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Aplaudir de Pie

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Aplaudir de Pie

Es un proyecto de crítica y reflexión de hechos escénicos que nace simultáneamente en Bs. As. y en CDMX en 2015, como una plataforma de diálogo entre teatrólogxs, teatristxs, pensadorxs, creadorxs y espectadorxs, para cuestionar, opinar y debatir en torno a los fenómenos escénicos.

Reflexiones

La “narraturgia” o el culto a la forma

por Aplaudir de Pie 25 julio, 2018

Esta reflexión está acotada a un lector muy específico: el teatral. Y dentro del teatral a los que se preguntan sobre la dramaturgia, sobre por qué y cómo escribimos. El objetivo de este escrito no es continuar ninguna polémica, ni responder a nadie en específico. La escribo pensando en mi generación. En mis compañeros que, como yo, recién estamos egresando de las escuelas de teatro y nos enfrentamos a ese extraño mundo profesional. Espero pueda abrir nuevas vías de reflexión y orientar nuestra energía a algo que construya antes que mordernos la cola. Y es que pareciera que, como dice la novela, “en México no hay tragedia: todo se vuelve afrenta”. Afrenta si se declara desierto un premio, afrenta si se otorga uno, afrenta porque la obra es narratúrgica, afrenta porque no es narratúrgica, afrenta porque pedimos la bebida con popote, afrenta porque se nos derramó el refresco, en cualquier caso, pareciera que la enunciación nos ofende y nos cala en lo más profundo de nuestro ser.

Polemizar está de moda, más ahora que Facebook y Twitter están tan al alcance de los dedos. Recientemente salió una nota llamada Se está abusando de la narraturgia (Cf. Universal Querétaro 19/07/18) y luego En defensa de la narraturgia (Cf. Aplaudir de pie 23/07/18) una reflexión de Ricardo Ruiz Lezama que me pareció afortunada. Afortunada no porque se esté a favor o en contra de un concepto, sino porque la nota le otorgaba la dimensión precisa a todo el lavadero: un pleito aburguesado que nace de prejuicios y de una arbitrariedad crítica que sorprende.

Lo que me hace preguntar: qué pasa si el mal «endémico» del teatro no es conceptual. ¿De qué nos sirve convertir a la dramaturgia en una máquina de conceptos? ¿Realmente importa, para nuestro teatro, si esto es aquello u otra cosa? Pareciera que ahora concentramos mucho de nuestro tiempo en la forma, en las maneras al estilo Manual de Carreño. Quizá sea nuestra herencia colonial por la que aún peleamos con la aspiración al formalismo, a defender que la creación debe nacer de lo geométrico, de la fórmula, como si fuera un parto de la inteligencia.

Hay un adagio que dice: «México es un país tan formalista que, si la gente no encuentra el asa, no podría levantar una taza».

La crisis de la dramaturgia tiene la característica, me parece, que en el afán de renovarse a sí misma, de demostrar (¿a quién?) que sí sabemos hacerla, se ha descuidado uno de sus aspectos más valiosos: cuenta historias, nuestras historias. Necesitamos historias. Cada país necesita de sus propias historias y narraciones. Necesita confrontarse a sí mismo. Responder ante los estímulos internos y globales, ante las pulsiones de los centros y la periferia, observar nuestra realidad social, y sabemos que la literatura puede construir los puentes necesarios.

Una anécdota: Rodolfo Usigli cuenta que cuando escribió su primera obra (El apóstol, 1931) sometió la obra a una lectura privada a la que asistieron Xavier Villaurrutia, Carlos Barrera y Alfonso Gutiérrez Hermosillo. Una vez que concluyó la lectura los antes enunciados le hicieron observaciones que iban desde su habilidad para crear retratos psicológicos y morales a su dolencia dramática al escribir una obra con exceso de literatura, ausencia de emoción y teatralidad. Dice Usigli:

«Ni Villaurrutia, ni Barrera, ni Gutiérrez Hermosillo ─cuyas opiniones retengo en la memoria─ dieron en el clavo a pesar de su interés y de su actividad dentro del teatro. Elogiaron el diálogo y la caracterización, pero se abstuvieron de comentar lo demás, que era, por ejemplo, la lucha entre la clase media de México y los snobs afrancesados, entre la clase media y el capitalismo […] el teatro no es una simple forma de arte ni un lugar para escupir frases brillantes: es un oficio que sólo puede desenvolverse con el conocimiento del mundo y de las pasiones del hombre dentro de él»

Toda proporción guardada, la anécdota de Usigli, me parece, ejemplifica (80 años después) lo que aún nos sucede. Gastamos mucha energía en querellas estilísticas, en tuitazos, en demostrar que hemos dado “el paso hacia adelante” y poco en profundizar en nuestros entornos: nuestras calles, nuestras rutas, nuestras protestas, nuestras experiencias, nuestra mexicanidad, nuestro lugar en el mundo. ¿La dramaturgia es un mero laboratorio de experimentación formal, de dislocamiento conceptual, de producción? La inmediatez, la polémica, el arribismo y el conformismo temático son los principales responsables de nuestra cojera dramática, no la narraturgia.

El estudio es importante, la crítica, la teoría, la difusión, el análisis de las obras que se escriben y de las que nos llegan, pero no lo es todo, hay que llenar esas herramientas con nosotros, con nuestro ser (latinoamericano) en el mundo, escribir con la ventana abierta, que las reflexiones no se queden en lo superficial, ni en la controversia, sino en la creación de diversas identidades.

Con todo lo anterior no estoy sugiriendo que escribamos de mariachis, nopales y figuras nacionalistas, somos culturas híbridas, somos sujetos de un espacio cada vez más y más virtual, pero no ajeno a nuestra tierra, personajes que no habitan una sola forma de teatralidad, sino una cantidad enorme de expresiones, el umbral es basto en lo formal, pero hay que tener la sensibilidad del contenido, reconocernos como algo que va más allá de un término del léxico teatral.

José Manuel

José Manuel Hidalgo. Dramaturgo

Reflexiones

¿Soy o me parezco? La dramaturga repartida en sus personajes

por Aplaudir de Pie 21 julio, 2018

Hubo personas que vieron Antes y me dijeron que yo era Lisa.

Otras vieron Me sale bien estar triste y dijeron que yo era Elizabeth.

Un par salieron de Piel de mariposa comparándome con Elisa. Una espectadora fue más lejos todavía y me leyó en ese personaje y también en el de Guillermo.

Ninguna de esas personas mintió.

El asunto es que esas tres podrán tener nombres muy iguales, pero entre ellas se parecen bien poco. Estoy segura de que ni siquiera se caerían bien si se conocieran. Que todas tienen frases mías, lo reconozco; que con las tres resolví una serie de razonamientos que tenían trastocada mi realidad, también lo reconozco. Hace poco escuché a un dramaturgo decir que él no ponía su vida en las obras porque eso le parecía una práctica “masturbatoria”. No dudo de su capacidad se hacer ficciones ajenas a su persona, ni pretendo discutir aquí si es o no posible, solamente lo cito porque, cuando lo escuché usar ese término, pensé: “En la madre, entonces me debo tener unos siete orgasmos por cada obra que escribo, muy bien”.

Yo, si no me uso a mí, no escribo. Nunca he tratado de evitarlo, nunca lo he negado. Lo cierto es que cada vez tengo una paleta de colores más grande para maquillarme. Tanto, que me he abierto en canal para darle voz a algunos personajes, y nadie se ha dado cuenta.

