, presente, mimesis, tiempo, ficción, acción, texto, representación así como el lugar que ocupan los espectadores durante la misma, e incluso el mismo teatro son conceptos que se ponen en crisis para poder pensar otra posibilidad de lo teatral, una más inquietante y revolucionaria, una que sí sea capaz de incidir en nuestra realidad.

Una de las características más importantes de este libro es que el autor es de origen mexicano y fundamentalmente ha desarrollado sus reflexiones y trabajo en México. La mayoría de las veces importamos pensamiento de otros países para tratar de explicar lo que ocurre en el nuestro sin considerar que las ideas no son universales, fuera de su contexto no terminan de decir lo que realmente intentaban expresar, y aunque las reflexiones de otros lugares pueden aportar valiosísimas cuestiones a nuestra realidad nunca nos representarán a plenitud. Son urgentes y necesarios textos como este que nos piensen directamente. México es único  y no podemos obviar sus particularidades y contradicciones. Quizá uno de los más grandes fracasos en todas las áreas sociales ha sido querer explicarnos desde otros pensamientos e importar modelos y no crear los propios. Por eso celebro la publicación de El teatro antilógico… No podemos aún saber las repercusiones que los planteamientos de Raúl Valles tendrán en el teatro mexicano, pero es seguro que no pasarán inadvertidos.

 

 

Ricardo

Literatura

Nosotros somos los culpables: el teatro como medio de transformación social

por Ricardo Ruiz Lezama 6 junio, 2017

México vive en una crisis de derechos humanos y resquebrajamiento paulatino del tejido social desde hace mucho tiempo. El Estado, que debería garantizar la seguridad de los ciudadanos, no parece poder hacer mucho en contra de los males que azotan al país, incluso en muchos casos es él mismo quien lleva a cabo dichos atropellos. Como mencionó Judith Butler en la conferencia que dictó en Ciudad de México en 2015, los cuerpos de los mexicanos se encuentran en una situación precaria, de suma vulnerabilidad. Escenario que no ha cambiado. La probabilidad de regresar a casa sano y salvo cada día es reducida, dormir en nuestras camas al llegar la noche es un hecho azaroso. Si lo pensáramos dentro del universo de la física cuántica, estamos vivos y muertos como el gato de Schrödinger; en un universo paralelo nuestros seres queridos ya están llorando frente a nuestro cadáver, eso si fuimos encontrados. En esta sociedad desesperanzada, ¿qué lugar ocupa el teatro?

Es difícil hablar de un deber ser del teatro porque, ¿en dónde quedaría la libertad y la multiplicidad de miradas? Sin embargo no podemos obviar que esencialmente el teatro es quehacer político por su  carácter público, por lo tanto tiene una responsabilidad con su contexto, se quiera hacer cargo de ella o no. Considero que esta responsabilidad es mayor en países como México en donde gran parte del teatro que se hace es con dinero de la sociedad. Ante las problemáticas políticas y sociales por las que el país está atravesando, ¿cómo se ha posicionado el teatro institucional? (El cual, reitero, es subvencionado por los ciudadanos.) Y por otro lado, los demás artistas que gestionan sus propios proyectos, ¿qué postura han tomado en todo esto? Al teatro comercial ni lo cuestiono porque es una empresa privada, con todo lo que esto implica.

Como bien ha dicho el dramaturgo Humberto Robles en su texto El teatro en tiempo de canallas, es muy poco el teatro que se hace en México que da cuenta de la realidad que se vive en el país. La mayoría de las puestas en escena no dialogan con el presente que estamos viviendo, están procurando una omisión cómplice, voluntaria o involuntariamente. No quiero que se me malinterprete. No pienso en un teatro amarillista que muestre lo mismo que vemos en las noticias, porque de hecho un teatro así no estaría realmente comprometido con nuestro contexto. Los sucesos como se muestran en las noticias simplemente son un método de dominación del poder hegemónico mediante el miedo, como señala Žižek.

