“Después de la tempestad, viene la calma”, se dice comúnmente con afán tranquilizador a algún sufriente, pero mientras tanto, ¿dónde se supone que uno deba hallar consuelo? ¿En los sueños? ¿En la familia? ¿En los amigos? ¿En el carnaval? ¿Y si todo eso también fue arrastrado por las aguas de la lluvia torrencial, ávida de absorberlo todo, de acabar con todo? ¿A quién debe dirigirse el odio provocado por la destrucción avasalladora acaecida por la naturaleza?… “Litoral (después del agua)” no nos responde ninguna de estas preguntas, nos propone ver como los habitantes de Angüe buscan las mismas respuestas… sin encontrarlas.
Un pequeño y tranquilo pueblo, con poquísimos habitantes, a orillas del Paraná, se ve asediado por lluvias furiosas e incesantes que provocan una inundación, llevándose entre sus corrientes subacuáticas objetos domésticos e instrumentos musicales, pero también anhelos y vidas. Mientras tanto, la vida sigue como puede, modificada por las circunstancias, pero después de esto, nada podrá volver a ser lo mismo; un grupo de amigos adolescentes intentan tomárselo con calma, tomando mates y jugando “basta”; mientras tanto, una madre que no encuentra su hijo, lo busca desesperada hasta debajo de las piedras, perdida en la incertidumbre; la comparsa busca que el carnaval se lleve a cabo, pero los redoblantes y vestuarios seguro ya están flotando muy lejos; las whiskerías y antros siguen secuestrando a quien se detenga en el lugar equivocado, y prostituyendo ilegalmente a chicas a las que se les ha arrebatado la identidad y la decisión; y los políticos y su séquito burocrático, siguen ninguneando y aprovechándose del pueblo, un pueblo sufriendo, con heridas abiertas y sangrantes, despojado de todo, luchando por salir a flote aunque cada vez se hunden más.
“Litoral (después del agua)”, es el proyecto de graduación de los estudiantes de actuación de la Universidad Nacional de las Artes, el cual fue dirigido por Mariela Asensio, con las notas agridulces y la honestidad que caracterizan a sus montajes. Cuenta con dieciocho actores en escena, que nos regalan todo lo que la Universidad les dio conjugado con la poética particular de cada uno. La escenografía, concisa y acertada, nos transporta al muelle de inmediato. Majestuosa la forma de dirigir a tantos actores y la dramaturgia creada sobre la marcha, aplausos para la honesta y bien amada pasión con que Mariela Asensio realiza cada uno de sus montajes.
La historia, muy bien lograda por intensas y encarnadas actuaciones, y por una dirección espectacular, nos sumerge en la desgracia de un pueblo que se hunde sin poder evitarlo, provocando risas tanto desopilantes como de ternura, y lágrimas de dolorosa empatía, e inconsolable impotencia; ojalá estas cosas sólo ocurrieran en la ficción, pero no hay tregua; en tiempos de tanto sufrimiento, esta obra nos recuerda, con un nudo en la garganta, que la realidad supera a la ficción.