A Lisa, la de Antes, la escribí cuando tenía 23 años. Lisa tenía 26, era periodista y tenía un iPad. Yo jamás he tenido un iPad. Algo que nos unía era la roomie encajosa a la que tratamos de resolverle la vida; con la diferencia de que yo terminé cambiándome de casa y Lisa no pudo porque desapareció en alguna carretera de Guerrero. Lisa está desaparecida, yo no.

Con Elizabeth no me cuidé tanto porque iba a hablar de amor y de ese tema no tengo una voz tan particular. Por si las dudas, la hice de treinta años, le pedí que fuera diseñadora gráfica, que creyera en el amor romántico y que tuviera un exnovio con el que duró cuatro años. Yo tenía 25, era dramaturga, creía bien poquito en el amor romántico y no he durado más de dos años con un novio. Le cambié cuatro datos duros para arrancar, y eso provocó que, al vivir la historia de amor equivalente a la que le presté de mi realidad, lo que ella contaba muchas veces fuera lo opuesto a lo que podía contar yo.

Elisa fue bien fácil: yo no tengo piel de mariposa. Ajustar el micrófono a su fragilidad me permitió decir un montón de cosas que yo quería sacar, pero que dichas desde un cuerpo como el mío sonaban exageradas. Yo, la intensa; Elisa, la justa. Y ya que estábamos ahí, pues vamos a subirle más de intensidad y vamos a ponerla a hablar de un dolor que no conozco y no quiero conocer. Si me echo encima un montón de vendas, unos padres muertos, un romance por internet y la incapacidad literal de tocar el mundo sin lastimarme, es imposible que mis palabras sean las mismas a las que pueden escuchar si nos tomamos un helado en Coyoacán.

Si soy un Cocker, no soy yo; si hago la revolución, podré plantar ahí todas mis dudas, pero nunca seré yo, porque yo no soy de las que hacen la revolución; nunca me he llevado bien con mis exnovios, pero jamás me vengaría de uno como en Aquello que parecemos. Y así me puedo seguir.

A los personajes no les cabe una persona entera, es imposible. El personaje más complejo de la literatura es nada junto a la persona con la vida más sencilla. Yo no puedo tratar a mis amigos como si fueran personajes, como si pudiera adivinar cómo van a reaccionar. Un personaje está hecho para funcionar en un entorno específico y demostrar cierta serie de cosas con sus acciones: una persona no tiene que demostrar nada, no está obligada a funcionar. Pones pedazos de la vida real en las historias pero, por cuestiones de extensión, la vida siempre será menos pragmática que una historia. En una pelea, una persona normal difícilmente va a sacar, una tras otra, las frases lapidarias para llevar a su interlocutor del punto A al punto B. La vida tiene más interferencia.

Que puede haber momentos “teatrales” en la vida, es cierto. Yo he tratado de trasladar un par de esos momentos a las obras y he descubierto que siempre hay que pasarlos por un filtro porque la vida, tal y como es, resulta mucho menos dramática de lo que creo. Hay que quitar información, agregar datos falsos, ser más cruel, acaso más tonta.

Cuando me hago personaje, me maquillo a través de los datos duros: suelo usar una edad mayor a la real para perder referentes y generalmente empiezo por modificar cuatro o cinco cosas: de ahí, el personaje se apropia solito y empieza a seleccionar lo que le sirve y lo que no le sirve. Puede agarrar cosas que yo odio y amarlas. Y en cualquier momento puede dejar de utilizarme a mí, por supuesto. Porque él sabe muy bien para dónde va, no es como yo, que tengo una personalidad con un arsenal inmenso para cada ocasión. Y de tanto maquillaje, se forma la máscara y entonces yo me puedo quitar de abajo. Así, como por arte de magia, ya estamos la máscara, por un lado, y yo por el otro. Como siameses separados.

Yo no soy Lisa, no soy Elizabeth, tampoco soy Elisa. Para conocerlas a ellas basta una hora, para conocerme a mí hace falta un poco más. Por eso juego, casi de manera masoquista, a ponerme a mí en las obras, porque confío en que no quepo. Ni yo y tampoco ninguna de las personas en las que me inspiro. Si de persona a persona ya es bastante difícil conocerlas, ya parece que voy a ser capaz de volverlas un personaje exacto. Les tomo un par de cosas para que se distinga el homenaje, pero hasta ahí. Estamos a salvo. Porque, además, nosotros tenemos toda una vida para irnos por donde sea y hacer las cosas diferentes: los personajes están condenados a repetirse.

 

Jimena Eme Uve / @jimenaemeuve 

Dramaturga

Reflexiones

Uno siempre regresa al lugar que fue feliz. Carta de un espectador (segunda entrega)

por Aplaudir de Pie 10 julio, 2018

A excepción de aquellos que son hijos de hacedores de teatro y que seguramente abordan las primeras experiencias de una manera muy distinta, el grueso de la población llega a la butaca como quien visita otro planeta. ¿Por qué será que el homo sapiens es tan afecto a la ficción? Quizá hay algo en la capacidad desmesurada de su cerebro que provoca que la realidad sea insuficiente, y entonces empieza a agrandar los caminos con otras realidades que no vive, pero que existen. El teatro es uno de esos caminos. Jugar a ser otro es algo que sucede muy temprano en la vida de un ser humano, de manera que cuando llegamos a la butaca podemos entender, sin demasiada dificultad, que aquel señor en el escenario que se rasca la barbilla y respira por la boca con la lengua de fuera está jugando a ser un perro. Esto puede ocurrir de manera menos evidente en el cine, por ejemplo, donde a una persona exageradamente crédula e inocente le puede sorprender que haya dos tipos igualitos a Pedro Infante, que también sean actores y que además canten.

El juego de ser otros, que desde los años de infancia incluye muñecos de peluche que hablan o pedazos de pollo que ruegan por ser devorados, cobra una formalidad distinta cuando el individuo se enfrenta a lo que antes llamamos Señor Teatro y que se entiende como el entramado de códigos que definen el Arte Teatral (así, con mayúsculas y con todas las ceremonias del mundo). Porque una cosa es jugar a ser un dinosaurio en la sala de la casa y otra muy distinta jugar a serlo sobre el escenario. Así sea el mismo dinosaurio, moviéndose exactamente igual, por motivos que no sé muy bien cómo explicar, en el escenario será más dinosaurio que en la sala. Es probable que un primer acercamiento al Señor Teatro se dé un domingo al mediodía en alguna plaza pública o en un Centro Cultural interesado en proveer al público joven de espectáculos de alta calidad. Pero también puede ocurrir que el niño sea llevado a un show bobo y francamente dañino para la pupila, donde los actores hablan a gritos y van maquillados hasta los dientes. Algunos podremos pensar que una obra semejante, donde al final todos los niños enloquecen porque se les compre una espada luminosa, de ninguna manera creará al público que años más tarde llenará las salas del teatro serio y profesional. Pero si al niño le gustó la espada luminosa y ese asunto de aplaudir como loco cuando el espectáculo se acaba, es posible que, contra todo pronóstico intelectual, el teatro le cause buena impresión y aprenda a quererlo.

