Raúl Serrano dice que hay tres tipos de conflictos que sostienen la trama de cualquier obra dramática clásica –en oposición a las posmodernidades que día a día se multiplican y que con esto dificultan voluntariamente su lectura y análisis-. Los conflictos son entonces, conflicto de los personajes consigo mismos, conflicto del personaje con otro y conflicto de personaje con el mundo o con alguna entidad metafísica (algunas obras contienen a los tres). Muchas veces la problemática atraviesa por o se desencadena a partir de alguna tensión relacionada al ámbito romántico, pasional o amoroso. Es así que decimos que el amor es uno de los grandes temas del teatro, punto menos que omnipresente, recurrente y necesario como lo es en la vida cotidiana más allá de los escenarios. Especialmente (por su teatralidad implícita) el amor expresado meramente en el deseo carnal y de posesión simbólica del otro, ya sea momentánea, que si bien no abarca la magnitud de la potencia amorosa constituye una de sus fuerzas más abrasadoras justificando cualquier impulso y, sobre todo, para el tema que nos interesa, casi cualquier resolución escénica.
En el teatro se expresa el deseo amoroso de muy distintas maneras, sin lugar a dudas las manifestaciones más acusadas dan cuenta de la ideología, fiel representante de la realidad social del sitio donde tenga lugar la representación. Dicho esto puedo intentar una aproximación a la comprensión del tratamiento que se le da al “amor” manifiesto en las preferencias carnales de un personaje, es decir, si prefiere acostarse con un personaje antes que con otro por cualquier motivo, a partir de dos obras de teatro de la cartelera de la Ciudad de México: “El otro lado de la cama” y “Tr3s”. Ambas obras reflejarían la idea imperante sobre el amor de la clase media alta a la que pertenecen sus personajes y al mismo tiempo, los espectadores a los que van dirigidos los montajes.[1]
Me enamoré de alguien más ¿Qué importa quién es?
“El Otro lado de la Cama” escrita por David Serrano y dirigida en México por Ricardo Díaz sigue el desarrollo de una comedia de enredos, es ligera y se agiliza aún más por los números musicales con los que se acompañan las escenas relevantes de la historia de dos parejas de amigos que se intercambian sexualmente mediante traiciones (son infieles unos con otros) motivados simplemente por atracciones momentáneas. En este montaje no encontramos complejidad alguna, son simplemente personajes simpáticos (diríamos que todos los miembros del elenco tienen charming) sin mucho más que contar que con quién se acuestan y con quién andan. Un montaje superficial para pasar el rato. Mejor aún si se aprovecha la venta de bebidas alcohólicas en el teatro.
Por cierto que la historia es contada desde una óptica masculina, el peso de la narración recae en “Pedro” (Erick Elías), quien es dejado por su novia “Paola” (Tessa Ia) enseguida busca a la novia (Camila Sodi) de su amigo (Sebastián Zurita) como una especie de venganza desviada. Esta obra se presenta sin mayor pretensión que ofrecer al público que la oportunidad de ver “actuar” a los “famosos”. La historia atrapa –pero no cautiva- de la misma manera que lo haría escuchar una conversación de amigos en algún café, en la que contaran cómo van con sus respectivas búsquedas sexuales y con mayor suerte amorosas, todos permeados de una moral conservadora que motiva al ocultamiento del deseo y a la culpa posterior a la realización del acto.
Culpa que por cierto no existe en el universo propuesto en “Tr3s” escrita y dirigida por José Alberto Gallardo. Esta obra que da tratamiento al tema amoroso también mediante las inclinaciones sexuales del personaje principal “Tom” (Harif Ovalle) a quien vemos aburrirse de su pareja actual y descargar su libido inmediatamente en “Bety” (Andrea Guerrero), ambas estudiantes mientras que él es profesor por lo que aprovecha su lugar privilegiado de poder para ejercer una seducción poco ética y bastante común. Con ninguna de ellas tiene una relación profunda ni completamente placentera. No se complementan y realmente no establecen algún vínculo significante, por lo que parece no importar. La ruptura de la relación principal produce un desequilibro pasajero – al igual que “En otro lado de la cama” que se arregla rápidamente con la sustitución de la pareja.
Aunque el lenguaje matemático empleado en “Tr3s” es por lo menos interesante, ambas obras instalan al espectador en el terreno del zapping emocional, de la dictadura del tinder y los encuentros tan esporádicos como desechables, correspondiente al amor en los tiempos posmodernos urbanos de clase media alta como decía al principio, donde todo es reemplazable, el amor es irrelevante, las historias románticas son simplonas, vacías, insustanciales, los conflictos son pretextos para pasar de un cuerpo a otro sin que esto tampoco signifique gran cosa.
Insisto entonces: el teatro da cuenta de la realidad cultural (la ideología omnipresente), ¿esto significa entonces que según ambos montajes importa más con quién nos acostamos que de quién nos enamoramos? ¿Significa que el amor ha dejado de inspirar emociones profundas para ser simplemente un vehículo de entretenimiento como cualquier otra actividad ociosa? ¿Son estos conflictos superfluos de los que nutrimos nuestro teatro? ¿Son estas ideas ramplonas las que sostienen nuestra idea del amor?
[1] Deducción válida tras el análisis de la localización de los teatros donde se presenta, pertenencia al circuito cultural e incluso localidades de los boletos especialmente los del Foro Cultural Chapultepec donde tiene lugar “El Otro Lado de la Cama”, obra absolutamente comercial sin pretensiones artísticas, mientras que “Tres” pertenece al género atribuido por Dubatti como teatro comercial artístico, que buscaría una mayor relevancia discursiva y exigiría mejores interpretaciones.