Recuerdo un relato sobre el posible nacimiento del derecho contado por un abogado. Decía algo así: Alguien dijo no matarás. Todo iba bien hasta que un día alguien mató y no pasó nada. Entonces se tuvo que actuar en consecuencia, se descubrió que el hecho de saber que algo estaba mal no era suficiente para que la gente no lo hiciera. Cuando se estipularon consecuencias de los actos indebidos, ahí nació el derecho; cuando se dijo no matarás o de lo contrario algo te pasará en consecuencia. Como todo ejemplo hay elementos que no se consideran, que se obvian o se dejan a libre lectura. Pero aún así esta suposición, con lo reduccionista que pueda llegar a ser, muestra algo esencial. La legalidad tiene que ver con la creación de límites a través de consecuencias. Cualquier delito tiene su consecuencia.
¿Pero qué pasa cuando se desdibujan los límites? Cuando se prefiere pagar mordida en lugar de que se lleven el auto al corralón; cuando se pone un diablito para no pagar la luz; cuando se hace algo incorrecto solo porque todos lo hacen; en fin, cuando se burlan las consecuencias. Si nadie te descubre, ¿incurres en falta? Si tú lo haces, pero todos los demás también lo hacen, ¿incurres en falta? Hay quienes piensan que no e incluso tienen argumentos para defender su postura, normalizan la ilegalidad y la corrupción.
Ejemplos de la normalización de la ilegalidad y la corrupción en el arte y específicamente en el teatro mexicano, hay miles. El amigo de tal artista benefició a tal amigo suyo con un estímulo del Estado (léase beca); tal actor tuvo prioridad en un casting por razones de índole personal (amistad, parentesco, favor quedado a deber, etc.); tal director tuvo todos los espacios durante un año. Los ejemplos son inabarcables. Todos sabemos a quiénes me refiero. Ellos mismos lo saben, pero el silencio también se ha normalizado.
Ahora ha pasado algo en relación con el premio de dramaturgia joven Gerardo Mancebo del Castillo. Para el que no sepa, doy una breve explicación. El ganador incumplió con una de las reglas estipuladas. La cual implica, como en la mayoría de convocatorias, que no se puede meter a concursar una obra que esté participando en otra convocatoria. Si nadie se enteraba, ¿no pasaba nada? Tal vez, pero lo que pasó fue que varios dramaturgos denunciaron las irregularidades y terminó quedando desierto el premio. ¿Hicieron mal? Yo creo que la gente está empezando a hartarse de lo que hemos normalizado, hay quienes quieren que haya cambios. Y buscan que sucedan.
El asunto es a donde se enfocan dichos cambios. Leo con asombro que muchos dramaturgos mexicanos coinciden en que es una práctica regular enviar la misma obra a distintos concursos simultáneamente, lo cual está prohibido, si no en todas, en la mayoría de las convocatorias. Porque todos lo hagan, ¿está bien? No, pero no se discute la falta en que se incurrió, se quiere culpar a la institución por “no ser realista con los puntos en la convocatoria”. Estamos llegando al no matarás porque si no te pasará algo PERO… Se quiere llegar a la regularización de las excepciones.
Las generaciones de los creadores consagrados ya no tienen remedio. Sabemos que su corrupción y descaro no conoce límites, que algunos de ellos hacen teatro criticando la corrupción que ellos mismos propician desde sus lugares de poder, que no se dicen nombres por temor a las represalias o por el temor a no pertenecer a la mafia en la que la cultura está sumida, en donde el silencio y la complicidad son requisitos indispensables para ingresar al club. Pero, y los que venimos, ¿qué? ¿Seguiremos normalizando la corrupción? ¿Cambiaremos las reglas a nuestra conveniencia?
Hay muchas más cosas que están implicadas en este hecho y que se están pasando de largo. Si el premio quedó desierto es por la normalización de la corrupción. Las reglas estaban puestas y quisieron evadirlas, tanto creadores como jurado. Hay una cuestión más profunda y que no se está poniendo sobre la mesa, ¿cuál es la ética de los creadores del teatro mexicano?