La cosa se puede complicar años más tarde, cuando las escuelas secundarias, convencidas de que hay que echar mano de todas las estrategias para evitar las drogas y los embarazos adolescentes, contraten una obra moralina y mal actuada que terminará con la protagonista bañada en sangre desde la cadera hasta la punta de los pies. Toda la buena impresión que las espadas luminosas pudieron haber causado se va al traste cuando el teatro es presentado como una herramienta para evitar que la cocaína llegue a las manos de los muchachos. La mala noticia para las escuelas es que quizá una ficción como esa no bastará para alejar a los adolescentes de las drogas. La buena noticia para el Señor Teatro es que, con suerte, tampoco bastará una obra como esa para alejarlos del teatro.

Las obras para adultos no están exentas de estos clichés y prejuicios que hacen de teatro un lugar poco deseable. Basta ver cómo las series de televisión caricaturizan al teatro independiente para que uno prefiera seguir viendo el programa a aventurarse con un espectáculo semejante. Una serie mexicana de hace unos años, por ejemplo, tenía entre sus personajes a una actriz de teatro que presentaba una obra de tema prehispánico, donde había textos poéticos recitados con una voz solemne y mucho copal. Por supuesto que la serie hacía burla de lo incomprensible y aburrido que era aquello, y aunque es cierto que esa clase de obras existen, sería bueno ver alguna vez en la televisión cómo los personajes asisten a una obra de teatro independiente donde el gag no sea ver cómo se quedan dormidos en cuatro segundos.

Muchos de los libros de teatro que he leído suelen incluir una apología del teatro frente al cine o la televisión, y este no podía ser la excepción. El teatro tiene muchos clichés en su contra, es cierto. Algunos más injustos que otros, también es cierto. Para alguien que desde sus primeros acercamientos al Señor Teatro ha decidido que su deseo es estar en el escenario, todo este peregrinar será mucho más sencillo, pues el amor incondicional le hará ver belleza ahí donde no es tan fácil encontrarla. Para los que, por el contrario, somos seres de butaquería, este camino nos llenará de dudas y nos hará cuestionarnos seriamente si queremos gastar parte de nuestro dinero en estos sufrimientos durante toda la vida.

Si yo me hubiera tomado como una afrenta personal todas las malas obras que he visto, hace mucho que habría desertado. Pero al final hay un gusto en el fenómeno vivo que nos hace regresar. Y es que es eso: nos gusta el fenómeno y estamos plenamente conscientes de que puede salir mal. Como espectadores aceptamos y queremos al teatro así como es: por algo hemos superado las obras que nos trataban como niños idiotas, como adolescentes idiotas, y seguiremos aguantando las que nos tratan como adultos idiotas. Hay algo en este juego de ser otros que nos encanta de manera irracional, y nos basta con haber sido felices una vez para regresar todas las veces que sea necesario en busca de una felicidad semejante.

Atentamente,

Augusto Blanco

Reflexiones

La inevitable extinción del teatro

por Aplaudir de Pie 27 junio, 2018

Los dinosaurios también se creyeron invencibles. Yo, por principio y casi por deber, me resisto a creer que una cosa como el teatro puede desaparecer. Pero luego pienso en los dinosaurios. Tan grandotes ellos, tan dueños de todo, y un día llega el meteorito, les llena el cielo de polvo y los mata. La historia del planeta documenta cinco extinciones masivas desde que existe la vida. Extinguirse es una cosa de lo más normal.

¿Qué le va a pasar al teatro? Hay que reconocer que es correoso, que todos pensaron que el cine lo mataría, y no lo mató; que la tele lo mataría, y no lo mató; que el internet, que los toques de queda, que la falta de presupuesto… El teatro nomás no se muere y motivos no le faltan. A mí un historiador me preguntó en mis tiernos años de estudiante que por qué estaba en esa carrera si el teatro estaba muerto.

Llevo cuatro años haciendo zombis.

Ya se vio que, si la televisión y todos esos depredadores no consiguieron aniquilarlo, la del teatro no será una extinción repentina. Más bien le pasa lo que a los pandas. Y ahí es donde entramos quienes seguimos dedicándole nuestra vida a esto: nosotros pusimos en cautiverio a los teatro-pandas que quedaban, les planamos el bambú enfrente y los invitamos a que se reprodujeran. Nos resulta muy importante rescatar a la especie, aunque sea la más inútil del mundo, como los pandas.

El teatro se extingue por varios frentes, de a poco: desde el estudiante que sale, no encuentra nada y se dedica a otra cosa, hasta el espectador que tiene una mala experiencia y no regresa nunca. Y sí, a veces da la sensación de que nos estamos quedando muy poquitos, que nos contamos como quienes cuentan vaquitas marinas y que el más ligero cambio en el ecosistema (y aquí pienso en la cuenta regresiva del Foro Shakespeare) puede hacer que nos reduzcamos a la mitad. Qué miedo.

Pero aligeremos el asunto. Porque si pensamos desde nuestros ojos de humanos que hacen teatro o consumen teatro, el vértigo de la extinción nos pega fuerte, pero podemos pensarlo desde otro lugar: el del Teatro. Creo que si yo fuera el Teatro estaría mucho menos angustiada. Él está perfectamente acostumbrado a morirse. Se muere todo el tiempo, cada vez que la gente aplaude, cada vez que la actriz está arreglando el coche en lugar de repasar su texto. A él seguramente no le pesa tanto.

El Teatro está muy tranquilo porque sabe que, por mucho que le caiga un meteorito, como a los dinosaurios, 65 millones de años después vagará por el mundo una gallina que nos demostrará que hay cosas que nunca se extinguen del todo.

 

Jimena Eme Vázquez

Reflexiones

¿Observas o caminas? Carta de un espectador (primera entrega)

por Aplaudir de Pie 5 junio, 2018

Dice Peter Brook al inicio de su libro El espacio vacío: “Un hombre camina por este espacio vacío mientras otro le observa, y esto es todo lo que se necesita para realizar un acto teatral”. Tan sencillo. Yo me preguntaría, frente a esta austera definición, si no haría falta que aquel que camina, encima de accionar, se supiera observado. Porque no es lo mismo hacer algo creyéndote solo a hacerlo con la conciencia de que hay alguien al pendiente de ti, y sobre todo, me da cierta paranoia el pensar que cualquiera que me mire en la fila del banco, por ejemplo, espere de mí algo remotamente parecido a lo que espera de un actor.

Uno que camina, otro que observa y el teatro está hecho. Sobre los que caminan se ha escrito bastante. Un actor que se precie seguramente tendrá en su librero toda la saga en la que Stanislavski dejó claro lo que se debe y no se debe hacer para tener una vida próspera en los escenarios. Pero al “otro que observa”, ¿qué le dice Stanislavski? ¿Qué libro tenemos nosotros, los que observamos, para tener una vida próspera en las butacas? Yo no soy actor y nunca intenté serlo. A mí me gusta mirar y desde temprana edad mis pobres conocimientos de isóptica me revelaron que el peor lugar para mirar el escenario era el escenario mismo, de modo que me quedé en la oscuridad.

Cuando un ser humano se enfrenta al Señor Teatro, queda claro que tiene dos posibles maneras de relacionarse con él: lo hace o lo contempla. Llega un momento, cuando el Señor Teatro empieza a simpatizar con una persona, en que le suelta la pregunta que habrá de definir su relación: ¿observas o caminas? A mí me lo preguntó cuando iba en la preparatoria. El teatro me gustaba desde entonces y durante el primer año lo elegí como taller artístico. Cuando acabó el curso y yo me sabía de  memoria el monólogo de Segismundo, el Señor Teatro me pidió elegir mi bando ¿Y yo, con más albedrío, tengo menos libertad? Al siguiente año me cambié al taller de guitarra. El pacto fue quedarme en el teatro para siempre, pero en el lado oscuro.

