Para André Bretón, México era el país más surrealista del mundo. La anécdota que se cuenta es que mandó a hacer una silla a partir de un boceto suyo, en el cual se veía la silla en perspectiva. El carpintero mexicano al que se le encargó el trabajo la hizo tal como se veía en la imagen, lo que dio por resultado una silla desproporcionada. Dalí coincidió con Bretón pero su aseveración fue más dura asegurando que no regresaría a México porque le parecía insoportable que existiera un país más surrealista que sus pinturas.
¿Qué pasó para que Dalí dijera esto? No lo sé, pero sin duda hay un punto en el que muchas y muchos como mexicanos hemos tenido una sensación similar de querer salir huyendo y no regresar. Y no por el país, tampoco por la gente, pues nuestro país es considerado -y coincido- como uno de los lugares más bellos del mundo, y los mexicanos -también coincido- somos vistos como personas afables y hospitalarias. Lo que es más surrealista en este país es la política, y aunque dudo que Dalí tuviera suficiente acercamiento con esta, estoy seguro que de haberse relacionado con ella no solo hubiera dicho lo que dijo sino que además hubiera salido mentando madres.
¿Por qué digo que es surrealista la política en México? Porque va en contra de toda lógica. Mucha de la gente que rompe las leyes está libre mientras que gente inocente que solo exigía sus derechos está presa -la mayoría de las veces mediante la imputación de cargos casi fantásticos-; uno de los hombres más ricos del mundo es mexicano mientras millones de ciudadanas y ciudadanos de este país tienen una vida marginal y de pobreza extrema… así podría seguir con los ejemplos, pero sería excesivo y extenuante.
Alguna vez, hace años, no recuerdo dónde, leí que existía quien tenía la hipótesis de que el humor negro podría haber nacido en México. Desde que lo leí, hasta la fecha me sigue pareciendo que podría ser porque la única forma que hemos encontrado para encarar tanto surrealismo político es justamente a risa. “Reír de lo que nos duele para no morir”[1], como afirmaba en un texto, Liliana Papalotll, una de nuestras colaboradoras cabareteras.
El arte teatral ha encontrado en el humor una herramienta para hacer crítica aguda y punzante de nuestra realidad nacional, además de ser un medio para hermanarnos ante la tragedia mediante una sonrisa. En estos momentos se encuentra en cartelera una obra que para Bretón y Dalí sería hypersurrealista, debido a que plasma virtuosamente una de las caras más carentes de comprensión y lógica de nuestro país: la burocracia.
La mordida, una producción de la Compañía de Teatro Penitenciario, interpretada por sus integrantes que se encuentran en libertad, bajo la dirección de Artús Chavez es una puesta en escena que mediante el uso del humor, a ratos blanco y a ratos negro, retrata el sinsentido que implica realizar trámites en México. Sin duda suena a historia de terror, pues la burocracia en México es profundamente surreal, pero para ser más precisos, podríamos decir incluso que es kafkiana, pues así como en El proceso en donde el protagonista no tiene ni idea de qué está pasando y por qué, así, Agapito, el protagonista de La mordida se ve envuelto en un mundo incomprensible, con unas lógicas ambiguas, y donde no entiende nada: una oficina de gobierno.
Agapito es una persona trabajadora que quiere poner una taquería, pero al llegar a la oficina correspondiente en donde debe conseguir el permiso necesario se encuentra con una serie de personajes que no podrían habérsele ocurrido ni al mismismo Kafka, unos empleados públicos. Durante poco más de una hora acompañaremos a Agapito al absurdo mundo de la burocracia mexicana, para recordar que -como si fuera una especie de ley de Murphy- cuando parece que todo esta en orden, es porque nada lo está.
La mordida nos recuerda lo engorroso de los trámites, pero nos da la oportunidad de por al menos una vez convertir esa angustia que provocan en una carcajada liberadora, utilizando la risa como vía para relacionarnos con un hecho desagradable y poder contemplarlo en perspectiva o para invertir su normalización. En ese gesto radica su valor político, pues nos hace revalorar la realidad desde otra perspectiva y cuestionárnosla.
Sin duda esta puesta en escena deja una vez más en claro que la Compañía de Teatro Penitenciario es uno de los grupos más solidos de la escena capitalina, con una gran capacidad para pasar por distintos géneros, lográndolo de manera asertiva. En La mordida, la mancuerna que hicieron con Artús Chávez, es contundente por lograr un dominio del humor que hace de esta experiencia una celebración al juego.
La mordida es una invitación a perdernos en ese México surrealista y kafkiano a través de una puesta con elementos de cabaret y clown, para reencontrarnos al final de la función con una afirmación y una pregunta siempre pertinentes: eso no es normal, ¿qué puedo hacer para cambiar a México? Cuestiones que siempre, pero fundamentalmente en tiempos electorales son de vital importancia.
[1] Reír de lo que nos duele para no morir: una forma de hacer cabaret: http://aplaudirdepie.com/reir-de-lo-que-nos-duele-para-no-morir-una-forma-de-hacer-cabaret