Desde hace años, algunos espectadores teatrales tenemos ansia de realidad, de ver en escena historias basadas en hechos reales, de teatro documental, testimonial, vivencial, performático, «teatro de lo real», como lo llama la investigadora y docente norteamericana Carol Martin. ¿A qué se debe esto? ¿A qué se debe esta búsqueda de aquello contrario a la ficción, que acaso concebimos como lo verdadero?
En algún lugar leí que todos mienten, pero que no importa porque nadie escucha. ¿Es acaso que los espectadores hartos de la realidad como constructo y por lo tanto como intención velada, ¿mentira?, anhelamos aunque sea un momento de algo que podamos llamar genuino? ¿Será por eso que el teatro sigue vivo, por esa potencia de encuentro franco con aquello que podemos reconocer y reconocernos (en el mejor y extraordinario de los casos)? Hay una frase que perdí en el mar del internet, que decía más o menos que el teatro seguía siendo vital porque era un espacio en el cual podíamos mirarnos a los ojos honestamente, convivir en paz, sentir que la realidad puede ser de otro modo.

Foto @DarioCastroPH
La investigadora Miroslava Salcido, decía en una sesión de los encuentros plásticos teatrales organizados por Ladrón Galería, que la performatividad es como un cuchillo que corta la realidad, es decir que su lugar de transformación es el mundo cotidiano, no el mundo de la ficción. Un teatro que trabaja con la realidad, performativo, tiene la capacidad de poner en crisis la construcción de lo real y con ello mostrarnos otras posibilidades de habitar el mundo.
Una de las obras más entrañables de Conchi León (es difícil decir esto de una creadora que ha conseguido que la emotividad sea su sello característico) reelabora la percepción de los espectadores hacia uno de los grupos más estigmatizados:las personas en situación de reclusión. La espera es una obra documental que León escribió y dirigió con la compañía de teatro penitenciario cuando los integrantes aún estaban en reclusión, a partir de sus testimonios. Ahora que los miembros de la compañía han salido siguen dando funciones constantemente compartiendo las historias de su vidas.

Foto: @DarioCastroPH
Precisamente, una de las funciones del teatro documental, según dice Carol Martin, es entremezclar la vida personal con el contexto histórico. En el caso de La espera cada uno de los performers comparte su vida vinculada a su contexto, permitiéndonos ver más allá del estigma del monstruo, del pecador, del delincuente. Aquí la potencia del teatro nos permite mirar a este grupo de humanos que hicieron algo que nosotros mismos podríamos haber hecho en circunstancias similares. ¿Acaso no es esa una de las funciones del teatro, mostrarnos que los actos de los seres humanos están condicionados por su historia de vida y sus circunstancias? Al menos Aristóteles plantea en su poética que la universalidad de los caracteres radica en señalar que cualquiera haría ciertas cosas en ciertas situaciones. La demostración de la influencia del contexto en las decisiones y errores que podemos cometer como seres humanos y la capacidad que se tiene de superarlas para ser cada día mejores es una de las grandes virtudes de esta obra que no justifica los crímenes cometidos, pero dinamita las falsas certezas y lugares comunes sobre las personas en reclusión. Exponiendo la complejidad de la vida y del ser. Nos equivocamos y podemos transformarnos. Merecemos siempre otra oportunidad.

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En La espera cada uno de los integrantes comparten el antes, durante y después de la cárcel. Todas las historias están atravesadas por el significado que cada uno le dio a la palabra «espera» a partir de reflexionar sobre lo vivido. Pero no sólo es una plática, es teatro como elaboración estética, con momentos teatralizados tan honestos que nos impiden perder la sensación de intimidad de una confesión cuya profundidad se acompaña de un resabio lúdico -como cuando conversamos con viejos amigos con los que nos reencontramos después de algunos años-, es teatro como convivio, como verdad y como acontecimiento, esto último en su acepción de suceso especialmente importante. Así pasa cuando estamos frente a una puesta en escena donde el teatro se manifiesta, sabemos que estamos ante algo único e irrepetible.
Pocas veces se tiene la oportunidad de vivir el teatro como un ritual, en el sentido que menciona Peter Brook sobre los actores ofrendando sus sufrimientos al espectador. ¡Pero también es juego! Paradojas exquisitas del fenómeno escénico.
He tenido la oportunidad de ver La espera en varias ocasiones y siempre se genera una atmósfera excepcional, la verdad como herramienta artística posee una fuerza sobrecogedora que descoloca a los espectadores conmoviéndonos de múltiples formas y haciéndonos mirar la realidad desde otra perspectiva al terminar la función; hasta la fecha la obra sigue igual de viva que como la primera vez que la vi. Y no me parece casual en un grupo de hombres que en varias ocasiones han compartido que el teatro les salvó la vida. Ver a estos hombres dándolo todo cada función es inefable.