Yo les hablo desde el lugar de quien contempla, de quien sabe de funciones pero no de ensayos; del que por único vestuario conoce las camisas limpias y cuyo trazo consiste en ir a la taquilla, hacerse de un boleto y llegar a la butaca antes de la tercera llamada con el teléfono debidamente apagado.

Hay quienes saben de teatro porque lo hacen. Yo sé de teatro porque lo veo.

Se me podrá alegar que tengo una posición de lo más cómoda, pues mi relación con el Señor Teatro no me hace lidiar con presupuestos, horarios de ensayo o escenografías que llegan un día antes del estreno. Es cierto, a mí todo eso me puede importar bien poco: mi única vida teatral es la que existe en punto de la primera llamada y nadie podrá convencerme de que hay otra mejor que ésa.

Varias veces me ha tocado que al final de la función alguno de los actores (previo agradecimiento a la planta técnica, a los creativos y a tal marca de bebidas energizantes que los patrocinó) hace mención a los diecisiete meses que estuvieron trabajando esa obra. Con todo respeto, amigos hacedores de teatro, como espectador me niego a aplaudir los procesos creativos. Si en un ensayo estuvieron llorando cuatro horas por el abandono de sus respectivos padres, si se fueron a vivir dos semanas a la sierra de Oaxaca para desarrollar una escena de dos minutos o si desde Navidad que solo comen apio, a mí no me interesa. El encuentro de sus almas creadoras es muy valioso, muy necesario y muy su problema.

Soy, pues, un espectador que hablará de teatro, pero de ese teatro que sucede entre la tercera llamada y los aplausos finales, no más. Ese teatro que, según parece, es completamente desconocido para quienes lo hacen. Y no está mal: así como un arquitecto ya no puede hacerse el ignorante cuando va a una casa o los biólogos no pueden ir a un bosque pretendiendo que todos los verdes de las plantas son iguales, a quienes hacen teatro se les descoloca irremediablemente su ojo de espectador.

A aquellos hacedores de teatro que deseen acercarse a estas cartas quiero pedirles comprensión. La vida de este lado es muy distinta a la que ustedes conocen. Los  espectadores tenemos nuestros propios sufrimientos, nuestros procesos y nuestra propia manera de concebir el teatro. Yo sé que ustedes piensan en nosotros, que tienen presente la frase de Peter Brook (y seguramente muchas más) y que saben que nuestra presencia es tan importante como la suya. Pero también aceptemos el hecho de que, apenas termina el estreno de la obra, corren a buscar al colega Fulanito que fue a verlos y le preguntan su opinión sobre las luces, sobre el texto y sobre tal actriz que es francamente mala; mientras que a la tía Francisca, enfermera jubilada desde hace ocho años, apenas y la escuchan cuando los felicita, y solo atinan a decirle, en un tono de lo más condescendiente, que qué bueno que se tomó el tiempo de ir y que un saludo a los primos, que a ver cuándo van, que hay descuentos. Así le hayan deshecho la córnea con un estrobo, poco les importa lo que la tía Francisca tenga que opinar sobre las luces.

El hecho de que el colega Fulanito tenga más referentes para dar una opinión no significa que se deba desechar tan fácilmente a la tía o que se deba preferir categóricamente una opinión sobre la otra. Yo apelo a que ambas puedan tener relevancia. A fin de cuentas, tanto Fulanito como la tía Francisca vieron la misma función. Me atrevo a especular, queridos hacedores de teatro, que llega un momento en el que, por más que Peter Brook nos insinúe indispensables, a ustedes solamente les interesa que vayamos en hordas a comprarles sus boletos, pero ya no tienen ni idea de qué esperamos o qué nos pasa con sus obras. Para aquellas tías Franciscas y demás habitantes de las butacas, escribiré estas cartas que les hablan como iguales, en donde podremos pensar el teatro desde ese lugar de eruditos que rara vez se nos concede, pero que tenemos.

Atentamente.

 

Augusto Blanco

Espectador

Reflexiones

La sagrada eucaristía teatral

por Aplaudir de Pie 23 mayo, 2018

I wasn’t aware of any other option

but to question everything

-Noam Chomsky

 

Cuando tenía quince años, en un intento desesperado por seguir ocultando mi homosexualidad, me uní a un grupo de jóvenes misioneros católicos que se reunían los martes y jueves en la catedral de Veracruz. Por supuesto la novatada a este peculiar club incluyó un retiro espiritual con el propósito de encontrarme a mí mismo, y si de paso me encontraba menos gay, mejor. Pertenecí a ese grupo por casi cuatro años, y para las últimas fechas acudía a la catedral de miércoles a lunes; así de grande era mi necesidad de negar quien era. Obviamente en aquel retiro no me encontré a mi mismo; y al final la razón por la que dejé de ir fue porque empecé a tomar un taller de Teatro, el primero que tomé en la vida, ese taller implicaba que los domingos me tenía que ausentar de la misa “juvenil” (la de las once de la mañana) pero seguiría asistiendo a la misa de seis y media. A la coordinadora del grupo no le pareció mi “falta de compromiso”, por lo que me dio un ultimátum: o vienes a la misa de once o no vienes a nada -me dijo- y así de un día para otro la iglesia católica perdió a uno de sus más fervientes (y maricones) agremiados; uno de tantos.

Y aunque no me encontré a mi mismo en aquel retiro, ni en muchos después -en los que además yo formé parte del equipo que coordinaba- sí se me incrustaron muchas lecciones católicas con las que ahora lucho cada día. Y he de admitir que instintivamente me resulta muy sencillo adaptarme a estructuras de ese tipo, asunto que trabajo en el cotidiano y que quiero modificar día a día.

Mi paso por la iglesia católica no fue en balde, aquellos años generaron en mi cierto olfato para detectar espacios de control, de dogma, cada que me encuentro en lugares donde la jerarquización es lo más importante, donde la estructura se divide de manera vertical, donde quien coordina es el amo y señor de la verdad por lo que quién está debajo sólo debe obedecer, acatar, a sabiendas de que quien decide es una persona preparada, capaz e inteligente, tan inteligente que yo no necesito tener mi propio criterio y opinión, ¿para qué? ya lo dijo el señor obispo y si él lo dice, así debe de ser.

Sin cuestionamientos. No sólo soy bueno detectándolos, que no es cosa difícil, si no que aquellos años lograron que cuando me encuentro en esos espacios, me sobreviene una sensación muy peculiar que me provoca ganas de salir corriendo al cabaret más cercano, ponerme tacones y bailar al ritmo del can can.

