No es un secreto que, el solo hecho de asumirnos como mujeres, o tener características, en menor o mayor medida, femeninas, hace que nuestra vida se vea mermada por cuestiones de violencia de género, y nos sumerge en un remolino de emociones donde, por presión social, miedo a lo externo, y odio propio aprendido, creemos que estamos locas al menos una vez en la vida, y si la violencia es lo suficientemente grave, la enfermedad mental se vuelve inminente e irreversible, a excepción de ciertos individuos, que independientemente de su sexo, vienen de fábrica con una tendencia al desorden mental.
“Mujeres irreversibles recargadas” nos muestra a varias mujeres encerradas en un hospital psiquiátrico, en general con síntomas superficiales de histeria y/o trastorno obsesivo compulsivo, que nos cuentan, mayormente en formato de monólogos, anécdotas o situaciones que vivimos a diario la mayoría de las mujeres, y que normalizamos pero que son dolorosas y/o molestas, como ir a un baño público, tomar un colectivo lleno de gente, estar en un matrimonio que no funciona, recibir piropos en la calle, etc.
La forma de abordar una temática tan delicada es importante para que el montaje no te juegue en contra, y me parece que, en esta ocasión, la crítica que podría haberse planteado, no estuvo presente, y el mensaje terminó siendo el opuesto. Ojalá las situaciones que vivimos las mujeres para terminar encerradas en un psiquiátrico fueran que se acaba el papel cuando vamos al baño de un bar, o que odiamos trabajar en atención al cliente porque siempre llegan otras mujeres a preguntarnos obviedades; pero, al final, eso no fue lo que me pareció preocupante de la obra, aunque tendía a minimizar los problemas y dolores de las protagonistas, haciéndolas pasar por exageradas y “locas”, me causó gracia en algunos momentos y las actrices ponían todo de sí mismas, pero lo que me dolió y entristeció fue el machismo interiorizado en el que se cimentó la obra, nos dice de manera explícita que es mejor tener un marido a que te griten asquerosidades violentas en la calle, y pone a tres hombres travestidos a personificar de manera “graciosa” a mujeres superficiales y nerviosas. No creo que haya sido el objetivo del montaje, pero avala la resignación y la medicación, no hay crítica, salí del teatro con la sensación de que me gritaron en la oreja por hora y media que las mujeres somos así, y que es mejor ayudarnos con medicinita y encierro.
Si bien estoy segura de que ni el montaje, ni ninguno de sus integrantes, tuvo mala intención, la obra tiende a banalizar problemas por los que estamos inmersas en una lucha que tiene una importancia imperante, y estamos intentando con todo nuestro corazón que todas las mujeres y las identidades femeninas entendamos que no estamos locas ni somos histéricas, que hay un sistema que nos orilla a odiarnos a nosotras mismas, que no tenemos la culpa cuando nos violentan, que no es normal, que somos capaces de trabajar para pagarnos nuestras cosas y luchamos por un sueldo justo para no tener que depender de un hombre, que hay que pelear mano a mano y sin soltarnos, para sentirnos seguras y a salvo.
“Mujeres irreversibles recargadas” cuenta con dos músicas, Melina Andrade y Ludmila Buci, que tocan en vivo, y hacen un muy buen trabajo que aporta bastante al montaje. Cuenta con siete actrices y tres actores que dejan todo en el escenario, siendo estos Andrea Boass, Alejandro Chagas, Celeste Di Giovanni, Silvia Dietrich, Marcela Fernández, Nazareno Molina, Sandra Moranchel, Fanny Rodríguez, Miriam Schlotthauer, Juan Manuel Suárez, y la dirección de la autora, Gabyta Fridman, que juega con el género de la farsa de manera interesante.