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Tito Vasconcelos

Reflexiones

Homenaje a Tito Vasconcelos

por Zavel Castro 1 julio, 2022

Exquisitez y picardía son dos palabras clave para describir la trayectoria de Tito Vasconcelos. Ambas se han conjuntando en su vida y en su obra para dar lugar a movimientos políticos, apuntalar corrientes artísticas y generar comunidades de inclusión y disidencia. Al igual que muchas otras personas congregadas por este homenaje, conocer a Tito marcó un antes y un después en mi vida, su cabaret me constató la potencia del teatro político, ese género del que tanto había leído y que, hasta ver una de las versiones de “La Pasión según Tito” en el Foro A Poco No —en el 2014—, parecía que sólo existía en la teoría. Ese momento fue para mí una revelación: era la primera vez que veía en México un trabajo escénico dicotómico: entretenido e inteligente, sinvergüenza y elegante, serio y burlón, crítico y divertido, analítico y ligero; comprometido con sus ideales sin caer nunca en la tentación de aleccionar a la audiencia porque sí hay algo que promueve el cabaret de Tito es la libertad y el goce. Esto me lleva a la segunda constatación teórica: el ideal del público emancipado.

Algo pasa con los cabarets de Tito que te hacen sentir en casa, desde que cruzas la puerta sabes que eres bienvenida, esta sensación es extraordinaria, especialmente para quienes nos sabemos poco gratas para la sociedad conservadora y patriarcal, como quienes integran a la comunidad LGBTTTQIA+ y las mujeres que decidimos dedicarnos a generar pensamientos propios, renunciando a la imposición de replicar y obedecer el pensamiento de los “grandes maestros”.  Muchos teatros nos dejan entrar porque no les queda de otra. Porque necesitan aceptar tantos clientes como les sea posible para presumir en redes sus funciones llenas. Pero que te dejen entrar no significa que te acepten. En todo caso, te toleran. Por el contrario, el cabaret de Tito, celebra tu existencia, invitándote a despojarte de los condicionamientos sociales para que puedas expresarte libremente, allí puedes perder la compostura. Es un espacio seguro. El mundo exterior exige silencio y mesura, en el cabaret de Tito sabes que puedes soltarte y reír a carcajadas. Es un espacio carnavalesco, en el que se suspenden las jerarquías: allí el artista no se sitúa por encima de su público, condicionando sus reacciones ni sometiéndolo a la ortopedia del buen comportamiento y la modestia. Hablo de emancipación, porque el cabaret de Tito propone una relación horizontal entre público, creadoras y creadores, de otra manera no habría posibilidad de entablar un diálogo, un vínculo de comunicación recíproca en el que cualquiera es libre de aplaudir, discutir o abuchear la representación sin miedo a represalias. Sin temor a que el artista le recrimine su estupidez por no haber entendido la obra ni su poca cultura por no guardar silencio durante la función. Y es que a Tito no le interesa formar espectadoras y espectadores obedientes, sino seres libres, aceptando su capacidad para construir sus propios criterios.

Esta conformación de comunidades libres de pensamiento, habla, tanto de la generosidad de Tito como de su apabullante inteligencia, sobre esto último da cuenta cada una de sus obras, en las que se manifiesta su aguda mirada crítica y su afilado sentido del humor. También da cuenta de ello cuando baja del escenario y comparte una copa contigo. Es un magnífico anfitrión. Siempre tiene un comentario interesante en la punta de la lengua. Es justo decir que Tito es una de las personas más brillantes, elocuentes y risueñas que conozco. De pocas personas puede decirse además que son las mejores en lo suyo. Y Tito es, sin duda, el gran referente del cabaret político mexicano. Aquí viene a colación una vez más su generosidad e inteligencia, pues Tito, en lugar de quedarse para sí su erudición, la ha compartido, formando generaciones de cabareteras, cabareteros y cabareteres cuya inspiración y enseñanza resultan invaluables. A ellos, ellas y elles, Tito les ha enseñado la técnica y los trucos para crear espectáculos extraordinarios. Es especialmente exigente con esto, acaso porque una de las cosas que más le generan repulsión es la mediocridad, por ello no se la ha permitido nunca a sí mismo y ha procurado acercarse a otras criaturas maravillosas. En este sentido es también excepcional, pues no se intimida por el talento ni la inteligencia de otras personas, por el contrario, lo disfruta, se enriquece de ellas y procura enriquecerlas a su vez. Por eso, además de un gran artista, un gran divo y un ícono de la cultura en México, Tito será recordado siempre como un gran maestro —o “miss” como le dicen sus alumnas, alumnos y alumnes— un gran amigo y un gran ser humano. Su legado y su cariño son infinitos.