Entré al teatro por la puerta chica: haciendo pastorelas. El paso natural para alguien con tanta formación católica como yo, y me encontré con un maestro y director, que a ratos era una persona amorosa y a ratos se dedicaba a destruir la confianza y poca autoestima de sus alumnos, alguien con quién no se podía dialogar, él era el sacerdote de aquella capilla teatral, el interpretaba los designios de Dios y sólo él podía acercarnos a la verdad. El cambio fue -ahora lo sé- natural, y hasta un poco obvio, venía de haber vivido en un espacio en donde la obediencia es una de las cualidades mejor valoradas. “Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8)

Entendí perfectamente la figura del señor Director, y como mi papel -aunque pequeño- era esencial en el desarrollo de la sagrada eucaristía teatral. Había pasado, sin proponérmelo de una estructura a la otra, cumpliendo papeles bastante similares, y sometiéndome a los designios de un Dios, por otro, de un obispo por otro, de un sacerdote por otro. No juzgo esta parte, después de todo como dice la maestra Nora Huerta: “todxs buscamos ser parte del rito, porque el rito nos identifica, nos ayuda a crear colectividad”. En mi juventud e inexperiencia soporté infinidad de desplantes de aquel sacerdote teatral, quien en su minúscula capilla, daba las homilías más violentas que mi persona había escuchado, yo era responsable de que las misas teatrales funcionaran a la perfección, sin paga, dicho sea de paso. Era su acólito.

Me encontré entonces con un texto de Mario Cantú, “El hombre sin adjetivos” y me pareció el texto más subversivo que yo había leído a mis dieciocho años. Pero yo, siendo la pedera que siempre he sido, sabía que el señor sacerdote teatral no iba a montar semejante texto, lleno de improperios y blasfemias, con tres personajes que parecían salidos de un sitcom gringa, “no, no, no, no, ¡sobre mi cadáver!, montemos mejor las mejores obras cortas de Carballido” seguramente me diría y yo no estaba dispuesto a dejar pasar aquella joya, convencí a mi mejor amiga -y a su novio- de hacer nuestra propia compañía, una dónde no le tendríamos que pedir opinión al señor sacerdote, ni darle explicaciones a nadie. Tuvimos una temporada medianamente exitosa, un par o dos de señoras copetonas se salieron a la mitad de la función, y yo portaba esos desplantes como medallas al mérito; actuaba un texto que me encantaba, con mis amigos y sin tener que explicarle nada a nadie. Comencé a pensar que aquello era lo más parecido, que yo conociese, a la vida profesional de un actor.

Pero como con nada estoy a gusto -dijera mi santa madre- decidí que era momento de irme a la gran ciudá a probar suerte, había escuchado hablar muy mal de la facultad de Xalapa por uno de sus docentes y para ese entonces yo ya estaba muy decepcionado del nivel educativo de la Universidad Veracruzana en general. Al llegar a la Ciudad de México me encontré de frente con el CUT, la ENAT y Filos, escuelas de las que jamás había escuchado hablar en mi provinciana vida, vi todo el teatro que pude, vi teatro que me parecía fantástico, el nivel era otro, esta era gente que se dedicaba al teatro y de eso vivía. Pero no sabía que estaba a punto de conocer a los más grandes sacerdotes teatrales, a obispos, cardenales y por supuesto al arzobispo primado de méxico de la teatralidad, alguien que dirigía la cúpula más importante de los designios del Dios del teatro.

Llegué a vivir con dos amigas que estudiaban en la Casa del Teatro, y empecé a adentrarme en el movimiento teatral de la ciudad, poco a poco conocí a los dramaturgos, directores, escenógrafos y teatristas en general que integraban esta institución, y entre más entendía la realidad del teatro mexicano más reconocía mi olfato la presencia estructural hegemónica, similar a la de la iglesia a la que dediqué tanto tiempo. Reconocía la similitud en personajes y discursos; donde las jerarquías predominaban: los sagrados textos dramatúrgicos, la sagradas tablas-escenario/altar, la función/evangelización debe continuar a toda costa, la omnipresencia del director, todo para que la verdad predomine. “El que tenga oídos, que oiga” (Mateo 13:9).

También veía como las escuelas de teatro forman predicadores del teatro y como nos compramos la idea de que el teatro iba a cambiar al mundo, en el mejor de los casos iba a salvar a la audiencia del oscurantismo, de la ignominia, brindaría (al público) la luz, los salvaría de no haber visto nunca teatro, de no haber experimentado por lo menos una vez en su vida ese maravilloso encuentro con la experiencia teatral, que era -en el mejor de los casos- algo prácticamente religioso. Bienaventurados los que nunca han visto teatro, pues a ellos les llegará la obra del señor. “Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mateo 5:12)

Foto: @DarioCastroPH

Foto: @DarioCastroPH

Por azares del destino –misteriosos son los caminos del señor– conocí el cabaret, me fui a lo más blasfemo de lo blasfemo, con los parientes pobres de los parientes pobres, y aunque durante mi adolescencia conocí a Jesusa Rodríguez y a Liliana Felipe, quienes en 2007 ya andaban rondando en el incipiente YouTube, no tenía claro qué era aquello del cabaret. “Son una parateatralidad bastante interesante, falta de rigor, pero comprometida con otras causas -me dijo una amiga que estudiaba en Casa del Teatro- Las Reinas Chulas son dueñas de un changarro aquí a unas cuadras” culminó. Fui a ese changarro que me quedaba a unas cuadras y para mi sorpresa me encontré a Conchi León dando función de Las Puruxonas de Dzemul, en lo que años después supe fue el noveno Festival Internacional de Cabaret; me quedé pues había conocido a Conchi unos meses antes en el Joven Dramaturgia en Querétaro, dónde juntas vimos Cuerdas, una obra escrita por Bárbara Colio, dirigida por Richard Viqueira y con Felipe Cervera, Artús Chávez, Álvaro Flores y el mismo Viqueira como elenco. No encontré a ninguna de Las Reinas, pero descubrí que al costado de su changarro de perdición se encontraba una capilla, literalmente una capilla dedicada al teatro. Ya para ese entonces no me sorprendió descubrir la figura católica entrelazada en con el teatro.

Unos meses después me enteré de la creación de un centro de formación llamado la UVA (Unidad de Vinculación Artística), en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco.  La coordinación educativa estaba a cargo de Felipe Cervera. Artús Chávez, Richard Viqueira y Bárbara Colio, entre otros, integrarían la planta de docentes. Los había visto triunfar en Cuerdas y quería ser alumno de todes. Así que me inscribí a todos los talleres que pude. Sin saberlo comencé dos procesos educativos que serían claves en mi desarrollo como creador, uno con Artús y otro con Richard  los dos procesos educativos más distintos del mundo, uno me hacía muy feliz, me iluminaba, mientras el otro me invitaba a escarbar las partes más oscuras de mi persona, todo en nombre del teatro. Recuerdo que aquel proceso fue muy duro, no sólo para mi, conocí ahí a compañeras y compañeros que confesaron experiencias de vida que ahora sé no cualquiera confiesa en una clase. Aún cuando fue un proceso duro, habían comenzado a salir cosas interesantes, éramos un grupo de jóvenes (muy jóvenes) creadores quienes estaban entregando partes claves de su personalidad, de su proceso de vida, con la finalidad de integrar y realizar este proyecto guiado por uno de los sacerdotes del teatro.

Por supuesto, como suele suceder, un día el señor sacerdote se desvaneció en el aire, dejado incompleto un proceso que involucraba a muchas personas de maneras muy profundas. Esto es de lo que nadie habla, una estructura hegemónica, en donde todo se pone en manos del señor sacerdote, la confianza ciega de un proceso en alguien que un día de buenas a primeras puede entorpecer, violentar, sacudir y en el mejor de los casos: desaparecer.  Y aun cuando este no es el caso más grave y atípico de los procesos teatrales, no hemos sido capaces como comunidad de proteger estos espacios, estos procesos. Somos nosotros quienes damos autoridad ciega -como la fe- a individuos e instituciones para velar procesos muy delicados, y dejamos a su suerte a personas que tienen el deseo de pertenecer a esta comunidad, de transformar su realidad a través del arte, del arte teatral.