En lo que pienso es en un teatro que nos permita esclarecer los acontecimientos nacionales posibilitando una reflexión proclive  a transformarse en acción social que devenga en cambio, todo lo contrario a un teatro que mediante el miedo nos mantendría pasivos como hacen las noticias detalladas de las tragedias diarias, que no solo nos mantienen paralizados ante el horror sino que nos han ido deshumanizando. Una muerte más -pensamos-, qué más da si todos los días muere tanta gente en este país. En contra de esto pienso en un teatro que nos devuelva nuestra humanidad, nuestra capacidad de ser empáticos con el otro.

Mis pensamientos no son una aspiración utópica, no estoy especulando en un teatro que no existe, estoy hablando de obras concretas que están luchando por construir un mejor país, desde el lugar que el arte pueda hacerlo. Afortunadamente no son pocos los artistas mexicanos que han tomado esta lucha con sus creaciones. El mismo Humberto Robles con su obra Nosotros somos los culpables es un ejemplo de esto.

Robles es uno de los dramaturgos mexicanos más representados en el mundo. La mayoría de sus obras invitan a la reflexión desde diversos géneros como son: la tragedia, la comedia, la farsa, el cabaret o el teatro documental. Es un autor que está convencido del compromiso que tienen los artistas con la sociedad. Exhorta con urgencia a crear y promover lo que él llama teatro útil, manifestación artística que, en palabras suyas, consiste en “escribir y llevar a escena los temas sociales de la actualidad”, teatro como “herramienta a favor de la más elemental justicia, de los derechos humanos, contra el olvido y la impunidad”.

ABC

Nosotros somos los culpables es una dramaturgia documental que trata sobre el incendio ocurrido en la Guardería ABC el 5 de junio de 2009. “Siniestro que dejó un saldo de 49 bebes muertos (25 niñas, 24 niños) y otros más de 70 con lesiones respiratorias, en corazón y físicas que los dejarán marcados por el resto de su vida”.[1]

La obra no toma los sucesos para hacer un espectáculo del sufrimiento, más bien,  es una radiografía de la corrupción y la impunidad en México. No puede dejar a un lado el dolor que esta desgracia provoca, eso sería inhumano, pero no se queda ahí, este texto es un grito que clama por justicia. Mediante los testimonios de los padres, de las autoridades, del expresidente en turno y su esposa, de los dueños de la guardería, y, en fin, de todos los involucrados de alguna manera en este suceso, esta obra exhibe los mecanismos por los cuales no puede llamársele a esta desventura una tragedia, “porque éstas corresponden a caprichos terribles de la naturaleza […] o a fallas técnicas o humanas que provocan muertos y heridos. Aquí hay un crimen colectivo de larga data, que comenzó mucho antes del día del incendio y que todavía no termina”.[2]

La corrupción, el tráfico de influencias y la negligencia, son los que ocasionaron que el Estado concediera la autorización a los dueños del jardín de niños de abrir una guardería que no cumplía con los requerimientos indispensables para constituirse como tal, haciendo caso omiso de que la escuela no realizó las adecuaciones que se prescribieron. Existen una clara serie de omisiones e incumplimientos, pero hasta la fecha sigue sin haber justicia para los padres, sigue sin castigarse a los responsables.

Nosotros somos los culpables nos recuerda que detrás de cada cifra de muertos, existe un nombre y detrás de ese nombre una historia, una persona. Es sin duda una herramienta que nos contacta con el horror que siempre deberían causar las muertes. ¿Cuántas muertes más serán necesarias para darnos cuenta que ya han sido demasiadas? Pregunta la obra. Después de leerla terminamos convencidos de que ya han sido suficientes.

Esta dramaturgia también se pregunta por los culpables de estos hechos.  Y la respuesta está contenida en el título. Somos seres colectivos, algo de nosotros se pierde en los que se van. Yo soy responsable por el otro, porque sin el otro no puede haber yo. Lo que les pasa a unos, nos pasa a todos. Esta obra nos recuerda que solo juntos y reconociéndonos mutuamente indispensables podemos aspirar a construir un mejor país, el México que nos merecemos.