No me queda más que agradecer la invitación a participar de este homenaje. Es un honor y un privilegio. Muchas gracias.

 

*Estas palabras fueron compartidas en el Homenaje a Tito Vasconcelos  organizado por Teatro El Milagro el 9 de marzo de 2022*

Críticas

La cría: Apuntes sobre teatro y terror

por Zavel Castro 3 febrero, 2020

Una de las más desfavorables consecuencias de la simplificación del pensamiento teatral, que obedece la subdivisión de este arte principalmente en dos géneros, comedia y tragedia, o, desde la modernidad, comedia y drama, quizás sea la resistencia que oponen cierto tipo de personas a la consideración de posibilidades que escapen a este dualismo. Así, les es difícil concebir hibridaciones, intercambios y rupturas, y con ello se muestran inhabilitados para apreciar la complejidad de las propuestas que desobedecen dogmas que, por cierto, hace mucho tiempo son inoperantes para explicar el fenómeno escénico.

Es impresionante seguir hablando la necesidad de diversificar los géneros a favor del estímulo del pensamiento complejo en el siglo XXI,  que nos permitiría comprender del que no se ha dicho todo porque no se ha comprendido completamente.  Pensar que la naturaleza del arte es versátil, quiere decir que está dispuesta a aceptar nuevos modos de hacer y en consecuencia, nuevas interpretaciones. La teoría del arte contemporáneo ha adoptado esta perspectiva desde hace tiempo con buenos resultados, sin embargo sigue siendo una tarea necesaria para las voces críticas dedicadas al pensamiento escénico, cuestionar las pretensiones del saber que han implantado los estudiosos de los géneros dramáticos para establecer normativas, como si se tratara de saberes exactos, para catalogar si una obra estaba “bien hecha” o “mal hecha”.

Son pocos los profesores y las profesoras con la disposición a actualizar, poniendo en tela de juicio, la Poética de Aristóteles, el Teatro Posdramático de Lehmann o la mayoría de los postulados de Stanislavsky, tres de las biblias incuestionables que estudiantes del fenómeno teatral en cualquiera de sus posibilidades creativas se les obliga a obedecer. Afortunadamente, el pensamiento crítico, opuesto absolutamente a la sumisión, se concede a sí mismo el derecho de poner a los dogmas una fecha de caducidad, dejando en claro que ninguna discusión ha llegado a su término de manera definitiva.

Foto: Darío Castro

El riesgo de pensar a partir de dualismos (“o es una cosa o es otra”) es la producción de obras artificiales, ajenas a naturaleza de la existencia humana, irreductible a una sola manera de hacer, expresar o sentir. Los estudiosos de la psicología, han descubierto que no existen emociones puras, es decir que una persona nunca está absolutamente asustada, triste ni contenta, sino que a menudo se acompañan de otras emociones, así podríamos pensar, por ejemplo, en la excitación de una persona cuando tiene miedo, en la tristeza iracunda y en la alegría culposa. Si las emociones responden a un comportamiento complejo, así tendrían que hacerlo también las creaciones artísticas.

Todo esto nos sirve al momento de pensar en el género de terror en el teatro. El pensamiento reduccionista diría que para producir un estremecimiento de miedo y angustia, las obras deberían articularse de manera exclusiva a partir de mecanismos macabros. Sin embargo, el efecto del terror suele ser provocado por una buena dosis de humor. Las consideraciones simples de las que hablaba (“o esto o lo otro”) difícilmente podrían percibir la compenetración entre humor y terror, incluso se les piensa como efectos contrarios, en cambio se trata de un dualismo productivo en el que las partes tienen características comunes.

Foto: Darío Castro

Tanto el humor como el terror son expresiones de la desmesura, causales de vergüenza según las autoridades morales (no podríamos olvidar la persecución y castigo emprendido por la Iglesia en contra de la risa) y se basan en un instinto de conservación: el terror procura protección y cautela y el humor, la evasión de la certeza de los peligros del mundo. Son reacciones frente a la consciencia de la muerte, por tanto, las ficciones de este estilo son, en el fondo, tranquilizadoras, en la medida en que evitan el desconsuelo ante lo inevitable y la angustia frente a lo incomprensible.