El cabaret tampoco se escapa del dogma, y ¿cómo podría? si algunos de quienes ahora son les maestres/sacerdotes cabareteres también fueron alumnes de los obispos del teatro, es lógico pues muchas cosas se aprenden con el ejemplo y no con el discurso, y aún cuando el discurso sea uno, el dogma puede ser otro.

No estoy con ello condenando al Teatro, ni al Cabaret, simplemente me parece que hay que ser excesivamente vigilantes de los procesos que la componen. La religión (católica, que es la que conozco) no admite crítica, todo es por designio divino, todo es un misterio religioso, todo es la obra misteriosa de la mano del señor. El teatro no debería ser eso, no debería buscar sacralizar procesos, espacios, instituciones y mucho menos individuos.

Convertir el teatro en un dogma, en algo sagrado e incuestionable, pensar que el teatro debe estar por encima de todo nos pone en riesgo de convertirnos en algo muy parecido a una religión, a una religión arcaica y rancia, y con ello habilitar los espacios para que se instalen y perpetúen toda clase de vicios, toda clase de depredadores en sotana teatral, que cometan todo tipo de delitos en pos de la experimentación y la búsqueda de la verdad del teatro. Si de verdad estamos en la exploración de ser una comunidad, debemos ser responsables de todo lo malo, como de lo bueno, que pasa dentro de nuestros círculos.  “Todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa al fuego. De modo que ustedes los reconocerán por sus acciones” (Mateo 7:19-20)

Foto: @DarioCastroPH

Foto: @DarioCastroPH

Debemos ser vigilantes de nuestro quehacer y de nuestra comunidad, así como críticos de las situaciones y espacios que la componen. Ya no podemos continuar sin ser críticos de nosotres mismes. No podemos hacernos de la vista gorda cuando vemos actos de infinita violencia ocurriendo en nuestros centros de formación, no podemos ser testigos silenciosos de vejaciones que ocurren en procesos a puerta cerrada y que más tarde se comparten en pasillos, conversaciones y trasnoches; no podemos ser distantes y ajenos a espacios de diálogo y reflexión que parten del cuestionamiento de lo establecido. El cabaret ha reforzado mi concepción de la crítica, algo que se había cimentado varios años atrás gracias a leer a Noam Chomsky mientras estudiaba periodismo en Veracruz: “I wasn’t aware of any other option but to question everything” decía don Chomsky.

Celebro que existan espacios como Aplaudir de Pie, que expresan cotidianamente que la crítica no significa confrontación, ni falta de respeto, ni disrupción ciega de lo construido, la crítica no es ciega, ni busca necesariamente romper una estructura, si no abrir diálogos, una “critica constructiva” busca en el mejor de los casos imponer otra verdad, cuando una crítica sólo debería buscar lanzar una pregunta al aire e intentar abrir un espacio en donde existan cientos de opiniones, donde podamos dialogar y dónde más de dos verdades pueden convivir, y no cancelarse.

Porque ¿Cómo nos reconocemos si no es en el/la otre? ¿Cómo podemos prevenir la violación a la integridad, y de los procesos de jóvenes en la búsqueda de integrar nuestra comunidad? ¿Cómo nos aseguramos de crear espacios seguros para la experimentación sin la presencia de depredadores sexuales? ¿En quién puedo confiar si no es en mis pares para poder reflexionar sobre nuestro quehacer y nuestra cotidianidad? ¿Cómo puedo entender a mis maestres si no es cuestionándoles? ¿Cómo nos aseguramos de no repetir errores de instituciones arcaicas que se erigen alejando de sí mismas la crítica y la reflexión de quienes la integran? ¿De qué otra forma podemos crear comunidad si no es cuestionandonos les unes a les otres?

Pako Reyes / @Pako_R Cabaretera y gestor cultural

Pako Reyes / @Pako_R
Cabaretera y gestor cultural

Reflexiones

REÍR DE LO QUE NOS DUELE PARA NO MORIR: una forma de hacer Cabaret

por Aplaudir de Pie 28 abril, 2018

Existen tantas formas de hacer cabaret, como perspectivas, críticas y discursos que defender. Enumerarlos e intentar definirlos serán ejercicio de otro texto.

Para este primer encuentro me enfocaré en una forma de hacer cabaret. Planteado como un género teatral que se enfoca en el placer, la disidencia y el humor. Sobre todo, la razón de este texto es reflexionar acerca de cómo es el humor en el cabaret que me interesa.

¿De qué nos reímos en el cabaret?

Nos reímos de impotencia, de frustración, de vergüenza ante la injusticia, nos reímos de lo que nos transgrede, nos perturba. Nos reímos para no rendirnos, para no desaparecer, nos reímos para liberar la angustia, nos reímos para no morir de dolor. La risa que buscamos expone y critica al asesino, al genocida, al ladrón, al violador, al corrupto, al opresor, a la injusticia, a la desesperación, a la traición, a la indiferencia, a la muerte. Nos burlamos del victimario, lo llevamos a la perversión más grotesca y delirante, y desde ahí deseamos su destino, lo evidenciamos, lo humillamos y lo matamos con crueldad liberadora, crueldad-ficción que jamás podríamos consumar en la realidad. Nunca nos burlamos de la víctima, no la re-victimizamos, juzgamos su contexto opresivo, sus posibilidades –o la falta de ellas-, no nos valemos del estereotipo para ser clasistas, ni misóginxs, ni racistas, ni homófobxs, ni lesbófobxs, ni machistas, ni xenófobxs, en esto ponemos especial atención para no reproducir afirmaciones y discursos de odio que como ejecutantes sobre un escenario podríamos defender más que criticar.

Ahora, no ignoramos esos discursos pensando que dejarán de existir si no los enunciamos, sin embargo, los utilizamos para que el victimario se exprese y construya su carácter, para que desde su “maldad” sea el representante de todo lo que odiamos y criticamos.

El Chiste es Placer

El chiste es placer, porque libera el deseo prohibido. El chiste es la síntesis de un discurso crítico contra lo que nos violenta, nos da consciencia arrancándonos la comodidad, nos aligera -un instante- la impotencia y nos recuerda el miedo (el que transforma, no el que paraliza) que origina las revoluciones. No buscamos ser complacientes, no queremos que el público se conmueva, queremos que el público ría para que reflexione. En la penúltima escena, soltamos la tesis del show, que entendemos como confesión del dolor, de aquello que no nos deja vivir, obsesión de nuestros insomnios, transgresión a nuestras comodidades y cuestionamiento a muerte de todos nuestros privilegios no reconocidos y por reconocer. Para dolor profundo, risa purificadora. Porque libera el deseo de ser aquello que no nos atrevemos, libera nuestros deseos más profundos, verbaliza nuestras perversiones, ejecuta nuestras violencias, no “Transforma la realidad trágica del país en un chiste”, como se dijo en un texto anterior; [1] ; más bien, devela la verdad de la tragedia del país en una risa escandalosa para liberar la angustia de sabernos impotentes ante el horror de la realidad, aquella que en principio; transformamos desde la ficción.