Ricardo

 

 

 

 

[1] Información disponible en: http://www.movimiento5dejunio.org/abc/about/

 

[2] Tomado de diálogos de la obra.

Literatura

«La indagación» de Peter Weiss

por Ricardo Ruiz Lezama 1 junio, 2017

“Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”, sentenció, Adorno. Después de la atrocidad solo queda el silencio. Lo innombrable hace su aparición. No hay palabras capaces de dar cuenta de  semejante brutalidad y cualquier intento por embellecer al mundo después del Holocausto podría percibirse como un acto siniestro, de una crueldad casi cómplice.  Pero el arte no murió después de tanta ferocidad; siempre se rehúsa a desaparecer, se aferra a subsistir aún en el más extremo sinsentido.

Las palabras de Adorno son ciertas, acaso de manera parcial; después de sucesos tan funestos, el arte como lo conocíamos no podía seguir siendo igual, por la simple razón de que el mundo tampoco volvería jamás a ser el mismo. La poesía en estas etapas desgarradoras de la humanidad  se transforma entonces en la expresión del horror.  Tal como hace el texto dramático La indagación de Peter Weiss,  obra documental que da cuenta del espanto que significó el genocidio nazi.

Luis Acosta en su libro El drama documental alemán piensa este teatro como el resultado de la evolución de una búsqueda de distintos dramaturgos por dejar a un lado el drama individual e intentar utilizar al teatro como una herramienta capaz de generar pensamiento crítico en torno a lo social. En dicha búsqueda, Acosta, sitúa al inicio a Schiller, pasando por Georg Büchner y Karl Kraus, hasta llegar a su forma más depurada con Weiss, sin duda un autor fundamental del teatro documental.

Si bien el género documental no surge directamente como respuesta al Holocausto, sí lo hace para responder a las diversas problemáticas de su contexto; estas dramaturgias  nacen como una forma de colocar al arte en un lugar activo y revolucionario dentro de la sociedad. En ideas de Weiss, el teatro documental tiene la función pública de dar información verdadera pero desde una mirada crítica, exponer la realidad para contrastarla con el relato, mostrando así las contradicciones y mentiras.

La indagación es una reconstrucción de los juicios realizados en contra de los políticos y funcionarios nazis que operaban los campos de concentración. Weiss asistió  a las sesiones públicas del proceso, documentó toda su experiencia y a partir de esa información creó uno de los testimonios más crudos y punzantes de uno de los sucesos más aterradores de la historia de la humanidad.

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La obra de Weiss es magistral en muchos niveles. El primero es su forma de desestabilizar al lector, pues al tratarse de información verdadera, la apreciación de los hechos cobra dimensiones quizá inalcanzables para la ficción, porque frente a la verdad ya no queda nada por decir ni por hacer. Así, Weiss, nos deja indefensos como interlocutores, no hay forma de evadirnos pensando “solo es teatro”; quedamos totalmente vulnerables contemplando al ser humano en toda su miseria, en su descomunal capacidad de destruir, desnudo de toda humanidad.

La precisión con la que Weiss capturó con su pluma las declaraciones, tanto de los causantes de las atrocidades como de los que las vivieron, es tan contundente que uno se siente transportado, no solo al juicio, sino al sitio donde tuvo lugar tanto sufrimiento. Las nítidas  imágenes de las narraciones generan una sensación tan vívida que podemos percibir miradas, olores, gritos. De este modo el texto no es simplemente una recopilación de testimonios sino que alcanza el nivel de obra de arte al conmocionarnos hondamente.

Weiss no se guardó nada. Describió puntualmente cómo se comía, se dormía, se defecaba, el orden de este nuevo mundo que fue Auschwitz para los condenados, las dinámicas para sobrevivir, todo está escrito con excesivo detalle, lo cual supone que una puesta en escena de La indagación duraría poco más de ocho horas. El dramaturgo era consciente de que no quería entretener, sino hastiar a la gente. Y cómo no hacerlo si coincidimos en que  el sufrimiento no debería ser un espectáculo burgués ni por tanto placentero.

