Los hombres vuelven al monte es una obra escrita y dirigida por Fabian Díaz, con la actuación de Ivan Moschner. Este montaje narra la historia de un hijo que realiza un viaje casi iniciático a la búsqueda de su padre. Pero también relata la historia del padre y las razones o sinsentidos para haber ido al monte. Y cuenta a su vez las repercusiones de ambos acontecimientos en la vida y destinos de sus seres cercanos. Todo encarnado en un mismo cuerpo a manera de monólogo.
El texto recuerda al realismo mágico, esto debido al manejo no lineal del tiempo de la narración, a la incorporación de elementos fantásticos con naturalidad y al uso poético del lenguaje. Sin duda es un texto complejo y rico en una infinita posibilidad de sentidos y matices, el cual es magistralmente habitado por Ivan Moschner, revelando de manera, tanto lúdica como dramática, las profundidades poéticas y discursivas de la obra.
Es sobresaliente el trabajo de Ivan Moschner en muchos aspectos: como mencionaba en el párrafo anterior, da luz a los sentidos ocultos del texto, haciéndolo accesible, divertido y entrañable; encarna a diversos personajes, hombres y mujeres, desde el juego, pero también desde la más profunda compasión, permitiéndose afectar por cada visión diferente y particular que hospeda en su cuerpo; transita diversos estados de ánimo y nos conduce a los espectadores por variadas sensaciones, capturando nuestra atención de principio a fin hasta en los gestos más sutiles. Sin duda Moshcner realiza un trabajo extraordinario dando voz, cuerpo y vida a todos los personajes de Los hombres vuelven al monte.
En cuanto a la dirección, el trabajo de Fabian Diaz se ha fundido tanto con el trabajo del actor que pareciera que todo surge de la actuación. Sin duda una dirección sumamente precisa, de esas que no dejan pista y funcionan a favor cien por ciento del trabajo actoral, lo cual siempre es una virtud, pero en un monólogo resulta, además, loable.
Los hombres vuelven al monte es una puesta en escena compleja pero altamente disfrutable que se aprecia al menos en dos sentidos. El primero en cuanto a la experiencia que suscita y el deleite de contemplar el trabajo vivo y virtuoso de Ivan Moschner. La segunda, si es que se quiere, de desentrañar al final de la función los sentidos ocultos de las potentes metáforas, tanto visuales como sonoras, y su relación con la historia que repercute contundentemente en nuestro presente. El pasado siempre vuelve para explicarnos como humanidad.
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