Por eso, el cabaret que a mí me interesa, se plantea en el Universo donde la risa sacude como decía Paz. Donde su territorio es la farsa como dice Nora Huerta.

Jamás podríamos comprometernos con conmover al espectador con el llanto fácil, de hecho, no queremos conmoverlo, nuestra propuesta es construir consciencia acerca de la realidad, provocar la acción. Lo contario, sería un desahogo pasajero que no lleva a la introspección, en  su lugar, re-victimiza la tragedia, volviéndola pasiva. Pensamos la risa como medio instantáneo de reflexión. Sabiendo que la catarsis también se logra a través de la risa, el cabaret que hacemos confronta al dolor a través de ella para no morirnos de angustia.

 

@LilianaPapalotl  La Mafia Cabaret

@LilianaPapalotl
La Mafia Cabaret

 

 

[1] Texto en respuesta a la reflexión: “Humor y política en el teatro mexicano” : http://aplaudirdepie.com/humor-y-politica-en-el-teatro-mexicano/

Fuentes:

Sotres, Cecilia. “Introducción al Cabaret (con albur).”, Ediciones Chulas, Paso de Gato, 2016.

Freud, Sigmund (1856-1939). “El chiste y su relación con lo inconsciente”, en Obras completas.  Buenos Aires :   Amorrortu

Reflexiones

Agüard Cison

por Aplaudir de Pie 10 abril, 2018

Como muchos actores y actrices he soñado (practicado) con ganarme un Óscar, es uno de esos sueños que parecen imposibles y probablemente lo sea para una cabaretera como yo. Tal vez por eso nos parecen tan emocionantes los premios que se han creado en nuestro país, por esa ensoñación de caminar por la alfombra roja con un vestido que no te deja respirar y depilada hasta los nudillos. Luego recibir ese premio llorando e impidiendo que pongan la música que te obliga a cortar porque debes agradecer a toda tu lista de personas importantes en un hermoso momento de frenesí. Pienso mucho en los premios que rodean a nuestro amado gremio teatral, sintiéndome un poco contrariada por no saber cómo reaccionar ante ellos. Creo de entrada que nuestro país ha fallado en crear una premiación que tenga ese glamour que añoramos, pero sobretodo que responda a nuestra cultura y necesidad, pues queremos copiar todo lo que nuestro hermano del norte nos vende, logrando casi siempre quedarnos cortxs. Tal vez porque deberíamos dejar de intentar recrear sus propuestas y empezar a crear las nuestras.

Esta realidad se hace un poco más clara en los premios creados para “lxs teatrerxs“, premios que hemos aceptado sin chistar, a pesar de sentir que existen varias fallas,  por la vaga posibilidad de ganarnos uno. Por eso me nace esta reflexión al respecto, porque creo que hay un espacio para mejorar que pueden aprovechar si escuchan las críticas que se han generado estos años (aunque varias de las críticas a algunas de estas premiaciones en el pasado han creado rencor y la frase “Se enojan porque no los nominamos“).

Recientemente se realizó una entrega de premios en el Teatro de la Ciudad. Debo decir que llevan varios años que me preocupan las nominaciones y ganadorxs de la asociación que los organiza, sobretodo porque la agrupación nombra a los montajes nominados como “Lo mejor del Teatro” pero dudo que hayan visto todas las propuestas teatrales de la ciudad, entonces no es ¨Lo mejor del Teatro” sino “Lo mejor que nosotrxs vimos de Teatro” digo por lo menos que yo sepa no vieron un espectáculo mío. Mi otro cuestionamiento siempre ha sido, quiénes son la Agrupación y cómo se les invita a que vean tu show, o ¿lo hacen de incógnito para que la cosa sea más interesante?, digo porque pues debería existir una claridad al respecto en un espectáculo que se presentará en un recinto pagado con los impuestos de los y las creadorxs que no fuimos nominadxs. Y bueno ya llega el chiste de la claridad sobre la pluralidad de las obras que fueron a ver cuándo dentro las nominaciones en varias categorías se repiten creadores (porque en la CDMX hay bien poquitos directores y escenógrafos) o los tres espectáculos nominados a Mejor Espectáculo de Cabaret (porque hay poquita oferta cabaretera en el ex D.F.). Y ahí es cuando pienso que si tu premiación genera más dudas que respuestas se siente medio truculenta la cosa, como cuando ves un restaurante al que nadie va pero sigue abierto y piensas ¨Narcos¨, es decir, puede que en verdad no sea truculenta la cosa pero ¿para qué hacer cosas buenas que parecen malas?

Quiero decir ahora que me parece que los y las creadoras nominadxs son increíbles, no dudo de sus nominaciones o del maravilloso trabajo que hicieron en sus espectáculos, lo que creo es que como creadorxs podemos exigir claridad y transparencia, así como una mayor heterogeneidad en sus nominaciones.

Luego tenemos a  los Premios Metropolitanos de Teatro, debo decir (sin ironía) que cuando los escuché me entró la emoción porque pensé que había una posibilidad de competir en una premiación porque ahora sí iba a saber a quién invitar y realizar mi sueño del vestido que no me deje respirar. Luego cual Condorito me caí para atrás cuando vi que era necesario pagar una entrada para el ingreso así como tener una temporada larguísima como de Televiteatros. Ahí pensé que era evidente que esas peticiones eran el primer filtro para nominar producciones conocidas como “comerciales“, y me decepcioné e hice lo que hace una actora en estos casos: quejarme en camerinos. Pero he de decir que al paso del tiempo hay cosas que me han dado más confianza con respecto a esta premiación. La primera razón que me dio más confianza es que han cambiado sus bases, sobretodo la del precio de entrada y las funciones mínimas,  ya que supongo que se les hizo evidente que no todas las propuestas podían gozar de entrar a su terna si de por sí la taquilla no les da para pagar una nómina a sus creadores, o que las temporadas actuales te lleva a develar placa a las 12 representaciones. También me gustó que mandé un correo para pedir informes, el cual pensé que sería respondido con otro correo pero mis sorpresa fue grande al ver que se me ha dado un seguimiento por teléfono a mi interés por inscribir mis espectáculos, lo que me hace sentirme más tranquila e informada. También me agrada ver que las obras inscritas son promovidas en sus redes, al final va de acuerdo a su planteamiento de hacer unos premios que impulsen al teatro. Pero bueno hasta ver no creer, así que habrá que esperar a su premiación este agosto, que irónicamente será también en el Teatro de la Ciudad, ja.

Pero debo decir que los premios que merecen un premio en sí, son los maravillosos Jimenitos Aguords. Creo fervientemente que son los únicos premios que nos representan como gremio teatral mexicano y no como un intento fallido de Fashion Police producido por E! Latinoamérica. Tienen esa comicidad que necesitamos de una premiación, esa claridad en cuanto a sus nominaciones y a lo subjetivo del asunto, así como el nombre más chipocludo del universo mundial. Puedo decir que los de aquella agrupación o los METRO  podrían aprender mucho de estos últimos, sobretodo a no tomarse en serio, porque creo que cuando una se toma en serio es cuando nos perdemos como creadorxs. Tal vez muchxs no lo admitan pero sienten más ganas de ganar un Jimenito que cualquier otro reconocimiento.