El horror de los acontecimientos va creciendo conforme avanzamos en la lectura; página a página todo se va volviendo insoportable, tanto que es difícil no abandonar el texto en múltiples ocasiones; tanto que lamentable y afortunadamente La indagación se vuelve una herida  que nos acompañará para siempre. Lamentable porque tomar conciencia de tanta barbarie es una experiencia profundamente dolorosa; afortunada porque Weiss logra sensibilizarnos con el tema más allá del morbo. Solo queda la certeza de que algo así nunca debió haber sido vivido por nadie y que no debemos permitir que se repita en ninguna parte del mundo.

la indagación

La indagación es una lectura indispensable, como documento histórico, como creación artística[1] y como medio para, si no comprender, al menos enunciar la catástrofe. Solo quitándole a los actos su imposibilidad de ser articulados podemos aspirar a que, nombrándolos,  estos puedan ser asumidos, esperando de igual modo entender algo, por minúsculo que sea, de la esencia del ser humano y a partir de ahí quizá comenzar a cambiar un poco de este planeta que se cae a pedazos. Lo que no se visibiliza no puede ser transformado.

La indagación es una dramaturgia  recomendable solo si se tiene el valor de estar frente al horror. Definitivamente no se trata de una experiencia agradable ni tranquilizadora como suelen serlo la mayoría de los productos del mundo del entretenimiento. Creadores como Weiss no buscaban ni buscan que sus creaciones sean bellas, si no verdaderas y de ese modo repercutir en la colectividad. Es difícil pensar que la belleza pueda dar cuenta fiel de sucesos tan execrables, en estos casos no hay nada por embellecer. Lo aborrecible es y debe permanecer repugnante para que no se nos olvide su abyección. La memoria es fundamental para poder crear futuros que no terminen siendo, en el fondo,  pasados que se repiten.

Respondiendo a Adorno, después de Auschwitz puede y debe haber poesía que no sea un acto de barbarie, pero para esto las manifestaciones que surjan no pueden fingir que el mundo sigue igual, no pueden guardar silencio cómplice. Después de Auschwitz la única poesía posible es la denuncia.

Ricardo

[1] Esta dramaturgia es muy valiosa en el campo del arte por muchas razones: cuestiona, tanto la utilidad del arte como el efecto que provoca; reconfigura la relación del espectador con el objeto artístico; amplía las posibilidades de lo dramático y lo teatral. En la historia del teatro hay un antes y un después del teatro político y documental alemán, grandes artistas del mundo, sabiéndolo o no están en deuda con él. En Latinoamérica tenemos importantes referentes: Lola Arias en Argentina y Las lagartijas tiradas al sol en México, por nombrar algunos.

Literatura

Perla Szuchmacher. El teatro para niños como un acto revolucionario y lúdico

por Ricardo Ruiz Lezama 21 abril, 2017

 “La humanidad debe al niño lo mejor que puede darle”, esta frase profundamente esperanzadora podemos leerla dentro de las consideraciones escritas en la Declaración de los derechos del niño. Este mes se celebra el día del niño en México y me parece oportuno recordar que los días nacionales e internacionales no existen simplemente para tener días feriados o hacer actividades recreativas en las escuelas. Estos días existen para luchar contra el olvido, mayor enemigo de las revoluciones y el desarrollo humano.

“En 1959, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración de los Derechos del Niño. Este reconocimiento supuso el primer gran consenso internacional sobre los principios fundamentales de los derechos del niño”.[1] Esta declaración básicamente plantea el valor que tienen los niños para la humanidad, así como el cuidado que merecen sin excepción alguna de “raza, color, sexo, idioma, religión, opiniones políticas o de otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento, ya sea del propio niño o de su familia”.[2]Todos los niños del mundo merecen lo mejor, por lo tanto la celebración de su día no puede dejar de ser un acto revolucionario, además de lúdico, considerando la esencia de la infancia. En esta reflexión hablaré sobre una dramaturga que cumple estas características con su producción: Perla Szuchmacher.

