Quiero que en este punto hagamos un ejercicio y que los lectores se pregunten si les gustan las siguientes cosas:
a) Los tacos de tripa
b) Los cursos de coaching
c) El box
d) La tauromaquia
e) Los libros de Murakami
f) Las pasas, los gatos
g) El reguetón
h) El helado de chicle
i) Las películas de Tarantino
j) El pozole
Difícilmente a un solo lector le gustarán todas estas cosas. Por supuesto que Murakami soñaría con estar en todos los libreros y que a la señora que vende tacos le encantaría que a todos nos gustara la tripa, pero eso lamentablemente no es posible. No a todos nos puede gustar todo por mucho que a algunos nos parezca inadmisible que alguien no sea feliz con un buen plato de pozole enfrente. Hay gente a la que no le gusta el pozole y hay gente a la que no le gusta el teatro. Es algo con lo que ustedes, queridos hacedores, tienen que aprender a vivir. Por mucho que les conste el beneficio que el teatro causa a las almas humanas, el disfrutarlo no es una obligación biológica. Ustedes pueden llevar a rastras a alguien que jure odiar el teatro, sentarlo a la fuerza en la butaca para que vea esa obra que le gusta a todo el mundo, y comprobar que una vez ahí reirá como cualquiera y será feliz como cualquiera. Quizá esa persona deje de jurar tan categóricamente su desprecio, pero de eso a que se vuelva un espectador recurrente hay un mar de distancia. Y ustedes no son Moisés.
Su amigo,
Augusto Blanco