Si alguno o alguna de ustedes bondadosxs lectorxs asiste a la entrega de alguno de estos premios, no dude en escribirme para contarme su veredicto. Y quién sabe, tal vez pronto existan unos premios a los premios, como esa categoría de los Emmy´s que se entregan un premio a ellos mismos por la transmisión de los Emmy´s del año pasado.

Mariano Ruiz  Actora y cabaretera

Mariano Ruiz
Actora y cabaretera

 

Críticas

URINETOWN

por Aplaudir de Pie 6 marzo, 2018

El Off Broadway en Nueva York, entre otras razones, surgió como una posibilidad de brindar espacio a propuestas nuevas y/o alternativas. Hasta el día de hoy, funciona como un lugar de resistencia en el que con lógicas distintas a las de las superproducciones, múltiples artistas se han consolidado, mostrando que más allá de los nombres y la maquinaria teatral imponente, el talento puede sobreponerse y generar montajes de calidad extraordinaria.  En este sentido podemos pensar -salvando las diferencias contextuales pero relacionando las similitudes en tanto fenómenos contestatarios- la versión mexicana de la obra Urinetown a cargo de la compañía queretana de teatro “Ícaro”.

El musical dirigido por Miguel Septién, es una proeza admirable dentro de la cartelera de la Ciudad de México donde se presenta actualmente, ya que sin contar con celebridades para “asegurar” la venta de boletos, ni una hiper producción es, sin lugar a dudas, uno de los mejores musicales existentes. Un verdadero hallazgo.

A diferencia de otras obras del mismo género de la cartelera en donde al parecer uno paga simplemente por mirar a algún famoso que en muchos casos muestra una deficiencia en el manejo de la voz y del cuerpo (habilidades que cualquier actor de teatro musical debería dominar) en Urinetown (México) podemos disfrutar de un gran nivel en todos los sentidos, pero fundamentalmente en lo concerniente al canto.

La calidad de las voces de los interpretes es extraordinaria, lo mismo que la ejecución coreográfica y la interpretación actoral. De manera especial destaca la participación de Andrea Biestro en el papel de “Penélope Pennywhise”, Adrián Pola como “Cladwell B. Cladwell”, Eduardo Siqueiros como el “Oficial Lockstock” e Irlanda Jiménez como “Hope Cladwell».

Como podrá adivinarse con lo dicho anteriormente, este trabajo resulta sorprendente no solo por tratarse de una compañía de provincia alcanzando el éxito en la Ciudad de México (y esperamos pronto en muchos otros estados), el talento está presente en toda la compañía. Además de los actores, la dirección musical a cargo de Dano Coutiño, tanto como la adaptación de las canciones y del libreto, bajo la responsabilidad de Yang E. Coutiño y Miguel Septién, son impecables. En suma, una propuesta irreprochable. En este sentido, la programación en el Teatro Milán gracias a la visión de Mariana Garza y Pablo Perroni, resulta uno de los mayores aciertos de la dupla al apostar por sobre todo por el potencial de una compañía mexicana cuyo talento merece toda la exposición posible.

En sí mismo el montaje es relevante, pero no podemos dejar de destacar el contenido de la obra, oscuro, complejo, fuera de toda norma conservadora sobre lo “bello” y “correcto”. Conteniendo una dura crítica hacia el comportamiento de las masas iracundas tanto como a las decisiones del gobierno, la naturaleza de la legislación, la rebeldía y la distribución de recursos.  Cuestionamientos necesarios y pertinentes. Todo en exquisita clave burlona, evitando caer en lugares comunes y rechazando la idea de la necesidad de un final feliz.

Urine Town (México) es un musical off por excelencia, apto para todo público. Disfrutable de principio a fin. Un esfuerzo loable que estuvo a punto de levantarnos a aplaudir de pie.

 

Ricardo Ruiz Lezama & Zavel Castro Editores

Ricardo Ruiz Lezama & Zavel Castro
Editores

 

Reflexiones

10 consejos para hacer sus propios premios de teatro

por Aplaudir de Pie 3 marzo, 2018

Digamos que usted va al teatro. Digamos también que es una de esas personas que tienden a clasificarlo todo y que en determinado momento se ha preguntado cuál fue su obra favorita de los últimos meses. Digamos que se responde esa pregunta con facilidad, pero de inmediato le surge una inquietud: sí, esa fue la mejor, pero sin duda aquella actriz, la que salía en otra obra, era inolvidable, por no decir perfecta. Ella merecería un reconocimiento aparte, piensa. Qué contrariedad. Sin duda eso no se puede quedar así, hay que extender la alfombra roja y fundar unos premios de teatro.

 

 

A continuación, unas cuantas consideraciones para el caso.

  1. Conforme su equipo. No hay un número correcto, hay quienes lo forman con una persona, quienes arman sus grupos secretos y van de incógnito, y unos más que se alían con otros ocho y se van al teatro juntos y se sientan juntos.
  2. Diseñe su estatuilla. Unos premios sin estatuilla siempre estarán incompletos.
  3. Vea mucho teatro. En el momento en que usted levantó la mano y se autonombró una autoridad para determinar qué es lo mejor de los escenarios, adquirió la responsabilidad de ir a ver un buen número de obras No lo vea como un sacrificio, esto le ayudará a tener un abanico amplio a la hora de las nominaciones, siempre es muy triste ver unos premios donde parece que solamente vieron cinco obras porque nominan esas cinco a todo.
  4. Defina su campo. No es lo mismo hacer unos premios de teatro musical que de teatro independiente. Si le da por ver “de todo” y hacerse incluyente, pero a la hora de la premiación solamente reconoce a las obras de grandes presupuestos, escenarios giratorios y actores de la tele, revise sus fundamentos y reconsidere.
  5. No se dé premios a usted mismo o a sus compañeros de jurado. Si además de dar premios hace obras de teatro, no las nomine, ya bastante ridículo es que dé unos premios.
  6. No sucumba a la melancolía. Si, por ejemplo, ve en un montaje a una actriz que hace cinco años hizo una obra maravillosa, asegúrese de no estar juzgando a la actriz con los ojos de hace cinco años. Lo mismo para la dirección, los diseños, la dramaturgia y para todo.
  7. Cuide la equidad de género. El momento histórico no está como para andar preservando el club de Tobi, sea consciente. Si en las categorías mixtas usted nomina a cinco mujeres por cada veinticinco hombres, entonces puede que necesite revisar en la cartelera los créditos y procurar más obras con nombres femeninos, verá que la equidad llegará sola.
  8. No pretenda que a los demás nos importe. Quien quiere dar premios es usted, así que no haga ridiculeces como vetar artistas, cobrarles una inscripción u obligarlos a que se vistan de gala cuando vayan a su premiación. Usted tiene el deber de tomarse en serio sus premios y el resto tenemos la libertad de tomarle a broma, no se amargue.
  9. Asegúrese de que le guste el teatro. Si por la manera en que habla de los montajes parece que usted solamente se sienta en la butaca a padecer, le sugiero que no intente este asunto de los premios.
  10. No deje que nadie le diga qué hacer. Es su vida y son sus premios, si llega cualquier hija de vecino a decirle qué está bien y qué está mal, tiene todo el derecho de ignorarla.

 

 

Espero que estos humildes consejos le hayan servido.

Con amor, Jimena Eme Vázquez, Academia de los Jimenitos Aguords

 

 

 

Academia de los Jimenitos Aguords  @losjimenitos

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