Un claro ejemplo de la efectividad del funcionamiento en conjunto del terror y del humor, es la versión musical de La Cría, dirigida por Tito Vasconcelos. Este espectáculo de cabaret no solamente desatiende al pensamiento reduccionista que sostiene la clasificación teatral en géneros cerrados, sino que además desobedece al textocentrismo que subyuga buena parte de las producciones teatrales que se contentan con traducir escénicamente lo que ha establecido el dramaturgo o la dramaturga: una vez más la obediencia que pretende impugnar  la operación crítica. En lugar de acatar las ordenanzas del texto de Carlos Talancón, especialmente el tono de suspenso y la búsqueda ininterrumpida del efecto terrorífico, que, como cualquier otro ritmo sostenido, suele resultar monótono y predecible[1], Tito diversifica el terror propuesto en el texto mediante la alternancia rítmica de su puesta en escena[2], tomando solamente la anécdota de la dramaturgia, sirviéndose de ella para acercarse a los temas prohibidos como son todos los que pertenecen al terreno de lo numinoso (del mysterium tremendum) con sentido del humor, tal como hicieron algunos maestros del género macabro en su vertiente literaria[3].

Al tomarse en broma lo fantástico y lo monstruoso, Tito Vasconcelos, Brissia Yéber, Víctor de Léon, y Hernán del Riego quien estuvo a cargo de la musicalización, “toman distancia, estableciendo una barrera entre ellos y el peligro” (Llopis 83), con lo cual consiguen suscitar en el público, como consecuencia del planteamiento terrorífico del texto, una risa inusual, ajena a la que produce una comedia convencional. Para lograr este resultado, la obra utiliza, como estímulos supramaximales, la intervención de títeres en distintas modalidades y técnicas (por cierto que la realización de los elementos visuales a cargo de Osvaldo Solsot merece nuestro reconocimiento).  Los títeres, como objetos inanimados que cobran vida frente a nuestros ojos, a menudo producen un efecto de incomodidad o extrañeza en el espectador, que han sido utilizados precisamente como detonadores de risa (pensamos en el teatro Guignol) o espanto  (basta reconocer cuántas películas de terror existen protagonizadas por títeres o  muñecos diabólicos).

Foto: Darío Castro

A partir del funcionamiento conjunto del terror con el humor y del juego entre la presencia y la ausencia de “Bombón”, la criatura más misteriosa y temible de la historia, su evocación/invocación y su figuración, esta versión alcanza a esbozar una posibilidad metafórica de la monstruosidad de nuestros engendros. La superación de la literalidad de la narración, abre camino a una multiplicidad de interpretaciones cuanto más disímiles más enriquecedoras, objetivo que no debemos perder quienes nos dedicamos al análisis ni quienes se concentran en el comentario.

El aparente antagonismo entre humor y terror, queda disipado en un espectáculo que diversifica la cartelera teatral de la Ciudad de México a medida que produce emociones complejas en sus espectadoras y espectadores, no es que le cause terror ni que le cause risa, sino que consigue un estadio intermedio, de difícil escisión, una respuesta contradictoria que reza la máxima de los masoquistas: cuanto más humor, más placer.

Se comprende por qué «Bombón» habita en el cabaret, en el que por definición, debido a su espíritu inconforme y transgresor, todo puede suceder y en el que no caben ni los dogmas ni las clasificaciones simplistas.

Bibliografía

Barba, Eugenio. “The Deep Order Called Turbulence: The Three faces of dramaturgy”, The drama Review 44, 4 (t 168), Winter 2000, pp.56-66

Llopis, Rafael. Historia natural de los cuentos de miedo. Con referencia a géneros fronterizos. Madrid, Ediciones de Escritura Creativa Fuenteaja: 2013.

Shakespeare, William. Trad. Luis Astrana Marin, Obras completas. Madrid: Aguilar: 1947.

 

[1] Para guardarme de un señalamiento sobre la subjetividad de mi percepción sobre la monotonía  propongo el análisis de las estructuras shakespeareanas. Entre otras cosas, la genialidad atribuida al autor inglés, se debe al dominio de la técnica dramática consistente en la variación rítmica, basta observar algunas de sus mejores obras (quizás Hamlet sería el mejor ejemplo) para notar la anteposición de una escena cómica a una escena dramática, el efecto de contraste (la tormenta que sigue a la calma) potencia el efecto del terror una vez que la risa ha bajado las defensas del espectador, así consigue un efecto contundente.

[2] Agradezco especialmente a Ricardo Ruiz Lezama, la claridad en su explicación sobre esta cuestión.

[3] Basta revisar Los Cuentos de la otra vida  y los Cuentos fantásticos de Núñez del Arce y, muy superior a este, las obras de Gustavo Adolfo Bécquer, Leyendas y Cartas desde mi celda. He llegado a estos textos gracias a las referencias del libro de Rafael Llopis.

 

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