Una mujer en mitad del vacío se encuentra de pronto rodeada de ojos extraños. Está completamente atada por todas las mentiras que se ha contado para evadir su más profunda verdad, está impedida también por sus inseguridades y temores que no la dejan quererse tal y como es, obligándola a desear ser siempre alguien distinto: más inteligente, más guapa, mejor esposa, mejor madre, aunque sea un poco menos rebelde, un poco menos curiosa, un poco más femenina y todo lo que suele reprocharse día a día una mujer que intenta complacer sus inalcanzables expectativas, solo para sentirse aceptada y querida.
Las ataduras la lastiman y cuando intenta desprenderse de los lazos que no la dejan ser ella misma, grita su sufrimiento hacia los extraños que la escuchan pero que no pueden comprenderla. La compadecen pero nadie hace nada. Y es que nada fuera de sí podría tranquilizarla. Ahora mismo está desesperada. Ha llegado el momento de sincerarse, de confesar aquello que no ha querido decirse porque le asusta si quiera intuirlo.
La mujer interpela al espectador, acaricia su rostro, lo mira a los ojos enfurecida, busca consuelo donde no lo hay. El extraño se altera con lo que está pasando. Ese lamento sin fin prolonga la sensación del tiempo y lo arroja a un abismo de abrumadora oscuridad. Se reconoce en los fracasos de ella, que le ha dicho que ha fracasado en sus relaciones amorosas y en su intento por comprender el mundo desde la experiencia intelectual sin prestar demasiada atención a su sensibilidad. Porque sentir es tan doloroso como querer a alguien con la generosidad que el amor precisa. Prefiere encerrarse en sí misma. Prefiere romperse y llorar cada pieza desprendida.
Situada entre el recuerdo y la locura, está mujer tiene mucho que decir y no desaprovechará la oportunidad de tener a tanta gente cerca para que puedan hacer caso de sus reproches. Aunque no hagan más que estar ahí. Eso basta. Parados a su alrededor, inmersos de una atmósfera inmisericorde, despojada como la mujer misma de todo orden y coherencia. Lejano a cualquier sensación que pueda tranquilizar a nadie que se encuentre en la misma sala que ella.
El monólogo, como un viaje despiadado desprende una de las preguntas más dolorosas que alguien pueden hacerse: ¿Eres feliz?