Yo ya no era un niño cuando tuve contacto  por primera vez con la producción de Perla. Fue durante la universidad  que junto con unos compañeros hicimos una obra suya como examen final para una materia. Yo en ese tiempo todavía no había refinado mi conciencia sobre lo político, por lo que aquella dramaturgia, El rey que no oía pero escuchaba, simplemente me parecía divertida y entrañable. Características por sí mismas valiosas para el teatro, pero que no dan cuenta total de lo extraordinario de la obra.

Años después vi una puesta en escena de la obra Malas palabras en el Centro Nacional de las Artes. Perla había escrito y dirigido aquel montaje. Mi admiración creció. Aquella obra tocó las fibras más sensibles de niños y adultos y estoy convencido que quedó inscrita para siempre en la memoria de muchos de los asistentes. Me gustaría ahondar sobre esto pero cuando el teatro acontece, las palabras son insuficientes.

Ahora, muchos años después, la editorial Paso de Gato editó una selección de las obras de esta dramaturga. Confieso que este texto iba a ser solo una reseña de las dramaturgias incluidas en esa compilación pero al final decidí escribir esta reflexión.

Reencontrarme después de tantos años con el trabajo de Perla fue una grata sorpresa en muchos sentidos. El primero, poder leer esa obra que me había estremecido hondamente aquella tarde en el Teatro de las Artes. Mi impresión fue mucha al darme cuenta que en su dramaturgia está vibrante la potencia de lo escénico. Y no solo en ese texto, sino en todos, las palabras emocionan de lo vivas que están. Malas palabras es un texto sumamente sobrecogedor.

Así fui recorriendo cada texto de la obra de Perla Szuchmacher.[3] Contactando con eso que llaman el niño interior. Conmoviéndome, riéndome y ahora además logré percibir un rasgo fundamental de estas dramaturgias: el compromiso social con los niños. Poniendo a discusión diversas problemáticas, como los roles de género en obras como Vieja el último y A la mar fui por naranjas; la diversidad de familias en Malas palabras, el bullying en Lotería, la homosexualidad en Príncipe y príncipe, la justicia social en El rey que no oía pero escuchaba, por referir unos cuantos.

Me atrevo a afirmar que la dramaturgia de Perla Szuchmacher tiene unas dimensiones brechtianas en cuanto a su compromiso con el teatro y lo político. Son obras entretenidas, como Brecht define debe ser el teatro en El pequeño órganon […] y a su vez son obras que apelan a la inteligencia de los niños, tratando temas fundamentales desde una óptica rupturista ¿Cómo es una familia? ¿Cómo debe ser una relación de pareja? ¿Cuáles son las cosas que debes hacer según tu género?   Estos y más cuestionamientos hace Perla con sus obras, abriendo la visión a nuevas posibilidades en donde siempre prevalece la tolerancia y el respeto. Un teatro revolucionario y humanista.

Sin duda este día del niño puede ser un buen pretexto para acercarse a la producción de Perla Szuchmacher. Tanto a sus textos dramáticos, recomendamos ampliamente el trabajo que está haciendo Paso de Gato para con el teatro mexicano y latinoamericano en general, así como también recomendamos estén pendientes del Proyecto Perla que busca difundir la obra de esta autora mediante puestas en escena a cargo de su hija y gran creadora teatral, Micaela Gramajo.

Perla Szuchmacher es una autora que nos ha dejado un legado de obras que aspiran a la construcción de un mundo mejor, un mundo donde quepan todos los niños del mundo. En estos tiempos de muros reales e invisibles, obras así siguen siendo profundamente necesarias.

Ricardo

[1] http://www.humanium.org/es/declaracion-1959/

[2] http://www.un.org/es/comun/docs/?symbol=A/RES/1386%20(XIV)

[3] SZUCHMACHER, Perla. Las buenas y las malas palabras: obras selectas de Perla Szuchmacher / prólogo, selección y compilación de Olga Harmony.—México: Toma, Ediciones y Producciones Escénicas y Cinematográficas: INBA: CONACULTA: Paso de Gato Ediciones y Producciones Escénicas, 2012.

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